viernes, 11 de octubre de 2024

Lo de reciclar plástico es un invento de las petroleras

Llevamos decenios, y no exagero, enfrentándonos al progresivo incremento de los llamados Residuos Sólidos Urbanos (vidrio, papel y cartón, envases de todo tipo, incluidos los plásticos) con la estrategia de las tres erres que veis en la figura que ilustra esta entrada. Pues bien, la correspondiente a la opción Reciclar parece que es una gran mentira que nos han contado las petroleras, al menos en lo que a los residuos plásticos se refiere. O eso parece que es lo que piensa el Estado de California que, a través de su Fiscal General Rob Bonta, ha presentado con fecha del 23 de setiembre de este año una demanda contra el gigante ExxonMobil. Cuando me enteré del asunto y empecé a leer los titulares y subtitulares de la prensa internacional, como este de Reuters, no tuve más remedio que ir a las fuentes y bajarme la demanda. Y tras una lectura rápida de la introducción, quedó claro que lo tenía que contar en una entrada.

La demanda, que tiene 147 páginas, y que os podéis descargar en este enlace, echa la culpa de todos nuestros problemas con los plásticos a las petroleras en general y a ExxonMobil en particular, ya que “siendo el mayor productor de polímeros utilizados para fabricar plásticos de un solo uso, causó o contribuyó sustancialmente al diluvio de contaminación plástica que ha perjudicado y sigue perjudicando al medio ambiente, la fauna, los recursos naturales y las personas de California". En la demanda se citan detalladamente diferentes asociaciones de carácter industrial, como la que antes todos los poliméricos conocíamos como Society of Plastics Industry (hoy se llama Plastics), y que la demanda establece como parte importante de los grupos de presión (lobbies) creados por ExxonMobil para defender sus intereses.

Todas estas proclamas han sido bastante habituales en medios californianos, proclives ellos a la Quimiofobia. Y en cuanto a lo de los lobbies, todos sabemos que en la sociedad americana son habituales en medios políticos o industriales. Pero cuando empecé a leer con algo más de detalle las primeras páginas de la demanda, la primera frase en la que mis pobladas cejas empezaron a arquearse, fue cuando leí que el fiscal general alegaba que la petrolera ha participado “en una campaña de engaño de varias décadas que ha causado y agravado la crisis mundial de contaminación por plásticos, permitiendo mientras tanto a ExxonMobil y otras empresas producir plásticos impunemente”.

Al tratar de entender, un poco más adelante, en qué se concretaba la aducida “campaña de engaño”, comprobé sorprendido, que la demanda acusa a ExxonMobil no sólo de promover y producir la mayor cantidad de plástico en California, sino que específicamente se le acusa de haber engañado a los californianos durante casi medio siglo, prometiendo que el reciclaje podría resolver la creciente crisis de los residuos plásticos. Según la demanda, todo este tiempo, ExxonMobil ha sabido que “el reciclado mecánico, y el “reciclado avanzado”, nunca serán capaces de procesar más que una pequeña fracción de los residuos plásticos”.

Sobre las diferencias entre el reciclado mecánico y el reciclado químico (que es a lo que se refiere el término “avanzado” usado en la demanda) escribí una entrada recientemente. Sabéis que el primero se refiere a la recogida, todo lo selectiva que podamos, de los residuos plásticos tras su uso en envases y embalajes para, posteriormente, fundirlos en máquinas adecuadas y con ese fundido, moldear nuevos objetos en plástico. Por el contrario, el reciclado químico implica la destrucción mediante enzimas, procesos químicos o calor (pirólisis) de las largas cadenas que constituyen los polímeros, regenerando así la materia prima (monómeros) que dio lugar a esos plásticos, monómeros que podrían ser utilizados en la producción de nuevos plásticos. Todo ello contado en mucho menor detalle del que lo hice en la entrada mencionada.

Sin embargo, somos bastantes (y parece que incluso ExxonMobil) los que llevamos también décadas diciendo que el reciclado, sea de uno u otro tipo, no es la solución final para el problema de los residuos plásticos. En contra de esa opinión, y no se si incitados o no por las malvadas petroleras, Instituciones locales, autonómicas, nacionales y supranacionales nos han insistido hasta la saciedad sobre la necesidad imperiosa de reciclar.


