Shellac: Microsurcos a 78 rpm
Mis lectores más jóvenes, los que solo escuchan sus canciones favoritas en dispositivos digitales, son poco o nada conscientes de la larga historia que está detrás de la reproducción de la música que, ejecutada por alguien en un estudio y grabada en ciertos materiales usados como soporte, permiten almacenarla para siempre (o casi). Historia en la que los materiales poliméricos han jugado un papel fundamental desde finales del siglo XIX. En esta entrada me voy a centrar en uno de los soportes que monopolizó, casi de forma absoluta, el periodo que va desde la segunda decena del pasado siglo XX hasta prácticamente los años de mi niñez (los cincuenta). Se trata de los entonces populares discos de 78 rpm, como el que se ve en la foto de arriba (que se puede ampliar clicando en ella), fabricados con un material conocido como Shellac, laca Shellac o goma laca. Ese disco sigue almacenando, aún hoy, una Fuga del Clave bien temperado de J.S. Bach.
La laca Shellac es una compleja mezcla de cadenas poliméricas tipo poliéster, que se obtiene a partir de las secreciones de un pequeño insecto (Kerria Lacca), parásito de varios árboles habituales en India, Tailandia y el Sudeste de Asia, sobre los que deposita tales secreciones. El material puro se suele vender, tras una serie de operaciones de separación y preparación, como un sólido coloreado (generalmente naranja) en forma de escamas, a partir de las cuales se pueden preparar disoluciones líquidas (lacas) en alcohol o en disoluciones acuosas amoniacales. La Shellac no es tóxica, como lo demuestra el hecho de que se conceptúe por la Food and Drug Administration (FDA) americana como GRAS (General Recognized As Safe o, lo que es lo mismo, que se tiene por seguro). Esto permite que pueda usarse en alimentos como, por ejemplo, recubriendo algunas frutas y otras chuches y que tenga la categoría de aditivo alimentario, certificada en Europa por el código E904. Ello también permite el que se use en el recubrimiento de ciertos preparados farmacéuticos. En esta aplicación, su principal característica es que el recubrimiento aguanta bien la acidez del estómago, implicando que el medicamento llegue en buen estado hasta el intestino, donde un medio más básico deshace el recubrimiento y permite la liberación del fármaco y su mejor absorción. La Shellac también se emplea en barnices, lacas de uñas y cosas relacionadas, algo en lo que no profundizaré mucho, porque aquí veníamos a hablar de otra cosa.
El origen de la música registrada arranca, como muchos inventos de los siglos XIX y XX, de la genialidad de Thomas Alva Edison y su famoso fonógrafo (1877), que permitía registrar la voz humana, y luego reproducirla, en unos cilindros envueltos en papel de estaño. Edison abandonó el tema durante algún tiempo, porque anduvo muy entretenido con la bombilla de filamento incandescente, pero volvió al tema después de que Alexander Graham Bell introdujera unos cilindros de cera para sustituir a los cilindros originales del fonógrafo. Eso debió picar al siempre inquieto Edison quien, enseguida, consiguió mejorar las prestaciones del mismo mediante una cera especial (brown wax, cera marrón), que nunca patentó. Algo que si hizo, aprovechando el descuido, la American Gramophon en 1898. Pero Edison volvió a la carga con una nueva cera que, esta vez si, patentó como cera negra o black wax. Y ahí empezó un largo litigio sobre la legalidad de una y otra patente, otro más de los numerosos pleitos que Edison afrontó en el final de su vida para preservar muchos de sus inventos.
Antes, alrededor de 1890, Emile Berliner, introdujo los primeros discos, tal y como hoy los entendemos, fabricados con celuloide y caucho vulcanizado, prensados convenientemente hasta dar la forma plana deseada. Al dispositivo que conseguía reproducir los sonidos en él grabados, lo llamo gramófono. Solo cinco años más tarde, el mismo Berliner introdujo el Shellac como material base de sus discos que, además, llevaban en su composición arcilla y fibras de algodón. Como decía en la introducción, los discos a base de Shellac reinaron más de cuarenta años en el panorama de la reproducción musical del siglo XX, dando vueltas en el gramófomo o tocadiscos a una velocidad, más o menos, de 78 revoluciones por minuto, bajo el peso de la aguja o pickup y reproduciendo el sonido en ellos grabado. Edison respondió en 1912 introduciendo discos a base de un material de síntesis con el que trataba de emular las propiedades de la Shellac y que llamó condensite, una resina muy parecida a la bakelita que los más viejos hemos conocido en interruptores de luz o en los viejos teléfonos negros. Pero la condensite no pudo competir con la Shellac debido a su elevado coste.
En otro avance más en este campo, la Columbia Records empezó a fabricar en 1948 y a base de mezclas de policloruro de vinilo (PVC) y poliacetato de vinilo (PVAc), los bautizados como discos de Larga Duración (Long Play o LP), que giraban a 33 rpm y almacenaban mucha más música. Esos materiales poliméricos, completamente sintéticos, eran flexibles, fácilmente moldeables y daban lugar a discos menos frágiles que los de Shellac (que se partían con relativa facilidad). A partir de entonces, la muerte de esos primitivos discos estaba anunciada. Los llamados discos de vinilo, o simplemente vinilos, los fueron sustituyendo poco a poco, aunque aún aguantaron unos años más.
