miércoles, 29 de junio de 2016

La memoria del Muro de Berlín (y del agua de Lourdes)

Los días siguientes a la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 fueron de actividad frenética por parte de los habitantes de uno y otro lado del mismo, en un intento de demoler, con cualquier herramienta que tuvieran a mano, esa barrera que había marcado una parte importante de sus vidas. Pero los trozos del Muro acabaron siendo un icono de nuevos tiempos y, quien más quien menos, se quedó con algún pedazo mientras otros empezaron a negociar con ellos. Pero lo que era difícil de imaginar entonces es que a algunas empresas dedicadas a la comercialización de preparados homeopáticos se les ocurriera la feliz idea de utilizar trozos de ese Muro como "medicina".

Ya se que muchos no habréis oído hablar de ello y estaréis pensando que es una inocentada a destiempo del Búho. Yo tampoco lo sabía, hasta que el combativo Fer Frías y su Lista de la Vergüenza me lo hicieron saber hace pocas semanas con ocasión de la Semana de la Homeopatía que también "celebramos" en este Blog. Los motivos para usar trozos de Muro para un preparado homeopático y las enfermedades para las que sirve, siguiendo los principios generales del fundador del asunto, se pueden ver en esta entrada de Fer, al final, y en esta otra de un blog homeopático. Y si queréis comprarlo en cualquiera de sus formas (gotas, gránulos, etc.) podéis seguir la recomendación final del Frías y, por ejemplo, entrar en la página de una de las empresas más tradicionales de la homeopatía, Helios, y hacer vuestro pedido. Yo ya he hecho el ejercicio y 50 pildoritas 30CH me costarían la friolera de 11 libras (algo hemos ganado con el Brexit).

El caso es que yo me había olvidado del asunto hasta que hace pocos días, otro de mis referentes en estos asuntos, Edzard Ernst, publicaba una entrada en su Blog en el que describía que los preparados a base de Muro de Berlín no se fabrican a la manera tradicional, es decir, diluyendo con agua varias veces una disolución de la sustancia que nos va a curar. Y eso es así porque el muro de Berlin, de hormigón en su mayor parte, no se disuelve en agua. Así que, en este caso, la preparación se hace en fase sólida. Se tritura el pedazo de Muro y se mezcla con lactosa. Se coge una cantidad (por ejemplo, 1 gramo) de ese preparado y se mezcla con 100 veces más de lactosa. Y así sucesivamente hasta llegar a la dilución (o "potenciación" en el lenguaje homeopático) adecuada (por ejemplo 30 veces para llegar a la 30CH que yo quería comprar en Helios).

Y se plantea Ernst (como otros muchos): aquí no hay agua que forme estructuras, agregados o clusters en torno a la molécula del principio activo, estructuras que recuerdan y almacenan las propiedades de ese principio activo y permiten a esa disolución "curar", aunque todos (los homeópatas también) sepamos que tras muchas diluciones no hay nada del "principio activo" original. Y si eso es así, ¿cómo explicamos el modo de acción de este preparado?. ¿El hormigón también tiene memoria?. ¿Cómo se reordena en torno al "principio activo" si es un sólido?.

Interesante pregunta para mis charlas al respecto. Que se suma a otra que ya vengo usando y que también Ernst usaba en su entrada. Si la mayoría de los preparados homeopáticos se venden en forma de bolitas de azúcar o de azúcar y lactosa, sobre las que se han echado una gotas de la disolución preparada por sucesivas diluciones y luego se evapora el agua, ¿se transmite la información del agua al azúcar mientras aquella se evapora?. Porque, para ser fieles a lo que ocurre, no parece lógico hablar de la memoria del agua en lo tocante a las pildoritas sino de la memoria del azúcar.

Y ya, aprovechando, os cuento otro de mis recientes descubrimientos en torno a estos temas, descubrimiento que debo a mi amigo Josu López-Gazpio. Todos conocéis el agua de Lourdes y que, con ella, en el entorno del Santuario mariano de esa ciudad francesa se comercializan muchos productos. Uno de ellos son los jabones de Lourdes, cuya página os dejo aquí. Os la dejo en castellano, aunque aviso que la traducción es tan mala que, a veces, no se corresponde con el original francés. Si manejáis razonablemente la lengua de Molière, os enterareis mejor en ese idioma.

Pues bien, podéis comprobar que también ha andado por Lourdes el inefable Luc Montagnier, usando más o menos o menos los mismos planteamientos que utilizó aquí en Donosti durante el Congreso de Homeopatía (ver esta interesante entrevista de Javier Guillenea). Se deja querer por todo el mundo, pero cuando se le pregunta por cómo relaciona sus experimentos con la homeopatía o el agua de Lourdes, se sale por la tangente. Y hacer notar también que en la página de los jabones comparte afirmaciones muy interesantes para la empresa con el conocido Masaru Emoto, otro crack en lo relativo a las propiedades curativas del agua, en base a su capacidad para guardar energía en forma de sensaciones, plegarias, etc.

