jueves, 18 de julio de 2024

Marketing científico en los medios


Con una cierta periodicidad, recibo emails personales de lectores (y sobre todo lectoras) que se han alarmado por noticias que leen en los medios sobre los posibles peligros de determinadas sustancias químicas que aparecen en lo que comemos, bebemos, respiramos o tocamos. En casi todos los casos, las fuentes son medios de comunicación que propagan noticias casi idénticas que provienen de oficinas de prensa de Universidades o Instituciones científicas, con entrevistas adicionales con investigadores implicados en los artículos científicos que proporcionan los “jugosos” titulares. En estos últimos días, una lectora que me ha escrito otras veces, pero a la que no conozco personalmente, y un antiguo estudiante y viejo amigo, me han mandado dos noticias que, por su proximidad en el tiempo y su procedencia, me han proporcionado un creo que interesante hilo del que tirar.

Ambas noticias provenían del diario ABC, aunque se han publicado igualmente en otros medios. En una de ellas, del 15 de julio, el titular rezaba, “El caucho de los parques infantiles bajo la lupa del CSIC: «Tiene una toxicidad crónica»”. Anteriormente, el 13 de julio, otra noticia decía “El CSIC detecta tóxicos en envases plásticos y alerta del riesgo de su transferencia a los alimentos al calentarlos”, aunque lo que llamó la atención a mi comunicante no fue ese titular sino el hecho de que la noticia hablara específicamente del caso de las tortillas que se venden en supermercados, listas para calentar y comer. Ambas noticias provenían de un Instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona y su portavoz era la Directora del mismo y, según parece, coautora de los artículos generadores de ambas noticias. Y lo de parece lo voy a explicar en los siguientes párrafos.

En ambas noticias los compuestos analizados y potenciales fuentes de peligro son los ésteres organofosforados (OPE, en su acrónimo en inglés), unos compuestos químicos que se suelen usar como retardantes a la llama en diferentes tipos de plásticos para prevenir así incendios fortuitos en electrodomésticos, fibras, muebles y una larga lista de cosas. Los OPEs también se pueden usar como plastificantes, es decir, para hacer que un plástico rígido se vuelva más blandito.

En el caso de la noticia sobre las tortillas preparadas, además de los citados OPEs, también parece que se analizó otra familia de plastificantes mucho más conocidos, los ftalatos. Pero tendremos que creer al medio y a la Directora porque dicho estudio no se ha publicado aún, como reconoce ABC en su noticia.

En el caso de las alarmas diseminadas sobre los cauchos en parques infantiles, las aseveraciones de la mencionada Directora tampoco provenían de un artículo científico ya publicado, como me he encargado de comprobar hoy mismo usando herramientas de bibliografía al uso. No se dice si está en fase de publicación (supongamos que si) pero ABC apunta que hay que “esperar a 2025 para que el CSIC publique la segunda parte de la investigación, que determinará el alcance de la exposición humana a esos compuestos”. En resumen, en esas dos noticias, ABC ha dado eco a tres artículos científicos aún no publicados.

Y se preguntarán algunos de mis lectores. Y, a este tocapelotas del Búho, ¿qué más le da si la noticia se publica antes (bastante antes en algún caso) que el artículo que da pie a la noticia?. Pues la razón es sencilla de explicar. Uno es un jubilata con tiempo y medios para bucear en la bibliografía que se produce en variados temas que me interesan. Y cuando recibo una noticia del pelo de las que comento, me gusta ir a buscar las fuentes de los datos que deberían subyacer tras la misma, esto es, ir al artículo original. Si no lo hay, la verificación es imposible. Y pudiera ocurrir que, cuando finalmente se publique, una consideración detallada del artículo en cuestión no cuadre con los titulares ni con las notas de prensa de Universidades e Instituciones. Pero el daño ya está hecho y diseminado.

