jueves, 27 de junio de 2019

Sobre residuos plásticos y su gestión

La reciente entrada sobre el informe de la CE, relativo a los Riesgos para el Medio Ambiente y la Salud de los llamados Microplásticos, puede que haya planteado a más de uno de mis lectores la pregunta de cómo hemos podido llegar a esa situación. Así que, en una serie de entradas, voy a tratar de contestar a esa lógica inquietud avisando, antes de empezar, que, en este tema, uno puede tener sesgos importantes en sus opiniones al respecto porque, no en vano, toda su vida académica, tanto docente como investigadora, ha estado centrada en los materiales poliméricos, una parte importante de los cuales son termoplásticos o plásticos a secas. A pesar de haber irrumpido en nuestras vidas en el siglo XX, han crecido de forma tan apabullante que nos están planteando los preocupantes problemas, derivados del manejo de sus residuos, que todos conocemos. Así que, en esta entrada y en las que le seguirán, para evitar en lo posible esos sesgos, voy a procurar fundamentarlas en datos de revistas científicas o Instituciones fiables y fácilmente comprobables por quién tenga interés sobre el tema.

Parece razonable, para empezar, proporcionar datos contrastables sobre producción de materiales plásticos y sobre la gestión de sus residuos, para poner poner en contexto el origen de los problemas que iremos afrontando en esas siguientes entradas. Como decía antes, los plásticos sintetizados por el hombre empiezan a aparecer en nuestro mundo a finales de los años veinte y, de forma más significativa, después de la segunda guerra mundial, donde algunos como el polietileno o los cauchos sintéticos habían jugado papeles estratégicos. Ello que da reflejado en la primera de las gráficas que os voy a proponer y que está extraída de la organización Our World in Data, una fuente que recomiendo vivamente porque, en ella, se pueden encontrar infinidad de datos fiables sobre casi todo lo que ocurre en nuestro mundo. Los datos que han servido para realizar la figura están tomados de un artículo de R. Geyer y otros [Science Advances 3, e1700782 (2017)].



Esa gráfica (que como todas las que van a ir en esta entrada podéis ampliar clicando en ella) muestra la evolución de la producción anual de plásticos en el mundo desde el año 50 hasta nuestros días. Puede apreciarse el crecimiento sostenido (mas bien acelerado) de esa producción, con pequeños retrocesos muy puntuales durante la crisis del petróleo de los setenta y la reciente recesión financiera, ya en el siglo XXI. Los últimos datos apuntan una producción anual de casi 400 millones de toneladas, a las que habría que sumar otras 70 mas, correspondientes a la producción de fibras sintéticas (poliésteres y poliamidas) que suelen contabilizarse separadamente. Y aún habría que añadir otros materiales poliméricos que, sin ser estrictamente plásticos (no se ponen blanditos al calentar), tienen problemas similares en cuanto a residuos. El ejemplo más importante son los cauchos vulcanizados empleados en los neumáticos de automóviles.

Siendo unos materiales tan jóvenes y que, salvo excepciones como el caucho natural, no se dan en la Naturaleza, es relativamente fácil hacer una estimación fiable de la cantidad total de ellos que los humanos hemos puesto sobre la Tierra. La siguiente figura, también accesible en la web de Our World in Data y derivada del mismo artículo científico mencionado arriba, muestra esa cantidad global acumulada de plásticos en el mundo, hasta un total de unos 7.500 millones de toneladas (ojo, los billones de la gráfica son americanos, es decir, mil millones).



Una cantidad ciertamente impactante pero que no proviene en su totalidad de los envases de todo tipo que nos parecen omnipresentes. Por ejemplo, en Europa y en 2016, los fabricantes de objetos en plástico emplearon 50 millones de toneladas de diferentes materiales plásticos. El 39,9% fueron a envases, pero también acabaron en la construcción (19,7%), en automoción (10%), en material eléctrico y electrónico (6,2%), en objetos de hogar, ocio y deporte (4,2%), en agricultura (3,3%) y en un largo etcétera de otros (16,7%) en el que se engloba el uso de plástico en cosas como muebles, medicina,...

La siguiente cuestión a tener clara es qué hemos ido haciendo los humanos con los residuos plásticos provenientes de los usos, tanto de larga como corta duración, que hemos ido haciendo con esos materiales. De nuevo, Our World in Data y el artículo de Geyer y colaboradores nos proporciona otra interesante gráfica que podéis ver a continuación.


Puede apreciarse que, prácticamente hasta el inicio de los ochenta, nuestro único "tratamiento" de los residuos plásticos era dejarlos donde mejor nos viniera. Posteriormente, y poco a poco, hemos comenzado a reciclarlos y también a incinerarlos, esto último como estrategia destinada a recuperar la energía implícita en ellos. Pero, a nivel global y aún hoy, la cantidad que acaba en vertederos, controlados o no, es superior a la mitad del total de los residuos plásticos generados.

