Plastifóbicos bajo sospecha. Las tortillas del CSIC, un año despues.
Ahora hace un año (el 18 de julio de 2024), comentábamos aquí una noticia que me hacía llegar un lector del Blog, noticia publicada en ABC y cuyo titular decía, literalmente, “El CSIC detecta tóxicos en envases plásticos y alerta del riesgo de su transferencia a los alimentos al calentarlos”. Aunque lo que llamó la atención de mi comunicante no fue el titular sino el hecho de que la noticia hablara, específicamente, del caso de las tortillas que se venden en supermercados, listas para calentar y comer. Cuando me leí el artículo periodístico, constaté que la científica a la que entrevistaban reconocía que el estudio no se había publicado aún, una práctica que parece ser habitual en ella (puse otros ejemplos en esa entrada), siguiendo aquello de “vender la piel del oso antes de cazarlo”. Una práctica que me cabrea sobremanera porque, cuando leo noticias destinadas a alarmar a la gente, lo que me gusta es poder leer el artículo del que, presuntamente, se sacan las conclusiones que se publicitan. Así que, al final de la entrada, os prometía dejar pasar un año para ver si el asunto de las tortillas había acabado por salir en algún artículo científico.
Os puedo confirmar que el artículo ha salido, publicado por la revista Journal of Hazardous Materials. Y como suele ser habitual en cada publicación científica, se suele reseñar el proceso de revisión que la mismo ha sufrido por parte de la revista. Según se puede leer en el artículo, éste se recibió en la revista el 5 de febrero de este año 2025. Parece que hubo algún problema en un primer análisis por parte de los revisores, con lo que se presentó una versión corregida el 7 de abril, que se aceptó el día 15 de abril y se publicó online dos días más tarde. O sea, que el artículo salió del ordenador de los autores casi siete meses después de que la investigadora principal del mismo propagara sus datos en los medios. Y se publicó, en su versión aprobada tras la revisión por pares, que es la que importa, nueve meses después. Que yo sepa, ningún medio ha comparado lo que dijo la autora hace casi un año (fácil de leer) con lo que realmente dice ahora el artículo (prolijo en siglas y números). Entre otras razones porque los propios autores ya se encargarán de que la oficina de prensa de su Centro no pase noticia alguna a los tribuletes. Con lo que el daño creado por la alarma difundida hace un año permanece inalterable en las hemerotecas. Pero, al menos en este caso, vuestro Búho se ha leído en profundidad el artículo científico publicado y, sin cobraros nada, os lo cuenta.
En el artículo se analizan 109 muestras de diferentes alimentos comprados en tiendas y supermercados, cubriendo toda una gama que va desde alimentos infantiles a aceites pasando por cereales, legumbres, azúcar y edulcorantes, condimentos, productos lácteos y huevos, frutas y vegetales, pescados y productos cárnicos. Envasados en diferentes tipos de envases (no solo en plástico) o vendidos simplemente envueltos en los papeles que se usan en carnicerías y pescaderías. Adicionalmente, se compraron muestras de alimentos envasados en plástico y preparados para ser calentadas en un microondas. Concretamente, dos de brócoli, dos de purés vegetales, dos de patatas y dos de las mencionadas tortillas. Además, unas pechugas de pollo y unos filetes de cerdo se cocinaron al horno dentro de unos envases de polietilen tereftalato (PET) que se suelen utilizar para recoger los jugos que se desprenden durante la cocción y, de paso, no manchar el horno. Tanto en el caso de los cocinados en microondas como en horno convencional, se analizaron los alimentos antes y después de la cocción, para investigar la posible migración de sustancias químicas del envase al alimento.
Cada muestra fue analizada a la búsqueda de 45 sustancias químicas usadas como plastificantes (sustancias utilizadas para hacer que los plásticos sean más blanditos), pertenecientes a tres familias diferentes: los denostados ftalatos (PAEs, su acrónimo en inglés), plastificantes sin ftalatos (NPPs), alternativa de los anteriores y, en tercer lugar, los que interesan sobremanera al grupo de investigación autor del artículo, los ésteres organofosforados (OPEs) que, además de como plastificantes, se usan y han usado como retardantes a la llama en electrodomésticos, muebles, etc. Los autores resumen sus resultados diciendo que el 85% de las muestras exhibían la presencia de al menos uno de los plastificantes investigados. La concentración total media de los aditivos fue de 65 nanogramos /gramo (ng/g) de muestra, siendo más alta en las carnes (193) mientras que en otros casos, como en los aceites, los plastificantes eran indetectables.
