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La semana pasada estuve en un Curso de Verano organizado por la Fundación Ikerbasque que lidera mi colega, amigo y contribuyente a este Blog, Fernando Cossío. Fue una experiencia muy agradable, donde pude compartir tiempos y espacios con gentes muy interesantes y muy próximas a mi modo de pensar en lo relativo a la difusión de la Ciencia. Fernando me sugirió emplear algunos de mis ejemplos en este Blog para tratar de resaltar el papel que los medios de comunicación han jugado y juegan en la instauración de la Quimifobia. Y hace un rato, leyendo una alerta de una revista de la American Chemical Society, me he acordado de una brevísima incursión que hice en la charla sobre la relación entre el aluminio y el Alzheimer y que nunca he plasmado en detalle en el Blog.
En la citada revista hay un artículo publicado por un grupo de investigación de la Universidad de La Laguna y el Servicio de Salud canario sobre la ingesta de aluminio en los siete paraisos que son las Canary Islands. Nada que objetar al estudio, muy similar a otros parecidos, en los que se demuestra, continuamente, la potencia de los medios analíticos de que disponemos para detectar, de forma muy precisa, concentraciones muy bajas de elementos y compuestos químicos. Pero lo que me ha llamado a escribir esta entrada es que en la introducción que todo artículo científico suele tener, y en el que se detalla un poco la bibliografía relacionada con el contexto general del trabajo, los autores citan la relación entre el aluminio y el Alzheimer.
El que esa relación siga apareciendo en la bibliografía científica es otro ejemplo más de cómo estudios epidemiológicos serios, de carácter médico, pueden acabar por generar una bola de nieve quimifóbica que luego cuesta decenios parar en virtud de la ansiedad social generada. Y a mostrarlo vamos.
En los años 60 se empezó a ser conscientes de que enfermos de riñón, sometidos a sesiones de diálisis dos o más veces por semana, eran candidatos claros a sufrir procesos crecientes de demencia. El principal acusado del asunto era el aluminio, que se usaba en los equipos de diálisis entrando así directamente en el flujo sanguíneo y llegando al cerebro. A esa conclusión se llegó despues de que un grupo de Newcastle publicara un estudio que demostraba los altos niveles de aluminio en los cerebros de esos enfermos. Junto a ese estudio se publicaron otros que estudiaron los efectos de altas dosis de aluminio en los cerebros de gatos y conejos. Como, por otro lado, también se había publicado algo sobre el inusual contenido en aluminio de los cerebros de gentes afectadas de Alzheimer, la conexión era lógica y la pequeña bola de nieve empezó a rodar y a crecer.
No todo el mundo estuvo de acuerdo y hubo quien, como Sir Martin Roth, un profesor de psiquiatría de la Universidad de Cambridge, empleó muchas horas para rebatir esa conexión. Había demasiados puntos oscuros. Por ejemplo, los dializados con ese problema de demencia se recuperaban, cuando se les sometía a tratamiento con ciertos "secuestradores" de aluminio. Y esa estrategia no funcionaba con los enfermos de Alzheimer. En esa época (y también ahora), muchas personas con problemas gástricos tomaban preparados a base de hidróxido de aluminio en dosis tan grandes como 3 gramos diarios, y no parecía haber una conexión demostrable entre quienes así habían tratado de acallar a su estómago y la enfermedad de Alzheimer. Mi propio padre se forró en los sesenta y setenta a una cosa llamada Allugelibys (que comprábamos en la farmacia de Hendaya) y el hombre anda ahora jodidillo de las piernas, pero de Alzheimer ni asomo.
Otra prueba que ha ido calando a lo largo de los años es el asunto del té. El aluminio es el tercer elemento químico más abundante en la corteza terrestre, despues del oxígeno y el silicio. Dada esa abundancia, y a pesar de la insolubilidad en agua de muchos de sus compuestos, casi todas las plantas absorben algo de aluminio por sus raíces. Espinacas, cebollas, lechugas o patatas son buenos ejemplos habituales, con contenidos de decenas o cientos de partes por millón. Pero el que se lleva la palma es el té de las cinco. Y no ha habido evidencias de que las culturas que tradicionalmente consumen té sean más proclives al Alzheimer que las que no lo consumen.
