martes, 20 de noviembre de 2018

Primo Levi y la Tabla Periódica

Ahora hace aproximadamente un año, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó "el año que comenzará el 1 de enero de 2019 Año Internacional de la Tabla Periódica de los Elementos Químicos, a fin de concienciar a nivel mundial sobre las ciencias básicas y mejorar la educación en este ámbito, prestando especial atención a los países del mundo en desarrollo....bla, bla, bla.". Así que avisados estáis de que la chusmarra de químicos que tenéis cerca os va a dar la brasa durante unos meses sobre la importancia de esa Tabla de elementos químicos que echó a andar de la mano del científico ruso Dmitri I. Mendeléyev, considerado uno de los padres de la Química moderna. Y como una pequeña contribución al próximo inicio de este Año Internacional, os voy a recomendar la lectura de uno de mis libros favoritos, uno que releo periódicamente, un texto publicado en italiano en 1975 y cuya portada original podéis ver en la foto que ilustra esta entrada y que podéis ampliar clicando en ella. El autor, Primo Levi, era un judío de Turín, sobreviviente de Auschwitz, escritor y antifascista reconocido.

Lo que no tanta gente sabe es que tanto antes de Auschwitz, como en el propio campo de concentración o en su vida posterior, Levi fue un químico apasionado por descifrar la materia, atesorando un curioso curriculum de aventuras y desventuras en las empresas por las que pasó (incluida una ligada a Auschwitz que le permitió sobrevivir a las terribles condiciones del campo). El libro recrea, con prosa rebuscada y delicada, con la ironía entre acerada y cariñosa propia de alguien que está de vuelta de todo, muchos de los episodios de su vida, ligándolos a veintidós de los elementos que constituyen la Tabla Periódica. El libro se tradujo luego al inglés usando el título The Periodic Table, mientras que la versión en español, una cuidadosa traducción nada menos que de Carmen Martín Gaite, recuperó el título original en italiano (El Sistema Periódico). Un pdf gratuito de esta versión está en la red.

A lo largo de esos veintidós capítulos, cada elemento le sirve a Levi para recrear un episodio de su vida, sus recuerdos, sus amigos, sus amores y sus desventuras. Para un químico viejo como yo hay episodios divertidos como el del hidrógeno, donde cuenta sus aventuras con un amigo, ambos de temprana edad, haciendo "experimentos" peligrosos con peligrosas consecuencias, algo que tuve el atrevimiento de hacer con similar número de calendarios. Otros son terribles, como el del hierro, en el que pormenoriza su amistad con una persona que acabó siendo ejecutada por un niño de los que los nazis extraían de los orfanatos para dedicarlos a esa macabra labor. O el del vanadio en el que describe cómo, veinte años después del fin de la guerra, identifica en el transcurso de una relación comercial por carta y como consecuencia de un mínimo detalle, a un tal Dr. Muller (un apellido tan corriente como Pérez) a cuyas órdenes había trabajado como prisionero en los últimos meses de la guerra. Y no voy a contar casi nada más, a ver si os pongo sobre ascuas y os incito a su lectura. No es un libro de Química ni de Ciencia al uso, aunque en 2006 la Royal Institution le otorgara el título de mejor libro de Ciencia, mediante una votación informal entre el público presente en un evento celebrado en el londinense Imperial College, público al que se invitó a elegir entre una lista de obras relacionadas con la Ciencia.

Pero si algún capítulo me gusta particularmente ese es el último, dedicado al carbono. El capítulo parte de una mina de carbonato cálcico, en la que un trabajador desprende un trozo del mismo para llevarlo a un horno y producir así cal (óxido de calcio) y un gas (CO2) que escapa por la chimenea. A partir de ahí, Levi sigue la pista de un átomo de carbono insertado entre dos oxígenos en la molécula de ese gas, un ejemplo más de la doble cara de la Química: "gas de la vida" por un lado y convicto "botón" con el que controlar el calentamiento global, por otro. El autor confiesa que ha dejado correr su imaginación por uno de los infinitos caminos posibles en los que ese átomo de carbono puede viajar. Respirada la molécula de CO2 por un halcón, devuelta a la atmósfera tal cual, disuelta varias veces en agua de un océano o un río y de nuevo reincorporada a esa mezcla de gases que llamamos aire, "hasta que se encontró con la prisión y la aventura orgánica". Una forma sutil de explicar la captura de la molécula en la hoja de una viña gracias al concurso de la luz solar, lo que técnicamente llamamos fotosíntesis, un proceso que despoja al carbono de nuestra molécula de CO2 de sus dos compañeros de viaje (los oxígenos) y le hace entrar a formar parte de una molécula de glucosa que acaba en el seno de uno de las uvas de un racimo maduro.

