martes, 28 de enero de 2020

¿Polietileno en el café?

Desconozco si estáis al loro de la reciente publicación por parte del Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, Nicolás Olea, de un libro que, bajo el atractivo título "Libérate de tóxicos", se debe estar vendiendo como rosquillas. Yo ya me lo he leído dos veces y, por ahora, no voy a hablar de él porque quiero hacer una síntesis adecuada para contarlo aquí con todo detalle. Lo que quizás me lleve el resto de vida que me queda. Pero como todo autor de libro que se precie, una vez publicado hay que promocionarlo y uno de los hitos de esa promoción fue una entrevista en El País aparecida el pasado 19 de noviembre.

Como suele pasar siempre que el Prof. Olea sale en los medios tras publicar algo relacionado con el uso de los plásticos, también en esa entrevista utiliza expresiones que no se corresponden con la realidad. Quería haber escrito algo al respecto mucho antes pero he tenido que hacer, como veréis a continuación, una serie de averiguaciones en lo que constituía mi Negociado antes de la jubilación y así poder contaros una historia documentada.

En la entrevista, el Prof. Olea vuelve con el mantra de que los niños orinan plástico, algo de lo que ya hemos hablado en este Blog ["Todos niños españoles orinan plástico, que viene del consumo alimentario. Principalmente, bisfenol A. ¿Cuándo se va a prohibir? ¿En 10 años? Cuando lo publicamos nos dijeron que los niveles eran bajos. No admitimos que nos digan que es normal orinar plástico"]. Pero esta vez introduce un nuevo bulo para captar la atención de los lectores que, al menos yo, no se lo había oído ni leído antes: ["Cuando bebes café de la máquina estás bebiendo también polietileno del vaso"]. Casi todos los que me seguís sabéis que el polietileno es uno de los plásticos más fabricados desde que los humanos pusimos plástico en la faz de la Tierra. Y que se utiliza en muchas aplicaciones, que van desde las humildes bolsas de basura a determinadas partes de una cadera artificial.

Y también está, en forma de un delgado filme, en la cara interna de uno de esos vasos de café o té con los que la gente pulula ahora por las calles, donde cumple el papel de impedir que la bebida caliente humedezca el papel con el que se fabrica el cuerpo del vaso. Vasos como los que se ven en la portada de la entrada y que comercializa la compañía de café más grande del mundo, con establecimiento en una de las calles importantes de Donosti y en el que no había entrado hasta que decidí hacerme con uno de esos recipientes para componer esta entrada.

Después de que la Búha se bebiera el café calentito, al que previamente y de forma discreta habíamos medido la temperatura cuando nos lo entregaron, 78ºC, nos llevamos el vaso vacío a casa y lo puse durante una noche en un cubo con agua. A la mañana siguiente y con un poco de trabajo, conseguí separar adecuadamente un filme delgado de plástico del resto del vaso y con él me encaminé a los laboratorios de la Facultad de mis amores y se lo confié a dos compañeras que llevan media vida analizando todo tipo de cuestiones relacionadas con plásticos industriales. Y, de manera resumida, os voy a comunicar los resultados.

El plástico constitutivo del filme del vaso de Starbucks es polietileno (el mismo del que habla Olea), el llamado de baja densidad. Eso se puede precisar sin discusión después de los adecuados análisis realizados por mis amigas usando la Espectroscopia Infrarroja de Transformada de Fourier (FTIR). El resultado se corrobora con la determinación de la temperatura a la que se produce la fusión de ese plástico (108 ºC), mediante otra técnica denominada Calorimetría Diferencial de Barrido (DSC). Ese dato es fundamental para rebatir, en primera instancia, la afirmación de D. Nicolás. Ese polietileno no fundiría en contacto con el café caliente a una temperatura inferior a su punto de fusión, sino que seguiría en estado sólido y bien pegado al papel del vaso. Aunque, todo hay que decirlo, si fundiera tampoco pasaría nada porque el polietileno es un material de marcado carácter hidrófobo (que repele el agua, vamos) y, si fundiera, formaría una especie de chicle en el agua que lo haría palpable en boca. Ese mismo carácter hidrófobo, sumado a su condición de material polimérico cristalino, impide la solubilización del polietileno en agua, otra posible vía para pasar al café.

