sábado, 18 de marzo de 2023

Semana rara

Esta semana que ahora acaba ha sido mi cumpleaños. Pero el día anterior, habíamos despedido en el cementerio a un ser querido. Así que no he tenido mucho tiempo para escribir la entrada que pensaba escribir y que, por ahora, se ha quedado encima de la mesa. Así que este sábado, con algo más de tranquilidad, voy a hacer un par de apuntes de cosas que me han pasado estos siete complicados días. Sobre mi cumple poco que decir, uno ya es un septuagenario y no tiene ningún sentimiento particular que pueda resultar interesante a nadie. Pero lo de los cementerios es otra cosa. Hacía más de veinte años que no me veía envuelto en la vorágine de tener que planificar, en pocos minutos, la despedida a un difunto, usando y comprobando el funcionamiento de una empresa de servicios funerarios.

Funerarias ecológicas

Los servicios funerarios son una maquinaria prodigiosa, que funciona las 24 horas del día todos los días del año. Y ciertamente un buen negocio, dadas las necesidades perentorias que todos tenemos cuando acabamos en una oficina funeraria o en un tanatorio. Alrededor de la muerte de una persona medran toda una serie de burócratas, floristas, carpinteros, maquilladores, empresas de sepulturas y losas, gestorías en asuntos testamentarios y hasta periódicos. Todo, como digo, con precisión milimétrica y profesionalidad decorada con tonos compungidos.

Lo que más me ha llamado la atención en esta ocasión es el aura ecologista con la que se está adornando el negocio. Desde flores provenientes de cultivos ecológicos, recordatorios en papel reciclado o coches funerarios híbridos, a féretros de madera en cuya producción se emplea materia prima que proviene de talas controladas de árboles, acompañadas de una posterior reforestación de lo talado, dicen que ajustando todo ello lo más posible para evitar el desperdicio de madera. Nos han contado que hasta el serrín generado en la fabricación del ataúd sirve como combustible para calderas de biomasa, que producen la energía utilizada para el agua caliente de las empresas fabricantes.

Si se opta por una cremación (lo que ha sido nuestro caso), la empresa te cuenta que, para garantizar que en los servicios de cremación se reduzcan las emisiones nocivas a la atmósfera, se han sustituido los barnices de disolventes sintéticos en los féretros por otros al agua. Lo que no dicen es qué pasa con el posible mercurio que generen las amalgamas del cadáver y sobre lo que ya hablamos aquí en su día. Tras la cremación, uno puede elegir entre diversos modelos de urnas para contener las cenizas, donde no faltan las elaboradas con material biodegradable. Si el cadáver no se va a incinerar, se apuesta por el uso de sudarios biodegradables.

Nada que objetar a estas prácticas, acordes con los tiempos que nos ha tocado vivir. Aunque lo mismo que me pasa en temas como los vinos ecológicos o biodinámicos, sobre las que ya he escrito entradas, mi escéptico olfato me dice que todo ello contribuye a que el pobre muerto pague, desde sus ya innecesarios ahorros (o desde los de sus familiares), una cantidad adicional, destinada a enterrarle de manera "mas verde". Como si ya no fuera caro el morirse.

Un libro interesante

Dado que como consecuencia de todos los avatares acontecidos, esta semana he dormido aún peor que lo que ya es habitual en mi, he repasado, en su versión en castellano, un libro que había leído (y releído) con anterioridad en inglés. Se trata de "Cómo funciona el mundo" de Vaclav Smil. Resulta curioso que el título en castellano sea idéntico a otro escrito diez años antes por el lingüista y activista geopolítico Noam Chomsky. Y digo que es curioso porque, en las versiones en inglés de ambos, el libro de Chomsky (2012) se titula "How the world works", mientras que el de Smil (2022) se titulaba "How the world really works".

En cualquier caso, el libro de Smil está, desde hace unas pocas semanas, en las librerías y en su versión en castellano, publicada por Debate. Y si os queréis formar una opinión propia, en torno a toda esa marabunta que nos asalta diariamente sobre cuestiones energéticas ligadas a la transición derivada del cambio climático, os recomiendo vivamente su lectura. Reconozco que es un libro en el que, en algunos momentos, Smil apabulla con la cantidad de datos que es capaz de manejar y con la erudición sobre estos temas que ha acumulado en sus más de veinte libros dedicados a la energía.

