viernes, 23 de agosto de 2024

La síntesis del sutil aroma del ámbar gris

Supongo que mis inteligentes lectores saben que, a pesar de los atractivos mensajes de marketing de la mayoría de los perfumes, el contenido de sus frascos de diseño tiene poco de natural. Hoy en día, el comercio de los aromas constitutivos de esos perfumes es un multimillonario negocio manejado por unas pocas (muy pocas) empresas químicas que, desde los años 30, están invirtiendo mucho dinero en desentrañar y sintetizar las sustancias químicas que proporcionan sus olores atractivos a flores, plantas y hasta animales, para vendérselas a los fabricantes de perfumes y colonias de todo tipo. Eso ha permitido rebajar el precio de muchos de esos aromas, antaño obtenidos de fuentes naturales, y producir otros nuevos que no se encuentran en la naturaleza. Lo que de alguna forma explica la eclosión de las tiendas de perfumes en muchos sitios (incluido mi Donosti). Hoy vamos a dedicar la entrada a un conocido aroma, proveniente originalmente de los excrementos de un tipo de ballena, el cachalote (Physeter macrocephalus). Estamos hablando del ámbar gris (o ambré gris en français).

El ámbar gris es un producto fecal (un coprolito) del cachalote. Está bien establecido que se produce en su tracto gastro-intestinal como consecuencia de los daños que allí se generan al ingerir sepias y calamares de gran tamaño, con picos córneos hirientes. Al final, el animal expulsa el coprolito (o muere por no poder expulsarlo), en forma de un sólido negro y algo viscoso, con restos de sepia y calamar incluidos y con aromas fecales como nota olfatoria distintiva. Ese excremento animal flota en el agua y va sufriendo un proceso de oxidación debido al oxígeno del aire, el sol, al agua de mar y la temperatura, que lo va convirtiendo progresivamente en algo más blanquecino y duro. En terminología de los perfumistas, un ámbar gris "maduro" (tanto más cuanto más blanco) tiene un aroma semidulce y seco, con notas marinas, de tabaco, de cuero y ligeramente almizclado. Es, además, un buen fijador para que otros aromas más volátiles pervivan en la piel.

Estas características han atraído desde el pasado el interés por el citado excremento. Marco Polo ya habla del comercio del ámbar gris en el siglo XIII. Así que, encontrar uno de estos coprolitos, algo completamente casual, ha sido siempre un buen negocio para quien lo encuentra, sobre todo si pesa los 127 kilos que un pescador encontró en el esqueleto de un cachalote, varado en una playa yemení, en febrero de 2021. Además, los trozos de ámbar gris tienen la curiosa característica de que se pueden quemar, como el incienso, con un olor bastante placentero. Incluso hay gentes que se lo comen, al atribuirle propiedades afrodisíacas. En Marruecos se suelen añadir pequeños trozos de ámbar gris al té.

Uno puede comprar hoy en día en internet tinturas más o menos concentradas de ámbar gris, obtenidas tras machacar finamente el producto original y dejarlo reposar en alcohol durante un par de meses. Pero esas tinturas son caras (muy caras) debido a que su localización es completamente errática. Además, en algunos sitios, el comercio del ámbar gris está sometido a legislaciones restrictivas severas (en USA está prohibido incluso poseer ámbar gris a título personal) y las grandes empresas del perfume, salvo raras excepciones, hace tiempo que no usan tinturas del ámbar "natural" y han recurrido a otros sustitutos que recrean el aroma original.

La historia del ámbar gris de síntesis arranca en los años treinta, cuando uno de los actuales gigantes del mercado de los componentes de perfumería, Firmenich, inició una concienzuda investigación sus aromas distintivos, descubriendo que en el origen de los componentes volátiles que le dan su exclusivo olor, está una sustancia química sin olor conocida bajo el nombre de ambreína. Esa sustancia, como consecuencia de los procesos que sufre durante su vagabundeo por el mar, acaba convirtiéndose en una molécula química concreta, el (-)-ambrox, que es la que proporciona al ámbar su característico olor dulce. La notación con los dos guiones (uno entre paréntesis) no es un error mío al picar el texto. Son formas de nombrar las sustancias que tenemos los químicos, gentes muy retorcidas, como sabéis.

Así que el camino estaba listo para que los químicos de Firmenich (y otras empresas) se pusieran a la búsqueda de la vía de síntesis más interesante para obtener el mencionado (-)-ambrox a nivel industrial. Y no tardaron en descubrir, ya en fecha tan temprana como 1950, la posibilidad de utilizar extractos de plantas como la salvia, la caña de azúcar o la caña de remolacha, para proveerse de una sustancia base, el esclareol, que mediante una serie de pasos de química clásica, les acababa proporcionando el (-)-ambrox, que diversas marcas han tenido en el mercado bajo distintas denominaciones comerciales.