En el año 1988 se produjo en Inglaterra un incidente relacionado con el aluminio que intensificó las campañas contra el mismo. Un camionero que llevaba un camión cisterna con 20 toneladas de una disolución concentrada de sulfato de aluminio, utilizado en el tratamiento de aguas potables como floculante y clarificante, llegó a una estación de tratamiento de aguas en Camelford, en lnglaterra. Por algún descuido que no viene al caso, en lugar de conectar la cisterna a un depósito ad hoc, lo conectó directamente a la red de suministro que alimentaba los hogares de 20.000 ingleses. El contenido en aluminio de ese agua, parece que llegó a alcanzar unas 5000 veces el nivel permitido de ingesta que son 10 miligramos por día para una persona de 70 kg de peso, lo que supone realmente una cantidad sustancialmente más grande que incluso los 3 gramos por día de mi padre y su Allugelibys, por lo que no es de extrañar que se produjeran, y se puedan producir, problemas de salud graves, como así parece que se está revelando. Pero es obvio que el caso Camelford es un accidente que generó concentraciones brutales e instantáneas. Y que sus consecuencias no se pueden generalizar al común de los mortales.
Si seguimos con la polémica aluminio/Alzheimer que nos ocupa, ésta debiera haber terminado a finales de siglo XX, cuando repetidas experiencias por parte de grupos de investigación, empleando nuevas y sofisticadas técnicas para estudiar el cerebro de los afectados de Alzheimer (por ejemplo, la llamada Microscopía Nuclear), vinieron a demostrar que los citados cerebros no contenían cantidades significativas de aluminio y que, lo más probable, es que los estudios que originaron la bola en los sesenta y setenta contaminaran las muestras con aluminio durante el propio proceso de análisis. Pero la cosa aún va a pervivir un tiempo en medios de comunicación, foros, blogs y, lo que es peor, en introducciones a publicaciones científicas como la que ha dado origen a esta entrada. Aunque uno puede encontrar también sitios que ya han asumido el fin de la bola, como la Alzheimer Society of Canada que en su web deja bien claro que "la mayor parte de los investigadores en Alzheimer no consideran al aluminio como un factor de riesgo de dicha enfermedad".
P.D. Algunos seguidores del Blog me han pedido que enseñe el nuevo nido. Ya se sabe que los búhos son de natural discretos, así que no esperen un reportaje tipo Hola. Pero al hilo del aluminio, la foto que ilustra la entrada (como siempre se puede ampliar picando sobre ella) es de nuestra nueva terraza, donde se han usado tubos huecos de aluminio para esconder las paredes originales, un poco pasadas de rosca. Es de lo que más contento me tiene.
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Creo que ya he dicho en alguna entrada anterior (ya se me hace difícil saber lo que he dicho o no) que la Química Orgánica es una especie de advenediza en el mundo de los fármacos. No hace mucho todavía, en insignes Facultades de Farmacia se seguía estudiando más Botánica que Química Orgánica. Sin embargo, la síntesis de la aspirina, de la vitamina C y de otras muchas más cosas, puso bien claro que los químicos podían identificar el principio activo por el que una planta resultaba beneficiosa frente a una afección concreta para, posteriormente, sintetizarla con altísimos grados de pureza en un laboratorio o en una planta industrial. Y es más que probable que las plantas sigan siendo una permanente inspiración (y un reto cada vez más complicado) para la síntesis de nuevos fármacos.
Lo que acabo de contar, ligado al ámbito de la farmacología, es también válido para otras moléculas que pueden ser extraídas a partir del mundo vegetal, como es el caso de la gran variedad de sustancias que constituyen los llamados aceites esenciales de determinadas plantas y que se emplean en ámbitos tan diversos como la cosmética o la gastronomía. Todo lo anterior viene a cuento porque el Chemical Engineering News anunciaba en su número del 30 de agosto que el gigante químico BASF entraba en la pelea por el mercado del mentol, inaugurando una nueva factoría en Alemania. La noticia me mosqueó porque no me resultaba obvio que a BASF le interesara el mercado de un producto que no se me antojaba excesivamente estratégico para sus vastos negocios. Pero mira por donde la cosa no estaba tan clara.
El mentol es el que da el característico sabor a muchas pastas dentífricas, también a los cigarrillos mentolados y a algunos chicles (aunque en estos la cosa es más complicada). Es, por otro lado, el causante de los efectos "mágicos" del Vicks Vaporubs y preparados similares para las congestiones o la tos. El mentol se ha extraido tradicionalmente de la hierbabuena japonesa (Mentha arvensis), una de las muchas plantas de menta existentes, negocio que ha estado tradicionalmente controlado por compañías indias y chinas que eclipsaron a las japonesas a partir de los años 60. Pero para muchos fabricantes de productos que incluyen mentol, esa fuente del mismo, que ahora supone casi el 80% del mentol producido en el mundo, tiene muchos problemas. Las calamidades climáticas que asolan vastas zonas de la India casi cada diez años, las incertidumbres chinas y el papel de los especuladores dentro de ambos problemas, hace que el suministro de mentol pueda sufrir alteraciones graves que nunca gustan a un productor de pasta de dientes que quiere suministro regular y precios estables.
