martes, 18 de febrero de 2020

Patatas estresadas

De las cosas que peor me sentaron cuando me jubilé, hace mas de tres años, fue la rapidez con la que mi Uni, a la que dediqué mi vida durante muchos años, me dejó sin posibilidad de entrar en su Biblioteca virtual y poder buscar, leer y descargarme artículos científicos, algo que había hecho en los últimos años de mi vida en activo. Por el contrario, aún me mantienen la cuenta de correo electrónico, que no sirve más que para que se llene de pura basura. Pero el Búho siempre ha tenido, y sigue teniendo, acceso ilimitado a todo lo que se publica en los ámbitos que me interesan, gracias a unos pocos amigos y amigas en diferentes Universidades (lectores de este Blog), que me dejan sus claves para entrar en esos servicios que la EHU me niega. Además de la inestimable posibilidad de usar SCI HUB.

Viene todo esto a cuento porque una amiga que me dejó hace un tiempo sus claves, me escribía el otro día para decirme que había leído una vieja entrada de este Blog sobre el contenido de solanina de las patatas y que le parecía que la tenía que actualizar porque ella, que investiga en una rama de la Medicina, había leído recientemente que la solanina, y algunos otros alcaloides como ella, parece que empiezan a ser estudiados por sus efectos beneficiosos en una serie de dolencias. Y, como no podía ser menos, me puse enseguida a hacer las búsquedas bibliográficas oportunas y pensé que, aprovechando esta entrada y dado que ya ha pasado mucho tiempo desde mi jubilación, podría usarla para agradecer a esta amiga y a otros colegas, cuyo nombre y filiación no mencionaré, su desinteresada (y algo arriesgada) aportación a este tirar del hilito que tanto me divierte y ocupa.

En la vieja entrada que mencionaba mi amiga y que data de 2006, os contaba que me había leído un documento conjunto de la FAO y de la Organización Mundial de la Salud, publicado en 1992 y preparado por dos científicos canadienses, relacionado con los problemas que puede causar la ingesta de solanina, un glucoalcaloide que se genera en las patatas (y en otras cosas como los pimientos), particularmente en situaciones de estrés. Lo de hablar del estrés de las patatas resulta muy efectivo en mis charlas de divulgación porque la gente se mosquea. Y les tengo que explicar que una patata se estresa cuando está mucho tiempo expuesta a la luz, ha sufrido golpes, las condiciones de almacenamiento han variado mucho en el tiempo, etc. Aunque parece que la luz es el estresante más importante. En condiciones no oscuras las patatas generan solanina adicional a la que ya de por sí contienen, que se almacena en la piel o en el propio cuerpo de la patata más próximo a esa piel, particularmente en los llamados "ojos", como los que se ven en la foto que ilustra esta entrada y que no son mas que brotes nuevos de plantas de patata. Además, la luz desencadena la formación de clorofila, que es inofensiva en sí misma pero hace que las patatas se pongan verdes en los mismos lugares donde se concentra la solanina, actuando como una pista visual de las partes que se deben evitar.

A pesar de que han pasado casi treinta años desde su publicación, el estudio arriba mencionado sigue siendo muy interesante porque, por ejemplo, contiene un detallado resumen histórico sobre intoxicaciones contrastadas que han ocurrido por ingestión de patatas desde finales del siglo XIX. Desde soldados alemanes a adultos y escolares ingleses. El caso es que en todo ese historial hay varios muertos y los que han sobrevivido lo han hecho después de episodios más o menos largos de vómitos, diarreas, fiebre, tensión alta y otros síntomas. En los casos mas recientes en la historia, la toxicología fue capaz de establecer que esos episodios se relacionaban con la identificación de altas concentraciones de solanina en los afectados. El informe repasaba también los estudios toxicológicos llevados a cabo con animales de laboratorio para conocer las consecuencias de dosis excesivas de solanina, ilustrando que una dosis de 42 mg por kilo de ratón, administrada de una sola vez, es capaz de cargarse a la mitad de una población de roedores (la llamada Dosis Letal al 50%). De estudios epidemiológicos con humanos venían a concluir que patatas conteniendo entre 20-100 mg de solanina por kilogramo de patatas no parecían causar problemas en humanos, en las cantidades que las solemos consumir como acompañamiento de nuestras comidas.

