jueves, 25 de septiembre de 2025

Códigos QR y "aditivos" en el vino

Desde el 8 de diciembre de 2023, el vino comercializado debe incorporar en su etiquetado un logo más. Van tantos que ya casi no caben. Es un código QR sobre el que aparece el nombre ingredientes. Y lo hace en virtud de lo establecido en el Reglamento UE 2021/2117. Escaneando uno de esos QR con el móvil, os aparecerá en pantalla una dirección web que, picando en ella, os remitirá a la información contenida en ese código. Como ejemplo, os pongo un enlace a la información del QR de un conocido Rioja, donde podéis ver que tiene como ingredientes los siguientes: uvas, reguladores de la acidez(ácido tartárico (L(+)-)), conservantes (sulfitos). También aparece una información nutricional como la de cualquier alimento. La aparición de esa nueva información sobre el vino ha coincidido en el tiempo con una serie de artículos periodísticos un tanto exagerados (y quimiofóbicos), que me sirven de motivo de esta entrada.

El pasado 2 de agosto un artículo publicado en El Confidencial llevaba el siguiente titular: El vino que bebes no es lo que crees, te la están pegando con los aditivos. Según su autor, el vino que bebemos está lleno de aditivos, ya no tiene nada de artesanal y estamos consumiendo “productos industriales disfrazados de vino”. Después se enumeraban algunos de esos “aditivos”, a saber, “levaduras industriales diseñadas para controlar la fermentación, ácido tartárico o málico para controlar la acidez, taninos en polvo para modular la astringencia, chips de roble para simular el envejecimiento en barrica, enzimas sintéticas para potenciar el color y el aroma, e incluso proteínas de origen animal (huevo, leche, pescado o mariscos) para clarificar el vino”. En otro artículo, en este caso de El País, dedicado a los vinos naturales, una investigadora del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA-CSIC), sostenía que “la gente desconoce que el vino puede tener más de 60 ingredientes: coadyuvantes, aditivos, niveles de sulfitos que van de cero a 400 miligramos/litro,……”. En ese mismo artículo, un productor de vino “natural”, de la región de Valdeorras, acusa a las bodegas convencionales de “llenar de mierda, contaminar y envenenar a la gente” y un enólogo del sector pretende convencernos de la analogía existente entre un zumo de naranja natural y su versión industrial y el zumo de uva (aka vino natural) y el vino “industrial”.

Pero que no cunda el pánico. Lo primero que hay que saber es que estas cosas están reguladas en otro Reglamento europeo [(UE) 2019/934] que, en su Anexo I, parte A, cuadro 2, enumera los compuestos enológicos autorizados en la elaboración de vino, así como sus condiciones y límites de uso. Normativa que no es más que el reflejo de los avances de la Enología, la Ciencia que nos ha ayudado a entender y controlar los complicados mecanismos de la elaboración del vino, y cuyas bases modernas arrancan en el siglo XIX con los descubrimientos de Pasteur sobre el papel de las levaduras. Y aunque es cierto que el Reglamento contempla más de sesenta productos, agrupados en once familias (reguladores de acidez, conservantes, enzimas, etc.), la investigadora arriba citada exagera, dando a entender que cualquier vino que examinemos puede tener 60 ingredientes. Llevo semanas escaneando los QR que se me ponen por delante y el número de sustancias que se listan en el concepto ingredientes rara vez pasa de tres o cuatro, como ocurre también en el ejemplo del enlace de arriba.

El caso de las levaduras es un buen ejemplo de lo que la Enología y la Biotecnología han supuesto con respecto a las prácticas antiguas a las que parece algunos quieren volver. Las levaduras son consustanciales a los procesos de vinificación ya que sin ellas no hay vino, al ser las causantes de la fermentación alcohólica que transforma los azúcares de la uva en alcohol. Aunque se suele hablar de las levaduras Saccharomyces cerevidasae como las causantes de ese proceso, lo cierto es que en las uvas de una región o parcela concreta hay muchos tipos de Saccharomyces, además de otras levaduras (los interesados pueden leer este artículo sobre las que pueblan el paisaje vinícola de Nueva Zelanda). Se las suele denominar levaduras indígenas o salvajes y son las que propugnan los elaboradores del llamado vino “natural”. El pasado nos demuestra que la idea suena bien pero usarlas tal cual puede provocar ciertos resultados indeseados e impredecibles. Para evitar esos problemas algunos enólogos aíslan las cepas de levaduras de su viñedo, las cultivan en bioreactores y las inoculan de forma controlada. Así mantienen el carácter microbiano local (levaduras autóctonas) pero con la seguridad de que la fermentación se completará como debe. Y luego están las levaduras comerciales que cita el periodista, cepas estudiadas y cultivadas para fermentar de forma limpia, rápida o con un perfil aromático concreto, como el que buscan elaboradores de vinos más baratos.

