El agua de mi grifo
El agua que sale por mi grifo es un tanto particular. Para empezar viene del embalse del Añarbe, un enclave casi idílico situado en la misma frontera entre tierras navarras y guipuzcoanas. De hecho, esa frontera está dibujada a través de las aguas del embalse a lo largo de una dilatada extensión. En esa misma región fronteriza hay otros pantanos más pequeños porque esa zona geográfica es también muy particular en lo que a pluviometría se refiere. Por esa razón, hace años, muchos municipios importantes próximos a Donosti apostaron por suministrarse de agua de esa zona y constituyeron la llamada Mancomunidad del Añarbe. Mi padre anduvo metido en echar a andar esa Mancomunidad cuando era alcalde de Hernani porque, entre otras cosas, conocía muy bien ese territorio del que, a través de pequeñas centrales eléctricas, suministraba electridad a la empresa que dirigía.
El embalse es un perfecto reservorio, alejado de cualquier contaminación acuosa o atmosférica, en una zona de geología muy particular que hace que el agua que naturalmente se recoge en él sea de una mineralización extremadamente baja. Tan es así que, cuando veo los análisis que hace el laboratorio de la Mancomunidad que dirige mi antigua estudiante Itziar Larumbe, no puedo sino carcajearme de algunas de las cosas que nos cuenta el marketing perverso de las compañías de agua embotellada. Y así, un agua relativamente próxima a mis dominios, el Agua de Insalus, dice en su etiqueta que está "recomendada para dietas bajas en sodio". Va uno donde aparece el análisis pertinente y se encuentra con que su contenido en sodio es de 11,4 mg/L. En contrapartida, los análisis del Laboratorio de Itziar, demuestran que el agua del Añarbe contiene solo 4,62 mg/L, dos veces y media menos.
El Agua Fontvella siempre se nos ha vendido como "agua ligera", lo que viene a ser sinónimo de un agua de "baja mineralización" o, lo que es lo mismo, un agua con bajo contenido en sales disueltas. Todas las aguas llevan diversas sales disueltas y la forma de evaluar la concentración de las mismas de una manera global es medir la conductividad del agua que las contiene. A más conductividad más contenido en iones o sales disueltas. Pues bien, la conductividad del agua del Añarbe es de 63 microSiemens/cm mientras que la del "agua ligera" catalana es de 280, casi cuatro veces y media más.
Y otro dato interesante: el contenido en flúor. El asunto del flúor ha sido conflictivo desde que, en los años cuarenta, se empezaron a fluorar las aguas potables, algo que os contaba en el reciente post sobre la historia de la relación entre el flúor y las caries. Si hacéis una búsqueda en internet, constataréis que frente a importantes organizaciones que se ocupan de la salud dental y que hablan de la fluoración del agua como uno de los grandes logros del siglo XX, hay una mayoría de páginas colgadas por organizaciones antiflúor, con argumentos como los que véis en la figura que ilustra esta entrada. No voy a perder mucho tiempo con los argumentos de la misma. Baste decir que, en el ámbito americano y en plena guerra fría, se entendía el flúor como una herramienta de los rusos para acabar con los yankis. Y, más recientemente, se ha empleado de forma profusa un argumento no reflejado en esa figura, el que se opone a la fluoración del agua potable porque se entiende que es un "tratamiento médico" impuesto por los gobiernos sin consultar a los ciudadanos. La cosa, manejada hace algún tiempo por la organización radical John Birch Society, tiene un tufillo parecido a lo de oponerse a la vacunación obligatoria que, tal y como estamos, me pone de los nervios.
Pues bien, el agua de nuestro Añarbe tiene un contenido en flúor del orden de unos 0,8 mg/L, mientras que otra agua clásica, el agua de Vichy, por anda por 8 mg/L, diez veces más (además de ser radioactiva como en su día nos explicó el Prof. Mans). Eso si, se trata de un agua "natural", proveniente de un manantial secular mientras que el poco flúor del Añarbe se lo ponen unos operarios de la Estación de Tratamiento de Agua Potable (ETAP) correspondiente, por medio de una sustancia que se llama ácido fluorosilícico, en una concentración (baja) que está dentro de lo establecido por la Comunidad Europea como estrategia preventiva contra la caries. Sólo con esa diferencia, para muchos de los que me rodean, el flúor del Añarbe es malo por no ser "natural" y la concentración más elevada de las "naturales" es un quítame esas pajas que no tiene importancia alguna.