¿Y qué ha cambiado desde entonces?. Pues bastantes cosas. Después de mi búsqueda bibliográfica más o menos "ilegal" y entre la variada documentación que he manejado, me he quedado con la producción científica de Mendel Friedman, un veterano científico del Departamento de Agricultura americano (USDA), con un amplio historial en todo lo que tenga que ver con las sustancias químicas que uno puede encontrar en las patatas y sus posibles efectos y aplicaciones. Y voy a usar esa bibliografía para actualizar la entrada de 2006.

Curiosamente, entre la bibliografía de Friedman hay una interesante revisión, fechada en el mismo año (2006) en el que yo escribí la entrada del Blog y que se me debió escapar en su momento. En esa revisión se confirman muchos de los extremos expuestos en el artículo de 1992 arriba mencionado relativos a la solanina, extendiéndose la revisión a otro glucoalcaloide presente en las patatas, la chaconina. Ambas sustancias se encuentran, en su mayor parte, en el primer milímetro bajo la piel de las patatas, aunque el dato puede variar de unas variedades de patata a otras. Considerando las especies más comunes, los autores establecen que si eliminamos los primeros 3/4 milímetros de patata bajo la piel, dejamos a esta, sea de la variedad que sea, prácticamente libre de los glucoalcaloides mencionados.

Ambos glucoalcaloides son usados por el tubérculo como una forma de defenderse de determinados patógenos. Curiosamente parece que la chaconina se ha ido generando a medida que, en las variedades mas cultivadas, esos patógenos se fueron haciendo resistentes a la solanina. En línea con esta idea, la revisión contiene otros datos muy interesantes, al menos para mí, como el que las patatas derivadas de agricultura orgánica contienen más glucoalcaloides que las cultivadas convencionalmente, probablemente porque al no emplearse (casi) plaguicidas en el cultivo orgánico, la patata reacciona generando más glucoalcaloides como defensa. O que los tubérculos atacados por plagas del escarabajo de la patata producen más glucoalcaloides que los usados como control y libres de los escarabajos en cuestión.

Al final de artículo, y en la línea de lo que me decía mi amiga, aparece un apartado sobre los posibles efectos beneficiosos de la solanina y la chaconina, apuntando su potencial carácter antialérgico, antipirético, antiinflamatorio y su posible acción antibiótica frente a bacterias, virus y hongos. Otro apartado describe la habilidad de estas moléculas en la destrucción de células cancerosas ligadas al cáncer de colon en humanos. Datos que se han ido confirmando en posteriores estudios firmados, entre otros, por el propio Friedman (ver por ejemplo, aquí).

La cuestión de las dietas seguras de los glucoalcaloides de las patatas sigue abierta, aunque parece que la ingestión media diaria de patatas por parte de un europeo hace que este rara vez ingiera más de unos 15 miligramos de solanina y chaconina, mas de diez veces por debajo del límite a partir del cual pueden aparecer efectos adversos. Pero, por si las moscas, y en lo que al consumo habitual de patatas en vuestra casa se refiere, mejor las conserváis en sitio fresco y con poca luz y os las vais comiendo con relativa rapidez. Y en cuanto observéis un "ojo" o que la patata está verde bajo la piel, peladlas en mayor profundidad, eliminando sin duelo lo que adorne su superficie. Porque cocinarlas, ya sea cociéndolas o friéndolas a alta temperatura, no elimina esos compuestos de vuestro amado tubérculo.

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martes, 28 de enero de 2020

¿Polietileno en el café?