Por solo poner un ejemplo, la Union Europea, en su Estrategia Europea sobre Plásticos de enero de 2018, se seguía basando en las clásicas acciones de la reducción de la cantidad de plástico usado, su posible reutilización, la promoción de métodos eficaces para una selección previa (importante y menos mencionada) que faciliten su reciclado, dentro de la denominada Economía Circular. Como últimos eslabones no deseados (pues se pide su dramática reducción, ver la figura arriba) quedan la incineración con recuperación de energía (WTE es su acrónimo en inglés) y los vertederos. Unas pretensiones ciertamente sorprendentes cuando, como podéis ver en este informe y en su página 49, los países más avanzados de Europa, muchos tenidos como los mas concienciados con el medio ambiente, llegan a eliminar hasta el 60% de los residuos plásticos en instalaciones de incineración con recuperación de energía (WTE).

Cosa que no pasa en igual medida en USA. Y menos en California. Según un informe de la EIA (Administración de Información Energética) americana, de marzo de 2023, al principio del año anterior había solo 60 plantas WTE operativas en Estados Unidos, generando un total de de 2051 megavatios (MW) de potencia. La mayoría de las plantas estaban en la Costa Este y cerca de las grandes ciudades. Por el contrario, en la costa Oeste, las plantas WTE brillaban por su ausencia, con solo dos operativas en California. Mientras tanto, en Europa, se contabilizaban casi 500 (solo en Suiza hay casi 30), generando 130 millones de megavatios. Y en Japón, en la misma fecha había 1160 WTEs. Además, las WTEs americanas son relativamente pequeñas y ninguna llega a los 100 MW de potencia.

Es solo una hipótesis personal, pero me da que parte de la motivación de la demanda es su incapacidad de hacer frente a los residuos generados. En el caso concreto de los residuos plásticos, la prohibición que puso en vigor China en enero 2018 de importar basura en general, y basura plástica en particular, para reciclarla allí, han puesto a muchos exportadores de residuos en una difícil tesitura. Ya en 2019, Estados y Condados americanos estaban optando por volver a usar vertederos o implantar plantas WTE.

Mientras vemos en qué queda la demanda, deleitaros con el final (2 minutos) del Tico-Tico de Zequinha de Abreu con Daniel Barenboim dirigiendo a la Filarmónica de Berlín en una grabación de la Nochevieja de 2001. Me ha alegrado mucho saber que, a finales de agosto, Barenboim volvió a dirigir, tras dos años de ausencia por enfermedad.

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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Harina de vino. Sobre una noticia falsa en TikTok

Estaba yo tan ricamente asistiendo a las sesiones de Naukas Bilbao 2024 en la capital del mundo mundial, cuando hete aquí que recibo un whatsapp de mi cuñadísimo JL con un vídeo que se había hecho viral en TikTok de la mano de una influencer catalana. En él se nos mostraba un sobre que ella denominaba como vino en polvo. Enseñando el sobre a la cámara nos llamaba también la atención de que, por un lado, aparecía el logo de una conocida marca de Rioja (Ramón Bilbao) y, por el otro, el de la Denominación de Origen Rioja. Tras abrir el sobre, vertía su contenido en una copa con agua, lo agitaba y, al final, se bebía la pócima entre repetidas expresiones de ¡qué fort!.

No hagáis el juego a esta ciudadana y no busquéis el vídeo en internet. Entre otras cosas porque la chica lo ha borrado, aunque sigue circulando por las redes. Y supongo que lo ha borrado porque le han llamado a capítulo y le han hecho ver que Ramón Bilbao no comercializa ese polvo, ni la D.O. Rioja lo hubiera permitido. Y que le puede caer un puro. Y al retirarlo, la muy imbécil se permitió decir que es que no habíamos leído los comentarios de lo que había publicado, en los que ya nos decía que se trataba de una broma. En fin, que no es creáis todo lo que leéis. Y, por mi parte, ni una letra más sobre la “broma”, pero este vuestro Búho no os puede dejar con la incertidumbre de saber qué es eso del polvo (o harina) de vino. Porque existir existe y tiene la pinta de lo que veis arriba.