Por ejemplo, los mismos OPEs, el mismo Centro del CSIC y la misma Directora/investigadora estuvieron detrás de otro estudio publicado a principios de 2022 y que la autora ya se encargó de publicitar año y medio antes en La Vanguardia. Se habían detectado OPEs en el 100% de una serie de sardinas, anchoas y merluzas del Mediterráneo español, en cantidades entre 0,3 y 73 nanogramos. Luego se publicó el artículo y en los Aspectos a destacar (Highlights) iniciales, se dejan bien claras dos cosas. Una: “El riesgo humano asociado al consumo de esos pescado no mostró ninguna amenaza en relación con la ingesta de OPEs”. Y dos: “Los resultados sugirieron la ausencia de biomagnificación de OPE”. Os recuerdo que biomagnificación es la tendencia de algunos productos químicos a acumularse a lo largo de la cadena trófica, exhibiendo concentraciones sucesivamente mayores al ascender en esa cadena. En resumen, el propio artículo destaca que no hay muchos motivos para la alarma que, para entonces, ya habían difundido casi todos los medios y que, obviamente, no aclararon después lo que acabo de aclararos.

Este desencuentro entre lo que parecen sugerir los titulares de las noticias y lo que luego se topa uno en el artículo original también ocurrió en otro caso en el que también estaban implicados los OPEs y el mismo Centro del CSIC y del que di cuenta en una entrada anterior. En una noticia de La Vanguardia del 3 de mayo del pasado año se decía en titulares que "Las bebidas azucaradas tienen niveles de plastificantes 100 veces superiores a los del agua", algo que, en la noticia, explicaba la Directora del Centro. Pero si uno se iba al artículo original y buceaba en un prolijo párrafo (el último del apartado 3.4), en el que se calculaba la peligrosidad de las cantidades de esos OPEs que los autores estimaban que ingerimos los españoles a través de bebidas azucaradas y aguas de grifo y embotelladas, uno se encontraba con que esas cantidades eran desde miles hasta miles de millones de veces más pequeñas que las consideradas peligrosas.

Otra cosa habitual en este tipo de noticias es que los investigadores aprovechan la aparición en los medios para, además de dar cuenta de sus estrictas investigaciones, publicadas o nonatas, pontificar u opinar sobre cosas que ellos no han cuantificado en los datos publicados. Por ejemplo, la Directora e investigadora a la que hemos hecho repetida referencia, usa el resto de la noticia sobre las tortillas precocinadas para difundir una panoplia de aseveraciones alarmantes sobre variadas sustancias químicas que, a la espera de que se publique el artículo mencionado, intuyo que tienen poco que ver con las tortillas.

Y así, nos alerta sobre la peligrosidad de OPEs y ftalatos, los males que pueden causar y nos da consejos para paliar esos males, como evitar el que los alimentos estén en contacto con plásticos o ventilar bien nuestras casas para no ingerir el polvo que pudieran contener partículas de plástico con estos plastificantes. No podían faltar, en los tiempos que corren, sus menciones al bisfenol A o a los compuestos perfluorados, para acabar con una diatriba a las Instituciones europeas por no tener mano dura con el uso de estas y otras sustancias, que podrían provocar el incremento de casos de cáncer o la falta de atención en el estudio de los niños. Afirmaciones harto complicadas de probar (véase, por ejemplo, el último informe de la American Cancer Society y sus figuras 1 y 2). De aquí al activismo plastifóbico hay poco camino que recorrer.

Así que me voy a dejar unas alertas en mi móvil para confirmar, en unos meses, si los artículos no publicados han aparecido o no. Particularmente el de las tortillas.

Y ya que estamos en pleno verano, en el que abundan festivales musicales al aire libre, la música de hoy está grabada en uno de ellos, celebrado en Frankfurt en agosto de 2016. Es el famoso Danzón nº 2 de Arturo Márquez, con la Frankfurt Radio Symphony dirigida por el colombiano Andrés Orozco-Estrada. Dura más de diez minutos pero no he encontrado extractos más cortos. En cualquier caso, si yo pudiera hacer ese extracto, cortaría la grabación en el minuto 3:53. Espero que más de uno aguantéis hasta el final.