En el artículo de El Confidencial se menciona también el uso de “enzimas sintéticas”, con toda la carga quimiofóbica que conlleva el adjetivo. Las enzimas son proteínas que catalizan reacciones químicas, presentes en todos los organismos vivos, incluidas las uvas y las propias levaduras. Gracias otra vez a la Enología y la Biotecnología, las bodegas utilizan enzimas purificadas para facilitar procesos que, de otro modo, serían más lentos, menos eficientes o más impredecibles. Se obtienen cultivando microorganismos que las producen (hongos como los Aspergillus niger, levaduras…) en condiciones controladas, para luego purificar las enzimas resultantes. El uso de algunas de ellas facilita, por ejemplo, el romper la piel de la uva y las pectinas de la pulpa, con lo que aumentan el rendimiento del prensado al obtener el mosto. Otras facilitan la extracción de color o de aromas “atrapados” por los azúcares, aportando así más expresión aromática al vino.

Gracias al clarificado se eliminan cosas como las levaduras muertas (lías), partículas en suspensión, proteínas o compuestos fenólicos en exceso que enturbiarían el vino o le darían sabores ásperos. Y para hacerlo, en zonas como Burdeos y Rioja, las claras de huevo se han usado desde el siglo XVIII, ya que las proteínas de la albúmina atrapan esas partículas en suspensión, formando agregados que luego se retiran. Ha sido tan común que bodegas clásicas como La Rioja Alta (que conozco bien) lo han recogido en sus publicaciones, como parte de su tradición histórica. Los otros clarificantes de origen animal que El Confidencial cita tampoco son nuevos. Pero es curioso que no mencione otros más recientes como la bentonita (una arcilla) o el quitosano (obtenido de hongos, no de crustáceos) que han aparecido, entre otros motivos, por la creciente presión del colectivo vegano, que no puede beber vinos en los que se hayan empleado esos clarificantes de origen animal.

Ácidos, como el tartárico o málico antes citados, son también consustanciales a la uva y el mosto. Sabemos que vasijas de más de 7000 años de antigüedad, descubiertas en zonas de Georgia o Irán, contuvieron uvas o vino porque las modernas técnicas analíticas han sido capaces de detectar en ellas la presencia de ambos ácidos. La Enología nos ha demostrado que la acidez (pH) de un vino es importante, por ejemplo, en la evolución del color de los tintos o evitando ciertos precipitados. Y usando ácidos como los mencionados podemos ajustar ese pH a los valores más adecuados. Los taninos son compuestos polifenólicos igualmente inherentes al vino. Provienen de la piel, las pepitas o los raspones (tallos) de la uva y, si el vino se envejece, de la madera de las barricas. Así que dependiendo de cómo manejemos estas variables el contenido en taninos puede ser muy diferente de vino a vino. A los que aportan cuerpo, color, sabor (astringencia y amargor) y estructura, además de contribuir a su capacidad de envejecimiento. Hoy en día se pueden añadir taninos para regular su contenido, taninos en polvo que se preparan, entre otros métodos, a partir de las propias semillas o pieles de uva. La concentración de taninos también se puede regular usando los denominados chips de madera, fragmentos de madera de roble tostado (francés, americano, húngaro…) que se añaden al vino durante o después de la fermentación y que se retiran posteriormente. Se trata de una práctica relativamente reciente y minoritaria para imitar (parcialmente) los efectos de una crianza en barrica, sin gastarse una pasta en barricas nuevas. En esta entrada del Blog de 2010 tenéis más detalles al respecto de estos curiosos “aditivos”. Si los chips fueran “aditivos”, las barricas también.