Desconozco si estáis al loro de la reciente publicación por parte del Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, Nicolás Olea, de un libro que, bajo el atractivo título "Libérate de tóxicos", se debe estar vendiendo como rosquillas. Yo ya me lo he leído dos veces y, por ahora, no voy a hablar de él porque quiero hacer una síntesis adecuada para contarlo aquí con todo detalle. Lo que quizás me lleve el resto de vida que me queda. Pero como todo autor de libro que se precie, una vez publicado hay que promocionarlo y uno de los hitos de esa promoción fue una entrevista en El País aparecida el pasado 19 de noviembre.

Como suele pasar siempre que el Prof. Olea sale en los medios tras publicar algo relacionado con el uso de los plásticos, también en esa entrevista utiliza expresiones que no se corresponden con la realidad. Quería haber escrito algo al respecto mucho antes pero he tenido que hacer, como veréis a continuación, una serie de averiguaciones en lo que constituía mi Negociado antes de la jubilación y así poder contaros una historia documentada.

En la entrevista, el Prof. Olea vuelve con el mantra de que los niños orinan plástico, algo de lo que ya hemos hablado en este Blog ["Todos niños españoles orinan plástico, que viene del consumo alimentario. Principalmente, bisfenol A. ¿Cuándo se va a prohibir? ¿En 10 años? Cuando lo publicamos nos dijeron que los niveles eran bajos. No admitimos que nos digan que es normal orinar plástico"]. Pero esta vez introduce un nuevo bulo para captar la atención de los lectores que, al menos yo, no se lo había oído ni leído antes: ["Cuando bebes café de la máquina estás bebiendo también polietileno del vaso"]. Casi todos los que me seguís sabéis que el polietileno es uno de los plásticos más fabricados desde que los humanos pusimos plástico en la faz de la Tierra. Y que se utiliza en muchas aplicaciones, que van desde las humildes bolsas de basura a determinadas partes de una cadera artificial.

Y también está, en forma de un delgado filme, en la cara interna de uno de esos vasos de café o té con los que la gente pulula ahora por las calles, donde cumple el papel de impedir que la bebida caliente humedezca el papel con el que se fabrica el cuerpo del vaso. Vasos como los que se ven en la portada de la entrada y que comercializa la compañía de café más grande del mundo, con establecimiento en una de las calles importantes de Donosti y en el que no había entrado hasta que decidí hacerme con uno de esos recipientes para componer esta entrada.

Después de que la Búha se bebiera el café calentito, al que previamente y de forma discreta habíamos medido la temperatura cuando nos lo entregaron, 78ºC, nos llevamos el vaso vacío a casa y lo puse durante una noche en un cubo con agua. A la mañana siguiente y con un poco de trabajo, conseguí separar adecuadamente un filme delgado de plástico del resto del vaso y con él me encaminé a los laboratorios de la Facultad de mis amores y se lo confié a dos compañeras que llevan media vida analizando todo tipo de cuestiones relacionadas con plásticos industriales. Y, de manera resumida, os voy a comunicar los resultados.

El plástico constitutivo del filme del vaso de Starbucks es polietileno (el mismo del que habla Olea), el llamado de baja densidad. Eso se puede precisar sin discusión después de los adecuados análisis realizados por mis amigas usando la Espectroscopia Infrarroja de Transformada de Fourier (FTIR). El resultado se corrobora con la determinación de la temperatura a la que se produce la fusión de ese plástico (108 ºC), mediante otra técnica denominada Calorimetría Diferencial de Barrido (DSC). Ese dato es fundamental para rebatir, en primera instancia, la afirmación de D. Nicolás. Ese polietileno no fundiría en contacto con el café caliente a una temperatura inferior a su punto de fusión, sino que seguiría en estado sólido y bien pegado al papel del vaso. Aunque, todo hay que decirlo, si fundiera tampoco pasaría nada porque el polietileno es un material de marcado carácter hidrófobo (que repele el agua, vamos) y, si fundiera, formaría una especie de chicle en el agua que lo haría palpable en boca. Ese mismo carácter hidrófobo, sumado a su condición de material polimérico cristalino, impide la solubilización del polietileno en agua, otra posible vía para pasar al café.