En La Europa de los 28 (más Noruega y Suiza), y según datos de la organización Plastics Europe, la situación es algo mejor. En 2016, por primera vez, el porcentaje de toneladas recicladas de residuos plásticos (31,1%) superó a las depositadas en vertederos (27,3%) pero, y esto es algo que mucha gente no sabe, esos porcentajes fueron superados por los procesos de recuperación de energía (incineración) que nos ayudaron a deshacernos del 41,6% de esos residuos y producir al mismo tiempo electricidad o calor. No en vano, la combustión de los plásticos más usados proporciona una energía comparable o superior a muchos de los combustibles tradicionales.

No os voy a negar que la gráfica siguiente (proviene también de Plastics Europe) es una de mis favoritas cuando quiero sorprender a eventuales interlocutores sobre el tema. Particulariza los porcentajes anteriores a lo que ocurre en cada uno de esos treinta países europeos que acabo de mencionar. Los tramos verdes que aparecen para cada país (y que corresponden a porcentajes de reciclado) oscilan entre el 20% y como mucho el 40%, lo que proporciona el 31,1% promedio antes mencionado.


Pero la diferencia importante entre países aparece cuando consideramos qué hacemos los europeos con el 69% que no reciclamos. La progresiva desaparición de vertederos en países muy relevantes, tanto en lo financiero como en la concienciación medio ambiental, se ha resuelto mediante la implantación de plantas incineradoras (tramos azules). Y para muestra, la pulcra y recogida Suiza o la potente Alemania. En otras naciones, con menos recursos económicos para construir (y mantener) plantas de incineración y/o mas terreno baldío sin utilización relevante, los vertederos (tramos rojos) siguen siendo todavía una opción (hasta llegar al caso extremo de Malta), aunque la tendencia general es a disminuir el uso de esos vertidos.

En los datos globales que se han estado manejando para Europa sobre residuos plásticos y su gestión, los porcentajes atribuidos en los últimos años a los residuos reciclados tienen, sin embargo, una considerable trampa. Por ejemplo, en 2016 se recogieron en el ámbito europeo 27,1 millones de toneladas de plásticos post-consumo, de los que, como hemos dichos arriba, un 31,1% fueron oficialmente reciclados. Pero deberíamos matizar esa cifra, aclarando que mas de la tercera parte (un 37%) de los declarados como residuos plásticos reciclados, lo han sido fuera del ámbito de la UE. Algo que ha venido ocurriendo desde hace años, en los que los países europeos han estado "exportando" basura de todo tipo y condición a países emergentes y en vías de desarrollo, fundamentalmente a China.

Y, entre esa basura, han estado los residuos plásticos que, no hace falta decirlo, en muchos casos no se sabe ni en qué condiciones se han reciclado ni si, tan siquiera, se han reciclado o han acabado en el mar o en los vertederos incontrolados que habréis visto en la prensa. Hasta que China se plantó a primeros del 2018, devolviendo la pelota a los países ricos que, cínicamente, habían ido cumpliendo sus objetivos de reciclado a base de una salida por la puerta de atrás de un buen porcentaje de sus residuos. Desde entonces, otros se han sumado a la idea, y esta semana leía que Malasia nos anda devolviendo a los españoles toneladas de residuos plásticos. Lo cual está planteando un problema serio a los planes de reciclado de plástico de muchas economías occidentales (para muestra este botón).

Por otro lado, muchos de esos países emergentes, además de aceptar residuos plásticos extranjeros, se están incorporando a nuestro modo de vida y están produciendo sus propios plásticos y generando los residuos correspondientes. Por ejemplo, China importó en 2016 7,4 millones de toneladas de residuos plásticos pero ha generado por ella misma otros casi 61 millones. Además, China y otros países del área tienen costa y sus estrategias de recogida y gestión de residuos plásticos adolecen de deficiencias, lo que tiene como resultado que una parte importante de esos residuos acaben en el mar. La gráfica siguiente está construida con datos extraídos de un artículo de Jenna R. Jambeck y otros [Science 347, 768-771 (2015)] y da cuenta de los 20 países que más contaminan los océanos. Europa no aparece por no ser un país como tal, pero estaría situada en los niveles de EEUU, el último del gráfico.


Y la mayor parte de esos residuos entra en el mar a través de las redes fluviales de esas mismas zonas, como lo corrobora esta otra gráfica que aparece en Our World in Data, construida con datos de un trabajo de L.C.M. Lebreton y otros [Nature Communications 8, 15611 (2017)].


Es razonable pensar que una parte de esos residuos provengan también del tráfico de importación desde los países occidentales, pero los números de China que he mencionado antes indican que hay una importante contribución derivada de la producción interna de estos países. Un reciente acuerdo entre los países firmantes del llamado tratado de Basilea, buscaba evitar ese trasiego de residuos como forma de evitar una parte del problema. Pero mientras tanto, sería bueno que algunos activistas dejen de martirizarnos a los occidentales con el asunto de los plásticos de un solo uso. Que no parece que los estemos gestionando tan mal.

Pero esta entrada ya se ha hecho muy larga como para seguir con qué ocurre con esos residuos una vez acaban en el mar. Pero tranquilos, que esto continuará....