Aunque el periodista de El Confidencial no cita a los compuestos que genéricamente se conocen como sulfitos (el ingrediente que más me está apareciendo en los códigos QR), la investigadora del CSIC si lo hace, pero vuelve a exagerar en este caso con lo de los 400 mg/L, una cantidad que, como puede verse en la normativa, solo se permite a vinos muy especiales, generalmente obtenidos de uvas sobremaduradas como el Sauternes, los vinos Tokaji de Hungría o muchos vinos griegos. Sobre el asunto de los sulfitos hay en el Blog otra entrada de 2019, donde cuento el uso ancestral de los llamados aros y pajuelas de azufre, que, con su combustión, proporcionan anhídrido sulfuroso y por tanto sulfitos, para cargarse algunos microorganismos molestos, tanto en las barricas vacías como en las llenas de vino. Eso hace posible que un vino viaje, envejezca y llegue en buen estado al consumidor. Hoy en día, se adicionan al vino compuestos como los bisulfitos de sodio o potasio, que realizan la misma misión de forma controlada. Están regulados sus contenidos máximos autorizados, dependiendo de que el vino sea tinto o blanco, ecológico o no. En cualquier caso, cuando un vino supera los 10 mg/L de contenido en sulfitos, debe llevar la etiqueta “Contiene sulfitos” para alertar a un 1% de la población que puede sufrir alergias con ellos. Dado que las levaduras producen sulfitos de forma natural (en concentraciones entre 5–40 mg/L), puede darse la paradoja de que un vino sin adición alguna de “químicos” esté obligado a la mención “Contiene sulfitos”, al sobrepasar los mencionados 10 mg/L. Los especialistas de marketing de algunas bodegas lo disfrazan con expresiones como “sin sulfitos añadidos”.

En definitiva, la cosa no es lo que parece. La mayoría de las prácticas enológicas que hoy rodean al vino, ya se conocían desde hace décadas o siglos. Solo que ahora tienen una base científica. Y en cuanto a otras afirmaciones contenidas en esos artículos, hay que aclarar (sin entrar en muchos detalles) que, a diferencia del zumo de naranja, consumido casi inmediatamente, el zumo de uva fermenta, envejece en barrica e incluso en botella, variando a lo largo del tiempo su contenido en “químicos”. Y hay que preservarlo con otros para poderlo vender durante años. No tener en cuenta los avances que nos proporciona la Enología nos lleva a los paleovinos de los romanos (preservados en vasijas de plomo) o al uso de resinas en los vinos griegos de retsina (que todavía podéis pedir en ciertos bares de ese país). Poco recomendables y saludables, como lo fueron el txakolí, el ribeiro o algunos otros vinos regionales españoles hace cincuenta años y que hoy han mejorado ostensiblemente gracias a prácticas enológicas modernas. Y en cuanto a la radical postura del ciudadano de Valdeorras arriba mencionado, habría que decirle que, los que bebemos vino con asiduidad, sabemos que lo que nos está envenenando no son los aditivos regulados por la UE, sino el 13% de alcohol que todo vino bien nacido tiene, incluso el suyo.

Curiosamente, esa vuelta a los orígenes en forma de los vinos que El Confidencial nos recomienda como vinos “con una mínima intervención en la bodega, es decir, sin necesidad de usar “químicos”", ha originado una espiral en los precios de los mismos, lo que redunda en pingües beneficios para vinateros y restauradores (a través de sus sumilleres). Espiral alimentada por reclamos como vinos naturales, ecológicos o biodinámicos, así como por las recomendaciones de influencers del sector que casi se vanaglorian de provocar con ellas el fenómeno de la gentrificación del vino, según el cual “cuando un vino se vuelve de culto empieza a alcanzar precios inalcanzables, desplazando a quienes lo bebían al principio”. Vamos, como el fenómeno de la vivienda en mi pueblo, donde los guiris lo compran todo, suben los precios y desplazan a los del país. Luego, que si los jóvenes se pasan a la cerveza.

Y puesto que de beber se trata, el célebre brindis de La Traviata "Libiamo ne' lieti calici" o, lo que es lo mismo, “Bebamos de las copas alegres”. Desde el teatro de la Fenice de Venecia, con Daniel Harding (uno de mis directores favoritos ahora), la soprano Federica Lombardi y el tenor Freddie De Tommaso.

