jueves, 31 de marzo de 2022

El cuestionado "suicidio" de los peces Nemo

El pasado 28 de febrero se hizo pública la segunda de las entregas previstas del Sexto Informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC AR6 en sus siglas en inglés). Ese Sexto Informe acabará teniendo tres partes bien diferenciadas correspondientes a cada uno de los tres Grupos de Trabajo del IPCC. La primera entrega, la del Grupo I, relacionada con la Ciencia básica del Cambio Climático, apareció el 6 de agosto de 2021. La entrega del Grupo II, arriba mencionada, tiene que ver con la evaluación de la vulnerabilidad de los sistemas socioeconómicos y naturales al cambio climático. Y la entrega del Grupo III, que se producirá a lo largo de este año, tiene que ver con las opciones para mitigar el cambio climático mediante la limitación o prevención de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Se trata, en todos los casos, de documentos prolijos de miles de páginas cada uno, no fáciles de entender por un profano (interesado) como este vuestro Búho. Por ello, al igual que en informes anteriores, mi interés suele centrarse, por aquello de mi formación química, en lo que tiene que ver con uno de los efectos atribuidos al cambio climático y que se conoce como acidificación de los océanos. Sobre el tema ya hay en el Blog una entrada hace cuatro años que podéis visitar si queréis poneros al día. Pero contada en plan resumen, si la concentración de CO2 en la atmósfera va aumentando (algo sobre lo que no hay duda alguna), la concentración en el agua de mar irá aumentando paralelamente (la ley de Henry que todo estudiante de Química ve en primer curso) y, en virtud de una serie de equilibrios químicos en los que no entraré, el pH del mar, ahora ligeramente básico (8.1) irá tendiendo a números menores, "acidificándose". Lo que puede tener variadas consecuencias de todo tipo en los organismos que viven en el mar.

Pero he de confesar que en cuanto apareció la entrega del Grupo II, me faltó tiempo para buscar las conclusiones del informe sobre una de esas posibles consecuencias de la acidificación, que tiene que ver con las alteraciones en el comportamiento de los peces cuando el pH va cambiando. Y el resultado de mi búsqueda acelerada es lo que os voy a contar en esta entrada. Tiempo habrá para ver si extraigo (y cuento) otras cosas interesantes sobre el tema de la acidificación en los próximos meses.

A principios de 2009, un grupo australiano de la Universidad de Cook, liderado por Philip L. Munday, publicaba en la revista PNAS un artículo que resumía los resultados obtenidos con peces payaso (Amphiprion ocellaris), conocidos popularmente como peces Nemo, una especie que vive en los corales. Cuando se les sometía en tanques de laboratorio a una serie de experiencias a pH más bajos que los que se dan ahora en el mar (entre 7.6 y 7.8), pero que potencialmente podrían darse en 2100 o incluso más adelante, se obtenían resultados inquietantes. Ya el propio resumen del artículo mencionado explicaba que el pH a esos niveles perjudicaba la discriminación olfativa de esos peces en estado larvario y hacía que esas larvas se sintieran fuertemente atraídas por una serie de moléculas químicas producidas por sus propios depredadores (una especie de suicidio inducido), algo que no ocurría a los niveles actuales del pH. El resumen del artículo acababa alertando de que si eso ocurría con diversas especies habría consecuencias potencialmente profundas para la diversidad marina y, consiguientemente, para las pesquerías. El grupo ha publicado desde entonces una veintena de artículos sobre ese tema y sus principales conclusiones fueron incluidas en el Quinto Informe del IPCC, hecho público en 2014.

Pero en enero de 2020 y en la revista Nature, otro grupo australiano, este de la Universidad Deakin en Geelong, liderado por Timothy Clark, publicaba un artículo en el que daba cuenta de que, tras intentar repetir durante tres años los experimentos de laboratorio del Munday y colaboradores, ello les había resultado imposible. El título de este nuevo artículo no podía ser más explícito a la hora de llevar la contraria al primero de la serie de Munday. Traducido al castellano decía: La acidificación de los océanos no afecta al comportamiento de los peces de arrecife de coral. La polvareda científica que se generó fue de órdago y tuvo eco importante en las principales revistas científicas. Véase, por ejemplo, como lo contaba la prestigiosa Science.

Así que en cuanto pude descargarme la entrega del Grupo de Trabajo II me fui directamente al índice para tratar de encontrar qué partido había tomado el IPCC al respecto. Pues bien, perdida en el apartado 3.3.2, encontré la respuesta a mis afanes: En el caso de los peces, los estudios de laboratorio sobre las consecuencias sensoriales y de comportamiento de la acidificación del océano mostraron resultados mixtos. (Rossi et al., 2018; Nagelkerken et al., 2019; Stiasny et al., 2019; Velez et al., 2019; Clark et al., 2020; Munday et al., 2020). Los dos últimos artículos mencionados en la lista de autores y años (los subrayado son míos) hacen referencia al publicado por Clark y colaboradores en Nature y la respuesta de Munday y los suyos en la misma revista, defendiendo la veracidad de sus resultados con uñas y dientes.