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jueves, 4 de julio de 2024

Los humos de los barcos y el calentamiento global


El 3 de diciembre de 1972, dos geólogos de la americana Brown University escribieron una carta al Presidente Nixon. En el escrito le mostraban su preocupación de que la actual época interglaciar estuviera llegando a su fin, iniciándose una nueva glaciación. Literalmente le decían que el que se estuviera produciendo “un deterioro global del clima, en un orden de magnitud mayor que cualquier otro experimentado hasta ahora por la humanidad civilizada, es una posibilidad muy real y, de hecho, podría producirse muy pronto”. Que unos geólogos hablen de que algo se pueda producir muy pronto es casi de chiste, teniendo en cuenta que para ellos la escala más habitual son miles o millones de años, pero la carta se tomó en serio en la Casa Blanca y, de hecho, implicó la puesta en marcha de programas de investigación al respecto.

Eran tiempos en los que los estudios sobre la evolución del clima eran menos habituales que ahora y la Climatología una Ciencia incipiente que se repartían meteorólogos y geólogos. Y unos y otros, desde los años cuarenta, venían observando periodos de mal tiempo y bajas temperaturas. Con la perspectiva que dan unos cuantos años más, eso tiene un cierto reflejo en la figura que aparece debajo, donde puede apreciarse que, tras un calentamiento entre 1900 y los primeros cuarenta, el gráfico parece cambiar con un cierto enfriamiento de unos treinta años para luego volver a subir decididamente.
A pesar del reflejo que la carta tuvo en los medios y en la posterior proliferación de trabajos científicos, hoy sabemos que fue una falsa alarma. Enseguida, diversas sociedades científicas y organismos internacionales desviaron la atención hacia lo que hoy llamamos calentamiento global, ocasionado por las continuas emisiones de CO2 de origen antropogénico (humano). Y también sabemos que ese corto periodo de enfriamiento se debió, probablemente, al efecto que sobre la radiación solar que llega a la Tierra tiene la presencia en la atmósfera de los llamados aerosoles, partículas sólidas o líquidas que se encuentran suspendidas, en estado estacionario, en el aire. Sin esa presencia sobre nuestras cabezas, el calentamiento global hubiera sido más evidente antes.

Ese hecho quedó confirmado (véase esta entrada de setiembre pasado) con lo que podíamos llamar el “experimento Pinatubo”. Pinatubo es un volcán filipino que, en 1991, inyectó en las capas de la atmósfera, entre otras muchas sustancias, millones de toneladas de dióxido de azufre (SO2) que, en la capa intermedia o estratosfera, se transformaron en aerosoles de sulfato. Cada una de esas partículas actuaron como barreras que impedían la llegada de la luz del Sol a muchas regiones del planeta, con lo que la temperatura global de la Tierra disminuyó en más de medio grado en los dos años subsiguientes a la erupción.

Y viene esto a cuento porque, desde el 1 de enero de 2020, están en vigor las nuevas normas de la Organización Marítima Internacional (OMI), normas que regulan el contenido en azufre del combustible que usa el transporte marítimo internacional, reduciéndolo del 3,5 % al 0,5 %. El objetivo fundamental de estas medidas es mejorar la calidad del aire y, de rebote, la salud pública ya que, al disminuir la posibilidad de que ese azufre se convierta en aerosoles, se evitan enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Pero, como efecto derivado de esa disminución y en un proceso contrario al de las emisiones del Pinatubo, algunos climatólogos están especulando con que pudiera ser la causante del inusual calentamiento global experimentado en 2023, estimado en 0,2 ºC.

La cosa parece lejos de estar clara, porque en estos últimos meses/años están confluyendo una serie de posibles causas del fenómeno. Además del crecimiento global de las emisiones de CO2, que ahí sigue, y de los combustibles de bajo contenido en azufre que acabo de explicar, este año hemos tenido un El Niño bastante fuerte, estamos prácticamente en el máximo del ciclo 25 de la actividad del Sol y está también el hecho de las ingentes cantidades de vapor de agua que inyectó el volcán Hunga Tonga, del que hablábamos en la misma entrada mencionada arriba sobre el Pinatubo.

Todo ello ha hecho que, en los últimos meses, hayan aparecido artículos científicos y artículos de opinión de científicos muy relevantes en el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), como Hansen, Schmidt o Hausfather. En ellos hacen incidencia en los factores mencionados en el párrafo anterior y, en los dos primeros casos, cuestionan de forma distinta las capacidades de los modelos climáticos para reproducir estas anomalías de temperaturas que nos han sorprendido. Son debates, también recogidos en redes sociales, entre reconocidos climatólogos que demuestran que la Ciencia de todo esto dista de estar del todo establecida. Debates que seguro no interesan a la mayoría de mis lectores pero, al menos, estáis al loro de lo de las emisiones sin azufre de los buques y sus probables consecuencias.

