jueves, 9 de septiembre de 2010

Aluminio

La semana pasada estuve en un Curso de Verano organizado por la Fundación Ikerbasque que lidera mi colega, amigo y contribuyente a este Blog, Fernando Cossío. Fue una experiencia muy agradable, donde pude compartir tiempos y espacios con gentes muy interesantes y muy próximas a mi modo de pensar en lo relativo a la difusión de la Ciencia. Fernando me sugirió emplear algunos de mis ejemplos en este Blog para tratar de resaltar el papel que los medios de comunicación han jugado y juegan en la instauración de la Quimifobia. Y hace un rato, leyendo una alerta de una revista de la American Chemical Society, me he acordado de una brevísima incursión que hice en la charla sobre la relación entre el aluminio y el Alzheimer y que nunca he plasmado en detalle en el Blog.

En la citada revista hay un artículo publicado por un grupo de investigación de la Universidad de La Laguna y el Servicio de Salud canario sobre la ingesta de aluminio en los siete paraisos que son las Canary Islands. Nada que objetar al estudio, muy similar a otros parecidos, en los que se demuestra, continuamente, la potencia de los medios analíticos de que disponemos para detectar, de forma muy precisa, concentraciones muy bajas de elementos y compuestos químicos. Pero lo que me ha llamado a escribir esta entrada es que en la introducción que todo artículo científico suele tener, y en el que se detalla un poco la bibliografía relacionada con el contexto general del trabajo, los autores citan la relación entre el aluminio y el Alzheimer.

El que esa relación siga apareciendo en la bibliografía científica es otro ejemplo más de cómo estudios epidemiológicos serios, de carácter médico, pueden acabar por generar una bola de nieve quimifóbica que luego cuesta decenios parar en virtud de la ansiedad social generada. Y a mostrarlo vamos.

En los años 60 se empezó a ser conscientes de que enfermos de riñón, sometidos a sesiones de diálisis dos o más veces por semana, eran candidatos claros a sufrir procesos crecientes de demencia. El principal acusado del asunto era el aluminio, que se usaba en los equipos de diálisis entrando así directamente en el flujo sanguíneo y llegando al cerebro. A esa conclusión se llegó despues de que un grupo de Newcastle publicara un estudio que demostraba los altos niveles de aluminio en los cerebros de esos enfermos. Junto a ese estudio se publicaron otros que estudiaron los efectos de altas dosis de aluminio en los cerebros de gatos y conejos. Como, por otro lado, también se había publicado algo sobre el inusual contenido en aluminio de los cerebros de gentes afectadas de Alzheimer, la conexión era lógica y la pequeña bola de nieve empezó a rodar y a crecer.

No todo el mundo estuvo de acuerdo y hubo quien, como Sir Martin Roth, un profesor de psiquiatría de la Universidad de Cambridge, empleó muchas horas para rebatir esa conexión. Había demasiados puntos oscuros. Por ejemplo, los dializados con ese problema de demencia se recuperaban, cuando se les sometía a tratamiento con ciertos "secuestradores" de aluminio. Y esa estrategia no funcionaba con los enfermos de Alzheimer. En esa época (y también ahora), muchas personas con problemas gástricos tomaban preparados a base de hidróxido de aluminio en dosis tan grandes como 3 gramos diarios, y no parecía haber una conexión demostrable entre quienes así habían tratado de acallar a su estómago y la enfermedad de Alzheimer. Mi propio padre se forró en los sesenta y setenta a una cosa llamada Allugelibys (que comprábamos en la farmacia de Hendaya) y el hombre anda ahora jodidillo de las piernas, pero de Alzheimer ni asomo.

Otra prueba que ha ido calando a lo largo de los años es el asunto del té. El aluminio es el tercer elemento químico más abundante en la corteza terrestre, despues del oxígeno y el silicio. Dada esa abundancia, y a pesar de la insolubilidad en agua de muchos de sus compuestos, casi todas las plantas absorben algo de aluminio por sus raíces. Espinacas, cebollas, lechugas o patatas son buenos ejemplos habituales, con contenidos de decenas o cientos de partes por millón. Pero el que se lleva la palma es el té de las cinco. Y no ha habido evidencias de que las culturas que tradicionalmente consumen té sean más proclives al Alzheimer que las que no lo consumen.

En el año 1988 se produjo en Inglaterra un incidente relacionado con el aluminio que intensificó las campañas contra el mismo. Un camionero que llevaba un camión cisterna con 20 toneladas de una disolución concentrada de sulfato de aluminio, utilizado en el tratamiento de aguas potables como floculante y clarificante, llegó a una estación de tratamiento de aguas en Camelford, en lnglaterra. Por algún descuido que no viene al caso, en lugar de conectar la cisterna a un depósito ad hoc, lo conectó directamente a la red de suministro que alimentaba los hogares de 20.000 ingleses. El contenido en aluminio de ese agua, parece que llegó a alcanzar unas 5000 veces el nivel permitido de ingesta que son 10 miligramos por día para una persona de 70 kg de peso, lo que supone realmente una cantidad sustancialmente más grande que incluso los 3 gramos por día de mi padre y su Allugelibys, por lo que no es de extrañar que se produjeran, y se puedan producir, problemas de salud graves, como así parece que se está revelando. Pero es obvio que el caso Camelford es un accidente que generó concentraciones brutales e instantáneas. Y que sus consecuencias no se pueden generalizar al común de los mortales.

