Cosecha del 74
Hace ahora más de 35 años, y ya me pongo otra vez en plan abuelo Cebolleta, en una fría mañana zaragozana de diciembre, muchos de los integrantes de esta alegre muchachada que veis en la foto (se puede ampliar picando en ella), estábamos sufriendo las incontinencias examinatorias de un airado catedrático, cuyo nombre no mencionaré para que no se piense que soy rencoroso. No hartos de tamaña experiencia, al terminar el examen, con el estómago lleno de telerañas, nos encontramos atrapados en una Facultad cerrada a cal y canto por orden gubernativa y con los grises pululando por el Campus. El Delfín, con el que Franco había dejado todo bien atado, había volado aquel día hacia las alturas jesuíticas de la madrileña calle Castelló, merced a la pirotecnia de unos cuantos primigenios etarras, entre los que se encontraba algún condiscípulo del Búho en la escuela pública de Hernani. No me digais que, dado mi origen, no tengo mérito en haber salido gris (aunque no de los de arriba), paciente y miembro con solera de Gesto por la Paz.
Ese era el comienzo del año académico 1973/74, en el que muchos de aquellos acabamos la carrera. Ahora, 35 años despues, se ha montado una comida celebratoria este sábado 7F en Zaragoza. Pero, al albur de esa organización, y merced a las TICs y a algún genio de las mismas (gracias, Angel) con el que contamos en nómina, la cosa se ha ido complicando hasta llegar a un pifostio de tres pares, que incluye webs para cargar y descargar fotos y canciones de la época o una lista de correo que ha funcionado como un foro. Gracias a estas nuevas tecnologías, cientos de mensajes y otros documentos han circulado entre nosotros desde primeros de año, con un halo entre nostálgico y alegre y ciertos toques de revisar cosas y sentimientos que quedaron en suspenso. El Búho siempre ha pensado que un grupo de más de dos constituye una manifestación así que, entre esa natural misantropía que me asola y mis cervicales que me machacan, he decidido que no es cuestión de embarcarse en tamaño viaje gastronómico. Pero como me va la marcha literaria, no me he podido resistir a participar en el intercambio epistolar. Y reconozco que casi todas las noches, o muy de par de mañana, me solazo con las ocurrencias de mis colegas.
Y así podría acabar esta entrada. Como una forma de dejar constancia en mi cuaderno personal de este episodio puntual y placentero. Pero dado que voy a colgar un link con esta entrada en la citada lista de correo, quiero dejar constancia, ante mis viejos colegas, que esta actividad que me entretiene es, desde su origen, un alegato contra la Quimifobia y el comportamiento neurasténico de una parte importante de nuestra sociedad contra todo lo que lleve la etiqueta química. Y de paso, a ver si incremento mi nómina de fieles suscriptores al Blog, cosa que lleva una buena marcha. Así que vamos a culminar la entrada con un tema al uso de los del Blog y que me ha surgido al hilo de los recuerdos de estos días.
Entre las numerosas anécdotas que se han comentado entre nosotros, están las ligadas a la seguridad de los laboratorios en los que nos hicimos químicos experimentales. Cada cual tiene su rosario de incidencias. Yo me acuerdo, como si fuera hoy, del permanente olor a ácido sulfhídrico en el laboratorio de Química Analítica. De un día que acabé en Urgencias porque el colega de al lado había hecho mal un montaje en el que se desprendía cloro y, de repente, me encontré con que me faltaba el aire y priveme. De cómo robábamos trozos de sodio metálico para echarlo al estanque del Campus, provocando pequeñas explosiones que daban unos sustos del carajo a los cuatro peces naranja que, de vez en cuando, aparecían por sus frías o calientes aguas (en Zaragoza todo es extremo en estas lides). Y sobre todo, de la omnipresencia del mercurio en termómetros, manómetros y todo tipo de dispositivos químico-físicos. Creo que nuestra Facultad era un sin par reservorio de mercurio en muchos kilómetros a la redonda. De hecho, un grupo de investigación entero acabó en la Casa Grande (el Hospital zaragozano de la SS) a causa de su adición a andar sintetizando compuestos mercuriales.
