Calentadores químicos
Hace ya casi diez años decidí, un poco por libre, proponer a mis estudiantes de primer año de Química el que buscaran temáticas relacionadas con ella que les llamaran la atención o les preocuparan. La idea, que no era mía sino copiada, buscaba que trabajaran sobre esos temas y que, posteriormente, los presentaran en público ante estudiantes y profesores de mi Facultad, en forma de breves comunicaciones o sesiones de posters. La propuesta cayó bien entre la muchachada y la verdad es que se apuntaron temas muy interesantes. Desde la edad de la Sábana Santa, medida por isótopos de carbono, a las causas de los accidentes provocados en los buzos en el proceso de descompresión. Además de otros muchos. Y un trío de chicas, listas como el hambre, me propusieron hablar de calentadores químicos. Dos de ellas eran esquiadoras desde pequeñas y estaban acostumbradas a llevar en los bolsillos de su equipamiento unos dispositivos en forma de bolsitas para calentarse las manos en ambientes gélidos.
Ahora me he acordado de ellas, porque una vez más mi espalda me ha dado una semana un poco complicada. Hasta he tenido que dejar de jugar al golf algún día, no os digo más. Ante la "magnitud" del problema, mi cuñadísima (el título es por ser bilbaína consorte) me propuso una solución terapéutica consistente en una suave faja como la que veis en la imagen que, según la propaganda, te mantiene la espalda calentita con el consiguiente alivio, sin necesidad de usar las tradicionales mantas eléctricas ni recurrir a fármacos. Y ese dispositivo tiene mucho que ver con lo que mis estudiantes Maite, Miren y Naroa, contaron en la sesión de pósters de un día de primavera de 2015.
Las celdas que se ven en la imagen, embutidas en la faja blanca contienen una serie de ingredientes que, según la marca fabricante de la que yo compré, contienen una mezcla de virutas de hierro, algo de sal común, otra sal denominada tiosulfato sódico, un polímero de ácido acrílico, parecido a lo que se emplea en pañales y compresas (que retiene algo de agua) y un poco de carbón pulverizado (carbón activo). Estas fajas vienen dentro de una bolsas estancas de aluminio y plástico que impiden que entren en contacto con el oxígeno del aire.
Lo que ocurre cuando se abre una de esas bolsas estancas, estuvo muy bien explicado por mis alumnas en su póster. Pero claro, su auditorio eran profes y estudiantes de Química, cosa que no es el caso aquí. De forma mas sencilla diremos que cuando sacamos la faja de la bolsa y nos la ponemos en el cuerpo, las virutas de hierro reaccionan con el oxígeno del aire y el agua presente en el poliácido acrílico. Y al mismo tiempo, en ese proceso, se genera calor (es un proceso exotérmico decimos los químicos). La sal común (cloruro sódico) es un catalizador de esa reacción. Su presencia en mayor o menos proporción hace que el proceso vaya más rápido o más lento, de forma que la generación de calor también sea más o menos rápida. Ello tiene que ver con la temperatura máxima que alcanzan las celdas y el tiempo que se mantiene calientes. En las que yo me compré, la sensación de calor no es muy intensa y duró un tiempo de unas 8 o 9 horas. Con cantidades mayores de sal, la temperatura será más elevada pero el tiempo con la sensación de llevar algo caliente en la espalda disminuirá.
El carbón y el tiosulfato tienen otras misiones en el interior de las bolsas, pero sería algo tedioso de explicar para los no iniciados en Química. El caso es que, al final, harto de no perseguir bolas blancas en una alfombra verde y sin mascarilla, me armé un día con mi liviana faja y me fui a mi club. No alteraba mi delicado swing y me mantenía la espalda calentita. Pero también os tengo que decir que, al quitármela y esperar un rato, la sensación de alivio desapareció enseguida. No a las 8 horas siguientes, que era lo que decía el envase.
Así que tuve que recurrir a otra propuesta química, en forma de un conocido antiinflamatorio, para acabar con el episodio en un par de días.
Ahora me he acordado de ellas, porque una vez más mi espalda me ha dado una semana un poco complicada. Hasta he tenido que dejar de jugar al golf algún día, no os digo más. Ante la "magnitud" del problema, mi cuñadísima (el título es por ser bilbaína consorte) me propuso una solución terapéutica consistente en una suave faja como la que veis en la imagen que, según la propaganda, te mantiene la espalda calentita con el consiguiente alivio, sin necesidad de usar las tradicionales mantas eléctricas ni recurrir a fármacos. Y ese dispositivo tiene mucho que ver con lo que mis estudiantes Maite, Miren y Naroa, contaron en la sesión de pósters de un día de primavera de 2015.
Las celdas que se ven en la imagen, embutidas en la faja blanca contienen una serie de ingredientes que, según la marca fabricante de la que yo compré, contienen una mezcla de virutas de hierro, algo de sal común, otra sal denominada tiosulfato sódico, un polímero de ácido acrílico, parecido a lo que se emplea en pañales y compresas (que retiene algo de agua) y un poco de carbón pulverizado (carbón activo). Estas fajas vienen dentro de una bolsas estancas de aluminio y plástico que impiden que entren en contacto con el oxígeno del aire.
Lo que ocurre cuando se abre una de esas bolsas estancas, estuvo muy bien explicado por mis alumnas en su póster. Pero claro, su auditorio eran profes y estudiantes de Química, cosa que no es el caso aquí. De forma mas sencilla diremos que cuando sacamos la faja de la bolsa y nos la ponemos en el cuerpo, las virutas de hierro reaccionan con el oxígeno del aire y el agua presente en el poliácido acrílico. Y al mismo tiempo, en ese proceso, se genera calor (es un proceso exotérmico decimos los químicos). La sal común (cloruro sódico) es un catalizador de esa reacción. Su presencia en mayor o menos proporción hace que el proceso vaya más rápido o más lento, de forma que la generación de calor también sea más o menos rápida. Ello tiene que ver con la temperatura máxima que alcanzan las celdas y el tiempo que se mantiene calientes. En las que yo me compré, la sensación de calor no es muy intensa y duró un tiempo de unas 8 o 9 horas. Con cantidades mayores de sal, la temperatura será más elevada pero el tiempo con la sensación de llevar algo caliente en la espalda disminuirá.
El carbón y el tiosulfato tienen otras misiones en el interior de las bolsas, pero sería algo tedioso de explicar para los no iniciados en Química. El caso es que, al final, harto de no perseguir bolas blancas en una alfombra verde y sin mascarilla, me armé un día con mi liviana faja y me fui a mi club. No alteraba mi delicado swing y me mantenía la espalda calentita. Pero también os tengo que decir que, al quitármela y esperar un rato, la sensación de alivio desapareció enseguida. No a las 8 horas siguientes, que era lo que decía el envase.
Así que tuve que recurrir a otra propuesta química, en forma de un conocido antiinflamatorio, para acabar con el episodio en un par de días.