Venenos para una Navidad
A veces tengo el pálpito de que una de las pocas esperanzas de futuro que nos quedan a las Facultades de Química, de cara a reclutar estudiantes, es que se sientan fascinados por las imágenes que aparecen en ciertas series americanas de moda (CSI y otras). Y dado que parece que se vende bien el binomio Química/crimen, no he tenido mejor idea para los ratos de bostezo que siempre llevan aparejadas las Navidades, que comprarme y leerme un nuevo libro de mi admirado John Emsley, el inductor encubierto de este Blog. De hecho, el frecuente uso que he hecho del término Quimifobia para describir el creciente descrédito sociológico de los químicos, está tomado de una entrevista que, hace tres o cuatro años, Eduard Punset hizo a John en la tele, en la que el inglés arremetía contra una sociedad que se sirve de los logros de la Química en el día a día y que, sin embargo, parece abjurar de ella a cada minuto, al menos si uno hace caso a los más voceras del lugar.
El libro en cuestión se titula Molecules of Murder: Criminal Molecules and Classic Cases. Ha sido editado este año por la Royal Society of Chemistry inglesa y espero que no tarde en ser traducido al castellano. La estructura de sus capítulos es muy simple. Tomando moléculas capaces de matar en pequeñas dosis, el autor describe su origen o síntesis, los usos no criminales de las mismas o aspectos toxicológicos con ellas relacionados, para acabar siempre con un caso verídico en el que alguien ha usado la molécula en cuestión para enviar al otro barrio a un cónyuge, un enemigo, una suegra o similar. Y para muestra un botón.
La atropina es una sustancia extraída de las bayas y hojas de una planta muy común en el Mediterráneo, la atropa belladona o belladona a secas. Tiene un buen número de aplicaciones en medicina en ámbitos como los de la oftalmología, las enfermedades gástricas o los ataques cardíacos. Es un potente antídoto en casos de intoxicaciones por organofosforados, un tipo de compuestos químicos que provocan dolorosas muertes por asfixia. La atropina contrarresta sus efectos al relajar la llamada musculatura lisa, impidiendo así la asfixia. También es usada entre los militares, en viales autoinyectables, como método de defensa ante armas químicas, principalmente gases nerviosos como el Sarin y similares.
Pero en "adecuadas dosis" la atropina es un potente veneno, con una larga tradición criminal que arranca desde tiempos de los romanos, cuando era usada por las mejores familias para llevarse por delante a los que se cruzaban en su camino. La belladona está indisolublemente unida a Cleopatra, de la que existe la versión no confirmada de que se suicidó con las adecuadas dosis de bayas de belladona. Eso si, despues de probarlas "científicamente" con unos cuantos esclavos usados como cobayas humanos. El suicidio no está claro que fuera debido o no a la plantita de marras, pero lo que si parece haberse confirmado es que la interfecta era una especialista en el uso de la misma como herramienta cosmética. En aquellos tiempos era corriente usarla como forma de dilatar las pupilas, una maniobra que parece que constituía un buen reclamo en los interludios sexuales de la alta sociedad romana.
Pero la tradición maligna de la belladona ha continuado hasta nuestros días. A finales del siglo XIX un tal Dr. Buchanan se deshizo de una rica esposa, a la que tenía prisa por heredar, poniéndole en los ojos dosis importantes de belladona, con la disculpa de una mejor apariencia física. El avispado Doctor acabó en la silla eléctrica en julio de 1895.
Mucho más refinado fue el caso del Dr. Agutter, un profesor de Biología en la Napier University, cerca de Edimburgo, que en el verano de 1994 trató de llevarse por delante a su mujer, otra académica de la misma Universidad. El móvil en este caso era un asunto de faldas, ya que el serio profesor de Biología tenía un ligue con una estudiante. El modus operandi es de película de Hercules Poirot. Aprovechando que la atropina es muy amarga, el avispado Agutter introdujo cantidades importantes de la misma en botellas de tónica que ingería su mujer. Para despistar, se las arregló para introducir cantidades significativamente menores en botellas de un supermercado cercano, con lo que cuando empezaron a producirse casos de intoxicación, las iras se centraron en el fabricante de la tónica. Nadie murió, ni siquiera la Sra Agutter, que aguantó como una jabata las altas dosis que le proporcionó su marido. Este fue descubierto tras un rocambolesco proceso pero aún hoy, cumplida su condena, anda dando clases, nada menos que de ética médica, en la Universidad de Manchester.
Si me seguís leyendo en las próximas semanas estoy casi seguro que alguna otra molécula asesina del libro de Emsley me dará pie para una nueva entrada.
El libro en cuestión se titula Molecules of Murder: Criminal Molecules and Classic Cases. Ha sido editado este año por la Royal Society of Chemistry inglesa y espero que no tarde en ser traducido al castellano. La estructura de sus capítulos es muy simple. Tomando moléculas capaces de matar en pequeñas dosis, el autor describe su origen o síntesis, los usos no criminales de las mismas o aspectos toxicológicos con ellas relacionados, para acabar siempre con un caso verídico en el que alguien ha usado la molécula en cuestión para enviar al otro barrio a un cónyuge, un enemigo, una suegra o similar. Y para muestra un botón.