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lunes, 20 de junio de 2016

Algo diferente sobre las dioxinas

Cualquiera de los seguidores de este Blog con sensibilidad ambiental seguro que ha oído hablar de las dioxinas. Y, probablemente, su percepción será de que hablamos de algo extraordinariamente tóxico. En términos generales esa percepción es la correcta pero, como en otras ocasiones en este Blog, esta entrada pretende contar una historia distinta sobre las dioxinas y permitir así que mis lectores dispongan de información adicional, que les permita contrastar la que habitualmente se suministra en los medios y, en tanto que lectores inteligentes que son, ello les permita sacar conclusiones "algo" diferentes.

Las dioxinas y sus primos los furanos forman una familia de 210 compuestos químicos diferentes que, en la literatura científica, se suelen denominar "congéneres". Algunos son verdaderamente tóxicos aún en dosis muy pequeñas y así, por ejemplo, una de las dioxinas conocida por el acrónimo 2378-TCDD suele citarse como la sustancia más tóxica del mundo mundial, aunque sobre eso podríamos hablar más en detalle. De hecho, yo me inclino para ese podio por la toxina botulínica, tan usada en tratamientos de estética. Aún y así, es cierto que la 2378-TCDD es capaz de cargarse un conejillo de indias, de los empleados en las pruebas de laboratorio, con solo administrarle por vía oral unos pocos microgramos (o millonésimas de gramo) por kilogramo de peso del bicho. Aunque, sin embargo, se necesitan dosis bastante más altas (unas cien veces en las mismas unidades) para cargarse, en idénticas condiciones, a un desdichado conejo. Y esos datos parecen aplicarse malamente a los humanos y, si no, véase el caso del expresidente de Ukrania, cuya historia os conté en detalle en esta entrada relativamente reciente. Ciudadano que, hasta lo que yo he visto, sigue vivo a pesar de la barbaridad de 2378-TCDD que le metieron en el cuerpo los servicios secretos de su país, untados por los rusos.

Otra peculiaridad de las dioxinas y furanos es que nunca se han producido con fines comerciales. En realidad son sustancias que aparecen como subproductos no deseados durante la síntesis de otras sustancias empleadas como herbicidas, insecticidas, etc. También se generan como consecuencia de actividades humanas (industria, incineradoras, quemas incontroladas) o fenómenos naturales (como en la actividad volcánica o incendios no provocados).

En el año 1957, miles de pollitos morían en amplias zonas del territorio americano como consecuencia de edemas pulmonares. Hoy sabemos que el origen del problema estaba en que esos pollos estaban siendo alimentados por un tipo de pienso obtenido a partir de los desechos de las pieles de vacuno de las empresas dedicadas a la producción de cuero. Antes de curtir esas pieles es necesario eliminar de ellas la parte interior de las mismas, la pegada al cuerpo del animal. Yo tengo recuerdos infantiles de este tipo de actividades como podéis ver aquí y, en esos recuerdos, veo todavía llegar a la industria que mi padre gestionaba pilas de pieles conservadas con grandes cantidades de sal entre ellas, una manera de inhibir la actividad de microorganismos que pueden dañar la estructura de las pieles y generar defectos en la piel curtida. Pero, en los años 50, los vendedores de pieles americanos empezaron a cambiar la sal por otros inhibidores bacterianos como los clorofenoles. Y en la síntesis de algunos de ellos (obviaremos detalles químicos), el producto comercial resultaba contaminado por cantidades, ciertamente pequeñas, de dioxinas diferentes que el 2378-TCDD, menos tóxicas que ella pero lo suficiente como para provocar la muerte de los pollitos.

Llevó tiempo entender el asunto y solventar el problema pero, mientras tanto, los americanos ya andaban bombardeando Vietnam con un herbicida llamado Agente Naranja, con el que pretendían deforestar grandes zonas del país para impedir los movimientos de los vietcongs. Este herbicida se obtenía a partir de otro fenol clorado y, en esa síntesis, el Agente Naranja resultaba contaminado de pequeñas cantidades de, esta vez si, la mismísima 2378-TCDD. Millones de litros del Agente Naranja se vertieron en las selvas y bosques vietnamitas y los cálculos permiten aventurar que al menos 150 kilos de 2378-TCDD puro fueron a parar a esos mismos entornos.

El Agente Naranja fue una de las "armas" estratégicas del naciente movimiento ecologista de los sesenta y setenta en los EEUU. Los veteranos que habían manejado el Agente Naranja empezaron a denunciar problemas físicos de diversa magnitud y, tras un tortuoso proceso, los datos más recientes parecen indicar que los veteranos más expuestos en el manejo del herbicida tienen una mayor incidencia que los no expuestos a diversos tipos de linfoma, además del cloracné tan visible en las fotos de la cara del presidente ucraniano.

