martes, 22 de agosto de 2006

Un veneno con historia

Ahora que estoy otra vez de hospitales he podido rememorar impresiones de hace seis años, durante las últimas semanas de la enfermedad que acabó con mi suegro. Además de las percepciones obvias en una situación dramática como la que entonces vivíamos, la que tiene que ver con esta entrada parece, comparada con ellas, una nimiedad, un divertimento de químico enjaulado en una habitación limitada, cuyo territorio hay que compartir con dos enfermos y, en muchos casos, con familiares, amigos y otros allegados de ambos. Dado mi conocido carácter “sociable”, no es de extrañar que me conozca los pasillos del Centro Hospitalario al detalle o que me dedique a curiosear donde me dejen aislarme. Y en esa mi anterior estancia en el Hospital, curioseando por las esquinas, pude comprobar que una importante cantidad de minúsculas gotitas de mercurio se acumulaban en los rincones de la habitación que ocupábamos.

El origen era obvio. La mayor parte de los enfermos allí internados (estábamos en una planta de Hematología, con mucho enfermo terminal) se encontraban en una situación lo bastante endeble como para andar teniendo cuidado de si el termómetro, que regularmente les ponían, había sido retirado o no por la enfermera de turno. Conclusión: muchos termómetros, con mercurio encerrado en un frágil vídrio, se iban al suelo y vaya luego Ud. a recogerlo gotita a gotita.... Debo de aclarar que, por razones que se me escapan, la habitación en la que ahora paso largas horas con mi madre (planta de Traumatología, prótesis de cadera y rodilla, jóvenes accidentados, etc.) no muestra rastro alguno de mercurio, a pesar de que se siguen usando los mismos termómetros (Osakidetza, como veremos más adelante, no debe estar por la sostenibilidad propugnada por la Unión Europea). O los enfermos están más al loro o el personal ha recibido algún toque al respecto.

En los laboratorios de mi Facultad y, sobre todo, en los de prácticas ligadas a la Química Física que me ha tocado controlar, también hemos tenido ese problema durante años. Con harto dolor de mi corazón tuvimos que eliminar los termómetros Beckman que usábamos para medir diferencias de centésimas de grado en ciertas prácticas. Muchos iban al suelo y su importante cantidad de mercurio se esparcía por todo el laboratorio, obligándonos a profesores y alumnos a andar un buen rato a cuatro patas, dotados de hojas de filtro y cuentagotas, para recoger poco a poco el mercurio derramado e impedir así que el paso subsiguiente de las señoras de la limpieza dispersara aún más el asunto. Así que, desde hace años, no usamos un solo dispositivo que contenga mercurio. Nos queda un viejo barómetro que está colgado en la pared con poco riesgo de acabar en el suelo, pero hasta ése tiene ya a su lado a su sucesor electrónico.

El mercurio es el único metal que, a temperatura ambiente, es un líquido (ver arriba). Su brillo metálico, parecido al de la plata, su carácter líquido, su elevada densidad que hace que un litro de mercurio pese 13.6 Kg frente al kilo que pesa un litro de agua y su extraordinaria tendencia a formar gotas esféricas, debido a su elevada tensión superficial, lo han convertido en una sustancia tremendamente atractiva a los ojos humanos desde la antigüedad. El símbolo químico del mercurio, Hg, se deriva de su nombre en griego, Hydrargirum, que significa “plata líquida”. De ese misma aparente contradicción proviene otra de las denominaciones del mercurio, Quicksilver, “plata rápida”, nombre de moda entre surferos y allegados. El nombre Mercurio, de origen romano, hace referencia al dios del mismo nombre, que también se distinguía por su movilidad, en cuanto que era el mensajero del resto de los dioses.

Aunque la mística del mercurio en civilizaciones antiguas ha estado ligada a prácticas que relacionaban su uso con la posesión del poder, esas mismas civilizaciones ya conocían el carácter tóxico de este metal. En dosis elevadas puede llegar a ser mortal pero incluso a pequeñas dosis, con carácter prolongado, es el origen de problemas neurológicos, efectos sobre el sistema cardiovascular, el sistema inmunitario y el aparato reproductor. Aún y así, el mercurio ha seguido siendo empleado durante al menos dos milenios de forma bastante extensa, en circunstancias que voy a historiar un poco.

