domingo, 29 de diciembre de 2024

Las lágrimas del vino y Einstein

En estas fechas me resulta agradable (como casi siempre) disfrutar de un buen vino en compañía de familiares y amigos, con los que, además, suelo intercambiar botellas. La cuestión se está poniendo, sin embargo, cada vez más complicada. Por un lado porque los vinateros están abusando con los precios que nos piden por los caldos. Y, por otro, por las proclamas de algunos en lo relativo a una dieta Zero-alcohol. Como ya soy muy mayor espero que, en lo que me queda de vida, la cosa no se me ponga imposible. La entrada de hoy tiene que ver con ese placer visual en la degustación de un vino que conocemos como las “lágrimas” o “piernas” del vino, un efecto claramente visible cuando agitamos o calentamos con la mano una copa como Dios manda del mismo y observamos la formación de unas gotas que se deslizan por su superficie interna, tal y como se ve en la imagen que ilustra esta entrada. Algo que también tiene que ver con Einstein, en una curiosa historia que he leído recientemente.

Como os he contado en más de una ocasión, un vino más o menos estándar es una compleja mezcla que contiene (en volumen) un 85% de agua, un 13% de alcohol etílico (etanol, o simplemente alcohol), un 1% de glicerol (o glicerina) y el otro 1% restante está constituido por cientos de moléculas químicas que son las que confieren a cada vino sus peculiares sutilezas. Las “lágrimas” del vino se han atribuido al contenido en alcohol y, quizás, al contenido en glicerol. Pero eso no nos dice la razón por la que se forman.

Científicamente, la formación de esas lágrimas se explica mediante el llamado efecto Marangoni, en honor de Luigi Carlo Giuseppe Marangoni, un físico italiano que leyó su tesis en 1865 en la Universidad de Pavia con el título “Sobre la expansión de una gota de líquido flotando en la superficie de otro líquido”. Con los mismos argumentos con los que explicaba la citada expansión de la gota, explicaba también la formación de las “lágrimas”. Hay que mencionar, sin embargo, que en un libro recopilatorio de las conferencias del famoso (para los químicos y los físicos) Sir William Thompson (Lord Kelvin), este atribuyó la explicación del fenómeno a su hermano James en 1855, diez años antes de la tesis de Marangoni. Pero esta entrada no trata de resolver esa disputada autoría.

Con solo poner en Google las palabras lágrimas del vino o efecto Marangoni, podéis encontrar muchas páginas sobre unas y otro. Y hay también mucha sesuda bibliografía científica sobre el efecto en cuestión. El que tenga acceso y le interese puede ver, por ejemplo, Phys. Rev. Fluids, 034002 (2020). Una explicación más sencilla de entender no es tarea fácil porque hay que implicar a la tensión superficial de los líquidos, esa propiedad que mide la fuerza con la que las moléculas de los mismos se atraen entre sí y que hace, por ejemplo, que el mercurio tienda a formar, sobre una superficie, gotas esféricas que se aplastan por su propio peso, mientras que una gota de agua se extiende de forma más plana sobre la mencionada superficie.

Pues bien, cuando inclinamos o agitamos una copa con vino, dejamos una fina película de la bebida en la pared de la copa. El alcohol de esa película, más volátil que el agua, se evapora más deprisa que en el líquido que descansa en el fondo de la copa. Como el alcohol tiene menor tensión superficial que el agua, esa evaporación hace que la película, cada vez más rica en agua, vaya teniendo una tensión superficial cada vez más alta que el vino del fondo de la copa. Como consecuencia de esa diferencia de tensión superficial se produce un flujo de alcohol desde el fondo a la capa superficial sobre el vidrio. Ese es el efecto Marangoni. Al final, al irse enriqueciendo en agua, la lámina superficial va pesando cada vez más y, por gravedad, tiende a formar gotas (“lágrimas”) que caen. Evidentemente, cuanto más alcohol hay en el vino más fácil se forman las gotas, con lo que el efecto es, de alguna forma, una medida de la cantidad de alcohol que hay en vino. Pero hay que deshacer el mito de que la formación de las “lágrimas” tenga que ver con la calidad del vino, como se ha solido decir durante mucho tiempo.

Y vayamos con Einstein. Cuando tenía 16 años, en 1895, pasó casi todo el año en Lombardía, Italia, tras el traslado de una empresa familiar de su padre y su tío desde Munich a Pavia y Milán. Al año siguiente se fue a Suiza a terminar sus estudios secundarios y universitarios, incluido su doctorado, que versaba precisamente sobre fuerzas intermoleculares. Durante esos años en Suiza y hasta la primavera de 1901, nuestro joven Einstein volvió regularmente a Italia para pasar sus vacaciones. Allí se encontraba con una tal Ernestina Marangoni, tres años más joven que él pero de la edad de su hermana Maja. Ernestina Marangoni era sobrina del Carlo Marangoni que da nombre al efecto que explica las “lágrimas”.

La influencia de la familia Marangoni en Einstein podría también estar en el origen del primer artículo publicado por él, en abril de 1901, en la revista Annalen der Physik y titulado “Conclusiones extraídas de los fenómenos de capilaridad”. No en vano, Carlo Marangoni era un especialista en dichos fenómenos y es más que probable que el joven Einstein hubiera hablado del tema con él. Cuatro años más tarde, en 1905, su talento alumbró una serie de cinco artículos que contribuyeron al establecimiento de la Física moderna, en lo que se conoce como su Annus Mirabilis. En el año en el que vamos a entrar se cumplirán 120 años de ese hecho excepcional.

Un año 2025 para el que os deseo lo mejor para vosotros y vuestros allegados. Y para terminar 2024 con música, una grabación reciente. El pasado 7 de diciembre, Gustavo Dudamel dirigió al organista Olivier Latry y a la Orquesta de Radio Francia en la ceremonia de reapertura de Notre Dame. Os dejo con un extracto de la Sinfonía No. 3 (con órgano) de Saint-Saëns.

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miércoles, 11 de diciembre de 2024

R.F. Kennedy Jr. y los fluoruros en el agua de grifo


Tras la última entradadedicada a un compuesto esquivo que se resistía a su análisis en el agua que llega convenientemente clorada a nuestros grifos, vamos a revisar ahora otra práctica que ha sido bastante común y polémica: la fluoración del agua potable de cara a la prevención de caries. En este Blog hay otras entradas sobre la fluoración del agua que iremos desgranando a lo largo de esta, cuya motivación es una de las derivadas de la victoria de Donald Trump en las elecciones americanas del pasado noviembre. Como probablemente sabrán mis agudos lectores, Trump ha apostado por una figura muy controvertida, el declarado antivacunas Robert F. Kennedy Jr., como posible responsable de la cartera de Salud.

En una publicación realizada días antes de las elecciones, el mencionado ciudadano escribió lo siguiente: "El 20 de enero, la Casa Blanca de Trump aconsejará a todos los sistemas de agua de los Estados Unidos que eliminen el fluoruro del agua pública. El fluoruro es un desecho industrial asociado con la artritis, las fracturas óseas, el cáncer de huesos, la pérdida del coeficiente intelectual, los trastornos del neurodesarrollo y la enfermedad de la tiroides". La frase final es una prueba más de la forma torticera con la que la gente de la onda de Kennedy maneja la evidencia científica. Pero antes de contarlo en más detalle, vamos a empezar con un poco de historia.

Como ya expliqué en esta entrada del Blog, la cosa comenzó tras una serie de descubrimientos casuales, y extendidos en el tiempo, que encontraron una relación entre una cierta coloración de los dientes (hoy llamada fluorosis), en determinadas poblaciones, con una menor incidencia de caries. Finalmente, tras confirmarse que esa correlación era debida a la concentración de fluoruros existentes en el agua que bebían esas poblaciones, en 1945, la comunidad de Grand Rapids, en Michigan, USA, empezó a añadir 1 miligramo por litro (1 mg/L) de fluoruro sódico al agua de sus grifos, realizando paralelamente un seguimiento riguroso, a lo largo de más de diez años, de las caries de una población de casi 30.000 niños. El seguimiento comprobó que el llamado índice CAO, que hace referencia al número medio de piezas dentales Careadas, Ausentes u Obturadas, había descendido en más de un 70%. Y, desde entonces, su eficacia se ha seguido comprobando en otras poblaciones en todo el mundo. La existencia de fluoruros en las pastas de dientes no es sino otra consecuencia de esos descubrimientos.

Para la fluoración del agua potable se emplean, como fuentes de los iones fluoruro necesarios, sustancias como el ácido hexafluorosilícico, el fluorosilicato de sodio o el fluoruro de sodio que pueden ser subproductos (palabra con tintes menos dramáticos que la de desechos de Kennedy) de la producción de los fertilizantes fosfatados. En medios próximos a RFK se ha citado además que un estudio de 2014 encontró que el ácido hexafluorosilícico suele contener arsénico, plomo y aluminio y el fluoruro de sodio aluminio y bario. Pero aunque desconozco las prácticas de las plantas de tratamiento de agua potable (ETAP) americanas, si os puedo decir que el agua de mi grifo, proveniente del embalse del Añarbe, en el que se ha venido usando el ácido hexafluosilícico hasta que se dejó de fluorar en febrero de 2021, es analizada diariamente y los datos son públicos. Y, entre las muchas sustancias investigadas están esos metales. Si se sobrepasaran los valores estipulados por la UE se prohibiría el consumo de ese agua. Cosa que yo no recuerdo que haya pasado.

Las proclamas del Kennedy relativas a la artritis, los huesos o los problemas con la glándula tiroides son otra forma de retorcer los datos que emanan de las agencias que velan por nuestra salud. En el mapa que ilustra esta entrada (tomado de la figura 3 en este enlace), se dan las concentraciones medias de las aguas subterráneas y superficiales en grandes regiones de la Tierra, muchas de ellas empleadas posteriormente para consumo humano. Como se ve, en la mayoría de ellas (y repito, en promedio), las concentraciones de fluoruros de los acuíferos están por encima de la concentración de 1.5 mg/L (1.5 ppm) establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como concentración a no superar para un uso seguro. Es, por ejemplo, el caso de España y que resulta palpable en que aguas muy conocidas, como la Fontvella o el Vichy Catalán, tengan entre 8 y 10 mg/L de fluoruro, 6 veces la concentración recomendada. Y no tienen fluoruros “añadidos”.

