lunes, 29 de mayo de 2023

Bisfenol A (una vez más)

Este pasado 19 de abril, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicaba su nueva revaluación de los riesgos para la salud pública relacionados con la presencia de Bisfenol A (BPA) en los alimentos. La noticia que ha saltado a los medios es que, en esa revaluación, se ha producido una espectacular rebaja en la dosis segura o ingesta diaria tolerable (TDI) de ese compuesto. La TDI es, resumiendo y según las agencias que cuidan de nuestra salud, la cantidad de una sustancia que podemos ingerir sin que ello nos cause problemas de salud. Pues bien, la nueva TDI para el Bisfenol A es ahora 0,2 nanogramos por kilo de peso corporal y día, 20.000 veces más pequeña que la que la propia EFSA estableció en 2015.

El documento de la EFSA arriba mencionado no es fácil de leer si no eres un científico altamente implicado en la cuestión. Pero uno es perro viejo leyendo literatura científica y algo he podido entender de lo que en él se dice. Y creo que debo explicar aquí lo que he entendido (aunque pudiera estar equivocado) porque tengo una cierta obligación moral con mis lectores, dada la vara que he dado sobre el Bisfenol A y sobre algún insigne detractor del mismo. Por otro lado, esto es mi diario personal y quiero dejar constancia en él de mis pesquisas sobre el asunto porque, como decía mi amiga Ana Molinos recientemente, un blog o un diario están "para recordar, recordarte y que te recuerden".

Sobre los problemas ligados al uso del Bisfenol A en general y en el caso de alimentos y bebidas en contacto con él en particular, podéis leer esta entrada (algo larga) de febrero de 2017. Pero para lo que aquí interesa, a la hora centrar el tema, casi el 50% de la producción global de Bisfenol A se emplea en la fabricación de un plástico conocido como policarbonato y de las llamadas resinas epoxi. Y son estas últimas en las que más se ha focalizado el problema del contacto con alimentos, por ser constitutivas del interior de las latas de bebidas y conservas que, evidentemente, entran en contacto con esas resinas. En esos revestimientos, el bisfenol A no está libre, sino que ha desaparecido como tal como consecuencia de la reacción química que forma las largas cadenas de esas resinas poliméricas. Aunque es un hecho que algo de BPA libre siempre puede quedar atrapado entre esas cadenas y puede migrar del revestimiento a la bebida o al alimento enlatados.

Esta reciente revisión de abril de 2023 de la EFSA europea continúa la saga de las dos realizadas sobre el BPA a lo largo de lo que va de siglo. En la anterior de 2015 establecían para esa sustancia como ingesta diaria tolerable (TDI) la cantidad de 4 microgramos por kilo de peso y día, sustancialmente inferior a los 50 microgramos establecidos en 2006. Y lo hacían así porque, en 2015, la EFSA consideró, por primera vez, exposiciones al BPA no ligadas a la alimentación y que incluía, por ejemplo, el problema relativo a la posible transmisión a través de la piel del BPA libre existente en el papel térmico o en algunos cosméticos. Y como había entonces poca información sobre cuánto BPA puede transmitirse por la piel o cómo metabolizamos lo que entra por esa vía, la EFSA se puso, como casi siempre hacen estas Agencias, en un escenario conservador y estableció a la baja esa nueva tasa de dosis segura, doce veces más pequeña que la anterior de 2006.

Sin embargo, lo de ahora es completamente diferente. En el comunicado de prensa de la EFSA de abril de 2023 queda claro que la espectacular bajada en la TDI se debe a que han observado que el Bisfenol A provoca, literalmente "un incremento porcentual de un tipo de glóbulo blanco, denominado T helper, en el bazo. Desempeña un papel esencial en nuestros mecanismos inmunitarios celulares y un incremento de este tipo podría (el subrayado es mío) dar lugar al desarrollo de inflamaciones pulmonares alérgicas y trastornos autoinmunes”. Tomando como base la cantidad de BPA que provoca esos efectos en los glóbulos blancos en cuestión y tras la introducción de una serie de factores preventivos, habituales en el establecimiento de la Ingesta Diaria Tolerable, se llega al minúsculo valor de 0,2 nanogramos por kilo de peso corporal y día antes mencionado.

Dentro del complejo procedimiento que ha conducido a esta revaluación, la EFSA ha debatido la metodología y los resultados con otros organismos científicos para aclarar o resolver las diferencias que surgieron entre ellos durante el proceso. En ese contexto, simultáneamente al informe de la EFSA, se han publicado dos informes conjuntos con la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) y con el Instituto Federal Alemán de Evaluación del Riesgo (BfR). Aunque esos documentos son mucho más cortos que el propio informe de la EFSA siguen siendo para especialistas pero, es obvio al leerlos detenidamente, que la principal discrepancia está precisamente en el exclusivo uso que se hace de los riesgos ligados al T helper arriba mencionado, un resultado que proviene prácticamente de un único artículo publicado en 2016 por investigadores chinos que estudiaban efectos del BPA en crías de ratones expuestas a él durante las fases de gestación y lactancia.

Entienden tanto la EMA como el BfR que ese efecto observado es un efecto intermedio y no definitivo a la hora de establecer las consecuencias adversas preocupantes del BPA. Dicho de otra manera, el que se haya observado que el BPA provoca la proliferación de esos glóbulos blancos en ratones no implica que de ahí se pueda deducir que genere inflamaciones pulmonares o trastornos autoinmunes en humanos. Y la propia EFSA deja opciones a esa discrepancia en su nota de prensa con el "podría" que yo he subrayado un par de párrafos más arriba. Además, la EMA y el BfR tampoco están de acuerdo sobre el método usado por la EFSA para cuantificar el riesgo y establecer a qué niveles de exposición puede considerarse seguro el BPA en los seres humanos.

La pelota está ahora en el tejado de la Union Europea, que tendrá que darse por enterada de la revaluación de la EFSA y tomar nota y legislar al respecto. Lo que puede tener efectos dramáticos para los industriales que venden cosas enlatadas y que procurarán dar aire a las divergencias anteriores. Un capítulo más en las ya antiguas polémicas relativas a los riesgos para la salud del BPA, sobre los que existe una vastísima literatura. Y que, en el pasado, han estado provocadas por las diferencias de opinión entre los toxicólogos y los endocrinólogos. Los primeros se aferran al clásico concepto de Paracelso de que "el veneno está en la dosis" y, por tanto, al ir descendiendo la dosis, los efectos van progresivamente desapareciendo. Los segundos propugnan que, en el caso de las sustancias tenidas por disruptores endocrino, como es el caso del BPA, puede existir un comportamiento no lineal entre la dosis y los efectos perjudiciales observados (respuesta no monotónica a las dosis o NMDR como acrónimo en inglés) lo que puede hacer que, a bajas concentraciones, el efecto pueda ser incluso superior al que se produce a altas concentraciones.

Y ese es otro aspecto del que quiero dejar constancia en esta entrada. El tratar de solventar la controversia arriba indicada, entre otras, estuvo en el origen del programa BPA Clarity, en el que se hizo un estudio a lo largo de dos años sobre el efecto de diferentes dosis de BPA en ratones y cuyos resultados se publicaron en octubre de 2019. El Programa Clarity constaba de dos partes. Un informe general (Core Study, al que hace referencia el anlace anterior) y una serie de estudios financiados por el Programa en diversas Universidades americanos (denominados Grantee studies). Uno de estos últimos se realizó en la Universidad de Tufts, cerca de Boston, liderado por la Prof. Ana Soto, una defensora de las tesis de las respuestas no monotónicas a las dosis.

Pues bien, en el informe EFSA de este abril, se dedica un apéndice (Apéndice B) a un trabajo concreto (Montévil et al., 2020) derivado de esa "beca" a la Universidad de Tufts. La conclusión no puede ser más clara: "Según los análisis del grupo de trabajo de la EFSA, la respuesta no monotónica a las dosis (NMDR) significativa que generaron los autores no parece ser muy sólida; se puede suponer que la diferencia significativa encontrada para el grupo de ratones sometidos a la dosis de 25 μg/kg de peso corporal al día es un hallazgo casual, ya que no se observa ningún patrón biológicamente reconocible en los datos. Además, en términos bioestadísticos, las pruebas de NMDR en el estudio de Montévil et al. parecen débiles y no concluyentes." Así que las tesis de los endocrinólogos no salen bien paradas en ese apéndice.

Me temo que la lista de entradas sobre el BPA en este Blog va a seguir creciendo.

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viernes, 19 de mayo de 2023

Gazapos plastifóbicos

"Demasiado azúcar y demasiado plástico en bebidas, de acuerdo con el CSIC", clamaba un titular de una revista que pretende informar a las gentes de habla inglesa sobre la vida en España. Y en el que se hacía referencia a un artículo recientemente publicado por investigadores del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), un Centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) radicado en Barcelona. En otras publicaciones, como La Vanguardia, el titular era bastante similar, aunque no aparecía la palabra plástico sino plastificante que, para el común de los mortales, no anda muy lejos.

El artículo del IDAEA va sobre la presencia de ésteres organofosforados en agua y bebidas envasadas. Los ésteres organofosforados (OPEs) son unos compuestos químicos que se suelen usar como retardantes a la llama en diferentes tipos de plásticos para prevenir así incendios fortuitos en electrodomésticos, fibras, muebles y una larga lista de cosas. Entraron en el mercado a principios de este siglo como consecuencia de la prohibición de otra familia de retardantes, los polibromo difenil éteres (PBDEs). Y, hoy en día, están bajo sospecha, ya que algunos consideran que pueden ser aún más peligrosos que los propios PBDEs y, como ellos, ubicuos en el medio ambiente merced, entre otras cosas, al polvo que se genera a partir de objetos y procesos industriales que los contienen o usan y que, finalmente, arrastra la lluvia. Los OPEs también se pueden usar como plastificantes, es decir, para hacer que un plástico rígido se vuelva más blandito y es el término que aparecía en La Vanguardia.