En la antigua alquimia europea se pensaba que una correcta combinación de mercurio con otros ingredientes era la verdadera fuente inagotable de producción de oro. Tan arraigada era la creencia que el emperador Diocleciano publicó un edicto, a finales del siglo III, en el que ordenaba la destrucción de cualquier obra ligada a la alquímia. Probablemente sea el precedente histórico más antiguo de la Quimifobia actual. La razón del decreto estaba en el pavor del emperador a que el oro, artificialmente creado por los alquimistas, inundara el mercado y acabara depreciando la moneda romana, permitiendo así que los alquimistas se convirtieran en un importante lobby dentro del Imperio. Diocleciano nos sobrestimaba en cuestiones comerciales.....

Mi antiguo alumno, y amigo, Willy Roa, preclaro científico y divulgador en la revista Elhuyar, tras una primera lectura de esta entrada, me ha apuntado un texto de Isaac Asimov, contenido en su recopilación de ensayos titulada “Los lagartos terribles y otros ensayos”, en el que en el específicamente titulado “El séptimo metal”, cuenta las inusitadas aplicaciones del mercurio en la época en la que los árabes campaban a sus anchas en la Andalucía medieval. Jerifaltes como Abdar-Rahmán III (de chavales a este tío le llamábamos Abderramán a secas), edificó hacia el 950, cerca de Córdoba, un palacio en cuyo patio fluía contínuamente un surtidor de mercurio.
De otro colega similar se dijo que había dormido en un colchón que flotaba en un charco de mercurio, lo cual no es de extrañar pues si la gente flota con soltura en el Mar Muerto con una densidad de las aguas en torno a 1,3 g/c.c., la sensación en mercurio, con una densidad diez veces mayor, debe ser como la de que le metan a uno en un cohete de la NASA y lo paseen por el exterior.

El mercurio ha estado ligado a otras muchas prácticas curiosas, situadas en el delgado filo de cuchillo que siempre ha separado la medicina de la superchería. Ko Hung, un alquimista chino del siglo IV elaboraba un elixir a base de mercurio que, según él, proporcionaba salud y longevidad. Pero quizás, el empleo más conocido de compuestos mercuriales ligado a la medicina sea el tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual que asolaron Europa en la primera parte del siglo XVI. Aunque hoy sigue sin estar claro si el uso de mercurio pueda curar o no una sífilis, yo he visto sales mercuriales en los viejos gabinetes de algunos médicos conocidos en los que he podido fisgar y que han ejercido hasta bien transcurrido el siglo XX.

Otra historia curiosa es la de la relación entre el mercurio y la industria sombrerera. En la manufactura de los llamados sombreros de fieltro se usaba pelo de camello y se pudo comprobar que la transformación del pelo en fieltro se hacía más fácil si aquel había sido tratado previamente con orina del propio camello. La rocambolesca historia continúa contando que en empresas francesas de sombrería se usaba la orina de los propios trabajadores (más accesible que la de los camellos) para el mencionado proceso. SIn embargo, se produjo la curiosa coincidencia de que, en cierto momento, un determinado trabajador parecía producir fieltro de superior calidad al de los demás. Esa persona estaba siendo tratada contra la sífilis con un producto de mercurio y de ahí se dedujo que estas sales debían ser empleadas en el proceso. El nitrato mercúrico fue la sustancia de uso más extendido en las industrias sombrereras de renombre. Una de las más conocidas en EEUU estaba en Danbury, Connecticut, donde los males inherentes a la exposición de mercurio llegaron a ser endémicos hasta que se prohibió su uso en 1941.

Tras leer una primera versión publicada en la red de esta entrada, mi cuñadísimo Oscar Martinez Azumendi, psiquiatra de pro y curioso empedernido, me ha enviado la siguiente ilustración correspondiente al libro de Carroll “Alicia en el País de las Maravillas”, en la que aparece el denominado Sombrerero Loco (Mad Hatter). Yo no lo sabía, pero en ámbitos ligados a la psiquiatría, el citado grabado es un icono del hidrargirismo o mercurialismo crónico.