Un avance notable en los procesos de obtención industrial del (-)-ambrox se ha producido, recientemente, como una derivada más de los trabajos de Frances H. Arnold, Premio Nobel de Química 2018. Como explica la propia página del Premio, “en 1993, Arnold llevó a cabo la primera evolución dirigida de enzimas, proteínas que catalizan reacciones químicas. La evolución -la adaptación de las especies a distintos entornos- ha creado una enorme diversidad de vida. Arnold ha utilizado los mismos principios -cambio genético y selección- para desarrollar proteínas que resuelvan los problemas químicos de la humanidad. Entre los usos de sus resultados figuran la fabricación de sustancias químicas más respetuosas con el medio ambiente, como los productos farmacéuticos, y la producción de combustibles renovables”. Y, añado yo, de aromas como nuestro ambrox.

La relativamente reciente disponibilidad de una nueva sustancia, β-farneseno, producida por fermentación de biomasa y empleada en la fabricación de biocombustibles, ha permitido explorar nuevas vías para sintetizar homofarnesol, un precursor del (-)-ambrox. La transformación de homofarnesol en (-)-ambrox ha sido posible mediante el concurso de una enzima denominada escualeno hopeno ciclasa (SHC), generada mediante técnicas que descansan en los trabajos de Frances Arnold, arriba mencionados.

Givaudan, la multinacional que ha llevado a cabo ese nuevo proceso lo ha vestido como un importante logro sostenible, ya que todo el proceso implica sustancias obtenidas de la biomasa y el ambrox final es biodegradable. Aducen que será difícil que se produzca en el próximo futuro un nuevo cambio suficientemente drástico como para competir con este su reciente logro. Ya veremos porque, este mismo agosto, unos investigadores del Max Planck Institute acaban de publicar en Nature otra vía sintética al (-)-ambrox, que no tiene nada que ver con la catálisis enzimática. Esta alternativa presenta el “problema” de emplear un alcohol fluorado como disolvente y ya se sabe que hoy en día lo del flúor tiene mala prensa, aunque dicen los autores que es fácil de recuperar.

Si queréis experimentar con perfumes que lleven el sutil ambrox, hay muchas marcas conocidas que lo introducen en las complejas fragancias de sus perfumes y aguas de perfume, toilette o colonia. Pero este vuestro Búho, por pura casualidad derivada de curiosear de vez en cuando en una perfumería próxima a casa, descubrió hace unos años una fragancia conocida como Molecule 02, de la serie Escentric Molecule del perfumista alemán Geza Schoen, constituida exclusivamente por la molécula de (-)-ambrox, disuelta en alcohol hasta una concentración del 13,5%. Toda una rareza, en un mundo en el que lo normal, al analizar una determinada fragancia, es que te encuentres con varias decenas de sustancias químicas distintas en concentraciones minúsculas.

Y la música que no falte. A tono con el aroma que nos ha ocupado en la entrada, algo también sutil. De Erik Satie, la Gymnopédie 1 con el pianista Alessio Nanni.

P.D. Esta entrada sustituye a una publicada en marzo de 2018. Los avances que se han producido desde entonces en la síntesis del (-)-ambrox hacían necesaria esta actualización. Y así aprovecho para vender entradas viejas a suscriptores recientes.

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domingo, 11 de agosto de 2024

Café descafeinado y un cancerígeno

En la entrada más visitada en la historia de este Blog, hice una revisión de los diferentes métodos para obtener el café descafeinado. Todo iba al hilo de un método que entonces se estaba poniendo de moda (mi entrada es de 2016), patentado por una multinacional, que proclamaba ser un método “natural” para descafeinar el café a base de emplear solo agua. Si repasáis la entrada veréis que la cosa no estaba tan clara. En cualquier caso, el café se ha seguido descafeinando por otros métodos como los que allí se describían, entre los que se encuentra el llamado método europeo, en el que se emplea una sustancia química, el cloruro de metileno (también llamado dicloro metano), que ha salido recientemente en los medios por la petición de un grupo ecologista llamado Environmental Defense Fund (EDF), para que la Food and Drug Administration (FDA) americana lo prohiba en la fabricación del café descafeinado. El argumento, en breve, es que se trata de una sustancia cancerígena de la que pueden quedar restos en el café descafeinado una vez procesado de esa manera.