Hay otro posible origen en la aseveración del Prof. Olea. En el asunto de mear plástico, y no se sabe si interesadamente o porque es un aficionado en el mundo de los plásticos, identifica la materia prima empleada para fabricar algunos de ellos (el Bisfenol A) con los plásticos en cuestión (como, por ejemplo, el policarbonato). Por tanto, podríamos esperarnos que, en este caso y con una lógica similar, identificara también el polietileno con alguna sustancia que pudiera quedar ocluida en él como consecuencia de su síntesis o posterior procesado para formar el filme. Para investigar ese posible evento, mis amigas han sometido al filme a otra técnica habitual en nuestro campo, la Termogravimetría (TGA), muy utilizada en el estudio de procesos de degradación de plástico a altas temperaturas.

Tras pesar algo menos de un miligramo del filme de polietileno despegado del vaso, lo mantuvieron a una temperatura de 100 ºC durante una hora y en presencia de aire. Esa temperatura está bastante por encima de la que razonablemente tiene el café en el vaso cuando nos lo sirven y, por tanto, el experimento con nuestra termobalanza reproduce un caso bastante extremo de las condiciones en las que consumimos nuestro brebaje. Si el filme de polietileno desprendiera cualquier tipo de sustancia que pudiera pasar al agua, eso se reflejaría en la termogravimetría en una perdida de peso del filme, que nuestro instrumento detectaría hasta niveles de unos pocos microgramos. Nada de eso ha ocurrido en el experimento, lo que razonablemente demuestra que desde el filme plástico del interior de nuestro vaso de café no ha migrado sustancia alguna a la bebida a consumir.

Y en el hipotético caso de que cantidades extremadamente pequeñas de sustancias migraran desde el polietileno (que no el propio polietileno) al café, allí se unirían a los centenares de sustancias constitutivas de ese café, alguna de carácter cancerígeno como la acrilamida y muchas con carácter estrogénico. Un trabajo muy reciente [R. Kiyama, Nutrients 11, 1401 (2019)] revisa ese último carácter de los casi innumerables componentes del café. Si bien en algunos casos su presencia en el café tiene efectos beneficiosos, hay otros componentes que pueden actuar como disruptores endocrino, un tema en el que el Prof. Olea es un investigador de reconocido prestigio.

Pero, resumiendo lo fundamental, "Cuando bebes café de la máquina NO te estás bebiendo también el polietileno del vaso". Y punto.

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miércoles, 22 de enero de 2020

Los perfumes se hacen sostenibles

Según Melody M. Bomgardner, una articulista habitual en el Chemical Engineering News (CEN) que sigo devotamente, cuando en 1921 el perfumista Ernest Beaux produjo una serie de esencias para Gabrielle "Coco" Chanel y ella eligió la que se convertiría en el famoso Chanel n. 5, se abrió la veda a la democratización del perfume. Beaux introdujo en la fórmula original una mezcla de aldehídos, unos compuestos aromáticos de síntesis, rompiendo así la tradición de emplear solo extractos provenientes de todo tipo de sustancias naturales, generalmente flores pero también semillas, extractos de animales, etc.

Ello condujo al interés de muchos químicos y empresas en aislar e identificar una gran parte de los aromas hasta entonces imperantes y, posteriormente, a tratar de sintetizarlos en el laboratorio. Pero no se quedaron ahí y sus investigaciones dieron lugar a nuevas moléculas aromáticas que no se habían encontrado en la Naturaleza. Algunas se obtuvieron por pura chiripa, otras como subproductos de intentos de sintetizar moléculas naturales y, en otros casos, la pura curiosidad de los químicos hizo que se buscaran (y encontraran) moléculas químicamente muy parecidas a algunas de los aromas tradicionales. Toda esta actividad, que dio lugar también a la consolidación de las grandes empresas que hoy controlan el mercado de los aromas de perfumería, generó una amplia paleta de los  mismos con la que los grandes perfumistas introducen matices o "notas" para cautivar al consumidor.