Glucosa que es oxidada en un esfuerzo realizado, persiguiendo a un animal, por la persona que se comió el racimo. Y que devuelve al carbono, de nuevo en forma de CO2, al aire y acabar otra vez, por mor de la fotosíntesis, en un cedro que, al cabo de muchos años, es atacado por una carcoma, que lo incorpora a su organismo. La carcoma forma su capullo y nuestro carbono sale en primavera en los ojos de una fea mariposa gris. El insecto fecundado, deposita sus huevos y muere...... Y la cosa sigue así en una historia casi interminable, hasta que en las últimas veinte líneas del capítulo y del libro, ese carbono acaba alojado en una célula del cerebro del propio Primo Levi tras beberse un vaso de leche. Esa célula, que atesora la capacidad de escribir, "es la célula que en este instante, surgiendo de un entramado laberíntico de síes y noes, hace a mi mano correr sobre el papel en una determinada dirección y dejarlo marcado con estas volutas que son signos: un doble disparo, hacia arriba y hacia abajo, entre dos niveles de energía, está guiando esta mano mía para que imprima sobre el papel este punto: éste."

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lunes, 5 de noviembre de 2018

Plásticos y futbolistas

Una de las cosas que no me gustan de las redes sociales es que ciertos colectivos de famosos, en virtud del número de seguidores que tienen, se aventuren a hablar de cosas que les exceden. Eso es lo que ocurrió con el comentario que el ciudadano de la foto colocó hace días en Twitter (clicando en ella podéis ver en grande la imagen y el comentario). Con una bolsa de plástico negro entre las manos, animaba a otros colegas suyos (tan afamados como él en el exquisito arte de golpear un balón) a hacer lo mismo y convertir el gesto en algo viral en las redes, en lo que pretendía ser una denuncia contra el uso abusivo de los plásticos (véase la etiqueta #PlanetaOPlastico de su mensaje). Recibió casi de inmediato un buen zasca de mi antiguo alumno y buen amigo Sufi Garmendia y esta entrada, que hemos escrito al alimón, pretende desarrollar con más detalle esa respuesta contundente de Sufi. Y que podríamos resumir diciéndole al Sr. Fàbregas (nótese mi dominio del acento catalán) que, sin los plásticos, tendría que salir al campo de fútbol en pelotas, no dispondría de balón al que pegarle patadas ni tampoco de red en la que alojar el mismo. Pero, vayamos por partes.

Las bolsas de basura pueden ser icónicas en la lucha contra la contaminación por residuos plásticos, pero no es la fuente más importante de los mismos ni de lejos, como ya se trató de poner de manifiesto en este Blog hace ya diez años. Pero vayamos a lo que nos ocupa. Si empezamos por lo que toca la piel de nuestro concienciado futbolista, cuando éste y sus colegas salen al campo, resulta que ocultan relativamente su desnudez gracias a las fibras sintéticas (plásticos), mucho más sofisticadas y por ende más confortables que la lana o el algodón usados en las camisolas de hace años. Y que les evita, por ejemplo, estar mucho más mojados que sus ancestros, porque una camiseta de algodón puede llegar a absorber hasta un 7% de su peso en agua, mientras que una de poliéster sólo lo hace en un 0,4%. Esas mismas camisetas llevan generalmente incorporados otros plásticos, como los poliuretanos que dan forma a la propaganda que les da dinerito o los que se añaden a las fibras para mejorar su capacidad aislante frente al frío.

En la edición del año 1986, el balón de la Copa del Mundo dejó de ser de cuero para pasar a ser de poliuretano y, hasta el día de hoy, la confección del balón oficial es un auténtico derroche de tecnología a la hora de elegir los materiales plásticos más adecuados. Por ejemplo, en el reciente mundial de Rusia, el balón oficial (denominado Telstar 2018) estaba compuesto en su parte externa por seis paneles de poliuretano, unidos entre sí por simple calentamiento. En la cara interna de esos paneles había una fina capa de poliamida (o nylon) en contacto, a su vez, con lo que se ha presentado como la auténtica revolución de ese balón. El globo hinchable que le da su forma, fabricado a partir de un caucho, un copolímero (conocido como EPDM) a base de etileno, propileno y un dieno y que han querido vendernos como ecológico por aquello de emplear gas etileno proveniente de caña de azúcar en su fabricación. Pero, como ya he explicado aquí, eso no resuelve qué hacer con el plástico (polietileno) resultante, que sigue teniendo las mismas dificultades como residuo plástico que el que lleva el Sr. Fàbregas en la boca.