La OMS está sobre todo preocupada por los humanos que beben agua de fuentes “naturales” con contenidos muy por encima de ese límite de 1.5 mg/L y no por las poblaciones que beben agua con fluoruros añadidos y controlados por debajo del mismo. Como la de mi grifo, cuya concentración era 0.7 mg/L cuando se fluoraba y ahora que no se fluora anda por debajo del límite de detección que es 0.05 mg/L. En muchos sitios de India, China o Pakistan se ingiere agua con concentraciones “naturales” de fluoruros tan altas que se consideran endémicas de una enfermedad conocida como la fluorosis esquelética. Y pueden darse otros problemas como los derivados de la glándula tiroides. Así que, en estos sitios, la preocupación está, más que en fluorar, en la eliminación de esas concentraciones excesivas de fluoruros que provienen, generalmente, de la geología por la que transitan o se acumulan esas aguas antes de usarlas para beber.

Otro asunto clásico en los contrarios a la fluoración, y que también Kennedy y su entorno de asesores han recuperado, es el relativo al coeficiente intelectual (IQ) y otros trastornos en el neurodesarrollo, particularmente en los niños. En agosto de 2024, un informe del Programa Nacional de Toxicología americano, dependiente del Departamento de Salud que parece que puede dirigir Kennedy, encontró limitadas evidencias de que los niveles altos de exposición al fluoruro, por encima de los ya citados 1,5 mg/L, estarían asociados con un coeficiente intelectual más bajo en los niños (véanse la página 78 y siguientes del informe). La mayoría de los estudios incluidos en el informe se realizaron en países fuera de los Estados Unidos, muchos de ellos (como China, de la que provenían varios estudios) con niveles de exposición al fluoruro muy superiores al límite mencionado. Pero el informe ponía el énfasis en que casi 2 millones de estadounidenses (un 0.6%) tienen agua que sobrepasaban el límite de los 1,5 mg/L de fluoruro y la mitad de ellos tienen agua del grifo proveniente de manantiales naturales con concentraciones de 2 mg/L y más.

Ese informe fue incluido en una demanda presentada contra la Agencia de Protección Ambiental (EPA) por una organización no gubernamental y otros demandantes, en la que se afirmaba que los niveles de fluoruro en el agua potable de los Estados Unidos representan un riesgo para la salud humana. Un tribunal federal en California falló a favor de los demandantes pocos días antes (qué casualidad) del comentario en X de Kennedy que he citado arriba. Aunque el fallo judicial no concluyó que los niveles actuales de fluoruro en el agua fueran peligrosos para la salud pública, el juez instaba a la EPA a revisar sus regulaciones para el fluoruro en el agua potable debido a que había "evidencia sustancial y científicamente creíble que establece que el fluoruro representa un riesgo para la salud humana".

Con independencia del tono quimiofóbico del comentario de Kennedy, lo que haga a partir del 20 de enero en lo relativo a los fluoruros tiene una importancia relativa. Como ya comenté en otra entrada, la fluoración del agua tiende a ir desapareciendo a medida que mejora la salud dental de la población. En el País Vasco, por ejemplo, diversas ETAPs han ido cesando en los últimos años en el uso de la fluoración del agua de grifo. Y no porque sea nocivo para la población, como algún alegre y combativo ecologista pregonaba tras la suspensión, sino por la incidencia del Programa de Asistencia Dental Infantil (PADI), promovido por el Gobierno Vasco en 1990, que establecía revisiones gratuitas a los niños vascos entre 4 y 15 años. Poco a poco y desde entonces, el índice CAO, que hemos mencionado arriba, ha pasado de 2.3 a menos de 0.5. Esas revisiones previstas en el PADI y el uso extendido de las pastas de dientes fluoradas ha permitido ir suspendiendo la fluoración del agua potable.

Pero en los Estados Unidos Unidos la cosa no está todavía en esos parámetros. Un reciente estudio (2022) del Instituto Nacional de Investigación Dental y Craneofacial, que también dependería de Kennedy, deja claro que aunque la salud dental de los adolescentes americanos ha mejorado en los últimos años, hay una gran disparidad en los diferentes Estados. Así que les quedan deberes por hacer. Y tampoco debemos olvidar que existen muchos millones de habitantes en la Tierra con problemas dentales graves, similares a los que había en 1945 en Grand Rapids, que podrían usar este método barato y eficaz (según la mayoría de las organizaciones médicas y de dentistas)para mejorar su salud dental. Controlando debidamente la concentración.

Además, como en otras muchas sustancias químicas, la presencia de fluoruros en el agua puede ser buena o mala para la salud, dependiendo de la concentración en la que esté. Algo similar a lo que ocurre en el caso de sus “primos”, los cloruros, como el cloruro sódico o sal de cocina. La pizca de sal en nuestros guisos es agradable en cuanto a potenciador de sabor y no tiene que producir, en general, efectos severos en nuestra salud. Pero beber agua de mar con la concentración de cloruro existente en ella, nos puede matar con relativa facilidad.

Y para terminar, menos de dos trepidantes minutos del final del Carnaval de los Animales de Saint Säens, con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Sir Simon Rattle y las hermanas vascofrancesas Katia y Mirelle Lebèque.

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martes, 26 de noviembre de 2024

Descubierto un esquivo producto en el agua de grifo

He escrito muchas veces en el Blog sobre los procesos que permiten que nuestra humilde agua de grifo (lo digo por su precio) sea algo que podamos consumir sin problemas, gracias a la cloración de la misma. Esta pasada semana se ha publicado un artículo que algunos medios han propagado como la identificación de una misteriosa sustancia química, subproducto del tratamiento del agua de grifo con cloramina, un método de clorar bastante corriente en los EEUU. En esta entrada os doy cuenta de ese descubrimiento, revisando y poniéndola en el contexto de otras entradas de este Blog desde que, hace más de diez años, hablé sobre la historia de la cloración del agua de la ciudad de Jersey, el evento que marcó un antes y un después en la necesidad de disponer de agua que se pudiera beber, sin arriesgarse a los tifus y cóleras de épocas anteriores. Solo tres meses más tarde, en otra entrada, os conté el descubrimiento, las inquietudes provocadas y la resolución del problema de la aparición en al agua clorada de los llamados trihalometanos (THMs), de los que enseguida hablaremos.

Hace ahora 116 años y después de un tormentoso proceso, la ciudad de Jersey empezó a disponer de agua potable libre de los patógenos que venían causando repetidos brotes de cólera y tifus en ciudades con un cierto tamaño de población, como la propia Jersey o las más famosas epidemias de Londres a mediados del siglo XIX. La solución estuvo en el tratamiento del agua, antes de su distribución a los grifos y fuentes, con dos procesos sencillos y baratos: su filtración por lechos de arena y su posterior tratamiento (cloración) con disoluciones de unas sales denominadas hipocloritos. El éxito del tratamiento hizo que, en las siguientes décadas, se fuera progresivamente implementando en la mayoría de los núcleos urbanos de Europa y Estados Unidos.

Pero en 1974, décadas después de la inauguración de la planta de Jersey, la conocida revista americana Consumer Reports publicó una serie de artículos titulados Is the water tap safe to drink?, que cuestionaban la seguridad de beber agua de grifo. Escritos por dos jóvenes científicos pertenecientes a la entonces incipiente (y hoy poderosa) organización ecologista Environmental Defense Fund (EDF), su tesis era que el agua potable de muchas ciudades americanas contenía cantidades importantes de sustancias químicas, provenientes de vertidos industriales, que podían ser cancerígenas para los ciudadanos. Los artículos de Consumer Reports no eran sino el reflejo, a nivel de los consumidores, de una serie de evidencias científicas que se estaban acumulando desde unos pocos años antes.

Un actor importante en la obtención de esas evidencias fue un científico del Servicio de Aguas de Rotterdam, Johannes Rook, que había trabajado para la compañía cervecera Amstel. Rook empezó a analizar el agua de la ciudad con una técnica, la cromatografia de gases con espacio de cabeza (HS-GC), que había utilizado en Amstel para detectar y cuantificar ciertos aromas indeseados en la cerveza. En 1971, Rook pudo confirmar que en el agua de grifo de Rotterdam había cloroformo, un compuesto muy volátil y al que se podían atribuir algunos de los casos de cáncer antes mencionados. Similares resultados, en la misma época y de forma independiente, se obtuvieron en los laboratorios de la conocida Agencia de Protección Ambiental Americana (EPA). Pero cuando los análisis del agua de grifo de más ciudades se fueron acumulando pudo comprobarse, no sin sorpresa, que el cloroformo estaba presente en prácticamente cualquier agua potable que se analizara, con independencia de que en su origen hubiera o no fuentes susceptibles de ser contaminadas por vertidos industriales.

Y no solo eso. En todos esos análisis, al cloroformo le acompañaban, en cantidades mucho más pequeñas, otras sustancias con él relacionadas, como el bromoformo, el diclorobromometano y el dibromoclorometano, conocidos en su conjunto como Trihalometanos (THMs). En el verano de 1974, Rook comunicó a un amigo, que trabajaba en la EPA americana, que esos compuestos eran la consecuencia de la reacción de los compuestos de cloro, empleados en las plantas de tratamiento de agua, con la materia orgánica natural existente en ella, generalmente derivada de la descomposición de materia vegetal. El impacto de la revelación de Rook en su colega americano fue de tal magnitud que éste lo trasladó inmediatamente a la EPA y, entre otras razones, fue determinante para que el presidente americano Gerald Ford firmara a finales de ese mismo año, el 16 de diciembre de 1974, la llamada Safe Drinking Water Act que, por primera vez, regulaba en su territorio los niveles de concentración de muchas sustancias químicas en el agua potable.

Hoy en día, la mayor parte de los laboratorios que controlan la calidad del agua potable de las ciudades, analizan de forma rutinaria los contenidos de THMs, que están regulados por la legislación vigente. Por ejemplo, durante 2023, el agua de mi grifo, proveniente del embalse del Añarbe, en la frontera entre Navarra y Gipuzkoa, fue objeto de 100 análisis a la búsqueda de THMs. El valor más alto detectado fue 19 ppb y el valor medio fue 8.9 ppb, muy por debajo de las 100 ppb (o 100 microgramos por litro), que es el límite establecido por la legislación europea. Este tipo de análisis permite alertar de problemas, como los que ocurrieron en la región de Murcia tras las copiosas lluvias de diciembre de 2016. En una serie de depósitos que surten de agua proveniente del río Taibilla a algunos pueblos de la región, se detectaron cantidades ligeramente superiores a los 100 ppb establecidos como límite. El origen estaba claro. El agua del río llevaba esos días más materia orgánica de lo normal como consecuencia de esas inundaciones, lo que repercutía en la génesis de THMs al tratarla con compuestos de cloro. Las autoridades prohibieron beber el agua de grifo durante unos días y cuando el nivel de THMs bajó por debajo del límite permitido se levantó la prohibición.

