martes, 23 de marzo de 2010

Macintosh

Al recibir mañana la alerta de la publicación de esta entrada, me apuesto una de mis plumas estratégicas a que más de uno de los suscriptores del Blog pensará "ya anda este joío Búho dando otra vez la matraca con algunos de los múltiples gadgets de la marca Apple que atesora". Pues no. Vamos a hablar de Macintosh pero no del Macintosh de Apple. Porque antes de que, en todo el mundo, la palabra Mac se identificara con un ordenador, los ingleses, que son muy suyos para todo, ya tenían otro objeto absolutamente identificado bajo el mismo término. Una prenda contra la pertinaz lluvia que les asola a cada rato, con una alta capacidad impermeabilizante. Y uno de los primeros grandes triunfos comerciales de la aplicación de los polímeros a las necesidades cotidianas de los humanos.

El origen del asunto está en uno de los innumerables Macintosh que han poblado los territorios escoceses desde que un tal Shaw Macduff echó una mano al rey Malcom IV en 1160 para sofocar una rebelión campesina. El rey, en agradecimiento, le asignó unas tierras en las proximidades de Inverness y le nombró Condestable, que no se muy bien lo que es. Para dignificar más su nuevo status, Macduff cambió su nombre por Macintosh que, en traducción un tanto sui generis a partir del gaélico escocés, quiere decir algo así como "el hijo del Jefe o del Líder". Los Macintosh se convirtieron con los años en un influyente clan a lo largo y ancho de las tierras de la pérfida Albión gracias a su inveterada promiscuidad.

De una de esas ramificaciones seguro que provenía Charles Macintosh que nació en Glasgow en 1766 y optó por la Química en fecha tan lejana como los años 80 de ese siglo, de la mano de uno de los primeros químicos ingleses relevantes, Joseph Black, de la Universidad de Glasgow. Black es conocido por ser el inventor de la primera balanza analítica seria, asi como por sus experimentos con nuestro amigo el CO2. De hecho, empleando animales, fué el descubridor del efecto sofocante de ese gas del que hablábamos hace poco en la entrada sobre Berlusconi y Santi Santamaría.

Pero nuestro Macintosh estaba predestinado a la Química por sus genes, ya que su padre era un floreciente fabricante de colorantes. En cuanto dejó los estudios empezó a trabajar con su progenitor, al que abandonó enseguida empujado por el espíritu inquieto de los grandes inventores. Varias son sus contribuciones registradas pero aquí nos centraremos en una que nos interesa como poliméricos: una prenda contra la lluvia, precursora de todos esos nuevos materiales que nos mantienen secos haga el tiempo que haga.

Estamos en la década de los años veinte pero del siglo XIX y, por aquel entonces, empiezan a ser habituales los gasógenos o fábricas de gas, en las que a partir de un tipo de carbón del que los ingleses disponían sin restricciones aparentes, la hulla, se generaba mediante su calentamiento una compleja mezcolanza de productos y subproductos que tradicionalmente, y como en el caso del cerdo ibérico, se utilizaban casi en su totalidad. Y así, los gases que salían del horno, más o menos purificados, eran una mezcla de metano (sobre todo), hidrógeno y monóxido de carbono que se almacenaba en el gasógeno para su distribución a la red de alumbrado público. De hecho, la compañía de Glasgow que gestionaba el gasógeno en esos años se llamaba Glasgow Gas Light Company.

Aparte de los gases quedaba el coque (el sólido poroso que resultante de extraer a la hulla sus volátiles), además de un agua amoniacal o disolución de amoníaco que resultaba del paso del gas por agua. Por otro lado, estaba una compleja mezcla semisólida conocida como alquitrán de brea (coal tar in english) al que dediqué una entrada hace tiempo por su beneficiosa acción sobre la delicada piel del Búho. Cuando, a su vez, esa brea se calienta, se pueden obtener diferentes fracciones de vapores condensables. Una de ellas es la conocida nafta, una casi indefinida mezcla de hidrocarburos aromáticos. Aunque no está muy claro en qué condiciones obtenía Macintosh ese destilado, lo cierto es que, jugando con él, descubrió que era un efectvo disolvente para trozos de caucho que los ingleses importaban a las Islas desde sus colonias. Et voilà!!, la idea surgió.

