Manteniendo la verticalidad.
Debo esta entrada en mi blog a la relectura del delicioso libro de John Emsley “Vanity, Vitality and, Virility: The Science Behind the Products You Love to Buy”. Al leer el título colocado sobre las figuras que decoran esta entrada, es probable que alguien haya pensado que voy a escribir sobre “química” que promueve y mantiene el atractivo sexual entre dos personas. Pero no es así. En realidad, quiero hacer un resumen de diversos aspectos, que Emsley describe magistralmente, sobre la influencia que ciertos elementos y moléculas químicas tienen en las actividades placenteras por excelencia para los humanos: las relaciones sexuales. Me centraré en lo que toca más de cerca a los machos de nuestra especie. A las chicas les dedicaré otra entrada otro día. Como también advierte Emsley en el inicio del capítulo de su libro que origina el término Virility del título, los lectores que puedan ofenderse con el contenido de esta entrada pueden cerrarla ya.
La historia puede iniciarse con el sorprendente cambio de percepción que hemos tenido que realizar, en los últimos años, en torno a una sustancia química muy sencilla en cuanto a estructura molecular. Sólo consta de un átomo de nitrógeno y uno de oxígeno. El llamado óxido nítrico, o NO en términos de nomenclatura de los químicos, fue una molécula denostada durante mucho tiempo, al formar parte de los llamados gases NOx, gases emitidos en los tubos de escape de los motores. Esos gases son parcialmente responsables de fenómenos como el smog que poluciona el aire de las ciudades, contribuyendo también a la génesis de la llamada “lluvia ácida” que ha asolado algunos de los principales bosques de la Europa Central. En este principio del siglo XXI y debido al control creciente de esos problemas que acabamos de mencionar, el NO ha perdido parte de su mala prensa y al terminar de leer esta entrada puede que acabeis adorando al NO, en tanto que parte integrante de vuestras relaciones sexuales. Particularmente si el que me lee es un macho todavía activo.
Las implicaciones llamémosle médicas del NO arrancan del empleo del nitrito de amilo en el tratamiento de anginas de pecho. Estamos hablando del siglo XIX. El nitrito de amilo es un líquido que se podía envasar en una diminuta cápsula de vidrio que se podía romper en caso de un ataque cardíaco, bebiéndose su contenido. No muy lejos en el tiempo, los trabajos de Alfred Nobel sobre la nitroglicerina como explosivo condujeron, de forma marginal, al descubrimiento de que también esta molécula podía actuar como vasodilatador rápido que, en cuestión de unos pocos minutos, actuaba de forma eficaz contra los síntomas de una angina de pecho.
Hoy sabemos que en ambos casos la molécula química que realmente está jugando ese papel vasodilatador de los músculos que provocan el ataque es nuestro pequeño amigo el NO. En una situación de angina, esos músculos contraen los vasos sanguíneos que acarrean el suministro de sangre y oxígeno al músculo cardíaco. El NO los relaja y soluciona el problema. Hoy también sabemos que aunque tóxico en cantidades importantes, el propio organismo puede generar las cantidades necesarias de NO a partir del aminoácido conocido como arginina, que puede adquirirse de alimentos como los cacahuetes, el arroz, los huevos, etc.
Pero íbamos a hablar de sexo, ¿NO?. Pues hay que decir que este gas juega un papel fundamental en el “tono viril” necesario para una satisfactoria cópula. Cuando un varón, en disposición receptiva (bastante habitual por otro lado), es estimulado eróticamente, el cerebro manda una señal a los nervios del corpus cavernosum, la estructura espongiforme del músculo del pene. Con la llegada de esa señal, el corpus cavernosum genera NO. Este, con su efecto relajante, como el que actúa frente a una angina, es capaz de relajar una especie de músculo “portero” que es el que impide la entrada de sangre en el pene. Cuando eso ocurre, la sangre entra en éste, que se hincha y produce una erección.
Curiosamente, el papel del NO en el juego sexual no es propio de los humanos. Los machos luciérnaga iluminan su abdomen para atraer a las hembras. Y se ha demostrado experimentalmente que machos luciérnaga en atmósferas que contengan 70 partes por millón de NO están continuamente “iluminados”.
