viernes, 27 de octubre de 2023

Sobre la Captura Directa de CO2 desde el Aire

El Informe Especial sobre Calentamiento Global de 1,5 ºC (2018), preparado por el IPCC, a instancia de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2015, estableció que, para lograr el objetivo de no sobrepasar ese límite de temperatura con respecto a la llamada época preindustrial, debemos conseguir, para el año 2050, el llamado NetZero en lo que a emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se refiere. Un empeño que el propio informe reconoce que es bastante complicado y que necesita de “reducciones de emisiones ambiciosas” y “cambios rápidos, profundos y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad”.
Además de intentar no emitir más GEIs (fundamentalmente CO2) a la atmósfera, el informe recomienda otras actuaciones como, por ejemplo, la captura directa en el propio lugar de la emisión del CO2 producido por grandes emisores del mismo, como es el caso de acerías, cementeras o industrias químicas. Como las cantidades a captar son grandes hay que pensar en qué hacer posteriormente con ese CO2, de lo que enseguida hablaremos.Pero no debemos olvidar un problema inherente al hecho de que llevemos muchos años vertiendo CO2. Dado su ciclo de vida en la atmósfera, seguirá habiendo en ella, durante mucho tiempo, una cantidad de CO2 superior a la deseable para llegar a alcanzar los objetivos que se propusieron en 2015 en Paris. Así que necesitamos, adicionalmente, eliminar cantidades importantes del CO2 que actualmente ya se encuentran en la atmósfera.

Para hacerlo hay soluciones o métodos que podemos llamar naturales como plantar más árboles, auténticos sumideros de ese gas. O, aun mejor, gestionar eficientemente todo lo que tiene que ver con el suelo, los bosques y los cultivos. Pero los cálculos parecen indicar que eso tampoco sería suficiente. Así que, de esa necesidad de hacer algo más, surge la tecnología denominada Captura Directa de Aire, también conocida por sus siglas en inglés, DAC.

Explicado de forma sencilla, la cosa consistente en capturar grandes cantidades de aire por medio de esa especie de ventiladores invertidos que veis en la foto que ilustra esta entrada, eliminar el CO2 presente en él (que como sabéis, solo supone el 0,04% del aire), devolver el aire sin dióxido de carbono a la atmósfera y utilizar el CO2 así obtenido en diversas aplicaciones (p.e. en la fabricación de combustibles sintéticos para aviación, fabricación de plásticos, etc.) o, al igual que el capturado en grandes emisores que mencionaba arriba, almacenarlo geológicamente.

Evidentemente, todo esto parece demasiado sencillo para que sea verdad. Se necesita buscar esos lugares geológicos donde almacenarlo (y donde lo más probable es que haya oposición ciudadana) y buscar nuevas aplicaciones de empleo de ese CO2 para no acumularlo sin fin . Y, si al final le damos un uso, se necesitarán extensas redes de gaseoductos para distribuir ese CO2 a los lugares que vayan a emplearlo, además de adecuados estudios sobre la viabilidad económica de todo ello.

Pero uno ha sido profesor de Termodinámica durante muchos años. Y, en el caso de la DAC, hay un aspecto ligado a la energía del proceso que me intrigaba. Incluso había pergeñado una serie de cálculos al respecto cuando, de repente, me encontré con un artículo que confirmaba mis hipótesis (o, al menos, el autor pensaba en similares términos a los míos). Estaba en el blog The Climate Brinck, alojado en Substack (la plataforma a la que me estoy aficionando un montón). Un blog que comparten dos climatólogos muy conocidos y próximos al IPCC (Andrew Dessler y Zeke Hausfather) aunque, en lo relativo al artículo del que estamos hablando, el autor es el primero.

La Termodinámica permite simular muchos procesos que ocurren en la Naturaleza de forma muy simplificada. Y con la peculiaridad de que, al hacerlo, se puede evaluar la forma más eficiente, en términos energéticos, del proceso simulado. Y así, en el caso de la tecnología DAC, ésta puede modelarse en dos procesos diferenciados. Uno implica la separación del CO2 desde el aire que lo contiene y el otro comprimirlo hasta una presión alrededor de 100 veces la presión atmosférica, que sería la adecuada para almacenarlo en algún depósito geológico. Los que conocen algo de Termodinámica saben que, para hacerlo, hay que definir los llamados estados iniciales y finales del proceso, la trayectoria reversible entre ambos, funciones de estado que, como la energía libre de Gibbs, cuantifican la energía implicada en el proceso y cosas similares. Pero eso se queda para los profesores que quieran usar la entrada a la que me estoy refiriendo para plantear un problema sencillo de Termo a sus estudiantes.