La atropina es una sustancia extraída de las bayas y hojas de una planta muy común en el Mediterráneo, la atropa belladona o belladona a secas. Tiene un buen número de aplicaciones en medicina en ámbitos como los de la oftalmología, las enfermedades gástricas o los ataques cardíacos. Es un potente antídoto en casos de intoxicaciones por organofosforados, un tipo de compuestos químicos que provocan dolorosas muertes por asfixia. La atropina contrarresta sus efectos al relajar la llamada musculatura lisa, impidiendo así la asfixia. También es usada entre los militares, en viales autoinyectables, como método de defensa ante armas químicas, principalmente gases nerviosos como el Sarin y similares.
Pero en "adecuadas dosis" la atropina es un potente veneno, con una larga tradición criminal que arranca desde tiempos de los romanos, cuando era usada por las mejores familias para llevarse por delante a los que se cruzaban en su camino. La belladona está indisolublemente unida a Cleopatra, de la que existe la versión no confirmada de que se suicidó con las adecuadas dosis de bayas de belladona. Eso si, despues de probarlas "científicamente" con unos cuantos esclavos usados como cobayas humanos. El suicidio no está claro que fuera debido o no a la plantita de marras, pero lo que si parece haberse confirmado es que la interfecta era una especialista en el uso de la misma como herramienta cosmética. En aquellos tiempos era corriente usarla como forma de dilatar las pupilas, una maniobra que parece que constituía un buen reclamo en los interludios sexuales de la alta sociedad romana.
Pero la tradición maligna de la belladona ha continuado hasta nuestros días. A finales del siglo XIX un tal Dr. Buchanan se deshizo de una rica esposa, a la que tenía prisa por heredar, poniéndole en los ojos dosis importantes de belladona, con la disculpa de una mejor apariencia física. El avispado Doctor acabó en la silla eléctrica en julio de 1895.
Mucho más refinado fue el caso del Dr. Agutter, un profesor de Biología en la Napier University, cerca de Edimburgo, que en el verano de 1994 trató de llevarse por delante a su mujer, otra académica de la misma Universidad. El móvil en este caso era un asunto de faldas, ya que el serio profesor de Biología tenía un ligue con una estudiante. El modus operandi es de película de Hercules Poirot. Aprovechando que la atropina es muy amarga, el avispado Agutter introdujo cantidades importantes de la misma en botellas de tónica que ingería su mujer. Para despistar, se las arregló para introducir cantidades significativamente menores en botellas de un supermercado cercano, con lo que cuando empezaron a producirse casos de intoxicación, las iras se centraron en el fabricante de la tónica. Nadie murió, ni siquiera la Sra Agutter, que aguantó como una jabata las altas dosis que le proporcionó su marido. Este fue descubierto tras un rocambolesco proceso pero aún hoy, cumplida su condena, anda dando clases, nada menos que de ética médica, en la Universidad de Manchester.
Si me seguís leyendo en las próximas semanas estoy casi seguro que alguna otra molécula asesina del libro de Emsley me dará pie para una nueva entrada.
4 comentarios:
En homeopatía se usa la belladona como un muy buen antiinflamatorio, y sirve en todas las "itis". No olvidemos que en homeopatía los venenos son los que mejoran....
Cuando decidí que hubiera comentarios en el Blog, me prometí publicar todo lo que llegara como tal, con la sola excepción de comentarios insultantes o de mal gusto.
Ese no es tu caso, Gabriela, así que publicado está. Pero te digo lo mismo que te dije hace unos días. Te has debido equivocar de Blog. El Búho tiene diversas fobias que no piensa declarar aquí en su integridad. Pero a la vista de tu comentario tengo que confesar una: la homeopatía.
Y para que vayas viendo lo que pienso al respecto:
http://elprimerblogdelbuho.blogspot.com/2006/03/9-el-dr-pildoritas-molculas-que-dejan.html
o, más fácil que este sistema no deja que piques en la anterior dirección y vayas a la misma, selecciona la opción El Blog del Búho 2006 que aparece a la derecha de las entradas actuales. Selecciona y busca la entrada 9, el día 11 de marzo de 2006. Si sigues interesada en discutir del tema despues de leerla, hablamos.
Pues vaya con la Belladona. Nunca me han gustado ese tipo de flores, me han parecido carnívoras y procuraba no acercarme demasiado a ellas, ni siquiera para mirarlas pues podían echar su veneno. Sabiendo que, en no se sabe qué dosis pueden llegar a matar, me fijaré en las indicaciones de los cosméticos para comprobar que no llevan ni una mínima cantidad de ellas.
No está mal que mires en los cosméticos pero mira lo que dice Gabriela de los preparados homeopáticos. Yo ya me preocupé en su día de comprobar que, efectivamente, hay pócimas homeopáticas a base de belladona. Menos mal que las concentraciones son tan minúsculas que, como decía en una entrada al respecto, en algunos de los preparados homeopáticos de belladona hay tantas probabilidades de que haya una molécula de belladona como de que el Búho se convierta al budismo.
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