El problema final que llevó a las dioxinas a la primera plana de los periódicos de todo el mundo, y que las convirtió en el contaminante químico por excelencia, fue el escape ocurrido en un reactor de una pequeña planta química situada en las proximidades del pueblo italiano de Seveso, ahora hace casi 40 años, el 10 de julio de 1976. De nuevo, la reacción que ocurría en el interior del reactor implicaba a un triclofenol y la 2378-TCDD aparecía como impureza del proceso pero, dada su toxicidad, originó un incidente de dimensiones muy importantes. Hubo que desalojar y descontaminar un número importante de hectáreas y, desde esas fechas, se ha realizado un importante seguimiento de la salud de las personas afectadas. Aunque, por supuesto, hay muchos trabajos al respecto, los efectos más relevantes, por el momento, han sido un importante número de casos de cloracné, que remite en el tiempo, algunas evidencias de enfermedades ligadas al tiroides y, curiosamente, una mayor tendencia a engendrar hembras entre las personas expuestas a dosis por encima de 118 ppt en sangre despues del accidente.

Dado el impacto del accidente, muchos grupos de investigación empezaron a estudiar las fuentes y los efectos de las dioxinas y furanos. A finales de los setenta una serie de trabajos mostraron que las dioxinas no sólo entran en nuestro ambiente de la mano de procesos químicos, como los descritos arriba, sino también a partir de otro tipo de procesos muy habituales, como los incendios o la quema de residuos, ya sea a nivel de incineradoras o en simples hogueras tan habituales en la gente que vivía en el campo. Incluso en esa época se llegó a propugnar que las dioxinas "han estado con nosotros desde que el hombre aprendió a manejar el fuego".

Pero no es así en términos cuantitativos. Estudios muy detallados llevados a cabo a finales de los ochenta y principios de los noventa, utilizando muestras de lodos extraídos de lagos americanos situados en zonas recónditas y no sujetos, por tanto, a emisiones locales de carácter industrial, vinieron a demostrar que el contenido en la dioxina 2378-TCDD de esos lodos, a diferentes profundidades (reflejo de los depósitos a diferentes años), mostraban un crecimiento importante desde mediados de los años 30, hasta un máximo situado en torno a 1970, año a partir del cual el contenido en esa dioxina decrece de forma dramática. Así que el fuego no parecía ser el causante exclusivo ni destacado de ese comportamiento derivado del análisis de los lodos.

La razón es más sencilla y tiene que ver con el crecimiento de la industria química entre las dos grandes guerras europeas y el empleo en ella de sustancias y procesos que, como impureza, hacen aparecer la 2378-TCDD y otros primos. Una vez que se identificaron los problemas ligados a los pollitos, al Agente Naranja y a Seveso, la industria no tuvo más remedio que evitar procesos que dieran lugar a la 2378-TCDD y similares y el problema empezó a remitir.

Y ese proceso ha continuado de manera ininterrumpida en las sucesivas décadas y ha sido monitorizado en múltiples países. Seguro que habéis leído más de una vez noticias que hablan de personas "relevantes" (políticos, actores, etc.) que se han sometido a análisis de sangre y cuyos resultados han mostrado contenidos en dioxinas. Es verdad. Pero lo que no se cuenta es que amplios estudios poblacionales han mostrado que el contenido en dioxinas en sangre y tejidos humanos ha caído de forma dramática desde los años 70 hasta ahora, como puede verse en la figura que ilustra esta entrada. Es probable que sigan aún bajando más, pero tenemos que ser conscientes de que algo de dioxinas siempre nos vamos a meter al coleto como consecuencia, fundamentalmente, de la existencia de las mismas en muchos alimentos, debido a contaminación ambiental, y de que en algunos casos (barbacoas privadas, asadores) las generamos nosotros mismos en el alimento que ingerimos.

Pero, en mi opinión, el asunto está maduro y preocupa mucho menos que hace unos años a quien tiene que preocuparse de oficio por el tema. Agencias como la EPA americana no publican estudios observaciones sobre las dioxinas desde principios de este siglo. Y en lo tocante a la incineración de residuos, un tema tan candente en Gipuzkoa en estos últimos años, está ya fuera de duda que una incineradora actual, cuyas entradas y salidas de materiales tóxicos se analizan hasta la extenuación, pueden conceptuarse más como "sumideros" o eliminadoras de dioxinas que generadoras de las mismas. Aunque haya gente que no se lo crea y siga haciendo, mientras tanto, fueguitos y barbacoas en su casa o en su jardín que organismo alguno controla.

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