Si ya particularizamos en las tres familias de plastificantes investigadas, los plastificantes sin ftalatos eran los detectados más frecuentemente (en un 65% de los casos) con una concentración media de 12.4 ng/g. Los ftalatos se detectaban en el 51% de los casos con una concentración media de 1.07 ng/g, mientras que los organofosforados aparecían en un 52% de los casos con una concentración media de 0.17 ng/g. Es decir, y esto es de mi cosecha, los considerados más peligrosos (OPEs y PAEs) y que la investigadora principal no olvida nunca de mencionar a la prensa, estén sus estudios relacionados con ellos o no, están en cantidades entre 10 y 100 veces inferiores a los de la tercera familia. Entre los pertenecientes a ella, los más abundantes en el muestreo efectuado son el tributil acetil citrato (ATBC) y el etil hexil adipato (DEHA). Se trata de aditivos que, como he mencionado, se introdujeron como alternativos a los ftalatos y considerados seguros tanto por la FDA americana como al EFSA europea, como el artículo reconoce.
Pero dejémonos de cifras y siglas y vayamos a lo que quizás, a estas alturas de la película, os estaréis preguntando. ¿Pueden las cantidades detectadas y, en muchos casos, cuantificadas resultar peligrosas para nuestra salud? Para evaluar el riesgo potencial, los autores calculan primero la ingesta diaria de esos plastificantes a través de los alimentos investigados y su participación en la dieta habitual de tres diferentes segmentos de la población (adultos, niños y recién nacidos). Una vez hecho eso, evalúan el cociente de peligrosidad (HQ) de cada una de esas sustancias, dividiendo la ingesta diaria de ellas entre la cantidad a partir de la que comienza a ser peligrosa esa ingesta, según marca el criterio de las agencias que velan por nuestra salud. Un valor de 1 o superior de ese HQ indicaría que la ingesta de una sustancia puede poner en riesgo nuestra salud. Pues bien, considerando los valores medios de las concentraciones encontradas, dichos valores de HQ son cientos y hasta millones de veces más pequeños que esa linea roja que marca el valor HQ=1.
Es verdad que en toxicología, al hacer estimaciones del HQ, los toxicólogos toman muchas medidas de prevención y evalúan los riesgos en escenarios más extremos. Y así, más que usar la media de los valores encontrados, usan el llamado percentil 95%, el valor más alto por debajo del cual están incluidos el 95% de todos los valores encontrados (recordad el percentil a la hora de medir o pesar a los niños. Si están en el percentil 95% quiere decir que ganan al 95% de la muestra). Tomando como valores esos percentiles 95%, el escenario más protector de los usuarios, en lugar de los valores medios, los valores HQ evidentemente suben pero, aun y así, resultan ser entre decenas y miles de veces más pequeños que 1. Solo en un caso (el DEPH ya citado y en niños de hasta un año) el HQ llega a valer 1.79, algo que casi es anecdótico.
Hay algún otro comentario que no puedo dejar de hacer. Por ejemplo, la metodología experimental para extraer esos plastificantes y poder así analizarlos convenientemente con las potentes técnicas analíticas que tiene los investigadores, tiene poco que ver con lo que ocurre en el tracto digestivo de los humanos que ingieren esos alimentos. Antes de analizar cada muestra, 1 gramo seco de cualquiera de los alimentos se extrae dos veces con una mezcla de hexano y acetona con agitación por ultrasonidos durante 15 minutos. Luego siguen otros procesos de centrifugación, intercambio de disolventes, evaporación de los mismos y vuelta a centrifugar. Nada que, desde luego, va a pasar en nuestro tracto gastrointestinal. Que se extraigan mejor o peor y pasen a nuestro organismo pudiera ser debatible pero no nos consta.
Bueno, ¿y qué ha pasado con las famosas tortillas de mi comunicante? Pues algo bastante sorprendente a tenor de lo que parecía indicar la noticia de ABC de hace un año. Tras introducir un envase, como el que veis en la figura que ilustra esta entrada, en un microondas a 800 W durante 3 minutos, los plastificantes de tipo no ftalato, pasan de no ser detectados a 3.12 ng/g, los esteres fosforados no se detectan ni antes ni después de la cocción y los ftalatos bajan de 66.5 ng/g a 56.2 ng/g. Así que, si hacemos lo que hacen los autores en la Tabla 2 de su artículo (de la que he tomado esos resultados) y sumamos los contenidos totales de las tres familias, el contenido total en plastificantes de las tortillas pasadas por el microondas es inferior al que tenían antes de cocinarse. Justo lo contrario de lo que decía la investigadora principal del artículo en ABC.