Pero la implantación, a lo largo de los ochenta, del test de Ames, del que hablábamos aquí hace poco, demostró que había una relación entre el carácter mutagénico (y potencialmente cancerígeno) del agua potable y su previa cloración, así como con la concentración los compuestos de cloro empleados. Pero ese carácter mutagénico no podía atribuirse sólo a nuestros THMs. Así que hubo que buscar en el agua a los misteriosos compuestos responsables de esos resultados del test de Ames. La cosa llevó su tiempo, pero al final se identificaron y cuantificaron los ácidos haloacéticos, moléculas similares al ácido acético del vinagre, al sustituir uno o varios hidrógenos por cloro y otros halógenos en virtud del tratamiento del agua. O el llamado entonces Mutágeno X (MX), un acrónimo para denotar a un compuesto cuyo nombre completo es (¡perdón!) ácido (Z)-2-cloro-3-diclorometil-4-oxobutenoico, clasificado por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) como un carcinógeno del grupo 2B, "posiblemente carcinógeno para los humanos". Aunque, hay que aclararlo, la concentración de MX en el agua potable es de 100 a 1000 veces más baja que la de los trihalometanos. De hecho, está a tales niveles que incluso su detección resultó muy complicada para muchos laboratorios, lo que motivó su inicial bautizo como X.

La preocupación por las consecuencias del tratamiento de agua con hipocloritos y, sobre todo, la alarma (infundada) creada por algunos de los productos mencionados arriba hizo que, a finales del siglo pasado, algunas ciudades optaran por otras alternativas para asegurar la potabilidad del agua, como la llamada cloramina. Un tratamiento que, como el basado en los hipocloritos, no está exento de generar similares subproductos. Por ejemplo, la cloramina genera, entre otros productos, N-nitroso dimetil amina (NDMA), aún más cancerígena que el misterioso MX. Y la misma cloramina tiene una cierta capacidad de disolver al plomo que se sigue utilizando en algunas redes de distribución, lo cual también es preocupante. Aún y así, se estima que, actualmente, el 30% de las estaciones de tratamiento de agua potable americanas usan cloramina, un número no despreciable.

Pero en los años 80, los que estudiaban los subproductos derivados del tratamiento con cloramina, identificaron un nuevo compuesto que aunque, desde entonces, ha sido objeto de diversos proyectos financiados por la EPA, los científicos implicados han sido incapaces durante estos cuarenta años de aislarlo y de determinar su exacta estructura química. Por eso, desde entonces y a la manera del Mutágeno X arriba mencionado, ha sido conocido como “el producto no identificado” o “Unidentified product (UP)”. Ahora, en el trabajo mencionado al principio de esta entrada, científicos de la Universidad de Arkansas, de la propia EPA y de un Centro de Investigación suizo, han sido capaces de desvelar la huidiza estructura de ese compuesto. Se trata del anión nitrocloroamida, un compuesto de cloro, nitrógeno y oxígeno que ni siquiera aparecía en la base de datos del Chemical Abstract Service, una “biblia” que contiene 219 millones de sustancias químicas distintas. Los autores, finalmente, han sido capaces de separarlo e identificarlo mediante las más sofisticas técnicas experimentales.

El siguiente paso, que también se relata en el trabajo, fue comprobar la presencia de este compuesto en muestras de agua potable actualmente tratadas con cloramina y en muestras que se habían ido archivando desde hace cuarenta años en los laboratorios implicados. Todas ellas contenían el mencionado anión en cantidades entre 1 ppb y 120 ppb, superiores en este último caso a las regulaciones existentes para otros subproductos de la cloración.

Ahora solo queda evaluar la toxicidad de este “misterioso” producto en estas concentraciones, algo que la EPA ha asegurado que se hará inmediatamente. Pero, mientras tanto, los autores y la propia EPA han dicho aquello de que no cunda el pánico por beber agua tratada con cloramina, un método que, dicho sea de paso, es poco frecuente en España.

Y la música de rigor. Veo mucho a la Filarmónica de Berlín en programas de la cadena Mezzo TV e incluso he estado suscrito al Digital Concert Hall de la orquesta. Y siempre he admirado a Emmanuel Pahud, que me parece un flautista excepcional. Aquí le podéis ver con su orquesta en un solo del Entreacto de Carmen de Bizet, todos bajo la batuta de Gustavo Dudamel.

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miércoles, 13 de noviembre de 2024

El Búho y las setas


La Búha y un servidor fuimos activos setalaris (buscadores de setas) desde nuestra más tierna convivencia. En un determinado momento, hace treinta años, decidimos dejarlo. En parte porque empezamos a jugar al golf (de ahí el guiño de la figura que ilustra este entrada) y en parte porque, en esa época, ciertos navarros alegres y combativos empezaron a dañar coches con matrícula SS (algo que denotaba nuestro origen guipuzcoano), aparcados en carreteras secundarios de Arruiz, de Areso o de Jaunsarás, como forma de intimidar a los que allí íbamos a la búsqueda de hongos y setas. En esa época, yo disfrutaba más recolectando setas y estudiándolas que consumiéndolas porque mantenía que las setas, más que un alimento, eran una aventura gastrointestinal. Al menos para mí. Porque, además de agua (80-90%), las setas y hongos contienen quitina, un polisacárido que forma también parte del esqueleto de insectos y otros artrópodos (es la causante del ruido cuando pisamos una cucaracha). Y que mi delicado estómago digiere muy lentamente. Así que para evitarme problemas, entonces y ahora, prefiero cocinarlos bastante. Se van muchos compuestos aromáticos valiosos pero la quitina se rompe en cadenas más cortas y ya tengo así un predigestión hecha. Pero esta entrada va de efectos más perniciosos que una simple mala digestión.

En esos años ochenta y principios de los noventa yo era un auténtico estudioso de las setas y los hongos. Todavía recuerdo la cara de asombro de mi admirado Txema Asúa y otros contertulios cuando su idolatrado Profesor Bernard Delmon, un monstruo de la catálisis heterogénea que profesaba en la francófona universidad belga de Louvain-la-Neuve y también un experto en setas, empezó a hablar conmigo de asuntos micológicos. Pronto nos dimos cuenta de que era un lío hablar de setas y hongos si él empleaba la denominación de los mismos en francés y yo los nombres en castellano o euskera que conocía. Así que optamos por seguir hablando en francés pero usando los nombres en latín de las setas a las que queríamos referirnos.

Esa pericia amateur hizo que también conociera bastante bien las setas y hongos peligrosos, al menos las de mi zona. Porque no deja de ser curioso que, después de siglos de consumo de setas, la gente siga teniendo intoxicaciones graves, y a veces mortales, tras ingerirlas. Y que siga tratando de buscar “trucos” que nos muestren cuales son peligrosas y cuales no. En el País Vasco, tierra de setalaris confesos, casi todos los años se produce alguna intoxicación que, en la mayoría de los casos, es por confundir una seta peligrosa con alguna comestible de aspecto similar. Y esta semana, un articulo recién aceptado en la revista Angewandte Chemie International Edition, me ha recordado algunas setas causantes de esos problemas y que yo conozco.

La Amanita muscaria, tambien conocida como matamoscas (musca es mosca en latín) es también la seta de los enanitos. Como todas las Amanitas, excepto la Amanita del César (Amanita caesarea), que por algo se llama así, la Amanita muscaria es tóxica, provocando trastornos digestivos y de tipo nervioso con síntomas de borrachera o alucinaciones. De hecho ha sido empleada por chamanes y similares para entrar en trance. Curiosamente también, el extracto de esa seta, convenientemente (y extraordinariamente) diluido se usa en homeopatía con el nombre de Agaricus muscarius. Según el principio de similitud de la homeopatía (Similia similibus curantur), que data de 1790 y ahí se mantiene inmutable, una sustancia que provoca síntomas similares a una enfermedad ,debe curarla. Así que no es de extrañar que el Agaricus muscarius que vende Boiron, la multinacional de la homeopatía, se propugne como remedio contra algunos desórdenes espasmódicos, con síntomas como temblores, movimientos involuntarios, tics faciales o dificultades para coordinar los miembros. Y la Ministra de Sanidad negándose a meterles mano. En fin, esto ha sido un desahogo.

Durante muchos años se pensó que la causa de la toxicidad de la Amanita muscaria era una molécula que los químicos denotamos como L-(+)-muscarina o muscarina a secas. Ello probablemente fuera debido a que esa sustancia fue la primera toxina de setas y hongos identificada (hace más de 150 años) y, en estado puro, puede considerarse uno los productos fúngicos más tóxicos. Pero hoy sabemos que otras sustancias como el ácido iboténico o el muscimol están detrás de muchos de los síntomas que provoca el consumo de esta seta. Entre otras cosas porque la concentración de muscarina en la Amanita muscaria es muy baja, del orden del 0,0003%.

Lo que me ha llamado la atención del artículo tiene que ver con la presencia de muscarina en otras setas que yo he tenido siempre por peligrosas e incluso mortales pero que no sabía que era a causa de esa toxina. Ese es el caso de la Clitocybe rivulosa, que se suele confundir con la popular senderuela (Marasmius oreadis) y que, en 1990, provocó una intoxicación a varios vecinos de Elgoibar aunque, afortunadamente, sin consecuencias fatales. También puede haber muscarina en setas del género Inocybe, como la variedad Patouillardi, que se suele confundir con la conocida ziza de primavera (en el Pais Vasco) o seta de San Jorge (en otros sitios de España). Se han dado casos mortales por su ingestión en Europa, aunque no en el Pais Vasco.

Lo que los autores del artículo vienen a demostrar en el mismo es que, en su ámbito natural, esas setas contienen mezclas de muscarina “libre” y de otras sustancias que pueden considerarse como precursores de la muscarina. Concretamente, los autores detectan y cuantifican una sustancia denominada 4-fosfomuscarina que no es intrínsecamente tóxica. Solo cuando la seta es dañada, ya sea cortándola, cocinándola o ingiriéndola, una enzima transforma el precursor (4-fosfomuscarina) en muscarina, incrementando el contenido libre de ésta y aumentando las posibilidades de una reacción adversa del organismo.