El 20% restante del mentol en el mercado es mentol sintético fabricado por una compañía japonesa (Takasago), que lo prepara a partir de m-cresol, y una compañía alemana (Symrise) que lo fabrica a partir de mirceno. ¿Y por qué quiere meterse BASF en un mercado que parece tan maduro y con un producto no precisamente de muchas toneladas?. Es que, a veces, los designios de las empresas son difíciles de entender si no se rasca un poco. Y eso es lo que ha hecho el Chemical Engineering News para mí.
Hace casi tres años sepulté como una curiosidad, entre otras muchas de mi archivo, una noticia que describía la síntesis de mentol a partir de citral, un terpenoide que BASF empezó a fabricar en los 80 como materia prima para obtener linalol y geraniol, dos esencias muy empleadas en productos de cosmética (no hay más que echarle un ojo a la formulación de cualquier perfume o crema para el body). En 2004 BASF abrió una nueva planta en Ludwigshafen para producir 40.000 toneladas anuales de citral, cuatro veces más grande que la disponía anteriormente, porque vislumbraban la posibilidad de que ese citral fuera fuente, además de las sustancias mencionadas, de otras moléculas interesantes como las vitaminas A y E.
Ahora he recuperado la relación entre mentol y citral. Y me he podido enterar de que la deriva de una parte de esa producción de citral para empezar a competir por el mercado del mentol tiene una explicación. Explicación que me dejó de una pieza cuando la leí en palabras de un consultor del mundillo de los aromas y fragancias (y traduzco literalmente): "Hasta hace unos pocos años, mucha gente en India y China no utilizaba pasta de dientes. Y ahora lo hace".
De ahora en adelante pienso seguir la pista al mentol. Me intriga saber si los de BASF han dado en el clavo o se han columpiado.
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En tanto que potenciales "excusas" para escribir estas entradas, recibo tantas alertas de cuestiones relacionadas con la Química y colecciono tantos pdfs sobre lo mismo, que tengo un auténtico maremagnum de materiales y, muchas veces, cosas muy interesantes acaban siendo condenadas al olvido en una carpeta virtual en mi Mac o en una torre de papeles en mi archivo físico. Y esto es lo que me ha pasado con el asunto del premio de un millón de libras esterlinas (¡ahí es nada con los tiempos que corren!) ofrecido por la Royal Society of Chemistry (RSC) y todavía en vigor.
Ahora hace un par de años, Neville Reed, el presidente de esa conocida Sociedad (o alguno de sus allegados) se llevaron un cabreo de primera división al conocer que una conocida marca de productos para jardinería ponía en el mercado unos envases de fertilizante como el que podeis ver en la foto (se puede ampliar picando sobre ella), donde a la izquierda aparece el reclamo de 100% Chemical Free, esto es libre de productos químicos al 100%. Bastaba darle la vuelta al envase para encontrar entre sus ingredientes cosas como el pentóxido de fósforo o el óxido de potasio. El caso no es aislado, sino muy habitual en ámbitos como la cosmética. Os puedo proponer una web en la que se anuncia un lápiz de labios 100% natural y libre de productos químicos. Sólo que un poquito más abajo y a la derecha aparece la composición en forma de un cóctel químico de los que gustan a Greenpeace: aceites diversos provenientes de vegetales (eso si hidrogenados, ¿quién los hidrogenará?), colorantes, óxidos, mica,.... La duda que me asalta es si el hecho de que ahora no esté disponible para su venta se debe a que han convencido tanto a los clientes que se los han llevado todos o alguien les ha denunciado por embusteros.
Puestos a denunciar y en lo tocante al fertilizante que se ve arriba, la RSC decidió poner el tema en manos de un organismo que vela contra la publicidad engañosa, la Advertising Standards Authority (ASA). Pero la cosa llegó a mayores cuando la ASA replicó a la RSC que no había por qué eliminar ese anuncio, dado que "el público entendía que se refería a un producto libre de sustancias químicas fabricadas por el hombre". Y ahí empezó la batalla. Lo más fino que he leído sobre la ASA, proveniente de la RSC, es el calificativo de estúpido y lo avalan con otras decisiones de la ASA, igualmente peregrinas, como la de eliminar un anuncio de British Telephone por proponer un acceso a internet instantáneo. Dicen los de la RSC que por la misma debieran eliminar todos los anuncios de café instantáneo que en el mundo han sido, empezando por el de Nescafé.
