Contador y el riesgo cero
Mientras desayunaba en esta mañana de domingo, la revista de prensa de un magazine de una importante radio daba cuenta de varias noticias en los periódicos del día relativas al caso Contador. Parece ahora que hay una marea de opiniones, desde los más diversos estamentos, sacando la cara por el ciclista y criticando la sanción que se le ha impuesto. Desde su humilde condición de bloguero poco seguido, el Búho también se suma a esas opiniones, aunque probablemente no coincidamos unos y otros en las razones por las que rechazamos la sanción. Y yo voy a explicar aquí las mías.
El Búho pequeñito era muy aficionado a la bicicleta. Desde mi más tierna infancia he tenido bici y, en los orígenes, me llevé alguna bronca paterna importante por irme con ella más allá de los confines naturales de mi barrio, explorando las peligrosas carreteras de los alrededores. A esa afición ciclista contribuyó el ambiente de mi pueblo, con una activa Junta de Organizaciones Ciclistas que organizaba todo tipo de eventos, en los que empezaron a despuntar ciclistas tan conocidos como Domingo Perurena y otros muchos vestidos con la camisola del equipo Kas. El otro promotor de mi afición fue un tío materno, con el que llegué a estar en el Tourmalet el año en el que Fede Bahamontes ganó el Tour (o el siguiente, no lo tengo claro). Aquello era tener afición!. Llegar desde Hernani hasta el Tourmalet, cuyas últimas rampas eran más gravilla que carretera y en las que el vetusto Renault 4-4 en el que viajábamos respiraba peor que los ciclistas que íbamos a ver.
De aquella época tengo un primer recuerdo relativo al ciclismo y el doping. Cuando la Vuelta a España pasaba por las irredentas colinas que tengo cerca, un día vi a otra figura de la época, Jesús Loroño, terminando de subir la famosa Cuesta de la Guitarra, una desaparecida tachuelita entre Rentería y Oyarzun. Y me acuerdo como si fuera hoy de su boca llena de espuma, cual perro rabioso de los tebeos. Desconozco el causante de tal emulsión, pero es casi seguro que estamos hablando de algún precursor de lo que hoy llamamos doping.
En mi reciente intervención en Tarragona, en la charla inaugural del Año de la Química en la Universidad Rovira i Virgili, mantuve la tesis de que una parte de la ansiedad quimifóbica actual se asienta en las herramientas analíticas de las que disponemos los químicos, herramientas que nos han permitido detectar sustancias en concentraciones del orden de las partes por trillón o, incluso, de las partes por cuatrillón. De hecho, la concentración de clembuterol detectada en Contador es del orden de 50 partes por trillón, una concentración fácilmente accesible por técnicas bastante convencionales. Pero eso no quita para que esas concentraciones sean minúsculas. 50 partes por trillón es algo similar a detectar 50 gramos de una sustancia en un millón de toneladas del medio que la contenga. Y, como digo, podemos ir bastante más abajo. De hecho, en el asunto de moléculas fluoradas implicadas en la síntesis del teflón, se han detectado ácidos perfluorados en agua de mar en cantidades de partes por cuatrillón (gramos en mil millones de toneladas).
Es prácticamente incuestionable que esas técnicas van a seguir evolucionando en los próximos años. ¿Hasta cuándo?. No lo sabemos. Pero todo tiene la pinta de que vayamos a seguir un proceso de corte asintótico, muy parecido al que explico yo a mis estudiantes cuando introduzco el cero absoluto de temperaturas. Decía Nernst en su enunciado del 3º Principio de la Termodinámica que "es imposible alcanzar el cero absoluto de temperaturas en un número finito de pasos". Pues yo creo que aquí se puede enunciar algo similar. A medida que vayamos mejorando, en etapas finitas, las prestaciones de nuestras técnicas analíticas, nos iremos acercando a la utopía de poder asegurar que una sustancia no se encuentra en absoluto en lo que estamos analizando, utopía que solo alcanzaríamos con una mejora infinita de dichas técnicas. Lo que quiere decir, en términos más sencillos, que si ahora parece que no detectamos una sustancia, puede que la detectemos con la siguiente generación de técnicas analíticas. Así que cada vez detectaremos más moléculas y en cantidades más pequeñas.