En mis entradas sobre el vino, ya he contado más de una vez que, a finales del siglo XVIII, los riojanos empezaron a elaborar sus vinos por el llamado sistema bordelés que empieza por eliminar el raspón (despalillado), antes o durante el estrujado de las uvas, para obtener así el mosto que, en primer lugar, se deja macerar con los hollejos o pieles de las uvas para extraer el color de las mismas. Pero al final, el raspón, los hollejos y hasta las pepitas de las uvas forman un conjunto, un subproducto del proceso de vinificación, que se le suele llamar orujo o brisa (o pomace en inglés) y que se ha solido emplear para alimentación animal, para obtener destilados y, más recientemente, para fabricar el mencionado polvo o harina de vino, tras secar todo eso y triturarlo.

Las casas que lo venden hablan de su alto contenido en compuesto fenólicos de carácter antioxidante, algo lógico porque es en la piel donde están esos compuestos, así como la ausencia de alcohol en el mismo y lo proponen como un aditivo de carácter “natural” y “sin gluten” que puede emplearse en variados usos ligados sobre todo a la gastronomía: como colorante de bebidas alcohólicas o no alcohólicas, como sustitutivo (en parte) de la harina en la elaboración de postres, como espesante de las salsas, como alternativa al vino líquido en recetas culinarias que luego se flambean para eliminar el alcohol y muchas más. Se ha llegado a emplearlo hasta en cosmética por aquello del contenido en antioxidantes.

Y para una entrada corta como esta, poco más de dos minutos de música a buen ritmo. El allegro final del “Concerto per flautino” de Vivaldi con Lucia Horsch y los Amsterdam Vivaldi Players.

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martes, 10 de septiembre de 2024

La necesaria distinción entre el peligro y el riesgo de sustancias consideradas cancerígenas

El pasado mes de julio, la Agencia International para la Investigación sobre el Cáncer (IARC en su acrónimo en inglés), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS/WHO), actualizó su clasificación de sustancias (y actividades humanas) potencialmente cancerígenas. Este hecho me va a servir para plantear una nueva entrada, en la que pretendo aclarar algo que a mi me parece fundamental, de cara a entender la creciente ansiedad existente entre las personas normales sobre la presencia de sustancias inductoras al cáncer en lo que comemos, bebemos o respiramos (Quimiofobia). Este verano, mi correo electrónico ha echado humo con consultas al respecto y no debe olvidarse que combatir esa ansiedad está en el ADN del Blog del Búho.

Como probablemente muchos sabréis, en esa clasificación de la IARC las sustancias o actividades humanas se engloban en cuatro Grupos. El Grupo 1 agrupa a 129 sustancias o actividades "cancerígenas para los humanos". En el Grupo 2A aparecen 96 denotadas como “probablemente cancerígenos para los seres humanos”. En el Grupo 2B aparecen 321 como “posiblemente cancerígenas para los seres humanos”. Y otras 499 más están encuadradas en un Grupo 3 como "no clasificables en lo relativo a su efecto cancerígeno en humanos". Antes había un Grupo 4 que contenía una sola sustancia (la caprolactama a la que dediqué una entrada en 2015), "probablemente no cancerígena para los humanos". Pero desde 2019, ese Grupo ya no aparece.

Para un profano, la distinción entre los grupos 2A y 2B resulta sorprendente ya que, a primera vista, la diferencia está en el diferente uso de dos adverbios que, encima, la RAE conceptúa como sinónimos. Sin embargo, cuando uno rasca más en las definiciones de esos grupos de la IARC, empiezan a aparecer diferencias. En el 2A se incluyen sustancias para las que “existen pruebas limitadas de la carcinogeneidad en humanos y pruebas suficientes del carácter cancerígeno en experimentación animal”. Por el contrario, en el grupo 2B están las sustancias para las que “existen pruebas limitadas de la carcinogeneidad en humanos y pruebas insuficientes del carácter cancerígeno en experimentación animal”.

Para lo que se pretende aclarar en esta entrada, es fundamental entender que la clasificación de la IARC (y de otros organismos nacionales o supranacionales que estudian el cáncer y sus causas) está basada en el potencial peligro (hazard en inglés) de esas sustancias y actividades humanas y no en el riesgo (risk en inglés) de las mismas. El peligro es una propiedad consustancial a una sustancia o actividad, mientras que el riesgo es una medida de la probabilidad de que un peligro realmente ocurra o nos afecte. Por ejemplo, conducir un coche (una actividad) es inherentemente peligroso, pero es posible evaluar una probabilidad de cuánto riesgo corremos por conducir habitualmente un coche. Ingerir alcohol es un peligro pero el riesgo de contraer un cáncer por ello depende mucho de la frecuencia y cantidad de la ingesta.