Y si nos fijamos en los alimentos cocinados en bolsas de PET en un horno a 180º durante 30 minutos (incluidos también en la Tabla 2), los resultados son aún más sorprendentes por lo erráticos. En el caso del pollo los plastificantes más abundantes son los de tipo no ftalato que aumentan de 43.4 a 73.7 ng/g. Los ftalatos pasan de 9.20 a no poder ser detectados una vez horneados (!) y los ésteres fosforados no se detectan ni antes ni después. Así que, en conjunto, la suma de plastificantes aumenta con la cocción de 52.6 a 73.7 ng/g, únicamente debido a los plastificantes de tipo no ftalato. Pero si uno hornea, en el mismo tipo de bolsa de PET, una porción de cerdo, los plastificantes de tipo no ftalato no se detectan ni antes ni después del horneado, los ftalatos vuelven a desaparecer durante el horneado (de 18 ng/g a nada) y los ésteres fosforados aumentan muy levemente desde 1.11 ng/g a 1.36. Con lo que la concentración total disminuye de 19.1 ng/g antes de hornear a 1.36 después de hornear. Con este batiburrillo de datos y tendencias yo no sacaría muchas conclusiones sobre el efecto de hornos y microondas en la transferencia de plastificantes.
En la entrada del Blog que mencionaba arriba, otra comunicante decía que a ella le interesaba más el tipo de sustancias que podían trasmitirse a su niña desde esos pavimentos de plástico que suele haber en los patios de los colegios, sobre los que el mismo grupo del CSIC había publicitado cosas igualmente alarmantes, aduciendo que a lo largo de 2025 se publicaría otro artículo que lo demostraba. Por ahora no lo encuentro pero seguiré comprobando si se publica o no. Y también os prometo, en breve, una nueva entrada sobre otro caso del que ya hablamos hace meses (las espátulas y otros utensilios negros para cocinar), pero que sigue teniendo derivadas interesantes.
De Sergei Rachmaninov (cuya música os propuse en la útima entrada), un extracto del primer movimiento del Concierto para piano No. 2 con Kirill Gerstein al piano, la Filarmónica de Berlín y Semyon Bychkov a la batuta, que seguro que, entre concierto y concierto, andará, como suele, disfrutando de la gastronomía vasca a uno y otro lado de la frontera, acompañado de su pareja, la pianista Marielle Labèque.
Os puedo confirmar que el artículo ha salido, publicado por la revista Journal of Hazardous Materials. Y como suele ser habitual en cada publicación científica, se suele reseñar el proceso de revisión que la mismo ha sufrido por parte de la revista. Según se puede leer en el artículo, éste se recibió en la revista el 5 de febrero de este año 2025. Parece que hubo algún problema en un primer análisis por parte de los revisores, con lo que se presentó una versión corregida el 7 de abril, que se aceptó el día 15 de abril y se publicó online dos días más tarde. O sea, que el artículo salió del ordenador de los autores casi siete meses después de que la investigadora principal del mismo propagara sus datos en los medios. Y se publicó, en su versión aprobada tras la revisión por pares, que es la que importa, nueve meses después. Que yo sepa, ningún medio ha comparado lo que dijo la autora hace casi un año (fácil de leer) con lo que realmente dice ahora el artículo (prolijo en siglas y números). Entre otras razones porque los propios autores ya se encargarán de que la oficina de prensa de su Centro no pase noticia alguna a los tribuletes. Con lo que el daño creado por la alarma difundida hace un año permanece inalterable en las hemerotecas. Pero, al menos en este caso, vuestro Búho se ha leído en profundidad el artículo científico publicado y, sin cobraros nada, os lo cuenta.
