jueves, 22 de junio de 2023

La "arqueología" del nivel del mar

Como alguna vez ya he contado por aquí, vivimos a escasos 400 metros de la playa de La Concha, algo que la Búha aprovecha para darse un baño siempre que el agua no baje de 17 grados (yo soy incompatible con la arena). Así que, en la época en la que estamos, es habitual que nos interesemos sobre la temperatura del agua en el mar, la presencia de algas o sobre el horario de las mareas y si estas suben mucho o poco. En lo tocante a esto último, y para quien no lo sepa, esos movimientos del agua del mar se miden con un aparato llamado mareógrafo. Sus datos, considerados a largo plazo, se han convertido en una herramienta indispensable para evaluar la evolución del nivel del mar a lo largo de escalas temporales de décadas o, incluso, siglos.

En una entrada reciente ya hablamos de las posibles repercusiones que el calentamiento global haya podido tener en el pasado o vaya a tener en el inmediato futuro en ese magnífico arenal que es La Concha. Hace unos días, me llegó una noticia sobre la publicación por científicos españoles de un artículo sobre la evolución histórica de los mareógrafos costeros españoles, lo que me ha hecho tirar del hilo y encontrar sin querer una interesante historia sobre viejos mareógrafos que me apetece contar.

En Donosti no hay ningún mareógrafo que esté registrado en la página que la NOAA americana (National Oceanic and Atmospheric Administration) dedica a estos asuntos. Tampoco aparece en la de su homólogo europeo conocido bajo el acrónimo PSMSL (Permanent Service for Mean Sea Level). Pero en esta última base de datos europea se pueden encontrar los de dos mareógrafos situados en el cercano puerto de Pasajes. Desgraciadamente el primitivo mareógrafo pasaitarra solo estuvo en servicio entre 1948 y 1963 y el que ahora gestiona el Centro Tecnológico AZTI solo tiene datos desde el año 2007. Así que hay que ir algo más lejos para obtener series más largas. Los dos mareógrafos más cercanos están en Sokoa (cerca de San Juan de Luz) y en Santander. En el PSMSL el de Sokoa aparece como operativo desde 1942 y el de Santander desde 1943. Si queremos datos aún más antiguos podemos fijarnos en el mareógrafo de Brest, en la Bretaña francesa con datos desde 1807.

Pero tanto el mareógrafo de Sokoa como el de Santander tienen una historia mucho más larga que la que parecen indicar los datos contenidos en las bases de datos antes mencionadas. Y hace unos pocos días he localizado un artículo que trata de ir más atrás en el tiempo en el historial del mareógrafo de Sokoa (de ahí lo de "arqueología" en el título de la entrada). Ese mareógrafo ha pasado por diversas etapas desde su instalación, en el mismo sitio que está ahora, nada menos que en el año 1875. Entre ese año y finales de mayo de 1920, existen registros de sus medidas, usando para ello un flotador que, al subir y bajar la marea, transmitía su movimiento a una pluma que escribía sobre un papel. Ese tipo de mareógrafo era conocido por el nombre de su fabricante (Chazalon). Después se produce un parón en los registros hasta 1942, cuando se reiniciaron las medidas pero solo durante dos años. En diciembre de 1950 se instala el flotador que en esos años se había hecho habitual, el Brillie, para ser sustituido, posteriormente, con los medidores actuales por radar.

En conjunto tenemos una más o menos continuada serie de medidas, salpicadas con las interrupciones mencionadas, incluido el período de la segunda guerra mundial, donde los alemanes instalaron otro mareógrafo al otro lado de la bahía de Sokoa y cuyos registros se encontraron en Brest al final de la guerra. En el artículo que menciono, los investigadores se han tomado el trabajo de digitalizar los archivos existente anteriores a 1942 y tratar de reconciliarlos con los existentes en épocas más modernas. Además, los han comparado con los existentes en Brest y con una similar reconstrucción de los datos de Santander realizada en un artículo de 2021, que abarca a los allí registrados desde 1872. Y de esa comparación surge un razonable acuerdo entre los archivos de los tres mareógrafos. Tomando un período común entre en 1900 y 2018, la subida del nivel del mar en Sokoa ha sido 2.1 (±0.1) milímetros por año, en Brest 1.5 (±0.1) y en Santander 2.0 (±0.1), con un comportamiento que puede considerarse como lineal (véase aquí la serie histórica completa de Brest).