El ejemplo de la Clitocybe rivulosa y otras demuestra la complejidad del mundo químico implícito en estas especies y que, en este caso, tiene que ver con los complicados mecanismos por los que las setas y hongos se defienden de sus depredadores. Y que nos dice que, para un depredador como nosotros, es irrelevante si ingerimos sustancias tóxicas puras o precursores de las mismas. Lo que nos debe hacer pensar que identificar correctamente setas comestibles es (todavía hoy) importante para un consumo sin problemas de un menú a base de las mismas.

La música de hoy me conmueve siempre que la oigo y no me importaría que se interpretara en mi funeral. Pero en la voz de Jessye Normann. En un ambiente bastante psicodélico, acorde con los efectos de la Amanita, os enlazo aquí el famoso lamento de Dido: "When I am laid in earth" ("Cuando yazca bajo la tierra"), de la ópera Dido y Eneas de Henry Purcell.

P.D: Curiosamente, cuando ya casi había terminado de escribir este texto, ayer a la tarde, me llegó una alerta de una nueva entrada en el Blog Compound interest de Andy Brunning, en la que se habla de los compuestos químicos que dan el color y su carácter tóxico y alucinógeno a la Amanita muscaria, así como del caso especial de los renos que se ponen ciegos a comérselas sin que aparentemente les pase nada. Igual es que andan colocados todo el día. Os propongo esa entrada como una interesante lectura adicional a este tema.

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viernes, 1 de noviembre de 2024

En la muerte de Bruce Ames (1928-2024)


A finales de los 90, y como consecuencia de lecturas como “The Same and not the Same” (1995) de Roalf Hoffmann, Premio Nobel de Química 1981, empecé a acumular historias diversas en torno a la Química y a hacer algunos pinitos de divulgación. Más tarde, muchas de esas historias cristalizaron en el frenético ritmo con el que inicié este Blog en 2006. Y entre las muchas cosas que me interesaron en esa época, leí bastante sobre Toxicología, de la que no sabía nada. No para convertirme en un aprendiz de toxicólogo sino para tener las suficientes ideas claras como para explicar, a nivel divulgativo, las claves que hacen que una sustancia sea tóxica, que no lo sea o que pueda ser las dos cosas a la vez. Y en esas mis incursiones sobre el tema descubrí el llamado test de Ames.

Bruce N. Ames, al que hace referencia ese test fue un bioquímico, profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, que ha muerto este pasado 5 de octubre, a punto de cumplir 96 años, como consecuencia de las complicaciones de una caída. En 1973, Ames y sus colaboradores Frank D. Lee y William E. Durston, del Departamento de Bioquímica de la Universidad arriba mencionada, introdujeron un método sencillo, rápido y barato, basado en el empleo de bacterias del género Salmonella, para evaluar si un producto químico es mutágeno (o mutagénico), es decir, si puede inducir daños en el ADN de los organismos vivos. Puesto que el cáncer está vinculado a menudo (pero no siempre) con el daño en el ADN, los autores propugnaban que su test también servía como un ensayo rápido para estimar el potencial cancerígeno de un compuesto. En el ámbito de la investigación toxicológica, el test de Ames, por su rapidez y economía, sigue siendo utilizado para la evaluación inicial del potencial carcinogénico de un compuesto.

En la foto que ilustra esta entrada se ve a Ames en 1976, en plena vorágine sobre el uso de su test, tanto en el mundo académico como en el industrial. Ames nunca patentó el test y durante mucho tiempo se prestó a facilitarlo a quien quisiera utilizarlo. En las siguientes líneas, y al hilo del uso del test, trataré de retratar la figura de Ames, usando para ello no solo la documentación que he ido acumulando sobre él durante años, sino lo que él mismo contó en una serie de entrevistas que uno de sus antiguos colaboradores le hizo entre 2019 y 2020 para el Oral History Center de la misma Universidad de California en Berkeley.

Una de las cosas curiosas (al menos para mi) de nuestro bioquímico es que siempre fue un auténtico defensor de la implicación de los estudiantes de licenciatura (undergraduates) en sus líneas de investigación. Ha dicho varias veces que los undergraduates se tomaban “con más entusiasmo” el torrente de ideas que continuamente emanaban de él, algo que ha seguido ocurriendo incluso después de que hubiera cumplido noventa años. Así que cuando, en los primeros años del desarrollo del test, este se convirtió en una especie de juguete del laboratorio, Ames animó a sus undergraduates a buscar, en su vida diaria, todo tipo de muestras en las que pensaran que pudiera haber mutágenos. Aunque la mayoría de las que trajeron y se evaluaron dieron negativo, un estudiante trajo un día un tinte de pelo de su novia y el test dio positivo. Ames mandó a una de sus colaboradoras, con cien dólares de la época, a comprar cuantos tintes de pelo pudiera encontrar en el mercado y ¡bingo!, todos ellos daban positivo en el test. Hoy sabemos que, en todos ellos, se usaban aminas aromáticas. Ames avisó a los fabricantes, que buscaron soluciones alternativas sin mutágenos. En esa misma época se confirmó mediante el test el carácter mutagénico del humo del tabaco, lo que constituyó la primera evidencia clara de ese carácter.

Ames no tenía especial simpatía por las agencias reguladoras americanas, con independencia de a qué se dedicaran. Ante la alarma popular que suscitaba la muerte, relativamente habitual, de niños en sus cunitas, como consecuencia de incendios provocados por los cigarrillos de sus padres, una de esa agencias propuso el uso de un retardante a la llama, el tris-BP [Tris(2,3-dibromopropil) fosfato] en los pijamas infantiles, como forma de solucionar los problemas. Ames usó el test para demostrar que el tris-BP era mutagénico y para convencer a la agencia en cuestión de que, en la orina de niños que usaban pijamas con el retardante, aparecía no sólo el tris-BP sino otros mutágenos de él derivados. Mientras que ello no ocurría en los niños que no usaban ese tipo de pijamas, como sus propios hijos, a los que los Ames compraban pijamas sin retardantes a la llama en sus viajes a Europa.

Teniendo en cuenta el ambiente existente en EEUU en la época de la que estamos hablando, principios/mediados de los setenta, es fácil comprender que Ames se convirtió en un ídolo para las ONGs que habían comenzado a proliferar y hacerse notar en los medios, después del libro de Rachel Carson “La primavera silenciosa” (1962). De hecho fue ese libro el verdadero causante de la prohibición del DDT en 1972 por parte de la EPA (otra agencia a la que Ames no tenía particular simpatía). Sobre la prohibición del DDT ya hemos hablado en este Blog. Incidentalmente diré que en esas entrevistas de 2019 y 2020 que he mencionado, Ames no estaba del todo conforme con la prohibición. Tenía claro (como otros) que el DDT había salvado millones de vidas humanas y que no se tenía que haberlo demonizado tan rápido como se hizo. Bastaba con una adecuada regulación de su uso seguro. El tiempo les ha dado la razón. Curiosamente, el DDT da negativo en el ensayo de Ames.

Pero pronto esa sintonía entre Ames y los grupos de ecologistas se fue resquebrajando. Hasta el advenimiento de su test, el principal método para determinar el potencial efecto cancerígeno de una sustancia, estaba basado en la administración a animales de laboratorio de dosis diarias desmesuradas de esa sustancia (la llamada Dosis Máxima Tolerada), a lo largo de toda su vida. Los resultados parecían indicar que la mitad o más de las sustancias investigadas por este método en esa época (casi todas sintéticas pero también algunas naturales), conducían a tumores cancerosos en los animales. De donde se inducía su peligrosidad para los humanos.

Este alto porcentaje de resultados positivos en animales hizo saltar las alarmas escépticas de Ames. Empezó a comparar los resultados de esos ensayos con los de su propio test. Y comprobó que, en la mayoría de los casos, las sustancias tenidas por cancerígenas tras los ensayos con animales, daban negativo en el test de Ames. El caso del glutamato es buen ejemplo. Y no se cortó un pelo al decir que eran las condiciones en las que se hacían los ensayos con animales, y no las sustancias investigadas, las que causaban los procesos cancerosos y que, por tanto, los tests con animales a esas dosis grandes no daban una información fiable sobre los riesgos a bajas dosis. Eso le metió en incontables y agrias polémicas ya que, como él contaba, “los científicos que habían dedicado sus vidas a hacer esos tests con animales estaban francamente cabreados con nosotros”. Su trabajo contó con el significativo apoyo de la revista Science, lo que provocó un encendido debate con Samuel Epstein, un conocido médico americano en temas de cáncer.

Pero la cosa no acabó ahí. En 1987 Ames y su colaboradora Lois Gold, empezaron a clasificar los riesgos de cáncer de plaguicidas sintéticos y naturales y descubrieron que los riesgos debidos a residuos de plaguicidas en frutas y verduras son minúsculos en comparación con el potencial cancerígeno de algunos productos químicos naturales existentes en las plantas y verduras que consumimos. Como él contaba en una entrevista con The Scientist "Escribimos una reseña señalando que cada planta tiene unos cien productos químicos tóxicos (plaguicidas naturales) para matar insectos, animales y otros depredadores, y que estábamos obteniendo 10.000 veces más de ellos que de plaguicidas artificiales”. Por ese trabajo y otros similares, Ames y Gold han sido criticados por las mismas ONGs que antes los ensalzaban, mediante la clásica maniobra de acusarles de estar al servicio de la industria de los plaguicidas, a pesar de que nunca hayan aceptado dinero que provenga de ellas.

Comprenderéis que por cosas como estas, y muchas más que se explican en detalle en esas entrevistas que he mencionado arriba y que me han dado variados argumentos contra la Quimiofobia, he sentido mucho su muerte. Y siempre le recordaré por su carácter libre, escéptico, enamorado de la Ciencia y optimista radical sobre su papel en nuestro mundo y sobre sus futuras posibilidades.

A Ames le gustaba Mozart y en sus primeros años en Berkeley llegó a tocar el clarinete con un grupo de amigos. Así que nada mejor para acabar este mi recuerdo que un pequeño extracto del Concierto para clarinete de Mozart. Con Wenzel Fuchs, un clarinetista de la Filarmónica de Berlín como solista, acompañado por su Orquesta y dirigidos todos por Alan Gilbert.

