domingo, 15 de junio de 2008

Dias de premios

Uno, que ha sido barojiano desde su más tierna infancia, empieza a intuir que, en lo que se refiere a su modesta carrera científica, está en la fase que D. Pío denominó Desde la última vuelta del camino, esto es, anda haciendo recopilaciones, autocríticas y pasando determinadas facturas. Y así, constata que entre los errores más notorios que ha cometido (y que han sido muchos), hay uno que tiene que ver con su resistencia a viajar a sitios que impliquen dormir en cama ajena durante uno o varios días, resistencia que se extiende hasta en aquellas ocasiones en las que planeamos unos días de asueto y golf. Hace veinte años, la culpa la tenía mi miedo irracional a volar, algo que, con paciencia y mucho viaje a Madrid en los pajaritos Air Nostrum, he vencido (siempre dentro de ciertos límites). Pero, en los últimos años, la edad ha venido a tomar el relevo al miedo aeronaútico y moverme más de cuatrocientos kilómetros me cuesta todo un triunfo. Y así no se puede llegar a nada en este negocio........

La ciencia es estudio sistemático y riguroso de los avances en el campo en el que uno pretende aportar algo pero, también, relaciones humanas que llevan a la colaboración, a la exhibición pública de ideas y resultados, a discusiones acaloradas entre iguales en torno a unos resultados controvertidos, o a charlas distendidas paseando o tomando una cerveza. Y ese es el papel que juegan los Congresos serios en el mundo científico de altura y no algunos (muchos diría yo) de los se organizan con propósitos casi turísticos y para pagar favores prestados.

Aún y así, algún Congreso cae de vez en cuando y, últimamente, las múltiples conferencias organizadas por el Donostia International Physics Center (DIPC) me dan la posibilidad, casi mensual, de ver en acción a científicos de talla mundial disertando y discutiendo de los más variados temas. Y eso que soy sólo un químico al que se le escapan muchas de las sutilezas físicas que se ofertan, porque si no tendría una charla cada dos días.

Sumio Ijima, un conocido profesor japonés nacido en 1939 es uno de los personajes que he visto en directo en el DIPC. En la comunidad científica es considerado el descubridor en 1991 de los llamados nanotubos de carbono aunque, ahora que estos materiales están de moda, se ha podido constatar que hay referencias bibliográficas a cosas similares desde finales de los cincuenta. Para aquellos de mis lectores que no se aclaren mucho del tema diré, en plan cuento de Caperucita, que un nanotubo de carbono es una fibra o hilo, creado fundamentalmente a base de átomos de carbono, cuya característica principal es que su diametro es del orden de unos pocos nanometros mientras su longitud puede ser miles de veces superior. Un nanometro es la mil millonésima parte del metro, en similar proporción a lo que un segundo es a unos 32 años.

Precisamente por lo minúsculo de ese diámetro, los nanotubos de carbono tienen propiedades que no exhiben otros materiales, incluso parientes próximos como las fibras de carbono, similares químicamente pero con diámetros del orden de las micras (es decir, mil veces mayores). Aún y así, las fibras de carbono tienen propiedades relevantes y, entre otras muchas e importantes cosas, han supuesto una nueva era en la construcción de herramientas deportivas como las raquetas de tenis o las varillas de los palos de golf. Pero los nanotubos son un escalón más, otra dimensión, otro orden de magnitud en sus propiedades. Y aunque todavía estamos en el inicio del desarrollo de sus aplicaciones, su altísima resistencia mecánica, combinada con su baja densidad, su excelencia como conductores de calor y de electricidad o su capacidad para adsorber gases los convierten en potenciales candidatos en aplicaciones mecánicas, electrónicas o de almacenamiento del posible nuevo vector de la energía que es el hidrógeno.

Ijima comparte con otros cuatro investigadores el Premio Príncipe de Asturias 2008 de Investigación Científica y Técnica por sus contribuciones a los nuevos materiales. Otro de los premiados es un viejo conocido para mí, en este caso gracias a algunos Congresos en los que hemos coincidido en la lista de participantes. Robert Langer, es sólo cuatro años más viejo que yo pero, científicamente, ha aprovechado su vida infinitamente mejor. Es profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (el famoso MIT), donde dirige un casi multitudinario equipo de investigadores en el ámbito de la ingeniería biomédica. Su formación de ingeniero, sus incursiones en el campo de la Medicina durante su época postdoctoral, su fascinación por los polímeros como materiales versátiles (y, en algunos casos, hasta "inteligentes", en el sentido de ejecutar funciones para los que se les puede programar), le han dado un background multidisciplinar que ha resultado sumamente eficaz en su quehacer científico.

Langer es conocido como uno de los grandes en el ámbito de la dosificación controlada de medicamentos. Utilizando polímeros, nanopartículas o chips, Langer y sus colegas han posibilitados que los medicamentos puedan ser liberados en el interior del organismo a una velocidad controlada, obviando así la ingesta periódica de comprimidos o grageas que provocan picos de concentración casi tóxicos y valles de la misma absolutamente ineficaces para el tratamiento. Pero no sólo eso, sino que estos dispositivos permiten incidir de forma selectiva con el medicamento, dirigiéndolo al lugar preciso del organismo dañado en el momento adecuado. Este tipo de trabajo ha permitido tratar, de forma más eficiente, cánceres como los de próstata o cerebro. La otra gran contribución de Langer se concreta en la ingeniería de tejidos, una estrategia que ayuda al organismo humano a regenerar elementos como piel, huesos u otros órganos a partir del crecimiento celular sobre soportes adecuados que, en muchos casos también, están fabricados a base de polímeros biocompatibles.

Y puesto que esto es mi diario y de premiados con el Principe de Asturias de Investigación Científica y Técnica hablamos, un galardonado con ese Premio en 1998, Pedro Miguel Etxenike Landiribar, recibía anteayer en Pamplona su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad Pública de Navarra. Allí estuvimos sus muchos amigos (entre otra fauna), disfrutando de su lucidez intelectual y del mitinero tono de sus intervenciones. Un reconocimiento más que incrementa su justa fama pero que, desgraciadamente, servirá también para sobrecargar aún más su agenda que, los que le queremos, quisiéramos ver con más días en blanco. Unos cuantos tenemos la osadía de decírselo de vez en cuando, en mi caso ayer mismo. Por ahora no parece prestar mucha atención a nuestros desvelos, pero él sabe que soy insistente cual mosca cojonera y, dado que me hace caso en otras cosas, no pierdo la esperanza.

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