Además, como os recuerdo de vez en cuando para que no se os olvide, el Blog es mío y en él procuro dejar constancia, a modo de diario, de las cosas que me preocupan.

La música de hoy es un extracto de tres minutos de una de las escenas de la Sinfonía Alpina de Richard Strauss. Una vez más con la Filarmónica de Berlín, dirigida esta vez por el grandullón y disfrutón Andris Nelsons que, en la grabación, tenía 37 años. Fijaros, en los primeros diez segundos, en el espectador que está detrás del músico de los platillos…

Buen verano!!!

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lunes, 24 de junio de 2024

Alarma que algo queda


Hace casi tres años publiqué una entrada en la que me metía con una concejala del Consistorio de Donosti, perteneciente a la lista que yo había votado, por su decisión de dejar crecer libremente las hierbas en los alcorques de los árboles de la ciudad, con el argumento de evitar el empleo de herbicidas como el glifosato. Aclaraba allí que el asunto del glifosato y sus inseparables compañeras de viaje, las plantas modificadas genéticamente, no es asunto de mi negociado, fundamentalmente porque en España hay divulgadores que saben mucho más que yo al respecto. Desde entonces, la concejala ha subido a Delegada del Gobierno en Euskadi (espero que lo del glifosato no haya sido considerado como mérito). Y el estatus del glifosato en las Agencias que velan por nuestra salud, y que allí describía, ha cambiado algo.

Hace unos días, disfrutando de la placidez de la Ría de Arosa, recibí muchas alertas de un artículo sobre el glifosato que hace difícil el que me pueda resistir a escribir algo al respecto. Firmado por investigadores franceses, el artículo se titula “Presencia de glifosato en el esperma humano: Primer informe y correlación positiva con estrés oxidativo en una población de franceses infértiles”. Los investigados fueron 128 varones de parejas con problemas de infertilidad, controlados por un Centro médico próximo a Tours, en una región agrícola que los autores conceptúan como gran consumidora de herbicidas y otros plaguicidas.

El resultado más relevante, tal y como se puede leer en las primeras tres líneas de las propias conclusiones del trabajo, es que, en el 60% de las 128 muestras investigadas, se había detectado la presencia de glifosato. La reacción en los medios no se hizo esperar y algunos decían cosas como este titular de la publicación digital Environmental Health News: “Encuentran glifosato en más de la mitad de muestras francesas de esperma”. Lo que, evidentemente, tiene poco que ver con los detalles del artículo. Y, en el mismo tenor, se produjeron titulares alarmistas en medios de comunicación importantes como The Guardian o Sky News.

Hay un asunto semántico que conviene aclarar sobre el empleo de la palabra sperm en el titular del artículo en cuestión, escrito en inglés por franceses. Mientras que la palabra semen no aparece en el diccionario Larousse de la lengua francesa, la palabra sperme se refiere literalmente al “líquido opaco, blanquecino, ligeramente fibroso y pegajoso producido durante la eyaculación y que contiene espermatozoides”. Sin embargo, en inglés, y esto lo dejan muy claro tanto el diccionario Cambridge como la propia Wikipedia, no es lo mismo semen que esperma. Esperma (sperm) se refiere, estrictamente hablando, al conjunto de los espermatozoides que, en su largo viaje a la búsqueda del óvulo, lo hacen en el seno de un líquido (o plasma) seminal. El conjunto de unos y otro es lo que deberíamos denominar semen. En castellano también hay cierta ambigüedad sobre ambas palabras (reconocida por el propio diccionario de la RAE).

Viene esto a cuento porque, a pesar de que el título del artículo hace referencia a la presencia de glifosato en el esperma, los autores no analizan glifosato en el conjunto de los espermatozoides, sino en el líquido acompañante, que ellos separan por centrifugación para su posterior análisis. Y la matización es importante. Porque, con independencia de que el término vaya en el titulo del artículo deliberadamente o como consecuencia de una ambigüedad lingüística, la carga genética que pudiera verse alterada por el glifosato está en los espermatozoides y no en los líquidos acompañantes. Y, además, unos y otros se generan en sitios distintos del organismo..