El basar una clasificación de cancerígenos solo en el peligro, sin evaluar el riesgo, lleva a situaciones cuando menos algo variopintas. Por ejemplo, en el mencionado grupo 2A están incluidas actividades humanas como el consumo de carne roja o beber bebidas calientes por encima de 65º, actividades ligadas a un trabajo u ocupación (como ser soplador de vidrio) y sustancias químicas como el estireno, un líquido empleado para fabricar el poliestireno expandido o los nitritos, empleados como conservantes en el jamón.

Clasificaciones basada también exclusivamente en el peligro pueden ser aún más radicales, como la Ley de Seguridad del Agua Potable y Control de Sustancias Tóxicas, conocida como Proposición 65 del Estado de California. Y voy a poner un reciente ejemplo, basado otra vez en el café, del que escribimos solo hace dos entradas. Una taza humeante de café contiene centenares de sustancias químicas, algunas de las cuales están clasificadas como cancerígenas en las listas de la Proposición 65, como es el caso de la piridina, la acrilamida (de la que hemos hablado varias veces como, por ejemplo, aquí), los hidrocarburos aromáticos policíclicos o el furano. Como consecuencia de la legislación californiana, el café, una mezcla que contiene esas sustancias, debe clasificarse como cancerígena y, siguiendo esa legislación, un envase del mismo debe de estar etiquetado con un aviso como el que veis al comienzo de la entrada que, evidentemente, no tranquiliza a un consumidor, sobre todo si es algo quimiofóbico.

La Proposición 65 se ha convertido en un excelente negocio multimillonario para los bufetes de abogados que buscan litigar contra los que no etiqueten adecuadamente los productos. Y así, una organización denominada Consejo de Educación e Investigación sobre Sustancias Tóxicas (CERT) presentó en 2010 una demanda que tenía su base en la presencia en el café de la acrilamida. La demanda argumentaba que las compañías de café estaban incumpliendo la Proposición 65 por no advertir a los consumidores sobre ese carcinógeno. Tras muchos dimes y diretes, en abril de 2018, un juez dictaminó que un grupo de más de 90 compañías de café, incluidas Starbucks, Dunkin' Donuts y McCafé no habían ofrecido pruebas suficientes de que pequeñas cantidades de acrilamida representaban un riesgo nominal para los consumidores y les obligaba a etiquetar sus productos con la etiqueta de arriba.

Sin embargo, muy poco después, en junio de 2018, la agencia estatal responsable de implementar la Proposición 65, la Oficina de Evaluación de Peligros para la Salud Ambiental (OEHHA),rechazó el fallo judicial de que el café necesitaba llevar una advertencia. La acción, sin precedentes, se basaba en la decisión de la IARC de 2016, cuando sacó al café del grupo 2B, donde estaba desde 1991, y lo incluyó en el Grupo 3 (no clasificable como carcinógeno). Pero el abogado que representaba al CERT dijo que esa exención violaba la ley del Estado californiano por la presencia de la acrilamida en el café y prometió impugnar la decisión. Y en eso debe andar la cosa.

Hay quien argumenta que cosas como la clasificación de la IARC o la Proposición 65 son legislaciones bienintencionadas pero incompletas e inductoras a la Quimiofobia, en tanto que no evalúan si un producto químico concreto en una dosis determinada supone realmente un riesgo de cáncer, que es lo que realmente importa a la ciudadanía. Para evaluar ese riesgo están los estudios epidemiológicos y los experimentos con animales, que establecen las dosis seguras para el consumo diario a lo largo de toda una vida de productos, naturales o sintéticos, que contienen trazas de carcinógenos y a las que estamos expuestos regularmente en nuestra vida diaria. En el caso del café, numerosos estudios epidemiológicos han concluido que las personas que lo beben con regularidad no solo no están expuestos al cáncer sino que, además, obtienen múltiples beneficios de ello. Ahí, además de la pareja peligro/riesgo, entra en juego otra interesante, el binomio riesgo/beneficio.