Habiendo inventado como habían inventado hacía poco el truco del sandwich, para un inglés (escocés, sorry) la cosa fue coser y cantar. Coja Ud. dos trozos de tela, ponga en medio una disolución concentrada y pringosa de caucho en el milagroso nafta, deje que éste evapore un poco y tendrá una prenda con una capa intermedia de un material (el caucho) que tiene unas excelentes capacidades hidrofóbicas, por la que el agua no puede pasar, ideal para un clima húmedo como el inglés, para gente que vaya a pescar en condiciones más que intolerables y cosas similares.

Pero la cosa era en el fondo una guarrada. Olía como olía, en verano se ponía blandito y podía escurrir o el menos pegarse a las prendas interiores, en un invierno crudo se transformaba en algo bastante rígido que crujía cual condenado en el infierno. Además, provocaba alguna que otra alergia en pieles tan delicadas como los de los casi albinos ingleses. Así que la alta sociedad inglesa consideró la prenda de Macintosh como algo propio de proletarios irredentos y no llegó a calar entre ellos. Pero los currelas iban sequitos y abrigados, aunque con una aureola aromática que les hacía identificables a varias millas.

Con el tiempo la cosa se fue solucionando y los mismos descubrimientos que hicieron posible el desarrollo de los neumáticos, de la mano de personajes como Goodyear y su vulcanización, logrando que el caucho ya no fluyera, consiguieron mejoras sustanciales en la prestancia y "efectos secundarios" de la prenda de Macintosh.

Incidentalmente hay que decir que la historia no tiene muy bien documentado el por qué esas prendas empezaron a venderse como Mackintosh, con una k adicional que el apellido de Charles Macintosh no tenía. Es verdad que de un mismo tronco surgieron los McIntosh, MacIntosh, Macintosh y MacKintosh. Vamos, lo mismo que me pasa a mi con mi apellido, que cuando lo hemos investigado genealógicamente, hemos pasado de Yrum a Irum, de Irum a Irun y de Irun a Iruin en un lapso de tiempo que empieza en los albores del siglo XVII (nada que ver con una genealogía inglesa comme il faut).

Hoy en día, la marca vende modernas prendas ligeras y superhidrofóbicas, como se ve en la foto que ilustra la entrada. Pero ya no tienen nada que ver con el pesado tabardo cauchoso del siglo XIX que marcó un hito histórico en el desarrollo polimérico.

P.D. Dejo constancia en este diario que, desde ayer, una tribu de albañiles, fontaneros, carpinteros y electricistas están acabando con lo que ha sido el nido del Búho desde hace casi treinta años. Mi comadrona ha decidido que ahora o nunca y ha emprendido una drástica modificación del mismo. ¡Dios me coja confesado y preserve, en lo posible, mi cuenta corriente!. Y la Bolsa en plan lateral....

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Cajón de sastre

Una entradita corta que ando atareado, en los pocos ratos que me quedan libres, en el asunto de la migración de la primera fase del Blog a un único Blog. La primera parte de la migración ya está finiquitada, como se puede comprobar en el Archivo General del Blog que aparece a la derecha de la página de acogida, donde ya se incluyen todas las entradas, empezando en febrero de 2006 y acabando en el día de hoy. Pero me quedan muchos detalles que cambiar en el asunto de los links entre unas y otras entradas. Mi amigo Bertus me ha sido de gran utilidad, al esclarecerme los problemas con los que podía encontrarme y darme algunas soluciones. He optado por las más conservadoras, que no en vano uno ya ha cumplido 58 calendarios y bastante hace con lo que hace en esto de las TICs. Ah, y no dejeis de picar en la imagen para ver todos sus detalles, sobre todo lo que pone en la pantalla del ordenador. Me la ha mandado un "amigo", al que quiero mucho pero que debe pensar que ando todo el día dedicado al Blog. Pero la vida sigue (también la del Blog) y la entrada anterior sobre la homeopatía y la memoria del agua requiere un par de precisiones que prefiero hacerlas aquí antes que en los comentarios, que me consta se leen mucho menos. La primera puntualización tiene que ver con el hecho de que El Pais, a través de su Defensora del Lector, se la ha envainado. No teneis más que leer este documento (si no lo habeis leído ya) para sacar la misma conclusión. Lo más esperpéntico es comprobar que el periodista reconoce que, antes de empezar a preparar el artículo, no sabía nada del tema. O que lo que él pretendía es que se conocieran las versiones de las dos partes enfrentadas (¡como si las razones de una y otra fueran iguales!). Hay un segundo apunte relativo a los trabajos de Montagnier en el ámbito de la memoria del agua. Mi antiguo estudiante y hoy colega, Israel de la Red, que ya nos escribió una entrada en este Blog, me ha mandado el pdf de un reciente artículo del Premio Nobel, del que podría extraerse la conclusión que el periodista de El País aducía. Yo sé poco del tema del artículo, así que quedo a la espera de que algún bioquímico, biomédico o similar de los que me leen me ilustre sobre el tema. Y voy a seguir cambiando direcciones de los links hasta que me duerma. Que me quedan muchas y mañana hay que madrugar.