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viernes, 11 de octubre de 2024

Lo de reciclar plástico es un invento de las petroleras

Llevamos decenios, y no exagero, enfrentándonos al progresivo incremento de los llamados Residuos Sólidos Urbanos (vidrio, papel y cartón, envases de todo tipo, incluidos los plásticos) con la estrategia de las tres erres que veis en la figura que ilustra esta entrada. Pues bien, la correspondiente a la opción Reciclar parece que es una gran mentira que nos han contado las petroleras, al menos en lo que a los residuos plásticos se refiere. O eso parece que es lo que piensa el Estado de California que, a través de su Fiscal General Rob Bonta, ha presentado con fecha del 23 de setiembre de este año una demanda contra el gigante ExxonMobil. Cuando me enteré del asunto y empecé a leer los titulares y subtitulares de la prensa internacional, como este de Reuters, no tuve más remedio que ir a las fuentes y bajarme la demanda. Y tras una lectura rápida de la introducción, quedó claro que lo tenía que contar en una entrada.

La demanda, que tiene 147 páginas, y que os podéis descargar en este enlace, echa la culpa de todos nuestros problemas con los plásticos a las petroleras en general y a ExxonMobil en particular, ya que “siendo el mayor productor de polímeros utilizados para fabricar plásticos de un solo uso, causó o contribuyó sustancialmente al diluvio de contaminación plástica que ha perjudicado y sigue perjudicando al medio ambiente, la fauna, los recursos naturales y las personas de California". En la demanda se citan detalladamente diferentes asociaciones de carácter industrial, como la que antes todos los poliméricos conocíamos como Society of Plastics Industry (hoy se llama Plastics), y que la demanda establece como parte importante de los grupos de presión (lobbies) creados por ExxonMobil para defender sus intereses.

Todas estas proclamas han sido bastante habituales en medios californianos, proclives ellos a la Quimiofobia. Y en cuanto a lo de los lobbies, todos sabemos que en la sociedad americana son habituales en medios políticos o industriales. Pero cuando empecé a leer con algo más de detalle las primeras páginas de la demanda, la primera frase en la que mis pobladas cejas empezaron a arquearse, fue cuando leí que el fiscal general alegaba que la petrolera ha participado “en una campaña de engaño de varias décadas que ha causado y agravado la crisis mundial de contaminación por plásticos, permitiendo mientras tanto a ExxonMobil y otras empresas producir plásticos impunemente”.

Al tratar de entender, un poco más adelante, en qué se concretaba la aducida “campaña de engaño”, comprobé sorprendido, que la demanda acusa a ExxonMobil no sólo de promover y producir la mayor cantidad de plástico en California, sino que específicamente se le acusa de haber engañado a los californianos durante casi medio siglo, prometiendo que el reciclaje podría resolver la creciente crisis de los residuos plásticos. Según la demanda, todo este tiempo, ExxonMobil ha sabido que “el reciclado mecánico, y el “reciclado avanzado”, nunca serán capaces de procesar más que una pequeña fracción de los residuos plásticos”.

Sobre las diferencias entre el reciclado mecánico y el reciclado químico (que es a lo que se refiere el término “avanzado” usado en la demanda) escribí una entrada recientemente. Sabéis que el primero se refiere a la recogida, todo lo selectiva que podamos, de los residuos plásticos tras su uso en envases y embalajes para, posteriormente, fundirlos en máquinas adecuadas y con ese fundido, moldear nuevos objetos en plástico. Por el contrario, el reciclado químico implica la destrucción mediante enzimas, procesos químicos o calor (pirólisis) de las largas cadenas que constituyen los polímeros, regenerando así la materia prima (monómeros) que dio lugar a esos plásticos, monómeros que podrían ser utilizados en la producción de nuevos plásticos. Todo ello contado en mucho menor detalle del que lo hice en la entrada mencionada.

Sin embargo, somos bastantes (y parece que incluso ExxonMobil) los que llevamos también décadas diciendo que el reciclado, sea de uno u otro tipo, no es la solución final para el problema de los residuos plásticos. En contra de esa opinión, y no se si incitados o no por las malvadas petroleras, Instituciones locales, autonómicas, nacionales y supranacionales nos han insistido hasta la saciedad sobre la necesidad imperiosa de reciclar.


Por solo poner un ejemplo, la Union Europea, en su Estrategia Europea sobre Plásticos de enero de 2018, se seguía basando en las clásicas acciones de la reducción de la cantidad de plástico usado, su posible reutilización, la promoción de métodos eficaces para una selección previa (importante y menos mencionada) que faciliten su reciclado, dentro de la denominada Economía Circular. Como últimos eslabones no deseados (pues se pide su dramática reducción, ver la figura arriba) quedan la incineración con recuperación de energía (WTE es su acrónimo en inglés) y los vertederos. Unas pretensiones ciertamente sorprendentes cuando, como podéis ver en este informe y en su página 49, los países más avanzados de Europa, muchos tenidos como los mas concienciados con el medio ambiente, llegan a eliminar hasta el 60% de los residuos plásticos en instalaciones de incineración con recuperación de energía (WTE).

Cosa que no pasa en igual medida en USA. Y menos en California. Según un informe de la EIA (Administración de Información Energética) americana, de marzo de 2023, al principio del año anterior había solo 60 plantas WTE operativas en Estados Unidos, generando un total de de 2051 megavatios (MW) de potencia. La mayoría de las plantas estaban en la Costa Este y cerca de las grandes ciudades. Por el contrario, en la costa Oeste, las plantas WTE brillaban por su ausencia, con solo dos operativas en California. Mientras tanto, en Europa, se contabilizaban casi 500 (solo en Suiza hay casi 30), generando 130 millones de megavatios. Y en Japón, en la misma fecha había 1160 WTEs. Además, las WTEs americanas son relativamente pequeñas y ninguna llega a los 100 MW de potencia.

Es solo una hipótesis personal, pero me da que parte de la motivación de la demanda es su incapacidad de hacer frente a los residuos generados. En el caso concreto de los residuos plásticos, la prohibición que puso en vigor China en enero 2018 de importar basura en general, y basura plástica en particular, para reciclarla allí, han puesto a muchos exportadores de residuos en una difícil tesitura. Ya en 2019, Estados y Condados americanos estaban optando por volver a usar vertederos o implantar plantas WTE.

Mientras vemos en qué queda la demanda, deleitaros con el final (2 minutos) del Tico-Tico de Zequinha de Abreu con Daniel Barenboim dirigiendo a la Filarmónica de Berlín en una grabación de la Nochevieja de 2001. Me ha alegrado mucho saber que, a finales de agosto, Barenboim volvió a dirigir, tras dos años de ausencia por enfermedad.

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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Harina de vino. Sobre una noticia falsa en TikTok

Estaba yo tan ricamente asistiendo a las sesiones de Naukas Bilbao 2024 en la capital del mundo mundial, cuando hete aquí que recibo un whatsapp de mi cuñadísimo JL con un vídeo que se había hecho viral en TikTok de la mano de una influencer catalana. En él se nos mostraba un sobre que ella denominaba como vino en polvo. Enseñando el sobre a la cámara nos llamaba también la atención de que, por un lado, aparecía el logo de una conocida marca de Rioja (Ramón Bilbao) y, por el otro, el de la Denominación de Origen Rioja. Tras abrir el sobre, vertía su contenido en una copa con agua, lo agitaba y, al final, se bebía la pócima entre repetidas expresiones de ¡qué fort!.

No hagáis el juego a esta ciudadana y no busquéis el vídeo en internet. Entre otras cosas porque la chica lo ha borrado, aunque sigue circulando por las redes. Y supongo que lo ha borrado porque le han llamado a capítulo y le han hecho ver que Ramón Bilbao no comercializa ese polvo, ni la D.O. Rioja lo hubiera permitido. Y que le puede caer un puro. Y al retirarlo, la muy imbécil se permitió decir que es que no habíamos leído los comentarios de lo que había publicado, en los que ya nos decía que se trataba de una broma. En fin, que no es creáis todo lo que leéis. Y, por mi parte, ni una letra más sobre la “broma”, pero este vuestro Búho no os puede dejar con la incertidumbre de saber qué es eso del polvo (o harina) de vino. Porque existir existe y tiene la pinta de lo que veis arriba.

En mis entradas sobre el vino, ya he contado más de una vez que, a finales del siglo XVIII, los riojanos empezaron a elaborar sus vinos por el llamado sistema bordelés que empieza por eliminar el raspón (despalillado), antes o durante el estrujado de las uvas, para obtener así el mosto que, en primer lugar, se deja macerar con los hollejos o pieles de las uvas para extraer el color de las mismas. Pero al final, el raspón, los hollejos y hasta las pepitas de las uvas forman un conjunto, un subproducto del proceso de vinificación, que se le suele llamar orujo o brisa (o pomace en inglés) y que se ha solido emplear para alimentación animal, para obtener destilados y, más recientemente, para fabricar el mencionado polvo o harina de vino, tras secar todo eso y triturarlo.

Las casas que lo venden hablan de su alto contenido en compuesto fenólicos de carácter antioxidante, algo lógico porque es en la piel donde están esos compuestos, así como la ausencia de alcohol en el mismo y lo proponen como un aditivo de carácter “natural” y “sin gluten” que puede emplearse en variados usos ligados sobre todo a la gastronomía: como colorante de bebidas alcohólicas o no alcohólicas, como sustitutivo (en parte) de la harina en la elaboración de postres, como espesante de las salsas, como alternativa al vino líquido en recetas culinarias que luego se flambean para eliminar el alcohol y muchas más. Se ha llegado a emplearlo hasta en cosmética por aquello del contenido en antioxidantes.

Y para una entrada corta como esta, poco más de dos minutos de música a buen ritmo. El allegro final del “Concerto per flautino” de Vivaldi con Lucia Horsch y los Amsterdam Vivaldi Players.

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martes, 10 de septiembre de 2024

La necesaria distinción entre el peligro y el riesgo de sustancias consideradas cancerígenas

El pasado mes de julio, la Agencia International para la Investigación sobre el Cáncer (IARC en su acrónimo en inglés), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS/WHO), actualizó su clasificación de sustancias (y actividades humanas) potencialmente cancerígenas. Este hecho me va a servir para plantear una nueva entrada, en la que pretendo aclarar algo que a mi me parece fundamental, de cara a entender la creciente ansiedad existente entre las personas normales sobre la presencia de sustancias inductoras al cáncer en lo que comemos, bebemos o respiramos (Quimiofobia). Este verano, mi correo electrónico ha echado humo con consultas al respecto y no debe olvidarse que combatir esa ansiedad está en el ADN del Blog del Búho.

