lunes, 27 de diciembre de 2021

Los polímeros de Elena Ceausescu


El día de Navidad de 1989 nos despertamos con las impactantes imágenes de la ejecución, tras un peculiar "juicio", del dictador rumano Nicolae Ceausescu y su esposa Elena. Ahora, treinta y dos años más tarde y también en fecha parecida, he podido leer un interesante artículo de Melissa Davey, en el periódico británico The Guardian, que se hace eco de los intentos de una serie de investigadores rumanos para hacer desaparecer como autora a Elena Ceausescu de unas decenas de artículos científicos. Entienden que dicha autoría es fraudulenta, consecuencia de la presión ejercida por el Régimen sobre sus verdaderos autores para construir así una falsa reputación científica de la esposa del Líder.

Tras una búsqueda bibliográfica en la Web of Science, seleccionando como autora a Elena Ceausescu, he podido comprobar que aparecen 47 documentos directamente atribuibles a ella, de los cuales 13 son patentes, 29 son artículos científicos convencionales y el resto son de otra índole. Muchos están publicados en revistas rumanas de poca relevancia internacional pero otros lo están en revistas conocidas de polímeros o de catálisis, editadas por reputados Grupos editoriales, de cuyas webs es todavía posible descargarse los documentos en cuestión.

Elena Ceausescu se graduó en Química en el Instituto Politécnico de Bucarest y tras su graduación empezó trabajando, parece que como técnico de laboratorio, en el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo en Química y Petroquímica (ICECHIM), en su Departamento de Elastómeros (cauchos) que, como mis sagaces lectores saben, es un tipo de polímero. Uno de los investigadores implicados en la reivindicación de los verdaderos autores de la bibliografía de la Ceausescu dice que, probablemente, esos comienzos fueron la razón por la que optó por "especializarse" en polímeros, después de que su marido ascendiera al poder y ella decidiera que era conveniente aparecer como una reputada científica.

La elaboración de su Tesis Doctoral y su posterior defensa estuvo también trufada de todo tipo de irregularidades. Titulada "Polimerizarea stereoespecifica a izoprenului" (polimerización esterereoespecífica de isopreno) se leyó a puerta cerrada (cosa inusual) tras una serie de trifulcas con académicos que se negaron a avalarla. Un ejemplar, editado posteriormente, puede verse en la foto que ilustra esta entrada. Durante años se corrió el bulo de que la Tesis la había escrito el Prof. Cristofor Simionescu, una figura relevante en el mundo académico relacionado con la celulosa (otro polímero). Hoy sabemos (tras agradecer al traductor de Google el permitirnos leer rumano) los nombres de los cuatro investigadores que escribieron la Tesis y que aparecen como coautores en algunos de los artículos de la Ceausescu. Y sabemos también que Simionescu se escabulló de la lectura de Tesis, argumentando que estaba enfermo.

A estas alturas de la película habrá más de un lector mosqueado conmigo por haberme metido en este jardín, pero es fácil de explicar por qué el artículo de The Guardian llamó inmediatamente mi atención. Resulta que mi Director de Tesis, el Prof. Gonzalo M. Guzmán, era amigo de Simionescu porque ambos estaban implicados en campos muy próximos del mundo de los polímeros de celulosa y almidón y se habían encontrado en reuniones y congresos. Y Simionescu, en los años 80, era el editor de una revista que todavía existe, Cellullose Chemistry and Technology. Nunca ha sido una revista de las más afamadas, pero mi jefe nos insistió durante aquellos años para que algo de lo que entonces hacíamos los incipientes poliméricos de la cochambrosa Facultad del barrio donostiarra de Alza, lo enviáramos a la revista de su amigo Cristofor, que seguro que lo consideraría con cariño. Así que el CV de este vuestro Búho contiene dos artículos publicados en esa revista, uno del año 1981 y otro del año 1985.

Pero las implicaciones de los poliméricos donostiarras en la historia que os estoy contando va todavía más lejos. Como consecuencia del creciente renombre de la Ceausescu (varias Universidades extranjeras le nombraron Doctor Honoris Causa), la rumana pudo maniobrar suficientemente en el ámbito internacional de los polímeros y, más concretamente, en la IUPAC (Unión Internacional de la Química Pura y Aplicada), consiguiendo que la edición de 1983 de los renombrados International Symposia on Macromolecules se celebrara en setiembre de ese año en Bucarest. Y allí se fueron dos colegas, vecinas del despacho contiguo al mío durante años. Aunque se perdieron la apertura del Congreso por parte de la Simionescu, porque no llegaron a tiempo al ser retenidas en Hungría por no llevar visado para ese país. Todavía se acuerdan de las vicisitudes.

El título del artículo de The Guardian habla de "la larga cola del fraudulento trabajo científico de Elena Ceausescu". Buscando documentación para esta entrada he podido comprobar que el asunto de los fraudes en las publicaciones científicas rumanas no murió con los Ceausescu, llegando incluso a afectar a Victor Ponta que fue Primer Ministro del país entre 2012 y 2015.

Y esto es todo amigos por este año. Sed lo más prudentes que podáis.

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lunes, 20 de diciembre de 2021

Los colgantes anti-5G son radiactivos

Vaya por delante que yo tenía terminada una entrada para el día de hoy. Pero, a veces, le ponen a uno las entradas a huevo. Y este es el caso. Aviso también que de lo que voy a escribir no pertenece a mi negociado, puesto que mi amigo Alberto Nájera, y su blog Radiando, es el referente oficial sobre cosas como la que os voy a contar. Pero es que la noticia que me ha mandado un amigo (gracias Thomas) me ha alegrado la mañana y me he puesto a redactar inmediatamente esta entrada para hacerlo saber a los que me seguís. Con independencia de que, casi seguro, os llegue por otro lado.

Las teorías que circulan sobre los supuestos daños que causan, tanto el empleo del teléfono móvil como las emisiones de las antenas que posibilitan su uso, tienen ya bastantes años. Ahora que se está imponiendo el nuevo estándar, el llamado 5G, los contrarios a estas cosas atacan de nuevo, como ya lo hicieron (aunque el asunto va in crescendo) con el 3G o el 4G. Basta darse una vuelta por internet y poner, por ejemplo, anti 5G y encontrarse un buen grupo de webs de colectivos contrarios a esa tecnología. Y basta buscar adecuadamente en Amazon para localizar todo tipo de dispositivos, vestimentas y otros aditamentos para protegerse de la radiación emitida por antenas y dispositivos que la usan.

Pero hete aquí que diversos medios se han hecho eco este fin de semana de una alerta sanitaria emitida por la Autoridad de Seguridad Nuclear y Protección Radiológica (ANVS) de los Países Bajos, según la cual colgantes como el que se ve en la foto que ilustra esta entrada, y otros nueve productos similares que se encuentran en el mercado, utilizados para protegerse contra la radiación 5G, deberían no adquirirse porque, copio literalmente,

Los productos de consumo testados contienen materiales radiactivos y, por lo tanto, emiten continuamente radiación ionizante, exponiendo así al usuario. La exposición a la radiación ionizante puede causar efectos adversos para la salud. Por lo tanto, debido al riesgo potencial para la salud que plantean, estos productos de consumo que contienen materiales radiactivos están prohibidos por ley. La radiación ionizante puede dañar el tejido y el ADN y puede causar, por ejemplo, enrojecimiento de la piel. Solo se han medido bajos niveles de radiación en estos productos específicos. Sin embargo, alguien que usa un producto de este tipo durante un período prolongado (un año, 24 horas al día), podría exponerse a un nivel de radiación que exceda el estricto límite de exposición cutánea que se aplica en los Países Bajos. Para evitar cualquier riesgo, la ANVS pide a los propietarios de dichos artículos que no los usen a partir de ahora.

Resulta que muchos de estos y otros productos, para producir lo que en el mundillo se llaman "iones negativos", pueden contener ceniza volcánica, titanio, turmalina, zeolita e, incluso, elementos radiactivos naturales como el uranio y torio. Por supuesto, solo contienen trazas pero la radiación gamma emitida sigue siendo suficiente para que un equipo de medida de radiación la detecte. Y, en cualquier caso, la radiación gamma es mucho más potente que la emitida por las redes de telefonía.

No me digáis que no es un zasca en toda regla, el cazador cazado. Ya os he dicho en varias ocasiones que siempre que encontréis la palabra Quantum en algún producto aunque sea en un jabón para lavavajillas, mejor os tocáis la cartera. Y el colgante de marras de la foto de arriba lo lleva.

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martes, 30 de noviembre de 2021

Amoniaco "verde" y fertilizantes

No soy muy de utilizar el calificativo "verde". Me pasa como con todo lo que lleva el prefijo "sin". Me parecen herramientas perversas del marketing. Aún y así, en este Blog hemos hablado de plásticos "verdes", hidrógeno "verde", catalizadores "verdes", etcétera. Pues hoy toca hablar del amoniaco "verde" que, en los últimos tiempos, aparece mucho en artículos y publicaciones relacionadas con el progresivo abandono de tecnologías que necesiten del uso de combustibles fósiles y emitan CO2 a la atmósfera. El asunto del amoniaco en un mundo que busca esa descarbonización tiene varias derivadas, porque implica hablar no solo de su producción de cara a la obtención de fertilizantes sino, y esto quizás sorprenda a alguien, en su empleo incluso como combustible. Pero tiempo habrá de volver sobre esto último.

Puestos a descarbonizar el mundo habría que centrarse, sobre todo, en eliminar la quema de combustibles fósiles que mueve el transporte por tierra, mar y aire, emitiendo CO2. O los combustibles a los que pegamos fuego como forma de obtener energía para calentar nuestros edificios o todo lo que algunos sectores industriales necesitan calentar. En este último caso, piénsese, por ejemplo, en los distintos procesos de fundición de metales o en la producción de cemento. Para tener alternativas a todo ello necesitamos aún de un largo trabajo, por mucho que algunos dirigentes políticos no lo expliquen con claridad.