Unos resultados que no dejan de sorprenderme por su similitud en cuanto a valor medio y desviación estándar. Porque si uno navega un poco en las página de la NOAA o el PSMSL constata que el mar no sube igual en todos los sitios. Por ejemplo, aunque en la mayoría de los mareógrafos se constata un aumento continuo en el nivel del mar, en sitios como Helsinki el nivel del mar está bajando a una velocidad de -2.2 mm/año. El que ocurran estas diferencias tan sorprendentes se puede explicar sobre la base de otros factores diferentes a la propia fusión del hielo en los polos y el progresivo calentamiento del agua. Entre esos factores están los movimientos geológicos del entorno donde está el mareógrafo, que elevan o bajan el terreno, aportes hidrológicos de ríos próximos, extracción de aguas subterráneas que compactan el terreno, etc. Así que las variaciones de estación a estación pueden ser importantes, aunque no parece ser el caso de las que estamos considerando.

Tengo la casi certeza de que las cosas van a seguir más o menos igual hasta que me muera y no voy a ver una transformación radical del arenal donostiarra. Si llego a los cien (que no espero) la subida en La Concha en 2052 andaría por los 6 centímetros con respecto al nivel actual. Aunque el artículo que menciono al principio sostiene (igual que el último informe del IPCC de 2021) que, a nivel global, la subida del nivel del mar se está acelerando en los últimos años y ahora estaríamos en un valor por encima de los 3.0 mm/año. Una parte de esa afirmación se basa en las medidas que, desde 1993, se están realizando con satélites.

No soy quien para discutir con climatólogos sobre estas cosas. Pero como experimentador viejo que sí soy, algo de estadística conozco y, a la vista de series históricas de casi 120 años que dan las coincidentes velocidades medias y las estrechas desviaciones estándar que vemos en los casos de Brest, Santander y Sokoa, preferiría ver series igual de largas, provenientes de satélites, para comprobar esa aceleración. Pero, como en otras cosas, ya no me queda tiempo.

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miércoles, 7 de junio de 2023

Meterólogos y plásticos

Hasta no hace muchos años, los meteorólogos eran los encargados de describir y predecir, en la medida de lo posible, el tiempo o, lo que es lo mismo, los fenómenos atmósféricos. Luego, muchos de ellos, se convirtieron en climatólogos u observadores del tiempo meteorológico a largo plazo. Con la preocupación por el cambio climático, algunos han pasado a ser estrellas mediáticas y han ampliado su campo a todo lo que tenga que ver con la problemática del medio ambiente, incluido el efecto de la contaminación por plásticos. Y claro, con tantos temas en el portafolio y tan complejos, a veces los tratamientos que realizan para el gran público dejan mucho que desear.

Viernes 26 de mayo de 2023, televisión pública, hora de mucha audiencia (antes del telediario de la noche) y en un programa que ya lleva muchos años en ese segmento horario. Pongo el minutaje de lo que allí se decía pero no sé cuánto tiempo se va a mantener ese enlace en la web de la tele.

Minuto 16: 41. Se inicia una noticia que va a versar sobre contaminación marina de plásticos y una posible solución mediante el uso de un “nuevo plástico”. El afamado presentador habla en su introducción de generalidades sobre la cantidad de plástico que va al mar y luego de las llamadas islas de plástico, con imágenes y valoraciones de su tamaño, que no se corresponden ni con lo que ya se contó en una anterior entrada de este Blog ni con la definición de “islas de plástico” de la prestigiosa agencia medioambiental americana NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration):

El nombre de "Isla de Basura del Pacífico" ha hecho creer a muchos que esta zona es una mancha grande y continua de desechos marinos fácilmente visibles, como botellas y otros desperdicios, algo así como una isla literal de basura que debería ser visible con fotografías aéreas o por satélite. Pero no es así. Aunque en esta zona se pueden encontrar grandes concentraciones de basura, gran parte de los desechos son en realidad pequeños trozos de plástico flotante que no son inmediatamente evidentes a simple vista.

