viernes, 18 de julio de 2025

Plastifóbicos bajo sospecha. Las tortillas del CSIC, un año despues.

Ahora hace un año (el 18 de julio de 2024), comentábamos aquí una noticia que me hacía llegar un lector del Blog, noticia publicada en ABC y cuyo titular decía, literalmente, “El CSIC detecta tóxicos en envases plásticos y alerta del riesgo de su transferencia a los alimentos al calentarlos”. Aunque lo que llamó la atención de mi comunicante no fue el titular sino el hecho de que la noticia hablara, específicamente, del caso de las tortillas que se venden en supermercados, listas para calentar y comer. Cuando me leí el artículo periodístico, constaté que la científica a la que entrevistaban reconocía que el estudio no se había publicado aún, una práctica que parece ser habitual en ella (puse otros ejemplos en esa entrada), siguiendo aquello de “vender la piel del oso antes de cazarlo”. Una práctica que me cabrea sobremanera porque, cuando leo noticias destinadas a alarmar a la gente, lo que me gusta es poder leer el artículo del que, presuntamente, se sacan las conclusiones que se publicitan. Así que, al final de la entrada, os prometía dejar pasar un año para ver si el asunto de las tortillas había acabado por salir en algún artículo científico.

Os puedo confirmar que el artículo ha salido, publicado por la revista Journal of Hazardous Materials. Y como suele ser habitual en cada publicación científica, se suele reseñar el proceso de revisión que la mismo ha sufrido por parte de la revista. Según se puede leer en el artículo, éste se recibió en la revista el 5 de febrero de este año 2025. Parece que hubo algún problema en un primer análisis por parte de los revisores, con lo que se presentó una versión corregida el 7 de abril, que se aceptó el día 15 de abril y se publicó online dos días más tarde. O sea, que el artículo salió del ordenador de los autores casi siete meses después de que la investigadora principal del mismo propagara sus datos en los medios. Y se publicó, en su versión aprobada tras la revisión por pares, que es la que importa, nueve meses después. Que yo sepa, ningún medio ha comparado lo que dijo la autora hace casi un año (fácil de leer) con lo que realmente dice ahora el artículo (prolijo en siglas y números). Entre otras razones porque los propios autores ya se encargarán de que la oficina de prensa de su Centro no pase noticia alguna a los tribuletes. Con lo que el daño creado por la alarma difundida hace un año permanece inalterable en las hemerotecas. Pero, al menos en este caso, vuestro Búho se ha leído en profundidad el artículo científico publicado y, sin cobraros nada, os lo cuenta.

En el artículo se analizan 109 muestras de diferentes alimentos comprados en tiendas y supermercados, cubriendo toda una gama que va desde alimentos infantiles a aceites pasando por cereales, legumbres, azúcar y edulcorantes, condimentos, productos lácteos y huevos, frutas y vegetales, pescados y productos cárnicos. Envasados en diferentes tipos de envases (no solo en plástico) o vendidos simplemente envueltos en los papeles que se usan en carnicerías y pescaderías. Adicionalmente, se compraron muestras de alimentos envasados en plástico y preparados para ser calentadas en un microondas. Concretamente, dos de brócoli, dos de purés vegetales, dos de patatas y dos de las mencionadas tortillas. Además, unas pechugas de pollo y unos filetes de cerdo se cocinaron al horno dentro de unos envases de polietilen tereftalato (PET) que se suelen utilizar para recoger los jugos que se desprenden durante la cocción y, de paso, no manchar el horno. Tanto en el caso de los cocinados en microondas como en horno convencional, se analizaron los alimentos antes y después de la cocción, para investigar la posible migración de sustancias químicas del envase al alimento.

Cada muestra fue analizada a la búsqueda de 45 sustancias químicas usadas como plastificantes (sustancias utilizadas para hacer que los plásticos sean más blanditos), pertenecientes a tres familias diferentes: los denostados ftalatos (PAEs, su acrónimo en inglés), plastificantes sin ftalatos (NPPs), alternativa de los anteriores y, en tercer lugar, los que interesan sobremanera al grupo de investigación autor del artículo, los ésteres organofosforados (OPEs) que, además de como plastificantes, se usan y han usado como retardantes a la llama en electrodomésticos, muebles, etc. Los autores resumen sus resultados diciendo que el 85% de las muestras exhibían la presencia de al menos uno de los plastificantes investigados. La concentración total media de los aditivos fue de 65 nanogramos /gramo (ng/g) de muestra, siendo más alta en las carnes (193) mientras que en otros casos, como en los aceites, los plastificantes eran indetectables.

Si ya particularizamos en las tres familias de plastificantes investigadas, los plastificantes sin ftalatos eran los detectados más frecuentemente (en un 65% de los casos) con una concentración media de 12.4 ng/g. Los ftalatos se detectaban en el 51% de los casos con una concentración media de 1.07 ng/g, mientras que los organofosforados aparecían en un 52% de los casos con una concentración media de 0.17 ng/g. Es decir, y esto es de mi cosecha, los considerados más peligrosos (OPEs y PAEs) y que la investigadora principal no olvida nunca de mencionar a la prensa, estén sus estudios relacionados con ellos o no, están en cantidades entre 10 y 100 veces inferiores a los de la tercera familia. Entre los pertenecientes a ella, los más abundantes en el muestreo efectuado son el tributil acetil citrato (ATBC) y el etil hexil adipato (DEHA). Se trata de aditivos que, como he mencionado, se introdujeron como alternativos a los ftalatos y considerados seguros tanto por la FDA americana como al EFSA europea, como el artículo reconoce.