Pero, además, hay emisiones importantes de CO2 que tienen que ver con el propio proceso de producción de materiales y sustancias fundamentales para nuestro modo de vida. La fabricación de cemento, de nuevo, es un buen ejemplo. Un proceso que empieza con el calentamiento a más de 1300ºC de carbonato cálcico (caliza) y arcilla para obtener lo que los técnicos llaman clinker. En ese proceso el carbonato cálcico se descompone y produce óxido de calcio sólido y CO2, que se suma así al que se genera como consecuencia de calentar el horno a esas elevadas temperaturas.

También se genera (y se emite) CO2 en muchos procesos ligados a la industria química, siendo el caso del amoniaco (NH3) el más significativo. A lo largo y ancho de todo el mundo, más de 170 millones de toneladas de amoniaco son fabricadas cada año y más del 80% de esa producción se emplean en la obtención de fertilizantes como el nitrato amónico o la urea (el resto se usa en explosivos, plásticos, productos de limpieza,....). Tanto los fertilizantes arriba mencionados como el propio amoniaco, que se usa como tal en países como USA y Canadá ya en forma gaseosa o mezclado con agua, han sido y están siendo fundamentales en la labor de alimentar a la creciente población mundial.

Los humanos (y otros seres vivos) necesitamos aminoácidos y proteínas para que nuestro cuerpo funcione. En esas moléculas hay nitrógeno, una parte importante del cual (lo que depende mucho de  nuestro tipo de alimentación) lo conseguimos comiendo plantas. Esas plantas consiguen el nitrógeno a través de sus raíces, merced a compuestos nitrogenados existentes en el suelo. Si no los reponemos con fertilizantes naturales (restos de plantas, purines, guano, etc.) o fertilizantes de síntesis, la tierra se agota en esos nutrientes y las plantas no crecen.

Aunque en el aire hay todo el nitrógeno que queramos, ni nosotros ni la inmensa mayoría de las plantas somos capaces de convertir ese nitrógeno en algo utilizable por nuestros organismos. Hay estimaciones que valoran en más de tres mil millones de almas las que no podrían hoy sobrevivir si unos químicos alemanes llamados Fritz Haber y Carl Bosch, no hubieran conseguido, a principios del siglo XX, "fijar" el nitrógeno de la atmósfera, haciéndolo reaccionar con hidrógeno y transformándolo en otra molécula sencilla, el amoniaco. Sin su ayuda, la tierra estaría literalmente agotada en nutrientes con nitrógeno si, usando sólo fuentes de nitrógeno "naturales", tuviera que suministrar la dieta de casi ocho mil millones de humanos.

Pero desde la perspectiva actual, mas de cien años después de su implantación, el proceso Haber-Bosch está en el punto de mira de nuestras urgentes pretensiones de descarbonización. La producción de amoniaco gracias a dicho proceso no es "verde", ya que la síntesis de los 170 millones de toneladas de ese compuesto genera una gran cantidad de CO2. Se estima que, actualmente, la producción de amoniaco supone el 1,8% de las emisiones totales de dióxido de carbono. Algo que puede parecer un pequeño porcentaje, pero no es poco si consideramos que se trata de uno solo de los muchos procesos industriales que pueblan nuestra actividad. De hecho, junto con la producción de acero, de cemento (ya citado) y de etileno, el proceso de obtención de amoniaco es uno de los cuatro "grandes" entre los procesos industriales que mas CO2 mandan a la atmósfera.

Y, como en el caso del cemento, lo hace por dos motivos. Por un lado, la reacción del nitrógeno con el hidrógeno para dar amoniaco necesita de temperaturas y presiones elevadas para que se obtenga un rendimiento razonable, lo que a día de hoy implica el uso de energía derivada de la quema de combustibles fósiles para conseguirlo. Pero también, y sobre todo, porque para llevar a cabo el proceso necesitamos disponer, antes que nada, de la materia prima de la reacción, esto es, nitrógeno e hidrógeno. El primero es fácil porque está en el aire en cantidades inagotables pero no es el caso del hidrógeno, que no está como tal en la Tierra sino en forma de compuestos como el agua o los hidrocarburos.

Y de hecho, el 80% de las emisiones de CO2 atribuibles al proceso de Haber-Bosch no provienen del propio proceso, sino de la necesidad previa de disponer de hidrógeno que, en la actualidad, se obtiene casi en su totalidad a partir de la reacción del metano (contenido en el gas natural) con vapor de agua, produciendo el hidrógeno buscado y CO2 como subproducto. Con esta precisión entenderéis bien por qué andan ahora los agricultores tan alterados con la subida de precio de los fertilizantes. La razón no es otra que la subida en el precio del gas natural, que conlleva subidas en el precio del hidrógeno, en el precio del amoniaco y, al final, en los fertilizantes.

El hidrógeno así obtenido se suele denominar hidrógeno marrón, por aquello de que es un producto derivado de un proceso "sucio" que contamina la atmósfera con CO2. El llamado hidrógeno azul está basado en el mismo proceso pero procurando capturar el CO2 resultante del mismo, una tecnología aún en fase de desarrollo denominada Captura y Almacenamiento de Carbono (CCS en inglés) que consume importantes cantidades de energía. Si esa energía la sacamos de la quema de combustibles fósiles sería la pescadilla que se muerde la cola, al volver a producir CO2. Y finalmente el hidrógeno "verde" que implicaría obtener el hidrógeno a partir de la llamada electrolisis o descomposición del agua en sus elementos hidrógeno y oxígeno que, de nuevo, requiere energía en cantidades respetables.

Y solo si esa energía (o la de la CCS) la sacamos de una potencial combinación de energías sin emisiones de CO2 como la nuclear, la eólica, la luz del sol (fotovoltaica), los pantanos (hidroeléctrica) o las enormes cantidades de energía acumuladas en volcanes y en el interior de la tierra (geotérmica), podremos bautizar al hidrógeno como "verde". Y, consiguientemente, podría utilizarse en la síntesis de un amoniaco "verde" o casi (que no todo es tan sencillo como lo he resumido).

La última idea, sin embargo, no es ciencia ficción. Iberdrola y Fertiberia han lanzado a bombo y platillo su colaboración en un proyecto que debería empezar a funcionar pronto en Puertollano (Ciudad Real), donde Iberdrola invertiría en una "granja" solar para producir electricidad que, en parte, emplearía en obtener oxígeno e hidrógeno descomponiendo agua por electrolisis. Para obviar el problema de la intermitencia (las celdas solares solo producen electricidad de día y si hay sol) instalarían también una batería como forma de acumular la energía sobrante en días de sol y usarla cuando no hay sol. Fertiberia usaría el hidrógeno así obtenido para fabricar amoniaco y el oxígeno para fabricar ácido nítrico, utilizando también la energía proveniente de la granja solar. Ambos compuestos químicos se usarían después para fabricar nitrato amónico, un fertilizante habitual. Un diagrama ilustrativo de las diferentes implicaciones del proyecto lo podéis ver aquí.

Por supuesto, esto es sólo un pequeño paso que no va a cambiar radicalmente el panorama. La nueva instalación solo produciría alrededor de 720 toneladas de hidrógeno "verde" al año, lo suficiente como para producir aproximadamente 4.000 toneladas de amoníaco "verde", el 2% de la capacidad total de la planta de Puertollano que es de 200.000 toneladas/año. Pero por algo hay que empezar.

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lunes, 22 de noviembre de 2021

Microplásticos en vacas, cerdos y cadáveres.

En alguna de las entradas que en el verano del 2019 colgué sobre microplásticos, ya manifesté mi preocupación por el posible efecto que en nuestro organismo pudiera tener la ingestión de bebidas o alimentos conteniendo nanopartículas de plástico, un escalón más en el deterioro que ese material va sufriendo con el uso y el tiempo. Por debajo de un cierto tamaño, que entra en el dominio de la millonésima del milímetro, esas partículas pueden ser susceptibles de traspasar membranas celulares e incorporarse a nuestro torrente sanguíneo (en lugar de ser expulsadas a través de las heces) y distribuirse por todos los órganos que la sangre riega. Y una vez asentadas en ellos pudieran ser el origen de problemas. No en vano tenemos el precedente de las partículas de amianto y sus terribles consecuencias. Así que sigo la literatura al respecto con cierta asiduidad para ver lo que se va configurando en el tiempo.

Por ahora no he encontrado literatura concluyente al respecto, más allá de ciertos ensayos realizados a nivel de laboratorio con células de animales o con animales a los que deliberadamente se ha alimentado con distintas cantidades de micro y nanoplásticos. Pero nada relevante que tenga que ver con la vida real que animales y humanos llevamos en el día a día y las cantidades que pudiéramos ingerir. Recientemente, sin embargo, han caído en mis manos un par de noticias al respecto, provenientes de dos grupos de investigación. Una tiene que ver con la presencia de microplásticos en la sangre de vacas y cerdos en granjas holandesas y la otra con la contaminación por plásticos en órganos provenientes de cadáveres humanos, estudio llevado a cabo por parte de científicos de la Universidad de Arizona.Y la verdad es que, por el momento, no han subido mis niveles de preocupación. Y voy a explicar por qué.

En el caso del estudio de las vacas y cerdos, la alerta me llegó por parte de un amigo de la infancia, veterinario para más señas, y que la había leído en un periódico español. Aunque también se han hecho eco de la noticia otros periódicos europeos como el Times o el Daily Mail, así como algunas webs de ganaderos. En realidad no estamos hablando de un artículo que, por ahora, haya sido publicado en una revista científica, tras una adecuada revisión de pares. El estudio se presentó en un congreso celebrado a finales del pasado octubre, organizado  en Amsterdam por una Fundación cuyo nombre es Plastic Soup Foundation. Tengo que reconocer que con sólo leer el nombre arqueé mis pobladas cejas. Y más tras ver que la conferencia final la daba Charles Moore que fue quien acuñó el hoy desprestigiado término de "islas de plástico". El trabajo fue presentado por la líder de un grupo de investigación radicado en la Universidad Libre (Vrije University) de la propia Amsterdam y si estáis interesados podéis ver su presentación en este vídeo de YouTube que, con lo publicado en los periódicos, son los únicos datos de los que dispongo.

