lunes, 28 de junio de 2021

NIAS y envases alimentarios

Antes de que mis lectores se mosqueen con el título y abandonen la lectura de la entrada, hay que explicar qué quiere decir el acrónimo que parece en el mismo. NIAS es un palabro que se usa en el mundo del envasado de alimentos y que recoge las iniciales de Non-Intencionally Added Substances o, lo que es lo mismo, sustancias no adicionadas intencionadamente a los mencionados envases y que, sin embargo, aparecen cuando esos envases se analizan a la luz de las potentes técnicas analíticas de las que hoy disponemos los químicos. Pueden aparecer en envases de plástico, de papel o de cartón como consecuencia de su fabricación, etiquetado, reciclado, degradación de los mismos y otros procesos. Sustancias que pueden ser potencialmente peligrosas para la salud y que pueden migrar desde los envases a los alimentos que están en contacto con ellos durante su distribución a los consumidores.

El asunto se conoce desde hace tiempo pero su relevancia científica y mediática ha ido creciendo en los últimos quince años como consecuencia de una serie de regulaciones introducidas al respecto. Por ejemplo, en 2011, la UE reguló el uso de materiales en contacto con alimentos (Regulation 10/2011/EU), reconociendo que durante la manufactura y uso de los envases pueden formarse esas NIAS y que deben evaluarse, por parte de los fabricantes de dichos envases, los riesgos que ello comporta a los consumidores. Algo más tarde, en 2016, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) estableció los límites de la presencia de esas sustancias a la hora de proporcionar datos sobre su toxicidad.

Como se ha mencionado arriba, el origen de esas sustancias puede provenir de variadas fuentes. Por ejemplo, en el caso de los envases plásticos, su fabricación implica tener que moldear el envase a partir de plástico virgen utilizando temperaturas bastante altas. A esas temperaturas pueden ocurrir procesos de degradación del material en los que aparecen estas nuevas sustancias. También pueden degradarse algunos aditivos que se adicionan a los plásticos (en este caso intencionadamente añadidos) como ocurre con los que les dan color o los estabilizan frente a la luz UV. Tanto unos como otros pueden aportar contaminantes o impurezas al envase. Y todo esto se complica aún más en el caso de los plásticos reciclados, donde en cada reprocesado aportamos las NIAS generados en el anterior. En el caso del papel y el cartón, las NIAS pueden aparecer como consecuencia del uso de adhesivos, el empleo de tintas, los tratamientos superficiales a los que se someten, etc. Y, de nuevo, los procesos de reciclado de esos materiales introducen una complejidad aún mayor. Sobre estos problemas, y al lector interesado en cosas mas técnicas, recomiendo un par de revisiones muy interesantes. Una sobre NIAS en plásticos, que proviene de uno de los grupos más conocidos en el campo, un grupo de mi querida Universidad de Zaragoza. El otro va sobre NIAS en papel y cartón y proviene de un grupo de la Universidad holandesa de Wageningen.

En la gran mayoría de los casos, la identificación, cuantificación y evaluación de riesgos de las NIAS es un desafío muy importante para el mundo científico. Primero por el gran número de ellas que pueden aparecer. Además, en la inmensa mayoría de los casos, lo hacen en cantidades sumamente pequeñas. En muchos casos, incluso con las técnicas más potentes que hay en laboratorios de análisis dedicados a estas cosas, es imposible identificarlas adecuadamente. En otros casos, y de cara a evaluar la cantidad en la que están las que si se ha conseguido identificar, suele pasar que no se pueda disponer de esas sustancias en estado puro para poder "calibrar" la técnica adecuada. Pero la potencia de esas técnicas va creciendo rápidamente y como se decía en 2013 en la primera de las revisiones arriba señaladas "puede anticiparse que un número creciente de NIAS no identificadas será detectado en el futuro. Y es muy probable que dado el muy bajo nivel de concentración de esas sustancias, no tengan efectos sobre la salud de los usuarios".

Pero ahí están. Y no dejan de ser un ejemplo más de algo que vengo propugnando en este Blog y en mis charlas. Hemos asistido a un explosivo desarrollo de las técnicas analíticas de las que nos hemos ido dotando los químicos desde los tiempos en los que James Lovelock contribuyó a la detección del DDT y dio lugar al inicio de los movimientos ecologistas. Y eso ha hecho que hoy descubramos en cualquier ámbito de análisis (aire, agua, tierra, alimentos, cuerpo humano, etc.) una miríada de sustancias químicas que antes éramos incapaces de encontrar, identificar y cuantificar. Lo que nos permite evaluar sus riesgos y tomar las medidas oportunas pero también, y esta es mi tesis, contribuir con esas técnicas y sus resultados al crecimiento del número de personas que creen que la Química todo lo contamina, los quimiofóbicos.

No se me escapa que con esta entrada que solo pretende dar a conocer el problema de las NIAS, el Búho quizás contribuya a que nazca algún nuevo quimiofóbico o plastifóbico. O a que alguien utilice esta información para contribuir a asustar a la gente. Pero a esos mismos les recuerdo que esas mismas técnicas han contribuido a descubrir sustancias que se generan durante el procesado de nuestros alimentos (particularmente los realizados a alta temperatura, como cocinar a la plancha o en una barbacoa). Sin esas técnicas no hubiéramos descubierto la presencia de acrilamida en muchos alimentos tostados o la de hidrocarburos aromáticos policíclicos, como los benzopirenos, en pescados y carnes a la plancha. Todos ellos reputados cancerígenos y que no dejan de ser NIAS (nadie los añade intencionadamente, solo se generan como consecuencia de técnicas milenarias como el empleo del fuego a la hora de cocinar nuestros alimentos).