Pero dejémonos de cifras y siglas y vayamos a lo que quizás, a estas alturas de la película, os estaréis preguntando. ¿Pueden las cantidades detectadas y, en muchos casos, cuantificadas resultar peligrosas para nuestra salud? Para evaluar el riesgo potencial, los autores calculan primero la ingesta diaria de esos plastificantes a través de los alimentos investigados y su participación en la dieta habitual de tres diferentes segmentos de la población (adultos, niños y recién nacidos). Una vez hecho eso, evalúan el cociente de peligrosidad (HQ) de cada una de esas sustancias, dividiendo la ingesta diaria de ellas entre la cantidad a partir de la que comienza a ser peligrosa esa ingesta, según marca el criterio de las agencias que velan por nuestra salud. Un valor de 1 o superior de ese HQ indicaría que la ingesta de una sustancia puede poner en riesgo nuestra salud. Pues bien, considerando los valores medios de las concentraciones encontradas, dichos valores de HQ son cientos y hasta millones de veces más pequeños que esa linea roja que marca el valor HQ=1.

Es verdad que en toxicología, al hacer estimaciones del HQ, los toxicólogos toman muchas medidas de prevención y evalúan los riesgos en escenarios más extremos. Y así, más que usar la media de los valores encontrados, usan el llamado percentil 95%, el valor más alto por debajo del cual están incluidos el 95% de todos los valores encontrados (recordad el percentil a la hora de medir o pesar a los niños. Si están en el percentil 95% quiere decir que ganan al 95% de la muestra). Tomando como valores esos percentiles 95%, el escenario más protector de los usuarios, en lugar de los valores medios, los valores HQ evidentemente suben pero, aun y así, resultan ser entre decenas y miles de veces más pequeños que 1. Solo en un caso (el DEPH ya citado y en niños de hasta un año) el HQ llega a valer 1.79, algo que casi es anecdótico.

Hay algún otro comentario que no puedo dejar de hacer. Por ejemplo, la metodología experimental para extraer esos plastificantes y poder así analizarlos convenientemente con las potentes técnicas analíticas que tiene los investigadores, tiene poco que ver con lo que ocurre en el tracto digestivo de los humanos que ingieren esos alimentos. Antes de analizar cada muestra, 1 gramo seco de cualquiera de los alimentos se extrae dos veces con una mezcla de hexano y acetona con agitación por ultrasonidos durante 15 minutos. Luego siguen otros procesos de centrifugación, intercambio de disolventes, evaporación de los mismos y vuelta a centrifugar. Nada que, desde luego, va a pasar en nuestro tracto gastrointestinal. Que se extraigan mejor o peor y pasen a nuestro organismo pudiera ser debatible pero no nos consta.

Bueno, ¿y qué ha pasado con las famosas tortillas de mi comunicante? Pues algo bastante sorprendente a tenor de lo que parecía indicar la noticia de ABC de hace un año. Tras introducir un envase, como el que veis en la figura que ilustra esta entrada, en un microondas a 800 W durante 3 minutos, los plastificantes de tipo no ftalato, pasan de no ser detectados a 3.12 ng/g, los esteres fosforados no se detectan ni antes ni después de la cocción y los ftalatos bajan de 66.5 ng/g a 56.2 ng/g. Así que, si hacemos lo que hacen los autores en la Tabla 2 de su artículo (de la que he tomado esos resultados) y sumamos los contenidos totales de las tres familias, el contenido total en plastificantes de las tortillas pasadas por el microondas es inferior al que tenían antes de cocinarse. Justo lo contrario de lo que decía la investigadora principal del artículo en ABC.

Y si nos fijamos en los alimentos cocinados en bolsas de PET en un horno a 180º durante 30 minutos (incluidos también en la Tabla 2), los resultados son aún más sorprendentes por lo erráticos. En el caso del pollo los plastificantes más abundantes son los de tipo no ftalato que aumentan de 43.4 a 73.7 ng/g. Los ftalatos pasan de 9.20 a no poder ser detectados una vez horneados (!) y los ésteres fosforados no se detectan ni antes ni después. Así que, en conjunto, la suma de plastificantes aumenta con la cocción de 52.6 a 73.7 ng/g, únicamente debido a los plastificantes de tipo no ftalato. Pero si uno hornea, en el mismo tipo de bolsa de PET, una porción de cerdo, los plastificantes de tipo no ftalato no se detectan ni antes ni después del horneado, los ftalatos vuelven a desaparecer durante el horneado (de 18 ng/g a nada) y los ésteres fosforados aumentan muy levemente desde 1.11 ng/g a 1.36. Con lo que la concentración total disminuye de 19.1 ng/g antes de hornear a 1.36 después de hornear. Con este batiburrillo de datos y tendencias yo no sacaría muchas conclusiones sobre el efecto de hornos y microondas en la transferencia de plastificantes.