En el fondo, el argumento perverso que descansa en procesos como el de Contador es la persecución de esa utopía, lo que Rachel Carson y los ecologista de primera hornada llamaban "tolerancia cero" frente a los compuestos químicos peligrosos. Y el Búho mantiene que esa tranquilidad del cero va a ser cada vez más difícil de alcanzar. Lo paradójico es que ello debiera inducirnos más a la tranquilidad que al nerviosismo. Porque esas técnicas se han desarrollado y se desarrollarán para contribuir a nuestra seguridad y calidad de vida.
El Búho pequeñito era muy aficionado a la bicicleta. Desde mi más tierna infancia he tenido bici y, en los orígenes, me llevé alguna bronca paterna importante por irme con ella más allá de los confines naturales de mi barrio, explorando las peligrosas carreteras de los alrededores. A esa afición ciclista contribuyó el ambiente de mi pueblo, con una activa Junta de Organizaciones Ciclistas que organizaba todo tipo de eventos, en los que empezaron a despuntar ciclistas tan conocidos como Domingo Perurena y otros muchos vestidos con la camisola del equipo Kas. El otro promotor de mi afición fue un tío materno, con el que llegué a estar en el Tourmalet el año en el que Fede Bahamontes ganó el Tour (o el siguiente, no lo tengo claro). Aquello era tener afición!. Llegar desde Hernani hasta el Tourmalet, cuyas últimas rampas eran más gravilla que carretera y en las que el vetusto Renault 4-4 en el que viajábamos respiraba peor que los ciclistas que íbamos a ver.
De aquella época tengo un primer recuerdo relativo al ciclismo y el doping. Cuando la Vuelta a España pasaba por las irredentas colinas que tengo cerca, un día vi a otra figura de la época, Jesús Loroño, terminando de subir la famosa Cuesta de la Guitarra, una desaparecida tachuelita entre Rentería y Oyarzun. Y me acuerdo como si fuera hoy de su boca llena de espuma, cual perro rabioso de los tebeos. Desconozco el causante de tal emulsión, pero es casi seguro que estamos hablando de algún precursor de lo que hoy llamamos doping.
En mi reciente intervención en Tarragona, en la charla inaugural del Año de la Química en la Universidad Rovira i Virgili, mantuve la tesis de que una parte de la ansiedad quimifóbica actual se asienta en las herramientas analíticas de las que disponemos los químicos, herramientas que nos han permitido detectar sustancias en concentraciones del orden de las partes por trillón o, incluso, de las partes por cuatrillón. De hecho, la concentración de clembuterol detectada en Contador es del orden de 50 partes por trillón, una concentración fácilmente accesible por técnicas bastante convencionales. Pero eso no quita para que esas concentraciones sean minúsculas. 50 partes por trillón es algo similar a detectar 50 gramos de una sustancia en un millón de toneladas del medio que la contenga. Y, como digo, podemos ir bastante más abajo. De hecho, en el asunto de moléculas fluoradas implicadas en la síntesis del teflón, se han detectado ácidos perfluorados en agua de mar en cantidades de partes por cuatrillón (gramos en mil millones de toneladas).
Es prácticamente incuestionable que esas técnicas van a seguir evolucionando en los próximos años. ¿Hasta cuándo?. No lo sabemos. Pero todo tiene la pinta de que vayamos a seguir un proceso de corte asintótico, muy parecido al que explico yo a mis estudiantes cuando introduzco el cero absoluto de temperaturas. Decía Nernst en su enunciado del 3º Principio de la Termodinámica que "es imposible alcanzar el cero absoluto de temperaturas en un número finito de pasos". Pues yo creo que aquí se puede enunciar algo similar. A medida que vayamos mejorando, en etapas finitas, las prestaciones de nuestras técnicas analíticas, nos iremos acercando a la utopía de poder asegurar que una sustancia no se encuentra en absoluto en lo que estamos analizando, utopía que solo alcanzaríamos con una mejora infinita de dichas técnicas. Lo que quiere decir, en términos más sencillos, que si ahora parece que no detectamos una sustancia, puede que la detectemos con la siguiente generación de técnicas analíticas. Así que cada vez detectaremos más moléculas y en cantidades más pequeñas.
En el fondo, el argumento perverso que descansa en procesos como el de Contador es la persecución de esa utopía, lo que Rachel Carson y los ecologista de primera hornada llamaban "tolerancia cero" frente a los compuestos químicos peligrosos. Y el Búho mantiene que esa tranquilidad del cero va a ser cada vez más difícil de alcanzar. Lo paradójico es que ello debiera inducirnos más a la tranquilidad que al nerviosismo. Porque esas técnicas se han desarrollado y se desarrollarán para contribuir a nuestra seguridad y calidad de vida.