Aparte del nombre de la entidad organizadora, hay algunas cuestiones técnicas que, tras revisar el vídeo, me plantean interrogantes que con lo que en él se enseña no puedo por ahora resolver. Aunque antes de nada hay que decir que el tamaño de la muestra investigada da para pocas conclusiones: una docena de vacas lecheras holandesas y una media docena de cerdos. Pero ya en cuestiones más técnicas, me sorprende que en lugar de aislar las partículas de plástico presentes en la sangre y contarlas e identificarlas por las técnicas habituales (microscopía y espectrofotometría infrarroja y/o Raman), las investigadoras usen una técnica que conozco bien y que implica como primer paso pirolizar la muestra, esto es, destruir mediante calor las largas moléculas de los diferentes plásticos presentes y, a partir de ahí, deducir de qué plásticos provienen. No digo que no se pueda hacer, sino que hay técnicas más adecuadas. Y también me sorprende, y mucho, que en todos los animales investigados los análisis identificaban PVC, mientras que otros plásticos mucho más usados, como el polietileno y el polipropileno, aparecen con menor incidencia. Así que tendré que esperar con paciencia a ver si publican un artículo con esos resultados y los puedo considerar mejor. 

La otra noticia saltó en la reunión de la American Chemical Society (ACS) celebrada en Atlanta a finales de agosto y me enteré de ella gracias a mi antigua estudiante y amiga Ainara Sangroniz que desde la Colorado State University, donde realiza una estancia postdoctoral,  me tiene informado de todo lo que su innata curiosidad por la Química capta en revistas especializadas y redes. En un primer momento, la noticia en la web de la ACS hacía mención en su título a que científicos de la Universidad de Arizona habían detectado microplásticos, nanoplásticos y monómeros (la materia prima con la que se sintetizan los plásticos) en tejidos de cadáveres humanos usando una técnica denominada citometría de flujo.

Pero, a los pocos días,  la propia ACS clarificaba en una nota añadida a la misma página que ese título se refería a dos comunicaciones distintas provenientes, eso sí, del mismo Grupo de investigación. Por un lado, una de las comunicaciones daba cuenta del uso de la técnica citada trabajando con tejidos humanos a los que se habían "infiltrado" deliberadamente microplásticos. Y en otra comunicación se daba cuenta de la detección en los órganos de los cadáveres (y mediante otra técnica), de (cito literalmente): "contaminación plástica en forma de monómeros, o bloques de construcción de plástico. El bisfenol A (BPA), todavía utilizado en muchos envases de alimentos a pesar de los problemas de salud, se encontró en las 47 muestras humanas investigadas". La página en cuestión puede verse aquí.

O sea, que los de Arizona no son muy de fiar. La frase en cursiva recordará a los viejos de este Blog a nuestro amigo Nicolás Olea cuando decía que los niños de Granada meaban plástico, cuando lo que había encontrado en sus pises era bisfenol A, el monómero con el que se sintetiza el polímero llamado policarbonato.

Mi preocupación por los nanoplásticos en nuestra dieta sigue vigente pero, mientras tanto, tengo que leer cosas como las mencionadas, puestas en las redes por las agencias de prensa de las Universidades y, de rebote, por los periodistas más alarmistas. Trabajo no me falta.

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martes, 2 de noviembre de 2021

Mercurio y amalgamas dentales

Para los que siguen este Blog desde hace tiempo no es una novedad mi debilidad por el mercurio, en buena medida resultante de su condición de ser el único metal de la Tabla Periódica que, a temperatura ambiente, se presenta en estado líquido. Basta poner en el buscador de arriba a la izquierda la palabra mercurio y os saldrán más de una docena de viejas entradas que tienen que ver con lo que los árabes llamaban azogue. Por eso he participado con agrado, vía online, en los actos de la proclamación de Almadén (Ciudad Real) y sus minas como Sitio Histórico de la Sociedad Europea de Química (EuChemS), celebrados el pasado 15 de setiembre. Almadén es uno de los pocos sitios del mundo en el que se ha extraído el principal mineral o mena de mercurio en la Tierra, el cinabrio o sulfuro de mercurio.

Que el mercurio es peligroso no admite duda alguna. Una serie de incidentes muy graves a partir de los años 50 (ver aquí) lo pusieron claramente de manifiesto, mostrando también su acumulación en el pescado que puede conducirlo finalmente a nuestras mesas. Todo ello ha acabado por generar un acuerdo internacional, el Tratado de Minamata, firmado en 2013 por muchos países, que busca reducir el suministro y comercio de mercurio, eliminar o reducir ciertos productos y procesos que usan mercurio y controlar las emisiones y liberaciones del mismo. Minamata hace referencia a uno de los incidentes mencionados arriba, un trágico envenenamiento por mercurio de muchas personas residentes en esa bahía japonesa, consumidoras de pescado contaminado por el mercurio vertido por una empresa situada en la misma. Más de 900 personas murieron y más de 2000 resultaron afectadas con lesiones graves.

Pero a este vuestro Búho (y, como se ve, a la EuChemS) no le gusta que se entierre al mercurio como un apestado. Como no me gusta que Boris Johnson, calentando estos días el ambiente para la COP26 de Glasgow sobre el Cambio Climático, haya llamado a la máquina de vapor, precursora de la Revolución Industrial del siglo XVIII, "máquina del apocalipsis". La Revolución Industrial ha conllevado ciertamente el crecimiento de la concentración de CO2 en la atmósfera, pero tanto ella como el mercurio, además de males, también han proporcionado beneficios incontestables al desarrollo de la Humanidad.

Por solo poner algunos ejemplos, el uso de termómetros y barómetros, rellenos de mercurio, han ayudado a medir la evolución del clima (todavía damos la presión atmosférica en milímetros de mercurio) o el curso de nuestra temperatura corporal en una enfermedad. Y el mercurio como metal ha estado en el origen del llamado proceso Castner-Kellner en el que, a partir de disoluciones de la humilde sal de cocina, se han obtenido cantidades industriales de sosa caústica y gas cloro. Este último indispensable para la cloración del agua potable que, en mi opinión, es una de las contribuciones más efectivas de la Química al bienestar de la Humanidad, al habernos ayudado (y seguir haciéndolo) a salvar millones de vidas humanas. Y, finalmente, hablemos de los beneficios del mercurio derivados del tema que da título a esta entrada.

Entre las restricciones del tratado de Minamata se encuentra el uso de las amalgamas de mercurio, que aunque aparecidas en Alemania en 1528, se han utilizado de forma profusa desde el siglo XIX como material restaurativo en odontología debido a su bajo costo, facilidad de aplicación, fortaleza y durabilidad. Pero mucho antes de la convención de Minamata, quizás desde los años ochenta y noventa del siglo XX, algunos dentistas comenzaron con una agresiva campaña para eliminar esas amalgamas aduciendo razones estéticas pero, sobre todo, razones de salud, al atribuir al mantenimiento en la boca de dichas obturaciones todo tipo de males, desde cánceres de hígado y riñón a problemas alérgicos o dermatológicos. Y basta darse una vuelta por las webs de conocidas clínicas dentales para ver que, todavía a día de hoy, esa campaña (y el lucrativo negocio que implica) continúa.

Si uno revisa la literatura científica de los que abogan por la eliminación de las amalgamas dentales (véase por ejemplo este artículo bastante citado) el origen del problema parece estar en que las amalgamas a base de mercurio están desprendiendo continuamente vapor de mercurio en la boca que, posteriormente, es incorporado en diferentes órganos de nuestro cuerpo tanto como tal elemento como en forma de compuestos orgánicos e inorgánicos de él derivados. Es cierto que el mercurio metálico, a temperatura ambiente, es un líquido y, por tanto, puede desprender vapores de mercurio. Pero en ese artículo mencionado arriba parece olvidarse que, en una amalgama, el mercurio no se encuentra en estado líquido sino en estado sólido y, como tal sólido, la tendencia a pasar a la fase vapor (presión de vapor en la jerga de los químicos) es tres o cuatro órdenes de magnitud más pequeña que la tendencia a pasar a vapor desde el líquido, tendencia también pequeña, pues el punto de ebullición del mercurio es 357ºC.

Así lo dejó claro la Unión Europea en un extenso informe en mayo de 2008 sobre las amalgamas dentales y sus alternativas. Tras concluir que no existe evidencia científica de que puedan darse riesgos de efectos sistémicos adversos como consecuencia del uso actual de amalgamas dentales, apunta posteriormente que la principal exposición al mercurio en personas con restauraciones de amalgama ocurre durante la colocación o extracción de los empastes. Eliminarlos implica un aumento transitorio de la exposición de los pacientes a niveles relativamente altos de mercurio y no existe una justificación clínica para retirar las restauraciones de amalgama clínicamente satisfactorias, excepto en pacientes con sospecha de reacciones alérgicas a los componentes de la misma. La liberación de mercurio durante la colocación y remoción también da como resultado la exposición al mismo del personal sanitario pero ningún estudio ha demostrado que ese personal sufra los síntomas clásicos de intoxicación por mercurio.

Esa misma recomendación aparece en uno de los primeros párrafos de este documento de la FDA americana de fecha mucho más reciente, setiembre de 2020. Que en un párrafo ulterior nos informa de que el peso de la evidencia existente no muestra que la exposición al mercurio de la amalgama dental produzca efectos adversos para la salud en la población en general, y su estabilidad es mejor que la de materiales alternativos, especialmente para restauraciones grandes.