Como probablemente muchos sabréis, en esa clasificación de la IARC las sustancias o actividades humanas se engloban en cuatro Grupos. El Grupo 1 agrupa a 129 sustancias o actividades "cancerígenas para los humanos". En el Grupo 2A aparecen 96 denotadas como “probablemente cancerígenos para los seres humanos”. En el Grupo 2B aparecen 321 como “posiblemente cancerígenas para los seres humanos”. Y otras 499 más están encuadradas en un Grupo 3 como "no clasificables en lo relativo a su efecto cancerígeno en humanos". Antes había un Grupo 4 que contenía una sola sustancia (la caprolactama a la que dediqué una entrada en 2015), "probablemente no cancerígena para los humanos". Pero desde 2019, ese Grupo ya no aparece.

Para un profano, la distinción entre los grupos 2A y 2B resulta sorprendente ya que, a primera vista, la diferencia está en el diferente uso de dos adverbios que, encima, la RAE conceptúa como sinónimos. Sin embargo, cuando uno rasca más en las definiciones de esos grupos de la IARC, empiezan a aparecer diferencias. En el 2A se incluyen sustancias para las que “existen pruebas limitadas de la carcinogeneidad en humanos y pruebas suficientes del carácter cancerígeno en experimentación animal”. Por el contrario, en el grupo 2B están las sustancias para las que “existen pruebas limitadas de la carcinogeneidad en humanos y pruebas insuficientes del carácter cancerígeno en experimentación animal”.

Para lo que se pretende aclarar en esta entrada, es fundamental entender que la clasificación de la IARC (y de otros organismos nacionales o supranacionales que estudian el cáncer y sus causas) está basada en el potencial peligro (hazard en inglés) de esas sustancias y actividades humanas y no en el riesgo (risk en inglés) de las mismas. El peligro es una propiedad consustancial a una sustancia o actividad, mientras que el riesgo es una medida de la probabilidad de que un peligro realmente ocurra o nos afecte. Por ejemplo, conducir un coche (una actividad) es inherentemente peligroso, pero es posible evaluar una probabilidad de cuánto riesgo corremos por conducir habitualmente un coche. Ingerir alcohol es un peligro pero el riesgo de contraer un cáncer por ello depende mucho de la frecuencia y cantidad de la ingesta.

El basar una clasificación de cancerígenos solo en el peligro, sin evaluar el riesgo, lleva a situaciones cuando menos algo variopintas. Por ejemplo, en el mencionado grupo 2A están incluidas actividades humanas como el consumo de carne roja o beber bebidas calientes por encima de 65º, actividades ligadas a un trabajo u ocupación (como ser soplador de vidrio) y sustancias químicas como el estireno, un líquido empleado para fabricar el poliestireno expandido o los nitritos, empleados como conservantes en el jamón.

Clasificaciones basada también exclusivamente en el peligro pueden ser aún más radicales, como la Ley de Seguridad del Agua Potable y Control de Sustancias Tóxicas, conocida como Proposición 65 del Estado de California. Y voy a poner un reciente ejemplo, basado otra vez en el café, del que escribimos solo hace dos entradas. Una taza humeante de café contiene centenares de sustancias químicas, algunas de las cuales están clasificadas como cancerígenas en las listas de la Proposición 65, como es el caso de la piridina, la acrilamida (de la que hemos hablado varias veces como, por ejemplo, aquí), los hidrocarburos aromáticos policíclicos o el furano. Como consecuencia de la legislación californiana, el café, una mezcla que contiene esas sustancias, debe clasificarse como cancerígena y, siguiendo esa legislación, un envase del mismo debe de estar etiquetado con un aviso como el que veis al comienzo de la entrada que, evidentemente, no tranquiliza a un consumidor, sobre todo si es algo quimiofóbico.

La Proposición 65 se ha convertido en un excelente negocio multimillonario para los bufetes de abogados que buscan litigar contra los que no etiqueten adecuadamente los productos. Y así, una organización denominada Consejo de Educación e Investigación sobre Sustancias Tóxicas (CERT) presentó en 2010 una demanda que tenía su base en la presencia en el café de la acrilamida. La demanda argumentaba que las compañías de café estaban incumpliendo la Proposición 65 por no advertir a los consumidores sobre ese carcinógeno. Tras muchos dimes y diretes, en abril de 2018, un juez dictaminó que un grupo de más de 90 compañías de café, incluidas Starbucks, Dunkin' Donuts y McCafé no habían ofrecido pruebas suficientes de que pequeñas cantidades de acrilamida representaban un riesgo nominal para los consumidores y les obligaba a etiquetar sus productos con la etiqueta de arriba.

Sin embargo, muy poco después, en junio de 2018, la agencia estatal responsable de implementar la Proposición 65, la Oficina de Evaluación de Peligros para la Salud Ambiental (OEHHA),rechazó el fallo judicial de que el café necesitaba llevar una advertencia. La acción, sin precedentes, se basaba en la decisión de la IARC de 2016, cuando sacó al café del grupo 2B, donde estaba desde 1991, y lo incluyó en el Grupo 3 (no clasificable como carcinógeno). Pero el abogado que representaba al CERT dijo que esa exención violaba la ley del Estado californiano por la presencia de la acrilamida en el café y prometió impugnar la decisión. Y en eso debe andar la cosa.

Hay quien argumenta que cosas como la clasificación de la IARC o la Proposición 65 son legislaciones bienintencionadas pero incompletas e inductoras a la Quimiofobia, en tanto que no evalúan si un producto químico concreto en una dosis determinada supone realmente un riesgo de cáncer, que es lo que realmente importa a la ciudadanía. Para evaluar ese riesgo están los estudios epidemiológicos y los experimentos con animales, que establecen las dosis seguras para el consumo diario a lo largo de toda una vida de productos, naturales o sintéticos, que contienen trazas de carcinógenos y a las que estamos expuestos regularmente en nuestra vida diaria. En el caso del café, numerosos estudios epidemiológicos han concluido que las personas que lo beben con regularidad no solo no están expuestos al cáncer sino que, además, obtienen múltiples beneficios de ello. Ahí, además de la pareja peligro/riesgo, entra en juego otra interesante, el binomio riesgo/beneficio.

Es verdad que evaluar el riesgo en forma de las dosis seguras o tolerables (algo que hacen agencias como la FDA o la EFSA) es complicado y que, una vez establecido, también está sujeto a cambios a lo largo del tiempo, lo que puede liar a la ciudadanía. Pero pienso que si esta distinción entre peligro y riesgo se explicara con claridad meridiana a la población, particularmente en las escuelas o en los Centros de Salud, muchos de los titulares alarmantes con los que nos castigan todos los días perderían su influencia y acabarían por no ser rentables para los que los promueven. Pero, para eso, hay que educar primero a profesores y sanitarios en el tema. Mientras tanto, cuando leo o escucho alguna noticia sobre la IARC y el cáncer, me limito a arquear mis pobladas cejas.

La música de cada entrada: Kiri Te Kanawa canta "Beim Schlafengehen (En el Ocaso)" una de las Cuatro Últimas Canciones de Richard Strauss, con Georg Solti dirigiendo a la orquesta de la BBC.

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viernes, 23 de agosto de 2024

La síntesis del sutil aroma del ámbar gris

Supongo que mis inteligentes lectores saben que, a pesar de los atractivos mensajes de marketing de la mayoría de los perfumes, el contenido de sus frascos de diseño tiene poco de natural. Hoy en día, el comercio de los aromas constitutivos de esos perfumes es un multimillonario negocio manejado por unas pocas (muy pocas) empresas químicas que, desde los años 30, están invirtiendo mucho dinero en desentrañar y sintetizar las sustancias químicas que proporcionan sus olores atractivos a flores, plantas y hasta animales, para vendérselas a los fabricantes de perfumes y colonias de todo tipo. Eso ha permitido rebajar el precio de muchos de esos aromas, antaño obtenidos de fuentes naturales, y producir otros nuevos que no se encuentran en la naturaleza. Lo que de alguna forma explica la eclosión de las tiendas de perfumes en muchos sitios (incluido mi Donosti). Hoy vamos a dedicar la entrada a un conocido aroma, proveniente originalmente de los excrementos de un tipo de ballena, el cachalote (Physeter macrocephalus). Estamos hablando del ámbar gris (o ambré gris en français).

El ámbar gris es un producto fecal (un coprolito) del cachalote. Está bien establecido que se produce en su tracto gastro-intestinal como consecuencia de los daños que allí se generan al ingerir sepias y calamares de gran tamaño, con picos córneos hirientes. Al final, el animal expulsa el coprolito (o muere por no poder expulsarlo), en forma de un sólido negro y algo viscoso, con restos de sepia y calamar incluidos y con aromas fecales como nota olfatoria distintiva. Ese excremento animal flota en el agua y va sufriendo un proceso de oxidación debido al oxígeno del aire, el sol, al agua de mar y la temperatura, que lo va convirtiendo progresivamente en algo más blanquecino y duro. En terminología de los perfumistas, un ámbar gris "maduro" (tanto más cuanto más blanco) tiene un aroma semidulce y seco, con notas marinas, de tabaco, de cuero y ligeramente almizclado. Es, además, un buen fijador para que otros aromas más volátiles pervivan en la piel.

Estas características han atraído desde el pasado el interés por el citado excremento. Marco Polo ya habla del comercio del ámbar gris en el siglo XIII. Así que, encontrar uno de estos coprolitos, algo completamente casual, ha sido siempre un buen negocio para quien lo encuentra, sobre todo si pesa los 127 kilos que un pescador encontró en el esqueleto de un cachalote, varado en una playa yemení, en febrero de 2021. Además, los trozos de ámbar gris tienen la curiosa característica de que se pueden quemar, como el incienso, con un olor bastante placentero. Incluso hay gentes que se lo comen, al atribuirle propiedades afrodisíacas. En Marruecos se suelen añadir pequeños trozos de ámbar gris al té.

Uno puede comprar hoy en día en internet tinturas más o menos concentradas de ámbar gris, obtenidas tras machacar finamente el producto original y dejarlo reposar en alcohol durante un par de meses. Pero esas tinturas son caras (muy caras) debido a que su localización es completamente errática. Además, en algunos sitios, el comercio del ámbar gris está sometido a legislaciones restrictivas severas (en USA está prohibido incluso poseer ámbar gris a título personal) y las grandes empresas del perfume, salvo raras excepciones, hace tiempo que no usan tinturas del ámbar "natural" y han recurrido a otros sustitutos que recrean el aroma original.