En la entrada del Blog que mencionaba arriba, otra comunicante decía que a ella le interesaba más el tipo de sustancias que podían trasmitirse a su niña desde esos pavimentos de plástico que suele haber en los patios de los colegios, sobre los que el mismo grupo del CSIC había publicitado cosas igualmente alarmantes, aduciendo que a lo largo de 2025 se publicaría otro artículo que lo demostraba. Por ahora no lo encuentro pero seguiré comprobando si se publica o no. Y también os prometo, en breve, una nueva entrada sobre otro caso del que ya hablamos hace meses (las espátulas y otros utensilios negros para cocinar), pero que sigue teniendo derivadas interesantes.

De Sergei Rachmaninov (cuya música os propuse en la útima entrada), un extracto del primer movimiento del Concierto para piano No. 2 con Kirill Gerstein al piano, la Filarmónica de Berlín y Semyon Bychkov a la batuta, que seguro que, entre concierto y concierto, andará, como suele, disfrutando de la gastronomía vasca a uno y otro lado de la frontera, acompañado de su pareja, la pianista Marielle Labèque.

Leer mas...

jueves, 10 de julio de 2025

Canas y colorantes

El Búho es aficionado al ciclismo (que no practicante) desde la niñez, cuando llegué a animar en vivo y en directo a D. Federico Martín Bahamontes en el col du Tourmalet, el año que ganó el Tour (1959). Ahora no me pierdo en la tele las grandes vueltas, donde disfruto de las hazañas de los corredores y de los paisajes que se nos muestran. En las últimas ediciones de estas vueltas participa el equipo Alpecin, financiado por una marca que comercializa un champú cuyos reclamos publicitarios son llevar cafeína como componente para fortalecer el cabello y que puede usarse para hacer que desaparezcan las canas. He querido probarlo para las mías, pero la Búha ha sido más partidaria de que use otro champú que evita que esas canas adquieran un tono amarillento debido, según he leído, a la acción de los rayos UV del sol. He cumplido órdenes y la cuestión estaba zanjada hasta que, recientemente, con ocasión de la actuación de Bruce Springsteen en Donosti, he tenido en mi casa a una amiga, forofa del Boss donde las haya, que se vanagloria de su pelo blanco y es la autora de uno de los Blogs más veteranos y afamados de este país. Compartiendo ratos juntos salió el asunto de nuestras respectivas canas y sus tonos y quedé con ella en contar algo sobre la química implicada en el proceso de evitar los tonos amarillos. Y al documentarme, he aprendido muchas cosas.

Los colores amarillo y violeta son tonos opuestos en la rueda cromática. Por ello, los ingredientes químicos más usados en champús destinados a eliminar los mencionados tonos amarillos son colorantes con nombres como Violet 2, Basic Violet 16 o Acid Violet 43. Este último es el que figura en la composición del champú que está en mi ducha y es un clásico en la formulación de muchos otros productos de este tipo. Químicamente es una molécula compleja, de fórmula general C₂₄H₃₄ClN₃,  que data de finales del siglo XIX, cuando se adjudicó a un tal Hugo Hassencamp, residente en Elberfeld, Alemania, una patente que incluía esa sustancia entre una serie de colorantes parecidos, derivados de los subproductos de petróleo. Se trata de un producto cuya seguridad ha sido evaluada tanto por la Unión Europea (EU) a través del denominado Comité Científico de Seguridad de los Consumidores de la UE (SCCS) como en EEUU por parte de la FDA. Ambos comités autorizan el uso de esa sustancia para uso cosmético, pero únicamente en productos capilares no permanentes (como es el caso de champús o acondicionadores que se enjuagan con agua), productos donde no debe sobrepasar la concentración del 0.5%.

Toxicológicamente hablando, no se considera mutagénico ni cancerígeno a las dosis permitidas. Tampoco se acumula en el cuerpo y tiene un bajo coeficiente de penetración dérmica (especialmente si se enjuaga, como ocurre en su uso habitual), aunque puede causar reacciones alérgicas en personas sensibles (siempre hay un alérgico para algo). Si usas un champú de este tipo y lo compras por internet, sería bueno que revisaras su composición porque un colorante muy similar, el Basic Violet 16, está prohibido en la UE por su posible carácter mutagénico.

Como estamos en tiempos en los que todo debe de ser natural, estoy seguro que muchos de mis lectores y lectoras estarán ya preguntándome en la distancia si no hay champús de este tipo que empleen sustancias que no sean sintéticas. Pues os confirmo que los hay pero, como también ocurre en el caso de los colorantes de uso alimentario de los que hablábamos en la anterior entrada, los sintéticos ganan por goleada, al menos frente a los de origen natural que se están vendiendo ahora. Estos últimos son productos extraídos de las más variadas plantas, frutas y flores como la zanahoria, el hibisco o los arándanos (entre otros) pero, en general, son poco duraderos cuando se exponen a la luz, el calor o el pH del champú. Además, algunos tiene efectos impredecibles en el color que finalmente proporcionan a las canas y, lo que es más importante, no están regulados como están los sintéticos.