Así que no parece que los más viejos de cada lugar, a los que de forma extensa nos obturaron las caries con amalgamas entre los años 50 y 90, vayamos a sufrir grandes padecimientos como consecuencia del mercurio de las mismas. Puestos a buscar algún problema y ya que escribo en el día de los muertos, ese puede venir de que nos incineren con las amalgamas puestas. El mercurio va a estar por encima de su temperatura de ebullición y pasará directamente al ambiente en fase vapor.

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lunes, 25 de octubre de 2021

El Nobel de Química de 2021: la larga huella de Louis Pasteur

El pasado seis de octubre, la Real Academia Sueca de Ciencias anunciaba la concesión del Premio Nobel de Química 2021 a Benjamin List y David W.C. MacMillan por "el desarrollo de la catálisis orgánica asimétrica". Y en esos días andaba vuestro Búho ordenando carpetas en su ordenador y acababa de poner en sitio adecuado una serie de documentos sobre la vida y obra de Louis Pasteur, que me sirvieron en su día para una charla sobre la chiripa en los descubrimientos científicos. Y la cosa me ha venido al pelo para explicaros lo que se encierra en esas tres palabras que aparecen en la adjudicación del Nobel.

Sobre todo lo de asimétrica, porque supongo que casi todos mis lectores sabrán que catálisis es la palabra que define la labor de un catalizador, una sustancia que controla y acelera una reacción química. Son por tanto unos "facilitadores" de la labor de los químicos, con la peculiaridad de que no se consumen durante las reacciones que aceleran. Y hay estimaciones que indican que más del 30% del PIB mundial, de alguna forma, tiene que ver con el uso de catalizadores. Lo de "orgánica" no tiene que ver con el uso espúreo que del termino se hace cuando se relaciona con cosas "naturales", saludables, sin pesticidas, y similares. Orgánico para un químico es un compuesto constituido fundamentalmente por átomos de carbono. Además de él, en los compuestos orgánicos suele haber hidrógeno, oxígeno y otros átomos de elementos comunes como el nitrógeno, el azufre, el fósforo... Compuestos orgánicos son las enzimas, catalizadores de la mayoría de los procesos que ocurren en nuestras células y que, en muchos casos, son proteínas, largas cadenas de unidades que llamamos aminoácidos y sobre los que volveremos.

Finalmente, el calificativo de asimétrica, ya tiene algo más de intríngulis y nos conduce a la historia de Pasteur, quien en 1848 tenía 25 años y se iniciaba en la carrera científica. Aunque luego más conocido por la pasteurización y por su vacuna antirrábica, su primer empeño fue resolver uno de los enigmas químicos de la época. El ácido tartárico, utilizado en ese tiempo como fijador de colores en tejidos, se obtenía a partir de una de sus sales, el tartrato ácido de potasio, que se forma en la fermentación del vino y que suele aparecen en forma de cristales en las barricas y en los corchos de vinos embotellados. Pero desde casi treinta años antes de ese 1848, había en el mercado dos tipos de ácidos tartáricos, derivados de procesos industriales diferentes.

Ambos compuestos tenían idéntica fórmula molecular (C4H6O6) y muchas otras propiedades físicas y químicas iguales pero mostraban una peculiar e intrigante diferencia. En la época de Pasteur había un aparato muy popular entre los físicos y químicos, el polarímetro, en el que una luz polarizada (que vibra en un solo plano) se pasa a través de un líquido o disolución, observándose, a veces, que unos y otras desviaban el plano de la luz hacia un lado u otro del plano original, lo que se conocía como actividad óptica de las sustancias. Pues bien las disoluciones del comúnmente denominado ácido tartárico desviaban el plano de la luz polarizada hacia la derecha, mientras que las disoluciones del otro (al que se denominó ácido paratartárico) no lo hacía. Y algo similar pasaba con sus sales, los tartratos.

Pasteur, que tenía formación como cristalógrafo, empezó por estudiar los cristales de estas sustancias con los rústicos microscopios de la época que necesitaban cristales un poco grandes para poder observarlos. Pero con su experiencia previa en el asunto consiguió tamaños como los que se ven en el recipiente de la imagen que ilustra esta entrada (se puede ampliar clicando sobre ella). Con paciencia bizantina observó cientos de cristales de ambos ácidos para tratar de descubrir sus diferencias y su empeño tuvo frutos cuando pudo comprobar que mientras en el ácido tartárico solo había un tipo de cristales, en el paratartárico había dos y uno era la imagen especular (en un espejo) del otro. A esa peculiaridad, que plasmó en maquetas de madera como las que también se ven en la foto de arriba, Pasteur la llamó en francés dissimétrie pero hoy en día se usa más habitualmente el término asimetría, de donde nace el empleado por la Academia Sueca de Ciencias.

Con la ayuda de unas simples pinzas, Pasteur fue separando los dos tipos de cristales asimétricos del paratartárico. Posteriormente disolvió los cristales separados en agua e introdujo sus disoluciones en el polarímetro. Observando (como dice en la memoria presentada a la Academia de Ciencias francesa en octubre de 1848) "avec surprise et bonheur" que unas desviaba la luz a la derecha (como las del ácido tartárico) mientras que las otras la desviaba a la izquierda. Para rematar la jugada, la disolución de una mezcla al 50% de ambos tipos de cristales no la desviaban en absoluto. La cosa para Pasteur era obvia. Lo que se conocía como ácido paratartárico era la mezcla al 50% de esos cristales "iguales y distintos". Y solo un tipo de ellos era el que correspondía al ácido tartárico. Pero Pasteur fue más lejos y lanzó la hipótesis de que, dado que los cristales desaparecían como tales al disolverlos, la manifiesta peculiaridad óptica tenía que residir en la estructura química de los compuestos, es decir en la disposición en el espacio de los átomos que los forman. Hipótesis arriesgada para la época pues poco se sabía entonces sobre esa disposición de los átomos que forman una determinada molécula.

Hoy sabemos que esa intuición de Pasteur era correcta. En muchos compuestos orgánicos el carbono se une a otros átomos o grupos de átomos mediante cuatro enlaces dirigidos a los vértices de un tetraedro. Como pasa en el caso de los aminoácidos de nuestras proteínas, cuya fórmula general ilustra la figura de la derecha. Ahí se ve que el carbono central (C) está unido a un hidrógeno, a un grupo ácido (-COOH), a un grupo amino (-NH2) y a un grupo R genérico, que puede ser, por ejemplo, un grupo metilo (-CH3) y tenemos el aminoácido conocido como alanina.

Solo con un carbono de ese tipo podemos tener dos moléculas en las que una es la imagen en un espejo de la otra, como también se ve en la figura. Esas moléculas no se pueden superponer la una sobre la otra como no pueden superponerse nuestras dos manos cuando se ponen una sobre otra con las palmas para abajo (las orejas es otro caso similar, imagina que te las cortaran y el cirujano te las pusiera en el lado equivocado). Como ambas moléculas tienen la misma fórmula las llamamos isómeros, un término acuñado por Berzelius, otro químico prominente del siglo XIX. Y como uno es la imagen especular del otro, y volviendo al símil de la mano,  los llamamos isómeros quirales (del griego χειρ (kheir), mano). Al carbono causante de ese efecto se le llama quiral o asimétrico. Y ambas moléculas tienen la propiedad de desviar el plano de la luz polarizada a uno u otro lado.

Esa aparente nimia diferencia entre dos moléculas iguales pero distintas implica otras consecuencias importantes. Por ejemplo, en el ámbito farmacéutico, una de ellas pueda ser activa en un determinado tratamiento y la otra no. El caso de la talidomida es particularmente dramático como ya conté hace algún tiempo en mi semblanza de Frances Kelsey en Mujeres Con Ciencia. Introducida como uno más de los medicamentos relajantes comercializados en los 50 (valium, veronal), se vendió como tratamiento de los habituales vómitos matutinos de las gestantes durante los primeros meses de embarazo. El resultado fue la aparición en Europa y América del Norte de 10.000 casos de focomelia, que se manifiesta en la ausencia o mal desarrollo de las extremidades de los fetos. Hoy sabemos que en el fármaco comercializado se encontraban dos versiones de la misma molécula de talidomida (C13H10N2O4), una con efectos teratógenos sobre el feto y la otra, imagen especular de la anterior, con los buscados efectos tranquilizantes.

Muchas moléculas de actividad farmacológica, óptica o con otras propiedades pueden tener bastantes carbonos asimétricos, con lo que pueden dar lugar a muchos isómeros quirales. Para conseguir sintetizar el isómero concreto que nos interesa precisamos de la ayuda de un catalizador. Hasta el año 2000, lo habitual era emplear catalizadores a base de metales para estos usos. Que tienen el problema de que muchos de ellos son tóxicos para el medio ambiente y que para que funcionen bien se suelen requerir atmósferas en las que no haya oxígeno o humedad. Eso, que es relativamente fácil de conseguir en un pequeño reactor de laboratorio, complica mucho su obtención de forma rentable a nivel industrial. La introducción por McMillan y List de catalizadores orgánicos asimétricos, premiada en el Nobel, soluciona ese problema y permite una síntesis de moléculas asimétricas de forma barata, reproducible y con sustancias de poco impacto ambiental.

Y una coda final al hilo de estos temas. Si en la doble hélice del ADN, miráis a través de su eje hacia abajo, cada una de las dos hélices sigue una trayectoria en el sentido de las agujas del reloj al alejarse del observador. Y no el contrario, que sería su imagen especular. Algo ciertamente fascinante que Pasteur ya intuyó, aunque no podía explicarlo con el conocimiento de la época.