El resultado, en el caso de la separación, es que necesitaríamos 500 kilojoules (kJ) para separar 1 kilo de CO2 del aire. Si quisiéramos eliminar los cuarenta mil millones de toneladas de CO2 que actualmente se emiten cada año, necesitaríamos del orden de 2x10(19) J cada año, lo que corresponde a la energía suministrada durante ese año por el equivalente de 300 presas Hoover, una presa gigantesca situada en el curso del río Colorado. O la proporcionada anualmente por 350 centrales nucleares como la de Almaraz. Y si ahora calculamos la energía necesaria para comprimir todo ese gas a 100 atmósferas, necesitaríamos un 50% adicional de la energía anterior. En total, y si hacemos los cálculos necesitaríamos aproximadamente el 6% de toda la energía consumida anualmente por la humanidad. O, en términos de potencia eléctrica, alrededor de un Teravatio (TW).

Pero, y esto es lo más importante, ese es el valor más pequeño que puede esperarse en virtud de las simplificaciones termodinámicas que hemos realizado para obtenerlo. De ahí hacia arriba, todo dependerá de los procesos realmente implicados. Algunas de las compañías que están liderando la investigación en este campo estiman que ese gasto energético podría multiplicarse por diez. Y, evidentemente, solo podría hacerse a partir de energías renovables como la eólica, la fotovoltaica, la hidroeléctrica, la geotérmica, etc. Porque, si tuviéramos que usar combustibles fósiles para obtener la energía necesaria, sería la pescadilla que se muerde la cola.

Así que no es extraño que Dressler termine su entrada diciendo que aunque su intención “no es abogar a favor o en contra de la DAC, los beneficios que de ella se derivarían serían de tanto calado como los obstáculos técnicos, económicos o industriales a abordar”. Y, como buen seguidor de las conclusiones del IPCC, argumenta que “nuestra prioridad debe ser descarbonizar nuestra economía”.

Lo que, visto lo visto por el momento, no es tampoco una cuestión baladí.

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viernes, 6 de octubre de 2023

Obesógenos: Fat is in the air. Una entrada invitada(*)

Durante la Primera Guerra Mundial, las autoridades militares francesas estaban desconcertadas: numerosos trabajadores de sus fábricas de municiones comenzaron a sufrir un misterioso adelgazamiento, acompañado de hipertermia extrema de hasta 45ºC, que causó más de 35 muertos y cientos de afectados. Los supervivientes no paraban de adelgazar por mucho que comieran. Solo recuperaban peso cuando trabajaban lejos de las municiones. El asunto quedó archivado y no se estudió en profundidad. ¿Qué importaban unas decenas de muertos al año cuando en la primera batalla del Marne murieron 80.000 soldados franceses en una sola semana?

En 1933, el farmacólogo americano Maurice L. Tainter investigó el asunto y halló la causa. Los obuses franceses utilizaban ácido pícrico (2,4,6-trinitrofenol) como explosivo y en su preparación mediante nitración del fenol se producía un subproducto, el 2,4-dinitrofenol (DNP) que, administrado en pequeña cantidad a ratas de laboratorio, recapitulaba la anorexia e hipertermia de los trabajadores franceses. Hoy sabemos que el DNP es uno de los anoréxicos más potentes que existen y que una pequeña cantidad del mismo, ingerido o inhalado como polvo durante un breve período, inhibe la formación de ATP (Trifosfato de adenosina)en las mitocondrias, bloquea la síntesis de proteínas, estimula el consumo de oxígeno y provoca una hipertermia descontrolada. Lo importante es que el caso del DNP puso de manifiesto que la presencia ambiental de ciertas moléculas sintéticas puede alterar, significativamente, la masa corporal con independencia de la alimentación o el ejercicio.

Pasaron las décadas y la penosa delgadez de comienzos del siglo XX ha sido reemplazada por la denostada “pandemia de obesidad” actual. Por consiguiente, solo era cuestión de tiempo que surgiese la pregunta: ¿podrían algunos productos químicos presentes en nuestros entornos laborales, urbanos, alimentos, etc… provocar el efecto contrario al de DNP? Es decir, ¿podrían añadir una obesidad “extra” a la que nos corresponde por dieta y ejercicio? Esta idea es muy intuitiva y se ha concretado en la llamada hipótesis de los productos obesógenos,que ha sido recogida en artículos de revisión como éste publicado en la revista Journal of Pharmacology.