El EDF es un grupo de activistas que sigo desde hace tiempo. En una entrada también ya un poco viejuna (el Blog y yo tenemos ya demasiada edad) os hablaba de ellos por el papel indirecto que jugaron en el descubrimiento de los Trihalometanos (THMs), esas sustancias que se generan como subproductos en la cloración del agua potable y que provocaron una gran alarma en los años 80. Las aguas volvieron a su cauce y hoy, tras más de un siglo clorando agua por todo el mundo, sabemos que la concentración de esas sustancias puede medirse y controlarse adecuadamente y, si se ha producido algún incidente, ha sido más por no clorar que por clorar. Recientemente, les he seguido con otros intereses, por ser de los pocos grupos ecologistas que reconocen el papel importante que el gas natural, aunque combustible fósil, puede jugar en una transición ordenada hacia la descarbonización.

Pero es verdad que dado que cubren muchos campos, de vez en cuando lindan territorios más propios de la pseudociencia que otra cosa. Lo cual, todo sea dicho, redunda en beneficios para sus bien pobladas cuentas corrientes. Y creo que la petición arriba mencionada es un buen ejemplo. Antes de nada es preciso dejar claro que, efectivamente, el cloruro de metileno fue clasificado como cancerígeno en 2014 por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), un organismo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dentro de la categoría 2B (posiblemente cancerígeno para los humanos), categoría que se cambió en 2017 a la 2A (probablemente cancerígeno para los humanos). El cambio se produjo como consecuencia de estudios epidemiológicos que parecían indicar una creciente incidencia en tumores del tracto biliar, tras estudiar el caso de trabajadores expuestos en su horario de trabajo al cloruro de metileno y el 1,2-dicloropropano.

Dada esa clasificación de cancerígeno, el EDF argumenta que el cloruro de metileno debe prohibirse en cumplimiento de la llamada Cláusula Delaney, de la que hablé aquí en una de mis dos entradas sobre la prohibición de la sacarina en los años setenta, cuando la arriba mencionada FDA anunció que, a partir de enero de 1978, la sacarina quedaría prohibida en los Estados Unidos. La citada cláusula, introducida en la legislación americana en 1958, viene a establecer que cualquier aditivo que se haya demostrado como cancerígeno en estudios con animales o humanos debe ser prohibido en alimentos.

Hoy, 66 años después de su promulgación, hay mucha gente que piensa que la Delaney es una reliquia del pasado, sin fundamento científico. La propia sacarina es un ejemplo paradigmático de que los estudios con animales no son extrapolables con certeza a los humanos, como explicaba en la entrada arrriba mencionada. De hecho, la prohibición de la sacarina se suavizó enseguida (por la presión popular) de la mano de uno de los Kennedy, Ted, a la sazón senador, que consiguió que se aprobara la llamada Saccharin Study and Labeling Acta, en la que se imponía una moratoria en la prohibición de la sacarina, pero se ordenaba que todos los productos que la contuvieran llevaran una etiqueta que avisara de que la sacarina había producido cáncer en animales. Posteriormente, la prohibición se levantó totalmente, cuando pudo comprobarse que la sacarina podía causar cáncer de vejiga en ratones de laboratorio pero no en los humanos. La propia FDA ha solucionado en parte la inconsistencia de la Delaney con la definición de las GRAS o sustancias que "son generalmente reconocidas como seguras". Pero eso sería muy prolijo de explicar a estas alturas de esta entrada.

El debate esclarecedor sobre los posibles riesgos del cloruro de metileno en un café descafeinado debería plantearse, creo yo, en términos de las concentraciones de esa sustancia que podemos encontrar en una taza humeante como la que ilustra esta entrada. Para empezar, la FDA tiene establecido un límite de cloruro de metileno en los descafeinados comerciales en las 10 partes por millón (ppm) o, lo que es lo mismo, un 0,001% en peso (ver el último apartado de este documento). Aunque varía mucho de unas marcas a otras, las concentraciones encontradas en los productos comercializados están muy por debajo de esa cifra, algo reconocido por el propio EDF en su petición de prohibición.

Pero las ridículas cifras de cloruro de metileno que podemos ingerir al tomarnos un café descafeinado quedan aún más claras si recurrimos a un artículo de 2021, una evaluación del “carácter cancerígeno del cloruro de metileno en ratas, ratones, hamsters y humanos”, como reza su título. El estudio estaba dirigido a fundamentar la posibilidad de que la IARC volviera a cambiar de categoría a esta sustancia y pasarla a la categoría 1 (cancerígeno para los humanos). Vaya por delante que, en las conclusiones del trabajo, los autores no consideran que existan evidencias contrastadas para ese cambio de categoría y proponen dejarlo como está.

Pero como muchos de mis lectores saben, me encanta explicar lo de las dosis peligrosas con números que todo el mundo entienda. Pues bien, entre los artículos revisados por esos mismos autores, hay uno (ver apartado 2.1.1) que se refiere a la ingestión de cloruro de metileno en mezclas con agua (lo más parecido a una taza de café). En él, se administran a ratas y ratones dosis de hasta 250 mg en agua de esa sustancia por kilo de peso y día durante 104 semanas (prácticamente su ciclo de vida), llegándose a la conclusión de que no inducían la generación de tumores. Si esa cantidad de 250 miligramos por kilo de peso lo pasamos a un humano de un peso medio de 70 kilos (como se suele hacer en toxicología) obtenemos una cifra de 17 gramos de cloruro de metileno al día.