Un adecuado inciso, llegados a este punto de la regulación, es que los colorantes usados en cosmética y los usados en alimentación tienen un marco legal distinto. En el caso de Europa, los primeros se rigen por el Reglamento (CE) Nº 1223/2009, mientras que a los segundos se les aplica el Reglamento (CE) Nº 1333/2008. El seguimiento del cumplimiento de esa normativa lo hace el ya mencionado SCCS (Comité Científico de Seguridad del Consumidor) en el caso de los colorantes de uso cosmético, mientras que es la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria), la que es competente en el caso de los colorantes de uso alimentario. En el ámbito europeo, los colorantes cosméticos se identifican con un código que empieza por las letras CI ( de Color Index) seguidas de una serie de cinco números, mientras que los alimentarios se denotan por los famosos números E-. Y así, por ejemplo, nuestro Acid Violet 43 también es conocido con el número CI 44055.

Es curioso mencionar que, en algunos casos, un mismo colorante está permitido tanto para uso cosmético como para uso alimentario. Como el denominado rojo cochinilla, que ya usaba Stradivarius para dar el ligero tono rojizo a sus violines, como contábamos en esta entrada. Pues bien, el rojo cochinilla está permitido como colorante cosmético bajo las siglas CI 75470 y como colorante alimentario con la numeración E-120.

Pero siguiendo con el asunto del amarilleamiento de las canas, podemos retomar el origen de esta entrada y hablar un poco del champú que patrocina al equipo ciclista Alpecin. Existen estudios, algunos incluso muy recientes, que parecen evidenciar las posibilidades de la cafeína en el control de la caída del cabello, aunque la cosa no está clara del todo. Lo que si parece es que en lo relativo al control de las canas, Alpecin no combate el amarilleamiento de las mismas, sino que busca el que literalmente desparezcan, al menos en cierta medida. Para ello emplea colorantes como el CI 47005 y otros, que depositan un pigmento oscuro en el cabello gris que se une al mismo por adsorción en la superficie y hace que las canas desaparezcan temporalmente, sobre todo si no hay muchas. Intuyo que la dama que me visitó a finales de junio, orgullosa como está del tono de su pelo, no quiere esa solución. Y la Búha tampoco la quiere para mi caso. En resumen, ambos colorantes tienen un efecto cosmético temporal, no permanente, pero mientras el Acid Violet 43 corrige tonos amarillos no deseados, el CI47005 oscurece levemente las canas para reducir su visibilidad.

Cumplida la misión encomendada con una entrada de tipo veraniego que corresponde al mes de julio, acabamos con música relajante: de Sergei Rachmaninov: Rapsodia sobre un tema de Paganini con Nikolai Lugansky al piano y Tugan Sokhiev dirigiendo a la Filarmónica de Berlín.

Leer mas...

sábado, 28 de junio de 2025

Es bueno tener gato para decirle xapi!!

Empecemos con una aclaración previa. El término xapi, según el diccionario Elhuyar, es una interjección que en euskera se utiliza para alejar al gato (zape). La frase completa del titular era usada por la abuela materna de la Búha cuando quería decir lo cómodo que resulta tener a alguien al que cargarle una culpa. Y luego veremos de qué gato hablamos.

Cada día hay una nueva oleada de noticias relacionadas con el movimiento Make American Healthy Again (MAHA), acuñado y liderado por Robert F. Kennedy Jr. (a partir de ahora RFK Jr), Secretario de Salud y Servicios Humanos del Gobierno Trump. El acrónimo MAHA está elegido a imagen y semejanza del Make American Great Again (MAGA) acuñado por su jefe. Entre las últimas ocurrencias de RFK Jr está su ataque a la fluoración del agua potable, en un acto en el que saludaba con fanfarrias el que el estado de Utah la elimine. También, recientemente, se cargó de un plumazo a todos los miembros del comité consultivo sobre vacunas, eligiendo otros que, casualmente, comulgan con sus ideas antivacunas. Otras perlas que se le han escapado desde que está en el cargo, derivan de su convencimiento de que es mejor consumir leche cruda o que hay que abandonar el uso de aceites vegetales para seguir cocinando con sebo de vacuno. Perο yo me voy a centrar aquí en su particular cruzada contra los colorantes sintéticos usados en alimentos y bebidas.

El pasado 9 de mayo la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) americana, ya controlada por el Kennedy, anunció que aprobaba tres nuevas peticiones de aditivos de color provenientes de fuentes naturales. RFK Jr saludó la noticia diciendo literalmente: "Hoy damos un paso importante para hacer que Estados Unidos vuelva a ser saludable. Durante demasiado tiempo, nuestro sistema alimentario ha dependido de tintes sintéticos a base de petróleo que no ofrecen valor nutricional y plantean riesgos innecesarios para la salud. Estamos eliminando estos tintes y aprobando alternativas seguras y naturales, para proteger a las familias y apoyar opciones más saludables".

La frase es todo un compendio de afirmaciones quimiofóbicas. Primero, por la inclusión en su soflama del término petróleo, que parece inducir a pensar que cuando consumimos un colorante alimentario nos estamos metiendo petróleo en el cuerpo. Dos, porque cualquier aditivo alimentario natural o artificial, en las cantidades que se usan como tales aditivos, tiene poco valor nutricional y en cuanto a que son más seguros, si me seguís leyendo, comprobaréis que eso está por ver.