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domingo, 16 de junio de 2019

Un informe europeo sobre microplásticos

Solo en las últimas dos semanas he visto que los medios y las redes sociales se hacían eco de noticias (en mi opinión alarmistas) relacionadas con dos artículos científicos publicados sobre el tema de los microplásticos. Uno de ellos, titulado Human Consumption of Microplastics, está publicado a día de hoy solo de forma electrónica (DOI:10.1021/acs.est.9b01517) y se debe a científicos canadienses que establecen que, anualmente, podemos ingerir hasta doscientas mil partículas de estos materiales. El otro no es un estudio científico al uso, sino un informe encargado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, la que conocíamos antes como Adena en España) y ha sido realizado por científicos de la australiana Universidad de Newcastle. En este segundo caso parece evidente que hay un cierto conflicto de intereses porque la Universidad habrá cobrado de WWF y ésta ha usado los resultados en forma de un folleto, cuyas primeras frases han dado lugar a lo que luego se ha difundido en muchos medios y redes sociales: nos comemos el equivalente al plástico de una tarjeta de crédito (5 gramos) cada semana. Lo que seguro que proporciona a WWF algún que otro asociado más a sus campañas.

No voy a entrar, por falta de espacio en esta entrada, a detallar las incertidumbres que me suscitan ambas publicaciones (ya lo abordaremos en otro post, si me acuerdo). Simplemente diré que la metodología es muy parecida y que se basa en repasar la literatura científica en la que se hayan presentado evidencias de microplásticos en el aire, en el agua que bebemos o en los alimentos que ingerimos y, a partir de ahí, tomando una dieta más o menos estándar de los humanos en diferentes partes del mundo, estimar la cantidad de microplásticos que se ingieren. Las "bases de datos" usadas en los dos artículos son muy restringidas y ambos estudios parecen indicar que un componente importante de los microplásticos que podemos ingerir puede provenir del agua que bebemos. Y que está constituido, en un alto porcentaje, por fibras textiles, ya sean naturales (algodón fundamentalmente) o artificiales (poliamidas y poliésteres). En las conclusiones, ambos se curan en salud diciendo que se trata solo de estimaciones, que deberían confirmarse por futuros estudios para los que se necesitarían muchos más datos. Algo que no suele aparecer en los titulares. Y, en cualquier caso, ni unos ni otros cuantifican cuántas de esas partículas salen poco después, y tal cual, de nuestro organismo.

Pero mientras estoy seguro que muchos de vosotros habréis leído noticias al respecto de estos dos artículos, estoy también seguro de que pocos habréis visto, en esos mismos medios, noticia alguna relativa a lo que os voy a a contar en el resto de esta entrada. La Comunidad Europea dispone de un mecanismo de asesoramiento científico que le proporciona informes de alta calidad a la hora de tomar decisiones políticas sobre temas de relevancia en los que la CE es competente. El pasado 30 de abril se hizo público un informe de la CE sobre los riesgos para la salud y el medio ambiente derivados de la contaminación por Microplásticos junto con recomendaciones sobre políticas a seguir. Para llevar a cabo ese informe digamos "político", y entre otras fuentes, los expertos que lo elaboraron contaron con un informe previo, publicado en enero de 2019 y preparado por la denominada SAPEA (Science Advice Policy from European Academies), que abordaba los aspectos estrictamente científicos del tema que nos ocupa. El coordinador de este último informe fue el Profesor holandés (de la Universidad de Wageningen) Bart Koelmans al que, con ocasión de la publicación del informe del 30 de abril, entrevistaron en Horizon, una revista sobre Investigación e Innovación de la propia CE. Y aquí va mi traducción, un poco libre, de lo que Koelmans contaba a Horizon (los subrayados son míos y dan una idea de lo que, personalmente, considero relevante).

¿Cree que es mala la situación actual de los microplásticos?

Si nos fijamos en los hechos que conocemos, los microplásticos se detectan en muchos lugares de todo el mundo, incluidos los seres vivos, el agua, el suelo y el aire. Desde un razonamiento ético o estético, la gente podría argumentar: Bueno, esto no tiene por qué estar aquí, así que la consecuencia es que es malo. Sin embargo, otros podrían pensar que es más importante observar primero los riesgos ecológicos reales o los riesgos para la salud humana. Y, en ese caso, hay muchas cosas que no sabemos. El tema está rodeado de gran incertidumbre.

¿Qué riesgo representan los microplásticos para nuestra salud?

Hay solo unos pocos estudios relativos a la presencia de microplásticos en el agua potable. Se han detectado algunos microplásticos en componentes de nuestra dieta, pero sería deseable disponer de estudios similares repetidos por mas grupos para hacer que los resultados sean más rigurosos y confiables. Pero, ciertamente, sabemos que hay microplásticos en la dieta, por lo que las personas están expuestas a los microplásticos. Sin embargo, la sola presencia de estas partículas en nuestro medio ambiente, o en nuestros alimentos, no implica necesariamente un riesgo.