No pretendo contaros el libro ni realizar una revisión del mismo, algo para lo que no estoy particularmente dotado, pero si quiero que sepáis que, a lo largo del mismo, Vaclav Smil pretende, en el primer capítulo, ayudaros a comprender la energía, en términos de los combustibles fósiles empleados en su producción y de la electricidad, la forma más flexible de utilización de esa energía. El segundo está dedicado a comprender la producción de alimentos y la necesidad de combustibles fósiles para dar de comer a tanta gente como la que puebla la Tierra. En el tercer capítulo, el que más veces he releído, el autor define cuatro materiales que llama pilares de la civilización moderna: acero, hormigón, amoniaco y plásticos, mostrando lo complicado que va a ser descarbonizar la producción de esos materiales.

Tras dedicar el capítulo cuarto a la evolución de lo que ha acabado llamándose globalización, el quinto se dedica a comprender los riesgos que nos han acechado y acechan, desde los volcanes a los virus y las dietas. El sexto se destina a comprender el entorno y evaluar cómo afectan los cambios ambientales y climáticos a nuestras tres necesidades vitales: agua, oxígeno y comida, para presentar después sus puntos de vista sobre el calentamiento global. Y terminar, en el séptimo, con un análisis de las dificultades para comprender el futuro, atrapados entre los catastrofistas (que todo lo ven mal) y los tecno optimistas (que todo lo ven bien). Ni unos ni otros han predicho particularmente bien el futuro en décadas pasadas, así que es razonable que tampoco lo hagan en las siguientes.

En cualquier caso, si estáis dudando en comprarlo, acercaros a una librería y leed la introducción titulada ¿Por qué necesitamos este libro?. Tras esa lectura la suerte estará definitivamente echada. No admite medias tintas.

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jueves, 23 de febrero de 2023

La lavanda, los "químicos" y un diputado francés

El pasado 28 de diciembre, cuando yo andaba atareado colgando una entrada sobre Pío Baroja, el periódico La Tribuna de Toledo publicaba una noticia que me llamó mucho la atención pero que aún hoy, dos meses más tarde, me ha costado tiempo pensar en cómo darle acomodo en esta entrada. Decía el periódico, en su titular, que el sector de la lavanda aplaudía que no se tipificara como "químico" el aceite esencial de esa planta, aclarando que el mencionado aceite salía de la lista de otros similares en una nueva reglamentación europea, gracias a una enmienda de un eurodiputado francés, François-Xabier Bellamy, perteneciente al Partido Popular Europeo. Como casi todo lo que se decía en esa noticia es un dislate vamos a ir por partes.

Vamos a empezar por el asunto de bautizar como "químico" al aceite esencial de lavanda, un producto de la destilación de flores frescas de varias especies de espliego (Lavándula) que, según la especie de la que provenga, puede presentar aspecto incoloro, amarillo o verde amarillento y que tiene un aroma agradable y sabor amargo. Analizando su composición con ayuda de las modernas técnicas analíticas de las que disponemos los profesionales de la Química, podemos encontrar en ese aceite esencial casi un centenar de sustancias químicas diferentes como el linalol, el acetato de linalilo, el geraniol o la cumarina, por solo citar algunas que ya han tenido protagonismo en este Blog. Según el lenguaje habitual, sobre todo en medios quimiofóbicos, cada uno de ellos sería un "químico". Y el aceite esencial sería una mezcla de todos ellos.

Según la Real Academia de la Lengua, los términos químico o química, usados como sustantivos, se refieren a los "especialistas en Química". Y usado como adjetivo sería algo "perteneciente o relativo a la Química". Así que dado que, por ejemplo, el agua no es una especialista de la Química, no nos queda más remedio que llamarla sustancia química, producto químico o cualquier denominación en la que el término químico/a vaya como adjetivo. Es verdad que la FUNDEU, otra referencia actual del idioma castellano, contestó en su día a una pregunta que le hacía al respecto un ciudadano diciendo que "Aunque su extensión de uso sea probablemente influencia del inglés, esta sustantivación no es un proceso ajeno al español, pues es un caso similar a lácteo (producto), metalúrgica (industria) o farmacéutica (empresa)". Reconozco el papel de la FUNDEU y los argumentos que aquí emplea, pero este vuestro Búho, hoy por hoy, se resiste a la idea y se adhiere a la fuente oficial, la RAE.