Los colorantes y otros aditivos y su influencia en una presunta hiperactividad, la falta de atención o la obesidad de los niños son, para RFK Jr, el gato al que decirle xapi!! en un entorno de graves carencias alimentarias como es su gran América. Usando como potencial beneficiario de sus medidas a ese segmento sensible de la población, cuenta para cimentar su campaña con la ayuda de algunos colectivos tan dudosos como determinados influencers o las llamadas MAHA moms cuyos objetivos podéis tener claros con solo pinchar el link que os acabo de poner (no lo dejéis de hacer). Gracias a ello ataca la credibilidad de funcionarios de la FDA y de muchos científicos que, a nivel global, siguen diciendo que los colorantes que están en el mercado (por ejemplo los bautizados con los números E entre el 100 y el 180 en la Unión Europea) son seguros en las dosis establecidas.

El asunto de los potenciales peligros de los colorantes sintéticos lleva dando vueltas en los medios y la literatura científica desde hace tiempo. Ahora hace más de once años que, en una entrada de este Blog, os relataba la moda que por entonces parecía imponerse, relativa a sustituir ciertos aditivos alimentarios, incluidos los que dan color, por nuevas versiones de ellos obtenidas de fuentes naturales o con el concurso de microorganismos y procesos fermentativos. Mi amigo Unai Ugalde, que de estas cosas sabe un montón, ya entonces nos dejaba claro, en un comentario a la entrada, que una determinada sustancia química, ya sea producida por los químicos a partir de derivados de petróleo o por bichos a partir de biomasa es la misma. Y segundo, que habría que ver si en esos procesos fermentativos, además de la sustancia buscada, no se generan otras más o menos problemáticas.

La realidad es que, once años después, muchas de las alternativas entonces propuestas no han llegado muy lejos. Empresas como Kraft, General Mills, Kellogs o Mars, que entonces se implicaron en cambios de colorantes por la presión de los consumidores y reformularon, con costes muy altos, algunos productos, pronto descubrieron que mientras que una parte de la población ciertamente reclamaba productos de origen natural, muchos más rechazaban las versiones que se les ofrecían por problemas como su falta de brillantez, la inestabilidad del color en el tiempo, su comportamiento ante medios de diferente acidez y otros muchos detalles, aparentemente poco importantes, pero que acaban influyendo en la elección del consumidor. Así que los alimentos con colorantes sintéticos han permanecido en los estantes de las tiendas y supermercados junto con algunas nuevas opciones de color natural.

Pero la cosa parece ahora ponerse más fea para las empresas productoras de alimentos que emplean colorantes, ante las prisas de RFK Jr para implantar su MAHA. Ya ha anunciado a las mismas que, voluntariamente y para 2026, deben usar colorantes provenientes de fuentes naturales. Las empresas aducen que producir alternativas naturales con las mismas propiedades que los sintéticos en tan breve plazo es complicado, por razones como las expuestas en el párrafo anterior. Y, como decía al principio y vamos a ver ahora, está por ver si esas alternativas son tan seguras como se propugna, cuando se las investigue con la misma profundidad y empeño que se hace con las sustancias sintéticas.

Y así, uno de los colorantes aprobados que se podrá usar desde el 26 de junio es un extracto de la flor del guisante mariposa, especie conocida en botánica como Clitoria ternatea. El vibrante color azul de la flor del guisante mariposa se debe principalmente a la presencia de una antocianina, concretamente la delfinidina 3,3',5'-triglucósido. Las antocianinas son una clase de pigmentos vegetales conocidos por sus propiedades antioxidantes y de cambio de color. Cuando las hojas secas de la flor de guisante se ponen en agua caliente se obtiene algo parecido a un té (el té azul) que algunos ingieren. Pero cuando el agua se evapora se puede obtener un sólido que puede usarse como aditivo para dar color a bebidas, lácteos, cereales, etc.

La delfinidina, como casi todas las demás antocianinas, es sensible a la acidez o el pH del medio. En soluciones neutras o ligeramente alcalinas (como el agua corriente), se presenta en una forma que produce un color azul o azul púrpura como acabamos de contar. La adición de un ácido (como el zumo de limón) hace que disolución tome un tono rosado o morado. Por el contrario, la adición de una base (como el bicarbonato de sodio) puede cambiar el color hacia el verde. Así que la cosa puede dar mucho juego en el mercado de los colorantes.

Pero aunque su consumo se considera seguro si se hace con moderación, la flor del guisante mariposa y su extracto pueden provocar algunos efectos secundarios, sobre todo si se consumen en grandes cantidades o por personas sensibles (como todo, incluidos los colorantes sintéticos). Se han descrito náuseas, dolor de estómago y diarrea, y es posible que se produzcan reacciones alérgicas, aunque raras. Las mujeres embarazadas y las personas con ciertas afecciones médicas deben consultar a un profesional de la salud antes de consumirla. Y, lo que es más importante, en el extracto habrá, además de delfinidina, otras sustancias químicas que, esperamos todos, la FDA investigue adecuadamente.

Tenía un servidor prácticamente terminada esta entrada cuando me llegó una alerta de la revista Nature, en la que su Editora Sénior, Helen Pearson, analiza los primeros cien días del mandato de RFK Jr y su MAHA. Tomando como base otra de sus estridentes declaraciones según la cual “EEUU es la nación más enferma del mundo y que tiene la tasa más alta de enfermedades crónicas”, la autora analiza diversos problemas estructurales de la salud en EEUU. Constata que, ciertamente, la expectativa de vida de los americanos es más baja que la de otros países de similar índice de vida y que si uno mira a la expectativa de vida saludable (los años que uno no solo está vivo sino en buenas condiciones), la cosa aún es peor. Incide en que la obesidad es un factor clave que redunda en distintas enfermedades crónicas que justifican los datos anteriores. Pero, para justificar esas diferencias con otros países occidentales, hay que tener también en cuenta la incidencia de la violencia armada, las drogas (de las que el Secretario de Salud sabe algo, en carne propia) o los accidentes de tráfico.