El caso es que a consecuencia de esta refriega y para promover un debate que esclarezca que un producto químico es un producto químico con independencia de donde venga, la RSC instituyó, a finales de octubre de 2008, un premio de un millón de libras a quien proponga un material que pueda ser considerado 100% libre de productos químicos. Si os animais no teneis más que mandar vuestra propuesta a Jon Edwards (edwardsj@rsc.org). Aunque no creo que la RSC se acabe arruinando por la propuesta.
Lo que me ha hecho recordar la historia es que el propio Jon Edwards ha publicado recientemente una entrada en su Blog, en la que cuenta el inicio de todo el proceso y proporciona algunos ejemplos de propuestas que ya ha recibido. Una que evidencia en qué nivel estamos es la de alguien que le propone el aceite de oliva "puro, no adulterado, orgánico, proveniente de un primer prensado en frío". Un excelente aceite de oliva virgen, sin duda. Pero, desafortunadamente para quien pretendía llevarse el millón de libras, Jon Edwards adujo que se trata de una mezcla de ácido oleico, ácido palmítico y otros ácidos grasos además de un 0,7% de escualeno y un 0,2% de esteroles. Moléculas químicas todas ellas, según clásicos catálogos de productos que empleamos los químicos.
La respuesta del desestimado y cabreado proponente no tiene desperdicio: "No creo que el premio se deba referir a materiales libres de productos químicos, sino libres de productos químicos hechos por el hombre. Entiendo que todos los productos químicos de la Naturaleza son buenos. Sólo pongo objecciones a cosas amalgamadas al azar (o a propósito) en algún laboratorio situado en cualquier parte del mundo". O sea, otro que se apunta a las tesis de la Advertising Standards Authority, olvidándose de cosas como el alcohol, las amatoxinas de las setas amanitas, la belladona, el ácido oxálico de los ruibarbos, la histamina de la que hablábamos hace un par de entradas, el arsénico, las decenas de toxinas producidas por las algas y....¿para qué seguir?.
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Hace ya bastante tiempo que escribí una entrada dedicada a las burbujas que se desprenden en una copa de champagne y a la ciencia y tecnología que puede haber detrás de una cosa aparentemente fútil. Me hacía eco allí de una Tesis Doctoral presentada en 2001 por un tal G. Liger-Belair, del Laboratorio de Enología de la Facultad de Ciencias de Reims. El caso es que ahora, una alerta del Journal of Agriculture and Food Chemistry me avisa de un nuevo artículo del científico en cuestión [J. Agric. Food Chem. 58, 8768 (2010)], abundando en el tema de las burbujas del espumoso. Tampoco es de extrañar que le haya cogido gusto a la cosa, cuando en los agradecimientos menciona el continuo suministro del mismo por parte de la prestigiosa bodega Pommery. ¡Esas son muestras de estudio y no las guarradas poliméricas que nos llegan a nosotros!.
Pero el caso es que el artículo en cuestión es una irrefutable prueba de que los franceses ya no son como eran. Resulta que el artículo está centrado en la cantidad de CO2 que se pierde durante el proceso de servir el champagne en las delicadas flutes fabricadas para ello. Esas pérdidas son fundamentales en la valoración sensorial que los finos paladares hacen de la bebida. No en vano, la concentración de CO2 disuelto influye directamente en cuatro cuestiones de relieve, a saber, la frecuencia en la formación de burbujas en el vidrio, el crecimiento de las burbujas nacientes, la sensación en boca debida a la acción mecánica de las burbujas cuando colapsan, así como la excitación de ciertos receptores en la cavidad oral merced a la transformación del CO2 en ácido carbónico y, finalmente, en el bouquet o aroma del champagne. Asi que cuanto mayor y más rápida es el desprendimiento de CO2 hay muchas cosas que se pierden para los seguidores (que no es mi caso) de la bebida inventada por Dom Perignon.
Incidentalmente diré que, gracias a este trabajo, me he enterado de que ya se venden en el mercado copas en cuya base interior se han grabado, a base de un láser adecuado, una serie de cavidades que sirven para atrapar burbujas de aire que, posteriormente, serán liberadas y que contribuirán a ese delicado y continuo flujo de las mismas hacia la superficie. El que quiera leer más sobre este asunto de los lugares en los que se crean esas burbujas que repase la entrada arriba mencionada.
