viernes, 29 de julio de 2022

En la muerte de James Lovelock

El pasado martes, 26 de julio, el mismo día que cumplía 103 años, James (Jim) Lovelock falleció en su casa del pequeño pueblo inglés de Abbotsbury como consecuencia de complicaciones derivadas de una reciente caída. Dice la Wikipedia que Lovelock fue un médico, meteorólogo, escritor, inventor, químico atmosférico y ambientalista inglés. Todo eso es cierto, y si se me permite un añadido, diré también que ha sido un personaje polémico en la mayoría de los temas en los que se vio implicado a lo largo de su vida científica. Si queréis constatarlo con sus propias palabras, podéis leer su libro en castellano de 2007, titulado "La venganza de la Tierra" con opiniones que han levantado ampollas en temas como el cambio climático, la lluvia ácida, el agujero de ozono, los movimientos ecologistas o su apuesta por la energía nuclear como única forma de revertir a la Tierra (que Lovelock denominaba muchas veces por el nombre de Gaia), a su estado de equilibrio autorregulador.

Sobre la hipótesis Gaia, tan famosa en el ámbito ecologista, nada diré. Primero porque no me considero ni mediano conocedor del tema y, segundo, porque ya lo leeréis en los muchos obituarios que se están escribiendo sobre el fallecido. Este vuestro Búho, seguidor de Lovelock desde hace muchos años, ha preferido hoy, como pequeño homenaje a su figura, actualizar una de las primeras entradas en este Blog, escrita solo tres semanas después de haberlo inaugurado (2006), y que estuvo dedicada a un invento suyo que revolucionó el análisis químico de la época.

Ese invento, el llamado detector de captura electrónica (ECD), supuso mejorar en gran medida los niveles de detección de sustancias químicas, al utilizarlo en una técnica que se estaba implantando en los laboratorios de análisis químico de los años cincuenta, la cromatografía de gases, aún hoy una de las herramientas más versátiles para cualquier laboratorio químico. En la foto que ilustra esta entrada (se puede ampliar clicando sobre ella) podéis ver a Lovelock en el Museo de la Ciencia de Londres junto a uno de los primeros montajes en los que utilizó su detector.

Lovelock entró en contacto con la cromatografía de gases en el verano de 1951 cuando dos de sus colegas en el Instituto Nacional de Investigación Médica (NIMR), A. Martin y T. James, introdujeron dicha técnica en sus laboratorios, como consecuencia de las expectativas que la misma estaba levantando. La técnica había interesado no solo a la incipiente industria petroquímica que necesitaba un método rápido de separación, identificación y cuantificación de los componentes de las complejas mezclas existentes en sus líneas de producción. También había interesado a bioquímicos y analíticos como posibilidad de separar productos muy similares y que se encontraban mezclados en cantidades muy pequeñas.

Y de hecho, en ese problema estaba Lovelock, que andaba interesado en ver los efectos de las bajas temperaturas (criogenización) en la evolución de los ácidos grasos de los lípidos constitutivos de las membranas celulares. Ello implicaba medir concentraciones muy pequeñas, dado el tamaño de las muestras de tejido de animales empleados en el laboratorio. Aunque desde los colegas del NIMR le dieron el clásico consejo que muchas veces hemos dado los que nos hemos dedicado a caracterizar sustancias y materiales (”no me vengas con muestras tan pequeñas, procura producir más cantidad acumulando experimentos y luego vuelves"), alguien le sugirió que quizás tuviera que desarrollar un detector más sensible que el hasta entonces empleado en los equipos de cromatografía.

Y nuestro Lovelock lo consiguió. Y, lo que es más importante, lo hizo en el momento oportuno. Hasta esos años cincuenta, los toxicólogos estaban acostumbrados a tener que analizar insecticidas y plaguicidas inorgánicos como el arsénico blanco que, con técnicas analíticas clásicas, podían detectarse hasta niveles de 0.2 partes por millón (ppm), o lo que es lo mismo, en la proporción de 0.2 gramos del contaminante por cada tonelada de masa analizada. Pero cuando los biólogos que estudiaban la vida marina empezaron a evidenciar que insecticidas organoclorados como el DDT o el Dieldrin se habían acumulado en pequeñas cantidades en crustáceos y peces con resultados fatales, fue evidente que para detectar esos problemas adecuadamente había que llegar a niveles de detección cientos o miles de veces inferiores, del orden de las partes por billón (ppb). En el curso de esa década de los cincuenta la sociedad americana estuvo además particularmente alarmada por la detección de otros productos químicos en alimentos, como el famoso caso de los arándanos y el aminotriazol de 1959.

En 1962, la bióloga marina Rachel Carson publicó su famoso libro “La primavera silenciosa”, que puso la diana en los efectos del uso desmesurado y no regulado del DDT, un insecticida cuya producción se triplicó entre los años 1953 y 1959. Para el establecimiento de cómo se había introduciendo el DDT en diversas especies con efectos perjudiciales, resultaron claves las medidas analíticas que se pudieron hacer con el detector de Lovelock. Bien es verdad, y Lovelock lo dice claramente en el capítulo sexto de su libro de 2007, que la prohibición del uso del mismo en USA por parte de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) en 1972 y que imitaron muchos otros países, "fue un acto egoísta y erróneo llevado a cabo por radicales del primer mundo. Los habitantes de países tropicales han pagado un alto precio en muertes y enfermedades por no poder utilizar el DDT para controlar la malaria". De esto ya hablamos en otra entrada de este Blog.