En el artículo se analizan 109 muestras de diferentes alimentos comprados en tiendas y supermercados, cubriendo toda una gama que va desde alimentos infantiles a aceites pasando por cereales, legumbres, azúcar y edulcorantes, condimentos, productos lácteos y huevos, frutas y vegetales, pescados y productos cárnicos. Envasados en diferentes tipos de envases (no solo en plástico) o vendidos simplemente envueltos en los papeles que se usan en carnicerías y pescaderías. Adicionalmente, se compraron muestras de alimentos envasados en plástico y preparados para ser calentadas en un microondas. Concretamente, dos de brócoli, dos de purés vegetales, dos de patatas y dos de las mencionadas tortillas. Además, unas pechugas de pollo y unos filetes de cerdo se cocinaron al horno dentro de unos envases de polietilen tereftalato (PET) que se suelen utilizar para recoger los jugos que se desprenden durante la cocción y, de paso, no manchar el horno. Tanto en el caso de los cocinados en microondas como en horno convencional, se analizaron los alimentos antes y después de la cocción, para investigar la posible migración de sustancias químicas del envase al alimento.
Cada muestra fue analizada a la búsqueda de 45 sustancias químicas usadas como plastificantes (sustancias utilizadas para hacer que los plásticos sean más blanditos), pertenecientes a tres familias diferentes: los denostados ftalatos (PAEs, su acrónimo en inglés), plastificantes sin ftalatos (NPPs), alternativa de los anteriores y, en tercer lugar, los que interesan sobremanera al grupo de investigación autor del artículo, los ésteres organofosforados (OPEs) que, además de como plastificantes, se usan y han usado como retardantes a la llama en electrodomésticos, muebles, etc. Los autores resumen sus resultados diciendo que el 85% de las muestras exhibían la presencia de al menos uno de los plastificantes investigados. La concentración total media de los aditivos fue de 65 nanogramos /gramo (ng/g) de muestra, siendo más alta en las carnes (193) mientras que en otros casos, como en los aceites, los plastificantes eran indetectables.
Si ya particularizamos en las tres familias de plastificantes investigadas, los plastificantes sin ftalatos eran los detectados más frecuentemente (en un 65% de los casos) con una concentración media de 12.4 ng/g. Los ftalatos se detectaban en el 51% de los casos con una concentración media de 1.07 ng/g, mientras que los organofosforados aparecían en un 52% de los casos con una concentración media de 0.17 ng/g. Es decir, y esto es de mi cosecha, los considerados más peligrosos (OPEs y PAEs) y que la investigadora principal no olvida nunca de mencionar a la prensa, estén sus estudios relacionados con ellos o no, están en cantidades entre 10 y 100 veces inferiores a los de la tercera familia. Entre los pertenecientes a ella, los más abundantes en el muestreo efectuado son el tributil acetil citrato (ATBC) y el etil hexil adipato (DEHA). Se trata de aditivos que, como he mencionado, se introdujeron como alternativos a los ftalatos y considerados seguros tanto por la FDA americana como al EFSA europea, como el artículo reconoce.
Pero dejémonos de cifras y siglas y vayamos a lo que quizás, a estas alturas de la película, os estaréis preguntando. ¿Pueden las cantidades detectadas y, en muchos casos, cuantificadas resultar peligrosas para nuestra salud? Para evaluar el riesgo potencial, los autores calculan primero la ingesta diaria de esos plastificantes a través de los alimentos investigados y su participación en la dieta habitual de tres diferentes segmentos de la población (adultos, niños y recién nacidos). Una vez hecho eso, evalúan el cociente de peligrosidad (HQ) de cada una de esas sustancias, dividiendo la ingesta diaria de ellas entre la cantidad a partir de la que comienza a ser peligrosa esa ingesta, según marca el criterio de las agencias que velan por nuestra salud. Un valor de 1 o superior de ese HQ indicaría que la ingesta de una sustancia puede poner en riesgo nuestra salud. Pues bien, considerando los valores medios de las concentraciones encontradas, dichos valores de HQ son cientos y hasta millones de veces más pequeños que esa linea roja que marca el valor HQ=1.
Es verdad que en toxicología, al hacer estimaciones del HQ, los toxicólogos toman muchas medidas de prevención y evalúan los riesgos en escenarios más extremos. Y así, más que usar la media de los valores encontrados, usan el llamado percentil 95%, el valor más alto por debajo del cual están incluidos el 95% de todos los valores encontrados (recordad el percentil a la hora de medir o pesar a los niños. Si están en el percentil 95% quiere decir que ganan al 95% de la muestra). Tomando como valores esos percentiles 95%, el escenario más protector de los usuarios, en lugar de los valores medios, los valores HQ evidentemente suben pero, aun y así, resultan ser entre decenas y miles de veces más pequeños que 1. Solo en un caso (el DEPH ya citado y en niños de hasta un año) el HQ llega a valer 1.79, algo que casi es anecdótico.