A pesar de que en las conclusiones del artículo los autores acaban admitiendo que la obesidad humana es un proceso multifactorial y que, en la práctica, es virtualmente imposible distinguir claramente el “efecto obesógeno” de otros factores como la sobrealimentación, el desequilibrio nutricional, la falta de ejercicio o los factores genéticos, no por ello dejan de preconizar la prohibición o drástica limitación de los obesógenos como medida preventiva para combatir la obesidad global.

El problema es que los obesógenos forman parte de muchos productos que usamos diariamente como detergentes, alimentos, envases de plástico, ropa, cosméticos, etc…, lo que dificulta sortear sus efectos. A día de hoy, y como se recoge en este artículo de divulgación (basado en gran parte en el anterior), en torno a 50 productos químicos han sido etiquetados por algunos endocrinólogos como obesógenos o potenciales obesógenos. Entre ellos están el famoso bisfenol A (BPA), de cuya vida y milagros ya se habló en este Blog (ver aquí y aquí), los bifenilos policlorados, los ftalatos, los éteres de polibromodifenilos, las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, los parabenos, la acrilamida, los alquilfenoles, el dibutilestaño o algunos metales pesados como el cadmio y el arsénico.

En el laboratorio se ha comprobado que, por ejemplo, el BPA es un disruptor endocrino que activa los adipocitos encargados de almacenar grasa y aumenta perceptiblemente el tejido adiposo blanco en animales, lo cual apoyaría la hipótesis obesógena. Sin embargo, para justificar los resultados experimentales, los autores necesitan invocar las denominadas dosis-respuestas no-monotónicas; es decir, que la acción de esos obesógenos no iría disminuyendo a concentraciones cada vez más bajas, como suele ser lo habitual, sino que, a partir de un determinado valor, esas sustancias podrían tener a bajas concentraciones un mayor efecto que a altas.

La naturaleza química de los compuestos obesógenos es otro de los puntos más llamativos de la hipótesis. Los 50 compuestos mencionados arriba también son posibles tóxicos a través de mecanismos de acción que nada tienen que ver con la obesidad. No se sabe si tras su absorción, y a las concentraciones fisiológicas en tejidos humanos, actúan realmente como obesógenos o no.

Además, resulta sorprendente que decenas de miles de moléculas de nuestro entorno natural, procedentes de animales, vegetales o minerales, nunca se hayan identificado como inequívocamente obesógenos, excluyendo los propios alimentos grasos o los azúcares. Tampoco se ha descubierto hasta ahora ningún compuesto sintético con una actividad claramente obesógena comparable a la que tiene el DNP arriba mencionado para la anorexia.

En fin, el tiempo dirá si la hipótesis obesógena va engordando o adelgazando, pero si os hacen un comentario impertinente acerca de esa barriguita que se adivina bajo el niqui, ahora tenéis algunos “químicos” a los que echar la culpa.

(*) El Prof. Jesús M. Aizpurua es un viejo amigo, al que llegué a dar clase en los primeros años de mi Facultad. Hoy es Catedrático de Química Orgánica en la misma. Un especialista en el diseño y la síntesis de nuevos compuestos mediante la llamada Click Chemistry, es un relevante científico de la UPV/EHU. Y un decidido emprendedor en la aplicación de su investigación, como lo demuestra el que sea el Director Científico de la empresa Miramoon Pharma S.L., entre cuyos productos se encuentra el novedoso candidato a fármaco PM-004, destinado al tratamiento no invasivo de la retinosis pigmentaria.

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miércoles, 27 de septiembre de 2023

Tablas de cortar alimentos y microplásticos

Hace unas semanas, una pequeña columna en el suplemento Vivir del Diario Vasco (y supongo que de otros periódicos de Vocento) alertaba de los peligros escondidos en algo tan habitual como cortar alimentos sobre una tabla de plástico. Según esos resultados, decenas de millones de partículas (o microplásticos) se desprenden cada año merced a esas operaciones, partículas que podríamos ingerir y así estar expuestos al riesgo de que (sic) “sean tóxicas”.

Como siempre en estos casos, este vuestro Búho se ha ido al artículo original, publicado en una conocida revista de la American Chemical Society (ACS), sociedad en la que tengo ya categoría de Emeritus (tras 40 años pagando la cuota anual). Y me he puesto a leerlo como si yo fuera uno de los referees (revisores) que tuvieron que dar el placet para que el artículo se publicara, una labor que he hecho durante años para las más importantes revistas de polímeros.