Ahora el mercurio está de capa caída y va camino de la asíntota de la nada. Su uso está siendo progresivamente restringido, pero todavía quedan ámbitos en los que su presencia se hace necesaria. Y, mientras tanto, la sicosis antimercurio no ceja. Estos días me he encontrado con una alerta en el Hoax-Slayer, un sitio que se dedica a desenmascarar los falsos mensajes que circulan por la red en forma de correos electrónicos que se reenvían. Dicha alerta muestra que está emergiendo una especie de nueva paranoia relacionada con el vapor de mercurio contenido en las nuevas lámparas fluorescentes CFL (Compact Fluorescent Lamps), de las que hablé en un post de hace unos meses. La alerta hace referencia a un email, que se ha multicirculado, en el que se detalla el caso de una ciudadana de Maine a la que se le rompió una lámpara CFL en la habitación en la que dormía su niño pequeño. Y de la atribulada noche que pasó al no saber cómo actuar para evitar los irreversibles daños neurológicos que el vapor de mercurio pudiera causar a la criatura.
Probablemente el sucedido será hasta falso, como ya ha ocurrido en otros casos similares de correos spam. Pero, por si las moscas, pongamos las cosas en su sitio, que ya vale. Ya os contaba en una antigua entrada sobre el mercurio, de la que me siento particularmente orgulloso, la sorpresa que me llevé, en una larga estancia hospitalaria acompañando a mi maltrecho suegro, al ver mercurio por todos los rincones. Tampoco era de extrañar. Los termómetros se ponían dos veces al día y los enfermos de Hematología, donde me encontraba, estaban para pocas gaitas, con lo que el riesgo de caída, rotura del dispositivo y posterior dispersión por parte de brava limpiadora, era altísimo. Y qué decir de los millones que se habrán roto en las casas, durante decenios, al medir las fiebres de infantes y otros enfermos. Y ahora parece que los escasos miligramos que van en una bombilla van a causar una catástrofe ambiental y sanitaria sin precedentes.
Pues oiga, no. Sentido común. Y como la cosa se resuelve en un santiamén, por si se encuentra alguna vez en el brete, tome nota. Si se le cae una CFL y se le rompe, abra la ventana de la habitación y airéela un rato. Compruebe si hay minúsculas gotitas de mercurio por el suelo. Son decorativas y no muerden. Recójalas, aspirándolas con un simple cuentagotas, y échelas a un recipiente de vidrio. Ponga agua encima y cierre el recipiente. Puede dejar alli el mercurio hasta la eternidad o ir amontonando nuevas pequeñas cantidades si se repite el incidente. Y si le da yuyu tener mercurio en el armario, llame a los servicios de recogida de su Ayuntamiento y aquí paz y despues gloria.
Y, sobre todo, no se agobie. Mas expuestos al mercurio, durante los años en los que todavía estábamos creciendo, que los ciudadanos de la foto de arriba, pocos va a encontrar. Y salvo las excepciones estadísticas naturales, la mayoría estamos vivitos y coleando, a pesar de la edad. Y dispuestos el sábado a dar cuenta de un largo y energético menú que prepare a los comensales a una larga sobremesa y, si se tercia, a una velada kitsch en El Plata, un autóctono night club zaragozano que perdura desde los setenta.
¡Va por vosotros, colegas, y que lo paseis bien!.