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martes, 28 de septiembre de 2021

Aromas "animálicos"

Conocía que el término animálico no estaba en el diccionario de la RAE. Pero quise saber lo que pudiera decir al respecto la FUNDEU (Fundación del Español Urgente) y lo pregunté en su web. De forma diligente, como suelen, me contestaron en unas pocas horas que aunque dicho término forma parte del ámbito de los cosméticos, lo habitual en español es usar el término de "origen animal". Con lo que los que no hayan oído nunca el término del título ya saben de qué hablamos, de aromas que recuerdan olores animales. Y me metí en este lío porque una lectura casual en una revista de coches, a los que siempre he sido aficionado, me recordó que hace tiempo prometí completar la información sobre un tipo de ingredientes que forman parte de la prehistoria de la perfumería. Resulta que Ford ha empezado a vender en Europa la versión eléctrica de su mítico Ford Mustang, denominada Mach-E. Y casi al mismo tiempo, la marca americana ha lanzado una fragancia bajo ese mismo nombre, fragancia que pretende (leo textualmente) que los conductores de ese vehículo no echen de menos los olores y sensaciones de los legendarios Mustang de combustible fósil. Según dice la noticia, la agradable fragancia final lleva tonos de gasolina, notas ahumadas que recuerdan a los sufridos neumáticos e, incluso y a eso iba, algún elemento animálico.

Desde los inicios de la perfumería, los perfumistas no han usado solo extractos de flores o plantas para generar lo que se llama una fragancia base, sino también componentes derivados de olores animales. En este Blog ya hay una entrada dedicada específicamente a uno de ellos, el ámbar gris, una secreción semisólida formada en el intestino de los cachalotes cuando se ponen ciegos a comer calamares gigantes, lo que genera una especie de bolo intestinal que, si pueden, acaban expulsando en tamaños que van desde los gramos hasta las decenas de kilos. Recién expulsados por el cachalote son negros y viscosos, con aromas fecales como nota olfatoria distintiva. Pero, mientras flota en el mar, va sufriendo un proceso de oxidación debido al oxígeno del aire, al sol, al agua de mar y a la temperatura, que lo va convirtiendo progresivamente en algo más blanquecino y duro que ya no huele tan mal y por eso se usó en perfumes.

Musk (en castellano almizcle) es un término que muchas fragancias lo llevan hasta en su nombre comercial. Derivado del sánscrito muská, que significa testículo, ese reputado componente en los perfumes de la familia de los almizcles, provenía en el pasado de una glándula situada en la zona anal de los machos del ciervo almizclero, que segrega una sustancia como reclamo para atraer a las hembras de su especie. Algo similar a lo que ocurre en otros animales como la civeta o el castor. En esos tres casos, esas glándulas se extraían sacrificando a los animales y para eliminar su repugnante olor original, se dejaban secar. Tras lo cual se trituraban y se introducían en alcohol. Tras una filtración, la disolución alcohólica resultante (denominada tintura) presenta agradables aromas que se han usado durante decenios en perfumes míticos como el Chypre de François Coty (1917) o el Chanel 5 en su versión original (1921).

Otro animal que se han usado en perfumería es el damán del Cabo (Procavia capensis), aunque en este caso no era necesario sacrificar al animal. Se trata de un pequeño mamífero de Sudáfrica con la apariencia de un gran roedor. La orina rica en feromonas de los miembros de una colonia de damanes se deposita siempre en el mismo lugar, generalmente cuevas. Después de años o siglos, la orina se petrifica y toma la forma de una piedra de un color marrón oscuro (Hyraceum). Aunque no es una nota muy extendida en perfumería, se ha venido usando desde la antiguedad.

De una de las glándulas del ciervo almizclero, una vez sacrificado, no se obtenían mas allá de 20 o 30 gramos de la materia seca usada para obtener las tinturas de almizcle. Así que no es de extrañar que a mediados del siglo XIX, cuando el aroma se puso de moda entre la gente de posibles, el precio se disparó. La chiripa hizo que, en esa época, un tal Albert Baur, un químico que andaba buscando sustancias parecidas al Trinitro Tolueno (TNT), uno de los explosivos más famosos, descubriera en 1888 un compuesto relativamente parecido químicamente al TNT que, aunque no servía como explosivo, tenía un olor agradable, dulce y almizclado. Ese fue el inicio de una serie de otros compuestos que hicieron rico a Baur y que se conocen como Nitroalmizcles que reproducían los olores de los almizcles animales e, incluso, alguno de origen vegetal. También usado alguno de ellos en el Chanel 5 ya mencionado, se han ido posteriormente eliminando como materia prima de la perfumería por su carácter neuro- o fototóxico, aunque es cierto que constituyeron el punto de partida para nuevas sustancias químicas de síntesis que reprodujeran el olor de los almizcles naturales, permitiendo así dejar en paz a los pobres animales.

Pero hay un detalle que siempre constituyó un desafío para químicos posteriores a Baur. Los nitroalmizcles no son moléculas que se encuentren realmente en las tinturas de ciervos almizcleros, civetas o castores o en los extractos de damanes. Así que, sí o sí, era preciso tratar de aislar, identificar y, en último extremo, sintetizar las verdaderas moléculas que dan el aroma característico a esos productos de origen natural. Pero la cosa ha llevado su tiempo. En 1906, ya se pudo aislar la molécula química que proporcionaba el olor característico de la tintura obtenida con la materia seca de la glándula del ciervo almizclero, sustancia que su descubridor Heinrich Walbaum denominó Muscona y que, curiosamente, estaba en la materia seca en concentraciones tan pequeñas como el 1%. El establecimiento de la estructura química exacta de la Muscona (abajo a la izda) se debe al Premio Nobel de Química 1939, Leopold Ruzicka. Ello abrió la vía para conocer la estructura de la civetona (identificada en la civeta) con estructura química parecida. En el caso del castor, la cosa se está resistiendo.

Muscona y civetona, asi como otras moléculas relacionadas que hoy en día también se usan en perfumería son, como se ve en el caso de la muscona, moléculas complejas constituidas por ciclos de muchos átomos de carbono y algún oxígeno o, en otros casos, por varios ciclos unidos entre si. Y sintetizarlas en un laboratorio no fue un asunto baladí. El punto clave fue el desarrollo en los años 90 de un método de síntesis que le valió a Robert Grubbs el Premio Nobel de Química en 2005. Merced a ello, además de la muscona y la civetona sintéticas, hoy en día tenemos toda una serie de moléculas conocidas en perfumería como White musks o Almizcles blancos y que se están usando de modo regular en muchas fragancias como la denominada White de Armani o la Clair de musc de Serge Lutens.

Cuando os quieran vender, con marketing agresivo, el origen "natural" de los perfumes, recordad siempre que casi todos los aromas que hoy se emplean en las fragancias base de los mismos son sintéticos, aunque muchos de ellos con la misma estructura química que el aroma distintivo de una flor, una planta o un animal. Y se usan más, entre otras cosas, porque son más baratos.

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martes, 14 de septiembre de 2021

Modificando la Química de la atmósfera

Una amiga y lectora asidua de este Blog me preguntaba esta semana si yo sabía algo sobre los chemtrails. Y me acompañaba la pregunta con una noticia que le habían pasado por WhatsApp. La noticia provenía de Alerta Digital, una plataforma difícil de tildar como periodismo veraz. Según una de sus redactoras y en el titular de la noticia "Pedro Sánchez da luz verde a los ‘chemtrails’: el Ejército se prepara para fumigarnos desde el cielo". La noticia  está fechada el 19 de abril de 2020 (en plena pandemia) y el argumento arranca de la publicación en el BOE del 17 de abril de ese año de una serie de medidas para combatir dicha pandemia. Entre ellas, se facultaba al Ejército para utilizar biocidas en labores de desinfección. Labor que se llevó a cabo en varios sitios oficiales como estaciones o aeropuertos. Y en la misma orden se autorizaban también labores de desinfección con dispositivos aéreos. La noticia de Alerta Digital es pues pura conspiración política.

Las estelas de condensación o contrails (un acrónimo de condensation y trails) son esos rastros que, en ciertas condiciones meteorológicas, dejan en el cielo los aviones. Como los que se ven en la foto que ilustra la entrada y que provienen del hecho de que los motores de los reactores despiden gases (sobre todo CO2 y vapor de agua) que quedan patentes en la atmósfera durante un tiempo variable. Pero el termino contrails deviene en chemtrails (de chemical y trials) o estelas químicas si, como dicen los que creen en noticias como la arriba comentada, nos fumigan desde el cielo productos químicos tóxicos, microbios patógenos, nanopartículas y todo tipo de cosas con efectos perniciosos para los seres vivos, dentro de un plan preconcebido para destruirnos.

La noticia que llamó la atención de mi amiga no merece emplear mucho tiempo. La teoría de que los aviones nos están fumigando constantemente con todo tipo de productos químicos es más vieja que mear en pared. Además de ser una versión más de la Quimiofobia que nos invade, está muy lejos de ser propia del microcosmos español. Probablemente sea en EEUU donde más literatura se ha generado al respecto. Véase, por ejemplo, este documento en el que Luis Alfonso Gámez en su conocido blog Magonia, hace un repaso de diferentes Instituciones que han desmontado el bulo. En los archivos de ese Blog figuran decenas de otras entradas sobre el mismo tema. O este otro, publicado por Enrique Sánchez en The Conversation en 2019, poco después de que otra irresponsable periodista (ésta nada menos que de RTVE) sacara el tema en su página de Twitter. El artículo nos proporciona contundentes razones para refutar los argumentos de los que creen en la conspiración.

Pero al hilo de la modificación de la atmósfera, la pregunta en caliente de mi amiga me viene al pelo para contaros algo que, de alguna forma, tiene que ver con el tema y sobre lo que he leído este verano en el libro The story of CO2. En el asunto del calentamiento global que se viene observado en los últimos decenios y su atribución al aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera, son bastantes los científicos que piensan que las medidas adoptadas en el llamado Acuerdo de París de 2015, para limitar el consumo de combustibles fósiles, no van a llegar a tiempo para poder cumplir el objetivo de que la temperatura no suba por encima de un grado y medio o dos grados con respecto de la que había antes de la Revolución Industrial. Entre otras cosas porque países como China, India, Rusia, Brasil o Irán (entre otros) van a necesitar grandes cantidades de energía para los próximos años y va a ser difícil impedirles que echen mano de los combustibles fósiles que poseen en muchos casos. Así que parece razonable el considerar otras posibles medidas para tratar de frenar el aumento sostenido en la concentración de CO2 en la atmósfera y/o para intentar enfriar a esta.