Luego está el hecho que mucha gente parece no asumir y que no es otro que, en el mundo material en el que vivimos, no hay nada, nada, que no esté constituido por "químicos" o sustancias químicas. Hace casi un año, ese extraordinario divulgador científico que es Ignacio Crespo (@SdeStendhal en Twitter) se hacía eco en su periódico de un artículo que no tuvo gran repercusión en la prensa porque, tras la curiosa historia que os voy a contar, acabó publicado en una revista alemana (Chemie in Unsere Zeit) poco difundida. Ese artículo se había enviado previamente a la revista Nature, que no lo publicó merced a un inusual argumento. En el artículo se hacía una búsqueda entre los productos mas comunes que se comercializan como "sin sustancias químicas" y se comunicaban los resultados relativos a cuantos de ellos cumplían esa proclama. Como no había NINGUNO, el artículo, tras el título y las filiaciones de los autores, estaba en blanco. Nature, que no quiso publicar el artículo porque le parecía una broma, publicó, sin embargo, un trampantojo sobre el mismo en su Blog Thescepticalchymist.

Y vayamos ahora al asunto de la lista de la que, según La Tribuna de Toledo, salía el aceite esencial de lavanda. Se trata de la conocida con el acrónimo REACH, la abreviatura de un Reglamento europeo sobre Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de las Sustancias y Mezclas Químicas, que entró en vigor el 1 de junio de 2007. En ese Registro, hoy por hoy, está el aceite esencial de lavanda, con un par de explícitos logos sobre su peligrosidad. Parece que ese Reglamento va a tener en breve una revisión y hacia ella es hacia la que se han dirigido los esfuerzos del eurodiputado francés arriba mencionado.

En este video, podéis ver y oír (si os arregláis con el idioma de Descartes) que el Sr. Diputado aboga porque determinadas sustancia químicas como el aceite esencial de lavanda o el plomo, empleado en las vidrieras de las catedrales europeas, tengan un tratamiento especial en el nuevo Reglamento sobre el REACH, como una forma de preservar bienes culturales europeos. Me dice una garganta profunda que tengo en el Parlamento europeo que, lo que el eurodiputado realmente ha conseguido, es introducir una enmienda en el artículo 49 sobre la aplicación de la Nueva Agenda Europea para la Cultura y de la Estrategia de la Unión Europea para las relaciones culturales internacionales, aprobada el 14 de diciembre de 2022 y que recoge sus pretensiones (podéis verla aquí). Enmienda aprobada por una cortísima mayoría (304 contra 302), votación en la que la actual mayoría en el Parlamento francés (la mayoría de Macron) votó en contra.

Y poco más, porque me dice mi contacto en el Parlamento europeo que el aceite esencial de lavanda no ha salido del REACH, ya que ni siquiera se ha iniciado el procedimiento legislativo pertinente. Y que ya veremos si sale, porque este tipo de informes tienen muy poco valor desde el punto de vista de lo que posteriormente colegislen el Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea. Así que toca esperar.

Por otro lado, si se saca de ahí al aceite esencial de lavanda, habrá que sacar también a otros aceites esenciales como el de rosa, jazmín, bergamota y decenas más. Todos tienen valor cultural y económico en sus respectivas regiones. Pero son, de nuevo, mezclas complejas de muchas sustancias químicas y, en general y en estado puro, peligrosas para la salud. Otra cosa es que se diluyan en alcohol para dar un perfume o un agua de colonia...