Es verdad que evaluar el riesgo en forma de las dosis seguras o tolerables (algo que hacen agencias como la FDA o la EFSA) es complicado y que, una vez establecido, también está sujeto a cambios a lo largo del tiempo, lo que puede liar a la ciudadanía. Pero pienso que si esta distinción entre peligro y riesgo se explicara con claridad meridiana a la población, particularmente en las escuelas o en los Centros de Salud, muchos de los titulares alarmantes con los que nos castigan todos los días perderían su influencia y acabarían por no ser rentables para los que los promueven. Pero, para eso, hay que educar primero a profesores y sanitarios en el tema. Mientras tanto, cuando leo o escucho alguna noticia sobre la IARC y el cáncer, me limito a arquear mis pobladas cejas.

La música de cada entrada: Kiri Te Kanawa canta "Beim Schlafengehen (En el Ocaso)" una de las Cuatro Últimas Canciones de Richard Strauss, con Georg Solti dirigiendo a la orquesta de la BBC.

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viernes, 23 de agosto de 2024

La síntesis del sutil aroma del ámbar gris

Supongo que mis inteligentes lectores saben que, a pesar de los atractivos mensajes de marketing de la mayoría de los perfumes, el contenido de sus frascos de diseño tiene poco de natural. Hoy en día, el comercio de los aromas constitutivos de esos perfumes es un multimillonario negocio manejado por unas pocas (muy pocas) empresas químicas que, desde los años 30, están invirtiendo mucho dinero en desentrañar y sintetizar las sustancias químicas que proporcionan sus olores atractivos a flores, plantas y hasta animales, para vendérselas a los fabricantes de perfumes y colonias de todo tipo. Eso ha permitido rebajar el precio de muchos de esos aromas, antaño obtenidos de fuentes naturales, y producir otros nuevos que no se encuentran en la naturaleza. Lo que de alguna forma explica la eclosión de las tiendas de perfumes en muchos sitios (incluido mi Donosti). Hoy vamos a dedicar la entrada a un conocido aroma, proveniente originalmente de los excrementos de un tipo de ballena, el cachalote (Physeter macrocephalus). Estamos hablando del ámbar gris (o ambré gris en français).

El ámbar gris es un producto fecal (un coprolito) del cachalote. Está bien establecido que se produce en su tracto gastro-intestinal como consecuencia de los daños que allí se generan al ingerir sepias y calamares de gran tamaño, con picos córneos hirientes. Al final, el animal expulsa el coprolito (o muere por no poder expulsarlo), en forma de un sólido negro y algo viscoso, con restos de sepia y calamar incluidos y con aromas fecales como nota olfatoria distintiva. Ese excremento animal flota en el agua y va sufriendo un proceso de oxidación debido al oxígeno del aire, el sol, al agua de mar y la temperatura, que lo va convirtiendo progresivamente en algo más blanquecino y duro. En terminología de los perfumistas, un ámbar gris "maduro" (tanto más cuanto más blanco) tiene un aroma semidulce y seco, con notas marinas, de tabaco, de cuero y ligeramente almizclado. Es, además, un buen fijador para que otros aromas más volátiles pervivan en la piel.

Estas características han atraído desde el pasado el interés por el citado excremento. Marco Polo ya habla del comercio del ámbar gris en el siglo XIII. Así que, encontrar uno de estos coprolitos, algo completamente casual, ha sido siempre un buen negocio para quien lo encuentra, sobre todo si pesa los 127 kilos que un pescador encontró en el esqueleto de un cachalote, varado en una playa yemení, en febrero de 2021. Además, los trozos de ámbar gris tienen la curiosa característica de que se pueden quemar, como el incienso, con un olor bastante placentero. Incluso hay gentes que se lo comen, al atribuirle propiedades afrodisíacas. En Marruecos se suelen añadir pequeños trozos de ámbar gris al té.

Uno puede comprar hoy en día en internet tinturas más o menos concentradas de ámbar gris, obtenidas tras machacar finamente el producto original y dejarlo reposar en alcohol durante un par de meses. Pero esas tinturas son caras (muy caras) debido a que su localización es completamente errática. Además, en algunos sitios, el comercio del ámbar gris está sometido a legislaciones restrictivas severas (en USA está prohibido incluso poseer ámbar gris a título personal) y las grandes empresas del perfume, salvo raras excepciones, hace tiempo que no usan tinturas del ámbar "natural" y han recurrido a otros sustitutos que recrean el aroma original.

