jueves, 23 de mayo de 2019

Beber agua de mar

Hace ya algún tiempo que, tomándome una deliciosa caña post-golf, acompañada de unas patatas fritas, esbocé lo que iba a ser esta entrada. El dueño del bar había cambiado de marca de patatas y, en el sobre de las nuevas, se indicaba que eran las primeras elaboradas con agua de mar (y, además, no un mar cualquiera sino el Mediterráneo). Tras la sorpresa, decidí investigar, en ese pozo sin fondo que es internet, sobre el origen de esta manera peculiar de añadir sal a unas patatas fritas de sobre y me topé con una web en la que explicaban que para obtenerlas "se sumergen en agua de mar del Mediterráneo antes de freírlas lentamente según una receta tradicional". Además de patatas fritas, en la web se anunciaban también frutos secos, pan y hasta una cerveza elaborada con agua de mar.

En la casa matriz de la Búha había una tradición que podría emparentarse con este asunto. Unas pocas veces al año se daban una alegría comiendo percebes o algún crustáceo de tamaño medio. Y la tradición implicaba ir a comprarlos a un pequeño vivero situado cerca de la bocana de entrada al Puerto de Pasajes. Además, la tarea se completaba pidiendo a Ismael, el contacto en el sitio, una garrafa con el agua de mar utilizada en las instalaciones del propio vivero. De vuelta a casa, los bichos se cocían en agua de mar, en lugar de usar agua de grifo con una cantidad adecuada de sal de cocina convencional.

Pues bien, ahora que nos da corte pedir el agua porque Ismael ya ha pasado a la condición de jubilata a tiempo completo, podríamos utilizar la que se encuentra en la web arriba mencionada, comercializada en unos envases de dos litros en los que se puede leer Agua de mar alimentaria, 100% natural, con 78 minerales y oligoelementos. Y como me conocéis, una vez que tuve conocimiento de tales productos empecé a tirar del hilito y almacené información sobre ellos. Pero luego algo se debió cruzar en mis planes de escribir un post al respecto y la información se quedó en una de las muchas carpetas en las que guardo cosas susceptibles de convertirse en entradas del Blog. Hasta que este martes me fui al viejo Bar Altxerri de Donosti a escuchar una charla programada dentro del Pint of Science 2019, un evento lúdico-científico en el que investigadores, generalmente jóvenes, divulgan su Ciencia en bares, mientras el personal le da a la cerveza.

En esa charla, mi antigua alumna del Máster de Polímeros, Iliane Rafaniello, nos explicó su trabajo sobre el empleo de membranas de estos materiales en procesos de separación de todo tipo. Y a la hora de ilustrar su excelente charla con ejemplos, nos contó que una de las aplicaciones más relevantes en este ámbito es el empleo de esas membranas para desalinizar el agua de mar, merced al proceso conocido como ósmosis inversa, del que ya hablé en este Blog hace tiempo. Y salí de la charla pensando dónde diablos había guardado yo la información sobre el agua de mar a la que hago mención arriba. Pero como soy un chico muy ordenado para estas cosas, fue sencillo encontrarla.

El Agua de Mar Alimentaria que se vende en esos envases es ciertamente agua de mar (espero que del Mediterráneo), adecuadamente tratada para eliminar cualquiera de los microorganismos que normalmente viven, de forma "natural", en el agua de cualquiera de los mares que pueblan el mundo (de ahí lo del adjetivo alimentaria). Así que, en ese sentido, nada que objetar. El asunto empieza ya a complicarse un poco cuando se pretende que se cocine con ella, como alternativa a la sal refinada de cocina con la que la mayoría de los mortales potencia los sabores de muchos de sus alimentos. Y a la que se atribuyen males sin fin, sin darse cuenta de que, si se refina, es para eliminar ciertas sustancias contenidas en la sal que se amontona en las salinas de mar y que le dan desde sabor a tiza a otros ciertamente amargos. Pero de eso no voy a hablaros aquí porque lo dejó hace tiempo muy clarito, el amigo Miguel Angel Lurueña en su excelente Blog Gominolasdepetroleo.

Nuestra agua de mar comercializada tiene, poco más o menos, 35 gramos por litro de sales, fundamentalmente cloruro sódico. Una concentración que para unos percebes está bien pero para cocinar unas verduras, un arroz o una legumbre es demasiada sal. Así que habrá que diluirla un poco. La propia web de la empresa comercializadora establece que se diluya en la proporción de un vaso de agua de mar por dos vasos de agua dulce (de grifo o botella, vamos).

Y lo de los minerales y oligoelementos tiene su gracia. Para explicar que el agua en cuestión es maravillosa, se nos cuenta en la misma web que, a diferencia de la sal de cocina que sólo (?) contiene cloruro sódico, ésta tiene otros minerales y oligoelementos muy necesarios para nuestra salud. Y para demostrarlo, se nos enlaza a una tabla titulada (en inglés) Composición Detallada del Agua de Mar a una salinidad del 3,5%. Esa Tabla está tomada de un viejo libro de Karl K. Turekian titulado Oceans y publicado en 1968 y está también recogida en esta web.