Para plásticos más pequeños, como los nanoplásticos (menos de 0.05 micras de ancho), sabemos incluso menos. No sabemos cuáles son las concentraciones de exposición y sabemos muy poco acerca de sus efectos. Sin embargo, sí sabemos que las partículas muy pequeñas de otros materiales, como el asbesto o las partículas muy pequeñas que afectan negativamente a la calidad del aire, pueden tener efectos negativos en la salud humana cuando se inhalan durante tiempos largos y en concentraciones más altas
.

¿Qué dice la nueva opinión científica sobre los riesgos?

Concluimos que, en este momento, no hay evidencia de un riesgo generalizado. Pero también vimos que si no se hace nada (y las tendencias continuaran), no es improbable que las posibilidades de riesgo aumenten en algún momento en el futuro. Y ese momento podría darse en 50 o 100 años .

¿Cuán extendidos están los microplásticos en los suministros de agua del mundo?

Muy a menudo es un par de partículas por litro o incluso un par de partículas por metro cúbico, que es bastante bajo si se considera que los organismos están acostumbrados a vivir en un entorno donde las partículas están presentes.

¿Cuáles son los problemas con respecto a los nanoplásticos?

El problema con los nanoplásticos es que son muy pequeños. Y, consiguientemente, la hipótesis que se maneja es que, debido a su pequeño tamaño, podría pasar las membranas celulares y, por lo tanto, acabar en las células. Dicho de otra forma, los microplásticos, que son más grandes, entrarían en su mayor parte en el intestino de un organismo para abandonarlo posteriormente mientras que los nanoplásticos podrían atravesar las membranas (y permanecerían en el organismo).

¿Diría que la preocupación pública por los microplásticos supera lo que realmente sabemos sobre ellos?

Estoy de acuerdo con la preocupación. Sin embargo, no siempre estoy de acuerdo con el razonamiento que apoya dicha preocupación. Creo que en los mensajes que se dan en los medios de comunicación, algunos de los matices se pierden (debido a la simplificación de los problemas).

¿Hay suficiente evidencia en este momento para apoyar la adopción de medidas contra los microplásticos?

Sí, porque la falta de evidencia también puede apoyar decisiones políticas. No tenemos datos sólidos sobre cuáles serán las concentraciones en el futuro, pero si hacemos una predicción razonable, usando modelos y datos podemos establecer que las concentraciones de microplásticos o nanoplásticos en el medio ambiente aumentarían a lo largo de las siguientes décadas, si no hacemos nada.

¿Qué debemos hacer para abordar este problema?

No hay remedios mágicos o, lo que es lo mismo, una única solución que pueda resumirse sin mas en un par de frases. Creo que la solución tiene que venir de una combinación de cosas. ¿Existen alternativas para algunos de los plásticos que usamos de forma que podamos usarlos menos? ¿Puede haber otros materiales que puedan usarse en los productos para que haya menos plásticos? ¿Podemos reemplazar algunos de los polímeros por otros que causen menos efectos? Y, finalmente, ¿cómo hacemos todo eso?. Y es ahí donde está el papel de la política para estimularlo.

¿Cuánto tiempo tenemos para abordar el problema de los microplásticos?

Creo que debería comenzar ya. Hay mucho interés por el tema actualmente, hay fondos disponibles para la investigación en el tema, hay mucho movimiento hacia las cosas que acabo de mencionar. Es comprobable que hay muchos grupos que se han dado cuenta del problema y comienzan a moverse para cambiar. Así que creo que eso es algo bueno.

El primer efecto generalizado que podría esperarse de los microplásticos se daría en décadas, quizás 50 años o 100 años.

La buena noticia sobre el plástico es que se puede revertir. Creo que es factible reducir en gran medida las fugas al medio ambiente, hasta el punto de que estos riesgos sean menores o estén ausentes o sean insignificantes. No hay un riesgo generalizado por ahora y al menos podemos hacer algo para que no se convierta en un riesgo generalizado en las próximas décadas.


#FIN DE LA ENTREVISTA#

Así que la próxima vez que algún activista os cuente algo (generalmente en tono alarmista) sobre los efectos de los microplásticos, recordad a Koelmans y el informe de la SAPEA. Y eso que en la entrevista el holandés no cuenta todo lo que sabe. Tendremos que volver sobre él y su producción científica en breve.

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martes, 11 de junio de 2019

La atareada vida del escéptico

Honeywell International ha liderado el mercado de los acondicionadores de aire desde hace muchos años. En los cuarenta, introdujo un termostato como el que veis en la foto, destinado a regular la temperatura a la que uno quería tener su casa en un día caluroso. Para cumplir con su no siempre bien entendida misión, contenía en el interior una ampolla con unos cuatro gramos de mercurio líquido, una cantidad unas ocho veces superior a la cantidad de mercurio contenida en los bulbos de los viejos termómetros que hemos venido usando (ahora cada vez menos) para medirnos la temperatura corporal y unas ochocientas veces superior al mercurio contenido en las bombillas compactas de iluminación.