Pero todo se deteriora con el paso del tiempo, y las erecciones también. Y ahí aparece otra vez una molécula química, esta vez un poco más complicada. Es la historia del Viagra y de moléculas con actividades parecidas, como el Cialis, que patrocina un conocido torneo de golf que suelo seguir y donde, en cada tee de salida (y hay 18), hay un anuncio de Cialis. El dinero puesto en juego en ese torneo da una idea del negocio en torno a estas pildoritas.
Pero otro día hago una entrada específica sobre el Viagra.
La historia puede iniciarse con el sorprendente cambio de percepción que hemos tenido que realizar, en los últimos años, en torno a una sustancia química muy sencilla en cuanto a estructura molecular. Sólo consta de un átomo de nitrógeno y uno de oxígeno. El llamado óxido nítrico, o NO en términos de nomenclatura de los químicos, fue una molécula denostada durante mucho tiempo, al formar parte de los llamados gases NOx, gases emitidos en los tubos de escape de los motores. Esos gases son parcialmente responsables de fenómenos como el smog que poluciona el aire de las ciudades, contribuyendo también a la génesis de la llamada “lluvia ácida” que ha asolado algunos de los principales bosques de la Europa Central. En este principio del siglo XXI y debido al control creciente de esos problemas que acabamos de mencionar, el NO ha perdido parte de su mala prensa y al terminar de leer esta entrada puede que acabeis adorando al NO, en tanto que parte integrante de vuestras relaciones sexuales. Particularmente si el que me lee es un macho todavía activo.
Las implicaciones llamémosle médicas del NO arrancan del empleo del nitrito de amilo en el tratamiento de anginas de pecho. Estamos hablando del siglo XIX. El nitrito de amilo es un líquido que se podía envasar en una diminuta cápsula de vidrio que se podía romper en caso de un ataque cardíaco, bebiéndose su contenido. No muy lejos en el tiempo, los trabajos de Alfred Nobel sobre la nitroglicerina como explosivo condujeron, de forma marginal, al descubrimiento de que también esta molécula podía actuar como vasodilatador rápido que, en cuestión de unos pocos minutos, actuaba de forma eficaz contra los síntomas de una angina de pecho.
Hoy sabemos que en ambos casos la molécula química que realmente está jugando ese papel vasodilatador de los músculos que provocan el ataque es nuestro pequeño amigo el NO. En una situación de angina, esos músculos contraen los vasos sanguíneos que acarrean el suministro de sangre y oxígeno al músculo cardíaco. El NO los relaja y soluciona el problema. Hoy también sabemos que aunque tóxico en cantidades importantes, el propio organismo puede generar las cantidades necesarias de NO a partir del aminoácido conocido como arginina, que puede adquirirse de alimentos como los cacahuetes, el arroz, los huevos, etc.
Pero íbamos a hablar de sexo, ¿NO?. Pues hay que decir que este gas juega un papel fundamental en el “tono viril” necesario para una satisfactoria cópula. Cuando un varón, en disposición receptiva (bastante habitual por otro lado), es estimulado eróticamente, el cerebro manda una señal a los nervios del corpus cavernosum, la estructura espongiforme del músculo del pene. Con la llegada de esa señal, el corpus cavernosum genera NO. Este, con su efecto relajante, como el que actúa frente a una angina, es capaz de relajar una especie de músculo “portero” que es el que impide la entrada de sangre en el pene. Cuando eso ocurre, la sangre entra en éste, que se hincha y produce una erección.
Curiosamente, el papel del NO en el juego sexual no es propio de los humanos. Los machos luciérnaga iluminan su abdomen para atraer a las hembras. Y se ha demostrado experimentalmente que machos luciérnaga en atmósferas que contengan 70 partes por millón de NO están continuamente “iluminados”.
Pero todo se deteriora con el paso del tiempo, y las erecciones también. Y ahí aparece otra vez una molécula química, esta vez un poco más complicada. Es la historia del Viagra y de moléculas con actividades parecidas, como el Cialis, que patrocina un conocido torneo de golf que suelo seguir y donde, en cada tee de salida (y hay 18), hay un anuncio de Cialis. El dinero puesto en juego en ese torneo da una idea del negocio en torno a estas pildoritas.
Pero otro día hago una entrada específica sobre el Viagra.
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