Ahora que ya estoy jubilado puedo decir que hacer de referee es un auténtico peñazo. Nunca me han pagado por ello, el editor que te manda el manuscrito lo quiere revisado para ayer y, muchas veces, eres un dudoso experto sobre la temática del artículo que te envían. Este no es el caso. No ha habido urgencias de editor alguno, vosotros me pagáis con solo leer esta entrada y de microplásticos tengo siempre hechos los deberes (la bibliografía actual). Así que vamos a darle una vuelta al artículo en cuestión.

Los autores del mismo ponen a seis ciudadanos con un cuchillo delante de tres tipos de tablas de cortar, dos de ellas de plásticos distintos (polietileno y polipropileno) y una tercera de madera. Les hacen ejecutar en cada tabla seis ciclos distintos, cada uno de ellos de 500 cortes, sobre las superficies en cuestión. Tras cada ciclo, pasan medio litro de agua por las superficies resultantes para recoger las partículas que se hayan podido desprender, filtran el líquido así obtenido, secan el filtro y pesan las partículas. Cuentan también esas partículas bajo un microscopio, caracterizan su forma, tamaño, etc.

Una de las cosas en las que siempre me fijaba al revisar un artículo era la bibliografía, al entender que, de alguna forma, las referencias allí listadas suponían puesta al día del estado de la cuestión sobre la que versaba el artículo. En este caso, y dado que se trata de una aportación sobre la cantidad de microplásticos que podemos ingerir a través de la alimentación, me ha sorprendido que entre las 91 referencias bibliográficas utilizadas, sólo dos (la 49 y la 74) sean publicaciones del grupo de Albert A. Koelmans de la Universidad de Wageningen en Holanda.

Además de haber publicado muchas contribuciones científicas sobre el tema, Koelmans coordinó un informe publicado en abril de 2019, encargado por la Unión Europea a la denominada SAPEA (un Consorcio que representa colectivamente a las Academias y Sociedades científicas europeas), en el que se abordaban los aspectos estrictamente científicos de los efectos de los microplásticos en el medio ambiente y en los seres vivos, incluidos los humanos. Además, y aún más importante en este caso, el grupo de Koelmans publicó un trabajo en marzo de 2021, que exploraba la bibliografía existente sobre la evaluación de la masa de microplásticos ingerida per cápita y día por niños y adultos, así como lo que ocurre posteriormente con esas micropartículas en nuestro organismo (cuántas partículas expulsamos, cuántas se acumulan, etc.). Un artículo que a mi me parece de referencia obligada y del que ya he hablado en este Blog.

Resulta sorprendente que aunque los autores citen ese artículo (referencia 49), no lo hagan en un contexto comparativo de sus propios resultados, sino para mencionar los posibles disruptores endocrino que los microplásticos pudieran contener en forma de monómeros y todo tipo de aditivos y que pudieran migrar de ellos a nuestro organismo en diversas condiciones. Y digo que resulta sorprendente porque el grupo de Koelmans ha demostrado, por activa y por pasiva en diversos trabajos (ver aquí el más importante), la irrelevancia de los microplásticos como vectores de ese tipo de contaminación química.

Volviendo a los resultados y ciñéndome, por no hacer esto muy largo, a los resultados obtenidos con las experiencias de corte sobre tablas de polietileno, las más habituales en muchas cocinas occidentales, los autores observan que el número y la masa de partículas que se desprenden parecen ir aumentando a medida que van pasando los 6 ciclos de 500 cortes que los cortadores ejecutan. Una conclusión aparentemente razonable pero que es bastante discutible cuando se ve el uso que de ella se hace.

Porque los resultados de esas medidas con los seis primeros ciclos se ajustan a una recta (regresión lineal) y gracias a ese ajuste, los autores van calculando el número y la masa de las micropartículas de plástico que, día a día, se irían generando desde el séptimo día hasta el tricentésimo sexagésimo quinto. Y luego suman los resultados de esos 365 días del año para calcular los microplásticos generados a lo largo de un año y a los que se supone estamos expuestos.

Es decir, con solo seis medidas experimentales (seis días), extrapolan a lo que, en principio, pasa en los 359 días del año restantes. Si algo he insistido siempre a mis estudiantes es que ojito con las extrapolaciones y más cuanto más lejos te vayas del intervalo medido. Sobre todo, en este caso, si consideramos la información suplementaria (por ejemplo la Tabla S10) que se suministra con el artículo y que casi nadie comprueba. Allí puede verse que los coeficientes de regresión distan mucho de un comportamiento lineal que permita extrapolación tan extendida. Algo más técnico y que para entenderlo hay que saber algo de estadística, pero ya sabéis que el Búho es de fiar y no os engaña.