En el artículo se ha estudiado la presencia de OPEs en agua de grifo, agua embotellada, bebidas de cola, zumos, vino y bebidas calientes. Nada que objetar, en principio. El artículo ha pasado el filtro de los censores de la revista que lo ha publicado (relevante en el campo medioambiental) y en este Blog ya hemos puesto ejemplos de que lo que vende e interesa divulgar, tanto por los investigadores como por las oficinas de prensa de las Instituciones, son aquellos resultados que pueden impactar en los lectores de los medios de comunicación. Dando lugar, en algunos casos, a dislates como el titular mencionado al principio. Porque, obviamente, en esas bebidas no había plásticos sino, en todo caso, plastificantes. Pero algunos, en lugar de creernos a pie juntillas lo que se cuenta en esos medios, nos gusta curiosear el artículo original e incluso, tirando del hilo, artículos relacionados. Y, en este caso, más que en las cantidades de OPEs en bebidas azucaradas, nos vamos a centrar en su presencia en el agua que bebemos, ya sea de grifo o embotellada.

Según el artículo, el agua de grifo de Barcelona (que es la que estudian) contiene una cantidad de OPEs ocho veces superior a la encontrada en diversas muestras de agua embotellada compradas en esa ciudad. Los autores atribuyen ese hecho a que el agua de grifo se distribuye por tuberías de PVC, que conforma una parte importante de la red. Y es esta última afirmación la que hizo saltar las alarmas de Rafael Erro, un antiguo alumno y entonces y ahora amigo, una de las personas que más sabe sobre tuberías de PVC en la distribución de agua potable y recogida de aguas residuales. Rafa dejó constancia de su enfado en la página de Instagram del IDAEA y, como consecuencia de ello, la mención al PVC desapareció inmediatamente de esa página, pero sigue quedando constancia en el artículo publicado, tanto en el Resumen (Abstract) como en el texto completo del mismo.

Y es que en el mundo mundial en el que Rafa vende tuberías de PVC, y en el que exista un mínimo control sobre la distribución de agua potable, ninguna de esas tuberías lleva OPEs, ni como retardantes a la llama ni como plastificantes (en este caso no se necesitan porque las tuberías son rígidas). Quizás a los autores se les ha cruzado el cable por aquello de que los PVCs flexibles llevan unos plastificantes llamados ftalatos, a los que el PVC debe parte de su mala prensa. Pero en este caso no es así y los OPEs del agua de Barcelona deben provenir de otra fuente, probablemente del agua de los ríos Ter y Llobregat, que atraviesan zonas muy pobladas e industrializadas, donde puede que acumulen estas sustancias antes de llegar a las cuatro estaciones de tratamiento de agua potable (ETAP), desde las que el agua se distribuye por la ciudad. De acuerdo con la bibliografía que los autores citan, es probable que esas estaciones de tratamiento no eliminen del todo los OPEs, aunque es difícil saberlo porque, si uno mira los análisis completos del agua de Barcelona en este buscador, se puede comprobar que, entre las muchas sustancias que se analizan, no están los OPEs.

En el caso de las catorce aguas embotelladas investigadas, las diez envasadas en PET (un plástico) daban concentraciones totales de OPEs muy dispares, entre indetectables por la técnica analítica hasta 15,5 nanogramos por litro, mientras las cuatro envasadas en vidrio daban entre 1,9 y 4. De media, las concentraciones de las envasadas en plástico eran más altas que las envasadas en vidrio, pero todas ellas, como ya se ha mencionado, mucho más bajas que el agua de grifo. Resulta sorprendente que los autores pasen de puntillas sobre la gran disparidad de concentraciones encontradas en uno y otro tipo de envases (particularmente en los de plástico). Pero cuando vuelven a encontrarse con el mismo problema en las bebidas de cola y zumos envasadas en PET y vidrio, optan por hacer un análisis de los tapones que cerraban esas botellas como posible fuente de contaminación, sobre todo en los envases de vidrio, donde no es posible echar la culpa al "plástico" de los OPEs encontrados.

En un diseño inteligente de experimentos hubiera sido mucho más lógico analizar los tapones de esas catorce botellas de agua (de vidrio y PET), puesto que las otras bebidas que se investigan en el artículo llevan componentes, como el azúcar o los edulcorantes, que los autores demuestran posteriormente que contienen cantidades variables de OPEs. Pero en el artículo solo se analizan dos tapones de plástico (aunque no especifican su naturaleza química) de bebidas de cola envasadas en vidrio, un tapón metálico barnizado en una botella de zumo envasado en vidrio y dos corchos de vino envasado en botellas también de vidrio.

Solo los dos tapones de plástico (y no el de metal barnizado, como dice la investigadora principal en una nota de prensa) tienen cantidades importantes de OPEs (Tabla S13), que provienen casi exclusivamente de uno de ellos, bautizado como EHDPP. Curiosamente, un artículo publicado en febrero de este año, viene a demostrar que ese OPE particular se genera en diversos materiales plásticos sometidos a procesos de reciclado. Y entre los materiales sujetos a estudio está el polipropileno, muy habitual en tapones de plástico para botellas. Un resultado que, si se confirmara, puede resultar cuando menos incómodo para los partidarios del reciclado a tope. En una entrada anterior ya se apuntaba que los procesos de reciclado pueden generar en los plásticos nuevas sustancias no añadidas intencionadamente (NIAS).

Finalmente, un comentario para los que os preguntéis si los niveles encontrados en las bebidas por el Grupo de IDAEA son peligrosos para la salud. Para saberlo, hay que bucear un poco en el artículo, donde se calcula esa peligrosidad en forma de los llamados Cocientes de riesgo (HQ), que comparan la cantidad de OPEs que los autores estiman que ingerimos diariamente vía las bebidas estudiadas, con respecto a las cantidades que se consideran peligrosas por agencias como la EPA americana. Un valor de más de 1 en HQ quiere decir que la población está consumiendo por encima de lo considerado peligroso. Lo que no es el caso de lo analizado por los investigadores catalanes. Las cantidades que, según ellos, estamos ingiriendo con esas bebidas son desde miles hasta miles de millones de veces más pequeñas que las consideradas peligrosas. Y en el caso de las aguas que nos han ocupado en esta entrada, entre diez mil y diez millones de veces más pequeñas. Aunque es verdad, como dice el artículo, que las bebidas no son la única fuente de nuestra exposición a los OPEs. Ni la mayoritaria, añado yo.

Don Rafael y un servidor esperamos que los de IDAEA tomen nota del asunto, sobre todo de cara a la divulgación que hacen en escuelas catalanas, donde son particularmente activos contra el uso de los plásticos. Porque de aire y agua sabrán un montón pero de plásticos, y sus aditivos, parecen tener alguna que otra laguna.

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viernes, 12 de mayo de 2023

Maceración carbónica: una versión moderna del vino de siempre

Hay constancia arqueológica desde hace al menos siete mil años de que, en regiones como Irán, Georgia o Armenia, los humanos hemos recolectado uvas y hemos fabricado vinos con ellas. No sabemos mucho de las técnicas de vinificación empleadas en épocas tan pretéritas pero, probablemente, implicarían que los racimos de uvas evolucionaran en recipientes de arcilla según su leal saber y entender, sin mucha música antropogénica. Cuando yo era jovencito y me iniciaba en el vino de la mano de la familia de la Búha, nadie (o casi nadie) llamaba en La Rioja vinos de maceración carbónica a los vinos del año (o vinos de cosechero). Ahora muchas bodegas anuncian sus vinos del año con el término maceración carbónica en sus etiquetas y alguno de ellos se vende a precios bastante elevados. Y, por lo que he podido ver en mi entorno próximo, no mucha gente sabe qué significa esa denominación y, sobre todo, cómo ha evolucionado ese método de vinificación. Voy a ver si cuento algo de ella, tratando de emparentarla con esos vinos del Neolítico.

Además de a los vinos del año riojanos, el término maceración carbónica se aplica también a los vinos franceses de la región del Beaujolais, donde cada mes de noviembre, el tercer jueves, se proclama aquello de "le Beaujolais nouveau est arrivé!", presentándose en sociedad un vino joven proveniente de la cosecha de ese año. Ese evento ha popularizado en todo el mundo, y desde los cincuenta, el nombre de esa región vinícola aunque, como pasa en el caso de La Rioja, la región tiene una tradición vinícola desde tiempos de los romanos. En una y otra, se sigue manteniendo un método ancestral de vinificación que consiste en que los racimos de uvas se emplean tal y como se colectan en las viñas, con raspón (la parte leñosa del racimo en la que se sustentan las uvas) incluido.

Ambas regiones emplean también procesos hoy considerados "convencionales" de obtención de vino, introducidos en la Rioja a finales del siglo XVIII cuando se implantó el sistema bordelés de eliminar el raspón (despalillado), antes o durante el estrujado de las uvas para obtener el mosto que, en primer lugar, se deja macerar con los hollejos o pieles de las uvas para extraer el color de las mismas. Para, posteriormente, dar paso a la fermentación alcohólica, en la que los azúcares de las uvas se transforman en alcohol y en CO2, merced a las levaduras presentes en la piel de las mismas (o a levaduras añadidas por el viticultor). Eso produce lo que los riojanos llamaron vinos "finos", precisamente para distinguirlos de los obtenidos con el sistema milenario de las uvas con raspón. Entendido lo cual, nos vamos a centrar el resto de la entrada en las peculiaridades de la maceración carbónica.