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domingo, 7 de septiembre de 2025

La homeopatía se retira sola. Y Boiron se "diluye" en Bolsa

Bastantes de los actuales suscriptores de mi Blog no lo eran cuando publiqué, en julio de 2022, mi más reciente entrada sobre la homeopatía. Así que la ocasión la pintan calva para que todos aquellos que no conozcan mi debilidad por esa medicina alternativa la puedan explorar en entradas anteriores. Basta con ir bastante abajo en la parte derecha de esta página y elegir, dentro la categoría Clasificación de las entradas por temas, el término Homeopatía. Picando en él, os aparecerán 17 jugosas entradas sobre el tema (incluida esta misma). Algunas con explicaciones bastante introductorias y otras mucho más sesudas. La entrada de hoy tiene que ver con una reciente noticia publicada el pasado 28 de agosto por un diario digital (TheObjective) y que llevaba por título “Sanidad retira del mercado 314 productos homeopáticos, el 97% del laboratorio Boiron”. Para dejar las cosas bien establecidas desde el principio, me parece que lo peor de ese artículo es su título. Porque hay que aclarar que Sanidad ha retirado esos productos a instancias de los fabricantes (la compañía de origen francés Boiron y la de origen alemán Heel). Es decir, el Ministerio es un mero ejecutor administrativo de los deseos de esas dos empresas. Como si yo voy a mi Ayuntamiento y les pido darme de baja en el padrón municipal.

El resto del artículo de Lidia Ramírez (así se llama la autora) está, en mi opinión, francamente bien y no es muy diferente de lo que os conté en la entrada de 2022 mencionada al principio. Por si no queréis andar picando enlaces y leyéndolos, os hago una síntesis de uno y otra y os facilito la lectura. Si tuviera que modificar algo el artículo de TheObjective, lo haría contando algo más de la tortuosa historia de la regulación a nivel español de los productos homeopáticos. Que arranca con la Directiva europea 2001/83/CE, en cuya discusión se hizo evidente, según el negociador español Fernando García Alonso, entonces Director de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), que había dos posturas claramente enfrentadas: la de los países nórdicos, que eran reacios a atribuir la condición de medicamentos a productos cuya eficacia clínica no estaba demostrada científicamente y, frente a ellos, los países con una industria próspera en este terreno (Francia, Alemania), que los defendían fervientemente.

Al final, primaron las razones económicas llegándose al acuerdo, en una cuestionable decisión salomónica, de regular esos productos como medicamentos, siempre que llevaran una leyenda que dijera que la eficacia de los mismos no se había demostrado mediante métodos científicos. Tuvieron que pasar 6 años para que esa Directiva se traspusiera al ámbito español en el Real Decreto 1345/2007, que regulaba el procedimiento de “autorización, registro y condiciones de dispensación de los medicamentos de uso humano fabricados industrialmente” y donde se incluía una Sección específica, con varios artículos, dedicada a los medicamentos homeopáticos vendidos en farmacias con formato convencional.

En concreto, el artículo 55 establecía una singularidad a la hora de autorizar la venta en farmacias de un producto homeopático, que ya pasaría así a la categoría de medicamento homeopático. Frente a la vía habitual para la autorización de cualquier medicamento, el mencionado artículo establecía un procedimiento simplificado especial de medicamentos homeopáticos para los que, al contrario de los convencionales, no se necesitaba demostrar su eficacia terapéutica. Basta con que el principio activo esté muy diluido, se administre oralmente y que su prospecto indique la ausencia de indicación terapéutica. Con independencia del color político, el Gobierno español, junto con otros, trató de eliminar esa vía en Bruselas pero, ya a finales de 2018, parecía estar claro que habían perdido la batalla y que la Unión Europea pensaba que su Directiva de 2001 estaba bien.

Así que, 17 años después de la promulgación de la Directiva de 2001 y once después del Real Decreto de 2007, se empezó a regular en España la venta de los preparados homeopáticos como medicamentos. Para ello, el Gobierno instó a la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) a poner en marcha el citado procedimiento simplificado y, en abril de 2018, habilitó un plazo para que los fabricantes de todos los productos homeopáticos que se vendían en las farmacias de España le comunicaran su intención de adecuarse a la Directiva europea y al Decreto español. Finalizado ese plazo, la AEMPS publicó, a finales de octubre de 2018, una resolución que daba cuenta de los productos homeopáticos que se le habían comunicado y fijó un calendario para que las empresas titulares solicitaran la correspondiente autorización de comercialización. Los productos homeopáticos que se encontraban en esa resolución (y que eran 2008) podían seguirse comercializando, a la espera de que la AEMPS evaluara la documentación y tomara una decisión que les autorizara o no a venderse como medicamentos homeopáticos, de acuerdo con la normativa que os he explicado arriba. Aquellos productos que no comunicaron a la AEMPS su intención de adecuarse a la normativa, no podían seguirse comercializando y los que estuvieran ya en las farmacias tendrían que ser retirados.