Segundo, algo más de andar por casa y que mis amigos cocinillas pueden considerar. ¿De verdad ejecutamos 500 cortes sobre la tabla de cortar todos los días de un año?. En mi casa desde luego no. Ni por día ni, probablemente, por semana. Tercero, ¿todas las micropartículas generadas se adhieren inmediatamente a lo que cortamos y de ahí van a nuestro organismo?. Pues creo que tampoco. Por ejemplo, muchas de las cosas que en casa cortamos son verduras, una parte importante de las cuales cocemos en agua que luego en gran parte desechamos.

Así que su estimación de que al año estamos “expuestos” a entre 7 y 51 gramos de polietileno en forma de microplásticos provenientes del corte en tablas de ese plástico me parece una cifra excesiva. Ello implicaría entre 135 y 1000 miligramos por semana o, en términos de tarjetas de crédito (una “unidad de medida” que se ha hecho popular en la ingesta humana de microplásticos), entre 0.03 tarjetas o 0.2 tarjetas por semana, lejos de la tarjeta por semana que adujeron algunos en su día y que Koelmans y colaboradores desmontaban en el artículo arriba mencionado.

Pero, aún y así, si comparamos la ingesta diaria por persona que los autores calculan (entre 20 y 140 miligramos), eso supone entre 12.000 y 100.000 veces la media estimada por el grupo de Koelmans en su revisión. En la que, además, queda claro que una cosa es la ingestión diaria y otra cosa es la acumulación irreversible en el cuerpo humano de esas micropartículas en una vida media de 70 años. Que no llega a 40 nanogramos, porque la mayoría de lo que ingerimos se va por el váter.

Finalmente, el trabajo que estamos revisando críticamente evalúa también la posible toxicidad de esas partículas, realizando estudios in vitro con células de fibroblastos de ratón, no encontrando efecto adverso alguno. Pero el trabajo no estudia la toxicidad de las partículas desprendidas cuando se usan tablas de corte de madera, a pesar de que, en ese caso, se desprenden muchas más que desde una superficie de plástico, aduciendo simplemente que las de polietileno son las más habituales. Cuando está claro que de la tabla de madera surgirán, probablemente, fibras (polímeros) de celulosa y lignina que, en el caso de esta última, es una potencial fuente de sustancias que los químicos llamamos aromáticas (porque contienen anillos de benceno), en principio más peligrosas que las derivadas del polietileno.

Pero todo esto que acabo de decir son meras conjeturas que habría que comprobar. Lo que es definitivo es que si yo fuera el referee elegido por la revista de la ACS para evaluar el trabajo que nos ocupa, éste no pasaba el corte en primera instancia. Tendrían que aclararme los extremos que os acabo de contar

Y como hoy hace un día espectacular en Donosti y se me alegra el espíritu, os regalo un poco de música.

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lunes, 18 de septiembre de 2023

Regulando la Homeopatía (Coda final)

Como ya expliqué en una entrada del mismo título, en julio del año pasado, la regulación de los productos homeopáticos en España, que vivía en un limbo legal desde 1994, empezó a desperezarse como consecuencia de una Directiva europea que data del año 2001. Aún y así, el Ministerio de Sanidad español se tomó nada menos que seis años para transponer esa Directiva al ámbito español, en el Real Decreto 1345/2007 que, como en la Directiva arriba mencionada, incluía una sección especial regulando el procedimiento de autorización, registro y condiciones de dispensación de los medicamentos homeopáticos.

El artículo 55 de ese Decreto establecía una singularidad para los productos homeopáticos de forma que, a la hora de autorizar su venta como medicamentos, habilitaba dos vías. Una, la habitual para cualquier medicamento con indicación terapéutica demostrada y dos, y aquí viene lo singular, un procedimiento simplificado, sólo para productos homeopáticos, para el que no se necesita demostrar su eficacia terapéutica.

El Gobierno español y otros países europeos que no tienen intereses económicos en estos preparados, trataron de eliminar esa vía singular con la oposición de otros, como Reino Unido, Francia o Alemania, que si los tienen. Hasta que, en 2018, estuvo claro que la batalla estaba perdida. Así que el Ministerio de Sanidad español instó a la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) a poner en marcha el citado procedimiento simplificado y, en abril de 2018, dicha Agencia habilitó un plazo para que los fabricantes de todos los productos homeopáticos que se vendían en las farmacias de España le comunicaran su intención de adecuarse a la Directiva europea y al Decreto español, diecisiete y once años después de sus respectivas promulgaciones.