Imaginemos ahora que nos preparamos una taza de descafeinado instantáneo, mezclando 15 gramos de café con 250 mililitros de agua (son medidas recomendadas por conocidos fabricantes). Y, poniéndonos en el peor escenario, supongamos que ese descafeinado tiene lo máximo permitido de cloruro de metileno por la FDA (el 0,001%). Ello implicaría que ponemos en esa taza 0,00015 gramos de esa sustancia, cien mil veces inferior a los 17 gramos que, en humanos, equivale a la dosis máxima diaria en ratones que no ha causado tumor alguno. Dicho de otra manera, para llegar a esos 17 gramos de ingesta diaria, nos tendríamos que beber 100.000 tazas grandes de descafeinado al día. O quizás más, porque el cloruro de metileno es muy volátil y al añadir el agua hirviendo seguro que parte se evapora a la atmósfera. Así que vosotros veréis.

Tengo entradas para ver el día 27 en la Quincena Musical Donostiarra a Ricardo Chailly con la Orquesta de la Scala de Milán. Así que es un buen pretexto para colgaros esta grabación del vals número 2 de la Suite de Jazz de Dmitri Shostakovich con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Don Ricardo.

Corrección (25 de agosto 2024). Como podéis ver en uno de los comentarios, Ricard M. ha corregido mis cálculos sobre la base de que "la tasa metabólica de los animales es mayor cuanto menor es el tamaño del animal". Y tiene razón. La aplicación de la adecuada corrección que él propone para ese hecho, rebaja mis 17 gramos de cloruro de metileno por día (para una persona de 70 kilos durante toda una vida de 70 años) a solo 3 gramos. Con lo que las 100.000 tazas de café al día que yo calculaba se queda en algo menos de 18.000. Lo que no invalida, sin embargo, los argumentos en los que he basado mi entrada, como también confirma Ricard M. en su última frase.

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domingo, 28 de julio de 2024

Tampones con plomo y otros metales

Un artículo publicado en la revista Environmental International el pasado 21 de junio de 2024 ha recibido particular atención en los medios. Según las autoras, pertenecientes a varias universidades americanas, sus análisis de 60 tampones de marcas blancas o marcas conocidas, algunos adjetivados como orgánicos y otros sin ese calificativo, provenientes particularmente de USA y Reino Unido, aunque también de otros lugares como Grecia, indicaban la presencia de varios elementos químicos, algunos tan preocupantes como el plomo, el cadmio o el arsénico. Incidentalmente diré que a este vuestro septuagenario Búho le ha llamado también la atención el que, en la no pequeña introducción del artículo, se hablara de personas que menstrúan (people who menstruate) y, en otros casos, simplemente de menstruantes (menstruators) para hacer referencia a quienes necesitan usar tampones. Tomo nota y, cuando me las quiera dar de moderno, empezaré a hablar de personas que eyaculan y eyaculantes.

Centrándonos en los tampones, su parte principal (el material absorbente) está constituida en muchos casos por algodón puro, que es el que proporciona al tampón su calificativo de orgánico o no, según como se haya producido. En algunos casos el absorbente contiene mezclas de algodón con rayón o viscosa. Las autoras también analizaron la cubierta exterior que protege al algodón, el cordón que permite la retirada del tampón, el aplicador e incluso el envase. En todos los casos a la búsqueda de 16 metales y metaloides: arsénico, bario, calcio, cadmio, cobalto, cromo, cobre, hierro, mercurio, manganeso, níquel, plomo, selenio, estroncio, vanadio y zinc.

Todas las muestras contenían los elementos investigados en cantidades muy variables que, en algunos casos, estaban muy cerca del límite de detección de la técnica instrumental utilizada. Las concentraciones más altas se encontraron en el caso del zinc y el calcio (52000 y 39000 nanogramos/gramo) y la más baja en el caso del arsénico (2.6 nanogramos/gramo), uno de los más preocupantes en cuanto a su posible toxicidad, aunque entre los considerados tóxicos el plomo se llevaba la palma, con una concentración de 120 nanogramos/gramo, 24 veces superior a la concentración de plomo permitida por la FDA americana en el agua embotellada. No se aprecian diferencias significativas entre algodones orgánicos o no. En algunos elementos la concentración en los orgánicos es más alta y en otros más baja. Ni tampoco en cuanto a los países de los que proceden.