En el año 2006, Honeywell anunció que dejaba de fabricar esos termostatos, dentro de la tendencia mundial existente para limitar la cantidad de mercurio que se vertía al medio ambiente y evitar así los daños que esa sustancia neurotóxica puede causar. Pero millones de esos termostatos, acompañando a millones de equipos de aire acondicionado, colgaban de las paredes de las casas. Equipos que al irse deteriorando ha sido preciso remplazar y deshacerse de ellos. Un estudio publicado en diciembre de 2011 por una ONG llamada New York Public Interest Research Group (NYPIRG) estimaba que, en esa época, unos 300.000 termostatos conteniendo mercurio estaban siendo retirados de servicio en Nueva York cada año y que más del 98% de ellos acababan en los vertederos o en las plantas incineradoras utilizadas por ese Estado para deshacerse de sus residuos urbanos.

En el caso de estas últimas, las excavadoras que manejan los residuos provocaban la ruptura de las ampollas, con lo que el mercurio se mezclaba con la basura a incinerar, provocando su emisión a la atmósfera. Aunque el estado era consciente del problema y en 2005 había prohibido los vertidos de mercurio, en la fecha en la que se redactó el informe del NYPIRG (2011) había un conflicto sostenido entre el Estado neoyorquino y Honeywell, que estaba boicoteando las iniciativas de los gobernantes a la hora de establecer recogidas selectivas de los termostatos de los equipos de aire acondicionado. Mientras tanto, otros Estados habían resuelto satisfactoriamente el problema y sus tasas de recogida de mercurio de esos equipos llevaban un adecuado ritmo.

Ese mismo año, febrero de 2011, la compañía Covanta Energy Corporation, que gestionaba unas cuantas de las plantas incineradoras del Estado de Nueva York, presentaba una solicitud (*) a la llamada Comisión de Servicio Público de dicho Estado, en la que pedía que sus incineradoras fueran consideradas como fuentes de energía renovable lo que, indudablemente, redundaría en su cuenta de resultados. Con fecha 19 de agosto de 2011, el Departamento de Conservación Ambiental (Department of Environmental Conservation) hacía llegar a la mencionada Comisión sus comentarios (*) al respecto de la petición de Covanta. En esos comentarios, el Departamento arriba citado, refutando algunos datos proporcionados por la empresa en su solicitud, argumentaba que el nivel de emisiones (por unidad de energía producida) de las incineradoras gestionadas por Covanta era, en la mayoría de los casos, superior a las de las plantas de carbón. Y se mencionaba particularmente el caso del mercurio, donde el nivel de emisiones llegaba a ser catorce veces superior (véase la figura 3 de la página 22 de esa contestación).

En enero de 2018, la misma cifra aparecía en la figura no numerada de la página 3 de este otro documento, publicado por GAIA que, a pesar de su nombre, no tiene nada que ver con la famosa hipótesis de James Lovelock, sino que es el acrónimo de una organización activista contra el uso de las incineradoras, de nombre Global Alliance for Incinerators Alternatives. En el pie de esa figura se cita como fuente y literalmente (aunque en inglés): Departamento de Conservación (sic) de Nueva York, Comentarios a la Comisión de Servicio Público del Estado de Nueva York en relación con la solicitud de Covanta Energy Corporation, 19 de agosto de 2011. Es decir, el documento que os he colgado en el párrafo anterior.

Y, finalmente, que alguno ya andará mosqueado sobre a qué huerto quiero llevaros, la semana previa a las recientes elecciones del 26M, un conocido activista contra la incineradora que se está construyendo cerca de mi pueblo, publicaba en nuestra gaceta provincial (Diario Vasco) otro artículo más contra la mencionada instalación donde, curiosamente, no mencionaba ni una sola vez la palabra dioxinas. Pero en uno de los párrafos, al relatarnos los males que nos acechan por la instalación de la misma, decía literalmente (el subrayado es mío): "Y además es más contaminante que una central eléctrica de carbón. Emite a la atmósfera más emisiones contaminantes e, incluso, 14 veces más mercurio por unidad de energía producida. Lo dice un estudio del Departamento de Medio Ambiente del Estado de Nueva York de 9 de agosto de 2011".

La frase en cuestión alertó mis alarmas y he tenido que buscar y leer mucha información, incluida la que vengo enlazando, antes de poder escribir este post y mostrar que eso es una verdad a medias, por no decir algo más fuerte. Pasemos por alto detalles tan insignificantes como el lío que se han traído los activistas de una y otra procedencia con el verdadero nombre del Departamento neoyorkino implicado (que puede comprobarse en su webo el empleo del término "estudio" que parece dar a entender que se trata de un estudio científico al uso, cuando en realidad no es sino una respuesta administrativa a la petición de Covanta. O el error de diez días en la fecha.

Lo importante aquí es que esos comentarios del Estado de Nueva York se están refiriendo, exclusivamente, a las cinco incineradoras gestionadas por Covanta en su territorio y no a cualquier incineradora del mundo mundial. Desde antes de 2011, está documentado que las incineradoras producían, más o menos, las mismas emisiones de mercurio que las plantas de carbón (y la indeterminación venía del tipo de carbón empleado). También está fuera de toda duda que las emisiones de mercurio de las diferentes fuentes, incluidas las incineradoras, están cayendo en EEUU, y sustancialmente, desde que en 1990 empezó a funcionar el llamado Inventario Nacional de Emisiones, como consecuencia de sucesivas regulaciones y controles. Y, para terminar, el Estado de Nueva York parece haber resuelto el asunto de los termostatos con mercurio a partir de una nueva normativamas exigente de fecha 18 de diciembre de 2013.