Y quizás esa sea la causa de otro resultado que me ha llamado la atención. Los autores, además del análisis químico de la presencia de glifosato en el líquido seminal, cuantifican también tres parámetros que suelen ser habituales en la medida de la calidad de los espermatozoides como tal: su número, la movilidad de los mismos y la presencia o no de morfologías anómalas. Y no encuentran diferencias significativas en esos parámetros al comparar muestras con y sin glifosato. Lo que vendría a indicar que el glifosato, en las cantidades detectadas en el estudio (partes por trillón), no parece afectar a las características de los espermatozoides que importan para la fecundación.

Desde un punto de vista metodológico, resulta igualmente llamativo que, a diferencia de lo que suele ser habitual en toxicología, el estudio solo utilice muestras provenientes de varones que parecen tener problemas de infertilidad (esa es la razón de su presencia en el Centro de fertilidad de Tours). En una planificación científica al uso, parecería lógico haber empleado una muestra de control a base de habitantes de Tours, con similares edades y extracción social y con fertilidades manifiestas.

Podría seguir mencionado otras inconsistencias y proclamas poco entendibles en un artículo científico. Como, por ejemplo, la de que los autores acaben el artículo propugnando la eliminación del glifosato en base al principio de precaución, vigente en la UE, cuando la propia Europa acaba de prorrogar el permiso para usar glifosato durante otros diez años.

Pero, habiendo tantas sustancias químicas que pueden afectar a la calidad de los espermatozoides, la fijación exclusiva en el glifosato, una de las moléculas más estudiadas, no deja de ser sorprendente. Sin abandonar la región de Tours y la clínica que les ha proporcionado los pacientes, los autores podrían haber fijado su atención en otros plaguicidas más tradicionales, como los compuestos de cobre, usados desde siempre por los viticultores de toda Francia (Tours incluido) para combatir el mildiu de las viñas y de otras plantas como los tomates o patatas. Algo que mis amigos de La Rioja han llamado desde siempre sulfatear. Me estoy refiriendo al empleo del famoso caldo bordelés o (en français) “Bouillie bordelaise”, una mezcla de sulfato de cobre e hidróxido de calcio, una etiqueta vintage de la cual podéis ver debajo.
Entre los microelementos que influyen en la fertilidad masculina, está claramente demostrado en la bibliografía que, tanto el exceso como el defecto en las concentraciones de cobre habituales en nuestro organismo, empeoran la calidad de los espermatozoides y perturban la función reproductora en los mamíferos. Y en cantidades superiores a lo habitual, se conocen otros efectos tóxicos. De hecho, el cobre es más tóxico que el glifosato y, además, es considerado un disruptor endocrino, cosa que no parece ser el glifosato, al menos si uno hace caso a los últimos informes de la EFSA (véase la última frase de la página 4 de este informe de 2023) y la EPA (véase el apartado Human Health de este informe, que desmonta también el carácter cancerígeno del herbicida).

Además, y esto es una maldad que me encanta contar a todos los que me pretenden vender vinos ecológicos, el caldo bordelés y su cobre está permitido en el Reglamento 889/2008 de la Union Europea sobre producción y etiquetado de los productos ecológicos. Es decir, cualquier viticultor os puede vender vino etiquetado como ecológico, orgánico o biológico (es lo mismo para la UE), a pesar de que emplee el caldo bordelés en el tratamiento de sus plagas (véase la página L250/37, apartado 6, autorización A de este documento). Con la curiosa precisión de que el argumento para permitirlo está en la propia definición de ese apartado 6: Otras sustancias utilizadas tradicionalmente en la agricultura ecológica (el resaltado es mío). Un argumento de peso, como veis. Una auténtica pescadilla que se muerde la cola.

En fin, para recuperar un poco la serenidad de la ría de Arosa (que ya no tengo a mano) y dado que veo que lo de la música al final de las entradas os gusta, os dejo con la pieza Nimrod de las Variaciones Enigma de Edward Elgar por la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Sir Simon Rattle. Aunque Elgar no era químico, le gustó jugar a los químicos, como bien contó mi amigo Dani Torregrosa en esta deliciosa entrada de su Blog en 2015.