La primera pregunta que os haréis es sobre el origen de esos elementos químicos en los tampones. Las autoras aclaran en el artículo las posibles rutas de contaminación, centrándose sobre todo en el algodón, que es el elemento mayoritario del tampón. Una de esas rutas tiene que ver con la producción del propio algodón. La planta puede absorber algunos de esos elementos del terreno en el que crece (en Estados Unidos, por ejemplo, la proporción de arsénico en las capas geológicas es muy variable), del agua de lluvia o de regadío (que aunque controlado en la mayoría de los sitios, suele tener plomo), de los fertilizantes “naturales” usados en el caso del algodón orgánico, de algunos plaguicidas, etc. Algunos elementos pueden haber sido añadidos por el fabricante del algodón como agentes antimicrobianos (calcio, cobre, zinc, entre otros) o como agentes anti-olor (calcio y zinc), lo que explicaría la alta concentración encontrada en el caso del zinc y el calcio.

¿Es el asunto preocupante?. La principal preocupación que las autoras manifiestan en el artículo es el contenido en plomo. Según ellas, no hay un nivel seguro de exposición al plomo y cualquier cantidad de este que migre desde los tampones puede crear problemas en los huesos (al reemplazar al calcio) y está asociado a múltiples problema neurológicos, renales, cardiovasculares, inmunológicos reproductivos, etc. Otra preocupación se deriva de las características que tiene la zona vaginal, con una alta permeabilidad y una alta superficie expuesta, lo que permitiría una alta absorción de esos elementos y su posterior transmisión a la circulación sanguínea.

Sin embargo, en las lineas finales del artículo, las autoras reconocen que su estudio no proporciona información sobre la potencial bioaccesibilidad de los metales desde los tampones al riego sanguíneo y, por tanto, no se pueden estimar los posible riesgos para la salud derivados del uso de dichos tampones. De hecho, en un artículo en el Chemical Engineering News (CEN), mi revista de cabecera sobre Química, al hablar de la noticia que estamos comentado, la primera autora del artículo precisaba que “no se puede decir que alguien deba o no deba usar un tampón basándose en nuestros resultados. Aún no sabemos si esos metales salen del tampón y, si lo hacen, no sabemos si pueden llegar al torrente sanguíneo. Nuestro equipo sigue estudiándolo”.

Muy similares consideraciones han sido realizadas por la FDA americana que ha contestado rápidamente a las preocupaciones derivadas de los hallazgos del artículo que estamos comentando. Una portavoz de la Agencia dijo a la radio pública americana (NPR) que «La FDA está revisando el estudio. Todos los estudios tienen limitaciones. Aunque el método químico utilizado indica que estos metales están presentes en los tampones analizados en el laboratorio, el estudio no evalúa si algún metal se libera de los tampones cuando se utilizan en el cuerpo. Tampoco aborda si algún metal, en caso de liberarse, puede ser absorbido por el revestimiento vaginal o, posteriormente, por el torrente sanguíneo».

En el mismo artículo del CEN arriba citado, se hacían, por parte de una experta consultada, algunas precisiones que me han resultado relevantes y sobre las que he investigado un poco. La primera, y creo que fundamental, es que para poder llevar a cabo sus análisis, las autoras colocaban tanto la parte interna (el absorbente) como el fino recubrimiento que lo protege en un dispositivo de digestión por microondas, un método común para disolver y separar metales pesados de las muestras, un proceso muy agresivo que, en este caso concreto, empleaba disoluciones al 70% de ácido nítrico para disolver las muestras. La zona vaginal, aunque ácida (pH en torno a 4) para evitar el crecimiento bacteriano, no llega, ni de lejos, a los niveles de acidez del nítrico empleado en estos procesos.

Otra precisión importante en lo relativo a la migración de esos metales, y particularmente del plomo, tiene que ver con la capacidad del algodón y, mas concretamente, de la lignina que contiene, para atrapar el plomo. La lignina es uno de los componentes principales de la fibra de algodón, solo superada por la celulosa. Y hay literatura bastante abundante sobre el uso de lignina en la eliminación de plomo contenido en aguas residuales (véase, por ejemplo, este artículo). Si la lignina tiene esa capacidad, ello indica que plomo y lignina se atraen y unen por fuerzas consistentes. Y cabe plantearse si, en el corto periodo de tiempo que cada tampón está en la vagina (6 horas según las autoras), puede producirse una liberación sustancial de ese elemento desde el algodón (y su lignina) al cuerpo humano.