Aparte de que estoy seguro de que el agua de la Tabla no era agua del Mediterráneo (podían haberse trabajado un poco más el tema buscando una analítica adecuada), la tabla es muy ilustrativa de lo que contiene un agua de mar cualquiera como la analizada en el libro. Hay cromo, arsénico, berilio, cadmio, uranio, mercurio, plomo y un largo etcétera de "angelitos". En cantidades muy pequeñas, eso si. Y aunque es cierto que muchos de los que aparecen en la larga lista juegan un papel en nuestro organismo, generalmente tenemos fuentes alternativas para proveernos de los mismos sin andar comprando agua de mar. Y en cuanto a que esas cosas no están en la sal refinada quizás, en algunos casos, es mejor que no estén, pero tampoco es difícil encontrar en internet análisis completos de sales de cocina comerciales y darse cuenta de que además de cloro y sodio, contienen otras muchas cosas, también bautizables como minerales y oligoelementos.

Y, sobre todo, hay que leerse bien las instrucciones del agua de mar comercializada para evitar bebérsela tal cual, sobre la base de los beneficios de esos minerales y oligoelementos, algo que han propugnado algunas terapias alternativas como las basadas en las ideas de René Quinton. Como bien explicaba mi amiga Iliane en su charla del martes, la concentración de sal en nuestras células es unas cuatro veces inferior a esos 35 gramos/l del agua de mar. Con lo que si bebemos agua del mar y por efecto de la citada ósmosis, el agua en el interior de nuestras células trata de diluir el agua más concentrada en sal que hemos bebido, saliendo de ellas y provocando una deshidración de las mismas y en el caso de un uso continuado, la muerte. La empresa comercializadora lo explica bien en una entrada del Blog de su web, aunque no es obvio encontrarla. Algo más fácil de encontrar es que para beber ese agua hay que diluir un vaso de la misma con tres vasos más de agua dulce. Y lo mismo pasa con el agua que se utiliza para preparar "la única cerveza del mundo con agua de mar".

En fin, aún reconociendo el mérito de los empresarios que están haciendo dinero con una idea como esta, yo creo que no estamos muy bien de la cabeza.

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miércoles, 8 de mayo de 2019

Los niños de Granada no mean plástico

Ni tampoco mean microplásticos, tan de moda esta temporada que hasta la Fundeu la ha elegido como Palabra del Año 2018. Pero de microplásticos hablaremos con mucho detalle dentro de poco. Hoy nos vamos a centrar en otra noticia sobre el inefable Profesor Olea, Catedrático del Departamento de Radiología de la Universidad de Granada que, últimamente, me da mucho trabajo. Hace unos meses, en otra entrada, ya manifesté mi sorpresa ante sus declaraciones a Discovery Salud en las que proclamaba que las embarazadas granaínas también orinaban plástico. Así que parece una característica de los habitantes de la ciudad de la Alhambra, porque no me consta referencia alguna a esa especie de cálculos renales que, en lugar de formarse a base de oxalato o ácido úrico, parecen hacerlo a base de pequeñas porciones de plástico. Pero vamos a contar la nueva noticia con algo de detalle.

El diario Ideal de Granada se hacía eco la semana pasada de una rueda de prensa del Prof. Olea y algunos de sus colaboradores, en la que presentaban recientes resultados del Grupo que acababan de traducirse en dos artículos en dos revistas científicas. El primero de ellos [Environment International 127, 592-600 (2019)] es un estudio realizado sobre 32 pares de calcetines para niños pequeños, adquiridos tanto en baratillos como en conocidas franquicias. Os preguntaréis qué importancia pueden tener unos calcetines para tan dilectos investigadores. Pues dado el interés secular del Grupo en los efectos del Bisfenol A (en adelante BPA), en este caso se trataba de comprobar si los calcetines de niños comprados en Granada tenían BPA y, dada la actividad estrogénica del compuesto, evaluar los posibles efectos para los enanos que vistan esos calcetines.

Pues bien, el BPA estaba presente en casi todos los calcetines y en mayor concentración en los calcetines baratos que en los caros. Paralela y consecuentemente evidenciaron también, gracias a sus sofisticadas técnicas, la actividad estrogénica de los calcetines. Con ambos resultados experimentales en la mano, la rueda de prensa se convirtió en otro acto de la estrategia del miedo a la que nos tiene acostumbrados el Prof. Olea, llegando a recomendar a los padres que vigilen a sus tiernos infantes no vaya a ser que se chupen los calcetines, ingieran BPA y padezcan en el futuro males sin cuento.