Hay algún otro comentario que no puedo dejar de hacer. Por ejemplo, la metodología experimental para extraer esos plastificantes y poder así analizarlos convenientemente con las potentes técnicas analíticas que tiene los investigadores, tiene poco que ver con lo que ocurre en el tracto digestivo de los humanos que ingieren esos alimentos. Antes de analizar cada muestra, 1 gramo seco de cualquiera de los alimentos se extrae dos veces con una mezcla de hexano y acetona con agitación por ultrasonidos durante 15 minutos. Luego siguen otros procesos de centrifugación, intercambio de disolventes, evaporación de los mismos y vuelta a centrifugar. Nada que, desde luego, va a pasar en nuestro tracto gastrointestinal. Que se extraigan mejor o peor y pasen a nuestro organismo pudiera ser debatible pero no nos consta.
Bueno, ¿y qué ha pasado con las famosas tortillas de mi comunicante? Pues algo bastante sorprendente a tenor de lo que parecía indicar la noticia de ABC de hace un año. Tras introducir un envase, como el que veis en la figura que ilustra esta entrada, en un microondas a 800 W durante 3 minutos, los plastificantes de tipo no ftalato, pasan de no ser detectados a 3.12 ng/g, los esteres fosforados no se detectan ni antes ni después de la cocción y los ftalatos bajan de 66.5 ng/g a 56.2 ng/g. Así que, si hacemos lo que hacen los autores en la Tabla 2 de su artículo (de la que he tomado esos resultados) y sumamos los contenidos totales de las tres familias, el contenido total en plastificantes de las tortillas pasadas por el microondas es inferior al que tenían antes de cocinarse. Justo lo contrario de lo que decía la investigadora principal del artículo en ABC.
Y si nos fijamos en los alimentos cocinados en bolsas de PET en un horno a 180º durante 30 minutos (incluidos también en la Tabla 2), los resultados son aún más sorprendentes por lo erráticos. En el caso del pollo los plastificantes más abundantes son los de tipo no ftalato que aumentan de 43.4 a 73.7 ng/g. Los ftalatos pasan de 9.20 a no poder ser detectados una vez horneados (!) y los ésteres fosforados no se detectan ni antes ni después. Así que, en conjunto, la suma de plastificantes aumenta con la cocción de 52.6 a 73.7 ng/g, únicamente debido a los plastificantes de tipo no ftalato. Pero si uno hornea, en el mismo tipo de bolsa de PET, una porción de cerdo, los plastificantes de tipo no ftalato no se detectan ni antes ni después del horneado, los ftalatos vuelven a desaparecer durante el horneado (de 18 ng/g a nada) y los ésteres fosforados aumentan muy levemente desde 1.11 ng/g a 1.36. Con lo que la concentración total disminuye de 19.1 ng/g antes de hornear a 1.36 después de hornear. Con este batiburrillo de datos y tendencias yo no sacaría muchas conclusiones sobre el efecto de hornos y microondas en la transferencia de plastificantes.
En la entrada del Blog que mencionaba arriba, otra comunicante decía que a ella le interesaba más el tipo de sustancias que podían trasmitirse a su niña desde esos pavimentos de plástico que suele haber en los patios de los colegios, sobre los que el mismo grupo del CSIC había publicitado cosas igualmente alarmantes, aduciendo que a lo largo de 2025 se publicaría otro artículo que lo demostraba. Por ahora no lo encuentro pero seguiré comprobando si se publica o no. Y también os prometo, en breve, una nueva entrada sobre otro caso del que ya hablamos hace meses (las espátulas y otros utensilios negros para cocinar), pero que sigue teniendo derivadas interesantes.
De Sergei Rachmaninov (cuya música os propuse en la útima entrada), un extracto del primer movimiento del Concierto para piano No. 2 con Kirill Gerstein al piano, la Filarmónica de Berlín y Semyon Bychkov a la batuta, que seguro que, entre concierto y concierto, andará, como suele, disfrutando de la gastronomía vasca a uno y otro lado de la frontera, acompañado de su pareja, la pianista Marielle Labèque.