Pero esas mismas técnicas analíticas que he mencionado arriba contribuyen diariamente a que agencias como la EFSA tenga datos cada vez más fiables, que hacen posible tomas de decisiones que contribuyan a que cada día comamos más seguro.

Y cada vez me importan menos los que no lo quieran ver así. Debe ser también una cuestión de edad.

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lunes, 21 de junio de 2021

Alcohol en la preparación de alimentos

He estado diez días por tierras murcianas, persiguiendo bolas blancas sobre céspedes inmaculadamente verdes y visitando amigos. Tendría que matizar que, en realidad, he estado casi todo el tiempo en tierras cartageneras, que también por aquellos lares hay que hilar fino en ciertos matices. Pero esa estancia no es la verdadera causa de mi largo silencio en el Blog. Lo que me ha maniatado durante un tiempo es el hecho de que, el próximo primero de julio, Google me deja sin la herramienta con la que, desde 2008, he alertado por correo electrónico de la publicación de mis nuevas entradas a todos aquellos de vosotros suscritos para ese fin. Creo haber resuelto razonablemente los problemas y espero poder seguir dando la brasa, hasta que la mente aguante, gracias a estas nuevas armas informáticas. Así que al tajo, con una entrada un poco extraña en su génesis y que tiene que ver con los potenciales peligros de usar alcohol en las preparaciones culinarias, ya sea añadiendo vino a un guisote, jerez a unos riñones o flambeando un suflé como el que aparece en la foto.

Hace un tiempo, mi amigo Xabi Gutierrez, del Restaurante Arzak, me enviaba un artículo publicado en La Voz de Galicia (supongo que otros medios harían igualmente referencia) en la que el titular se preguntaba si estamos emborrachando a nuestros hijos sin saberlo. Y me pedía mi opinión al respecto. En la noticia se mencionaba a un "artículo publicado por la Universidad de Idaho". Cuando me puse a buscarlo, el resultado fue algo sorprendente. El tal artículo no era un artículo científico al uso, sino un comentario de una nutricionista de la Idaho State University publicado en un Boletín de noticias de la propia Universidad para consumo interno y que hacía referencia a otro artículo publicado, nada menos que en abril de 1992, en la revista Journal of the American Dietetic Association por científicos de la Universidad del Estado de Washington y del Departamento de Agricultura del gobierno americano. Así que el tema más que novedoso era viejuno, pero como los deseos de Xabi son órdenes para mí, os cuento lo que contaba el citado paper.

Resulta que añadir alcohol a preparados culinarios implica una gran dificultad posterior para eliminarlo por completo. Eso de que el alcohol es volátil y se irá si calentamos la preparación durante cierto tiempo a una razonable temperatura o que el alcohol se quema y se consume al flambearlo es un cuento chino. Por una serie de razones de razones que sería largo enumerar, el alcohol permanece en ciertas concentraciones en el plato final y de ahí que el periódico gallego se pregunte si estamos incitando al alcoholismo a nuestros infantes con estas preparaciones.

Los autores del artículo de 1992 experimentaron con diversos platos en los que uno de los componentes era una bebida alcohólica. Algunos de ellos se cocinaban un cierto tiempo a una determinada temperatura, en otros el alcohol se añadía a salsas calientes, en otros se dejaba un cierto tiempo el plato en cuestión en un frigorífico, algunos se horneaban a temperaturas próximas a los 200 ºC y, finalmente y como ya se ha dicho, se consideraban también platos en los que se flambeaba la bebida alcohólica hasta que el fuego se apagaba por si solo. Resumiendo rápido los resultados, el porcentaje de alcohol retenido finalmente por esas preparaciones iba desde un 4% en el caso de un guiso que se tuvo dos horas y media cocinando a fuego lento a casi un 80% en el caso de los flambeados y de las salsas a las que, ya en caliente, se adicionaba alguna bebida alcohólica.

Pero esos porcentajes no cuentan todo lo que es interesante para la pretendida peligrosidad del alcohol en esos platos. Cuando además de los porcentajes, los autores evaluaban los gramos de alcohol que permanecían en una ración convencional de los platos preparados, la cantidad variaba entre los 0,2 gramos del guiso cocinado despacio durante dos horas y media a los 3 gramos de un postre mantenido en el frigorífico tras su preparación. Puede parecer bastante pero una cerveza convencional de 330 ml tiene 12,8 gramos de alcohol, una copa de vino de unos 110 ml tiene 9,3 gramos y un chupito de un destilado de unos 40 ml se va casi a los 16 gramos de alcohol puro. Dado que tampoco anda uno  flambeando suflés ni preparando salsas con bebidas alcohólicas todos los días en su casa, el titular del periódico gallego buscaba (una vez más) llamar la atención del lector. Ya os he contado alguna vez aquí que a mi Búha, en ocasiones especiales durante su niñez, la madre de su madrina, una elegante parisina, le permitía comerse de postre "un canard", que no era más que un azucarillo sumergido en Armagnac. Es, una vez más, el asunto de las dosis.

Y que Xabi sepa también que su admirado Harold McGee ya cita esas cantidades de alcohol en su nunca bien ponderada biblia gastronómica "La cocina y los alimentos".

Voy a ver si ahora la distribución de esta entrada por email funciona razonablemente.

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