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domingo, 2 de junio de 2024

La mariposa del mar y la acidificación de los océanos

Uno de los iconos de la llamada acidificación de los océanos, un proceso derivado del aumento de la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera como consecuencia de la quema de combustibles fósiles, son las llamadas mariposas del mar (cuyo nombre científico es Thecosomata), pertenecientes al grupo de los pterópodos, unos minúsculos caracoles de mar que son capaces de nadar en el mismo (cual mariposas en el aire) gracias a unas delicadas alas (ver foto arriba) que emergen de la concha que les protege. El pequeño tamaño y la extrema delgadez, tanto de las alas como de las paredes de la concha (con espesores inferiores al diámetro de un cabello humano), es la causa fundamental de ese carácter icónico, al entenderse que son extremadamente vulnerables a dicha acidificación que acabaría disolviendo unas y otra. Aunque, como siempre, la vida real tiene más matices.

En una breve nota en Nature en el año 2003, y en el subtítulo de la misma, Caldeira y Wickett introdujeron el término acidificación para explicar el hecho de que, como consecuencia de la mayor disolución del CO2 en los océanos, el agua de los mismos iría rebajando su pH, ese número que nos dice si una disolución es ácida (menos que 7) o básica (más de 7). El agua de mar anda ahora en torno a 8.0 y es, por tanto, básica pero el hecho de que vaya disminuyendo está en el origen del término acidificación, que fue el principal causante de que me enganchara al seguimiento del cambio climático y sus implicaciones, dada la cercanía del tema con mis tareas como profesor de Química Física.

El término se convirtió enseguida en viral en la literatura científica relacionada. Incluyendo la de agencias gubernamentales como la americana NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) que, poco después, nos alertaba con este documento y la gráfica que veis a continuación, de que cuando la concentración del CO2 disuelto en el mar subiera al doble de la que había en tiempos preindustriales (línea azul), el pH (línea roja) bajaría de 8,17 a 7,83.
No deja de ser algo sorprendente que esa gráfica (con precisión de dos decimales en el valor del pH) siga colgada de la web de una agencia tan prestigiosa como la NOAA, a pesar de las críticas que ha recibido por ello. La figura arranca con valores de pH en 1850, algo que la misma NOAA considera imposible conocer porque, en esa época y varias décadas después, no existían ni el concepto de pH ni instrumentos para medirlo. Y en cuanto a los valores en 2100, en el otro extremo de la gráfica, se trata de extrapolaciones muy arriesgadas, dadas las cortas series históricas de datos experimentales de las que se dispone, medidos mediante las técnicas que la Agencia establece como fiables.

Dejando de lado estos comentarios quisquillosos de un jubilata al que le gusta bucear en la literatura porque tiene tiempo para ello, lo cierto es que, en estos veinte últimos años, he ido acumulando mucha información sobre la acidificación y, paralelamente, sobre el comportamiento de nuestra sutil mariposa del mar en esos medios más “acidificados”.

Una de las cosas que he aprendido leyendo artículos como este de Nature es que, a pesar de que los esqueletos óseos de la mariposa de mar estén constituidos por carbonato cálcico, que se disolvería en el agua de mar a partir de un cierto valor de pH, la superficie de esos esqueletos en contacto directo con el mar no es carbonato cálcico. De la misma forma que la pintura exterior de un coche sirve para proteger a la estructura metálica de la carrocería frente a la corrosión ambiental, el carbonato cálcico del esqueleto de los pterópodos lleva un revestimiento orgánico superficial denominado periostracum que le protege del efecto “corrosivo” del agua de mar.

Es verdad que ese revestimiento puede dañarse por muchas razones, entre ellas el ataque de su principal enemigo, otro miembro de los pterópodos (los llamados ángeles del mar) que atrapan a las mariposas con sus tentáculos antes de inmovilizarlas y comérselas. Si el ataque falla y la mariposa escapa, puede que se lleve un recuerdo de su atacante en la delgada capa del periostracum. Esa herida puede hacer que carbonato cálcico bajo ella quede expuesto al agua de mar de bajo pH y se produzca su disolución progresiva.