Así que, según la autora, el Sr. Secretario de Salud tiene un largo trabajo por delante. Si quiere centrarse en las enfermedades crónicas, lo primero que tendría que hacer es reducir la obesidad de sus conciudadanos que, obviamente, no se debe a los colorantes sintéticos sino al consumo excesivo de azúcares y grasas y a una dieta general muy deficiente. Tendría que lanzar campañas amplias contra la violencia armada, las drogas y la seguridad vial. Y reforzar el sistema sanitario, sobre todo en lo relativo a la prevención. La autora también advierte de que el enfoque de RFK Jr en vacunas y recortes presupuestarios para la investigación en enfermedades podría ser contraproducente, al desviar recursos de áreas críticas.

Y para acabar, permitidme una maldad. Me río como Pulgoso, pero sin hacer ruido, cuando veo que las proclamas de RFK Jr sobre el petróleo, los colorantes de él derivados y sus implicaciones sobre la salud (el gato al que echar la culpa de casi todo), las podría haber sacado de algunas páginas de “expertos” en salud, vendedores de medicinas alternativas y otros humos o de histéricos de la alimentación de su país. Y de otro pequeño en el que vivo. Algunos de esos colectivos han pertenecido tradicionalmente a la izquierda (incluso radical) de toda la vida. Como RFK Jr……

Hoy no hay clásica en sentido estricto. Frank Sinatra y la canción Send in the Clowns. Como él mismo explica al principio, la historia de una ruptura sentimental…

Leer mas...

sábado, 14 de junio de 2025

Humo de vapeadores y un metilo

Avisaba en la última entrada que me iba para Galicia. Ya hemos vuelto. Siempre voy con el propósito de escribir algo, pero al final no hago nada más que mirar la Ría de Arousa que me hipnotiza. Pero mientras estoy allí, me siguen llegando alertas de muchos sitios así que este año, como otros, no ha me ha quedado más remedio que irlas leyendo y anotando las que me interesan, entre las que siempre suele haber alguna con tintes quimiofóbicos. Y ya en casa, y para aterrizar en mi rutina diaria, voy a empezar por contaros una noticia que me ha llamado la atención, por venir de quien viene. En cierta forma tiene que ver con los vapeadores y calentadores que simulan a los cigarrillos de tabaco pero que no cunda el pánico, no voy a volver sobre un tema del que ya hay varias entradas (como esta o esta otra) en el Blog. Y que, dicho sea de paso, me han acarreado siempre cariñosas reprimendas de algunos de mis suscriptores. La presente entrada tiene de fondo a esos dispositivos pero se refiere a un gazapo quimiofóbico de una asociación médica que, en principio, podemos considerar como seria.

Y que no es otra que la American Medical Association (AMA), la organización de médicos más grande de EEUU. Fue fundada en 1847 y a ella pertenecen más del 50% de los médicos que ejercen en ese país. Edita una de las revistas médicas más prestigiosas, el Journal of the American Medical Association (JAMA para los iniciados) y actúa también como lobby o grupo de presión en cuestiones como el intrusismo profesional o en las derivadas de decisiones gubernamentales que no satisfacen a la clase médica americana. Como se ve un colectivo con mucha historia, peso y relevancia científica.

El caso es que este 30 de mayo, la AMA publicó una entrada en un Blog que forma parte de su página web y en la que se recogían las opiniones de un neumólogo sobre los riesgos de los vapeadores. Entrada a la que, si queréis, le podéis echar un vistazo en este enlace. No creo que os diga nada que no hayáis leído recientemente en los medios, ya sea con ocasión del día contra el tabaco o en relación con las intenciones de la Ministra de Sanidad de prohibir todo tipo de dispositivo electrónico que emule a un cigarrillo.

Pero varios cazadores de gazapos quimiofóbicos se han centrado en una frase de esa entrada en la que el citado neumólogo dice literalmente que “uno de los ingredientes más comunes en los líquidos de vapeo es una sustancia química llamada propilenglicol, que es un aditivo habitual en los alimentos y que, también puede utilizarse para fabricar anticongelantes, pinturas, disolventes y humo artificial". Precisamente, esta última “habilidad” del propilenglicol es la que se emplea en los vapeadores para que el fumador pueda exhalar algo parecido al humo que se produce en la combustión de un cigarrillo habitual.

La metedura de pata del galeno es, para los cazadores de quimiofóbicos, de juzgado de guardia. Se confunde al propilenglicol (PPG) con otra sustancia química, el etilenglicol (EG), que es el que realmente se usa en la fabricación de anticongelantes y demás ítems de la frase. En lo que únicamente acierta el neumólogo es en lo de aditivo habitual en los alimentos lo cual, siendo correcto, parece un contrasentido en su argumentación. De hecho, en la legislación europea sobre aditivos alimentarios, el PPG está denotado con el número E-1520 y en cosmética y farmacología como E490. En la legislación americana, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) lo considerado un producto GRAS (Generally Recognized as Save) o, lo que es lo mismo, una sustancia que se considera segura en las condiciones de uso previstas en alimentos. Así que no es de extrañar que, entre las muchísimas aplicaciones del propilenglicol en diversos ámbitos, está la de emplearse en los inhaladores que usan las personas que tienen crisis asmáticas, llegando a los mismos lugares del organismo que llega cuando alguien vapea.