En el momento actual, el mercado de la perfumería mueve miles de millones de euros cada año, en gran parte por la incorporación al mercado de las jóvenes generaciones urbanas, que no salen a la calle sin su esencia preferida puesta. Y, si eso es así, es porque la inclusión de productos de síntesis en las fragancias ha abaratado las mismas, haciéndolas accesibles a capas sociales para las que antes un buen perfume era algo prohibitivo. Sin embargo, esas mismas generaciones jóvenes son las que reclaman hoy en día la vuelta al empleo de aromas naturales, haciendo que los grandes suministradores de fragancias (que son cuatro y el del tambor a día de hoy) tengan que devanarse los sesos para poder acercarse a esa petición mayoritaria.

Porque las complicaciones surgen de variados frentes. Por ejemplo, la actual versión del Chanel n.5 está sujeta a revisión. Resulta que, entre sus componentes, están algunos derivados de musgos naturales que proporcionan notas a madera. Pero la UE los ha conceptuado como alérgenos y parece que incluso los va a prohibir. En otros casos, aromas muy solicitados como el sándalo, la vainilla o el pachuli se producen en cantidades muy pequeñas para la actual demanda. Si elimináramos sus homólogos de síntesis que se están usando y tendiéramos a emplear solo los que surgen de la Naturaleza, necesitaríamos semejante cantidad de terreno para producirlos, en muchos casos en países pobres o en vías de desarrollo, que alteraríamos por completo el equilibrio ecológico de esas zonas. Por explicarlo más clarito. El sándalo proveniente de India del que, para obtener su fragancia, solo se utiliza la madera de la parte central del tallo (que se ve en la foto de la entrada), tiene el problema que ese tallo tarda decenios en crecer, por lo que su tala ha tenido que ser restringida por las autoridades porque se estaba llevando a cabo una extinción casi total de la especie.

Así que, según Bomgardner, se empieza a apreciar una tendencia en los fabricantes a sustituir en el marketing la palabra "natural" por la palabra "sostenible", con la esperanza de que los consumidores educados entiendan que la segunda palabra tiene mucho más contenido ecológico y les faciliten a ellos la labor. La estrategia tiene algunos "trucos" que ya he explicado en otra entrada. Por ejemplo, algunas empresas del ámbito biotecnológico han desarrollado microorganismos que producen aromas (por ejemplo, el más distintivo del citado sándalo) a partir de procesos fermentativos a base de productos derivados de la biomasa. Ciertamente se elimina el problema de la extinción de árboles y se adorna el proceso con el uso de microorganismos y biomasa de origen natural pero, al final, la molécula obtenida es la misma que se puede generar mediante síntesis química convencional.

Otras, como Chanel, han llegado a un acuerdo con el gobierno de Nueva Caledonia para plantar y explotar sándalo, comprometiéndose a mantener una población estable de árboles. Y, finalmente, otras como el gigante Givaudan han optado por el llamado Five-Carbon Path que, básicamente, trata de incrementar el número de compuestos renovables usados en la síntesis, incrementar la eficiencia de esos procesos, conseguir la máxima biodegradación de sus compuestos finales, incrementar la potencia aromática de cada uno de ellos y utilizar, en lo posible, materias primas provenientes del reciclado de otras.

Si uno pone en Google perfumes sostenibles, ya empiezan a menudear marcas que utilizan ese reclamo para vender sus productos. Veremos en qué queda la cosa...

Fuente: M.M. Bomgardner, Chemical Engineering News, 22 de abril 2019, pag. 31.