Pero las mariposas del mar pueden ser minúsculas pero no por ello dejan de ser unas resistentes. En el mismo artículo de Nature arriba mencionado, se demuestra que son capaces de regenerar la capa de periostracum y restablecer así sus defensas contra el pH del medio marino. Un comportamiento que resulta fascinante en seres tan minúsculos.

La otra cuestión resulta algo más difícil de explicar pero voy a ver si lo consigo sin abusar de vuestra paciencia. Cuando el mar se acidifica y el pH se hace menor, disminuye la concentración de iones carbonato disueltos en al agua de mar, en beneficio de la formación de los iones bicarbonato. Si la formación de las conchas se entiende como la precipitación progresiva de carbonato cálcico sobre ellas, una disminución de iones carbonato en el agua implicaría que el proceso de calcificación fuera más lento y, por debajo de cierta concentración de carbonato en el agua, prácticamente inexistente. Lo que es particularmente grave en los ejemplares juveniles.

Pero aquí también la cosa es algo más complicada. La existencia de esa capa orgánica protectora de la concha o periostracum hace poco creíble que se produzca esa precipitación directa del carbonato cálcico como forma de hacer crecer las conchas. Parece que la hipótesis que se está abriendo paso es que, en realidad, es el CO2 disuelto en el agua de mar el que atraviesa ese revestimiento orgánico y una vez dentro (entre él y el esqueleto, en el llamado fluido calcificante), se transforma en bicarbonato mediante la acción de enzimas. Un complicado mecanismo posterior transforma en ese fluido los bicarbonatos en carbonatos que, en presencia de iones calcio, forman las capas de carbonato cálcico de las conchas por debajo del periostracum.

Una hipótesis que, por ahora, necesita ser confirmada en más de un extremo. Así que la Ciencia de todo esto no es, ni mucho menos, un asunto cerrado y tiene implicaciones en las que sería largo entrar. Sobre todo porque ya me he pasado un poco de las mil palabras, que suele ser mi límite para una entrada.

Y para acompañar al delicado aleteo de nuestras mariposas, un poco de música: Leonard Bernstein otra vez (se me nota el sesgo) pero, en esta ocasión, como compositor. El vals de su Divertimento para orquesta con Gustavo Dudamel dirigiendo a la Filarmónica de Berlín.

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martes, 14 de mayo de 2024

La Novena de Beethoven y el plomo

Este pasado 7 de mayo se conmemoraba el bicentenario del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven. Para celebrar el evento, la Búha y un servidor cenamos ese día teniendo como fondo esa obra en el concierto que la cadena francesa Mezzo retransmitió en directo desde el Musikverein de Viena, con la Orquesta Filarmónica de la misma ciudad dirigida por Riccardo Muti. En estos mismos días, estoy releyendo el último libro de mi amigo Dani Torregrosa que va sobre venenos, del que ahora hablaremos. Y esa misma semana me llegó una alerta sobre un nuevo artículo científico que analizaba el plomo en mechones de pelo del “sordo genial”. Todo un cóctel que invitaba a escribir una entrada al respecto.

El citado artículo era, en realidad, una reciente Nota al Editor publicada en la revista Clinical Chemistry por investigadores americanos, que volvían a retomar la pregunta sobre si una intoxicación por plomo (saturnismo) está en el origen de la sordera completa que le asoló cuando sólo tenía 40 años, así como de las múltiples complicaciones de salud que acabaron con su vida diecisiete años más tarde. Un anterior análisis, realizado en 2007 sobre un presunto mechón de cabello del músico, llevó a la hipótesis de que los niveles de plomo, muy altos con respecto a los habituales en esa época, pudieran estar en el origen de las complicaciones mencionadas.

Pero, muy recientemente, un estudio genómico de hasta ocho mechones de pelo supuestamente provenientes del músico, llegó a la conclusión que solo cinco de ellos eran realmente de Beethoven y que el que se mencionaba en el análisis de 2007 pertenecía a una mujer.