El estudio científico de la maceración carbónica arranca con una sugerencia de Louis Pasteur (como no podía ser de otra manera) quien, en 1872, planteó la hipótesis (que él no parece que comprobó experimentalmente) del posible interés enológico de sumergir uvas integras (no rotas) en atmósferas de CO2. 60 años después, en 1934, Michel Flanzy, que había empezado por utilizar atmósferas de CO2 como una forma de preservar las uvas frente a la agresión ambiental, obtuvo una serie de resultados que le llevaron a reconsiderar la hipótesis de Pasteur. Tras una serie de experiencias en una bodega cerca de Narbona, presentó sus resultados en la Academia Francesa de Agricultura en 1935. Algunos lo consideraron una revolución enológica, aunque también hubo escepticismo al respecto, escepticismo que Flanzy fue eliminando en años y estudios subsiguientes. El término maceración carbónica fue acuñado como tal y por primera vez en 1940.

La maceración carbónica, en los estrictos términos descritos por Flanzy, debe llevarse a cabo con el 100% de raspones con sus uvas y con la piel de estas sin romper, algo que, como comprenderéis, exige una delicadeza en las labores de cosecha casi imposible de conseguir. El conjunto de racimos de uvas integras se debe colocar en un recipiente herméticamente cerrado, en el que se ha creado una atmósfera de CO2 gas. El gas iría penetrando en las uvas a través de la piel y desalojando al oxígeno presente en ellas. En esas condiciones, cada grano de uva se transforma en un pequeño reactor, donde ocurren reacciones sin oxígeno (anaerobias), proceso que también se denomina fermentación (o respiración) intracelular. Son procesos catalizados por enzimas que producen una pequeña cantidad de alcohol (un 2%) en la semana que transcurre el proceso a una temperatura de unos 35º.

Pero además de la formación de ese pequeño porcentaje de alcohol, el proceso intracelular tiene una serie de consecuencias que resultan importantes. Por ejemplo, se generan sustancias químicas que proporcionan ciertos aromas distintivos a los vinos en los que se ha empleado este procedimiento. Se aumenta la cantidad de glicerol. Se elimina casi la mitad del ácido málico, que se metaboliza para dar lugar a nuevos ácidos que, con el alcohol presente, dan lugar a ésteres muy distintivos. O se ajusta el pH a valores ligeramente más altos, lo que viene bien para el color. Una vez que se alcanza ese 2% de alcohol en las uvas, estas empiezan a deteriorarse, a romperse, con lo que van perdiendo su jugo, aunque lo más normal es que se estrujen por parte del productor, y al mosto resultante se le deje seguir el proceso de fermentación que hemos llamado convencional o bordelés, gracias a la acción de las levaduras, que hemos descrito arriba.

Sin embargo, la mayoría de los vinos comercializados bajo la denominación de maceración carbónica (Beaujolais y Rioja incluidos) no se ajustan al procedimiento de Flanzy y esa variante podría denominarse de semi-maceración carbónica, que tiene su origen en las milenarias prácticas de vinificación de ambas regiones. Se emplean, dentro de lo posible, uvas enteras, raspón incluido, que se colocan en un recipiente pero, generalmente, sin la creación de la atmósfera de CO2 antes mencionada. Debido al propio peso de las uvas y una cierta presión mecánica añadida, parte de los granos de uva que están en el fondo se rompen, sueltan su jugo o mosto y, con él, se inicia la fermentación alcohólica merced a las levaduras que, como se mencionaba antes, produce alcohol y CO2. Es ahora ese CO2 producido en el fondo el que, al ir ascendiendo, desaloja al aire presente en el recipiente, crea una atmósfera "carbónica" y penetra en las uvas que aún no se han roto, situadas en partes más altas del recipiente, desplazando como antes al oxígeno y permitiendo la fermentación anaerobia o intracelular, ya mencionada. El resto del proceso es similar al descrito en el párrafo anterior.

Esto no pretende ir más allá de los fundamentos del asunto, para que conozcáis los detalles mínimos de esta forma de producir el vino. Luego cada productor tiene sus trucos. Por ejemplo, como lo interesante de la maceración carbónica es que proporciona aromas muy distintivos y como muchos de ellos son bastante volátiles, hay autores como Jackson (1994), que recomiendan que la fermentación alcohólica posterior a la maceración carbónica se lleve a cabo a temperaturas no muy altas (20º), para preservar así las fragancias obtenidas con ella. Otros juegan con los tiempos de la maceración. Por ejemplo, en el caso de los vinos del Beaujolais, el Nouveau, el más madrugador en el mercado, solo tiene, por término medio, cuatro días de maceración carbónica mientras los Beaujolais Crus pueden estar macerando diez días.

Quizás porque he bebido mucho vino de cosechero desde hace tiempo, tengo una cierta memoria vinícola que me hace disfrutar de los buenos vinos que ahora llaman de maceración carbónica. Y si es oyendo In taberna Quando sumus de Carmina Burana de Carl Orff mejor.

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viernes, 28 de abril de 2023

Oxígeno. Casi inextinguible y traicionero.

El oxígeno es el segundo gas más abundante en la atmósfera (21%) solo por debajo del nitrógeno que constituye el 78%. Es también el elemento más abundante en la corteza terrestre aunque, en este caso, combinado en diversas sustancias químicas que como el agua, los carbonatos, los silicatos o los óxidos lo incluyen en su composición. El oxígeno contenido en el aire nos sirve, obviamente, para respirar, un proceso sin el cual no continuaríamos vivos, aunque andan por el mundo pirados que compiten por ver quién es el campeón mundial de la apnea. Así que si el oxígeno se acabara, nos podríamos dar por muertos. Pero no parece que eso vaya a ocurrir. Desde hace 2.500 millones de años, cuando las llamadas cianobacterias existentes en los océanos empezaron a emitir oxígeno, éste se empezó a acumular en la atmósfera y su concentración en ella, durante los últimos 500 millones de años, ha oscilado entre un mínimo de un 15% y un máximo de un 35%, hasta descender al mencionado nivel actual del 21%, que se mantiene bastante constante.

Aunque, acorde con el nivel catastrofista imperante, hay gente que piensa que podemos quedarnos sin oxígeno como consecuencia de la quema de combustibles fósiles. No en vano, el CO2 es el resultado de la combustión del carbón con oxígeno. Entre las sonoras proclamas que he visto en las redes sobre esta cuestión, ninguna como un mensaje en Twitter del presidente francés Macron. En agosto de 2019, en tono dramático, decía que los incendios que asolaban en esa época la selva tropical del Amazonas, estaban quemando "el pulmón que genera el 20% del oxígeno de nuestro planeta"y abogaba por una reunión de emergencia de los miembros del G7.

Pues va a ser que no, Monsieur. Con todo lo terrible y condenable que son esos incendios en una área privilegiada como la Amazonía, su efecto en la concentración estacionaria del oxígeno en el aire que respiramos es ridículo. Según un cálculo de Vaclav Smil en su libro "Harvesting the Biosphere", la masa forestal terrestre contiene 500.000 millones de toneladas de carbono y aunque se quemara toda a la vez, consumiría alrededor del 0,1% del oxígeno de la atmósfera. Además, los árboles y otros vegetales actúan tanto de fuentes como de sumideros del oxígeno. Produciendo oxígeno (y carbohidratos) durante el proceso diurno de la fotosíntesis y consumiendo casi la misma cantidad de oxígeno durante su respiración nocturna, en la que los carbohidratos generados durante la fotosíntesis son utilizados para la producción de energía y los compuestos necesarios para el crecimiento vegetal. Así que en lo que se refiere a las plantas y en lo relativo al oxígeno, lo comido por lo servido.

Es también cierto que, merced a precisas técnicas instrumentales a nuestra disposición, estamos detectando una disminución muy pequeña pero sostenida de las concentraciones de oxígeno en el aire que, cuantitativamente, puede correlacionarse con el incremento en la combustión de combustibles fósiles y las emisiones antropogénicas de CO2. Ese descenso hasta ahora es minúsculo, del orden de un 0,002% anual, según ha ido midiendo la Scripps Institution of Oceanography. Así que podemos estar tranquilos en cuanto a disponibilidad de oxígeno para respirar. De ahí lo de (casi) inextinguible del título de la entrada. Por cierto, la palabra inextinguible siempre me recuerda a la sinfonía nº 4 del compositor danés Carl Nielsen. Aquí podéis escuchar su primer movimiento. 

Pero ese "gas de la vida" que es el oxígeno es también muy peligroso para ella. Respiramos del orden de diez/doce veces por minuto y respirar es un peligro casi tan notorio (o más) que tomar el sol sin protección. Aproximadamente el 20% de la población mundial muere o morirá por cáncer y la principal causa última  es respirar oxígeno. El daño provocado en nuestro organismo por ese gas sin olor, color o sabor proviene de la formación de radicales libres (nombre con el que ganan mucho dinero empresas de cosmética, farmacias y los suplementos dominicales de los principales periódicos).