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jueves, 26 de diciembre de 2019

Mi año de la Tabla Periódica

En una entrada que publiqué en noviembre de 2018 sobre Primo Levi y su libro El Sistema Periódico, ya os avisaba de la turrada que se os venía encima en 2019 con ocasión del llamado Año Internacional de la Tabla Periódica de los Elementos Químicos, una iniciativa conjunta de la ONU y la UNESCO. La idea era conmemorar el 150 aniversario del esbozo de dicha Tabla que el químico ruso Dimitri Mendeléyev plasmó el 17 de febrero de 1860, a mano y sobre el papel de una carta recibida. Sabemos incluso que esos días eran frenéticos para él, porque debía dejar su casa en San Petersburgo, durante un tiempo largo, para visitar una serie de granjas dedicadas a la fabricación de queso en su Siberia natal. Mendeléyev era un científico que valía para un roto o para un descosido y lo mismo te escribía el mejor libro de Química que establecía la óptima graduación del vodka (aunque eso, como muy bien explica aquí un reputado científico de origen ruso, es sólo una verdad a medias).

Este vuestro Búho ha tenido unos cuantos meses bastante intensos en lo relativo a conmemorar el Año Internacional de la Tabla Periódica. Lo inicié en 2018 con el aperitivo del post sobre mi admirado Primo Levi que os acabo de mencionar. Poco después publiqué otro sobre el nombramiento del Laboratorium de Bergara como Sitio Histórico de la Sociedad Europea de Física. En junio de este 2019, la Real Sociedad Española de Física en su revista oficial me publicó un artículo sobre los orígenes del wolframio en el Universo y en nuestra Tierra. En octubre impartí una charla en mi antigua Facultad, dentro del ciclo organizado con ocasión del Año de la Tabla Periódica, en la que, empezando con la familia de los halógenos, acabé hablando de la Química del agua de grifo y, en particular, del trabajo que en ella hacen el cloro y flúor.

Y, para terminar el año, y en colaboración con el DIPC, hemos confeccionado una divertida Tabla Periódica basada en vinos, una idea de Pedro Miguel Etxenike con la que se pretendía culminar los fastos de este año pero resaltando, a la vez, la importancia de ese conjunto que agrupa a los 118 "ladrillos" de nuestro Universo. Que, como se establece en la página de la ONU dedicada al Año Internacional, "captura la esencia no sólo de la química, sino de la física y la biología, al clasificar a los elementos según la relación entre sus propiedades y el peso de su átomo”.

La idea de representar los elementos químicos mediante símbolos sencillos fue llevada a la práctica por el químico sueco Jöns Jacob Berzelius (1779-1848), en un intento de resolver la Torre de Babel que eran los informes y las reuniones científicas al respecto. En un largo artículo publicado en 1813 en la revista Annals of Philosopy y en su apartado III, sugería representar los elementos conocidos en aquella época (47) por una o dos letras tomadas de su nombre en latín. En el caso de que las dos primeras letras coincidieran (por ejemplo, magnesio y manganeso) Berzelius optó por usar la tercera para componer el símbolo (Mg y Mn). En este enlace tenéis ese apartado III y cómo Berzelius describe la selección que hizo en su momento del símbolo de cada elemento. Es cierto que las normas de Berzelius se han ido cambiando un poco a lo largo del tiempo, cuando se fueron descubriendo otros elementos a los que no se podía nombrar usando sus criterios porque los símbolos ya se habían usado con otros. Pero en lo sustancial, su filosofía se ha preservado y nosotros también quisimos respetarla en la selección de vinos con cuyo nombre pudiéramos elegir dos letras para reproducir el símbolo de un elemento químico determinado.