Como digo en el título esto está siendo cada vez más cansado. Las mentiras y medias verdades se acumulan encima de mi mesa y la vida de un jubilata da para lo que da.

NOTA: los dos documentos marcados como (*) se os descargarán como .pdf. No he conseguido que se abran en ventana separada.

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jueves, 23 de mayo de 2019

Beber agua de mar

Hace ya algún tiempo que, tomándome una deliciosa caña post-golf, acompañada de unas patatas fritas, esbocé lo que iba a ser esta entrada. El dueño del bar había cambiado de marca de patatas y, en el sobre de las nuevas, se indicaba que eran las primeras elaboradas con agua de mar (y, además, no un mar cualquiera sino el Mediterráneo). Tras la sorpresa, decidí investigar, en ese pozo sin fondo que es internet, sobre el origen de esta manera peculiar de añadir sal a unas patatas fritas de sobre y me topé con una web en la que explicaban que para obtenerlas "se sumergen en agua de mar del Mediterráneo antes de freírlas lentamente según una receta tradicional". Además de patatas fritas, en la web se anunciaban también frutos secos, pan y hasta una cerveza elaborada con agua de mar.

En la casa matriz de la Búha había una tradición que podría emparentarse con este asunto. Unas pocas veces al año se daban una alegría comiendo percebes o algún crustáceo de tamaño medio. Y la tradición implicaba ir a comprarlos a un pequeño vivero situado cerca de la bocana de entrada al Puerto de Pasajes. Además, la tarea se completaba pidiendo a Ismael, el contacto en el sitio, una garrafa con el agua de mar utilizada en las instalaciones del propio vivero. De vuelta a casa, los bichos se cocían en agua de mar, en lugar de usar agua de grifo con una cantidad adecuada de sal de cocina convencional.

Pues bien, ahora que nos da corte pedir el agua porque Ismael ya ha pasado a la condición de jubilata a tiempo completo, podríamos utilizar la que se encuentra en la web arriba mencionada, comercializada en unos envases de dos litros en los que se puede leer Agua de mar alimentaria, 100% natural, con 78 minerales y oligoelementos. Y como me conocéis, una vez que tuve conocimiento de tales productos empecé a tirar del hilito y almacené información sobre ellos. Pero luego algo se debió cruzar en mis planes de escribir un post al respecto y la información se quedó en una de las muchas carpetas en las que guardo cosas susceptibles de convertirse en entradas del Blog. Hasta que este martes me fui al viejo Bar Altxerri de Donosti a escuchar una charla programada dentro del Pint of Science 2019, un evento lúdico-científico en el que investigadores, generalmente jóvenes, divulgan su Ciencia en bares, mientras el personal le da a la cerveza.

En esa charla, mi antigua alumna del Máster de Polímeros, Iliane Rafaniello, nos explicó su trabajo sobre el empleo de membranas de estos materiales en procesos de separación de todo tipo. Y a la hora de ilustrar su excelente charla con ejemplos, nos contó que una de las aplicaciones más relevantes en este ámbito es el empleo de esas membranas para desalinizar el agua de mar, merced al proceso conocido como ósmosis inversa, del que ya hablé en este Blog hace tiempo. Y salí de la charla pensando dónde diablos había guardado yo la información sobre el agua de mar a la que hago mención arriba. Pero como soy un chico muy ordenado para estas cosas, fue sencillo encontrarla.

El Agua de Mar Alimentaria que se vende en esos envases es ciertamente agua de mar (espero que del Mediterráneo), adecuadamente tratada para eliminar cualquiera de los microorganismos que normalmente viven, de forma "natural", en el agua de cualquiera de los mares que pueblan el mundo (de ahí lo del adjetivo alimentaria). Así que, en ese sentido, nada que objetar. El asunto empieza ya a complicarse un poco cuando se pretende que se cocine con ella, como alternativa a la sal refinada de cocina con la que la mayoría de los mortales potencia los sabores de muchos de sus alimentos. Y a la que se atribuyen males sin fin, sin darse cuenta de que, si se refina, es para eliminar ciertas sustancias contenidas en la sal que se amontona en las salinas de mar y que le dan desde sabor a tiza a otros ciertamente amargos. Pero de eso no voy a hablaros aquí porque lo dejó hace tiempo muy clarito, el amigo Miguel Angel Lurueña en su excelente Blog Gominolasdepetroleo.

Nuestra agua de mar comercializada tiene, poco más o menos, 35 gramos por litro de sales, fundamentalmente cloruro sódico. Una concentración que para unos percebes está bien pero para cocinar unas verduras, un arroz o una legumbre es demasiada sal. Así que habrá que diluirla un poco. La propia web de la empresa comercializadora establece que se diluya en la proporción de un vaso de agua de mar por dos vasos de agua dulce (de grifo o botella, vamos).