Finalizado ese plazo, la AEMPS publicó, a finales de octubre de 2018, una resolución que daba cuenta de los productos homeopáticos que habían comunicado esa intención y fijó un calendario para que las empresas titulares solicitaran la correspondiente autorización de comercialización. Solo los productos homeopáticos que se encontraban en esa resolución, en una lista de más de dos mil preparaciones, podían seguirse comercializando hasta que la AEMPS evaluara la documentación y tomara una decisión que les autorizara a venderse como medicamentos homeopáticos, de acuerdo con la normativa que os he explicado arriba. Los que no comunicaron a la AEMPS su intención de adecuarse a la normativa no podían seguirse comercializando y los que estuvieran ya en las farmacias tendrían que ser retirados.

Desde ese octubre de 2018 la AEMPS mantiene una página web en la que se detallan los productos homeopáticos que han sido autorizados a venderse como medicamentos, así como los retirados del mercado, página que he ido consultando periódicamente, comprobando que en lo que respecta a la lista  de autorizados, ésta ha ido creciendo poco a poco. La última actualización que he visto de esa lista, antes de escribir estas líneas, data del 21 de diciembre de 2022 y contiene 1290 productos, aunque son muchos más porque de cada uno de ellos puede comercializarse diversas diluciones de un mismo principio genérico.

Desde que empecé a consultar esa página, he andado un poco mosqueado con una cuestión que , finalmente, parece que he resuelto y de ahí el origen de esta entrada. La AEMPS mantiene el llamado Centro de Información de Medicamentos (CIMA), una base de datos en la que los profesionales sanitarios y la ciudadanía pueden consultar diversos aspectos sobre los medicamentos autorizados por la AEMPS. Si en esa página se pica en el enlace denominado Buscador para profesionales sanitarios, cualquiera puede localizar medicamentos por el nombre comercial, el principio activo que contienen, la empresa que lo fabrica o el llamado Código Nacional, una especie de matrícula de cada medicamento.

Pues bien, en mis repetidos intentos de usar esa base de datos a la búsqueda de medicamentos homeopáticos, ha sido imposible encontrar en ella ninguno de los que aparecen en el listado de autorizados arriba mencionado. Durante este tiempo he trasladado esta aparente incongruencia tanto a farmacéuticos titulares de oficinas de Farmacia como a profesionales de Farmacia Hospitalaria. Y nadie me ha resuelto el enigma.

Así que el pasado día 5 de setiembre, dirigí un email a la AEMPS en el que literalmente les decía que, usando la web arriba mencionada, “en el apartado Lista de homeopáticos autorizados figuran 1290 productos, ¿por qué si hago uso del buscador para profesionales sanitarios de la página CIMA, no puedo localizar ninguno de ellos, ni siquiera ningún fabricante (por ejemplo BOIRON) de esos productos. ¿Estoy buscando mal?. ¿No es éste el lugar adecuado para este consulta?. Si es así, les ruego que me indiquen dónde trasladarla”.

Al día siguiente tenía la respuesta: "CIMA no recoge información sobre los medicamentos homeopáticos autorizados. Es por ello que al hacer consultas (mediante búsquedas sencillas o más complejas) en el buscador de CIMA, en ningún caso va a poder mostrarlos. La información sobre los medicamentos homeopáticos (tanto autorizados como rechazados) se encuentra recogida en el link de la página web de la AEMPS que vemos que Ud. ya maneja. Ahí figura la información relativa a los medicamentos autorizados en formato Excel para facilitar su manejo así como la ficha técnica y prospecto con la información técnica de cada uno de ellos". Y me aclararon que eso es así porque "desde la AEMPS se consideró oportuno mostrar toda la información de los medicamentos homeopáticos agrupada en una misma pestaña de la web para poder tener accesible en un mismo punto las acciones tomadas, medicamentos retirados, los medicamentos autorizados y su ficha técnica y prospecto".

Si visitáis la página de los autorizados podréis comprobar que, entrando tanto en la ficha técnica como en el prospecto aprobado para cada uno de los que aparecen en esa lista, en ambos sitios figura la frase "Medicamento homeopático sin indicación terapéutica aprobada (Directiva 2001/83/CE)". Es decir, lo uno (no aparecer en la base de datos) parece ser consecuencia de lo otro (no tener indicación terapéutica). Al menos para éste que os escribe porque, si hubieran seguido el procedimiento que siguen todos los medicamentos convencionales, aparecerían en el CIMA. Cosa que, como digo, no es el caso para ninguno de los 1290 preparados autorizados como medicamentos homeopáticos por la famosa vía singular o simplificada.