Pero encontrar vinos que se ajustaran a esa idea nos llevó lo suyo. En un principio echamos mano de la Guía Peñín 2020 de vinos españoles, con más de 11.800 marcas registradas y que contiene, al final, una ordenación alfabética. Pero había otro problema. Queríamos construir, para su presentación en diversos sitios, una vinoteca en las que las botellas de los 118 vinos seleccionados estuvieran presentes físicamente. Y para evitar tener que comprar los 118 vinos contamos con la colaboración de la Bodega del Restaurante Rekondo en Donosti (una de la bodegas de Restaurante más reputadas) y de una Vinoteca local (Goñi Ardoteka). Eso nos ahorraba dinero y, sobre todo, gestiones, pero nos restringía un poco los vinos que podíamos seleccionar.

En cualquier caso llegamos a concluir el trabajo para poder presentarlo antes de que 2019 se nos escurriera de las manos y, con él, el Año de la Tabla Periódica. Os dejo un enlace en la web del DIPC con la versión final de Tabla Periódica de los Vinos, a la que bautizamos como Kimikoteka, que se ve mejor que la figura que ilustra esta entrada. Además, bajo ella, está la lista numerada de los vinos empleados para confeccionarla, donde se ven mejor las letras seleccionadas para generar el símbolo de cada uno de los elementos. Y en este otro enlace, os dejo la charla que impartí el pasado jueves en el Koldo Mitxelena, justo debajo de mi casa. Podéis saltaros los dos minutos y medio iniciales, en los que se repiten los créditos de la grabación varias veces.

Y, como no creo que escriba nada antes de que termine el año, no me queda mas que desearos un ¡¡Feliz 2020!!. Y, por favor, no me tiréis cohetes la noche de Nochevieja. Además de asustar ancianos como el que os escribe y mascotas con especial sentido del oído, dejan en la atmósfera incontables sustancias químicas extremadamente peligrosas para la salud de todos, incluidas las famosas dioxinas. Avisados estáis.

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lunes, 16 de diciembre de 2019

Una entrevista con Cristina Mitre

Una de las ventajas de mi decisión de tener una cuenta en Twitter y configurarla siguiendo a gente relacionada con la divulgación científica y  no científica, es poder conocer en persona a gentes mucho más jóvenes que yo, mucho más puestas en lo que se cuece en Redes Sociales (RRSS) y mucho más inteligentes. Como Deborah Garcia Bello que allá por setiembre me pidió permiso para dar mi email a Cristina Mitre de cara a que me hiciera una entrevista.

Tengo que decir la verdad. En ese momento yo no sabía quién era Cristina. El mismo día que me escribió por primera vez para proponerme grabar un podcast conmigo, otra amiga, Ana Ribera, a la que conocí en esas mismas RRSS y que hoy es amiga del alma (categoría difícil de alcanzar en mi escala de valores), apareció por mi pueblo para asistir al Festival de Cine y nos fuimos a comer. Le conté que Cristina me había propuesto grabar una entrevista, aprovechando que venía a Donosti a correr la Behovia a primeros de noviembre. Y Ana, con su estilo contundente, me amenazó con no volver a hablarme si no le decía que sí.

Ahora sé quién es Cristina Mitre y conozco la popularidad de los podcasts que publica en el sitio The Beauty Mail, entre otras cosas porque, tras la publicación de la entrevista que mantuvimos, he podido comprobar que hay gente a la quiero y conozco que es adicta al sitio. Así que, sin otros preámbulos, aquí tenéis el enlace para oír la entrevista entera. Dura una hora y veinte minutos, una barbaridad según yo. En los primeros 50 minutos hablamos de Plásticos y la gestión de sus residuos para continuar con el asunto de los Microplásticos y de su posible impacto en el mar. La parte final la empleamos en hablar del Bisfenol A y de las cosas del Prof. Olea. Nada nuevo para los habituales del Blog del Búho, pero contado con mi poco glamurosa voz y sin la posibilidad de pensarme mucho las cosas que iba a contestar. Algún gazapo he metido pero no se puede arreglar.

Quería haber escrito este post hace una semana pero la complicada vida de un jubilata que se deja querer para líos varios me lo ha impedido.

La foto es de Aitor López de Audicana que espero, como me había prometido, se haya oído el podcast en su totalidad.

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