Dos de esos mechones de los que se tiene constancia genómica (y también documental) de que pertenecieron a Beethoven son los utilizados en la Nota al Editor a la que hago referencia más arriba. Tras analizar su contenido en arsénico, mercurio y plomo, los autores encontraron concentraciones de plomo entre 65 y 94 veces más altas que el nivel de referencia habitual. Transformadas esas concentraciones en el pelo a concentraciones en sangre, se obtenía un valor entre 690 y 710 microgramos por litro, un nivel que se suele relacionar con dolencias gastrointestinales y renales, así como con problemas de audición.

En su reciente libro “El olor de las almendras amargas” que la misma portada define como “un paseo por la ciencia de los venenos y su presencia en el arte y la ficción”, los problemas de salud de Beethoven y la hipótesis de su posible saturnismo han servido a Dani Torregrosa para incluir una interesante historia (como todas las del libro) titulada “La sinfonía del plomo”, que repasa los diversos casos de envenenamientos e intoxicaciones que, desde la antigüedad hasta hace muy poco, el plomo ha causado a los humanos.

Sobre las intoxicaciones con plomo escribía yo en este Blog en fecha tan lejana como 2009, instigado por la lectura del libro de John Emsley, "Better Looking, Better Living, Better Loving: How Chemistry can Help You Achieve Life's Goals" y que dedicaba su capítulo final al papel de la Química en el suministro de una gran variedad de pigmentos y colorantes para configurar la paleta de los pintores, así como al que ahora está teniendo en la restauración de cuadros y frescos antiguos con sofisticadas metodologías. Dentro de ese capítulo y en una ventana aparte, Emsley mencionaba intoxicaciones por diversos pigmentos conteniendo plomo en pintores como Correggio, Raphael, Goya o Van Gogh.

En esa entrada del Blog, en el apartado final de Comentarios de mis lectores, hay uno firmado por Flatólogo (aka Manuel Romera) un oftalmólogo e ilustrador médico al que le privan la Química y la Gastronomía. Con su contribución (muy interesante como todas las que ha colgado a lo largo de la vida de este Blog), Flatólogo me descubrió la relación entre Beethoven y el plomo. Atribuyendo al “vino peleón y adulterado que solía beber el pobre” el origen de su saturnismo.

Eso me hizo investigar sobre el tema durante un tiempo y descubrí que nuestro músico había estado siempre rodeado de vino. De hecho nació en Bonn, junto al Rhin y provenía de una familia de comerciantes de vino, por lo que, desde muy joven, se acostumbró a beber los diferentes caldos de esa región. Cuando se mudó a Viena, su primer patrón, el Conde Lichnowsky, le incluyó una partida para vino en su estipendio. Y Franz Joseph Haydn, que fue uno de sus primeros profesores, era un enamorado del vino y propietario de una de las más famosas bodegas de la ciudad. Así que lo de “vino peleón” de Flatólogo no sé yo…...

En sus últimos años, se aficionó a los vinos dulces, como los húngaros Tokaji. Puede que alguno o varios de los vinos que consumió regularmente (como el Riesling que llegó a beber el último día de su vida) estuvieran contaminados por plomo y otros metales pesados, pero no he encontrado ninguna referencia de que alguno de esos vinos se envejecieran en recipientes de plomo, como si pasaba en el caso del famoso sapa de los romanos, también mencionado por Dani Torregrosa y que, merced a la reacción del ácido acético del vino con el plomo del recipiente, daba lugar a altos contenidos de éste en el vino final.

Además de por el vino, los autores del artículo de Clinical Chemistry especulan con que la causa de la intoxicación crónica pudiera venir también del pescado, al que Beethoven era igualmente muy aficionado, pescado que solía provenir del Danubio, un río muy contaminado por plomo en la época. Los autores acaban concluyendo que las altas concentraciones de plomo encontradas en su pelo no avalan la idea de que Beethoven muriera directamente por ello, aunque si contribuyeran a las bien documentadas dolencias que arruinaron la vida del gran compositor.

Y para acabar y en el apartado de la música que, recientemente, estoy introduciendo al final de las entradas, esta vez no tengo escapatoria. Y, por aquello de dejaros una cosa cortita, he elegido una grabación un poco rara de la Novena. Y digo rara por la superposición poco lograda de tres trozos del último movimiento. Aunque tiene la gracia de ver como director a mi admirado Leonard (Lenny) Bernstein, lo cual siempre es un espectáculo.

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