La historia del ámbar gris de síntesis arranca en los años treinta, cuando uno de los actuales gigantes del mercado de los componentes de perfumería, Firmenich, inició una concienzuda investigación sus aromas distintivos, descubriendo que en el origen de los componentes volátiles que le dan su exclusivo olor, está una sustancia química sin olor conocida bajo el nombre de ambreína. Esa sustancia, como consecuencia de los procesos que sufre durante su vagabundeo por el mar, acaba convirtiéndose en una molécula química concreta, el (-)-ambrox, que es la que proporciona al ámbar su característico olor dulce. La notación con los dos guiones (uno entre paréntesis) no es un error mío al picar el texto. Son formas de nombrar las sustancias que tenemos los químicos, gentes muy retorcidas, como sabéis.

Así que el camino estaba listo para que los químicos de Firmenich (y otras empresas) se pusieran a la búsqueda de la vía de síntesis más interesante para obtener el mencionado (-)-ambrox a nivel industrial. Y no tardaron en descubrir, ya en fecha tan temprana como 1950, la posibilidad de utilizar extractos de plantas como la salvia, la caña de azúcar o la caña de remolacha, para proveerse de una sustancia base, el esclareol, que mediante una serie de pasos de química clásica, les acababa proporcionando el (-)-ambrox, que diversas marcas han tenido en el mercado bajo distintas denominaciones comerciales.

Un avance notable en los procesos de obtención industrial del (-)-ambrox se ha producido, recientemente, como una derivada más de los trabajos de Frances H. Arnold, Premio Nobel de Química 2018. Como explica la propia página del Premio, “en 1993, Arnold llevó a cabo la primera evolución dirigida de enzimas, proteínas que catalizan reacciones químicas. La evolución -la adaptación de las especies a distintos entornos- ha creado una enorme diversidad de vida. Arnold ha utilizado los mismos principios -cambio genético y selección- para desarrollar proteínas que resuelvan los problemas químicos de la humanidad. Entre los usos de sus resultados figuran la fabricación de sustancias químicas más respetuosas con el medio ambiente, como los productos farmacéuticos, y la producción de combustibles renovables”. Y, añado yo, de aromas como nuestro ambrox.

La relativamente reciente disponibilidad de una nueva sustancia, β-farneseno, producida por fermentación de biomasa y empleada en la fabricación de biocombustibles, ha permitido explorar nuevas vías para sintetizar homofarnesol, un precursor del (-)-ambrox. La transformación de homofarnesol en (-)-ambrox ha sido posible mediante el concurso de una enzima denominada escualeno hopeno ciclasa (SHC), generada mediante técnicas que descansan en los trabajos de Frances Arnold, arriba mencionados.

Givaudan, la multinacional que ha llevado a cabo ese nuevo proceso lo ha vestido como un importante logro sostenible, ya que todo el proceso implica sustancias obtenidas de la biomasa y el ambrox final es biodegradable. Aducen que será difícil que se produzca en el próximo futuro un nuevo cambio suficientemente drástico como para competir con este su reciente logro. Ya veremos porque, este mismo agosto, unos investigadores del Max Planck Institute acaban de publicar en Nature otra vía sintética al (-)-ambrox, que no tiene nada que ver con la catálisis enzimática. Esta alternativa presenta el “problema” de emplear un alcohol fluorado como disolvente y ya se sabe que hoy en día lo del flúor tiene mala prensa, aunque dicen los autores que es fácil de recuperar.

Si queréis experimentar con perfumes que lleven el sutil ambrox, hay muchas marcas conocidas que lo introducen en las complejas fragancias de sus perfumes y aguas de perfume, toilette o colonia. Pero este vuestro Búho, por pura casualidad derivada de curiosear de vez en cuando en una perfumería próxima a casa, descubrió hace unos años una fragancia conocida como Molecule 02, de la serie Escentric Molecule del perfumista alemán Geza Schoen, constituida exclusivamente por la molécula de (-)-ambrox, disuelta en alcohol hasta una concentración del 13,5%. Toda una rareza, en un mundo en el que lo normal, al analizar una determinada fragancia, es que te encuentres con varias decenas de sustancias químicas distintas en concentraciones minúsculas.

Y la música que no falte. A tono con el aroma que nos ha ocupado en la entrada, algo también sutil. De Erik Satie, la Gymnopédie 1 con el pianista Alessio Nanni.