Resumiendo, un sinsentido. Así que parece que después de 22 años de la Directiva europea poco hemos conseguido. Porque, a pesar de estos contrasentidos, 1290 productos homeopáticos se venden como medicamentos aunque no hayan probado su eficacia terapéutica. Si a eso se le añade la reciente declaración de la OMS sobre la llamada Medicina Complementaria, fruto de presiones de países como China o India, puede parecer que hemos perdido la guerra.

O quizás no. Francia eliminó en enero de 2021 el llamado remboursement (o devolución del 30% del valor de los preparados homeopáticos comprados por particulares), lo que ocasionó un descenso importante de las ventas del gigante (francés) de la homeopatía, Boiron, del que aún no se ha repuesto. Sus acciones cayeron en Bolsa hasta este julio cuando, en una operación de pura ingeniería financiera, la familia Boiron, que detenta casi el 80% de las acciones, las reflotó. Pero es un lavado de cara que me dicen algunos entendidos que puede llevar consigo la salida de Bolsa de la empresa. Veremos, el 12 de octubre hay Junta de Accionistas.

Por otro lado, el intento de los colectivos homeopáticos de hacer públicos sus resultados a la manera de la ciencia convencional, han sufrido un par de reveses en los últimos años. En el ámbito español, la Revista Médica Homeopática, que publicaba Elsevier, se cerró en el último trimestre de 2017. Su equivalente en inglés, Homeopathy que, a su vez, tenía sus orígenes en el llamado British Homeopathic Journal, dejó también de publicarse bajo el logo Elsevier en 2018 pero, en este caso, se ha seguido publicando en el grupo editorial alemán Thieme.

Aunque, si hacemos caso al último informe del Journal Citation Reports (JCR), una publicación anual que evalúa el impacto y relevancia de las principales revistas científicas y tal y como se ve a la derecha, la difusión de Homeopathy es muy pequeña, su índice de impacto (1.7) pasa  a 0.5 si no se cuentan las autocitas (los autores se mencionan a si mismos en la bibliografía) y, además, en los últimos años ha caído al último cuartil (Q4) o grupo de las revistas menos valoradas, dentro de la categoría Integrative and Complementary Medicine, no precisamente una de las categorías más prestigiosas de las varias que agrupan a las revistas médicas. Podéis ampliar la imagen clicando en ella.

Y aquí se acaba la coda (agridulce) a la que alude el título.

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sábado, 2 de septiembre de 2023

Dos erupciones volcánicas con consecuencias dispares en el clima

En 1991, la erupción del volcán Pinatubo en las Filipinas inyectó en la atmósfera, entre otras muchas sustancias, unos seis millones de toneladas de dióxido de azufre que llegaron a la estratosfera (entre 10 y 50 km por encima de la superficie terrestre) y que, transformados en aerosoles de sulfato, impidieron la llegada de la luz del Sol a muchas regiones del planeta durante bastante tiempo. La temperatura global de la Tierra disminuyó en más de medio grado en los dos años subsiguientes a la erupción principal (hubo varias).

Pinatubo fue un “experimento” que confirmó que el calentamiento global producido desde mediados del siglo XIX hubiera sido más importante si no fuera por las partículas, en forma de aerosoles, inyectadas en la troposfera (hasta diez kilómetros por encima de la superficie terrestre) y, en este caso, derivadas de la creciente actividad industrial. Partículas de polvo, sal marina, humo, carbón y sobre todo sulfato amónico, generado por reacción de anhídrido sulfuroso y amoníaco. Estas partículas contribuyen, como hemos mencionado, a reenviar al espacio exterior una parte de la energía radiante del sol que, de esa forma, no llega a la superficie y no puede participar del posterior efecto invernadero.

Esa erupción del Pinatubo fue también la causa de que el Premio Nobel de Química de 1995, Paul J. Crutzen, propusiera en 2006 una radical estrategia frente al calentamiento global. Crutzer sugirió inyectar en la estratosfera compuestos de azufre como el anhídrido sulfuroso, el ácido sulfhídrico u otras moléculas con azufre adecuadas para producir aerosoles de sulfato. Aunque se sigue mencionando esa propuesta en libros recientes sobre el CO2 y el cambio climático, lo cierto es que nadie parece dispuesto a afrontar los posibles efectos secundarios de esa estrategia, que se suele unir a la de la captura de CO2 (de la que algún día hablaremos por estos lares) bajo el término Geoingeniería.

Mientras que la mayoría de las grandes erupciones volcánicas se caracterizan por esas emisiones de dióxido de azufre, que enfrían el planeta temporalmente, la erupción del volcán Hunga Tonga-Hunga Ha’apai (Tonga para los amigos) el 15 de enero de 2022 fue inusual porque, a diferencia de la del Pinatubo, liberó a la estratosfera una gran cantidad de vapor de agua (146 millones de toneladas). Tonga inyectó también 0,42 millones de toneladas de dióxido de azufre, muy lejos de las cifras del Pinatubo.

