Mejor cada uno a lo suyo
Despues de constatar que el ciudadano de la foto se metió ayer en un jardín sin flores, hablando de algo de lo que entiende poco (la investigación científica), hete aquí que, al día siguiente, el Búho ha tenido que cocinar para así contribuir a su estabilidad conyugal. El segundo plato lo tenía controlado, despues de múltiples experiencias previas. En cuanto al primero, he decidido a primera hora de la mañana que iba a emplear un envase de corazones de alcachofa, adquirido en una conocida tienda de Delikatessen cuyo nombre no diré, y que me salió más caro que ir a Tudela, comprarme las alcachofas y hacérmelas podar por una mano experta. Pero la vida del casado moderno es así de dura y no he encontrado mejor alternativa para quedar bien con mi Santa y no emplear mucho tiempo.
He optado por usar una receta, tradicional en mi familia consorte. Una pequeña cazuela (somos dos), un poco de aceite de oliva virgen, cebollita cortada con primor que he pochado con cariño, jamón ibérico en trocitos que me vende un carnicero amigo (golfista para más señas) y que he dorado con similar cariño, un poco del caldo en el que venían envasadas las alcachofas (fundamental según mi suegra) y una pizca de harina que he dejado tostarse levemente en la misma cazuela (velouté creo que llaman a la mezcla, pero no me hagais mucho caso), antes de añadir los corazones de alcachofa y dejarlos que se hicieran un rato.
Mi comadrona ha llegado con el hambre propio de quien ha desayunado casi ocho horas antes y se ha sentado expectante, cual cura en casa de feligrés, a ver qué es lo que le caía. Le he presentado, con una cierta parafernalia decorativa, la cazuelita en cuestión y le he servido su ración con la exquisitez propia de quien ha visitado los mejores restaurantes del país de la boina.
- Uhmm, están muy buenas. Pero creo que te has pasado en el limón.
- ¿Limón?. La receta de tu madre no lleva limón.
- Pues esto sabe a limón.
Llevo demasiados lustros de convivencia como para saber que si ella dice que sabe a limón es que sabe a limón. Mi comadrona no tiene recursos gustativos y olfativos como el común de los mortales. Tiene un cromatógrafo integrado entre la boca y la nariz, que no puede igualar ni el más caro de los que yo pueda adquirir en el mercado. Así que el científico que llevo dentro ha empezado a cavilar a toda prisa, se le ha encendido la luz de alerta y ha salido disparado al cubo en el que acumulamos el vidrio (estamos en fase de entrenamiento, ante el decreto Bildu sobre basuras que se nos avecina).
Y mi disco duro no ha fallado. En la etiqueta estaba la clave: Corazones de alcachofa, sal, agua, y acidulante: ácido cítrico. Ácido cítrico, un aditivo (E-330) que gusta especialmente a todos aquellos que quieren presentar sus conservas como "naturales". ¿O no es el ácido cítrico tan natural como los limones de los que procede?. Los lectores de este Blog ya saben que eso no es así, si me leen con atención (que es lo que deben hacer).
El causante del "exceso de limón" detectado por mi cromatógrafo conyugal no es el fabricante de las alcachofas. Ni mi suegra con su pertinaz consejo de que nada para cocinar unas alcachofas como su propio líquido de cocción. El culpable es este imbécil que os escribe, que se ha pasado en tiempo de cocción, evaporando demasiado el agua y aumentado así la concentración de ácido cítrico en el caldito resultante.
O sea, como el Ferrán. Metiéndome en terrenos en los que tengo carencias. ¡Y a mi que me encanta el blog de Falsarius Chef, donde todos los platos se preparan con latas y otros productos que uno puede encontrar en el súper..!.
He optado por usar una receta, tradicional en mi familia consorte. Una pequeña cazuela (somos dos), un poco de aceite de oliva virgen, cebollita cortada con primor que he pochado con cariño, jamón ibérico en trocitos que me vende un carnicero amigo (golfista para más señas) y que he dorado con similar cariño, un poco del caldo en el que venían envasadas las alcachofas (fundamental según mi suegra) y una pizca de harina que he dejado tostarse levemente en la misma cazuela (velouté creo que llaman a la mezcla, pero no me hagais mucho caso), antes de añadir los corazones de alcachofa y dejarlos que se hicieran un rato.
Mi comadrona ha llegado con el hambre propio de quien ha desayunado casi ocho horas antes y se ha sentado expectante, cual cura en casa de feligrés, a ver qué es lo que le caía. Le he presentado, con una cierta parafernalia decorativa, la cazuelita en cuestión y le he servido su ración con la exquisitez propia de quien ha visitado los mejores restaurantes del país de la boina.
- Uhmm, están muy buenas. Pero creo que te has pasado en el limón.
- ¿Limón?. La receta de tu madre no lleva limón.
- Pues esto sabe a limón.
Llevo demasiados lustros de convivencia como para saber que si ella dice que sabe a limón es que sabe a limón. Mi comadrona no tiene recursos gustativos y olfativos como el común de los mortales. Tiene un cromatógrafo integrado entre la boca y la nariz, que no puede igualar ni el más caro de los que yo pueda adquirir en el mercado. Así que el científico que llevo dentro ha empezado a cavilar a toda prisa, se le ha encendido la luz de alerta y ha salido disparado al cubo en el que acumulamos el vidrio (estamos en fase de entrenamiento, ante el decreto Bildu sobre basuras que se nos avecina).
Y mi disco duro no ha fallado. En la etiqueta estaba la clave: Corazones de alcachofa, sal, agua, y acidulante: ácido cítrico. Ácido cítrico, un aditivo (E-330) que gusta especialmente a todos aquellos que quieren presentar sus conservas como "naturales". ¿O no es el ácido cítrico tan natural como los limones de los que procede?. Los lectores de este Blog ya saben que eso no es así, si me leen con atención (que es lo que deben hacer).
El causante del "exceso de limón" detectado por mi cromatógrafo conyugal no es el fabricante de las alcachofas. Ni mi suegra con su pertinaz consejo de que nada para cocinar unas alcachofas como su propio líquido de cocción. El culpable es este imbécil que os escribe, que se ha pasado en tiempo de cocción, evaporando demasiado el agua y aumentado así la concentración de ácido cítrico en el caldito resultante.
O sea, como el Ferrán. Metiéndome en terrenos en los que tengo carencias. ¡Y a mi que me encanta el blog de Falsarius Chef, donde todos los platos se preparan con latas y otros productos que uno puede encontrar en el súper..!.