Esos radicales libres son moléculas químicas de una extraordinaria reactividad, que tratan de combinarse con todo lo que se les pone a tiro. A partir del oxígeno que ingerimos, ocurre a veces que éste, por alguna razón, da lugar al denominado ion superóxido (una molécula igual a la del oxígeno, O2, pero con una carga negativa), lo que le convierte en más reactivo que el propio oxígeno y que, además, puede evolucionar hasta dar origen a los radicales hidroxilo OH·, los oxidante naturales más importantes en la química troposférica.

Uno de los procesos en los que ocurre esa transformación del oxígeno en ion superóxido y posteriormente en radicales libres, se da durante el funcionamiento normal de nuestro organismo. En él, la reacción con oxígeno (en este caso no la llamamos combustión, porque no hay llama, sino respiración celular) de algunas sustancias que ingerimos en nuestra alimentación, tiene lugar en las llamadas mitocondrias, pequeñísimas cápsulas existentes en cada una de los miles de millones de células que nos conforman. El resultado final es la obtención de la energía necesaria para el funcionamiento de las células y los órganos que las albergan. Pero, en esa respiración celular, aparecen como subproductos pequeñas cantidades de productos indeseables entre los que, al final, tenemos los radicales de marras. Hay estimaciones que sugieren que entre el 1 y el 2% del oxígeno disponible por las células se convierte en iones superóxido, llegando hasta un 10% cuando se está practicando un ejercicio vigoroso, al respirar más aceleradamente.

Esos radicales se escapan de las mitocondrias, con lo que su presencia en nuestro organismo es absolutamente ubicua. Al ser extraordinariamente reactivos atacan a casi cualquier molécula con la que se encuentran, dañando, por ejemplo, todo el intrincado entramado de nuestra carga genética, como el ADN que programa y construye nuevas células. Casi todos los daños son reparados por un evolucionado conjunto de enzimas pero, inevitablemente, algún radical se les despista de vez en cuando y, de esos errores en la reparación, nacen células defectuosas que, tras complejos mecanismos en los que no entraré y que implican incluso el suicidio de algunas de ellas (algo que siempre me ha fascinado), dan lugar a células cancerosas, totalmente incontrolables por nuestro sistema de seguridad.

Y contra ese hecho hay poco que hacer. Así como en el caso de las peligrosas radiaciones solares podemos poner los medios para que eso no ocurra (cremas solares), de respirar no hay forma de librarse. O si lo intentamos todavía es peor como, con cierta ironía, ya explicó el Premio Nobel de Medicina 2001, Timothy Hunt, hace tiempo en una rueda de prensa en Bilbao en 2007: "Podemos intentar dejar de respirar y, entonces, seguro que no nos morimos de cáncer". E ironizó también sobre el que una alimentación rica en verduras y frutas sea una fórmula para evitar el cáncer, con un argumento que a mi en esa lejana fecha me impactó: quien come bien, vive más y si se vive más, se respira más tiempo y hay más posibilidades de que el cáncer haga de las suyas.

Así que, queridos míos, no os comáis la olla con soluciones mágicas.

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jueves, 20 de abril de 2023

Bolas de billar y activismo climático

En la serie interminable de actos organizados por los activistas climáticos estos últimos tiempos, esta vez le ha tocado, por increíble que parezca, a una sala de billar. Tras acciones como la de pintar las puertas de un banco, impedir aterrizajes en aeropuertos o la circulación en autopistas, lanzar salsa de tomate a un Van Gogh o derramar leche en supermercados, este pasado lunes un activista de Just Stop Oil se subió, en el Crucible Theatre de Sheffield, el "templo" del snooker, a una mesa en la que se jugaba una partida del Mundial de esa modalidad de billar y la tiñó de naranja. Tras una primera reacción de asombro, el motivo de esta acción estuvo más que clara para este vuestro Búho.

Las bolas de billar hoy en día se fabrican con baquelita, un mítico polímero introducido a principios del siglo XX y que se obtiene a partir de fenol y formaldehído. El fenol se fabrica, a su vez, a partir de cumeno, una sustancia que se puede obtener de la destilación de la hulla y el petróleo (el malvado oil). El formaldehído se obtiene a partir de metanol que, a su vez, se produce a través del gas de síntesis, derivado también del carbón o del petróleo. Así que la motivación está clara. Pero las bolas de billar tienen una larga historia que voy a resumir aquí para haceros olvidar un poco a gente tan cansina.

Hacia la mitad del siglo XIX, el uso extendido del marfil en las empuñaduras de cubiertos de todo tipo, en los teclados de los pianos, en joyería y, sobre todo, en las bolas de billar, hizo empezar a temer por las poblaciones de elefantes, a los que se mataba por sus colmillos de ese material. El caso de las bolas de billar era particularmente importante, pues su consumo se estaba incrementando y posibles materiales sustitutivos, como la madera maciza de procedencia arbórea diversa, no tenían las propiedades adecuadas para el choque casi elástico requerido por profesionales cualificados en tal disciplina. Así que el más importante fabricante americano de bolas de billar, Phelan and Collander, instituyó, en la década de los sesenta de ese siglo XIX, un preciado premio de 10.000 dólares, destinado al inventor que pudiera proporcionar un material que sustituyera al marfil de sus bien amadas bolas (de billar).

Los años siguientes a la institución del premio vieron desarrollarse una historia bastante tormentosa sobre los intentos de obtener alternativas al marfil, cuyos detalles podéis ver en esta entrada. Implicaron a diferentes materiales a base de nitrato de celulosa, denominados con nombres como colodión, parkesina o celuloide. El nitrato de celulosa es un material muy inflamable y, ya desde el principio de su utilización, fue evidente que las bolas de billar, con él fabricadas, podía ponerse a arder si les caía encima la colilla de un cigarro o, incluso, con un golpe un poco fuerte del taco sobre ellas, podían provocar una pequeña explosión con un ruido parecido a un disparo. La cosa no era para tomársela a broma porque ya se sabe que, en aquella época, a todo el mundo los dedos se les volvían huéspedes a la hora de desenfundar las armas que llevaban al cinto. Finalmente, mezclando el nitrato de celulosa con alcanfor (lo que dio lugar al celuloide) se solventó en parte el problema, pero ya era tarde.

Porque, en 1907, Leo Hendrik Baekeland, un químico de origen belga que emigró a los EEUU en 1889, patentó la mencionada baquelita, que resultó ser un polímero económico, no inflamable y versátil. Esta patente se suele conceptuar como el comienzo de la industria moderna de los plásticos. Hoy en día, la baquelita se sigue usando en muchas aplicaciones como, por ejemplo, en pastillas de freno, en laminados decorativos tipo Formica o para aglomerar arena en los machos en los que se vierten las coladas en las fundiciones. De las primeras épocas de la baquelita han quedado objetos "vintage" bastante codiciados en la actualidad, como los primeros teléfonos, los enchufes e interruptores oscuros, los tiradores de puertas, botones, etc. El Búho ha tenido mucha relación con la baquelita pues, no en vano, desde los años 60, una empresa que ha sido relevante en la fabricación de este material ha estado situada en la carretera que une Hernani, donde viví mi adolescencia, con la frontera con Navarra.

Y desde hace ahora cien años, cuando la empresa SALUC, también belga, radicada en el pequeño pueblo de Callenelle, introdujo las bolas de billar de marca Aramith, las bolas de baquelita han consolidado a este material como el más adecuado para la práctica de esta actividad deportiva.

Supongo que los de Just Stop Oil no propugnarán volver al marfil como forma de dejar a los forofos del billar jugar tranquilos. Y espero que, tirando del hilo, no se les ocurra meterse con otros deportes en los que materiales derivados del petróleo se emplean como elementos clave. O acabaremos todos usando nuestro tiempo libre en mirar a las musarañas.

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martes, 11 de abril de 2023

Huevos y dioxinas

En agosto de 2006, cuando yo era un incipiente bloguero, (mi Blog nació a finales de febrero de ese año), leí en el periódico de mi pueblo (el Diario Vasco) un artículo de opinión de una representante de un colectivo que se oponía a la instalación de una incineradora en las proximidades de Irún y Hondarribia. El artículo hacia referencia a una noticia publicada meses atrás por el diario francés Le Figaro, relativa a la contaminación por dioxinas en huevos producidos en granjas cercanas a la incineradora de Besançon, una ciudad francesa próxima a la frontera suiza. Fue mi primer encuentro con el asunto de las dioxinas y los huevos. Yo quería publicar una entrada al respecto, pero me pareció mejor ceder la tribuna a mi colega y amigo Javier Ansorena, en la época Jefe de Servicio de Medio Ambiente de la Diputación Foral de Gipuzkoa, que del asunto sabía mucho. El fue quien escribió la entrada que podéis visitar aquí y hoy (16 años después) la leo y creo que sigue vigente. Javier desmontaba, con su contundencia habitual, los argumentos del artículo de opinión.

Hace pocas semanas, el mismo Diario Vasco recogía otra noticia, en la que se aludía, una vez más, a huevos y dioxinas. En ella se mencionaban los análisis realizados por una Fundación holandesa denominada ToxicoWatch en el entorno de la planta incineradora situada en Zubieta, la única que funciona en Gipuzkoa, análisis realizados antes y después de su puesta en marcha definitiva en 2020. La noticia aludía a altos contenidos de dioxinas en huevos de una granja de Andoain, que se habían cuadruplicado desde el inicio del funcionamiento de la planta. El informe mencionado en la noticia, hasta donde yo he podido encontrar, no es un informe al uso sino, como podéis ver aquí, un compendio de tablas, datos en formato Excel y fotografías que me ha costado entender. Supongo que tarde o temprano habrá un informe más convencional.