Desde esos años sesenta, los detectores que han seguido al invento de Lovelock han llegado a alcanzar sensibilidades a los plaguicidas cien millones de veces mayores que las que tenían las primeras técnicas empleadas en su análisis. El progreso alcanzado es tan grande que ni siquiera las personas más implicadas en ello podían predecirlo. Francis Gunther, una figura señera en el análisis del DDT durante los años 50 y 60 decía, todavía a principios de los setenta, que llegar a detectar 1 parte por trillón (ppt), 1 gramo de DDT en un millón de toneladas de muestra contaminada, era como "creer en las hadas".

Bien, y aquí estamos, con técnicas que nos permitirían detectar minúsculas cantidades de un contaminante en millones de toneladas de muestra. Todo un logro de la Ciencia, en un plazo de tiempo increíble, motivada por resolver un problema que alteraba el clima social y presionada por las instituciones. Analizado así parece un ejemplo prototípico del papel de la Ciencia en la sociedad actual. Y sin duda alguna lo es, pero algunos pensamos que la actual ansiedad sobre los productos químicos, eso que llamamos Quimiofobia, hubiera tardado mucho tiempo en penetrar en el tejido social si no se hubieran dado desarrollos tan vertiginosos como el del detector de Lovelock. Llegamos así a un punto en el que el problema analítico está básicamente resuelto pero el sociológico permanece irresoluble, dadas las controversias sobre la ubicuidad de las sustancias químicas en todo lo que comemos, bebemos o respiramos y sobre los umbrales a partir de los que una sustancia debe considerarse perjudicial.

Porque, extrapolando, podemos llegar a la opinión de la propia Carson que abogaba por una tolerancia “cero” frente a sustancias producidas por el hombre. El problema es identificar qué se considera "cero", algo que depende evidentemente de la sensibilidad que tengan las técnicas de detección que empleemos en el laboratorio. En el libro de 2007 arriba mencionado, Lovelock deja claro que el no es partidario de esa filosofía de la Carson y hace suya la frase de Paracelso tantas veces citada en este blog: “es la dosis la que hace el veneno”. Como consecuencia de nuestra alimentación, nuestro propio organismo está plagado de sustancias que son tóxicas a partir de un cierto nivel y, sin embargo, las toleramos perfectamente en los niveles que habitualmente alcanzan. Y la mayoría son de origen natural o incluso producidas por nuestro propio organismo.

El detector de Lovelock fue también clave en la detección de los compuestos clorados causantes del agujero en la capa de ozono. En ese asunto, Lovelock mostró también su espíritu escéptico y peleón, pero sobre eso hablaremos en otra entrada en la que actualizaré la escrita, también hace años, sobre el citado agujero.

Que su Gaia le sea leve al amigo Jim. Seguro que no le parecería mal que le cite aquí como un ejemplo más de la longevidad de los químicos, a pesar de su dilatado contacto con sustancias químicas. Siempre y cuando una mísera caída no se cruce en su camino.

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domingo, 17 de julio de 2022

Regulando la homeopatía

Mi última entrada sobre homeopatía data de enero de 2019. Al final de la misma decía que creía que no volvería a publicar más sobre el asunto y aproveché la ocasión para agrupar todas mis entradas al respecto (14) bajo la categoría Homeopatía que podéis seleccionar a la derecha de la página. Desde 2018, tampoco he dado charla alguna sobre el tema y, cuando preparé la última, había muchos medios hablaban de una inminente regulación de los productos homeopáticos en España. He seguido las noticias posteriores, casi siempre polémicas, sobre los pasos que se han ido dando para esa regulación y creo que ahora es buen momento para contar el estado de la cuestión.

Viviendo en un limbo legal desde 1994, el toque de corneta para regular los productos homeopáticos en España se produce con una Directiva europea que data de 2001. Tras nada menos que seis años, y en el Real Decreto 1345/2007, de 11 de octubre, que regulaba el procedimiento de autorización, registro y condiciones de dispensación de los medicamentos de uso humano fabricados industrialmente, se incluía una Sección de varios artículos dedicada a los medicamentos homeopáticos vendidos en farmacias con formato convencional. El artículo 55 de ese Decreto establece una singularidad para los productos homeopáticos que ha sido duramente criticada por científicos, Instituciones médicas y hasta Gobiernos autonómicos.

Esa singularidad establece que a la hora de autorizar la venta de un producto homeopático, que ya pasaría así a la categoría de medicamento homeopático, existen dos vías. Una, la habitual para cualquier medicamento con indicación terapéutica demostrada y dos, y aquí viene la bomba, un procedimiento simplificado especial de medicamentos homeopáticos para el que no se necesita demostrar su eficacia terapéutica. El Gobierno español ha tratado de eliminar esa vía en Bruselas pero ya a finales de 2018 parecía estar claro que habían perdido la batalla y que la Unión Europea pensaba que su Directiva de 2001 estaba bien.