La mayor parte del mercurio que se ha producido en el mundo a lo largo de los últimos dos milenios proviene de pocos sitios. Se estima que más de la tercera parte de esa producción global y milenaria se ha llevado a cabo en Almadén (Ciudad Real), existiendo otros importantes yacimientos en Italia (Monte Amiata) y en Eslovenia (Idria). Hay estimaciones bastante fiables que indican que en Almadén se han llegado a extraer el equivalente a más de 250.000 toneladas de mercurio a lo largo de estos dos milenios. Que la naturaleza haya sido tan pródiga en este elemento en un lugar tan concreto de la Tierra se debe a la actividad volcánica allí existente hace la friolera de 370 millones de años. El magma arrastró ingentes cantidades metálicas del interior terrestre, impregnando las arenas de los fondos marinos de entonces. Ello generó una inmensa mina de sulfuro de mercurio (cinabrio), la casi única mena de mercurio sobre la faz de la Tierra. Junto al sulfuro se podían encontrar también cantidades importantes de mercurio líquido chorreando entre los trozos de mineral.

El mineral de cinabrio ya era empleado por los romanos como colorante rojo (el bermellón) muy usado además por las damas de alta sociedad como maquillaje. Romanos que también conocían muy bien, como hemos dicho, el carácter tóxico del mercurio, lo que les hizo mandar a trabajar de mineros a condenados a muerte, una forma “elegante” de ejecutar la sentencia.
Pero cuando Almadén alcanzó su apogeo fue cuando, como consecuencia del descubrimiento del Nuevo Mundo y del comercio de plata que ello generó, fueron necesarias grandes cantidades de mercurio para amalgamar ese metal precioso y así poderlo extraer. De esa época datan instalaciones que hoy todavía se pueden ver en la localidad manchega, como los Hornos de los Aludeles, donde se destilaba el mercurio a partir del cinabrio o el almacén del azogue (el nombre que los mineros daban al mercurio), donde se llegaron a almacenar toneladas y toneladas de mercurio bajo estrictas medidas de seguridad.

La mina de Almadén se cerró el 22 de julio de 2003, en un peldaño más de un progresivo declive de todo lo que tenga que ver con el mercurio, declive que comenzó hacia los años 70 con una serie de noticias y descubrimientos sobre el carácter dañino del mercurio y sus compuestos.

El precedente puede cifrarse en el llamado incidente en la bahía de Minamata, en la isla japonesa de Kyushu. 68 personas murieron y cientos mas resultaron seriamente afectadas con problemas neurológicos. La imagen que se ve bajo estas líneas, titulada “Tomoko Uemura in her bath” fue tomada en la citada Minamata en 1972 por W. Eugene Smith, uno de los grandes maestros americanos de la fotografía. La joven de la foto es una de las víctimas de la intoxicación a la que estamos haciendo referencia. Tenía entonces 16 años y murió de neumonía, con 21, en 1977. E.W. Smith hizo un seguimiento de la catástrofe entre 1972-75 y la foto que aquí se muestra, publicada por la revista Life, ha sido considerada como una de las veinte fotos más impactantes del siglo XX. La foto y el comentario en azul es posterior a la primera publicación de esta entrada. Una y otro se deben, de nuevo, a los comentarios del psiquiatra Oscar Martínez Azumendi.

La mayoría de las víctimas de este dramático incidente eran pescadores y la investigación realizada concluyó que vertidos intensivos de una empresa de la zona, conteniendo sales mercuriales, habían sido transformados por las bacterias anaerobias del fondo de la bahía en metilmercurio, un compuesto organometálico, mucho más peligroso que el propio mercurio que acababa siendo acumulado por peces y crustáceos posteriormente consumidos por los afectados. Un incidente similar se dió en 1965 en otra isla japonesa (Honshu) con 13 muertos y más de 300 afectados. Así mismo, hay problemas publicados con las poblaciones indígenas de los Cree y los Inui, que viven en Canadá, grandes consumidores de pescado y que resultaron afectados por vertidos ligados a importantes movimientos de terreno y desvíos de ríos para construir una gigantesca planta hidroeléctrica, movimientos que sacaron a la luz mercurio metálico que acabó siendo convertido en metilmercurio por las bacterias en el cauce de los ríos.