Desde octubre de 2018 hasta ahora (es decir, otros siete años más de procesos), la AEMPS ha ido evaluando la documentación recibida. En marzo de 2023 había un total de 1290 productos aprobados como medicamentos homeopáticos, número que se ha mantenido más o menos estable hasta ahora cuando, a instancia principalmente de Boiron, ese número se ha reducido a a 976 (se puede ver la lista actualizada a 25 de mayo de 2025 aquí). Todos los incluidos en esa lista optaron en su momento por la vía simplificada y, como consecuencia de ello, si entráis en la ficha técnica de cualquiera de ellos, veréis que, en el Apartado 4, se dice "Medicamento homeopático sin indicación terapéutica aprobada (Directiva 2001/83/CE)", que responde a lo que los legisladores de la UE establecieron en su día.

Otra cosa bien descrita en el artículo que estoy comentando es que, en 2018, el Gobierno nos prometió un informe de evaluación de la homeopatía como pseudociencia, informe que se está haciendo esperar y que, en algún momento del año pasado, parecía que incluso no se iba a producir nunca, después de que el número dos del actual Ministerio de Sanidad dijera que no era razonable invertir recursos públicos “en evaluar cosas que sabemos que no sirven”. Tras la carcajada generalizada (¡anda que no hay personas y cosas en las que se gasta dinero público y no sirven para nada!), el Secretario de Estado se la tuvo que envainar y prometió el informe para finales de 2024 pero, a día de hoy, sigue sin ver la luz.

En un párrafo final del artículo de TheObjective, la autora habla de las previsiones de una consultora económica internacional que prevé una tasa de crecimiento para el sector homeopático del 12% entre 2024 y 2029. Pues ya veremos. Entre otras compañías, controlo casi diariamente la cotización de Boiron en la Bolsa de París y puedo deciros que, desde setiembre de 2023, tras una operación de ingeniería financiera que llevó la acción a casi 54 € (para beneficio de sus principales accionistas), su valor se ha ido depreciando y este pasado viernes cotizó al cierre a 22,95 €, un 57% menos. Así que algo tendrán que hacer. Quizás eliminar gastos derivados de tener inscritos en la AEMPS (lo que cuesta dinero) más de 300 productos que parece que no rentaban. Aún y así, todavía mantiene casi 500 productos autorizados.

Para finalizar, sigo tan mosqueado como estaba en la entrada de 2022 sobre un hecho que allí relataba. El Centro de Información de Medicamentos (CIMA) es una base de datos, ligada a la AEMPS, en la que los profesionales pueden consultar diversos aspectos sobre los medicamentos autorizados por ella. Si uno accede a una página del CIMA denominada Buscador para profesionales sanitarios, uno puede localizar medicamentos por el principio activo que contienen, la empresa que lo fabrica o el llamado Código Nacional, una especie de matrícula de cada medicamento.

Pues bien, en 2022 ocurría, y sigue ahora ocurriendo, que si uno introduce cualquiera de esos parámetros de uno de los 976 medicamentos homeopáticos autorizados a día de hoy o, incluso, si uno introduce en el apartado del Laboratorio fabricante el nombre Boiron (lo que debería darnos un listado de todos los productos de ese Laboratorio) la respuesta es que “No se han encontrado medicamentos con ese criterio”. He consultado el asunto con la AEMPS que, muy diligentemente, me han contestado que “la razón de que esos medicamentos no estén CIMA tiene que ver con su naturaleza regulatoria y las características y funcionalidades de nuestras bases de datos”. Ante semejante respuesta (el subrayado es mío), solo se me ocurre pensar que el que no aparezcan en CIMA es una forma sibilina que tiene la AEMPS de sortear la Directiva Europea y, en el fondo, decir que los medicamentos homeopáticos no son medicamentos.

Y como hablamos de franceses y uno de los conciertos de la Quincena Musical Donostiarra estuvo dedicado al compositor vascofrancés Maurice Ravel, os propongo el final de La Valse, una de las obras de las que disfrutamos el pasado día 27 de agosto en el Kursaal. En el vídeo que os enlazo, Sir Simon Rattle dirige a la Filarmónica de Berlín.

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