Si seguimos con la polémica aluminio/Alzheimer que nos ocupa, ésta debiera haber terminado a finales de siglo XX, cuando repetidas experiencias por parte de grupos de investigación, empleando nuevas y sofisticadas técnicas para estudiar el cerebro de los afectados de Alzheimer (por ejemplo, la llamada Microscopía Nuclear), vinieron a demostrar que los citados cerebros no contenían cantidades significativas de aluminio y que, lo más probable, es que los estudios que originaron la bola en los sesenta y setenta contaminaran las muestras con aluminio durante el propio proceso de análisis. Pero la cosa aún va a pervivir un tiempo en medios de comunicación, foros, blogs y, lo que es peor, en introducciones a publicaciones científicas como la que ha dado origen a esta entrada. Aunque uno puede encontrar también sitios que ya han asumido el fin de la bola, como la Alzheimer Society of Canada que en su web deja bien claro que "la mayor parte de los investigadores en Alzheimer no consideran al aluminio como un factor de riesgo de dicha enfermedad".

P.D. Algunos seguidores del Blog me han pedido que enseñe el nuevo nido. Ya se sabe que los búhos son de natural discretos, así que no esperen un reportaje tipo Hola. Pero al hilo del aluminio, la foto que ilustra la entrada (como siempre se puede ampliar picando sobre ella) es de nuestra nueva terraza, donde se han usado tubos huecos de aluminio para esconder las paredes originales, un poco pasadas de rosca. Es de lo que más contento me tiene.

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martes, 7 de septiembre de 2010

Globalización

Creo que ya he dicho en alguna entrada anterior (ya se me hace difícil saber lo que he dicho o no) que la Química Orgánica es una especie de advenediza en el mundo de los fármacos. No hace mucho todavía, en insignes Facultades de Farmacia se seguía estudiando más Botánica que Química Orgánica. Sin embargo, la síntesis de la aspirina, de la vitamina C y de otras muchas más cosas, puso bien claro que los químicos podían identificar el principio activo por el que una planta resultaba beneficiosa frente a una afección concreta para, posteriormente, sintetizarla con altísimos grados de pureza en un laboratorio o en una planta industrial. Y es más que probable que las plantas sigan siendo una permanente inspiración (y un reto cada vez más complicado) para la síntesis de nuevos fármacos.

Lo que acabo de contar, ligado al ámbito de la farmacología, es también válido para otras moléculas que pueden ser extraídas a partir del mundo vegetal, como es el caso de la gran variedad de sustancias que constituyen los llamados aceites esenciales de determinadas plantas y que se emplean en ámbitos tan diversos como la cosmética o la gastronomía. Todo lo anterior viene a cuento porque el Chemical Engineering News anunciaba en su número del 30 de agosto que el gigante químico BASF entraba en la pelea por el mercado del mentol, inaugurando una nueva factoría en Alemania. La noticia me mosqueó porque no me resultaba obvio que a BASF le interesara el mercado de un producto que no se me antojaba excesivamente estratégico para sus vastos negocios. Pero mira por donde la cosa no estaba tan clara.

El mentol es el que da el característico sabor a muchas pastas dentífricas, también a los cigarrillos mentolados y a algunos chicles (aunque en estos la cosa es más complicada).
Es, por otro lado, el causante de los efectos "mágicos" del Vicks Vaporubs y preparados similares para las congestiones o la tos. El mentol se ha extraido tradicionalmente de la hierbabuena japonesa (Mentha arvensis), una de las muchas plantas de menta existentes, negocio que ha estado tradicionalmente controlado por compañías indias y chinas que eclipsaron a las japonesas a partir de los años 60. Pero para muchos fabricantes de productos que incluyen mentol, esa fuente del mismo, que ahora supone casi el 80% del mentol producido en el mundo, tiene muchos problemas. Las calamidades climáticas que asolan vastas zonas de la India casi cada diez años, las incertidumbres chinas y el papel de los especuladores dentro de ambos problemas, hace que el suministro de mentol pueda sufrir alteraciones graves que nunca gustan a un productor de pasta de dientes que quiere suministro regular y precios estables.

El 20% restante del mentol en el mercado es mentol sintético fabricado por una compañía japonesa (Takasago), que lo prepara a partir de m-cresol, y una compañía alemana (Symrise) que lo fabrica a partir de mirceno. ¿Y por qué quiere meterse BASF en un mercado que parece tan maduro y con un producto no precisamente de muchas toneladas?. Es que, a veces, los designios de las empresas son difíciles de entender si no se rasca un poco. Y eso es lo que ha hecho el Chemical Engineering News para mí.

Hace casi tres años sepulté como una curiosidad, entre otras muchas de mi archivo, una noticia que describía la síntesis de mentol a partir de citral, un terpenoide que BASF empezó a fabricar en los 80 como materia prima para obtener linalol y geraniol, dos esencias muy empleadas en productos de cosmética (no hay más que echarle un ojo a la formulación de cualquier perfume o crema para el body). En 2004 BASF abrió una nueva planta en Ludwigshafen para producir 40.000 toneladas anuales de citral, cuatro veces más grande que la disponía anteriormente, porque vislumbraban la posibilidad de que ese citral fuera fuente, además de las sustancias mencionadas, de otras moléculas interesantes como las vitaminas A y E.

Ahora he recuperado la relación entre mentol y citral. Y me he podido enterar de que la deriva de una parte de esa producción de citral para empezar a competir por el mercado del mentol tiene una explicación. Explicación que me dejó de una pieza cuando la leí en palabras de un consultor del mundillo de los aromas y fragancias (y traduzco literalmente): "Hasta hace unos pocos años, mucha gente en India y China no utilizaba pasta de dientes. Y ahora lo hace".

De ahora en adelante pienso seguir la pista al mentol. Me intriga saber si los de BASF han dado en el clavo o se han columpiado.


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