Entre 1971 y 1972, un problema aún mayor se generó en Iraq. 6530 personas resultaron afectadas y casi medio millar murieron. En este caso, el origen no fue el pescado consumido sino semillas de trigo. En un intento de paliar una hambruna de aquellos años, diversos países europeos enviaron a Iraq semillas de trigo que habían sido tratadas con un fungicida que contenía metilmercurio para preservar la viabilidad de las mismas durante los traslados. La idea, como es obvio, era plantar esas semillas obteniendo así trigo, que al transformarse en harina no presentaría mayores problemas de contaminación por mercurio al diluirse mucho la dosis una vez obtenidas que las semillas se transforman en espigas del cereal. Desgraciadamente, los iraquíes no entendieron las instrucciones que, en los sacos de semillas, explicaban que éstas no debían consumirse tal cual y, acuciados por el hambre, algunos de ellos optaron por molerlas directamente y consumirlas. El resultado fue una tragedia y la gota que colmó el vaso sobre la ya mala prensa del mercurio y sus consecuencias para la salud.

Otra historia triste sobre el mercurio, ésta de carácter profesional, es la de una profesora americana de Química, Karen Watterhahn, perteneciente al Chemistry Darmouth College y que falleció en 1997 tras una rápida enfermedad provocada, probablemente, por el contacto de su piel con una gotas de un compuesto extremadamente venenoso, relacionado con el descrito en los problemas con el pescado. Karen estaba usando dimetilmercurio como referencia en unos análisis de RMN. Quizás por desconocimiento, quizás por imprudencia, pequeñas cantidades del compuesto entraron en contacto con sus manos, falleciendo tras un coma prolongado once meses después del incidente. Algunos de mis antiguos profesores de Química Orgánica en al Universidad de Zaragoza y amigos que con ellos iniciaban su carrera científica manejando compuestos organometálicos a base de mercurio tuvieron un buen susto en la década de los ochenta, aunque afortunadamente, en este caso, la cosa no pasó a mayores.

Así que, con todos estos antecedentes, la Comisión Europea emitió en 2004 una Normativa tendente a prohibir a partir de 2011 cualquier exportación de mercurio que nazca del ámbito europeo. La normativa contempla también la eliminación progresiva del mercurio en todos los aparatos de medida (termómetros, barómetros) y pilas, la reducción de emisiones de mercurio de instalaciones de combustión de carbón o incineradoras, llegando incluso a querer controlar hornos crematorios en los que se pudieran incinerar cadáveres con amalgamas de mercurio en sus dientes, otra aplicación del mercurio que ha estado vigente hasta hace muy pocos años (yo llevo amalgama en una de mis caries obturada a mediados de los setenta).

Con este panorama, alguno de mis lectores a los que todavía no haya convencido de los logros y las potencialidades de la Química se estará frotando las manos. ¡Toma Química no contaminante!. Pues va a ser que no, cariño. Si por algo he elegido el mercurio es porque creo que, al contrario de lo que pueda parecer tras el prolijo detalle de desgracias que he dado en las líneas anteriores, la trágica historia de este elemento es un argumento irrefutable a favor de una Química cada vez más sofisticada, potente y convencida de la necesidad de seguir avanzando. Porque, en este caso, está claro que los químicos no hemos sintetizado el cinabrio o el mercurio. Son productos “naturales”, generados por la tremenda y telúrica fuerza de la Tierra.

Tampoco hemos sido los químicos de bata y ordenador del siglo XX y XXI los incitadores de las grandes cantidades de mercurio usadas en los siglos siguientes al descubrimiento de América. Sí hemos sido, sin embargo, los que gracias a sistemáticas analíticas contrastadas y al desarrollo de técnicas instrumentales como la Absorción Atómica, hemos llegado a cuantificar cantidades minúsculas de mercurio allá donde las haya, proporcionando así pruebas irrefutables de la peligrosidad de los compuestos mercuriales, proponiendo vías para su eliminación y estableciendo protocolos para su control.