Y lo de los minerales y oligoelementos tiene su gracia. Para explicar que el agua en cuestión es maravillosa, se nos cuenta en la misma web que, a diferencia de la sal de cocina que sólo (?) contiene cloruro sódico, ésta tiene otros minerales y oligoelementos muy necesarios para nuestra salud. Y para demostrarlo, se nos enlaza a una tabla titulada (en inglés) Composición Detallada del Agua de Mar a una salinidad del 3,5%. Esa Tabla está tomada de un viejo libro de Karl K. Turekian titulado Oceans y publicado en 1968 y está también recogida en esta web.

Aparte de que estoy seguro de que el agua de la Tabla no era agua del Mediterráneo (podían haberse trabajado un poco más el tema buscando una analítica adecuada), la tabla es muy ilustrativa de lo que contiene un agua de mar cualquiera como la analizada en el libro. Hay cromo, arsénico, berilio, cadmio, uranio, mercurio, plomo y un largo etcétera de "angelitos". En cantidades muy pequeñas, eso si. Y aunque es cierto que muchos de los que aparecen en la larga lista juegan un papel en nuestro organismo, generalmente tenemos fuentes alternativas para proveernos de los mismos sin andar comprando agua de mar. Y en cuanto a que esas cosas no están en la sal refinada quizás, en algunos casos, es mejor que no estén, pero tampoco es difícil encontrar en internet análisis completos de sales de cocina comerciales y darse cuenta de que además de cloro y sodio, contienen otras muchas cosas, también bautizables como minerales y oligoelementos.

Y, sobre todo, hay que leerse bien las instrucciones del agua de mar comercializada para evitar bebérsela tal cual, sobre la base de los beneficios de esos minerales y oligoelementos, algo que han propugnado algunas terapias alternativas como las basadas en las ideas de René Quinton. Como bien explicaba mi amiga Iliane en su charla del martes, la concentración de sal en nuestras células es unas cuatro veces inferior a esos 35 gramos/l del agua de mar. Con lo que si bebemos agua del mar y por efecto de la citada ósmosis, el agua en el interior de nuestras células trata de diluir el agua más concentrada en sal que hemos bebido, saliendo de ellas y provocando una deshidración de las mismas y en el caso de un uso continuado, la muerte. La empresa comercializadora lo explica bien en una entrada del Blog de su web, aunque no es obvio encontrarla. Algo más fácil de encontrar es que para beber ese agua hay que diluir un vaso de la misma con tres vasos más de agua dulce. Y lo mismo pasa con el agua que se utiliza para preparar "la única cerveza del mundo con agua de mar".

En fin, aún reconociendo el mérito de los empresarios que están haciendo dinero con una idea como esta, yo creo que no estamos muy bien de la cabeza.

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miércoles, 8 de mayo de 2019

Los niños de Granada no mean plástico

Ni tampoco mean microplásticos, tan de moda esta temporada que hasta la Fundeu la ha elegido como Palabra del Año 2018. Pero de microplásticos hablaremos con mucho detalle dentro de poco. Hoy nos vamos a centrar en otra noticia sobre el inefable Profesor Olea, Catedrático del Departamento de Radiología de la Universidad de Granada que, últimamente, me da mucho trabajo. Hace unos meses, en otra entrada, ya manifesté mi sorpresa ante sus declaraciones a Discovery Salud en las que proclamaba que las embarazadas granaínas también orinaban plástico. Así que parece una característica de los habitantes de la ciudad de la Alhambra, porque no me consta referencia alguna a esa especie de cálculos renales que, en lugar de formarse a base de oxalato o ácido úrico, parecen hacerlo a base de pequeñas porciones de plástico. Pero vamos a contar la nueva noticia con algo de detalle.

El diario Ideal de Granada se hacía eco la semana pasada de una rueda de prensa del Prof. Olea y algunos de sus colaboradores, en la que presentaban recientes resultados del Grupo que acababan de traducirse en dos artículos en dos revistas científicas. El primero de ellos [Environment International 127, 592-600 (2019)] es un estudio realizado sobre 32 pares de calcetines para niños pequeños, adquiridos tanto en baratillos como en conocidas franquicias. Os preguntaréis qué importancia pueden tener unos calcetines para tan dilectos investigadores. Pues dado el interés secular del Grupo en los efectos del Bisfenol A (en adelante BPA), en este caso se trataba de comprobar si los calcetines de niños comprados en Granada tenían BPA y, dada la actividad estrogénica del compuesto, evaluar los posibles efectos para los enanos que vistan esos calcetines.

Pues bien, el BPA estaba presente en casi todos los calcetines y en mayor concentración en los calcetines baratos que en los caros. Paralela y consecuentemente evidenciaron también, gracias a sus sofisticadas técnicas, la actividad estrogénica de los calcetines. Con ambos resultados experimentales en la mano, la rueda de prensa se convirtió en otro acto de la estrategia del miedo a la que nos tiene acostumbrados el Prof. Olea, llegando a recomendar a los padres que vigilen a sus tiernos infantes no vaya a ser que se chupen los calcetines, ingieran BPA y padezcan en el futuro males sin cuento.