Por muy increíble que parezca que un producto pueda denominarse medicamento (y venderse como tal) sin necesidad de probar su eficacia terapéutica, lo cierto es que llovía sobre mojado. Fernando García Alonso, que era Director de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) cuando se preparó la ya mencionada Directiva de 2001, recordaba en una entrevista con El País en el año 2003 los entresijos de las arduas negociaciones que tuvieron lugar antes de que esta viera la luz:

"Cuando estábamos discutiendo en Bruselas la nueva directiva, nosotros mismos nos dábamos cuenta de que estábamos haciendo algo en contra de nuestros principios. Los representantes de los países nórdicos, que eran los más puristas, se plantaron y dijeron que ellos no podían aceptar una directiva que aceptaba atribuir la condición de medicamentos a productos cuya eficacia clínica no está demostrada científicamente. Por contra, los países que tienen una industria próspera en este terreno los defendían fervientemente. ¿Cuál es la conclusión?. Que privan las razones económicas. Aunque, como todos tenemos nuestra alma, acordamos que estos medicamentos llevarán una leyenda que dijera: "La eficacia de este medicamento no se ha demostrado mediante métodos científicos". Me parece que con la fórmula no se engaña a nadie. Lo que ocurre con los medicamentos no es, al fin y al cabo, más que el reflejo de lo que ocurre en otras parcelas de la realidad".

Así que a pesar de su pataleta ante Europa, al Gobierno español de 2018 no le quedó otro remedio que usar la legislación europea vigente y, con el Real Decreto de 2007 en la mano, empezar a regular la venta de los preparados homeopáticos como medicamentos. Para ello, instó a la AEMPS a poner en marcha el citado procedimiento simplificado y en abril de 2018 habilitó un plazo para que los fabricantes de todos los productos homeopáticos que se vendían en las farmacias de España le comunicaran su intención de adecuarse a la Directiva europea y al Decreto español (diecisiete y once años después de sus respectivas promulgaciones).

Finalizado ese plazo, la AEMPS publicó a finales de octubre de 2018 una resolución que daba cuenta de los productos homeopáticos que se le habían comunicado y fijó un calendario para que las empresas titulares solicitaran la correspondiente autorización de comercialización. Solo los productos homeopáticos que se encontraban en esa resolución, en una lista de más de dos mil preparaciones, podían seguirse comercializando hasta que la AEMPS evaluara la documentación y tomara una decisión que les autorizara a venderse como medicamentos homeopáticos de acuerdo con la normativa que os he explicado arriba.

Los que no comunicaron a la AEMPS su intención de adecuarse a la normativa no podían seguirse comercializando y los que estuvieran ya en las farmacias tendrían que ser retirados. Y de hecho, en el momento de redactar estas líneas se puede ver una lista de 1093 preparados que, según la AEMPS, han sido retirados del mercado.

En el tiempo transcurrido desde octubre de 2018, la AEMPS ha ido evaluando la documentación recibida por parte de los fabricantes y, hasta el 23 de junio de 2022 había autorizado, ya como medicamentos, 757 preparados homeopáticos. Todos ellos parecen haber optado por la vía simplificada ya que, si entráis en la ficha técnica o en el prospecto aprobado que pueden verse en esa lista, veréis que en ambos sitios figura la frase "Medicamento homeopático sin indicación terapéutica aprobada (Directiva 2001/83/CE)". Se supone que esa lista de 757 se seguirá ampliando a medida que se vaya considerando la documentación aportada por los fabricantes del resto de preparados que se manifestaron interesados en seguir la normativa.

Pero hay todavía cosas que este vuestro Búho va a seguir vigilando porque anda con la mosca detrás de la oreja. La AEMPS mantiene una página online denominada Centro de Información de Medicamentos (CIMA) en la que los profesionales pueden consultar diversos aspectos sobre los medicamentos autorizados por la AEMPS. Si en esa página se pica en el enlace denominado Buscador para profesionales sanitarios, uno puede localizar medicamentos por el principio activo que contienen, la empresa que lo fabrica o el llamado Código Nacional, una especie de matrícula de cada medicamento.

Pues bien, podéis intentar localizar, por ejemplo, uno de los medicamentos autorizados por la AEMPS: el llamado Apis Mellifica glóbulos, un medicamento homeopático a partir del veneno de las abejas, comercializado en España por Boiron, la multinacional francesa, con el Código Nacional 733309. Y comprobaréis que, usando cualquiera de esos datos, no aparece. Y lo mismo os pasará probando con otros homeopáticos autorizados...

No sé si pensar que la web del CIMA no está debidamente actualizada en lo que a homeopáticos se refiere o es una forma encubierta de protesta de la AEMPS por haberles obligado a tragar con algo que no comparten. Pero si alguien conoce otra razón, no tiene más que escribirlo en los comentarios.

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