Y, sobre todo, una última consideración. Parece al leer ciertos escritos sobre la peligrosidad del mercurio que su impacto se deriva de un desarrollo tecnológico desorbitado en los últimos decenios. Y puesto que hemos contaminado la Tierra de mercurio con ese desarrollo, tenemos que buscarlo donde esté y eliminarlo para las generaciones futuras. Vale, seguiremos trabajando para que eso se pueda llevar a cabo. Pero que quede claro que, gracias a nuestros actuales conocimientos y tecnología, vamos a ser los basureros del mercurio puesto en la Tierra por generaciones de romanos, griegos, chinos mandarines, españoles postcolombinos, venéreos parisinos y un largo etcétera adicional que se esparce por la historia. Así que algún mérito habrá que atribuirnos.

Y, para terminar, un chascarrillo médico-mercurial que me ha tenido atareado durante los últimos tiempos. En mi casa, incluso en mi maletín de viaje cuando voy a estar fuera varios días, no falta un pequeño recipiente con mercurocromo o mercromina. Siempre ha sido mano de santo para sanar mis pequeñas heridas cuando he ejercido de hortelano en la casa que ahora disfrutan mis amigos Josepi y Enrique. O para cicatrizar pequeñas grietas que me salen con el calor entre el dedo pequeño de cada pie y su vecino. O para cualquier quemadura, roce, pelo infectado o pequeñez similar.

El mercurocromo que se ha vendido tradicionalmente en farmacias puede adoptar diversas preparaciones pero las más corrientes implican disoluciones en alcohol al 2% de una sal sódica de un compuesto organometálico que contiene bromo, mucho anillo aromático y, por supuesto y de ahí su nombre, mercurio, a pesar de que el porcentaje de mercurio de esta molécula sea pequeño. El caso es que, dada la mala fama del mercurio, este producto ha caído también en desgracia y ha desaparecido prácticamente en los hospitales en beneficio de disoluciones yodadas de povidona, preparados a base de clorhexidina, etc.

Pero yo vivo desde hace treinta años con una comadrona “pata negra”, que lleva algunos más peleándose con el día a día de las cicatrizaciones de ombligo de los recién nacidos y de las molestas episiotomías de las parturientas. Y ella me asegura que los datos experimentales (treinta años han servido para que cale la terminología científica) son incontrovertibles. Nada como el mercurocromo para una cicatrización eficiente y rápida.

Como mi matrona es muy cuadrada he entrado en ciertos foros médicos y de enfermería hospitalaria para comprobar opiniones alternativas. La cosa está bastante dividida pues más del 50% piensan lo mismo que mi chica y el resto creo que está más condicionado por la venenosa faz de un producto mercurial que por los verdaderos logros terapeúticos del mercurocromo. Cosa entendible, cuando de lo que se trata es de curar a locos bajitos de tres kilos. Pero en lo que se refiere a carrozas como yo que multiplican por veinticinco ese peso lo de la intoxicación parece algo más lejano. Así que, ante la duda, voy a seguir con mi mercromina de siempre, al menos mientras pueda encontrarla en las farmacias y parafarmacias. De hecho, la última compra ha sido ya de una botella de un cuarto de litro, por si las moscas. Ninguno de los síntomas de vejez que atesoro parecen estar relacionados con una intoxicación por mercurio, así que no me voy a preocupar. Bastante mercurio tengo en mis amalgamas.

2 comentarios:

gabriela dijo...

¿Y qué me dices de las lámparas fluorescentes, tan de moda últimamente?Cada lamparita contiene una gota de mercurio. Es cierto que duran bastante, pero cuando empiezan a echarse a perder una y otra y otra....y van a parar a un relleno sanitario o basural, se está generando una contaminación tremenda de las napas subterráneas...

El Búho dijo...

De eso ya he hablado más recientemente.

http://elblogdebuhogris.blogspot.com/2008/12/fluorescentes-y-luces-de-nen.html

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