Lo que está claro para todo el mundo es que habrá que trabajar más sobre estos aspectos para confirmar estos resultados y que, en ese trabajo, agencias de salud y fabricantes tendrán que ponerse las pilas. En el caso de las primeras, las regulaciones actuales sobre los tampones son bastante laxas y solo la UE prohibe concentraciones de plomo, cadmio, cromo y arsénico en prendas de vestir por encima de 1 microgramo/gramo. O lo que es lo mismo, 1000 nanogramos/g, muy superiores a las encontradas para esos cuatro elementos en los tampones. Excepto en el caso del plomo, que está en una concentración de 120 nanogramos/g, mucho más alta que en el caso de los otros tres elementos pero todavía 8 veces inferior al límite UE. Aunque, todo hay que decirlo, no parece lo mismo ponerse una prenda de algodón con plomo en la piel que en la vagina.

Noticia a seguir, sin duda. Mientras tanto, la música de hoy tiene que ver con Mahler y su tercera Sinfonía. Un extracto de la misma con la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Zubin Mehta. Pasan los años para todos pero, a pesar de dirigir sentado, los ojos y la energía de Mehta no cambian.

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jueves, 18 de julio de 2024

Marketing científico en los medios


Con una cierta periodicidad, recibo emails personales de lectores (y sobre todo lectoras) que se han alarmado por noticias que leen en los medios sobre los posibles peligros de determinadas sustancias químicas que aparecen en lo que comemos, bebemos, respiramos o tocamos. En casi todos los casos, las fuentes son medios de comunicación que propagan noticias casi idénticas que provienen de oficinas de prensa de Universidades o Instituciones científicas, con entrevistas adicionales con investigadores implicados en los artículos científicos que proporcionan los “jugosos” titulares. En estos últimos días, una lectora que me ha escrito otras veces, pero a la que no conozco personalmente, y un antiguo estudiante y viejo amigo, me han mandado dos noticias que, por su proximidad en el tiempo y su procedencia, me han proporcionado un creo que interesante hilo del que tirar.

Ambas noticias provenían del diario ABC, aunque se han publicado igualmente en otros medios. En una de ellas, del 15 de julio, el titular rezaba, “El caucho de los parques infantiles bajo la lupa del CSIC: «Tiene una toxicidad crónica»”. Anteriormente, el 13 de julio, otra noticia decía “El CSIC detecta tóxicos en envases plásticos y alerta del riesgo de su transferencia a los alimentos al calentarlos”, aunque lo que llamó la atención a mi comunicante no fue ese titular sino el hecho de que la noticia hablara específicamente del caso de las tortillas que se venden en supermercados, listas para calentar y comer. Ambas noticias provenían de un Instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona y su portavoz era la Directora del mismo y, según parece, coautora de los artículos generadores de ambas noticias. Y lo de parece lo voy a explicar en los siguientes párrafos.

En ambas noticias los compuestos analizados y potenciales fuentes de peligro son los ésteres organofosforados (OPE, en su acrónimo en inglés), unos compuestos químicos que se suelen usar como retardantes a la llama en diferentes tipos de plásticos para prevenir así incendios fortuitos en electrodomésticos, fibras, muebles y una larga lista de cosas. Los OPEs también se pueden usar como plastificantes, es decir, para hacer que un plástico rígido se vuelva más blandito.

En el caso de la noticia sobre las tortillas preparadas, además de los citados OPEs, también parece que se analizó otra familia de plastificantes mucho más conocidos, los ftalatos. Pero tendremos que creer al medio y a la Directora porque dicho estudio no se ha publicado aún, como reconoce ABC en su noticia.

En el caso de las alarmas diseminadas sobre los cauchos en parques infantiles, las aseveraciones de la mencionada Directora tampoco provenían de un artículo científico ya publicado, como me he encargado de comprobar hoy mismo usando herramientas de bibliografía al uso. No se dice si está en fase de publicación (supongamos que si) pero ABC apunta que hay que “esperar a 2025 para que el CSIC publique la segunda parte de la investigación, que determinará el alcance de la exposición humana a esos compuestos”. En resumen, en esas dos noticias, ABC ha dado eco a tres artículos científicos aún no publicados.

Y se preguntarán algunos de mis lectores. Y, a este tocapelotas del Búho, ¿qué más le da si la noticia se publica antes (bastante antes en algún caso) que el artículo que da pie a la noticia?. Pues la razón es sencilla de explicar. Uno es un jubilata con tiempo y medios para bucear en la bibliografía que se produce en variados temas que me interesan. Y cuando recibo una noticia del pelo de las que comento, me gusta ir a buscar las fuentes de los datos que deberían subyacer tras la misma, esto es, ir al artículo original. Si no lo hay, la verificación es imposible. Y pudiera ocurrir que, cuando finalmente se publique, una consideración detallada del artículo en cuestión no cuadre con los titulares ni con las notas de prensa de Universidades e Instituciones. Pero el daño ya está hecho y diseminado.