La historia del ámbar gris de síntesis arranca en los años treinta, cuando uno de los actuales gigantes del mercado de los componentes de perfumería, Firmenich, inició una concienzuda investigación sus aromas distintivos, descubriendo que en el origen de los componentes volátiles que le dan su exclusivo olor, está una sustancia química sin olor conocida bajo el nombre de ambreína. Esa sustancia, como consecuencia de los procesos que sufre durante su vagabundeo por el mar, acaba convirtiéndose en una molécula química concreta, el (-)-ambrox, que es la que proporciona al ámbar su característico olor dulce. La notación con los dos guiones (uno entre paréntesis) no es un error mío al picar el texto. Son formas de nombrar las sustancias que tenemos los químicos, gentes muy retorcidas, como sabéis.

Así que el camino estaba listo para que los químicos de Firmenich (y otras empresas) se pusieran a la búsqueda de la vía de síntesis más interesante para obtener el mencionado (-)-ambrox a nivel industrial. Y no tardaron en descubrir, ya en fecha tan temprana como 1950, la posibilidad de utilizar extractos de plantas como la salvia, la caña de azúcar o la caña de remolacha, para proveerse de una sustancia base, el esclareol, que mediante una serie de pasos de química clásica, les acababa proporcionando el (-)-ambrox, que diversas marcas han tenido en el mercado bajo distintas denominaciones comerciales.

Un avance notable en los procesos de obtención industrial del (-)-ambrox se ha producido, recientemente, como una derivada más de los trabajos de Frances H. Arnold, Premio Nobel de Química 2018. Como explica la propia página del Premio, “en 1993, Arnold llevó a cabo la primera evolución dirigida de enzimas, proteínas que catalizan reacciones químicas. La evolución -la adaptación de las especies a distintos entornos- ha creado una enorme diversidad de vida. Arnold ha utilizado los mismos principios -cambio genético y selección- para desarrollar proteínas que resuelvan los problemas químicos de la humanidad. Entre los usos de sus resultados figuran la fabricación de sustancias químicas más respetuosas con el medio ambiente, como los productos farmacéuticos, y la producción de combustibles renovables”. Y, añado yo, de aromas como nuestro ambrox.

La relativamente reciente disponibilidad de una nueva sustancia, β-farneseno, producida por fermentación de biomasa y empleada en la fabricación de biocombustibles, ha permitido explorar nuevas vías para sintetizar homofarnesol, un precursor del (-)-ambrox. La transformación de homofarnesol en (-)-ambrox ha sido posible mediante el concurso de una enzima denominada escualeno hopeno ciclasa (SHC), generada mediante técnicas que descansan en los trabajos de Frances Arnold, arriba mencionados.

Givaudan, la multinacional que ha llevado a cabo ese nuevo proceso lo ha vestido como un importante logro sostenible, ya que todo el proceso implica sustancias obtenidas de la biomasa y el ambrox final es biodegradable. Aducen que será difícil que se produzca en el próximo futuro un nuevo cambio suficientemente drástico como para competir con este su reciente logro. Ya veremos porque, este mismo agosto, unos investigadores del Max Planck Institute acaban de publicar en Nature otra vía sintética al (-)-ambrox, que no tiene nada que ver con la catálisis enzimática. Esta alternativa presenta el “problema” de emplear un alcohol fluorado como disolvente y ya se sabe que hoy en día lo del flúor tiene mala prensa, aunque dicen los autores que es fácil de recuperar.

Si queréis experimentar con perfumes que lleven el sutil ambrox, hay muchas marcas conocidas que lo introducen en las complejas fragancias de sus perfumes y aguas de perfume, toilette o colonia. Pero este vuestro Búho, por pura casualidad derivada de curiosear de vez en cuando en una perfumería próxima a casa, descubrió hace unos años una fragancia conocida como Molecule 02, de la serie Escentric Molecule del perfumista alemán Geza Schoen, constituida exclusivamente por la molécula de (-)-ambrox, disuelta en alcohol hasta una concentración del 13,5%. Toda una rareza, en un mundo en el que lo normal, al analizar una determinada fragancia, es que te encuentres con varias decenas de sustancias químicas distintas en concentraciones minúsculas.

Y la música que no falte. A tono con el aroma que nos ha ocupado en la entrada, algo también sutil. De Erik Satie, la Gymnopédie 1 con el pianista Alessio Nanni.

P.D. Esta entrada sustituye a una publicada en marzo de 2018. Los avances que se han producido desde entonces en la síntesis del (-)-ambrox hacían necesaria esta actualización. Y así aprovecho para vender entradas viejas a suscriptores recientes.

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domingo, 11 de agosto de 2024

Café descafeinado y un cancerígeno

En la entrada más visitada en la historia de este Blog, hice una revisión de los diferentes métodos para obtener el café descafeinado. Todo iba al hilo de un método que entonces se estaba poniendo de moda (mi entrada es de 2016), patentado por una multinacional, que proclamaba ser un método “natural” para descafeinar el café a base de emplear solo agua. Si repasáis la entrada veréis que la cosa no estaba tan clara. En cualquier caso, el café se ha seguido descafeinando por otros métodos como los que allí se describían, entre los que se encuentra el llamado método europeo, en el que se emplea una sustancia química, el cloruro de metileno (también llamado dicloro metano), que ha salido recientemente en los medios por la petición de un grupo ecologista llamado Environmental Defense Fund (EDF), para que la Food and Drug Administration (FDA) americana lo prohiba en la fabricación del café descafeinado. El argumento, en breve, es que se trata de una sustancia cancerígena de la que pueden quedar restos en el café descafeinado una vez procesado de esa manera.

El EDF es un grupo de activistas que sigo desde hace tiempo. En una entrada también ya un poco viejuna (el Blog y yo tenemos ya demasiada edad) os hablaba de ellos por el papel indirecto que jugaron en el descubrimiento de los Trihalometanos (THMs), esas sustancias que se generan como subproductos en la cloración del agua potable y que provocaron una gran alarma en los años 80. Las aguas volvieron a su cauce y hoy, tras más de un siglo clorando agua por todo el mundo, sabemos que la concentración de esas sustancias puede medirse y controlarse adecuadamente y, si se ha producido algún incidente, ha sido más por no clorar que por clorar. Recientemente, les he seguido con otros intereses, por ser de los pocos grupos ecologistas que reconocen el papel importante que el gas natural, aunque combustible fósil, puede jugar en una transición ordenada hacia la descarbonización.

Pero es verdad que dado que cubren muchos campos, de vez en cuando lindan territorios más propios de la pseudociencia que otra cosa. Lo cual, todo sea dicho, redunda en beneficios para sus bien pobladas cuentas corrientes. Y creo que la petición arriba mencionada es un buen ejemplo. Antes de nada es preciso dejar claro que, efectivamente, el cloruro de metileno fue clasificado como cancerígeno en 2014 por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), un organismo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dentro de la categoría 2B (posiblemente cancerígeno para los humanos), categoría que se cambió en 2017 a la 2A (probablemente cancerígeno para los humanos). El cambio se produjo como consecuencia de estudios epidemiológicos que parecían indicar una creciente incidencia en tumores del tracto biliar, tras estudiar el caso de trabajadores expuestos en su horario de trabajo al cloruro de metileno y el 1,2-dicloropropano.

Dada esa clasificación de cancerígeno, el EDF argumenta que el cloruro de metileno debe prohibirse en cumplimiento de la llamada Cláusula Delaney, de la que hablé aquí en una de mis dos entradas sobre la prohibición de la sacarina en los años setenta, cuando la arriba mencionada FDA anunció que, a partir de enero de 1978, la sacarina quedaría prohibida en los Estados Unidos. La citada cláusula, introducida en la legislación americana en 1958, viene a establecer que cualquier aditivo que se haya demostrado como cancerígeno en estudios con animales o humanos debe ser prohibido en alimentos.

Hoy, 66 años después de su promulgación, hay mucha gente que piensa que la Delaney es una reliquia del pasado, sin fundamento científico. La propia sacarina es un ejemplo paradigmático de que los estudios con animales no son extrapolables con certeza a los humanos, como explicaba en la entrada arrriba mencionada. De hecho, la prohibición de la sacarina se suavizó enseguida (por la presión popular) de la mano de uno de los Kennedy, Ted, a la sazón senador, que consiguió que se aprobara la llamada Saccharin Study and Labeling Acta, en la que se imponía una moratoria en la prohibición de la sacarina, pero se ordenaba que todos los productos que la contuvieran llevaran una etiqueta que avisara de que la sacarina había producido cáncer en animales. Posteriormente, la prohibición se levantó totalmente, cuando pudo comprobarse que la sacarina podía causar cáncer de vejiga en ratones de laboratorio pero no en los humanos. La propia FDA ha solucionado en parte la inconsistencia de la Delaney con la definición de las GRAS o sustancias que "son generalmente reconocidas como seguras". Pero eso sería muy prolijo de explicar a estas alturas de esta entrada.

El debate esclarecedor sobre los posibles riesgos del cloruro de metileno en un café descafeinado debería plantearse, creo yo, en términos de las concentraciones de esa sustancia que podemos encontrar en una taza humeante como la que ilustra esta entrada. Para empezar, la FDA tiene establecido un límite de cloruro de metileno en los descafeinados comerciales en las 10 partes por millón (ppm) o, lo que es lo mismo, un 0,001% en peso (ver el último apartado de este documento). Aunque varía mucho de unas marcas a otras, las concentraciones encontradas en los productos comercializados están muy por debajo de esa cifra, algo reconocido por el propio EDF en su petición de prohibición.

Pero las ridículas cifras de cloruro de metileno que podemos ingerir al tomarnos un café descafeinado quedan aún más claras si recurrimos a un artículo de 2021, una evaluación del “carácter cancerígeno del cloruro de metileno en ratas, ratones, hamsters y humanos”, como reza su título. El estudio estaba dirigido a fundamentar la posibilidad de que la IARC volviera a cambiar de categoría a esta sustancia y pasarla a la categoría 1 (cancerígeno para los humanos). Vaya por delante que, en las conclusiones del trabajo, los autores no consideran que existan evidencias contrastadas para ese cambio de categoría y proponen dejarlo como está.