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miércoles, 10 de marzo de 2010

Memoria del agua

Uno ha demostrado a lo largo de más de 250 entradas su carácter de divulgador más o menos provocador, pero fino y elegante. Procura no emplear frases malsonantes ni imágenes inadecuadas (alguna se habrá colado). Pero el caso es que, este fin de semana, El País ha publicado un reportaje de dos páginas centrales dando otra vez la matraca con la homeopatía. Aunque hace bien poco (sólo dos entradas) he vuelto a importunaros con ella, el mencionado artículo ha catalizado mis instintos más procaces y he decidido contratacar, empezando la entrada con una imagen que me mandó mi cuñadísimo la semana pasada y que había decidido no divulgar más allá de los más próximos.

Lo que me ha hecho cambiar de opinión es que, en el mencionado artículo, Luc Montagnier, Premio Nobel de Medicina 2008 por sus descubrimientos en torno al VIH, se apunta a la posibilidad de que los pretendidos éxitos de la homeopatía se sustenten en la capacidad del agua de tener una especie de memoria de aquellas moléculas que, aún no estando en ella merced a las diluciones homeopáticas, han estado en el pasado. Dice el galardonado que "se ha observado que ciertas diluciones dentro del agua en las que no queda materia sí registran, en cambio, vibraciones. Esta dilución puede reconstruir la información genética de la materia (las negritas son mías). Y continúa: "Una información instructiva de la que la homeopatía no puede olvidarse, a pesar de que muchos críticos dicen que no hay nada. Pero sí hay algo. Nosotros hemos demostrado que hay estructuras en el agua que son inducidas por vibraciones electromagnéticas". Espero que El País "no haya sacado las frases de contexto", porque cuanto más las leo menos me lo creo.

Es evidente que esto es dar alas a la famosa "memoria del agua", propuesta en un artículo encabezado por J. Benviste en 1988, que yo mencionaba en una de las primeras entradas de este Blog y que Nature nunca debió publicar. Esa teoría es uno de los pocos agarraderos que les quedan a los homeopáticos para explicar lo inexplicable. Aunque, por si las moscas, ya han empezado a manejar conceptos cuánticos (ver aquí).


Claro que uno ya hace tiempo que llegó a la conclusión de que un Nobel no significa más que lo que significa. Hay Nobeles (o cuasi Nobeles) simpáticos y bordes, de derechas y de izquierdas, religiosos y ateos, humanistas (en el amplio sentido de la palabra) o encerrados en su torre de marfil, extrayendo el último corolario de su teoría más querida. En definitiva, que Montagnier sabrá un montón del VIH pero seguro que no sabe casi nada de otros campos de la Medicina e, intuyo, poco de electromagnetismo.
Por si acaso, me he metido en la ISI Web of Science y despues de quedarme turulato con el impresionante h = 74 que tiene el ciudadano, no he podido encontrar un sólo artículo, de los casi 500 que allí aparecen, que indique una investigación en torno a lo que arriba se menciona. Es verdad que no he entrado en el detalle de todos ellos, pero nada parece indicar que Montagnier se haya dedicado a muchas más cosas que al VIH y sus aledaños. Si alguien sabe algo del tema que me lo deje en los comentarios.

Y es debido a esos despropósitos (al menos en mi opinión) el que se pueda dar lugar a reacciones como la figura que inicia este post, un tanto maleducada para mi natural discreto y pacífico. Pero es que con independencia de las frases que en ella se acuñan, que yo no he escrito y que pensaba haber limitado su difusión, la filosofía implícita en ella es espléndida y va al corazón de la falacia.