En muchas de las páginas antiflúor se emplea como argumento una gráfica como esta. Contiene datos de cómo ha ido decayendo la incidencia de las caries en niños de hasta 12 años en países que, desde los setenta, han fluorado o no el suministro de agua a sus ciudades. Como puede verse las tendencias son algo distintas pero, con independencia de que se haya fluorado o no, todas ellas tienden a un índice de caries muy bajo y similar. El argumento parece de cajón de sastre. ¿Para qué fluorar si se han conseguido los mismos resultados sin fluorar?.
Pero ese argumento tiene truco y no es difícil de explicar. "Casualmente", en los años setenta y en la mayoría de los países occidentales se empezaron a comercializar las pastas de dientes fluoradas. Basta con que le eches un ojo a tu tubo de pasta para comprobar que, en la mayoría de los casos (hay también pastas SIN Flúor, en esa moda SIN que nos invade), tienen alrededor de un 0,3% de fluoruro sódico, con lo que diariamente estamos aplicando el flúor de forma tópica a nuestros dientes. Con ello, transformamos la hidroxiapatita del esmalte en fluoroapatita, mucho más resistente a los microorganismos que atacan ese esmalte y facilitan las caries. Además, en esos mismos países y desde esos años, ha habido planes sanitarios específicos para la salud dental de los niños, con visitas periódicas a los dentistas, etc. que han facilitado esa buena salud dental de nuestros infantes.
Pero hay múltiples pruebas de que en aquellos países en los que las condiciones de higiene oral son pobres, los estilos de vida son propensos a una alta incidencia de caries y/o donde el acceso a planes públicos de higiene bucal de los niños son restringidos (vamos, sitios donde siempre pasan frío los mismos), la fluoración del agua potable ha demostrado ser una eficaz y barata medida de salud pública. El caso más citado es el ya mencionado de Grand Rapids, en Michigan, donde en 1945 empezaron a añadir 1 miligramo por litro de fluoruro sódico al agua de sus grifos y realizaron un seguimiento a lo largo de más de diez años de las caries de una población de casi 30.000 niños. El índice de caries descendió en un 70% tras la implantación de la medida.
Asi que, ¿debemos seguir fluorando?. El debate está ahora mismo encima de la mesa en el País Vasco, una de las CCAA que sigue fluorando, aunque otras (algunas próximas como Navarra) no lo hagan y tengan índices de caries similares. Hay un Grupo de Trabajo al respecto promovido por el Gobierno Vasco y, este año, uno de los Cursos de Verano de la UPV/EHU ha estado dedicado al respecto. Mi opinión personal, sin rebajar un ápice mi cabreo con lo que se lee en internet en contra de la fluoración, es que esta puede suspenderse en una Comunidad como en la que vivo. Hay en funcionamiento un Programa de Asistencia Dental Infantil (PADI) desde finales de los 80 que ha dado excelentes resultados. Por otro lado, los compuestos que se emplean para fluorar el agua tienen algunos riesgos medioambientales y son algo molestos de emplear en las Estaciones de Tratamiento de Agua Potable (ETAP).
En cualquier caso, el flúor seguirá ahí ejerciendo su beneficioso papel vía su presencia en pastas dentífricas. Es cierto que se están detectando en la chavalería niveles algo crecientes de fluorosis, unas manchas que aparecen en los dientes cuando las concentraciones de flúor son algo elevadas (recordad que así se descubrió el efecto del flúor), pero la mejor manera de prevenirla es no dejar que los niños usen mucha pasta en sus cepillos (algo que les encanta) y, sobre todo, procurar que no se la traguen.