Los guantes del portero son un componente fundamental del equipamiento de cualquier club. Tienen que amortiguar balones a velocidades que pueden llegar a 120 km/h y permitir cazarlos de forma eficaz, con todo lo que eso conlleva, por ejemplo, en ambientes húmedos. La variedad de guantes que hay en el mercado destinados a porteros aficionados y profesionales es muy extensa. Como también los materiales que en ellos se emplean y que, fundamentalmente, implican a plásticos como poliuretanos, poliésteres, poliamidas y elastómeros. La exacta composición de los elementos de un guante es celosamente guardada por los fabricantes, dada la feroz competencia existente.

Y, ¿qué me dicen del calzado?. Si elegir un guante de portero es complicado, la cosa raya ya lo imposible en el caso de las zapatillas. Botas ultraligeras para delanteros veloces, más protegidas para defensas contundentes o supertécnicas para los mediocentros que tienen que suministrar pases con precisión milimétrica. Es difícil imaginar toda la ciencia y tecnología implicada en una zapatilla de un jugador de élite como el que nos ocupa. Y que, a diferencia de las usadas en décadas pretéritas, no llevan casi nada del cuero con el que gentes como Pelé o mi amigo Carmelo Amas golpeaban balones también de cuero.

Una parte importante de una zapatilla de fútbol es la suela y sus tacos. Hasta el mundial de Brasil, ambos estaban hechos también de poliuretano y se moldeaban en una sola pieza. En algunos casos llevaban fibra de carbono como refuerzo. Pero, desde el Mundial de Brasil, casi todas las suelas se fabrican con un copolímero denominado PEBAX a base de poliamidas y poliésteres. Los tacos se siguen fabricando, por ahora y en su mayoría, con poliuretano y luego se pegan con un adhesivo (también polimérico) a la suela de PEBAX.

Y luego están los sitios donde los colegas del Sr. Fàbregas ofician o entrenan su distinguido arte. Campos con hierba artificial que, en un principio, estaban constituidos por fibras de poliamida embutidas en un suelo de poliuretano. Las poliamidas fueron luego reemplazadas como "hierba" por fibras de polietileno (el mismo que el de la bolsa negra de la foto) y de polipropileno (el mismo que muchos envases de alimentos o tapones de botellas), recubiertas de silicona (otro polímero) y embutidas en un "campo" a base de polipropileno expandido y gránulos de caucho provenientes del reciclado de neumáticos de automóviles. Y me cuenta mi amigo Domingo Merino (que de estas cosas sabe un montón) que, actualmente, la mayoría de los campos de primera división en España son a base de mezclas de hierba natural y artificial y lo mismo pasa en el reino de Su Majestad Británica. Me ha enseñado fotos de la instalación de tepes de la mezcla natural-artificial en el Bernabeu y me asegura que hay varios viveros que los preparan.

Esos estadios tiene cubiertas que protegen a los espectadores, fabricadas en sofisticados plásticos como el ETFE del que hablamos aquí hace poco. Y todo campo que se precie alberga porterías, cuyas redes vuelven a ser de fibras de polietileno o polipropileno.

Pero la inconsistencia intelectual del Sr. Fàbregas y sus colegas bolsa en boca va aún más lejos, si uno piensa en la procedencia de muchos de los equipamientos empleados en el fútbol y otros deportes de élite como el tenis, el golf (aquí no tiro para casa) o similares. Se trata de relevantes empresas que, en muchos casos, tienen factorías en países en desarrollo donde, en algunos casos todavía, se sigue empleando como mano de obra barata a niños de corta edad. Y en muchos de esos países, y en otros incluso más pobres, no es raro encontrar niños que no tiene agua saludable para beber pero llevan una camiseta como las usadas por nuestros "preocupados" futbolistas, que seguro que no han pensado donde acaban esas prendas cuando ya no están para que nadie las use.

Y, para terminar, sería bueno anotar que al Sr. Fàbregas le paga Yokohama, una compañía de neumáticos (muy difíciles de reciclar) y Nike que usa plásticos por un tubo en sus múltiples productos. El presidente de su club es uno de los mayores productores de petróleo, materia prima para la mayoría de estos materiales y para los combustibles de los potentes coches, yates y algunos casos hasta aviones que usan estos privilegiados y que nos ponen el ambiente perdido de CO2 y otros gases contaminantes. Y lo mismo pasa con otros colegas financiados por países del Golfo y empresas como Adidas o similares.

O sea que ¿qué me cuenta Sr. Fábregas...?. Su bien abultada cartera proviene de las mismas fuentes que las que dan origen a esa bolsa de plástico que se ha puesto en la boca. Si la usara para hablar menos de lo que no sabe...

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