El agua es la sustancia química más importante de nuestras vidas. Por el agua que bebemos, excretamos y manejamos en múltiples usos cotidianos pasan moléculas sin fin. Entre ellas, algunas moléculas escatológicas provenientes de nuestras heces, a las que la figura hace referencia. Si el agua tiene memoria de los preparados homeopáticos que han pasado por ella, debe de tener la misma para cualquier otra molécula que en ella se haya alojado en el pasado en cualquier situación o evento. Así que, cualquier porción de agua tomada al azar de un grifo, una fuente, un manatial o un río contiene una memoria que ríase Ud. de los Gigas y los Teras. Y, por extrapolación, no parece lógico pensar que todas esas moléculas recordadas sean tan beneficiosas como las homeopáticas. Algún rincón de esa memoria contendrá una molécula maligna (¡con la cantidad de ellas que genera la Química!), que reconstruirá alguna información genética perversa para nuestro organismo, de la mano de adecuadas ondas electromagnéticas.

Así que estamos perdidos. Aventuro la hipótesis de que el coctel "químico" contenido en la memoria del agua es el origen de todos los males que nos aquejan y, además, será una fuente inagotable de otros contra los que nunca podremos luchar, pues ni siquiera con las técnicas analíticas más potentes podremos detectar al causante. Aunque ahora la pelota está en manos de los físicos. Los químicos ya hemos hecho todo lo posible gracias a Avogadro. Es a ellos a los que corresponde descifrar los términos contenidos en las frases en negrita.

Y un detalle adicional, y no baladí. Montagnier es francés, como Boiron, la multinacional de la homeopatía.

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lunes, 8 de marzo de 2010

El Santa y Berlusconi

Hace un par de entradas, hacía una breve referencia a las medidas del Gobierno Berlusconi, que pretende prohibir el uso de ciertas sustancias en los restaurantes, bajo la disculpa de preservar las "esencias" de la vieja cocina italina. Vamos a ver qué decimos nosotros como presidentes del semestre de la Comunidad Europea porque, en todos los casos, se trata de sustancias permitidas por la legislación alimentaria europea. Lo malo es que, para fundamentar la exclusión, la italiana que ejerce de ministra de turno distribuía una encubierta sensación de peligrosidad en el empleo de dichas sustancias. La prohibición con más repercusión mediática ha sido la relativa al empleo del nitrógeno líquido en prácticas culinarias, sobre la base de la existencia de riesgo de explosión.

Yo lo leí así en una noticia de El País, pero alguien ya me ha preguntado si el nitrógeno líquido es inflamable, de lo que infiero que, en algún otro medio, habrán manejado el término. Para acabar de completar el panorama, el inefable Santi Santamaría, cocinero ya conocido en estas páginas, se ha apuntado, cómo no, a las tesis berlusconianas y en una charla digital llevada a cabo la pasada semana, con una argumentación sibilina propia de un catalán del interior, terminaba su argumento sobre el nitrógeno líquido dejándonos la perla de que un cocinero alemán había perdido las manos por la explosión de un sifón lleno del mismo. Así que vamos a aclarar las cosas para general conocimiento.

Lo primero que hay que decir es que el nitrógeno no es inflamable. Si lo fuera, la Tierra sería una bola de fuego casi perpetua pues, como bien sabeis, el 80% del aire es nitrógeno y cualquier chispa (un rayo, sin ir más lejos) armaría la mundial. Mis amigos de Arzak lo saben bien, y en ciertas experiencias que hacen con estudiantes a los que llevan a conocer el Restaurante y el Laboratorio para hacer afición, acercan una cerilla a la boca del vaso Dewar (una especie de termo) en el que tienen el nitrógeno líquido y la cerilla se apaga. La razón es sencilla. En esa zona de la entrada del termo, el nitrógeno que sale de ella desplaza por completo al aire y, por tanto, al oxígeno en él contenido, que es el que hace que las cosas ardan en nuestra atmósfera. Así que la cerilla se apaga.