Pero este vuestro Búho tiene varias cosas que contar a propósito del artículo de los calcetines. Primero, y sobre todo, que los análisis se hicieron con los calcetines sin lavar. Cosa lógica porque es la manera de poder detectar lo que hay en esas prendas tal y como salen de la tienda. Pero hay un detalle casi oculto en el artículo que demuestra que el asunto del lavado no es cuestión baladí. En la página 598 en el apartado 4.5. Fortalezas y debilidades, los autores reconocen que los calcetines se usaron sin lavar y que ello, presumiblemente eliminaría algo de los residuos químicos. Pues algo no, casi todo diría yo. Tengo delante un artículo [J. Chem.Eng.Data 52, 2511-2513 (2007)] en el que se estudia la solubilidad del Bisfenol A en agua pura y en agua con diversos surfactantes, habituales en los detergentes convencionales. A 25ºC la solubilidad del BPA es 381 miligramos por litro en agua pura y esa solubilidad llega hasta casi 600 en agua a 40 ºC, temperatura bastante usada en las lavadoras. Usando agua con diferentes concentraciones de surfactantes podemos llegar hasta a multiplicar por 6 la solubilidad del BPA en agua pura, como es el caso de la solubilidad en agua jabonosa con el surfactante CTAB (bromuto de cetil trimetil amonio) a 40 ºC, que llega a ser 2261 miligramos por litro.

La concentración media de BPA en los calcetines más contaminados fue de 255 nanogramos por gramo de muestra de calcetín, aunque alguna muestra se fue hasta 3739 nanogramos por gramo. Vamos a ponernos en el escenario límite de esta última muestra, muy poco representativa de los resultados. Un par de calcetines pequeños de mi Búha (que ya no es una niña) pesa unos 40 gramos y, si tuvieran esa concentración extrema de BPA, contendrían unos 150.000 nanogramos de la sustancia o, lo que es igual, 150 microgramos o 0,15 miligramos de BPA. Teniendo en cuenta la solubilidad más baja (en agua pura a 25 ºC, 381 miligramos por litro) y que una lavadora usa por lavado unos 40 litros de agua, es evidente que, con un solo lavado, hubiéramos eliminado la práctica totalidad del BPA de las muestras. Así que más que recomendar a los padres que vigilen que los niños no se chupen los calcetines, la medida más drástica es que los laven antes de ponérselos a los infantes, algo que cualquier progenitor responsable hace, haya oído o no hablar del BPA.

Para enredar más la cosa, los autores reconocen que el chupado de calcetines es algo excepcional y que lo más preocupante es la absorción de BPA a través de la piel, por aquello de que los tienen mucho tiempo puestos. Y, a la hora de calcular esa absorción de BPA por la piel, utilizando una complicada fórmula con muchas variables, introducen como dato la concentración de BPA en los calcetines sin lavar. Aún y así, la exposición al BPA a través de la piel resulta realmente baja, del orden de los picogramos por kilo de niño y día, exposición que sería irrelevante si el calcetín estuviera lavado.

Y os preguntaréis, ¿y lo de mear plásticos?. Pues lo he dejado para el final porque, en la propia rueda de prensa, el grupo de la Universidad de Granada presentó los resultados de otro artículo también reciente [Environmental Research 173, 443-451 (2019)], en el que medían la concentración de BPA en la orina de casi 300 niños granaínos entre 9 y 11 años, además de una serie de parámetros ligados a la obesidad. Según la crónica del periódico de Granada, los autores del trabajo encontraron que en 9 de cada diez personas había BPA en la orina y que mayores niveles de BPA se relacionaban con mayor riesgo de obesidad, sobrepeso y, especialmente, grasa abdominal.

Pero (ay! los jodidos peros del Búho), el periodista se olvida de mencionar que las propias conclusiones del trabajo dicen que esos resultados deben tomarse con precaución. Por un lado por el modesto tamaño de la muestra investigada y, por otro, por la dificultad de evaluar separadamente el efecto de otros factores como la dieta y estilo de vida de los niños, que todos sabemos de qué van.

Y es en ese contexto de la crónica periodística donde Olea vuelve a pronunciar su ya reiterada frase "No es normal mear plástico", usándola como ariete contra las Administraciones europea y española por no hacerle el debido caso. Olea (yo creo que a sabiendas) está queriendo inducir a la población a creer que el Bisfenol A es un plástico. Y ya empiezo a tener dudas sobre si miente o no sabe una higa de plásticos.

Así que las embarazadas y los niños de Granada no mean plástico. Probablemente ni siquiera meen Bisfenol A, algo que, nuevamente muy escondido en el texto del segundo artículo, reconocen los autores. Cuando dicen que el Bisfenol A se metaboliza rápidamente, como ya documenté en otra entrada con variada bibliografía. Lo más probable es que meen el resultado de ese metabolismo, el glucurónido de Bisfenol A que, mal que les pese a los científicos de estos dos artículos, no es estrogénico.

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