P.D. Esta entrada sustituye a una publicada en marzo de 2018. Los avances que se han producido desde entonces en la síntesis del (-)-ambrox hacían necesaria esta actualización. Y así aprovecho para vender entradas viejas a suscriptores recientes.

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domingo, 11 de agosto de 2024

Café descafeinado y un cancerígeno

En la entrada más visitada en la historia de este Blog, hice una revisión de los diferentes métodos para obtener el café descafeinado. Todo iba al hilo de un método que entonces se estaba poniendo de moda (mi entrada es de 2016), patentado por una multinacional, que proclamaba ser un método “natural” para descafeinar el café a base de emplear solo agua. Si repasáis la entrada veréis que la cosa no estaba tan clara. En cualquier caso, el café se ha seguido descafeinando por otros métodos como los que allí se describían, entre los que se encuentra el llamado método europeo, en el que se emplea una sustancia química, el cloruro de metileno (también llamado dicloro metano), que ha salido recientemente en los medios por la petición de un grupo ecologista llamado Environmental Defense Fund (EDF), para que la Food and Drug Administration (FDA) americana lo prohiba en la fabricación del café descafeinado. El argumento, en breve, es que se trata de una sustancia cancerígena de la que pueden quedar restos en el café descafeinado una vez procesado de esa manera.

El EDF es un grupo de activistas que sigo desde hace tiempo. En una entrada también ya un poco viejuna (el Blog y yo tenemos ya demasiada edad) os hablaba de ellos por el papel indirecto que jugaron en el descubrimiento de los Trihalometanos (THMs), esas sustancias que se generan como subproductos en la cloración del agua potable y que provocaron una gran alarma en los años 80. Las aguas volvieron a su cauce y hoy, tras más de un siglo clorando agua por todo el mundo, sabemos que la concentración de esas sustancias puede medirse y controlarse adecuadamente y, si se ha producido algún incidente, ha sido más por no clorar que por clorar. Recientemente, les he seguido con otros intereses, por ser de los pocos grupos ecologistas que reconocen el papel importante que el gas natural, aunque combustible fósil, puede jugar en una transición ordenada hacia la descarbonización.

Pero es verdad que dado que cubren muchos campos, de vez en cuando lindan territorios más propios de la pseudociencia que otra cosa. Lo cual, todo sea dicho, redunda en beneficios para sus bien pobladas cuentas corrientes. Y creo que la petición arriba mencionada es un buen ejemplo. Antes de nada es preciso dejar claro que, efectivamente, el cloruro de metileno fue clasificado como cancerígeno en 2014 por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), un organismo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dentro de la categoría 2B (posiblemente cancerígeno para los humanos), categoría que se cambió en 2017 a la 2A (probablemente cancerígeno para los humanos). El cambio se produjo como consecuencia de estudios epidemiológicos que parecían indicar una creciente incidencia en tumores del tracto biliar, tras estudiar el caso de trabajadores expuestos en su horario de trabajo al cloruro de metileno y el 1,2-dicloropropano.

Dada esa clasificación de cancerígeno, el EDF argumenta que el cloruro de metileno debe prohibirse en cumplimiento de la llamada Cláusula Delaney, de la que hablé aquí en una de mis dos entradas sobre la prohibición de la sacarina en los años setenta, cuando la arriba mencionada FDA anunció que, a partir de enero de 1978, la sacarina quedaría prohibida en los Estados Unidos. La citada cláusula, introducida en la legislación americana en 1958, viene a establecer que cualquier aditivo que se haya demostrado como cancerígeno en estudios con animales o humanos debe ser prohibido en alimentos.

Hoy, 66 años después de su promulgación, hay mucha gente que piensa que la Delaney es una reliquia del pasado, sin fundamento científico. La propia sacarina es un ejemplo paradigmático de que los estudios con animales no son extrapolables con certeza a los humanos, como explicaba en la entrada arrriba mencionada. De hecho, la prohibición de la sacarina se suavizó enseguida (por la presión popular) de la mano de uno de los Kennedy, Ted, a la sazón senador, que consiguió que se aprobara la llamada Saccharin Study and Labeling Acta, en la que se imponía una moratoria en la prohibición de la sacarina, pero se ordenaba que todos los productos que la contuvieran llevaran una etiqueta que avisara de que la sacarina había producido cáncer en animales. Posteriormente, la prohibición se levantó totalmente, cuando pudo comprobarse que la sacarina podía causar cáncer de vejiga en ratones de laboratorio pero no en los humanos. La propia FDA ha solucionado en parte la inconsistencia de la Delaney con la definición de las GRAS o sustancias que "son generalmente reconocidas como seguras". Pero eso sería muy prolijo de explicar a estas alturas de esta entrada.