La pequeña diferencia entre el etilenglicol y el propilenglicol está en que el segundo tiene un grupo metilo más (CH3 para los químicos), suficiente para que, desde el punto de vista de la toxicidad, las diferencias entre uno y otro sean palmarias. Y así, cuando el etilenglicol se metaboliza en el organismo humano, se produce ácido oxálico, muy peligroso, del que ya hablamos en una entrada anterior sobre los cálculos renales y puede producir insuficiencia renal y daños neurológicos. Sin embargo, al metabolizar propilenglicol, las sustancias que se generan (metabolitos) son los ácidos láctico y pirúvico, que solo a concentraciones muy altas pueden producir alguna diarrea o alguna irritación leve.

Lo que está claro es que al neumólogo sabe poco de Química o se le ha ido la mano al relacionar el propilenglicol con los anticongelantes en un intento de impresionar. Aunque dada su profesión, lo de los inhaladores para el asma lo tiene que conocer. Y en lógica consecuencia estos últimos también deberían prohibirse. Por otro lado, su propia afirmación de que el propilenglicol se usa en alimentación le tendría que haber inducido a tirar del hilo un poco más. Todos cometemos errores y no nos vamos a meter más con él pero, en principio, en esas declaraciones parece asomar la patita de un quimiofóbico. Asi que avisados estáis de que si os aducen lo del propilenglicol y el anticongelante para que no uséis vapeadores, es un cuento chino.

Y un poco de música para animar el día. Un extracto de dos minutos de la Rapsodia rumana nº 1 de George Enescu, con la Filarmónica de Berlin y Sir Simon Ruttle a la batuta. Grabada hace exactamente 10 años.

Leer mas...

viernes, 30 de mayo de 2025

Microplásticos en número y en peso

Tengo un amigo, catedrático de Estadística aplicada, que acumula titulares que usan su materia inadecuadamente (por falta de conocimiento), o hacen mal uso de ella por motivos más espurios. Creo que voy a tener que hacer lo mismo con titulares de noticias que reseñan nuevos artículos científicos sobre la omnipresencia de los microplásticos en todo tipo de medios, sobre todo en el mar y en los organismos vivos. El que hoy menciono no es que tenga más importancia que otros, pero ha sido el detonante de hablar de algo que también llevaba tiempo con ganas de hacerlo. Me refiero al hecho de que, cuando se habla de la omnipresencia de esos micro- o nanoplasticos, casi siempre se habla del número de ellos y no de su peso. Y a fin de cuentas, cuando hablamos de sustancias tóxicas, lo que importa casi siempre es el peso. Pero lo del número (miles, millones) da pie a titulares que impresionan bastante más al lector que lo del peso en micro o miligramos. Y voy a ver si lo explico. Pero vayamos por partes.

La noticia a la que hago mención, se publicó en El País el pasado 30 de abril con el siguiente titular: “Mar de plástico: un estudio global de los océanos mide miles de micropartículas hasta en la fosa de las Marianas”. El artículo describe un artículo muy interesante que se centra en medir las concentraciones de microplásticos en los océanos a profundidades superiores al medio metro, complementando así a la mayoría de los estudios realizados hasta ahora, centrados en el entorno de la superficie. Es un metanálisis, es decir, que analiza los resultados ya publicados en otros artículos, entre 2014 y 2024, que han tomado muestras en 1885 localizaciones diferentes a lo largo y ancho de los océanos, entre las que se encuentra una en las proximidades de la famosa fosa de las Marianas a una profundidad de casi siete kilómetros (la fosa llega bastante más abajo). En la mayoría de las artículos se han medido concentraciones de microplásticos, casi todos inferiores a 100 micras de tamaño, expresándolas en número de ellos por metro cúbico (mil litros) de agua de mar.

No sé como interpretáis el titular después de esta introducción, pero lo que a mi me parece que se desprende de su lectura (y que, por aquello de mis sesgos, algunos amigos me han confirmado) es que, globalmente, el estudio ha encontrado miles de partículas por metro cúbico en las diferentes localizaciones estudiadas, incluida la citada fosa de las Marianas. Pues bien, la cosa no es así. Globalmente, las concentraciones encontradas en esas localizaciones oscilan entre un número inapreciable de micropartículas y más de 10000 por metro cúbico de agua marina, con una media de de unas 200. Y solo en el artículo que estudiaba la fosa de las Marianas, se alcanzaban las 13500 partículas. Me parece a mi que alguien ha hecho un titular a medida para obtener muchos Likes.