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martes, 14 de febrero de 2023

Cafelito con furanos

La pasada semana impartí una charla en los talleres que el Ayuntamiento de mi pueblo organiza bajo el nombre Programa +55. No es la primera vez que lo hago. Y me gusta que el recinto al que voy se llame Ernest Lluch. Los asistentes son gentes muy motivadas que, al final de las charlas, plantean todo tipo de inquietudes y preguntas. También pasó en esta ocasión a pesar de que el tema del que yo les hablé (las dioxinas, su historia, su toxicidad, sus emisiones en incineradoras)) no me parecía que pudiera ser muy sugerente. Craso error. Me hicieron preguntas interesantísimas y algunas de las respuestas que di en la sala las he ampliado posteriormente por vía interna. Pero una me la guardé para extenderme en esta entrada. Una mujer me dijo que había leído que las cápsulas de aluminio, tipo Nespresso, eran una fuente de furanos en el café con ellas preparado. Y voy a escribir aquí sobre lo que le contesté y también sobre lo que no le contesté, porque me pareció que, si lo hacía, iba a marear a la gente con un exceso de terminología química. Y el coordinador ya quería cerrar el evento.

Vayamos primero con lo del contenido en furanos del café. En setiembre de 2017, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó una opinión científica sobre "los riesgos para la salud pública relacionados con la presencia de furano y metil furanos en alimentos". El documento tiene más de cien páginas pero para lo que aquí nos interesa, baste decir que hay suficiente evidencia científica de que, en principio, estas sustancias se forman durante procesos que conllevan el uso de altas temperaturas en el procesado de alimentos, como es el tostado del café o la preparación de los "potitos" para tiernos infantes. El caso del furano está mucho más documentado que el de los metil furanos (2-metil furano, 3-metil furano y 2,5 -dimetilfurano). Y así, por ejemplo, el furano figura en las listas del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC) como carcinógeno tipo 2b, "probablemente cancerígeno para los humanos", en especial por sus efectos hepáticos.

Así que, de forma "natural", cualquier café tostado de los que nos venden tiene furano y metil furanos. La cantidad de ellos que pasa al líquido que nos bebemos depende del método con el que preparamos el brebaje. En 2011, por ejemplo, unos investigadores de la Universidad de Barcelona se centraron en evaluar exclusivamente la cantidad de furano en diferentes preparaciones de café y vieron que el café preparado a partir de las cápsulas daba lugar a contenidos en furano entre dos y cuatro veces superior al preparado en cafeteras de bar o dispositivos tipo mellita. El que menos tenía era el preparado con un café de sobre.

Pero el culpable (y esto es lo que conté a la mujer que me interrogó en la charla) no es el aluminio de las cápsulas sino el hecho de que, al estar éstas herméticamente cerradas, no permiten que el furano se vaya evaporando ni durante su almacenamiento ni durante el proceso de pasar el agua a través de los granos molidos. Y, por tanto, aparecen en mayor cantidad en el café final. Aunque, en cualquier caso, las cantidades de furano que podemos ingerir diariamente bebiendo café están muy por debajo de las ingestas diarias tolerables de ese compuesto, evaluadas por la agencias que velan por nuestra salud. Para contarlo más sencillamente, los investigadores catalanes estimaban que para pasarse de esa ingesta tolerable, tendríamos que beber unos 30 nespressos diarios.

Pero lo que no conté en la sala para no liarla es que esos furanos de los que habla el documento de la EFSA a propósito del café, no son los furanos de los que yo había hablado en mi charla sobre las dioxinas. Furanos son, pero otros. Bajo la denominación genérica de Dioxinas se suele agrupar (inadecuadamente) a 419 compuestos distintos, de los que 28 entrañan riesgos toxicológicos relevantes para los humanos.

Ahí, junto a las policlorodibenzo dioxinas (PCDDs) y los policloro bifenilos de comportamiento similar a las dioxinas (DL-PCBs), se encuentran los policloro dibenzo furanos (PCDFs). En todos ellos el término policloro alude al hecho de que pueden llevar en su molécula hasta diez átomos de cloro. Y son los que se emiten a la atmósfera en procesos de combustión de todo tipo (desde incineradoras a barbacoas), en procesos de blanqueo con cloro en papel y tejidos, en la fabricación de plaguicidas clorados, en procesos volcánicos, en la metalurgia o en los motores de combustión del tráfico rodado. Esos eran los furanos de mi charla.

Así que, resumiendo, hay furanos sin cloro (los del café) y furanos con cloro (los incluidos en ese vasto conjunto que llamamos dioxinas). Como en las mejores familias, un mismo apellido da lugar a muy variados especímenes.

Me voy a hacer un nespresso descafeinado que en Donosti sigue haciendo fresquito.