En lo tocante a eliminar el CO2 de la atmósfera, se proponen soluciones como la de incrementar la masa vegetal del planeta, que usa el CO2 y la luz en el llamado proceso de fotosíntesis para generar sus propios tejidos y crecer, siendo por tanto un posible sumidero de CO2. Pero la extensión de las zonas que habría que reforestar para conseguir un efecto significativo y su impacto en el medio ambiente o en el ámbito agrícola no serían despreciables. La otra posibilidad es eliminar una parte del CO2 que hemos ido acumulando en el aire mediante procesos físicos o químicos. Eso es lo que se hace, por ejemplo, en una planta que se acaba de inaugurar cerca de Reykjavik en Islandia, capaz de capturar 4000 toneladas anuales de CO2, tras pasar el aire a través de ciertas membranas selectivas que separan ese gas del resto de componentes del aire (de esto vuestro Búho sabe un poco). El proceso es costoso de implantar y, sobre todo, consume importantes cantidades de energía. Si la sacáramos de la quema de combustibles fósiles sería la pescadilla que se muerde la cola. De ahí que esta planta se haya instalado en Islandia, donde es posible usar fuentes de energía geotérmica, una renovable muy común en el país de los volcanes. Pero, para poner las cosas en su contexto, os recuerdo que las emisiones anuales globales de CO2 se sitúan en los miles de millones de toneladas.... Así que mucha instalación de captura y mucha energía renovable necesitaríamos.

Todos estos problemas no se le escapaban a un científico eminente como Paul J. Crutzen, Premio Nobel de Química en 1995, según reza en la concesión por "su trabajo en la Química atmosférica, particularmente en los relativo a la formación y descomposición del ozono". En el año 2006, publicaba un artículo en la revista Climatic Change bajo el título "Mejora del albedo mediante la inyección estratosférica de azufre". Para los que no os suene el término albedo, os diré que es el porcentaje de la energía proveniente del sol que es reflejado por las nubes, las masas glaciares de color blanco, etc. y que no se emplea para calentar el planeta. Si, por ejemplo, la masa de hielo en Groenlandia o en la Antártida se funden, el albedo disminuye porque el hielo es mejor reflector que la tierra que se deja al descubierto y el planeta se calienta más.

La alternativa de Crutzer en el artículo tenía en parte que ver con la entonces relativamente reciente erupción del volcán Pinatubo en Filipinas en 1991. Esa erupción inyectó cantidades masivas de gases y partículas en la atmósfera, llegando hasta la estratosfera (por encima de los doce kilómetros de altitud) e impidiendo la llegada de la luz del Sol a muchas regiones durante extensos períodos de tiempo. La temperatura global de la Tierra disminuyó en más de medio grado en los dos años subsiguientes a la erupción principal, volviendo a retomar posteriormente el ascenso. Crutzer estima en el artículo citado que la erupción del volcán filipino inyectó en la atmósfera del orden de 6 millones de toneladas de azufre que transformado en partículas sólidas de sulfato suspendidas (aerosoles) produjeron el descenso de temperatura mencionado. Crutzer proponía  inyectar en la estratosfera compuestos de azufre como el anhídrido sulfuroso, el ácido sulfhídrico u otras moléculas con azufre adecuadas a la estrategia de producir aerosoles de sulfato.

Desde entonces, la cuestión aparece de cuando en cuando en la literatura bajo el común término de Geoingeniería. En algunos artículos, se han evaluado incluso los costos y las necesidades logísticas para hacerlo (ver aquí y aquí). Pero la propuesta tiene por el momento muchos detractores, que basan sus argumentos en los posibles efectos secundarios de este tipo de prácticas.

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lunes, 23 de agosto de 2021

Arrhenius y el calentamiento global

Estos ultimos días ando algo (bastante) entretenido con el asunto del nuevo Informe de Evaluación o Assessment Report (AR) del Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC). Es el sexto de una serie que empezó en 1990 y por eso este último se denota como IPCC AR6. Es un tema que sigo regularmente desde hace mas de diez años, aunque me cuesta lo mío leerme estos informes. El que se publicó el pasado lunes 9 de agosto, al igual que los anteriores, emplea una terminología que es solo para iniciados, una condición que este vuestro Búho no tiene. Aún y así, entre lo que he ido entresacando de los diversos capítulos del informe que me resultan más accesibles (tiene 1400 páginas) y los múltiples comentarios que surgen cada día en los medios y RRSS (generalmente en términos apocalípticos), mi carpeta bautizada como IPCC AR6 se está llenando a ritmo vertiginoso. Y al hilo de este trajín, me voy a permitir contaros una historia sobre el calentamiento global antropogénico (debido a los humanos) que me es relativamente próxima, dada mi formación como químico.

Svante August Arrhenius (1859-1927) es para muchos de los que nos hemos dedicado a enseñar esa parte de la Química denominada Química Física, uno de los padres de dicha especialidad. Para aquellos que tengáis un cierto grado de conocimiento de formación en Química os sonará, o eso espero, la ley de Arrhenius que expresa la dependencia con la temperatura de la velocidad de las reacciones químicas. O quizás hayáis oído hablar de él al estudiar las disoluciones en agua de los electrolitos (ácidos, bases y sales), cuyos fundamentos introdujo y por lo que se llevó el Nobel en Química en 1906.

Pero, en tiempos de Arrhenius, los científicos disparaban a todo lo que se moviera. Y a Arrhenius le interesó investigar algo que ya se sabía en su tiempo, gracias a nuevos avances sobre todo en Geología pero también en Biología, Física o Química. Avances que indicaban que la Tierra del pasado había sufrido largos períodos en los que había estado más fría (glaciaciones) y períodos más calientes entre esas glaciaciones. En su época se creía que esas variaciones pudieran deberse a cosas como la variable posición de la Tierra con respecto al sol. O a que éste emitiera menos energía. Arrhenius conocía también que otros eminentes científicos que le precedieron, como Fourier o Tyndall, ya habían dado pistas de que la Tierra se podía calentar como consecuencia de un aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera, uno de los gases que atrapa la radiación infrarroja que emite el globo terráqueo. Algunos ya especulaban entonces que dicho aumento podía provenir de la quema de combustibles fósiles como consecuencia de la incipiente industrialización que se daba en su tiempo.

Sin más armas que lápiz, papel, paciencia y su prodigiosa mente, Arrhenius se embarcó en un tedioso trabajo que le llevó meses de cálculo y que, finalmente, cristalizó en la publicación en abril de 1896 de un artículo cuyo título veis junto a su foto en la figura que ilustra esta entrada. Entre otras cosas, Arrhenius calculó en ese trabajo la variación de temperatura que se produciría en la Tierra si la concentración de CO2 fuera más baja o más alta que la que se daba en su tiempo, unas 280 partes por millón (ppm) o, lo que es igual, un 0.028% de la atmósfera. Estimó así (Tabla VII, página 266 del artículo) que si la concentración se rebajaba a un 67% de la existente en su tiempo, la temperatura tendría que bajar en unos 3ºC. Por el contrario si la concentración de CO2 se duplicaba o triplicaba, la temperatura tendría que subir unos 5-6 grados en el primer caso y de 7.5 a 9.5 grados en el segundo.

El resultado más relevante de esos cálculos y que tiene que ver con lo que hoy se maneja en informes como los del IPCC, es el del aumento de temperatura de la Tierra cuando la concentración de CO2 de la época preindustrial (las 280 ppm ya mencionadas) se duplique en algún punto del próximo futuro. Es lo que en esos informes se conoce como sensibilidad climática en el equilibrio. Es decir, en esos informes se presta especial atención al incremento de temperatura que se produciría en la Tierra cuando la concentración de CO2 alcance las 560 ppm (2x280). La concentración actual de CO2 en la atmósfera es de unas 417 ppm y, al ritmo actual de crecimiento, la cifra de 560 ppm podría alcanzarse alrededor de los años setenta de este siglo.

Pero está claro que mientras no evaluemos con precisión cuánto vale la sensibilidad climática, no podremos saber cuánto caliente estará la Tierra en esos años setenta. Si hiciéramos caso, por ejemplo, a los cálculos de Arrhenius, la Tierra tendría que calentarse entre 5 y 6 grados centígrados con respecto a la temperatura media de su tiempo. Años más tarde (1938), otro adelantado en relacionar CO2 en el calentamiento global, Guy Stewart Callendar (1898-1964), rehizo los cálculos del efecto del CO2 en la temperatura global. Además, empezó a acumular datos de las estaciones meteorológicas existentes (casi todas en el Hemisferio Norte) para estimar así una temperatura global de la Tierra. Trataba de averiguar si ya era evidente el efecto del CO2 en el calentamiento global que ya se observaba. Sus conclusiones establecieron que, como consecuencia de doblar la cantidad de CO2 existente en el aire, la temperatura aumentaría en unos 1.7ºC. Ni Arrhenius ni Callendar (especialmente el primero por ser sueco) consideraban que un posible calentamiento de la Tierra nos iba a venir mal. Por temperaturas más agradables y porque, además, se podría incrementar la producción de cultivos, no en vano el CO2 es fundamental (junto con la luz) en el proceso de fotosíntesis, el que hace que las plantas crezcan.

Pero desde los primeros cálculos de Arrhenius y Callendar, la sensibilidad climática ha demostrado ser un parámetro muy esquivo para los científicos que modelan el clima. A pesar de los increíbles avances en los medios y métodos de cálculo que se han ido desarrollando desde entonces y las ingentes cantidades de dinero empleadas en proyectos de este tipo, la sensibilidad climática en equilibrio en el anterior informe del IPCC (AR5, del año 2013), tras casi cuatro décadas de modelado, se estimaba muy probablemente (very likely en la jerga IPCC) en la horquilla entre 1 y 6 grados centígrados, siendo probable (likely) que estuviera entre 1.5 y 4.5 grados centígrados. Así que ni Arrhenius ni Callendar (uno por arriba y el otro por abajo) andaban muy equivocados, a pesar de la escasez de sus medios.