Así que armados de técnicas fotográficas sofisticadas y de otras técnicas analíticas que miden la cantidad de anhídrido carbónico antes y despues de servir la copa en determinadas condiciones, los autores del trabajo se meten en la ardua labor de ver la influencia de esas condiciones experimentales en la pérdida de gas. Y, tras esas medidas, una conclusión que, sin duda, impactará a la douce France. Resulta que se pierde mucho más CO2 si se sirve el champagne a la manera tradicional, es decir, con la copa directamente apoyada en una mesa, que si se sirve a la manera cervecera, esto es, inclinando ligeramente una copa sostenida en la mano. Los resultados son tan incontestables que, en la parte final del trabajo, Liger-Belair y sus colegas se permiten sugerir que quizás vaya siendo el tiempo de cambiar el modo tradicional de servir una copa de champagne.
¡Toma conclusión patriótica!. Y para eso, siglos de guerras con el teutón.
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Pendiente negativa en mis labores cotidianas. Cerrando asuntos y testando mi capacidad para ir a actividad académica y administrativa casi nula, algo que he hecho muy pocas veces en los 35 años de mi relación con la UPV/EHU. Pero tengo que poner mis motores a régimen y tenerlos preparados para el día 24, en el que oficialmente se inicia mi licencia sabática. Pero siempre hay cosas que no admiten espera. Entre ellas, y como decía en la última entrada, ando preparando una charla que me resulta complicada. Tengo que compartir púlpito con divulgadores científicos de relieve y profesionales de los medios de comunicación y no se cómo voy a salir parado.
Tengo que hablar de la Quimifobia, el leiv motiv de este Blog, como caso paradigmático de lo mal que se han debido hacer las cosas en diversos ámbitos para haber llegado a donde hemos llegado. Y ando buscando casos concretos, cuyo estudio (case study) pueda arrojar algo de luz que sirva para enderezar la tortuosa senda en la que nos hemos metido y poder celebrar así más tranquilos el Año de la Química, previsto para 2011.
A la búsqueda de ejemplos que me sirvan para ilustrar la falacia del clásico planteamiento natural/bueno, sintético/malo, he dado con el ejemplo de la histamina, causante de la mayor parte de las intoxicaciones provocadas por el consumo de pescado en malas condiciones (intoxicación histamínica o escombroide).
Se trata de una de las pocas intoxicaciones alimentarias no causadas por virus u otros microorganismos. La verdadera causante es la histamina, una molécula química guapa donde las haya, como puede verse a la izquierda. Pero no está en los peces como consecuencia de alguna empresa química cuyos vertidos la puedan contener. La histamina se produce de forma natural en pescados no mantenidos en adecuadas condiciones de temperatura a partir de la histidina, uno de los amino ácidos esenciales en la alimentación infantil, aunque de mayorcitos ya somos capaces de sintetizarlo. Pues bien, en esas malas condiciones de conservación del pescado, la histidina puede ser convertida en histamina mediante la histidina decarboxilasa, una enzima generada por una enterobacteria de nombre Morganella morganii. Cuando los contenidos de histamina en el pescado son altos, la intoxicación en forma de alergias severas, diarreas, mareos, nauseas etc, está asegurada. Y de nada sirve que el pescado haya sido cocinado en cualquier de sus formas. La histamina resiste muy bien las altas temperaturas.
Así que parte de mi tarde se ha empleado en enterarme de estas cosas y ponerlas a limpio, como decíamos cuando éramos chavales de barrio. Para luego, a falta de golf, dado el "espléndido día" que agosto nos ha regalado, sentarme delante de la tele y disfrutar en el canal Mezzo de un concierto de la Orquesta de Lucerna, dirigida por Claudio Abbado y que incluía el concierto nº 2 de Rachmaninoff y el Pájaro de Fuego de Stravinsky.
Durante el mismo me he reafirmado en dos de las cosas que más envidia me da el no poderlas hacer. Una, subirme a un podio para dirigir a una orquesta importante en una obra tan espectacular como el Pájaro de Fuego. Y la segunda, el ser consciente que no me enterrarán como al compositor de la misma en el Cementerio de la Isla de San Michele, en la laguna veneciana. En la foto de arriba (que podeis ampliar) me veis ante las tumbas de Stravinsky y su chica, Vera Stravinsky, en un recóndito sitio de la isla cementerio, donde si algo llama la atención es la simplicidad del conjunto de las dos tumbas.
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