Y, tras eliminar la fluoración, el agua de mi grifo aún tendrá una mineralización más baja. No creo que por ello nos rebajen el precio, porque ciertamente es ridículo. Un metro cúbico (mil litros) de agua del Añarbe me cuesta menos de 0,37€. Por ese precio, pocas botellas de litro y medio de agua embotellada podéis conseguir en el súper, así que estáis pagando por el agua 600 o 700 veces lo que cuesta la de grifo. Un agua muy particular....
El embalse es un perfecto reservorio, alejado de cualquier contaminación acuosa o atmosférica, en una zona de geología muy particular que hace que el agua que naturalmente se recoge en él sea de una mineralización extremadamente baja. Tan es así que, cuando veo los análisis que hace el laboratorio de la Mancomunidad que dirige mi antigua estudiante Itziar Larumbe, no puedo sino carcajearme de algunas de las cosas que nos cuenta el marketing perverso de las compañías de agua embotellada. Y así, un agua relativamente próxima a mis dominios, el Agua de Insalus, dice en su etiqueta que está "recomendada para dietas bajas en sodio". Va uno donde aparece el análisis pertinente y se encuentra con que su contenido en sodio es de 11,4 mg/L. En contrapartida, los análisis del Laboratorio de Itziar, demuestran que el agua del Añarbe contiene solo 4,62 mg/L, dos veces y media menos.
El Agua Fontvella siempre se nos ha vendido como "agua ligera", lo que viene a ser sinónimo de un agua de "baja mineralización" o, lo que es lo mismo, un agua con bajo contenido en sales disueltas. Todas las aguas llevan diversas sales disueltas y la forma de evaluar la concentración de las mismas de una manera global es medir la conductividad del agua que las contiene. A más conductividad más contenido en iones o sales disueltas. Pues bien, la conductividad del agua del Añarbe es de 63 microSiemens/cm mientras que la del "agua ligera" catalana es de 280, casi cuatro veces y media más.
Y otro dato interesante: el contenido en flúor. El asunto del flúor ha sido conflictivo desde que, en los años cuarenta, se empezaron a fluorar las aguas potables, algo que os contaba en el reciente post sobre la historia de la relación entre el flúor y las caries. Si hacéis una búsqueda en internet, constataréis que frente a importantes organizaciones que se ocupan de la salud dental y que hablan de la fluoración del agua como uno de los grandes logros del siglo XX, hay una mayoría de páginas colgadas por organizaciones antiflúor, con argumentos como los que véis en la figura que ilustra esta entrada. No voy a perder mucho tiempo con los argumentos de la misma. Baste decir que, en el ámbito americano y en plena guerra fría, se entendía el flúor como una herramienta de los rusos para acabar con los yankis. Y, más recientemente, se ha empleado de forma profusa un argumento no reflejado en esa figura, el que se opone a la fluoración del agua potable porque se entiende que es un "tratamiento médico" impuesto por los gobiernos sin consultar a los ciudadanos. La cosa, manejada hace algún tiempo por la organización radical John Birch Society, tiene un tufillo parecido a lo de oponerse a la vacunación obligatoria que, tal y como estamos, me pone de los nervios.
Pues bien, el agua de nuestro Añarbe tiene un contenido en flúor del orden de unos 0,8 mg/L, mientras que otra agua clásica, el agua de Vichy, por anda por 8 mg/L, diez veces más (además de ser radioactiva como en su día nos explicó el Prof. Mans). Eso si, se trata de un agua "natural", proveniente de un manantial secular mientras que el poco flúor del Añarbe se lo ponen unos operarios de la Estación de Tratamiento de Agua Potable (ETAP) correspondiente, por medio de una sustancia que se llama ácido fluorosilícico, en una concentración (baja) que está dentro de lo establecido por la Comunidad Europea como estrategia preventiva contra la caries. Sólo con esa diferencia, para muchos de los que me rodean, el flúor del Añarbe es malo por no ser "natural" y la concentración más elevada de las "naturales" es un quítame esas pajas que no tiene importancia alguna.