Y precisamente por la gran cantidad de vapor de agua inyectada, el caso del Tonga tendría que tener efectos diferentes a los del Pinatubo en lo que al calentamiento global se refiere. Esas 146 millones de toneladas de vapor de agua aumentaron el contenido del mismo en la estratosfera entre un 10 y un 15 %. Es bien sabido que el vapor de agua es un potente gas de efecto invernadero y, al contrario de los aerosoles de sulfato del Pinatubo, debiera, en el caso del Tonga, contribuir a un adicional calentamiento de nuestro planeta. Ello hace que el volcán Tonga sea particularmente interesante para su estudio científico en el contexto de otras erupciones recientes.

Aunque solo ha pasado un año y ocho meses desde la erupción del Tonga, si uno pone en el buscador de bibliografía ISI Web of Science “Tonga eruption”, la búsqueda le devuelve del orden de 310 documentos científicos, aunque muchos de ellos tienen que ver con el estudio del maremoto que la erupción originó y con otras consecuencias de la misma en el entorno atmosférico, terrestre y marítimo cercano. Si uno acota la búsqueda a “Tonga and climate change” solo aparecen quince artículos posteriores a la erupción.

Uno de ellos ha llamado la atención de algunos medios debido a su título que, como hemos visto hace poco en otro caso, había sido cuidadosamente elegido: “La erupción del Tonga aumenta la posibilidad de una anomalía temporal de la temperatura superficial por encima de 1.5 ºC”. No sobrepasar esta última cifra, como sabéis, es uno de los objetivos de los Acuerdos de París de 2015. El título del artículo ha generado en las redes una cierta discusión sobre si las temperaturas de julio han llegado donde han llegado, a nivel global, merced a la suma del efecto del Tonga con el inicio de una nueva fase de El Niño.

Aunque ha pasado muy poco tiempo para que se puedan sacar conclusiones definitivas. Un artículo en la conocida web CarbonBrief analizaba no hace mucho el posible efecto de la erupción en el calentamiento global, entrevistando a varios de los autores de los artículos publicados hasta entonces. El primer autor del artículo que acabamos de mencionar recalcaba que, a pesar de lo que se pudiera deducir del título de su artículo, “Tonga solo está contribuyendo una cantidad muy pequeña a la anomalía de la temperatura de la superficie hoy en día. No veremos el impacto de Tonga en los eventos de cambio climático como sequías o inundaciones, el efecto es simplemente demasiado pequeño".

Pero hay otro posible efecto del vapor de agua inyectado por Tonga en la estratosfera que preocupa a los científicos. Y es cómo afecte esa inyección al agujero de ozono sobre la Antártida. En esencia, el ozono puede degradarse cuando en la época del invierno austral se forman nubes de cristales de agua sobre cuya superficie el ozono puede reaccionar con átomos de cloro provenientes de los clorofluorocarbonos (CFCs) que, aunque restringidos por el protocolo de Montreal en 1985 siguen estando en la estratosfera porque se descomponen muy lentamente. Si en ella hay más vapor de agua por la erupción, más nubes de cristales podrán formarse y habrá más "sitios" sobre los que la degradación del ozono pueda producirse, como explican científicos de la NASA en este artículo de la revista Space.

La gráfica de la derecha (que podéis aumentar clicando sobre ella), muestra que el tamaño del agujero de ozono ha crecido en los años más recientes. De hecho, su extensión el pasado 5 de octubre de 2022 fue la más alta desde el año 2015, aunque ello no interrumpe una tendencia general a la baja, debido a las variaciones interanuales que se producen en función de lo más o menos fríos que sean los inviernos australes.

Y, además, el proceso correspondiente a 2023 no parece haber empezado muy bien, si hacemos caso a la linea roja de la misma figura, en la que la parte discontinua son predicciones que los científicos adelantan unos pocos días. ¿Está ya haciendo la erupción del Tonga su efecto?. Una búsqueda bibliográfica en la ISI WEB of Science bajo los términos "Tonga eruption and ozone hole" no me ha proporcionado más que un artículo fechado en setiembre del 2022, en el que solo en las conclusiones, se puede encontrar una fugaz alusión a que el vapor de agua del Tonga juegue un importante papel en la degradación de la capa de ozono. Tendremos que esperar a octubre para ver el efecto en la curva de este año.

Así que, por el momento y como en otras ocasiones os digo, “ver venir…”

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