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domingo, 29 de enero de 2023

El agua potable de Barcelona no contiene microplásticos

Tengo un viejo amigo que, en cuanto ve algo relacionado con la contaminación de plásticos y microplásticos, me lo envía por si las moscas. Así me enteré hace unas pocas semanas de un artículo publicado a finales de diciembre en The Conversation, firmado por la Dra. Paula Redondo y titulado ¿Estamos bebiendo plásticos?. Cuando veo un título de este pelo, suelo elevar mi poblada ceja izquierda y pienso que se trata de un artículo más o menos tremendista sobre el peligro de los microplásticos en la alimentación. Pero esta vez me he pasado de listo y no es así. Aunque tengo que decir que, tras leerlo, yo no le hubiera puesto el título que su autora ha elegido. Pero, para entender esta afirmación, es mejor llegar hasta el final de la entrada.

El artículo está bien bien escrito y documentado para una revista de divulgación como la que lo publica. Usa literatura reciente (que ya he usado en este Blog) relativa a los microplásticos que ingerimos a través del aire, el agua o la comida. Además, cita un trabajo reciente sobre la contaminación de los mismos en el agua potable, publicado en marzo de 2021 y que a mi se me había escapado en mis periódicas búsquedas bibliográficas sobre el tema (sobre todo por eso, gracias Javi). Firmado por científicos catalanes, en él se estudia la contaminación por microplásticos en el agua del río Llobregat, que suministra agua potable a la ciudad de Barcelona, tras ser tratada en la Estación de Tratamiento de Agua Potable (ETAP) situada en Sant Joan d'Espi.

Los propios autores nos cuentan que el río Llobregat tiene un recorrido de 170 kilómetros desde los Pirineos, donde nace, hasta su desembocadura cerca de Barcelona, sufriendo a lo largo de su cuenca una serie de presiones antropogénicas con urbanizaciones, polígonos industriales, plantas de tratamiento de aguas residuales, agricultura y hasta sitios con actividad minera desde hace tiempo. Un poco antes de su desembocadura es cuando se toman de su cauce del orden de 5 metros cúbicos por segundo, que se derivan a la ETAP antes mencionada y constituyen la fuente de agua potable de la Ciudad Condal. Con estos antecedentes, uno podría esperar que el agua de Barcelona tuviera una moderada concentración de microplásticos, dado el pensamiento existente de que las plantas de aguas residuales (como las que vierten al Llobregat) no son capaces de eliminar los microplásticos que les llegan y eso, unido a otras fuentes de contaminación, tendría que hacer llegar agua con microplásticos a la ETAP, que ésta también tendría problemas para eliminarlos.

Pues nada más lejos de la realidad. Las medidas realizadas en siete puntos de muestreo a lo largo del cauce del río Llobregat detectaron microplásticos en cinco de esos siete puntos, en concentraciones que, como mucho, alcanzaron los 3,6 microplásticos por litro, con un valor medio de 1,6 microplásticos por litro. Concentraciones muy pequeñas para lo que se pudiera esperar del recorrido del río. Antes de continuar, no puedo dejar de lado una breve disquisición estadística en el tema de la expresión de las concentraciones. Este vuestro Búho hubiera escrito esos mismos resultados como 4 microplásticos por litro en lugar de 3,6 (en el caso de la concentración más alta) y 2 microplásticos por litro en lugar de los 1,6 del valor medio. Porque, en este tipo de estudios, las partículas se cuentan como entidades individuales y no como fracciones de ellas (no existe algo que pueda describirse como 0,6 partículas, por ejemplo).

Lo que si se constata en el estudio, como es lógico, es que la concentración de microplásticos va creciendo en los puntos de muestreo a medida que nos aproximamos a la ETAP y a la desembocadura. La mayoría de las micropartículas encontradas eran fibras de poliéster seguidas de fibras y fragmentos de polipropileno y polietileno. Dicen también los autores que el agua, cuando entraba en la ETAP para su tratamiento, contenía del orden de un microplástico por litro (0.96 ± 0.46 aparece en el texto) y a la salida 0.06±0.46. Este último dato quiere decir que, estadísticamente, el agua que se envía finalmente a los grifos de Barcelona no contiene microplástico alguno. Y que aunque haya algún microplástico en la entrada de la ETAP, ésta es muy eficiente a la hora de eliminarlo. Dicen los autores que en un 93%, pero no se si ese dato tiene algún sentido con los números de partículas que manejan antes y después de la ETAP.