Cuando uno se lee el artículo científico y la reseña de El País “adornada” por ese titular, esta última refleja bastante bien lo que dice el primero, entre otras cosas porque se hace eco de lo que ha contado a El País uno de los autores del mismo, un científico japonés. El artículo contiene muchos resultados de interés que darían para más de una entrada (que no descarto) como, por ejemplo, la variación del número de partículas con la profundidad. O también que, al mencionar la acumulación de basura de todo tipo, microplásticos incluidos, en la llamada Gran Mancha de Basura del Pacífico (Great Pacific Garbage Patch), que dio lugar hace años a que se acuñara el término "islas de plástico", los autores dejen claro que, como yo me he cansado de repetir en mis charlas sobre el tema, dichas islas no existen. Y no lo dice un piernas como yo, sino una página de la prestigiosa NOAA americana, que ya hace años desmintió al que popularizó el término, Charles J. Moore, un navegante y oceanógrafo estadounidense fundador de la organización ecologista Algalita Marine Research Foundation.

Y vamos con el asunto del número y el peso de los microplásticos que mencionaba al principio. Según algunos autores, cuantificar los microplásticos en número es más fácil que en peso, gracias a las modernas técnicas microscópicas de las que disponemos ahora. Pero yo no lo tengo muy claro. Por ejemplo, las famosas PM10, tan importantes a la hora de cuantificar la calidad del aire de nuestras ciudades, se miden en peso por metro cúbico de aire, pesándolas directamente tras su recolección por filtros adecuados. Y su tamaño es del orden de una pocas micras, como el de los microplásticos. En cualquier caso, si no lo hacemos directamente, estimar el contenido en microplásticos en peso por unidad de volumen, implica el tener que suponer una cierta forma geométrica de las micropartículas (una esfera, un cilindro, un paralelepípedo de pequeña altura), para poder calcular así el volumen y luego con la densidad del plástico (que se conoce bien en todos los importantes) calcular el peso. Pero la propia microscopía de las partículas nos revela que su morfología es muy variopinta.

Aún y así vamos a hacer una estimación con un modelo sencillo. Ya he contado aquí que muchos de los microplásticos son en realidad microfibras que provienen de las redes de plástico, de nuestras vestimentas, etc. Y una microfibra la podemos conceptuar en términos de su morfología como un microplástico de forma cilíndrica. Muchas fibras sintéticas (como las textiles de poliéster o acrílicos) que acaban como microplásticos en el océano miden entre 0,5 y 5 mm de largo. Un valor de 1 mm o, lo que es lo mismo, 1000 micras (o micrómetros µm), es un valor central dentro de ese intervalo y se usa a menudo como referencia en estudios que requieren un tamaño “tipo”. Por otro lado, los diámetros de las fibras textiles oscilan entre 10 y 30 µm, dependiendo del polímero y del proceso de fabricación, por lo que 20 micras es un valor medio razonable.

Considerando a esa microfibra tipo, su volumen, como cilindro que es, se calcula como el área de la base por la altura. Si suponemos que es un poliéster (PET) con una densidad de 1,38 g/cc, el peso de esa solitaria y minúscula microfibra que hemos elegido es 0,00043 miligramos o 0,43 microgramos (µg). Así que si todos los microplásticos de las muestras investigadas fueran microfibras, las 200 micropartículas por metro cúbico que, en promedio, determina el estudio arriba mencionado que existen en las profundidades de los océanos, pesarían 86 µg o, lo que es igual, menos de una décima de miligramo de microplástico por cada mil litros de agua. Y las 13500 del caso especial de la isla de las Marianas pesarían algo menos de 6 miligramos por metro cúbico. Similares cálculos se pueden hacer con otras geometrías pero, si me creéis, ello no altera en lo fundamental las conclusiones que aquí hemos extraído.

Para poner en contexto los cálculos que acabamos de hacer, todos los microplásticos medidos en la fosa de las Marianas por metro cúbico de agua sería el equivalente a un 0,1% del peso de una bolsa de plástico de súper, que pesa unos 6 gramos. Pero el caso de las Marianas, a pesar del titular de El País, se sale de madre, desde el punto de vista estadístico, de lo que es más normal en los océanos. De hecho, tomando la media de 200 microplásticos y su peso de 86 µg por unidad, supondrían poco más del 0.001% de una bolsa de plástico.

Como decía al principio, no debemos olvidar además que, en Toxicología, es habitual referirse a las concentraciones que pueden causar daño en unidades de peso por unidad de volumen o peso. Por ejemplo, las dosis de ingesta admisibles de la ONU, relativas a las cantidades de una sustancia tóxica que podemos consumir sin problemas a lo largo de toda nuestra vida, se dan en diversas unidades de peso (miligramos, microgramos, picogramos, etc.) por kilo de peso de quien las consume. Y la contaminación por dioxinas, en entornos próximos a las incineradoras, se han dado y se dan por unidades de peso, similares a las que acabo de mencionar, por metro cúbico de aire que sale de las chimeneas o por gramo de terreno cercano. Además, dado que muchas veces se habla de las sustancias tóxicas que puedan contener los microplásticos (monómeros, plastificantes y otros aditivos), sería mucho más fácil hacer una estimación de su concentración a partir de concentraciones de microplástico en peso que en número.

Espero que estas sencillas consideraciones permitan ver los datos de algunos titulares de otra manera. Pero, sobre todo, no os quedéis con lo que parece decir un titular.

Hoy, música de Albéniz, Tango de la mano de Tabea Zimmenmann a la viola y mi admirado Javier Perianes al piano. Y me voy a pasar unos días con mis amigos gallegos.

Leer mas...

Powered By Blogger