Estaréis conmigo en que llamar resultados mixtos a conclusiones completamente antagónicas es de una diplomacia vaticana, impropia de una genuina controversia científica. Como se suele decir siempre al final de los artículos, se necesitan más estudios....

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martes, 22 de marzo de 2022

El microscopio bajo el que crecen los polímeros

Estos dos grandes amigos que se fotografiaron como tales en el año 2000, en la inauguración del Donostia International Physics Center, son Pedro Miguel Etxenike, fundador de ese Centro y su actual Presidente y Heinrich Rohrer, Premio Nobel de Física de 1986 "por su diseño del microscopio de efecto túnel". Rohrer, que falleció en 2013, era un visitante bastante asiduo de Donosti y del DIPC, un científico vital y divertido que en los sucesivos espectáculos sobre ciencia (Passion for Knowledge), organizados por el DIPC desde 2005, lo mismo te daba una charla multitudinaria que se reunía con estudiantes de Secundaria a contarles sus vivencias o a comerse un bocata. Hasta el Búho tuvo el honor de compartir más de una cerveza con él.

Sin entrar en detalles de la física cuántica en la que se basa, podemos decir que el microscopio de efecto túnel (STM) permite "ver" superficies y sus detalles hasta nivel de los átomos que la componen. Y he puesto la palabra ver entre comillas porque un STM no es un microscopio al uso, ya que no nos deja ver esa superficie cuando colocamos nuestro ojo en un ocular. Todo es mucho más complicado pero, al final, podemos obtener una imagen de la superficie en cuestión con la citada resolución atómica. Y lo que es tan importante o más, podemos además de ver "manipular" esos átomos individualmente para construir estructuras sobre una superficie.

Para ilustrar a los no entendidos sobre la importancia del asunto, científicos de IBM, la compañía para la que trabajaba Rohrer, fueron capaces en 1989 de mover adecuadamente 35 átomos individuales de un elemento químico llamada xenon sobre una superficie fría de níquel y "escribir" de esa forma el logotipo de la compañía. También el DIPC hizo lo mismo años más tarde, obteniendo un vídeo en el que se movían y organizaban átomos de plata y oro sobre una superficie de cobre. Una foto del resultado final la podéis ver abajo a la derecha.
En 2013, IBM publicó un vídeo en YouTube en el que encadenando una serie de fotogramas uno detrás de otro se construyó la que se denominó la película más pequeña del mundo, titulada "Un chico y su átomo", moviendo en este caso moléculas de monóxido de carbono (CO, un átomo de carbono unido a uno de oxígeno) sobre una superficie de cobre. El video, de poco más de un minuto, lo podéis ver en este enlace. Si no lo habéis visto nunca merece la pena. Cada pareja con dos pequeñas esferas es una molécula de CO.

Desde que Rohrer diseñó el primer STM, se ha empleado en multitud de aplicaciones y ha constituido una herramienta fundamental en lo que denominamos Nanotecnología. Pero el pasado día 15 de marzo (mi septuagésimo cumpleaños para más señas) mi amigo Fernando Gomollón-Bel, al que hablando de años le saco casi cuarenta, publicaba en la revista Chemistry World la reseña de un artículo científico que a mi me resultó fascinante, probablemente por el sesgo que me acompaña para todo lo que tiene ver con polímeros y plásticos.

Hace ya algún tiempo, os contaba en este Blog una historia de espionaje entre dos laboratorios en los que se generó una de los más importantes logros en el mundo de los plásticos. Se trata de la llamada polimerización Ziegler-Natta que permitió obtener, en los años cincuenta y en condiciones muy benignas de temperatura, dos de los polímeros que más se venden, todavía hoy, en el mundo: el polietileno de alta densidad (HDPE y el polipropileno isotáctico (i-PP). La base de estos procesos está en el empleo de unos catalizadores a base de titanio y aluminio, en cuya superficie los polímeros en cuestión empiezan a crecer en largas cadenas al engancharse una tras otra las unidades que se repiten en ellos, igual que se adicionan las cuentas de un collar.
Pues bien, en el artículo que Fernando referencia y utilizando un microscopio de efecto túnel se ha grabado un vídeo en el que, sobre una superficie de carburo de hierro, se puede ver a diferentes unidades de etileno adicionándose una tras otra, hasta constituir cadenas de polietileno. Las cadenas que se forman son pequeñas, no van más allá de diez o doce unidades, porque para conseguir imágenes de calidad adecuada los investigadores han tenido que usar determinados trucos, como parar la reacción de cuando en cuando, además de un cierto photoshopping. Pero al final, el trabajo demuestra que una primera unidad se ancla sobre el sustrato y posteriormente otras se las arreglan para irse enganchando a pequeñas cadenas en crecimiento. De forma similar a la que yo utilizaba para explicar a mis estudiantes, durante años, la polimerización Ziegler-Natta del polietileno y el polipropileno.

Tengo que confesaros que, sin quererlo, Fer me ha hecho un buen regalo en este especial cumpleaños.

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