Pero como muchos de mis lectores saben, me encanta explicar lo de las dosis peligrosas con números que todo el mundo entienda. Pues bien, entre los artículos revisados por esos mismos autores, hay uno (ver apartado 2.1.1) que se refiere a la ingestión de cloruro de metileno en mezclas con agua (lo más parecido a una taza de café). En él, se administran a ratas y ratones dosis de hasta 250 mg en agua de esa sustancia por kilo de peso y día durante 104 semanas (prácticamente su ciclo de vida), llegándose a la conclusión de que no inducían la generación de tumores. Si esa cantidad de 250 miligramos por kilo de peso lo pasamos a un humano de un peso medio de 70 kilos (como se suele hacer en toxicología) obtenemos una cifra de 17 gramos de cloruro de metileno al día.

Imaginemos ahora que nos preparamos una taza de descafeinado instantáneo, mezclando 15 gramos de café con 250 mililitros de agua (son medidas recomendadas por conocidos fabricantes). Y, poniéndonos en el peor escenario, supongamos que ese descafeinado tiene lo máximo permitido de cloruro de metileno por la FDA (el 0,001%). Ello implicaría que ponemos en esa taza 0,00015 gramos de esa sustancia, cien mil veces inferior a los 17 gramos que, en humanos, equivale a la dosis máxima diaria en ratones que no ha causado tumor alguno. Dicho de otra manera, para llegar a esos 17 gramos de ingesta diaria, nos tendríamos que beber 100.000 tazas grandes de descafeinado al día. O quizás más, porque el cloruro de metileno es muy volátil y al añadir el agua hirviendo seguro que parte se evapora a la atmósfera. Así que vosotros veréis.

Tengo entradas para ver el día 27 en la Quincena Musical Donostiarra a Ricardo Chailly con la Orquesta de la Scala de Milán. Así que es un buen pretexto para colgaros esta grabación del vals número 2 de la Suite de Jazz de Dmitri Shostakovich con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Don Ricardo.

Corrección (25 de agosto 2024). Como podéis ver en uno de los comentarios, Ricard M. ha corregido mis cálculos sobre la base de que "la tasa metabólica de los animales es mayor cuanto menor es el tamaño del animal". Y tiene razón. La aplicación de la adecuada corrección que él propone para ese hecho, rebaja mis 17 gramos de cloruro de metileno por día (para una persona de 70 kilos durante toda una vida de 70 años) a solo 3 gramos. Con lo que las 100.000 tazas de café al día que yo calculaba se queda en algo menos de 18.000. Lo que no invalida, sin embargo, los argumentos en los que he basado mi entrada, como también confirma Ricard M. en su última frase.

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domingo, 28 de julio de 2024

Tampones con plomo y otros metales

Un artículo publicado en la revista Environmental International el pasado 21 de junio de 2024 ha recibido particular atención en los medios. Según las autoras, pertenecientes a varias universidades americanas, sus análisis de 60 tampones de marcas blancas o marcas conocidas, algunos adjetivados como orgánicos y otros sin ese calificativo, provenientes particularmente de USA y Reino Unido, aunque también de otros lugares como Grecia, indicaban la presencia de varios elementos químicos, algunos tan preocupantes como el plomo, el cadmio o el arsénico. Incidentalmente diré que a este vuestro septuagenario Búho le ha llamado también la atención el que, en la no pequeña introducción del artículo, se hablara de personas que menstrúan (people who menstruate) y, en otros casos, simplemente de menstruantes (menstruators) para hacer referencia a quienes necesitan usar tampones. Tomo nota y, cuando me las quiera dar de moderno, empezaré a hablar de personas que eyaculan y eyaculantes.

Centrándonos en los tampones, su parte principal (el material absorbente) está constituida en muchos casos por algodón puro, que es el que proporciona al tampón su calificativo de orgánico o no, según como se haya producido. En algunos casos el absorbente contiene mezclas de algodón con rayón o viscosa. Las autoras también analizaron la cubierta exterior que protege al algodón, el cordón que permite la retirada del tampón, el aplicador e incluso el envase. En todos los casos a la búsqueda de 16 metales y metaloides: arsénico, bario, calcio, cadmio, cobalto, cromo, cobre, hierro, mercurio, manganeso, níquel, plomo, selenio, estroncio, vanadio y zinc.

Todas las muestras contenían los elementos investigados en cantidades muy variables que, en algunos casos, estaban muy cerca del límite de detección de la técnica instrumental utilizada. Las concentraciones más altas se encontraron en el caso del zinc y el calcio (52000 y 39000 nanogramos/gramo) y la más baja en el caso del arsénico (2.6 nanogramos/gramo), uno de los más preocupantes en cuanto a su posible toxicidad, aunque entre los considerados tóxicos el plomo se llevaba la palma, con una concentración de 120 nanogramos/gramo, 24 veces superior a la concentración de plomo permitida por la FDA americana en el agua embotellada. No se aprecian diferencias significativas entre algodones orgánicos o no. En algunos elementos la concentración en los orgánicos es más alta y en otros más baja. Ni tampoco en cuanto a los países de los que proceden.

La primera pregunta que os haréis es sobre el origen de esos elementos químicos en los tampones. Las autoras aclaran en el artículo las posibles rutas de contaminación, centrándose sobre todo en el algodón, que es el elemento mayoritario del tampón. Una de esas rutas tiene que ver con la producción del propio algodón. La planta puede absorber algunos de esos elementos del terreno en el que crece (en Estados Unidos, por ejemplo, la proporción de arsénico en las capas geológicas es muy variable), del agua de lluvia o de regadío (que aunque controlado en la mayoría de los sitios, suele tener plomo), de los fertilizantes “naturales” usados en el caso del algodón orgánico, de algunos plaguicidas, etc. Algunos elementos pueden haber sido añadidos por el fabricante del algodón como agentes antimicrobianos (calcio, cobre, zinc, entre otros) o como agentes anti-olor (calcio y zinc), lo que explicaría la alta concentración encontrada en el caso del zinc y el calcio.

¿Es el asunto preocupante?. La principal preocupación que las autoras manifiestan en el artículo es el contenido en plomo. Según ellas, no hay un nivel seguro de exposición al plomo y cualquier cantidad de este que migre desde los tampones puede crear problemas en los huesos (al reemplazar al calcio) y está asociado a múltiples problema neurológicos, renales, cardiovasculares, inmunológicos reproductivos, etc. Otra preocupación se deriva de las características que tiene la zona vaginal, con una alta permeabilidad y una alta superficie expuesta, lo que permitiría una alta absorción de esos elementos y su posterior transmisión a la circulación sanguínea.

Sin embargo, en las lineas finales del artículo, las autoras reconocen que su estudio no proporciona información sobre la potencial bioaccesibilidad de los metales desde los tampones al riego sanguíneo y, por tanto, no se pueden estimar los posible riesgos para la salud derivados del uso de dichos tampones. De hecho, en un artículo en el Chemical Engineering News (CEN), mi revista de cabecera sobre Química, al hablar de la noticia que estamos comentado, la primera autora del artículo precisaba que “no se puede decir que alguien deba o no deba usar un tampón basándose en nuestros resultados. Aún no sabemos si esos metales salen del tampón y, si lo hacen, no sabemos si pueden llegar al torrente sanguíneo. Nuestro equipo sigue estudiándolo”.

Muy similares consideraciones han sido realizadas por la FDA americana que ha contestado rápidamente a las preocupaciones derivadas de los hallazgos del artículo que estamos comentando. Una portavoz de la Agencia dijo a la radio pública americana (NPR) que «La FDA está revisando el estudio. Todos los estudios tienen limitaciones. Aunque el método químico utilizado indica que estos metales están presentes en los tampones analizados en el laboratorio, el estudio no evalúa si algún metal se libera de los tampones cuando se utilizan en el cuerpo. Tampoco aborda si algún metal, en caso de liberarse, puede ser absorbido por el revestimiento vaginal o, posteriormente, por el torrente sanguíneo».

En el mismo artículo del CEN arriba citado, se hacían, por parte de una experta consultada, algunas precisiones que me han resultado relevantes y sobre las que he investigado un poco. La primera, y creo que fundamental, es que para poder llevar a cabo sus análisis, las autoras colocaban tanto la parte interna (el absorbente) como el fino recubrimiento que lo protege en un dispositivo de digestión por microondas, un método común para disolver y separar metales pesados de las muestras, un proceso muy agresivo que, en este caso concreto, empleaba disoluciones al 70% de ácido nítrico para disolver las muestras. La zona vaginal, aunque ácida (pH en torno a 4) para evitar el crecimiento bacteriano, no llega, ni de lejos, a los niveles de acidez del nítrico empleado en estos procesos.

Otra precisión importante en lo relativo a la migración de esos metales, y particularmente del plomo, tiene que ver con la capacidad del algodón y, mas concretamente, de la lignina que contiene, para atrapar el plomo. La lignina es uno de los componentes principales de la fibra de algodón, solo superada por la celulosa. Y hay literatura bastante abundante sobre el uso de lignina en la eliminación de plomo contenido en aguas residuales (véase, por ejemplo, este artículo). Si la lignina tiene esa capacidad, ello indica que plomo y lignina se atraen y unen por fuerzas consistentes. Y cabe plantearse si, en el corto periodo de tiempo que cada tampón está en la vagina (6 horas según las autoras), puede producirse una liberación sustancial de ese elemento desde el algodón (y su lignina) al cuerpo humano.

Lo que está claro para todo el mundo es que habrá que trabajar más sobre estos aspectos para confirmar estos resultados y que, en ese trabajo, agencias de salud y fabricantes tendrán que ponerse las pilas. En el caso de las primeras, las regulaciones actuales sobre los tampones son bastante laxas y solo la UE prohibe concentraciones de plomo, cadmio, cromo y arsénico en prendas de vestir por encima de 1 microgramo/gramo. O lo que es lo mismo, 1000 nanogramos/g, muy superiores a las encontradas para esos cuatro elementos en los tampones. Excepto en el caso del plomo, que está en una concentración de 120 nanogramos/g, mucho más alta que en el caso de los otros tres elementos pero todavía 8 veces inferior al límite UE. Aunque, todo hay que decirlo, no parece lo mismo ponerse una prenda de algodón con plomo en la piel que en la vagina.

Noticia a seguir, sin duda. Mientras tanto, la música de hoy tiene que ver con Mahler y su tercera Sinfonía. Un extracto de la misma con la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Zubin Mehta. Pasan los años para todos pero, a pesar de dirigir sentado, los ojos y la energía de Mehta no cambian.

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