Esta Fundación apareció en la prensa europea como consecuencia de su colaboración con otra organización medioambiental, Zero Waste Europe, en el estudio de diversas incineradoras situadas en Europa. Una de las primeras en ser estudiada fue la de Harlingen (Holanda). Una incineradora que se puso en marcha en 2011 y de la que, en 2018, publicaron un estudio titulado Emisiones Escondidas, redactado de forma convencional, no como el de Zubieta. En él, se hacía un seguimiento de las emisiones de esa planta holandesa y se analizaba el contenido en diversas sustancias químicas, entre ellas dioxinas, furanos y bifenilos policlorados (PCBs), en huevos de gallinas criadas en el entorno de la incineradora, así como en musgos, agujas de pinos y hojas de acebos y otras plantas, también cercanas a las instalaciones.

Ciñéndonos al estudio del contenido en dioxinas de los huevos cercanos a Harlingen, ToxicoWatch hacía referencia a un artículo publicado en 2014 y firmado por el que luego sería el redactor del informe sobre la incineradora (A. Arkenbout). Allí se decía que “Todos los huevos de gallinas de pequeñas granjas cercanas a Harlingen, en un radio de 2 km desde la incineradora, mostraron una concentración de dioxinas mucho más alta que la permitida por la legislación europea”. Algo que no es del todo correcto a la vista de lo que se ve en la Figura 1 del estudio de ToxicoWatch mencionado en el párrafo anterior.

Además, en un estudio, posterior a ese de 2014, llevado a cabo en ese tipo de granjas por varias Instituciones y cubriendo todo el territorio holandés, se llegó a la conclusión de que "los niveles observados anteriormente alrededor de Harlingen (Arkenbout, 2014) no eran inusuales para las gallinas de propietarios privados en otros lugares de los Países Bajos". Estos últimos autores lanzan la hipótesis de que el origen de esas dioxinas puede estar en la realización de pequeñas hogueras y/o en el uso de las cenizas en ellas generadas como abono rico en potasio, hierro, calcio, etc en tierras de cultivo y que podrían contener dioxinas.

En lo que se refiere al contenido en dioxinas y sus primos (furanos y PCBs) de los huevos de granjas próximas a Zubieta, ya en 2019, sin la planta en funcionamiento, los huevos de tres granjas próximas tenían niveles por encima del límite establecido por la Union Europea. El propio estudio de ToxicoWatch aducía para explicarlo que, en el entorno de la incineradora, hay otras plantas industriales y mucho tráfico que pueden estar en el origen de esas cifras. En las muestras tomadas a lo largo de 2021, tras la puesta en marcha de la incineradora, solo una granja situada en Andoain, la que mencionaba la nota del Diario Vasco, había casi cuadruplicado su nivel de dioxinas y se situaba por encima del límite permitido. La granja está a 3,6 km de la incineradora y, además de la Nacional I, tiene cerca una planta de asfalto y otra de reciclado de plásticos, todas ellas potenciales fuentes de dioxinas. Pero, curiosamente, otras granjas que en el 2019 se pasaban del limite de la Unión Europea, en las muestras tomadas en 2021, con la incineradora funcionando, no lo hacían.

Abundando en la contaminación de huevos por dioxinas, furanos y PCBs, en la zona de la incineradora después de su puesta en marcha, Biodonostia, un Instituto de Investigación Sanitaria, radicado en Donosti, publicó, en octubre de 2022 y en la web de Medio Ambiente del Diputación Foral de Gipuzkoa, un informe en el que se analizaban muestras de huevos, leche y suelos, recogidas en caseríos próximos a la incineradora de Zubieta. En 2021 se recogieron y se analizaron 54 muestras (21 de leche, 17 de huevos y 16 de suelo) y en 2022 otras 57 muestras (22 de leche, 18 de huevos y 17 de suelo). Solo la leche de un caserío de Lasarte sobrepasaba los límites de la Unión Europea pero, en lo que se refiere a los huevos, las 35 muestras analizadas estaban todas por debajo de los contenidos establecidos por la legislación europea. Así que algo raro pasaba en ese caserío concreto.

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viernes, 31 de marzo de 2023

Sobre un sexto sabor y la detección de los olores

Andaba estos días poniendo al día una charla que di ya hace algún tiempo y que titulé Todo en el Vino es Química, charla que tengo que volver a dar en el mes de mayo. Y, en ese proceso, volví a sentirme cautivado por la complejidad del mundo de los olores y sabores que los humanos somos capaces de detectar, gracias a nuestra nariz y nuestra boca, en muchos casos en cantidades infinitesimales. Y mientras estaba en ello, la pasada semana me llegaron además un par de noticias sobre el gusto y el olfato, lo que me da pie para preparar esta nueva entrada.

La primera de esas noticias, de la que me enteré en El País, hacía referencia a un artículo publicado por Nature Metabolism el pasado 20 de marzo, en el que un grupo de investigadores chinos y americanos, trabajando con la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster), había identificado la vía por la que esta mosca era capaz de identificar sabores alcalinos, es decir, sabores proporcionados por sustancias con un pH elevado (muy superior a 7 en una escala entre 0 y 14). La noticia de El Pais hablaba en su titular del descubrimiento de un "sexto sabor", que se sumaría así a los cuatro que tradicionalmente nos han enseñado (ácido, amargo, dulce y salado) más un quinto, el umami o sabroso, al que le ha costado más de un siglo el ser aceptado por todo el mundo, tras su identificación como sabor inherente a una tradicional sopa japonesa, el dashi, elaborada a partir de algas kombu (Laminariaceae Bory).

En 1909, un investigador japonés llamado Kikunae Ikeda anunció en la revista de la Sociedad Química del Japón el aislamiento, a partir de esas algas, de una mólecula de fórmula C5H9NO4, cuyas propiedades se correspondían a las de un aminoácido llamado ácido glutámico, que forma parte de las largas cadenas de proteínas existentes no sólo en el kombu sino en otros alimentos como el queso, los espárragos, el tomate o incluso en la lecha materna de los mamíferos. Cuando esas cadenas se rompen por acción del calor u otros efectos, el ácido glutámico queda liberado, formando diversas sales o glutamatos. Ikeda se hizo rico fabricando posteriormente uno de ellos, el glutamato monosódico (GMS), que aún levanta pasiones en el ámbito de los aditivos alimentarios y sobre el que podéis leer una vieja entrada en este Blog. La localización de los receptores específicos en la lengua humana por los que detectamos el sabor umami solo se produjo en 2002.

Desde entonces, existen diversos estudios que han tratado de encontrar en la lengua (y el paladar) receptores específicos para otros pretendidos sabores que constituirían el llamado "sexto sabor". En años recientes se ha hablado del sabor graso, aunque todavía no hay suficiente consenso al respecto. Y ahora tenemos la proclamación como tal del sabor alcalino. Aunque la mosca de la fruta se ha empleado en innumerables estudios para tratar de desentrañar intricadas cuestiones de genética y enfermedades humanas, como me enseñaron las divertidas charlas que el Prof. Ginés Morata ha impartido en Donosti, lo cierto es que, a pesar del titular de El País, el que se haya descubierto que las moscas puedan detectar ese sabor no implica que eso ocurra en humanos, aunque todo el mundo que sabe de esto parece estar de acuerdo en que este estudio es un importante paso en llegar a saber si los humanos también tenemos un receptor específico para detectar ese sabor.

La otra noticia tiene que ver con el sentido del olfato. Nuestro sentido del olfato es capaz de detectar un vasto número de moléculas aromáticas, químicamente diversas, que nos permiten identificar olores característicos. Esta tarea se logra cuando esas moléculas penetran en nuestra nariz y se adhieren al epitelio olfativo situado en la parte alta de la misma, en la que se alojan unos 400 receptores. El modo de interacción entre la molécula aromática y el receptor, que acaba generando la señal que nuestro cerebro identifica como "olor", es un tema todavía sujeto a debate y sobre el que existen algunas teorías.

Una de ellas, la más aceptada, propugna que hay un reconocimiento específico mediante la forma, tamaño y estructura electrónica de la molécula odorante que encajaría, de una forma particular, en algún lugar del sitio receptor, que suele ser una compleja molécula de una proteína. Ese modelo de reconocimiento específico se suele conocer como modo "llave-cerradura".

Pues bien, en un artículo publicado el día de mi cumple (15 de marzo) de este año, un equipo de investigadores americanos, con inclusión de elementos franceses y españoles, han conseguido elucidar, usando crio-microscopía electrónica, la estructura tridimensional de uno de esos receptores, el llamado OR51E2, así como la forma en la que este interacciona con un aroma característico del queso suizo tipo Emmental, el ácido propiónico, generado por las bacterias Propionibacter shermani, cuando estas consumen el ácido láctico de la leche original durante la fermentación. Un segundo subproducto de ese proceso es el CO2 que queda atrapado en la masa resultante, generando a posteriori los peculiares agujeros de ese tipo de queso.

Los autores reconocen que la pareja odorante/receptor que ellos han estudiado es una de los millones de parejas que se pueden dar en nuestra nariz, pero estiman que el conocimiento al que han llegado de su particular interacción (a nivel atómico) sienta un precedente en nuestro intento de entender la intrincada maraña de interacciones que nos hacen oler (bien y mal).

Al día estáis.