Ese era el comienzo del año académico 1973/74, en el que muchos de aquellos acabamos la carrera. Ahora, 35 años despues, se ha montado una comida celebratoria este sábado 7F en Zaragoza. Pero, al albur de esa organización, y merced a las TICs y a algún genio de las mismas (gracias, Angel) con el que contamos en nómina, la cosa se ha ido complicando hasta llegar a un pifostio de tres pares, que incluye webs para cargar y descargar fotos y canciones de la época o una lista de correo que ha funcionado como un foro. Gracias a estas nuevas tecnologías, cientos de mensajes y otros documentos han circulado entre nosotros desde primeros de año, con un halo entre nostálgico y alegre y ciertos toques de revisar cosas y sentimientos que quedaron en suspenso. El Búho siempre ha pensado que un grupo de más de dos constituye una manifestación así que, entre esa natural misantropía que me asola y mis cervicales que me machacan, he decidido que no es cuestión de embarcarse en tamaño viaje gastronómico. Pero como me va la marcha literaria, no me he podido resistir a participar en el intercambio epistolar. Y reconozco que casi todas las noches, o muy de par de mañana, me solazo con las ocurrencias de mis colegas.
Y así podría acabar esta entrada. Como una forma de dejar constancia en mi cuaderno personal de este episodio puntual y placentero. Pero dado que voy a colgar un link con esta entrada en la citada lista de correo, quiero dejar constancia, ante mis viejos colegas, que esta actividad que me entretiene es, desde su origen, un alegato contra la Quimifobia y el comportamiento neurasténico de una parte importante de nuestra sociedad contra todo lo que lleve la etiqueta química. Y de paso, a ver si incremento mi nómina de fieles suscriptores al Blog, cosa que lleva una buena marcha. Así que vamos a culminar la entrada con un tema al uso de los del Blog y que me ha surgido al hilo de los recuerdos de estos días.
Entre las numerosas anécdotas que se han comentado entre nosotros, están las ligadas a la seguridad de los laboratorios en los que nos hicimos químicos experimentales. Cada cual tiene su rosario de incidencias. Yo me acuerdo, como si fuera hoy, del permanente olor a ácido sulfhídrico en el laboratorio de Química Analítica. De un día que acabé en Urgencias porque el colega de al lado había hecho mal un montaje en el que se desprendía cloro y, de repente, me encontré con que me faltaba el aire y priveme. De cómo robábamos trozos de sodio metálico para echarlo al estanque del Campus, provocando pequeñas explosiones que daban unos sustos del carajo a los cuatro peces naranja que, de vez en cuando, aparecían por sus frías o calientes aguas (en Zaragoza todo es extremo en estas lides). Y sobre todo, de la omnipresencia del mercurio en termómetros, manómetros y todo tipo de dispositivos químico-físicos. Creo que nuestra Facultad era un sin par reservorio de mercurio en muchos kilómetros a la redonda. De hecho, un grupo de investigación entero acabó en la Casa Grande (el Hospital zaragozano de la SS) a causa de su adición a andar sintetizando compuestos mercuriales.
Ahora el mercurio está de capa caída y va camino de la asíntota de la nada. Su uso está siendo progresivamente restringido, pero todavía quedan ámbitos en los que su presencia se hace necesaria. Y, mientras tanto, la sicosis antimercurio no ceja. Estos días me he encontrado con una alerta en el Hoax-Slayer, un sitio que se dedica a desenmascarar los falsos mensajes que circulan por la red en forma de correos electrónicos que se reenvían. Dicha alerta muestra que está emergiendo una especie de nueva paranoia relacionada con el vapor de mercurio contenido en las nuevas lámparas fluorescentes CFL (Compact Fluorescent Lamps), de las que hablé en un post de hace unos meses. La alerta hace referencia a un email, que se ha multicirculado, en el que se detalla el caso de una ciudadana de Maine a la que se le rompió una lámpara CFL en la habitación en la que dormía su niño pequeño. Y de la atribulada noche que pasó al no saber cómo actuar para evitar los irreversibles daños neurológicos que el vapor de mercurio pudiera causar a la criatura.
Probablemente el sucedido será hasta falso, como ya ha ocurrido en otros casos similares de correos spam. Pero, por si las moscas, pongamos las cosas en su sitio, que ya vale. Ya os contaba en una antigua entrada sobre el mercurio, de la que me siento particularmente orgulloso, la sorpresa que me llevé, en una larga estancia hospitalaria acompañando a mi maltrecho suegro, al ver mercurio por todos los rincones. Tampoco era de extrañar. Los termómetros se ponían dos veces al día y los enfermos de Hematología, donde me encontraba, estaban para pocas gaitas, con lo que el riesgo de caída, rotura del dispositivo y posterior dispersión por parte de brava limpiadora, era altísimo. Y qué decir de los millones que se habrán roto en las casas, durante decenios, al medir las fiebres de infantes y otros enfermos. Y ahora parece que los escasos miligramos que van en una bombilla van a causar una catástrofe ambiental y sanitaria sin precedentes.