Y a los vinilos también les llegó su Sanmartín, a principios de los ochenta, cuando Philips y Sony empezaron a vender sus afamados CDs, que se leían con tecnología láser y se fabricaban exclusivamente a base de otro polímero, el policarbonato de bisfenol A (un buen amigo del que os escribe). Pero esa es otra historia para una ulterior entrada.
La laca Shellac es una compleja mezcla de cadenas poliméricas tipo poliéster, que se obtiene a partir de las secreciones de un pequeño insecto (Kerria Lacca), parásito de varios árboles habituales en India, Tailandia y el Sudeste de Asia, sobre los que deposita tales secreciones. El material puro se suele vender, tras una serie de operaciones de separación y preparación, como un sólido coloreado (generalmente naranja) en forma de escamas, a partir de las cuales se pueden preparar disoluciones líquidas (lacas) en alcohol o en disoluciones acuosas amoniacales. La Shellac no es tóxica, como lo demuestra el hecho de que se conceptúe por la Food and Drug Administration (FDA) americana como GRAS (General Recognized As Safe o, lo que es lo mismo, que se tiene por seguro). Esto permite que pueda usarse en alimentos como, por ejemplo, recubriendo algunas frutas y otras chuches y que tenga la categoría de aditivo alimentario, certificada en Europa por el código E904. Ello también permite el que se use en el recubrimiento de ciertos preparados farmacéuticos. En esta aplicación, su principal característica es que el recubrimiento aguanta bien la acidez del estómago, implicando que el medicamento llegue en buen estado hasta el intestino, donde un medio más básico deshace el recubrimiento y permite la liberación del fármaco y su mejor absorción. La Shellac también se emplea en barnices, lacas de uñas y cosas relacionadas, algo en lo que no profundizaré mucho, porque aquí veníamos a hablar de otra cosa.
El origen de la música registrada arranca, como muchos inventos de los siglos XIX y XX, de la genialidad de Thomas Alva Edison y su famoso fonógrafo (1877), que permitía registrar la voz humana, y luego reproducirla, en unos cilindros envueltos en papel de estaño. Edison abandonó el tema durante algún tiempo, porque anduvo muy entretenido con la bombilla de filamento incandescente, pero volvió al tema después de que Alexander Graham Bell introdujera unos cilindros de cera para sustituir a los cilindros originales del fonógrafo. Eso debió picar al siempre inquieto Edison quien, enseguida, consiguió mejorar las prestaciones del mismo mediante una cera especial (brown wax, cera marrón), que nunca patentó. Algo que si hizo, aprovechando el descuido, la American Gramophon en 1898. Pero Edison volvió a la carga con una nueva cera que, esta vez si, patentó como cera negra o black wax. Y ahí empezó un largo litigio sobre la legalidad de una y otra patente, otro más de los numerosos pleitos que Edison afrontó en el final de su vida para preservar muchos de sus inventos.
Antes, alrededor de 1890, Emile Berliner, introdujo los primeros discos, tal y como hoy los entendemos, fabricados con celuloide y caucho vulcanizado, prensados convenientemente hasta dar la forma plana deseada. Al dispositivo que conseguía reproducir los sonidos en él grabados, lo llamo gramófono. Solo cinco años más tarde, el mismo Berliner introdujo el Shellac como material base de sus discos que, además, llevaban en su composición arcilla y fibras de algodón. Como decía en la introducción, los discos a base de Shellac reinaron más de cuarenta años en el panorama de la reproducción musical del siglo XX, dando vueltas en el gramófomo o tocadiscos a una velocidad, más o menos, de 78 revoluciones por minuto, bajo el peso de la aguja o pickup y reproduciendo el sonido en ellos grabado. Edison respondió en 1912 introduciendo discos a base de un material de síntesis con el que trataba de emular las propiedades de la Shellac y que llamó condensite, una resina muy parecida a la bakelita que los más viejos hemos conocido en interruptores de luz o en los viejos teléfonos negros. Pero la condensite no pudo competir con la Shellac debido a su elevado coste.
En otro avance más en este campo, la Columbia Records empezó a fabricar en 1948 y a base de mezclas de policloruro de vinilo (PVC) y poliacetato de vinilo (PVAc), los bautizados como discos de Larga Duración (Long Play o LP), que giraban a 33 rpm y almacenaban mucha más música. Esos materiales poliméricos, completamente sintéticos, eran flexibles, fácilmente moldeables y daban lugar a discos menos frágiles que los de Shellac (que se partían con relativa facilidad). A partir de entonces, la muerte de esos primitivos discos estaba anunciada. Los llamados discos de vinilo, o simplemente vinilos, los fueron sustituyendo poco a poco, aunque aún aguantaron unos años más.
Y a los vinilos también les llegó su Sanmartín, a principios de los ochenta, cuando Philips y Sony empezaron a vender sus afamados CDs, que se leían con tecnología láser y se fabricaban exclusivamente a base de otro polímero, el policarbonato de bisfenol A (un buen amigo del que os escribe). Pero esa es otra historia para una ulterior entrada.