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sábado, 18 de marzo de 2023

Semana rara

Esta semana que ahora acaba ha sido mi cumpleaños. Pero el día anterior, habíamos despedido en el cementerio a un ser querido. Así que no he tenido mucho tiempo para escribir la entrada que pensaba escribir y que, por ahora, se ha quedado encima de la mesa. Así que este sábado, con algo más de tranquilidad, voy a hacer un par de apuntes de cosas que me han pasado estos siete complicados días. Sobre mi cumple poco que decir, uno ya es un septuagenario y no tiene ningún sentimiento particular que pueda resultar interesante a nadie. Pero lo de los cementerios es otra cosa. Hacía más de veinte años que no me veía envuelto en la vorágine de tener que planificar, en pocos minutos, la despedida a un difunto, usando y comprobando el funcionamiento de una empresa de servicios funerarios.

Funerarias ecológicas

Los servicios funerarios son una maquinaria prodigiosa, que funciona las 24 horas del día todos los días del año. Y ciertamente un buen negocio, dadas las necesidades perentorias que todos tenemos cuando acabamos en una oficina funeraria o en un tanatorio. Alrededor de la muerte de una persona medran toda una serie de burócratas, floristas, carpinteros, maquilladores, empresas de sepulturas y losas, gestorías en asuntos testamentarios y hasta periódicos. Todo, como digo, con precisión milimétrica y profesionalidad decorada con tonos compungidos.

Lo que más me ha llamado la atención en esta ocasión es el aura ecologista con la que se está adornando el negocio. Desde flores provenientes de cultivos ecológicos, recordatorios en papel reciclado o coches funerarios híbridos, a féretros de madera en cuya producción se emplea materia prima que proviene de talas controladas de árboles, acompañadas de una posterior reforestación de lo talado, dicen que ajustando todo ello lo más posible para evitar el desperdicio de madera. Nos han contado que hasta el serrín generado en la fabricación del ataúd sirve como combustible para calderas de biomasa, que producen la energía utilizada para el agua caliente de las empresas fabricantes.

Si se opta por una cremación (lo que ha sido nuestro caso), la empresa te cuenta que, para garantizar que en los servicios de cremación se reduzcan las emisiones nocivas a la atmósfera, se han sustituido los barnices de disolventes sintéticos en los féretros por otros al agua. Lo que no dicen es qué pasa con el posible mercurio que generen las amalgamas del cadáver y sobre lo que ya hablamos aquí en su día. Tras la cremación, uno puede elegir entre diversos modelos de urnas para contener las cenizas, donde no faltan las elaboradas con material biodegradable. Si el cadáver no se va a incinerar, se apuesta por el uso de sudarios biodegradables.

Nada que objetar a estas prácticas, acordes con los tiempos que nos ha tocado vivir. Aunque lo mismo que me pasa en temas como los vinos ecológicos o biodinámicos, sobre las que ya he escrito entradas, mi escéptico olfato me dice que todo ello contribuye a que el pobre muerto pague, desde sus ya innecesarios ahorros (o desde los de sus familiares), una cantidad adicional, destinada a enterrarle de manera "mas verde". Como si ya no fuera caro el morirse.

Un libro interesante

Dado que como consecuencia de todos los avatares acontecidos, esta semana he dormido aún peor que lo que ya es habitual en mi, he repasado, en su versión en castellano, un libro que había leído (y releído) con anterioridad en inglés. Se trata de "Cómo funciona el mundo" de Vaclav Smil. Resulta curioso que el título en castellano sea idéntico a otro escrito diez años antes por el lingüista y activista geopolítico Noam Chomsky. Y digo que es curioso porque, en las versiones en inglés de ambos, el libro de Chomsky (2012) se titula "How the world works", mientras que el de Smil (2022) se titulaba "How the world really works".

En cualquier caso, el libro de Smil está, desde hace unas pocas semanas, en las librerías y en su versión en castellano, publicada por Debate. Y si os queréis formar una opinión propia, en torno a toda esa marabunta que nos asalta diariamente sobre cuestiones energéticas ligadas a la transición derivada del cambio climático, os recomiendo vivamente su lectura. Reconozco que es un libro en el que, en algunos momentos, Smil apabulla con la cantidad de datos que es capaz de manejar y con la erudición sobre estos temas que ha acumulado en sus más de veinte libros dedicados a la energía.

No pretendo contaros el libro ni realizar una revisión del mismo, algo para lo que no estoy particularmente dotado, pero si quiero que sepáis que, a lo largo del mismo, Vaclav Smil pretende, en el primer capítulo, ayudaros a comprender la energía, en términos de los combustibles fósiles empleados en su producción y de la electricidad, la forma más flexible de utilización de esa energía. El segundo está dedicado a comprender la producción de alimentos y la necesidad de combustibles fósiles para dar de comer a tanta gente como la que puebla la Tierra. En el tercer capítulo, el que más veces he releído, el autor define cuatro materiales que llama pilares de la civilización moderna: acero, hormigón, amoniaco y plásticos, mostrando lo complicado que va a ser descarbonizar la producción de esos materiales.

Tras dedicar el capítulo cuarto a la evolución de lo que ha acabado llamándose globalización, el quinto se dedica a comprender los riesgos que nos han acechado y acechan, desde los volcanes a los virus y las dietas. El sexto se destina a comprender el entorno y evaluar cómo afectan los cambios ambientales y climáticos a nuestras tres necesidades vitales: agua, oxígeno y comida, para presentar después sus puntos de vista sobre el calentamiento global. Y terminar, en el séptimo, con un análisis de las dificultades para comprender el futuro, atrapados entre los catastrofistas (que todo lo ven mal) y los tecno optimistas (que todo lo ven bien). Ni unos ni otros han predicho particularmente bien el futuro en décadas pasadas, así que es razonable que tampoco lo hagan en las siguientes.

En cualquier caso, si estáis dudando en comprarlo, acercaros a una librería y leed la introducción titulada ¿Por qué necesitamos este libro?. Tras esa lectura la suerte estará definitivamente echada. No admite medias tintas.

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jueves, 23 de febrero de 2023

La lavanda, los "químicos" y un diputado francés

El pasado 28 de diciembre, cuando yo andaba atareado colgando una entrada sobre Pío Baroja, el periódico La Tribuna de Toledo publicaba una noticia que me llamó mucho la atención pero que aún hoy, dos meses más tarde, me ha costado tiempo pensar en cómo darle acomodo en esta entrada. Decía el periódico, en su titular, que el sector de la lavanda aplaudía que no se tipificara como "químico" el aceite esencial de esa planta, aclarando que el mencionado aceite salía de la lista de otros similares en una nueva reglamentación europea, gracias a una enmienda de un eurodiputado francés, François-Xabier Bellamy, perteneciente al Partido Popular Europeo. Como casi todo lo que se decía en esa noticia es un dislate vamos a ir por partes.

Vamos a empezar por el asunto de bautizar como "químico" al aceite esencial de lavanda, un producto de la destilación de flores frescas de varias especies de espliego (Lavándula) que, según la especie de la que provenga, puede presentar aspecto incoloro, amarillo o verde amarillento y que tiene un aroma agradable y sabor amargo. Analizando su composición con ayuda de las modernas técnicas analíticas de las que disponemos los profesionales de la Química, podemos encontrar en ese aceite esencial casi un centenar de sustancias químicas diferentes como el linalol, el acetato de linalilo, el geraniol o la cumarina, por solo citar algunas que ya han tenido protagonismo en este Blog. Según el lenguaje habitual, sobre todo en medios quimiofóbicos, cada uno de ellos sería un "químico". Y el aceite esencial sería una mezcla de todos ellos.

Según la Real Academia de la Lengua, los términos químico o química, usados como sustantivos, se refieren a los "especialistas en Química". Y usado como adjetivo sería algo "perteneciente o relativo a la Química". Así que dado que, por ejemplo, el agua no es una especialista de la Química, no nos queda más remedio que llamarla sustancia química, producto químico o cualquier denominación en la que el término químico/a vaya como adjetivo. Es verdad que la FUNDEU, otra referencia actual del idioma castellano, contestó en su día a una pregunta que le hacía al respecto un ciudadano diciendo que "Aunque su extensión de uso sea probablemente influencia del inglés, esta sustantivación no es un proceso ajeno al español, pues es un caso similar a lácteo (producto), metalúrgica (industria) o farmacéutica (empresa)". Reconozco el papel de la FUNDEU y los argumentos que aquí emplea, pero este vuestro Búho, hoy por hoy, se resiste a la idea y se adhiere a la fuente oficial, la RAE.

Luego está el hecho que mucha gente parece no asumir y que no es otro que, en el mundo material en el que vivimos, no hay nada, nada, que no esté constituido por "químicos" o sustancias químicas. Hace casi un año, ese extraordinario divulgador científico que es Ignacio Crespo (@SdeStendhal en Twitter) se hacía eco en su periódico de un artículo que no tuvo gran repercusión en la prensa porque, tras la curiosa historia que os voy a contar, acabó publicado en una revista alemana (Chemie in Unsere Zeit) poco difundida. Ese artículo se había enviado previamente a la revista Nature, que no lo publicó merced a un inusual argumento. En el artículo se hacía una búsqueda entre los productos mas comunes que se comercializan como "sin sustancias químicas" y se comunicaban los resultados relativos a cuantos de ellos cumplían esa proclama. Como no había NINGUNO, el artículo, tras el título y las filiaciones de los autores, estaba en blanco. Nature, que no quiso publicar el artículo porque le parecía una broma, publicó, sin embargo, un trampantojo sobre el mismo en su Blog Thescepticalchymist.