Pero este vuestro Búho tiene varias cosas que contar a propósito del artículo de los calcetines. Primero, y sobre todo, que los análisis se hicieron con los calcetines sin lavar. Cosa lógica porque es la manera de poder detectar lo que hay en esas prendas tal y como salen de la tienda. Pero hay un detalle casi oculto en el artículo que demuestra que el asunto del lavado no es cuestión baladí. En la página 598 en el apartado 4.5. Fortalezas y debilidades, los autores reconocen que los calcetines se usaron sin lavar y que ello, presumiblemente eliminaría algo de los residuos químicos. Pues algo no, casi todo diría yo. Tengo delante un artículo [J. Chem.Eng.Data 52, 2511-2513 (2007)] en el que se estudia la solubilidad del Bisfenol A en agua pura y en agua con diversos surfactantes, habituales en los detergentes convencionales. A 25ºC la solubilidad del BPA es 381 miligramos por litro en agua pura y esa solubilidad llega hasta casi 600 en agua a 40 ºC, temperatura bastante usada en las lavadoras. Usando agua con diferentes concentraciones de surfactantes podemos llegar hasta a multiplicar por 6 la solubilidad del BPA en agua pura, como es el caso de la solubilidad en agua jabonosa con el surfactante CTAB (bromuto de cetil trimetil amonio) a 40 ºC, que llega a ser 2261 miligramos por litro.

La concentración media de BPA en los calcetines más contaminados fue de 255 nanogramos por gramo de muestra de calcetín, aunque alguna muestra se fue hasta 3739 nanogramos por gramo. Vamos a ponernos en el escenario límite de esta última muestra, muy poco representativa de los resultados. Un par de calcetines pequeños de mi Búha (que ya no es una niña) pesa unos 40 gramos y, si tuvieran esa concentración extrema de BPA, contendrían unos 150.000 nanogramos de la sustancia o, lo que es igual, 150 microgramos o 0,15 miligramos de BPA. Teniendo en cuenta la solubilidad más baja (en agua pura a 25 ºC, 381 miligramos por litro) y que una lavadora usa por lavado unos 40 litros de agua, es evidente que, con un solo lavado, hubiéramos eliminado la práctica totalidad del BPA de las muestras. Así que más que recomendar a los padres que vigilen que los niños no se chupen los calcetines, la medida más drástica es que los laven antes de ponérselos a los infantes, algo que cualquier progenitor responsable hace, haya oído o no hablar del BPA.

Para enredar más la cosa, los autores reconocen que el chupado de calcetines es algo excepcional y que lo más preocupante es la absorción de BPA a través de la piel, por aquello de que los tienen mucho tiempo puestos. Y, a la hora de calcular esa absorción de BPA por la piel, utilizando una complicada fórmula con muchas variables, introducen como dato la concentración de BPA en los calcetines sin lavar. Aún y así, la exposición al BPA a través de la piel resulta realmente baja, del orden de los picogramos por kilo de niño y día, exposición que sería irrelevante si el calcetín estuviera lavado.

Y os preguntaréis, ¿y lo de mear plásticos?. Pues lo he dejado para el final porque, en la propia rueda de prensa, el grupo de la Universidad de Granada presentó los resultados de otro artículo también reciente [Environmental Research 173, 443-451 (2019)], en el que medían la concentración de BPA en la orina de casi 300 niños granaínos entre 9 y 11 años, además de una serie de parámetros ligados a la obesidad. Según la crónica del periódico de Granada, los autores del trabajo encontraron que en 9 de cada diez personas había BPA en la orina y que mayores niveles de BPA se relacionaban con mayor riesgo de obesidad, sobrepeso y, especialmente, grasa abdominal.

Pero (ay! los jodidos peros del Búho), el periodista se olvida de mencionar que las propias conclusiones del trabajo dicen que esos resultados deben tomarse con precaución. Por un lado por el modesto tamaño de la muestra investigada y, por otro, por la dificultad de evaluar separadamente el efecto de otros factores como la dieta y estilo de vida de los niños, que todos sabemos de qué van.

Y es en ese contexto de la crónica periodística donde Olea vuelve a pronunciar su ya reiterada frase "No es normal mear plástico", usándola como ariete contra las Administraciones europea y española por no hacerle el debido caso. Olea (yo creo que a sabiendas) está queriendo inducir a la población a creer que el Bisfenol A es un plástico. Y ya empiezo a tener dudas sobre si miente o no sabe una higa de plásticos.

Así que las embarazadas y los niños de Granada no mean plástico. Probablemente ni siquiera meen Bisfenol A, algo que, nuevamente muy escondido en el texto del segundo artículo, reconocen los autores. Cuando dicen que el Bisfenol A se metaboliza rápidamente, como ya documenté en otra entrada con variada bibliografía. Lo más probable es que meen el resultado de ese metabolismo, el glucurónido de Bisfenol A que, mal que les pese a los científicos de estos dos artículos, no es estrogénico.

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