Tras esa introducción a la sección del programa, una colaboradora del mismo y otra persona que lleva una camiseta con el anagrama CAMM, se van a una playa de Massalfassar (Valencia) a recoger desechos plásticos. Y en la conversación que mantienen mientras los recogen, sale el tema de que la bolsa de recogida que están usando es biodegradable, compostable y soluble en agua. Y, de pasada, la persona con la camiseta y el logo pregunta a la colaboradora del programa si sabe que los humanos venimos a ingerir el equivalente a una tarjeta de crédito de plástico a la semana.

Sobre este último tema no voy a daros mucho la turrada ya que, no hace mucho tiempo, publiqué una entrada en la que creo que quedó claro que esa noticia provenía de un estudio pagado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, la que conocíamos antes como Adena en España), una organización ecologista particularmente activa en la lucha contra el plástico. Y que sus evaluaciones sobre la tarjeta, o lo que es igual, los 5 gramos de plástico que los humanos vendríamos a ingerir a la semana, estaban fuera del intervalo (percentil 100%) de las cifras que se han ido publicando en otros estudios. A pesar de lo cual y como también mostraba la entrada, algún grupo del CSIC las ha usado como válidas en otros estudios.
 
Algo más adelante (más o menos en el minuto 18:40) el programa se traslada a una empresa denominada CAMM, la que figuraba en la camiseta de una de las participantes en la recogida de plásticos (¿publicidad encubierta?) que, según se puede ver en los medios, ha empezado a comercializar un plástico conocido como polivinil alcohol o PVA. En el video nos muestran cómo se procesa ese material y qué productos pueden conformarse con él. Para, después, pasar a hacer un sencillo experimento, de esos que gustan en las ferias de Ciencia, en el que una bolsa de ese plástico se llena con unas canicas y se mete en un matraz con agua para ver cómo se destruye (disuelve) casi inmediatamente. Y acaban haciendo beber a la presentadora del programa ese agua con el plástico disuelto.

Vamos a dejarlo claro. El PVA es más viejo en la historia de los polímeros que mear en pared (con perdón). Fue preparado por primera vez en el laboratorio en 1924 por los científicos Hermann y Haehnel, hidrolizando otro plástico bien conocido, el poliacetato de vinilo. Y a partir de los 50 se empezó ya a vender de forma comercial por una empresa japonesa. Y no ha servido ni sirve para casi nada que tenga que ver con los usos habituales de los plásticos más vendidos.

El PVA forma filmes muy fácilmente y es uno de los plásticos más resistente a que el oxígeno pase a través de él, por lo que, en principio, sería muy útil en envases para productos sensibles al oxígeno (carne, quesos, entre otros). Pero como absorbe rápidamente la humedad ambiente se convierte en una especie de chicle que, además, ya no es tan barrera al oxígeno. Así que lo que se suele hacer con él es un sandwich entre dos filmes de Polietileno, muy hidrofóbico, que lo protegen frente al vapor de agua para que siga cumpliendo su misión de barrera al oxígeno, tal y como se ve en la figura que ilustra esta entrada. También se usa en la producción de polivinil butiral, el polímero que se usa en los parabrisas laminados.

En el ámbito médico se usa como cubierta externa de ciertas cápsulas que, de nuevo, hay que protegerlas en algún material hidrófobo o se desintegran. Disuelto en agua se usa en lágrimas para los ojos en oftalmología. Y poco más, aunque yo tengo bien guardadas en una bolsa de PE unas bolas de golf que dan en los cruceros para que los golfistas maten el gusanillo tirándolas al mar donde desaparecen, algo sobre lo que escribí una entrada hace tiempo en este Blog. Diré también que los plásticos biodegradables y compostables no suponen más allá del 0,3% de todos los plásticos que se producen en el mundo (datos de 2020) y en la lista de los seis biodegradables y compostables que más se producen, el PVA no aparece, lo cual implica su limitada repercusión en el actual mercado.

Supongo que el programa de TV en cuestión tendrá otras luces para llegar a la difusión que tiene en esa hora tan deseada (yo no lo sigo habitualmente) porque, si en el resto de temas tiene la seriedad con la que han abordado el tema de los microplásticos y los plásticos biodegradables, vamos bien…

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