¿Habéis encontrado alguna referencia en vuestra prensa diaria a este resultado?. Seguro que no. Yo he hecho una búsqueda en Google, poniendo frases del tipo "microplásticos en el agua potable de Barcelona" y no aparece mención alguna a ediciones digitales de diarios o agencias de prensa que se hayan hecho eco de este trabajo científico. Lo cual es una prueba más de ese marketing perverso del que yo suelo hablar, según el cual los medios se hacen poco eco (o ninguno) de noticias que constatan que algo va bien. Y puestos a hablar de marketing, ¿no será también esa la causa por la que la Dra Redondo haya titulado su artículo en The Conversation en la manera en la que lo ha hecho?. Podría haber optado, por ejemplo, por el que yo he puesto a esta entrada.

Pero es solo la opinión de un viejo cascarrabias.

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martes, 17 de enero de 2023

Hidrógeno blanco

Hace más de dos años escribí una entrada sobre el hidrógeno verde. En esa entrada se asignaban otros colores al hidrógeno, colores que tenían que ver con los procesos por los que se produce este gas, ahora otra vez considerado como posible panacea de nuestros problemas energéticos. A pesar de que el hidrógeno sea incoloro, basta poner en Google "los colores del hidrógeno" para llegar a una serie de documentos en los que se bautiza al hidrógeno como gris (el más habitual,  obtenido a partir del gas natural y el metano en él contenido). O negro o marrón para el que se obtiene de carbón o petróleo. O azul que, en una primera etapa, se produce igual que el gris para, en una segunda fase, capturar el CO2, obtenido como subproducto del proceso, mediante técnicas denominadas de captura y almacenamiento de carbono (CCS en su acrónimo en inglés). El hidrógeno verde, la estrella emergente del momento, ya vimos que se obtiene mediante la electrólisis del agua que quiere decir que vamos a romper los enlaces que unen los dos hidrógenos del agua con el oxígeno y obtener así ambos gases por separado.

El problema es que para llevar a cabo esa electrólisis del agua se necesitan grandes cantidades de energía y, para asignar al hidrógeno ese adjetivo de verde, debemos extraer esa energía sin emitir gases de efecto invernadero, por lo que se emplean energías provenientes de instalaciones eólicas o solares (aunque, a veces, al hidrógeno que se obtiene por la vía solar se le etiqueta de amarillo). Otras fuentes de energía que no producen gases de efecto invernadero puede también emplearse para electrolizar el agua. Y así, hablamos de hidrógeno rosa, púrpura o rojo, según los gustos de cada cual, para denotar al hidrógeno producido por electrólisis con ayuda de la energía proveniente de una central nuclear. Y completaríamos la paleta con el llamado hidrógeno turquesa a partir de un proceso llamado pirólisis del metano que produce directamente hidrógeno y carbono sólido.

La necesidad de obtener hidrógeno radica en que, como yo decía en una frase de la entrada arriba mencionada, "aunque el hidrógeno está por todos los lados en la naturaleza en forma combinada, rara vez se encuentra puro". Bueno, pues ha llegado el momento de matizar esa afirmación, añadiendo un color más a la larga paleta de colores que se han asignado en los últimos años a nuestro hidrógeno: el blanco que, ya os adelanto, es el que se obtiene de forma directa de determinados yacimientos existentes en la Tierra. Es una historia muy interesante de la que comencé a tirar del hilo gracias a la lectura de uno de esos documentos en los que se habla de los colores del hidrógeno. Encontré en él una referencia a un yacimiento situado en la República de Malí, en Africa Occidental, del que fluye de forma natural un gas que es básicamente hidrógeno puro (un 98%) acompañado de un 1 % de nitrógeno y un 1 % de metano.