Ahí si que hay un potencial riesgo del nitrógeno. Si grandes cantidades de nitrógeno líquido hirvieran en una habitación dando grandes volúmenes de nitrógeno gas, podríamos desplazar el aire de dicha habitación y los que estuvieran dentro morirían por sofocación, el mismo tipo de accidente que el que, bastante habitualmente, ocurre en las bodegas en las que se está produciendo anhídrido carbónico (CO2) durante la fermentación del mosto. Mi amigo Angel, un fiel seguidor de este Blog que tengo en Rodezno (La Rioja) y que me ha invitado muchas veces a su bodega, siempre bajaba con una vela encendida a las profundidades de la misma, cuando iba a llenar de vino la jarra que los borrachos de sus amigos le habíamos trasegado en un santiamén. Si la vela se apagaba subía corriendo a la superficie, por si las moscas.

La segunda cuestión es si el nitrógeno líquido puede explotar. Pues si. Como todos los gases licuados, aunque lo pueden hacer por causas distintas, dependiendo de cuál es la temperatura crítica de ese gas. Quizás el término técnico asuste a alguno pero creo que no es complicado. La temperatura crítica es una propiedad característica de un gas concreto. Por encima de ella, ese gas no se puede licuar nunca, por mucho que lo comprimamos. Por debajo de ella, el gas sólo necesita que se haga sobre él la adecuada presión para que acabe licuando. En función de cuanto alta o baja sea esa temperatura crítica, el accidente por explosión puede tener un origen diferente.

Por ejemplo, el butano es un gas cuya temperatura crítica son unos 150ºC. Quiere decir que, a temperatura ambiente, puede licuar siempre que lo metamos en un recipiente a una cierta presión. Así ocurre cuando está en un encendedor (o mechero) como el pequeño Bic que llevo en mi bolsillo. Dentro de él, el plástico que lo compone soporta una presión de unas tres veces y media la presión atmosférica cuando está en contacto con mi pierna a 37º C, presión que es suficiente para provocar que, como podeis observar a través de la pared, dentro se vea un líquido y no un gas, líquido que va desapareciendo poco a poco con el uso. Ese líquido es también butano, que en cuanto se abre la espita del mechero y sale a presión atmosférica, se convierte en un gas, que es el que hacemos arder. Mientras quede suficiente butano líquido dentro, el butano gas y el butano líquido coexisten y la presión en el interior, a 37º, se mantiene constante en el valor arriba mencionado. Es lo que los químico-físicos llamamos presión de vapor del butano, pero esto es lo de menos.

Lo mismo pasa con el propileno, el gas que llenaba la cisterna del camión que provocó el terrible accidente que tuvo lugar en el año 1978, en el camping de Los Alfaques, en la provincia de Tarragona, y que se llevó por delante a más de 200 personas. El propileno tiene una temperatura crítica de unos 90ºC. Las cisterna de estos camiones suelen ir ligeramente refrigeradas y a presiones de unas 7 atmósferas, con lo que es propileno líquido el que llena parte de la misma, mientras el resto está lleno de propileno gas.

Pero en el caso de Los Alfaques alguien había cometido un error. En uno de sus magníficos artículos divulgativos, el catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Barcelona, Claudi Mans, lo explica de maravilla y yo le voy a plagiar el razonamiento. El camión estaba autorizado (enseguida vereis por qué) a transportar únicamente 19.350 Kg de propileno, mientras que el día del accidente llevaba 23.619 Kg, según se ha podido demostrar fehacientemente.

Eso quiere decir, recordando el simil del encendedor, que el propileno líquido llenaba casi toda la cisterna, dejando un espacio muy reducido para el gas. El día era muy caluroso (un 11 de julio en Tarragona) y la cisterna fue calentándose un poco durante el viaje, con lo que la gran masa de líquido del interior fue dilatándose (como hacen todos los líquidos) y ocupando más volumen. Eso limitó el espacio disponible para el gas que, para mantener la presión de vapor en su valor constante, no le fue quedando más remedio que ir licuando y pasar a contribuir el volumen del líquido. Hasta que toda la cisterna estuvo llena de líquido. Cuando eso ocurrió y la temperatura siguió subiendo otro pelín por el calor que hacía, un simple cambio de temperatura de uno o dos grados hizo que la presión del líquido contra las paredes fuera tal que sobrepasara las 50 atmósferas para las que estaba preparada la cisterna. Ello se debe a que los líquidos son muy difíciles de comprimir, como todo el mundo ha comprobado al tratar de meter un corcho en una botella llena. El caso es que, con esa presión contra sus paredes, la cisterna se rompió violentamente y, como además, el propileno si es inflamable, cualquier chispa producida por la rotura de la cisterna, hizo que aquello se convirtiera en una bola de fuego, que el viento llevó hasta las tiendas de campaña de los que tuvieron la mala suerte de estar allí ese día.