En muchas de las páginas antiflúor se emplea como argumento una gráfica como esta. Contiene datos de cómo ha ido decayendo la incidencia de las caries en niños de hasta 12 años en países que, desde los setenta, han fluorado o no el suministro de agua a sus ciudades. Como puede verse las tendencias son algo distintas pero, con independencia de que se haya fluorado o no, todas ellas tienden a un índice de caries muy bajo y similar. El argumento parece de cajón de sastre. ¿Para qué fluorar si se han conseguido los mismos resultados sin fluorar?.
Pero ese argumento tiene truco y no es difícil de explicar. "Casualmente", en los años setenta y en la mayoría de los países occidentales se empezaron a comercializar las pastas de dientes fluoradas. Basta con que le eches un ojo a tu tubo de pasta para comprobar que, en la mayoría de los casos (hay también pastas SIN Flúor, en esa moda SIN que nos invade), tienen alrededor de un 0,3% de fluoruro sódico, con lo que diariamente estamos aplicando el flúor de forma tópica a nuestros dientes. Con ello, transformamos la hidroxiapatita del esmalte en fluoroapatita, mucho más resistente a los microorganismos que atacan ese esmalte y facilitan las caries. Además, en esos mismos países y desde esos años, ha habido planes sanitarios específicos para la salud dental de los niños, con visitas periódicas a los dentistas, etc. que han facilitado esa buena salud dental de nuestros infantes.
Pero hay múltiples pruebas de que en aquellos países en los que las condiciones de higiene oral son pobres, los estilos de vida son propensos a una alta incidencia de caries y/o donde el acceso a planes públicos de higiene bucal de los niños son restringidos (vamos, sitios donde siempre pasan frío los mismos), la fluoración del agua potable ha demostrado ser una eficaz y barata medida de salud pública. El caso más citado es el ya mencionado de Grand Rapids, en Michigan, donde en 1945 empezaron a añadir 1 miligramo por litro de fluoruro sódico al agua de sus grifos y realizaron un seguimiento a lo largo de más de diez años de las caries de una población de casi 30.000 niños. El índice de caries descendió en un 70% tras la implantación de la medida.
Asi que, ¿debemos seguir fluorando?. El debate está ahora mismo encima de la mesa en el País Vasco, una de las CCAA que sigue fluorando, aunque otras (algunas próximas como Navarra) no lo hagan y tengan índices de caries similares. Hay un Grupo de Trabajo al respecto promovido por el Gobierno Vasco y, este año, uno de los Cursos de Verano de la UPV/EHU ha estado dedicado al respecto. Mi opinión personal, sin rebajar un ápice mi cabreo con lo que se lee en internet en contra de la fluoración, es que esta puede suspenderse en una Comunidad como en la que vivo. Hay en funcionamiento un Programa de Asistencia Dental Infantil (PADI) desde finales de los 80 que ha dado excelentes resultados. Por otro lado, los compuestos que se emplean para fluorar el agua tienen algunos riesgos medioambientales y son algo molestos de emplear en las Estaciones de Tratamiento de Agua Potable (ETAP).
En cualquier caso, el flúor seguirá ahí ejerciendo su beneficioso papel vía su presencia en pastas dentífricas. Es cierto que se están detectando en la chavalería niveles algo crecientes de fluorosis, unas manchas que aparecen en los dientes cuando las concentraciones de flúor son algo elevadas (recordad que así se descubrió el efecto del flúor), pero la mejor manera de prevenirla es no dejar que los niños usen mucha pasta en sus cepillos (algo que les encanta) y, sobre todo, procurar que no se la traguen.
Y, tras eliminar la fluoración, el agua de mi grifo aún tendrá una mineralización más baja. No creo que por ello nos rebajen el precio, porque ciertamente es ridículo. Un metro cúbico (mil litros) de agua del Añarbe me cuesta menos de 0,37€. Por ese precio, pocas botellas de litro y medio de agua embotellada podéis conseguir en el súper, así que estáis pagando por el agua 600 o 700 veces lo que cuesta la de grifo. Un agua muy particular....