Por ejemplo, los mismos OPEs, el mismo Centro del CSIC y la misma Directora/investigadora estuvieron detrás de otro estudio publicado a principios de 2022 y que la autora ya se encargó de publicitar año y medio antes en La Vanguardia. Se habían detectado OPEs en el 100% de una serie de sardinas, anchoas y merluzas del Mediterráneo español, en cantidades entre 0,3 y 73 nanogramos. Luego se publicó el artículo y en los Aspectos a destacar (Highlights) iniciales, se dejan bien claras dos cosas. Una: “El riesgo humano asociado al consumo de esos pescado no mostró ninguna amenaza en relación con la ingesta de OPEs”. Y dos: “Los resultados sugirieron la ausencia de biomagnificación de OPE”. Os recuerdo que biomagnificación es la tendencia de algunos productos químicos a acumularse a lo largo de la cadena trófica, exhibiendo concentraciones sucesivamente mayores al ascender en esa cadena. En resumen, el propio artículo destaca que no hay muchos motivos para la alarma que, para entonces, ya habían difundido casi todos los medios y que, obviamente, no aclararon después lo que acabo de aclararos.

Este desencuentro entre lo que parecen sugerir los titulares de las noticias y lo que luego se topa uno en el artículo original también ocurrió en otro caso en el que también estaban implicados los OPEs y el mismo Centro del CSIC y del que di cuenta en una entrada anterior. En una noticia de La Vanguardia del 3 de mayo del pasado año se decía en titulares que "Las bebidas azucaradas tienen niveles de plastificantes 100 veces superiores a los del agua", algo que, en la noticia, explicaba la Directora del Centro. Pero si uno se iba al artículo original y buceaba en un prolijo párrafo (el último del apartado 3.4), en el que se calculaba la peligrosidad de las cantidades de esos OPEs que los autores estimaban que ingerimos los españoles a través de bebidas azucaradas y aguas de grifo y embotelladas, uno se encontraba con que esas cantidades eran desde miles hasta miles de millones de veces más pequeñas que las consideradas peligrosas.

Otra cosa habitual en este tipo de noticias es que los investigadores aprovechan la aparición en los medios para, además de dar cuenta de sus estrictas investigaciones, publicadas o nonatas, pontificar u opinar sobre cosas que ellos no han cuantificado en los datos publicados. Por ejemplo, la Directora e investigadora a la que hemos hecho repetida referencia, usa el resto de la noticia sobre las tortillas precocinadas para difundir una panoplia de aseveraciones alarmantes sobre variadas sustancias químicas que, a la espera de que se publique el artículo mencionado, intuyo que tienen poco que ver con las tortillas.

Y así, nos alerta sobre la peligrosidad de OPEs y ftalatos, los males que pueden causar y nos da consejos para paliar esos males, como evitar el que los alimentos estén en contacto con plásticos o ventilar bien nuestras casas para no ingerir el polvo que pudieran contener partículas de plástico con estos plastificantes. No podían faltar, en los tiempos que corren, sus menciones al bisfenol A o a los compuestos perfluorados, para acabar con una diatriba a las Instituciones europeas por no tener mano dura con el uso de estas y otras sustancias, que podrían provocar el incremento de casos de cáncer o la falta de atención en el estudio de los niños. Afirmaciones harto complicadas de probar (véase, por ejemplo, el último informe de la American Cancer Society y sus figuras 1 y 2). De aquí al activismo plastifóbico hay poco camino que recorrer.

Así que me voy a dejar unas alertas en mi móvil para confirmar, en unos meses, si los artículos no publicados han aparecido o no. Particularmente el de las tortillas.

Y ya que estamos en pleno verano, en el que abundan festivales musicales al aire libre, la música de hoy está grabada en uno de ellos, celebrado en Frankfurt en agosto de 2016. Es el famoso Danzón nº 2 de Arturo Márquez, con la Frankfurt Radio Symphony dirigida por el colombiano Andrés Orozco-Estrada. Dura más de diez minutos pero no he encontrado extractos más cortos. En cualquier caso, si yo pudiera hacer ese extracto, cortaría la grabación en el minuto 3:53. Espero que más de uno aguantéis hasta el final.

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jueves, 4 de julio de 2024

Los humos de los barcos y el calentamiento global


El 3 de diciembre de 1972, dos geólogos de la americana Brown University escribieron una carta al Presidente Nixon. En el escrito le mostraban su preocupación de que la actual época interglaciar estuviera llegando a su fin, iniciándose una nueva glaciación. Literalmente le decían que el que se estuviera produciendo “un deterioro global del clima, en un orden de magnitud mayor que cualquier otro experimentado hasta ahora por la humanidad civilizada, es una posibilidad muy real y, de hecho, podría producirse muy pronto”. Que unos geólogos hablen de que algo se pueda producir muy pronto es casi de chiste, teniendo en cuenta que para ellos la escala más habitual son miles o millones de años, pero la carta se tomó en serio en la Casa Blanca y, de hecho, implicó la puesta en marcha de programas de investigación al respecto.