Uno podría preguntarse si los trabajos revisados para la elaboración del AR6 dan como conclusión que esa horquilla se ha ido estrechando. Pues parece que sí, al menos según Carbonbrief, una web radicada en Inglaterra y tenida como una de las más importantes sobre la ciencia y la política del cambio climático. Tras la publicación del IPCC AR6, la web tiene abierta una página con preguntas y respuestas relevantes (FQAs) sobre los resultados del mencionado AR6. Y, entre ellas, hay una pregunta que dice textualmente: ¿Cómo han cambiado las estimaciones de la sensibilidad climática desde el AR5 2013?. Pues bien, según la respuesta de Carbonbrief a esa pregunta "uno de los avances más significativos en el AR6 ha sido estrechar el intervalo para la sensibilidad climática en el equilibrio, permitiendo así proyecciones más fiables de cara al futuro calentamiento". Para explicarnos, un poco más abajo, que el citado estrechamiento pasa ahora (very likely) a una horquilla entre 2 y 5 donde antes era entre 1 y 6. Y a una entre 2.5-4.0 (likely) donde antes era entre 1.5 y 4.5.

Ciertamente algo hemos avanzado pero Arrhenius y Callendar siguen estando desde hace 150 y 83 años, respectivamente, casi dentro de la nueva y más sofisticada horquilla.

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sábado, 7 de agosto de 2021

Tamarindos donostiarras y glifosato

Dos cuestiones previas antes de empezar y que tienen que ver con el título. Una, lo que los donostiarras llamamos tamarindos no son tales. Como os mencionaba en una entrada anterior, ya en 1956 la revista Munibe de la Sociedad de Ciencias Aranzadi publicaba un artículo titulado «Tamarindo, no; tamariz, tarisco, taray». Porque el verdadero tamarindo, Tamarindus indica, produce frutos cuya pulpa loaba una vieja canción, frutos que el árbol de Donosti no produce. Y dos, habréis comprobado que nunca he escrito en este Blog sobre el controvertido tema de los transgénicos u organismos modificados genéticamente. El tema se escapa a mi formación, aunque he procurado documentarme como ciudadano siguiendo la estela de científicos relevantes en el campo como Pilar Carbonero, mi colega en la UPV/EHU Mertxe de Renobales o de mis dos buenos amigos, Rosa Porcel y José Miguel Mulet. Todos ellos me han enseñado mucho sobre el tema en libros, artículos o entrevistas (imprescindible este libro de José Miguel). Tampoco he escrito nunca, por idénticas razones, sobre un tema colateral de los transgénicos: el glifosato, el principio activo de un popular herbicida comercializado por Monsanto en 1974 bajo la marca Roundup. Podéis ver para hacer boca este artículo de Rosa.

Pero hoy voy a saltarme esa norma en lo tocante al glifosato porque este es un Blog contra la Quimiofobia y alentarla es lo que ha hecho una edil del Ayuntamiento donostiarra, la concejala de Ecología (es de más cosas pero aquí nos interesa esta atribución). Hace unos pocos días, en el Diario Vasco, nos contaba que los alcorques en los que se asientan los tamarices más cercanos a ese Ayuntamiento (en pleno Paseo de La Concha) iban a ser objeto de un "proyecto pionero para naturalizarlos". Con esa decisión, la concejala quiere "encontrar soluciones alternativas al uso de pesticidas como el glifosato, prohibido recientemente en la Union Europea, para eliminar las malas hierbas....". Para ello se opta por una gestión "mas sostenible y medioambiental, basada en métodos no químicos, fomentando la biodiversidad urbana y la creación de una infraestructura verde". Según ella, estos cambios llevaran aparejado"un beneficio social y de la salud" (los subrayados son míos).

Como soy uno de los 16851 votantes del partido de la concejala en las últimas municipales, creo que atesoro unos 60 microderechos (1/16851) para decirle que, en mi humilde opinión, esta decisión es pura Quimiofobia a rebatir, no tanto por lo que ella opine sino por lo que induce a pensar a la ciudadanía. En primer lugar, la decisión tiene poco de pionera porque son muchas las ciudades europeas y españolas que han optado por esa misma opción (algunas declarándose incluso "libres de glifosato"), especialmente desde que en el  año 2015 la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC) calificó al glifosato como "probablemente carcinógeno para el ser humano", encuadrándolo así en su grupo 2A, una opinión que rebatió la mismísima Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).

Además, la afirmación de que el glifosato está prohibido por la UE falta a la verdad (por no emplear un término más fuerte). Otra cosa es que los estados miembros puedan, individualmente, imponer esa prohibición "en casos excepcionales". Pero la misma EFSA arriba mencionada desmiente sin paliativos en este documento la afirmación de la concejala. Como se ve en él, la EFSA prorrogó en 2017 el permiso para usar glifosato en el control de hierbas y malezas hasta el 15 de diciembre de 2022. En 2019, un grupo de empresas y países que pretende la renovación de la autorización del glifosato en la UE, solicitó formalmente esa renovación para poder seguir utilizándolo después de vencido el período actual. Con esta solicitud se puso en marcha el proceso de renovación, tal como establece la legislación europea. Y en esas estamos a día de hoy. Y ya veremos lo que pasa pero, por ahora, la concejala falta a la verdad.

Tampoco se ajusta a la evidencia científica el que usar glifosato para acabar con malas hierbas y maleza sea peligroso para la salud de mis conciudadanos en los grados de exposición previsibles al mismo. Si el argumento es el que pertenezca al grupo 2A de la IARC, hay que mencionar a la ciudadanía que, en ese grupo, comparten honores con el glifosato cosas como la acrilamida que se genera al freír y dorar las patatas de nuestros huevos fritos, beber bebidas muy calientes o comer carne roja. Cosas que hacemos casi todos los días. No es un riesgo ocupacional como el trabajar en una freiduría, en una peluquería o ser soplador de vidrio (que también están el grupo 2A) pero casi. En el caso del glifosato, el riesgo ocupacional sería el del operario que aplica glifosato durante horas y que tiene que tomar adecuadas precauciones, pero no el ciudadano que pasea entre los alcorques de un jardín.

Pero antes incluso de la calificación de la IARC, el glifosato ya tenía no uno sino dos pecados originales que le van a seguir complicando previsiblemente la vida. El primero ser un producto hijo de Monsanto y ya se sabe que, en las RRSS, Monsanto es una marca a combatir, un honor que, en parte, se ha ganado a pulso. Pero Monsanto como tal ya no existe, porque Bayer la compró en 2018. Y, lo que es más importante, la patente de Monsanto sobre el glifosato expiró en el año 2000, lo que permitió que otras empresas químicas relevantes comercializaran preparados similares al Roundup con el glifosato como principio activo herbicida, lo que ha hecho que se abarate y sea más popular. Al comprar Monsanto, Bayer se llevó el marrón de centenares de demandas judiciales por supuestos daños del glifosato a personas que lo han utilizado, en una campaña bien orquestada por organizados entramados de abogados y activistas medioambientales que se están llevando una buena pasta con las resoluciones de las demandas.

El segundo pecado original arranca de que la propia Monsanto empezó a comercializar, a mediados de los noventa, ciertas variedades transgénicas de plantas como soja, maíz, remolacha o canola que estaban modificadas genéticamente para resistir al glifosato, lo que permitía eliminar con él las malas hierbas que las asolan sin que el cultivo en cuestión se vea afectado. Y si el glifosato se prohibiera para esos usos, esas variedades resistentes a él tendrían poco sentido. Así que demonizar el glifosato es una forma encubierta de los colectivos antes mencionados para atacar a los transgénicos, cosa que no estoy seguro que sepan muchos munícipes que propugnan métodos alternativos al glifosato para combatir hierbas. Algunos tan originales como el del Ayuntamiento de Castellón que decidió emplear un mal llamado vinagre. El vinagre "natural" es ácido acético al 3-5% en agua, mientras que el vinagre castellonense, alternativa al glifosato, ha llegado a tener hasta un 20-25% del ácido. Y, encima, no está autorizado como fitosanitario.

Y puede ocurrir, como ha pasado en ciudades como Sevilla que, tras el postureo, el experimento salga un poco chusco porque los vecinos en general y, particularmente, los de la zona próxima al Ayuntamiento donostiarra, cuyas casas valen un potosí, no estén muy de acuerdo ni con la estética de situaciones como la que se ve en la foto (clicando sobre ella se ve más grande) ni con que la aducida promoción de la biodiversidad resulte en que esos alcorques, tan sostenibles ellos, se llenen de cierta "fauna" que haya que eliminar con productos químicos más peligrosos que el propio glifosato.

Soy de los convencidos de que el glifosato tiene los días contados en la UE. Hace unos días se ha hecho público que Bayer va a dejar de vender Roundup en EEUU para usos residenciales, aunque no para la agricultura basada en variedades transgénicas resistentes al glifosato que allí se cultivan (en la UE no se cultiva ninguna planta transgénica resistente al glifosato, aunque se importan y consumen). Dice el CEO de la multinacional que es una medida "orientada exclusivamente a gestionar el riesgo de litigios y no a problemas de seguridad". Y veremos lo que pasa en la UE. En cualquier caso, si la decisión es no prorrogar el uso del glifosato será más una decisión política que basada en evidencias concluyentes.