Hay otro posible origen en la aseveración del Prof. Olea. En el asunto de mear plástico, y no se sabe si interesadamente o porque es un aficionado en el mundo de los plásticos, identifica la materia prima empleada para fabricar algunos de ellos (el Bisfenol A) con los plásticos en cuestión (como, por ejemplo, el policarbonato). Por tanto, podríamos esperarnos que, en este caso y con una lógica similar, identificara también el polietileno con alguna sustancia que pudiera quedar ocluida en él como consecuencia de su síntesis o posterior procesado para formar el filme. Para investigar ese posible evento, mis amigas han sometido al filme a otra técnica habitual en nuestro campo, la Termogravimetría (TGA), muy utilizada en el estudio de procesos de degradación de plástico a altas temperaturas.

Tras pesar algo menos de un miligramo del filme de polietileno despegado del vaso, lo mantuvieron a una temperatura de 100 ºC durante una hora y en presencia de aire. Esa temperatura está bastante por encima de la que razonablemente tiene el café en el vaso cuando nos lo sirven y, por tanto, el experimento con nuestra termobalanza reproduce un caso bastante extremo de las condiciones en las que consumimos nuestro brebaje. Si el filme de polietileno desprendiera cualquier tipo de sustancia que pudiera pasar al agua, eso se reflejaría en la termogravimetría en una perdida de peso del filme, que nuestro instrumento detectaría hasta niveles de unos pocos microgramos. Nada de eso ha ocurrido en el experimento, lo que razonablemente demuestra que desde el filme plástico del interior de nuestro vaso de café no ha migrado sustancia alguna a la bebida a consumir.

Y en el hipotético caso de que cantidades extremadamente pequeñas de sustancias migraran desde el polietileno (que no el propio polietileno) al café, allí se unirían a los centenares de sustancias constitutivas de ese café, alguna de carácter cancerígeno como la acrilamida y muchas con carácter estrogénico. Un trabajo muy reciente [R. Kiyama, Nutrients 11, 1401 (2019)] revisa ese último carácter de los casi innumerables componentes del café. Si bien en algunos casos su presencia en el café tiene efectos beneficiosos, hay otros componentes que pueden actuar como disruptores endocrino, un tema en el que el Prof. Olea es un investigador de reconocido prestigio.

Pero, resumiendo lo fundamental, "Cuando bebes café de la máquina NO te estás bebiendo también el polietileno del vaso". Y punto.

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miércoles, 22 de enero de 2020

Los perfumes se hacen sostenibles

Según Melody M. Bomgardner, una articulista habitual en el Chemical Engineering News (CEN) que sigo devotamente, cuando en 1921 el perfumista Ernest Beaux produjo una serie de esencias para Gabrielle "Coco" Chanel y ella eligió la que se convertiría en el famoso Chanel n. 5, se abrió la veda a la democratización del perfume. Beaux introdujo en la fórmula original una mezcla de aldehídos, unos compuestos aromáticos de síntesis, rompiendo así la tradición de emplear solo extractos provenientes de todo tipo de sustancias naturales, generalmente flores pero también semillas, extractos de animales, etc.

Ello condujo al interés de muchos químicos y empresas en aislar e identificar una gran parte de los aromas hasta entonces imperantes y, posteriormente, a tratar de sintetizarlos en el laboratorio. Pero no se quedaron ahí y sus investigaciones dieron lugar a nuevas moléculas aromáticas que no se habían encontrado en la Naturaleza. Algunas se obtuvieron por pura chiripa, otras como subproductos de intentos de sintetizar moléculas naturales y, en otros casos, la pura curiosidad de los químicos hizo que se buscaran (y encontraran) moléculas químicamente muy parecidas a algunas de los aromas tradicionales. Toda esta actividad, que dio lugar también a la consolidación de las grandes empresas que hoy controlan el mercado de los aromas de perfumería, generó una amplia paleta de los  mismos con la que los grandes perfumistas introducen matices o "notas" para cautivar al consumidor.