Eran tiempos en los que los estudios sobre la evolución del clima eran menos habituales que ahora y la Climatología una Ciencia incipiente que se repartían meteorólogos y geólogos. Y unos y otros, desde los años cuarenta, venían observando periodos de mal tiempo y bajas temperaturas. Con la perspectiva que dan unos cuantos años más, eso tiene un cierto reflejo en la figura que aparece debajo, donde puede apreciarse que, tras un calentamiento entre 1900 y los primeros cuarenta, el gráfico parece cambiar con un cierto enfriamiento de unos treinta años para luego volver a subir decididamente.
A pesar del reflejo que la carta tuvo en los medios y en la posterior proliferación de trabajos científicos, hoy sabemos que fue una falsa alarma. Enseguida, diversas sociedades científicas y organismos internacionales desviaron la atención hacia lo que hoy llamamos calentamiento global, ocasionado por las continuas emisiones de CO2 de origen antropogénico (humano). Y también sabemos que ese corto periodo de enfriamiento se debió, probablemente, al efecto que sobre la radiación solar que llega a la Tierra tiene la presencia en la atmósfera de los llamados aerosoles, partículas sólidas o líquidas que se encuentran suspendidas, en estado estacionario, en el aire. Sin esa presencia sobre nuestras cabezas, el calentamiento global hubiera sido más evidente antes.

Ese hecho quedó confirmado (véase esta entrada de setiembre pasado) con lo que podíamos llamar el “experimento Pinatubo”. Pinatubo es un volcán filipino que, en 1991, inyectó en las capas de la atmósfera, entre otras muchas sustancias, millones de toneladas de dióxido de azufre (SO2) que, en la capa intermedia o estratosfera, se transformaron en aerosoles de sulfato. Cada una de esas partículas actuaron como barreras que impedían la llegada de la luz del Sol a muchas regiones del planeta, con lo que la temperatura global de la Tierra disminuyó en más de medio grado en los dos años subsiguientes a la erupción.

Y viene esto a cuento porque, desde el 1 de enero de 2020, están en vigor las nuevas normas de la Organización Marítima Internacional (OMI), normas que regulan el contenido en azufre del combustible que usa el transporte marítimo internacional, reduciéndolo del 3,5 % al 0,5 %. El objetivo fundamental de estas medidas es mejorar la calidad del aire y, de rebote, la salud pública ya que, al disminuir la posibilidad de que ese azufre se convierta en aerosoles, se evitan enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Pero, como efecto derivado de esa disminución y en un proceso contrario al de las emisiones del Pinatubo, algunos climatólogos están especulando con que pudiera ser la causante del inusual calentamiento global experimentado en 2023, estimado en 0,2 ºC.

La cosa parece lejos de estar clara, porque en estos últimos meses/años están confluyendo una serie de posibles causas del fenómeno. Además del crecimiento global de las emisiones de CO2, que ahí sigue, y de los combustibles de bajo contenido en azufre que acabo de explicar, este año hemos tenido un El Niño bastante fuerte, estamos prácticamente en el máximo del ciclo 25 de la actividad del Sol y está también el hecho de las ingentes cantidades de vapor de agua que inyectó el volcán Hunga Tonga, del que hablábamos en la misma entrada mencionada arriba sobre el Pinatubo.

Todo ello ha hecho que, en los últimos meses, hayan aparecido artículos científicos y artículos de opinión de científicos muy relevantes en el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), como Hansen, Schmidt o Hausfather. En ellos hacen incidencia en los factores mencionados en el párrafo anterior y, en los dos primeros casos, cuestionan de forma distinta las capacidades de los modelos climáticos para reproducir estas anomalías de temperaturas que nos han sorprendido. Son debates, también recogidos en redes sociales, entre reconocidos climatólogos que demuestran que la Ciencia de todo esto dista de estar del todo establecida. Debates que seguro no interesan a la mayoría de mis lectores pero, al menos, estáis al loro de lo de las emisiones sin azufre de los buques y sus probables consecuencias.

Además, como os recuerdo de vez en cuando para que no se os olvide, el Blog es mío y en él procuro dejar constancia, a modo de diario, de las cosas que me preocupan.

La música de hoy es un extracto de tres minutos de una de las escenas de la Sinfonía Alpina de Richard Strauss. Una vez más con la Filarmónica de Berlín, dirigida esta vez por el grandullón y disfrutón Andris Nelsons que, en la grabación, tenía 37 años. Fijaros, en los primeros diez segundos, en el espectador que está detrás del músico de los platillos…

Buen verano!!!

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