Y algún otro herbicida se llevará el gato al agua para controlar malas hierbas y malezas que, tarde o temprano, se acumularán en los "miles y miles de alcorques" que la concejala reconoce que hay en Donosti. Porque lo que es casi seguro es que usar vinagre, quemarlas a soplete o incrementar la plantilla municipal de jardineros para quitarlas a mano son soluciones que tienen un recorrido corto. Como ha pasado en otras ciudades, suele bastar con un cambio del equipo de gobierno y a otra cosa mariposa (lo más discretamente que se pueda).

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martes, 27 de julio de 2021

Microplásticos y un webminar en Murcia

Como uno tiene querencias arraigadas en la Región de Murcia, hace unas semanas decidí apuntarme a una Jornada via web organizada allí sobre Microplásticos, tema que se pretendía abordar desde puntos de vista tan dispares como los científicos, éticos o los del Derecho. Una jornada interesante en muchos aspectos porque me hizo aprender cosas que nunca había considerado por mi falta de formación en algunos de esos campos. También me gustó el hecho de que los ponentes tuvieran su intervención limitada a unos diez minutos, bastante bien controlada por los moderadores. Y tengo que reconocer que esperaba con especial interés una ponencia titulada "Microplásticos, caballos de Troya de contaminantes ambientales con efectos tóxicos" a impartir por un profesor de Toxicología de la Universidad de Murcia.

Y es que cuando leí el programa, me llamó mucho la atención lo del caballo de Troya en lugar del término "vector" que se suele emplear en los artículos científicos para explicar el papel de los microplásticos a la hora de que los llamados Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs en castellano, POPs en inglés) lleguen a los peces y, siguiendo la cadena trófica, a los humanos. En alguna de mis charlas me he dado cuenta de que lo de vector no todo el mundo lo entiende. Así que ya me he apropiado de la licencia literaria del toxicólogo para futuras charlas al respecto. Pero, aparte de eso, poco saqué de la ponencia.

Como ya expliqué hace un par de años en una serie de entradas sobre Microplásticos y particularmente en ésta, los COPs son sustancias químicas como el DDT y otros de su familia, los bifenilos policlorados (PCBs), los polibromodifenil éteres (PBDEs), los hidrocarburos aromáticos policíclicos, etc. Casi todos fabricados por el hombre, hoy ya prohibidos y cuyas emisiones van disminuyendo después de su prohibición (al menos en el entorno controlado por la Agencia Medioambiental Europea).  De una u otra fuente han ido a parar al mar donde, haciendo honor al adjetivo persistente, se degradan con dificultad, aunque lo hacen. Otra propiedad es su baja (aunque no nula) solubilidad en agua en la que tienen una tendencia preferente a abandonarla para absorberse en materia orgánica (la que tiene carbono) que encuentren en el mar. Materia orgánica siempre ha habido y hay en los océanos (partículas de carbón, plancton,....) y entre ella, en tiempos recientes, podemos incluir a los plásticos y microplásticos.

A principios de este siglo, era ya evidente que los COPs y otras sustancias podían acumularse en residuos de plástico. Un artículo de 2001, firmado por investigadores japoneses, demostró que si se sometía a plástico "limpio" a un medio marino contaminado por COPs, estos se transferían al plástico con relativa rapidez. Ese artículo fue, probablemente, el desencadenante de muchos estudios a nivel de laboratorio, con peces confinados en tanques a los que se incluía en su alimentación microplásticos contaminados y que ellos ingerían al confundirlos con sus presas. En muchos de esos estudios se concluía que los plásticos y, sobre todo, los microplásticos actuaban ciertamente como vectores (caballos de Troya) en la transmisión de COPs a los organismos vivos del mar ya que durante su paso por el tracto gastrointestinal, los COPs podrían pasar desde esas partículas a la fauna marina, acumulándose progresivamente (bioacumulación) en sus músculos y, sobre todo, en la grasa. Y, a través de la cadena de alimentación o cadena trófica, llegarían hasta nosotros. Hay que señalar, sin embargo, que los microplásticos volverían en su mayor parte al mar, a través de las heces de esa fauna (algo que no todo el mundo cuenta).

Y esa es la tesis que machaconamente se nos insiste en los medios de comunicación y fue también lo que, según mi opinión, transmitió el ponente del Webminar. Sin embargo, ese planteamiento lleva sujeto a revisión unos cuantos años en la literatura científica. Por ejemplo, hay un debate bastante encendido sobre si estudiar los procesos de transferencia de COPs a peces encerrados en un tanque de laboratorio, con concentraciones poco realistas de esas sustancias tóxicas, refleja la realidad de lo que ocurre en los océanos. En el mar, los COPs están fundamentalmente disueltos en agua y un pez que viva en ese agua, ya tiene una carga previa de COPs que viene dada por la concentración de los mismos en el agua. Así que la ingestión de unas pocas partículas de plástico contaminadas con ellos (probablemente con tiempos de residencia cortos en su organismo) no va a hacer que su carga tóxica cambie much

El grupo de Albert Koelmans en la Universidad holandesa de Wageningen, un grupo relevante en este área, ya comprobó esta última hipótesis en 2013 con unos gusanos de mar previamente expuestos a agua contaminada con COPs y posteriormente alimentados con microplásticos contaminados en ese mismo medio. Otro conocido investigador del área, Rainer Lohmann, criticó duramente en 2017 los experimentos de laboratorio, llegando a hablar de manipulación de los mismos a la hora de demostrar el papel de caballo de Troya de los microplásticos. Y más recientemente (2021), el propio grupo de Koelmans, usando un nuevo método de exposición de larvas de arenques a microplásticos contaminados con un bifenilo policlorado (el PCB-153), han vuelto a corroborar que no hay una transferencia significativa de PCB-153 de los microplásticos a las larvas, demostrando también que el periodo de estancia en el tracto intestinal de las larvas es inferior a las 24 horas.

Si pasamos de ensayos con peces a ensayos con aves marinas, los pocos trabajos de campo (no de laboratorio) existentes por el momento dan la razón a los críticos con los experimentos de laboratorio. Los petreles o fulmares son aves marinas que se suelen considerar como chivatos del estado de la contaminación en el mar. El primer artículo (más bien un informe del Instituto Polar Noruego) en el que se hacía un estudio de la concentración de COPs en tejidos y grasas de los petreles data de 2014, encontrándose que, en general, la concentración de los diferentes COPs era básicamente la misma en petreles con microplásticos en su estómago que en los que tenían el estómago libre de los mismos. Un artículo posterior (2016) mucho más riguroso en cuanto al número de muestras investigadas y a las técnicas utilizadas, llega a esa misma conclusión: hay COPs en cantidades parecidas en petreles con microplásticos en sus estómagos o sin ellos.

Una de las razones que se ha ido abriendo paso para explicar el muy limitado papel de los microplásticos como vectores de COPs en la fauna marina es que, además de los compuestos tóxicos que pueden absorberse en los microplásticos, tendríamos que tener en cuenta a los que están disueltos en agua y también a los que se absorben en partículas de carbono existentes en suspensión, en coloides orgánicos, en diferentes tipos de plancton, en las bacterias, en diversos tipos de detritus, etc. En una revisión de 2016 sobre los microplásticos como vectores de COPs, se evaluó la proporción de estos que se acumulan en los microplásticos en comparación con todos los demás sitios donde están disueltos o absorbidos. En el peor de los escenarios, solo un 0,0002% de todos los COPs que están en el agua de los océanos, ya sean disueltos o absorbidos, están en los microplásticos.

El ponente tampoco estuvo muy al día cuando trató de explicarnos dónde acaban finalmente los plásticos que se vierten al mar, un interrogante que lleva años trayendo de cabeza a los investigadores que han recogido muestras de la superficie y del fondo y que han constatado que no les salían las cuentas. Según él, el fondo del mar es el destino de la mayoría (el 70%) de los plásticos. Algo que un reciente metaanálisis refutaba con rotundidad, al concluir que en los fondos marinos investigados, los plásticos significativamente predominantes son, como cabría esperar en principio, los de densidad superior a la del agua de mar, como las fibras de poliésteres, de poliamidas y acrílicas. Mientras que allí brillan por su ausencia los menos densos que el agua marina como el polietileno y el polipropileno, plásticos que copan el mercado de estos materiales.

Y entonces, ¿a dónde van estos materiales menos densos?. Aunque hay otros artículos similares al respecto, he elegido uno publicado ahora hace un año, firmado por unos investigadores australianos que recorrieron toda la costa de su vasto continente, visitando 635 lugares y llegando a la conclusión de que los márgenes costeros y las postplayas representan el sumidero más importante de desechos marinos de baja densidad, incluidos los plásticos y microplásticos a base de polietileno y polipropileno. Es decir, una parte sustancial de los plásticos que, en principio, debieran flotar en el mar, acaban volviendo a las costas por acción del viento y las olas, donde se descomponen y acaban formando microplásticos. Una hipótesis que ya apuntó en 2011 un artículo del grupo de Richard Thompson de la Universidad de Plymouth (UK), un investigador relevante en el campo pues fue quien acuñó el término microplástico en 2004.

El webminar como véis me ha servido, entre otras cosas, para poneros al día de algunos artículos relativamente recientes que están en mi cargada carpeta sobre microplásticos, un tema que me ocupa y preocupa y sobre el que creo que queda mucho que estudiar antes de que tengamos un corpus científico consistente. Por ejemplo, en los últimos dos meses, y en lo tocante al papel de los ríos en los vertidos de plásticos al mar, un reciente informe de Our World in Data nos ha hecho revisar nuestra percepción de que son los grandes ríos (sobre todo de China y el Sudeste asiático) los principales causantes de los vertidos y reconocer también el papel de los ríos pequeños. Y que, según este otro artículo de Science de primeros de este mes, lo que vierten esos ríos grandes y pequeños al mar está sobrestimado entre dos o tres órdenes de magnitud. Así que, una posible respuesta a la pregunta con la que iniciaba el párrafo anterior, además de la allí dada, es que no se han vertido al mar tantos microplásticos como los estimados hace unos pocos años.

Creo que váis a tener microplásticos para rato...Con preocupación pero sin alarmismos.

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