En el momento actual, el mercado de la perfumería mueve miles de millones de euros cada año, en gran parte por la incorporación al mercado de las jóvenes generaciones urbanas, que no salen a la calle sin su esencia preferida puesta. Y, si eso es así, es porque la inclusión de productos de síntesis en las fragancias ha abaratado las mismas, haciéndolas accesibles a capas sociales para las que antes un buen perfume era algo prohibitivo. Sin embargo, esas mismas generaciones jóvenes son las que reclaman hoy en día la vuelta al empleo de aromas naturales, haciendo que los grandes suministradores de fragancias (que son cuatro y el del tambor a día de hoy) tengan que devanarse los sesos para poder acercarse a esa petición mayoritaria.

Porque las complicaciones surgen de variados frentes. Por ejemplo, la actual versión del Chanel n.5 está sujeta a revisión. Resulta que, entre sus componentes, están algunos derivados de musgos naturales que proporcionan notas a madera. Pero la UE los ha conceptuado como alérgenos y parece que incluso los va a prohibir. En otros casos, aromas muy solicitados como el sándalo, la vainilla o el pachuli se producen en cantidades muy pequeñas para la actual demanda. Si elimináramos sus homólogos de síntesis que se están usando y tendiéramos a emplear solo los que surgen de la Naturaleza, necesitaríamos semejante cantidad de terreno para producirlos, en muchos casos en países pobres o en vías de desarrollo, que alteraríamos por completo el equilibrio ecológico de esas zonas. Por explicarlo más clarito. El sándalo proveniente de India del que, para obtener su fragancia, solo se utiliza la madera de la parte central del tallo (que se ve en la foto de la entrada), tiene el problema que ese tallo tarda decenios en crecer, por lo que su tala ha tenido que ser restringida por las autoridades porque se estaba llevando a cabo una extinción casi total de la especie.

Así que, según Bomgardner, se empieza a apreciar una tendencia en los fabricantes a sustituir en el marketing la palabra "natural" por la palabra "sostenible", con la esperanza de que los consumidores educados entiendan que la segunda palabra tiene mucho más contenido ecológico y les faciliten a ellos la labor. La estrategia tiene algunos "trucos" que ya he explicado en otra entrada. Por ejemplo, algunas empresas del ámbito biotecnológico han desarrollado microorganismos que producen aromas (por ejemplo, el más distintivo del citado sándalo) a partir de procesos fermentativos a base de productos derivados de la biomasa. Ciertamente se elimina el problema de la extinción de árboles y se adorna el proceso con el uso de microorganismos y biomasa de origen natural pero, al final, la molécula obtenida es la misma que se puede generar mediante síntesis química convencional.

Otras, como Chanel, han llegado a un acuerdo con el gobierno de Nueva Caledonia para plantar y explotar sándalo, comprometiéndose a mantener una población estable de árboles. Y, finalmente, otras como el gigante Givaudan han optado por el llamado Five-Carbon Path que, básicamente, trata de incrementar el número de compuestos renovables usados en la síntesis, incrementar la eficiencia de esos procesos, conseguir la máxima biodegradación de sus compuestos finales, incrementar la potencia aromática de cada uno de ellos y utilizar, en lo posible, materias primas provenientes del reciclado de otras.

Si uno pone en Google perfumes sostenibles, ya empiezan a menudear marcas que utilizan ese reclamo para vender sus productos. Veremos en qué queda la cosa...

Fuente: M.M. Bomgardner, Chemical Engineering News, 22 de abril 2019, pag. 31.

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