Pues oiga, no. Sentido común. Y como la cosa se resuelve en un santiamén, por si se encuentra alguna vez en el brete, tome nota. Si se le cae una CFL y se le rompe, abra la ventana de la habitación y airéela un rato. Compruebe si hay minúsculas gotitas de mercurio por el suelo. Son decorativas y no muerden. Recójalas, aspirándolas con un simple cuentagotas, y échelas a un recipiente de vidrio. Ponga agua encima y cierre el recipiente. Puede dejar alli el mercurio hasta la eternidad o ir amontonando nuevas pequeñas cantidades si se repite el incidente. Y si le da yuyu tener mercurio en el armario, llame a los servicios de recogida de su Ayuntamiento y aquí paz y despues gloria.
Y, sobre todo, no se agobie. Mas expuestos al mercurio, durante los años en los que todavía estábamos creciendo, que los ciudadanos de la foto de arriba, pocos va a encontrar. Y salvo las excepciones estadísticas naturales, la mayoría estamos vivitos y coleando, a pesar de la edad. Y dispuestos el sábado a dar cuenta de un largo y energético menú que prepare a los comensales a una larga sobremesa y, si se tercia, a una velada kitsch en El Plata, un autóctono night club zaragozano que perdura desde los setenta.
¡Va por vosotros, colegas, y que lo paseis bien!.
5 comentarios:
Totalmente de acuerdo, Yanko. Vivimos en una sociedad neurotizada con la Quimica en la que quimica equivale a engaño y peligro, como si los farmacos que salvan vidas crecieran sólos en los estantes de las farmacias, y por el contrario, lo etiquetado como natural y/o ecologico, palabra ésta que se ha vaciado de contenido a fuerza de sobreutilizarla y malutilizarla, se interpreta como bueno y benigno. Se olvidan los que así piensan ( mas bien los que no piensan) que la historia de la humanidad ha ido paralela a la capacidad del hombre para protegerse de la llamada Madre Nauturaleza, que en muchas ocasiones es una Gran Puta.
Jajaja me ha parecido muy gracioso eso del sodio metálico, que cruel!!!! jajaja.
Con respecto a la química, a mi parecer es muy bella e interesante el problema surge cuando hay profesores o químicos (si así se les puede llamar) que no saben despertar el interés por ella o en nuestro caso que no enseñen...en muchos casos en la universidad aprendemos a ser autodidactas.
Por cierto un gustazo ser seguidor de su blog, algun día conseguiré sus apuntes de universidad.
Estoy de acuerdo en decir no a la histeria, y que la gotita de mercurio de las lamparitas no provocarán una gran catástrofe ambiental, pero que la gente quiera reciclarlas para no tirar el mercurio a los vertederos no tiene por qué ser criticable.Quien sabe si en medio siglo más, nuestros bisnietos nos agradezcan haber pensado en ellos.
Hola Gabriela,
¿He escrito yo algo de lo que se pueda entencer que critico a la gente que recicla?. Porque nada más lejos de mi intención.
Por supuesto que la química es necesaria, incluso para mejorar nuestra calidad de vida, lo que es absurdo es el creciente extremismo histerico de nuestra sociedad. No voy a decir que me dedicase a romper los termómetros de casa, pero más de uno se cayó "sin queriendo", para poder jugar un rato con "esa cosa rara, fría que la aplastabas y se hacía bolitas y cuando las acercabas, unas e iban comiendo a las otras". Creo que es menos saludable que nuestros hijos se dejen la vista con la televisión, el ordenador, la play el móvil y demás pantallas fijas o prtátiles
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