El debate esclarecedor sobre los posibles riesgos del cloruro de metileno en un café descafeinado debería plantearse, creo yo, en términos de las concentraciones de esa sustancia que podemos encontrar en una taza humeante como la que ilustra esta entrada. Para empezar, la FDA tiene establecido un límite de cloruro de metileno en los descafeinados comerciales en las 10 partes por millón (ppm) o, lo que es lo mismo, un 0,001% en peso (ver el último apartado de este documento). Aunque varía mucho de unas marcas a otras, las concentraciones encontradas en los productos comercializados están muy por debajo de esa cifra, algo reconocido por el propio EDF en su petición de prohibición.

Pero las ridículas cifras de cloruro de metileno que podemos ingerir al tomarnos un café descafeinado quedan aún más claras si recurrimos a un artículo de 2021, una evaluación del “carácter cancerígeno del cloruro de metileno en ratas, ratones, hamsters y humanos”, como reza su título. El estudio estaba dirigido a fundamentar la posibilidad de que la IARC volviera a cambiar de categoría a esta sustancia y pasarla a la categoría 1 (cancerígeno para los humanos). Vaya por delante que, en las conclusiones del trabajo, los autores no consideran que existan evidencias contrastadas para ese cambio de categoría y proponen dejarlo como está.

Pero como muchos de mis lectores saben, me encanta explicar lo de las dosis peligrosas con números que todo el mundo entienda. Pues bien, entre los artículos revisados por esos mismos autores, hay uno (ver apartado 2.1.1) que se refiere a la ingestión de cloruro de metileno en mezclas con agua (lo más parecido a una taza de café). En él, se administran a ratas y ratones dosis de hasta 250 mg en agua de esa sustancia por kilo de peso y día durante 104 semanas (prácticamente su ciclo de vida), llegándose a la conclusión de que no inducían la generación de tumores. Si esa cantidad de 250 miligramos por kilo de peso lo pasamos a un humano de un peso medio de 70 kilos (como se suele hacer en toxicología) obtenemos una cifra de 17 gramos de cloruro de metileno al día.

Imaginemos ahora que nos preparamos una taza de descafeinado instantáneo, mezclando 15 gramos de café con 250 mililitros de agua (son medidas recomendadas por conocidos fabricantes). Y, poniéndonos en el peor escenario, supongamos que ese descafeinado tiene lo máximo permitido de cloruro de metileno por la FDA (el 0,001%). Ello implicaría que ponemos en esa taza 0,00015 gramos de esa sustancia, cien mil veces inferior a los 17 gramos que, en humanos, equivale a la dosis máxima diaria en ratones que no ha causado tumor alguno. Dicho de otra manera, para llegar a esos 17 gramos de ingesta diaria, nos tendríamos que beber 100.000 tazas grandes de descafeinado al día. O quizás más, porque el cloruro de metileno es muy volátil y al añadir el agua hirviendo seguro que parte se evapora a la atmósfera. Así que vosotros veréis.

Tengo entradas para ver el día 27 en la Quincena Musical Donostiarra a Ricardo Chailly con la Orquesta de la Scala de Milán. Así que es un buen pretexto para colgaros esta grabación del vals número 2 de la Suite de Jazz de Dmitri Shostakovich con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Don Ricardo.

Corrección (25 de agosto 2024). Como podéis ver en uno de los comentarios, Ricard M. ha corregido mis cálculos sobre la base de que "la tasa metabólica de los animales es mayor cuanto menor es el tamaño del animal". Y tiene razón. La aplicación de la adecuada corrección que él propone para ese hecho, rebaja mis 17 gramos de cloruro de metileno por día (para una persona de 70 kilos durante toda una vida de 70 años) a solo 3 gramos. Con lo que las 100.000 tazas de café al día que yo calculaba se queda en algo menos de 18.000. Lo que no invalida, sin embargo, los argumentos en los que he basado mi entrada, como también confirma Ricard M. en su última frase.

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