¿Y qué le paso al cocinero?. Mi amigo Jorge Ruiz, siempre al día en todo lo que ocurre en el entorno de la gastronomía creativa, ya lo contaba en su entrada del 16 de julio de 2009 (ver aquí), aunque yo voy a dar ahora una versión algo más químico-física. La temperatura crítica del nitrógeno son -147ºC, con lo que en las temperaturas que nos manejamos, es difícil conseguir el equilibrio líquido/vapor que se da en el mechero. Dicho de otra forma, si yo coloco nitrógeno líquido en un recipiente su tendencia natural es pasar todo él a gas, sin que se pueda alcanzar una presión a la que líquido y gas alcancen un equilibrio. Ello, unido a que el cambio del líquido a gas genera volúmenes de éste unas 700 veces mayores que el volumen que ocupaba el líquido, os da una idea de la presión que se puede ir creando dentro de un recipiente herméticamente cerrado en el que hemos metido el nitrógeno líquido que se va evaporando y lo que con ello puede ocurrir. Os coloco un vídeo, donde un profesor se lo enseña de forma gráfica a sus estudiantes. Por esa razón, las cisternas y los recipientes grandes en los que se almacena nitrógeno líquido, como el de mi Facultad, tienen válvulas que, de cuando en cuando, alivian la presión interior que se va generando como consecuencia del gas que se va produciendo en su interior a costa del líquido. De ahí las humaredas que acompañan a estas instalaciones y que son debidas al vapor de agua del ambiente que forma nieblas al enfriarse bruscamente con el nitrógeno gas muy frío que sale de las válvulas. Creo que lo que he explicado en este párrafo es el origen de la explosión del sifón que se llevó las manos del cocinero alemán.

Pero lo que nunca hubiera ocurrido con una cisterna de nitrógeno es lo de Los Alfaques, al no ser inflamable. Los riesgos de una explosión de este tipo con nitrógeno, y otros gases licuados no inflamables, es que la rotura violenta de la cisterna convierte a los trozos de ésta en peligrosos proyectiles que, al que pillan por medio, lo fulminan.

Resumiendo, cuidadito con el nitrógeno líquido. Sin que sirva de precedente, le doy por una vez la razon al Santi, en el sentido de que se maneja con demasiada alegría en las cocinas (yo lo he visto en las mismas y en Congresos de Gastronomía). Y puede causar quemaduras dolorosas, como sabe todo el que ha ido al dermatólogo a que le quemen una verruga con nitrógeno líquido. Pero si se maneja de acuerdo con normas que no es difícil encontrar o conseguir, no hay razón para prohibirlo. Y, además, es difícil que explote en las condiciones y cantidades que se emplean en laboratorios, cocinas y consultas.

Porque, por otro lado, si prohibimos el nitrógeno por el riesgo que comporta, hace tiempo que, por idénticos motivos, hubiéramos dejado de freir en aceite. Meta Ud. las dos manos en aceite de una freidora y a ver cómo le quedan. O, desde otro punto de vista, ¿cuántos cocineros profesionales y caseros conocen lo que es el llamado Flash Point o Temperatura de Inflamabilidad del aceite de oliva?. Pues se alcanza a una temperatura de unos 310º. ¿Quieres hacer un experimento peligroso?. Coloca una sarten vacía al fuego. Déjala que se ponga casi al rojo, vierte un poco de aceite sobre ella y obtendrás una vistosa y violenta llamarada que podrá llevarse por delante tus muebles de cocina. Y nadie ha reaccionado en siglos. Hasta mi madre con 84 añitos se dedica a preparar su cocina tradicional exenta de aditivos, sin muchas precauciones, sobre un quemador de gas (que aún incrementa más las posibilidades de inflamabilidad del aceite).

Uffff, que larga me ha quedado hoy la entrada. Prometo ser más corto en la siguiente.

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