Y vayamos ahora al asunto de la lista de la que, según La Tribuna de Toledo, salía el aceite esencial de lavanda. Se trata de la conocida con el acrónimo REACH, la abreviatura de un Reglamento europeo sobre Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de las Sustancias y Mezclas Químicas, que entró en vigor el 1 de junio de 2007. En ese Registro, hoy por hoy, está el aceite esencial de lavanda, con un par de explícitos logos sobre su peligrosidad. Parece que ese Reglamento va a tener en breve una revisión y hacia ella es hacia la que se han dirigido los esfuerzos del eurodiputado francés arriba mencionado.

En este video, podéis ver y oír (si os arregláis con el idioma de Descartes) que el Sr. Diputado aboga porque determinadas sustancia químicas como el aceite esencial de lavanda o el plomo, empleado en las vidrieras de las catedrales europeas, tengan un tratamiento especial en el nuevo Reglamento sobre el REACH, como una forma de preservar bienes culturales europeos. Me dice una garganta profunda que tengo en el Parlamento europeo que, lo que el eurodiputado realmente ha conseguido, es introducir una enmienda en el artículo 49 sobre la aplicación de la Nueva Agenda Europea para la Cultura y de la Estrategia de la Unión Europea para las relaciones culturales internacionales, aprobada el 14 de diciembre de 2022 y que recoge sus pretensiones (podéis verla aquí). Enmienda aprobada por una cortísima mayoría (304 contra 302), votación en la que la actual mayoría en el Parlamento francés (la mayoría de Macron) votó en contra.

Y poco más, porque me dice mi contacto en el Parlamento europeo que el aceite esencial de lavanda no ha salido del REACH, ya que ni siquiera se ha iniciado el procedimiento legislativo pertinente. Y que ya veremos si sale, porque este tipo de informes tienen muy poco valor desde el punto de vista de lo que posteriormente colegislen el Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea. Así que toca esperar.

Por otro lado, si se saca de ahí al aceite esencial de lavanda, habrá que sacar también a otros aceites esenciales como el de rosa, jazmín, bergamota y decenas más. Todos tienen valor cultural y económico en sus respectivas regiones. Pero son, de nuevo, mezclas complejas de muchas sustancias químicas y, en general y en estado puro, peligrosas para la salud. Otra cosa es que se diluyan en alcohol para dar un perfume o un agua de colonia...

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martes, 14 de febrero de 2023

Cafelito con furanos

La pasada semana impartí una charla en los talleres que el Ayuntamiento de mi pueblo organiza bajo el nombre Programa +55. No es la primera vez que lo hago. Y me gusta que el recinto al que voy se llame Ernest Lluch. Los asistentes son gentes muy motivadas que, al final de las charlas, plantean todo tipo de inquietudes y preguntas. También pasó en esta ocasión a pesar de que el tema del que yo les hablé (las dioxinas, su historia, su toxicidad, sus emisiones en incineradoras)) no me parecía que pudiera ser muy sugerente. Craso error. Me hicieron preguntas interesantísimas y algunas de las respuestas que di en la sala las he ampliado posteriormente por vía interna. Pero una me la guardé para extenderme en esta entrada. Una mujer me dijo que había leído que las cápsulas de aluminio, tipo Nespresso, eran una fuente de furanos en el café con ellas preparado. Y voy a escribir aquí sobre lo que le contesté y también sobre lo que no le contesté, porque me pareció que, si lo hacía, iba a marear a la gente con un exceso de terminología química. Y el coordinador ya quería cerrar el evento.

Vayamos primero con lo del contenido en furanos del café. En setiembre de 2017, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó una opinión científica sobre "los riesgos para la salud pública relacionados con la presencia de furano y metil furanos en alimentos". El documento tiene más de cien páginas pero para lo que aquí nos interesa, baste decir que hay suficiente evidencia científica de que, en principio, estas sustancias se forman durante procesos que conllevan el uso de altas temperaturas en el procesado de alimentos, como es el tostado del café o la preparación de los "potitos" para tiernos infantes. El caso del furano está mucho más documentado que el de los metil furanos (2-metil furano, 3-metil furano y 2,5 -dimetilfurano). Y así, por ejemplo, el furano figura en las listas del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC) como carcinógeno tipo 2b, "probablemente cancerígeno para los humanos", en especial por sus efectos hepáticos.

Así que, de forma "natural", cualquier café tostado de los que nos venden tiene furano y metil furanos. La cantidad de ellos que pasa al líquido que nos bebemos depende del método con el que preparamos el brebaje. En 2011, por ejemplo, unos investigadores de la Universidad de Barcelona se centraron en evaluar exclusivamente la cantidad de furano en diferentes preparaciones de café y vieron que el café preparado a partir de las cápsulas daba lugar a contenidos en furano entre dos y cuatro veces superior al preparado en cafeteras de bar o dispositivos tipo mellita. El que menos tenía era el preparado con un café de sobre.

Pero el culpable (y esto es lo que conté a la mujer que me interrogó en la charla) no es el aluminio de las cápsulas sino el hecho de que, al estar éstas herméticamente cerradas, no permiten que el furano se vaya evaporando ni durante su almacenamiento ni durante el proceso de pasar el agua a través de los granos molidos. Y, por tanto, aparecen en mayor cantidad en el café final. Aunque, en cualquier caso, las cantidades de furano que podemos ingerir diariamente bebiendo café están muy por debajo de las ingestas diarias tolerables de ese compuesto, evaluadas por la agencias que velan por nuestra salud. Para contarlo más sencillamente, los investigadores catalanes estimaban que para pasarse de esa ingesta tolerable, tendríamos que beber unos 30 nespressos diarios.

Pero lo que no conté en la sala para no liarla es que esos furanos de los que habla el documento de la EFSA a propósito del café, no son los furanos de los que yo había hablado en mi charla sobre las dioxinas. Furanos son, pero otros. Bajo la denominación genérica de Dioxinas se suele agrupar (inadecuadamente) a 419 compuestos distintos, de los que 28 entrañan riesgos toxicológicos relevantes para los humanos.

Ahí, junto a las policlorodibenzo dioxinas (PCDDs) y los policloro bifenilos de comportamiento similar a las dioxinas (DL-PCBs), se encuentran los policloro dibenzo furanos (PCDFs). En todos ellos el término policloro alude al hecho de que pueden llevar en su molécula hasta diez átomos de cloro. Y son los que se emiten a la atmósfera en procesos de combustión de todo tipo (desde incineradoras a barbacoas), en procesos de blanqueo con cloro en papel y tejidos, en la fabricación de plaguicidas clorados, en procesos volcánicos, en la metalurgia o en los motores de combustión del tráfico rodado. Esos eran los furanos de mi charla.

Así que, resumiendo, hay furanos sin cloro (los del café) y furanos con cloro (los incluidos en ese vasto conjunto que llamamos dioxinas). Como en las mejores familias, un mismo apellido da lugar a muy variados especímenes.

Me voy a hacer un nespresso descafeinado que en Donosti sigue haciendo fresquito.

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domingo, 29 de enero de 2023

El agua potable de Barcelona no contiene microplásticos

Tengo un viejo amigo que, en cuanto ve algo relacionado con la contaminación de plásticos y microplásticos, me lo envía por si las moscas. Así me enteré hace unas pocas semanas de un artículo publicado a finales de diciembre en The Conversation, firmado por la Dra. Paula Redondo y titulado ¿Estamos bebiendo plásticos?. Cuando veo un título de este pelo, suelo elevar mi poblada ceja izquierda y pienso que se trata de un artículo más o menos tremendista sobre el peligro de los microplásticos en la alimentación. Pero esta vez me he pasado de listo y no es así. Aunque tengo que decir que, tras leerlo, yo no le hubiera puesto el título que su autora ha elegido. Pero, para entender esta afirmación, es mejor llegar hasta el final de la entrada.

El artículo está bien bien escrito y documentado para una revista de divulgación como la que lo publica. Usa literatura reciente (que ya he usado en este Blog) relativa a los microplásticos que ingerimos a través del aire, el agua o la comida. Además, cita un trabajo reciente sobre la contaminación de los mismos en el agua potable, publicado en marzo de 2021 y que a mi se me había escapado en mis periódicas búsquedas bibliográficas sobre el tema (sobre todo por eso, gracias Javi). Firmado por científicos catalanes, en él se estudia la contaminación por microplásticos en el agua del río Llobregat, que suministra agua potable a la ciudad de Barcelona, tras ser tratada en la Estación de Tratamiento de Agua Potable (ETAP) situada en Sant Joan d'Espi.

Los propios autores nos cuentan que el río Llobregat tiene un recorrido de 170 kilómetros desde los Pirineos, donde nace, hasta su desembocadura cerca de Barcelona, sufriendo a lo largo de su cuenca una serie de presiones antropogénicas con urbanizaciones, polígonos industriales, plantas de tratamiento de aguas residuales, agricultura y hasta sitios con actividad minera desde hace tiempo. Un poco antes de su desembocadura es cuando se toman de su cauce del orden de 5 metros cúbicos por segundo, que se derivan a la ETAP antes mencionada y constituyen la fuente de agua potable de la Ciudad Condal. Con estos antecedentes, uno podría esperar que el agua de Barcelona tuviera una moderada concentración de microplásticos, dado el pensamiento existente de que las plantas de aguas residuales (como las que vierten al Llobregat) no son capaces de eliminar los microplásticos que les llegan y eso, unido a otras fuentes de contaminación, tendría que hacer llegar agua con microplásticos a la ETAP, que ésta también tendría problemas para eliminarlos.