En un lugar conocido como Bourakebougou, al perforar en 1987 un terreno a la búsqueda de un pozo de agua, se produjo una explosión de gas provocada por un cigarro que andaba fumando un operario que resultó gravemente herido. El incidente ocurrió cuando se alcanzó una profundidad de 112 m. El pozo se tapó con cemento por si las moscas, pero se volvió a abrir en 2011, como experiencia piloto en la producción de hidrógeno, pues ensayos previos de una compañía petrolífera de la propia Malí demostraron que el gas que emanaba de ese pozo era, como acabo de decir, casi hidrógeno puro. En una etapa posterior se utilizó ese hidrógeno como forma de suministrar electricidad a la aldea cercana. El proyecto resultó ser un éxito y ha durado años.

Pero como ha mostrado un largo review de Viacheslav Zgonnik publicado en la revista Earth-Science Reviews en febrero de 2020, se sabe, desde hace tiempo, que hay lugares en la Tierra en los que se producen emisiones de gases que contienen hidrógeno en muy variables concentraciones. El artículo detalla un mapa mundial de los sitios en los que se sabe que el hidrógeno fluye de la tierra de forma natural. En algunos casos, como el de un yacimiento cerca de Antalya, Turquía, que se conoce desde los tiempos de los griegos, el gas que sale es fundamentalmente metano, pero lleva hasta un 11% de hidrógeno. Por poner otro ejemplo, en la isla de Luzón en Filipinas, hay una emanación que contiene un 60% de hidrógeno y que está ardiendo desde los tiempos de la colonización de esa parte de la Tierra por los españoles. Y con mayor o menor proporción de hidrógeno, sin alcanzar el contenido del gas de Malí, se pueden citar innumerables casos repartidos a lo largo y ancho de la superficie continental y de las plataformas marinas. Muchas de estas observaciones se han llevado a cabo fundamentalmente a partir de los años setenta y, en muchos casos, sería complicado obtener de esos yacimientos producciones de hidrógeno como las que vamos a necesitar en un proceso de descarbonización.

Pero es que muchos de esos descubrimientos han sido casuales y, solo muy recientemente, pequeñas compañías han empezado a buscar y evaluar el potencial real de estos "pozos" de hidrógeno, como es el caso de la compañía francesa en la que trabaja el autor del review. ¿Por qué esa actividad no ha empezado antes?. Pues en parte porque es ahora cuando empiezan a descubrirse yacimientos con tamaño y pureza en hidrógeno, susceptibles de utilizarse como fuente de hidrógeno directa. Pero hay otras razones, muy interesantes para un químico como yo. En la mayoría de yacimientos de gas natural, donde suele aparecer hidrogeno muchas veces, la técnica analítica empleada para medir la composición de esos gases ha sido la cromatografía de gases, muchas veces utilizando hidrógeno como vehículo para pasar la mezcla a investigar por una columna que separa los diferentes componentes de la muestra. Eso implica que es difícil detectar hidrógeno en esa muestra, por estar en cantidades ridículas con respecto al que introducimos como gas portador.

Nos falta mucho por investigar sobre cómo se genera ese hidrógeno en las entrañas de la Tierra. Solo así podremos focalizar adecuadamente la labor de los geólogos a la búsqueda de yacimientos importantes. O saber si, al contrario de los yacimientos de combustibles fósiles, generados y acumulados por eventos previos, las emisiones de hidrógeno provienen de procesos que están ocurriendo de forma continua a diversas profundidades. Procesos como la descomposición de agua catalizada por hierro o, simplemente, hidrógeno que está ahí (en la corteza y en el manto) desde la propia formación de la Tierra y que, poco a poco, por su gran difusividad, va ascendiendo. Lo que está claro es que si encontráramos, y aprovecháramos, esos yacimientos, el hidrógeno dejaría de ser un vector de energía (ahora lo tenemos que producir para luego convertirlo en energía), para pasar a ser un combustible en toda regla y, probablemente, renovable.

Vamos a ver cómo evoluciona esto. Quizás todo se quede en nada por no disponer de yacimientos importantes. O quizás estemos solo en un estado muy preliminar, como les ocurrió a los pioneros de las primeras perforaciones a la búsqueda de petróleo. O a los que empezaron a usar las técnicas de fracking de forma decidida (de los que mucha gente se reía) y hoy nos están resolviendo el problema creado por los delirios de Putin, mandándonos buques con gas natural licuado.

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