Pues nada más lejos de la realidad. Las medidas realizadas en siete puntos de muestreo a lo largo del cauce del río Llobregat detectaron microplásticos en cinco de esos siete puntos, en concentraciones que, como mucho, alcanzaron los 3,6 microplásticos por litro, con un valor medio de 1,6 microplásticos por litro. Concentraciones muy pequeñas para lo que se pudiera esperar del recorrido del río. Antes de continuar, no puedo dejar de lado una breve disquisición estadística en el tema de la expresión de las concentraciones. Este vuestro Búho hubiera escrito esos mismos resultados como 4 microplásticos por litro en lugar de 3,6 (en el caso de la concentración más alta) y 2 microplásticos por litro en lugar de los 1,6 del valor medio. Porque, en este tipo de estudios, las partículas se cuentan como entidades individuales y no como fracciones de ellas (no existe algo que pueda describirse como 0,6 partículas, por ejemplo).

Lo que si se constata en el estudio, como es lógico, es que la concentración de microplásticos va creciendo en los puntos de muestreo a medida que nos aproximamos a la ETAP y a la desembocadura. La mayoría de las micropartículas encontradas eran fibras de poliéster seguidas de fibras y fragmentos de polipropileno y polietileno. Dicen también los autores que el agua, cuando entraba en la ETAP para su tratamiento, contenía del orden de un microplástico por litro (0.96 ± 0.46 aparece en el texto) y a la salida 0.06±0.46. Este último dato quiere decir que, estadísticamente, el agua que se envía finalmente a los grifos de Barcelona no contiene microplástico alguno. Y que aunque haya algún microplástico en la entrada de la ETAP, ésta es muy eficiente a la hora de eliminarlo. Dicen los autores que en un 93%, pero no se si ese dato tiene algún sentido con los números de partículas que manejan antes y después de la ETAP.

¿Habéis encontrado alguna referencia en vuestra prensa diaria a este resultado?. Seguro que no. Yo he hecho una búsqueda en Google, poniendo frases del tipo "microplásticos en el agua potable de Barcelona" y no aparece mención alguna a ediciones digitales de diarios o agencias de prensa que se hayan hecho eco de este trabajo científico. Lo cual es una prueba más de ese marketing perverso del que yo suelo hablar, según el cual los medios se hacen poco eco (o ninguno) de noticias que constatan que algo va bien. Y puestos a hablar de marketing, ¿no será también esa la causa por la que la Dra Redondo haya titulado su artículo en The Conversation en la manera en la que lo ha hecho?. Podría haber optado, por ejemplo, por el que yo he puesto a esta entrada.

Pero es solo la opinión de un viejo cascarrabias.

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martes, 17 de enero de 2023

Hidrógeno blanco

Hace más de dos años escribí una entrada sobre el hidrógeno verde. En esa entrada se asignaban otros colores al hidrógeno, colores que tenían que ver con los procesos por los que se produce este gas, ahora otra vez considerado como posible panacea de nuestros problemas energéticos. A pesar de que el hidrógeno sea incoloro, basta poner en Google "los colores del hidrógeno" para llegar a una serie de documentos en los que se bautiza al hidrógeno como gris (el más habitual,  obtenido a partir del gas natural y el metano en él contenido). O negro o marrón para el que se obtiene de carbón o petróleo. O azul que, en una primera etapa, se produce igual que el gris para, en una segunda fase, capturar el CO2, obtenido como subproducto del proceso, mediante técnicas denominadas de captura y almacenamiento de carbono (CCS en su acrónimo en inglés). El hidrógeno verde, la estrella emergente del momento, ya vimos que se obtiene mediante la electrólisis del agua que quiere decir que vamos a romper los enlaces que unen los dos hidrógenos del agua con el oxígeno y obtener así ambos gases por separado.

El problema es que para llevar a cabo esa electrólisis del agua se necesitan grandes cantidades de energía y, para asignar al hidrógeno ese adjetivo de verde, debemos extraer esa energía sin emitir gases de efecto invernadero, por lo que se emplean energías provenientes de instalaciones eólicas o solares (aunque, a veces, al hidrógeno que se obtiene por la vía solar se le etiqueta de amarillo). Otras fuentes de energía que no producen gases de efecto invernadero puede también emplearse para electrolizar el agua. Y así, hablamos de hidrógeno rosa, púrpura o rojo, según los gustos de cada cual, para denotar al hidrógeno producido por electrólisis con ayuda de la energía proveniente de una central nuclear. Y completaríamos la paleta con el llamado hidrógeno turquesa a partir de un proceso llamado pirólisis del metano que produce directamente hidrógeno y carbono sólido.

La necesidad de obtener hidrógeno radica en que, como yo decía en una frase de la entrada arriba mencionada, "aunque el hidrógeno está por todos los lados en la naturaleza en forma combinada, rara vez se encuentra puro". Bueno, pues ha llegado el momento de matizar esa afirmación, añadiendo un color más a la larga paleta de colores que se han asignado en los últimos años a nuestro hidrógeno: el blanco que, ya os adelanto, es el que se obtiene de forma directa de determinados yacimientos existentes en la Tierra. Es una historia muy interesante de la que comencé a tirar del hilo gracias a la lectura de uno de esos documentos en los que se habla de los colores del hidrógeno. Encontré en él una referencia a un yacimiento situado en la República de Malí, en Africa Occidental, del que fluye de forma natural un gas que es básicamente hidrógeno puro (un 98%) acompañado de un 1 % de nitrógeno y un 1 % de metano.

En un lugar conocido como Bourakebougou, al perforar en 1987 un terreno a la búsqueda de un pozo de agua, se produjo una explosión de gas provocada por un cigarro que andaba fumando un operario que resultó gravemente herido. El incidente ocurrió cuando se alcanzó una profundidad de 112 m. El pozo se tapó con cemento por si las moscas, pero se volvió a abrir en 2011, como experiencia piloto en la producción de hidrógeno, pues ensayos previos de una compañía petrolífera de la propia Malí demostraron que el gas que emanaba de ese pozo era, como acabo de decir, casi hidrógeno puro. En una etapa posterior se utilizó ese hidrógeno como forma de suministrar electricidad a la aldea cercana. El proyecto resultó ser un éxito y ha durado años.

Pero como ha mostrado un largo review de Viacheslav Zgonnik publicado en la revista Earth-Science Reviews en febrero de 2020, se sabe, desde hace tiempo, que hay lugares en la Tierra en los que se producen emisiones de gases que contienen hidrógeno en muy variables concentraciones. El artículo detalla un mapa mundial de los sitios en los que se sabe que el hidrógeno fluye de la tierra de forma natural. En algunos casos, como el de un yacimiento cerca de Antalya, Turquía, que se conoce desde los tiempos de los griegos, el gas que sale es fundamentalmente metano, pero lleva hasta un 11% de hidrógeno. Por poner otro ejemplo, en la isla de Luzón en Filipinas, hay una emanación que contiene un 60% de hidrógeno y que está ardiendo desde los tiempos de la colonización de esa parte de la Tierra por los españoles. Y con mayor o menor proporción de hidrógeno, sin alcanzar el contenido del gas de Malí, se pueden citar innumerables casos repartidos a lo largo y ancho de la superficie continental y de las plataformas marinas. Muchas de estas observaciones se han llevado a cabo fundamentalmente a partir de los años setenta y, en muchos casos, sería complicado obtener de esos yacimientos producciones de hidrógeno como las que vamos a necesitar en un proceso de descarbonización.

Pero es que muchos de esos descubrimientos han sido casuales y, solo muy recientemente, pequeñas compañías han empezado a buscar y evaluar el potencial real de estos "pozos" de hidrógeno, como es el caso de la compañía francesa en la que trabaja el autor del review. ¿Por qué esa actividad no ha empezado antes?. Pues en parte porque es ahora cuando empiezan a descubrirse yacimientos con tamaño y pureza en hidrógeno, susceptibles de utilizarse como fuente de hidrógeno directa. Pero hay otras razones, muy interesantes para un químico como yo. En la mayoría de yacimientos de gas natural, donde suele aparecer hidrogeno muchas veces, la técnica analítica empleada para medir la composición de esos gases ha sido la cromatografía de gases, muchas veces utilizando hidrógeno como vehículo para pasar la mezcla a investigar por una columna que separa los diferentes componentes de la muestra. Eso implica que es difícil detectar hidrógeno en esa muestra, por estar en cantidades ridículas con respecto al que introducimos como gas portador.

Nos falta mucho por investigar sobre cómo se genera ese hidrógeno en las entrañas de la Tierra. Solo así podremos focalizar adecuadamente la labor de los geólogos a la búsqueda de yacimientos importantes. O saber si, al contrario de los yacimientos de combustibles fósiles, generados y acumulados por eventos previos, las emisiones de hidrógeno provienen de procesos que están ocurriendo de forma continua a diversas profundidades. Procesos como la descomposición de agua catalizada por hierro o, simplemente, hidrógeno que está ahí (en la corteza y en el manto) desde la propia formación de la Tierra y que, poco a poco, por su gran difusividad, va ascendiendo. Lo que está claro es que si encontráramos, y aprovecháramos, esos yacimientos, el hidrógeno dejaría de ser un vector de energía (ahora lo tenemos que producir para luego convertirlo en energía), para pasar a ser un combustible en toda regla y, probablemente, renovable.

Vamos a ver cómo evoluciona esto. Quizás todo se quede en nada por no disponer de yacimientos importantes. O quizás estemos solo en un estado muy preliminar, como les ocurrió a los pioneros de las primeras perforaciones a la búsqueda de petróleo. O a los que empezaron a usar las técnicas de fracking de forma decidida (de los que mucha gente se reía) y hoy nos están resolviendo el problema creado por los delirios de Putin, mandándonos buques con gas natural licuado.

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