viernes, 29 de abril de 2016

Y Carothers se volvería a suicidar...

Puede que a la mayoría de mis lectores el hecho les pasara inadvertido pero, el pasado 11 de diciembre, las dos compañías americanas más importantes del sector químico anunciaron su fusión bajo el "imaginativo" nombre de DowDuPont. Aunque no parece que vayan a ir muy lejos con ese nombre porque el plan es que, en menos de dos años, el conjunto se separará en tres compañías independientes, que un analista de bolsa bastante malaleche predecía que se llamarían Dow, Du y Pont. Cada una de ellas estaría dedicada a uno de estos tres campos estratégicos: Agricultura, Materiales y Productos diversos de alto valor añadido.

No había pasado ni un mes cuando, por Navidades, los investigadores pertenecientes a los Laboratorios Centrales de Desarrollo e Investigación de la DuPont, en Wilmington, recibieron como aguinaldo la orden de suspender sus actividades, etiquetar sus productos y dejar todo como estaba. Con lo que se temieron lo peor, que empezó a ocurrir el 4 de enero cuando la gente empezó a desfilar como en las películas americanas. Con sus cajas de cartón llenas de enseres personales.

El Centro de Investigación y Desarrollo de la DuPont no es un Centro Tecnológico cualquiera. Ese si que es un referente y no otros que yo me conozco. Su historia empieza cuando Francis I. DuPont crea la llamada Experimental Station para empezar a investigar en explosivos, un negocio que reportó pingües beneficios a la empresa durante la primera Gran Guerra. Una pequeña parte de la "caja" que hicieron en esos años decidieron dedicarla a la instauración de una unidad de investigación de corte más académico, a la manera de cómo lo habían hecho ya General Electric o ATT (este jodido Blogger no me deja escribir el símbolo que debo poner entre las dos T). Y así, en 1926, Charles Stine, Director del Departamento de Química de DuPont, inició un programa de "investigación fundamental" en el que la empresa buscaría "más que inventar nuevos productos, comprender la Ciencia básica que hubiera detrás de ellos". Ahí es nada. Y, para rematarlo, dijo al Comité ejecutivo que "buscaría investigadores de excepcional futuro científico aunque no tuvieran una reputación suficientemente establecida". Y, en esa búsqueda, en el otoño de 1927, fueron a ofrecer trabajo a Wallace H. Carothers, un profesor de Química de 31 años en la Universidad de Harvard, que tenía fama de creativo pero que no parecía muy interesado en eso de "publica o muere".

Carothers se resistió hasta febrero de 1928, argumentando su rara personalidad que quizás le impidiera adaptarse al entorno industrial y avisando que sufría de algunos episodios neuróticos que pudieran constituir un serio hándicap. Pero, en poco más de dos años, Carothers formó un grupo cuyo primer éxito, a primeros de abril de 1930, es lo que hoy conocemos como policloropreno (Neopreno lo llamaron y se sigue llamando comercialmente) un material sintético que constituyó un componente crítico de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, cuando el caucho natural no llegaba de Asia. Y, menos de un mes despues, el Grupo tenía entre sus manos las primeras fibras de poliéster que, cuatro años más tarde, se complementaron con las fibras de poliamida (Nylons) mucho más resistentes que las anteriores.

Desde entonces, los logros de la investigación fundamental han reportado a DuPont numerosos productos de alto valor añadido. Nombres comerciales que ya hemos explorado en este Blog como el Teflon, la Lycra, el Kevlar de nuestra vieja conocida Stephanie Kwolek, una fibra muy especial que llevó desarrollar más de veinte años de investigación básica y aplicada. O su prima, la fibra Nomex, tan usada en trajes ignífugos. Otros polímeros, como el polivinil butiral, que protege los parabrisas de nuestros coches, impidiendo roturas peligrosas al conductor. Materiales sólidos, como el Corian que viste mi cocina y muchos quirófanos. Los primeros polímeros a partir de biomasa como el Sorona. O el descubrimiento de los éteres corona que valieron a un empleado de DuPont, Charles J. Pedersen, el Nobel de Química de 1987. Resumiendo un poco, baste con decir que, en los años 60, los laboratorios de la DuPont publicaban más artículos en el prestigioso Journal of the American Chemical Society (JACS) que el MIT y el Caltech juntos.

Así que Carothers, que decidió suicidarse tal día como hoy, 29 de abril, pero de 1937, probablemente lo hubiera hecho otra vez al ver caer la Central Station de sus amores por los manejos de los buitres de Wall Street. Desde sus tiempos de joven profesor en la Universidad de Illinois, antes de irse a Harvard, corría el rumor de que Carothers siempre llevaba una cápsula de cianuro en el bolsillo. Ese día se la tomó con un zumo de naranja en una habitación del Philadelphia Hotel. Tenía 41 años y dos días. Este mismo miércoles, 27 de abril se cumplían 120 años de su nacimiento.

El pasado mes de marzo, dentro de la reunión de primavera de la American Chemical Society (ACS), su División de Historia de la Química dedicó algunas sesiones a estudiar los casos de algunos químicos merecedores del Premio Nobel y las razones que los historiadores dan del por qué no lo consiguieron. En el caso de Carothers hay algunos que piensan que podía haber ganado el Nobel de 1936 si hubiera tenido padrinos. Y entre los posibles apuntan a Irving Langmuir, Nobel 1932 y químico de otra gran empresa, General Electric, quien le podría haber nominado. Pero no lo hizo en esa ocasión y nuestro Wallace ya no dió más oportunidades.

6 comentarios:

gabriela dijo...

La verdad, esa unión de la DuPont con otra Compañía ... la leí a medias pensando en leerla luego, cuando tuviera tiempo, y...¡eso sería todo! porque no volví a verla y se me olvido hasta ahora, que gracias a este Búho inquieto, se me aparece de nuevo...

Es interesante leer estas historias; gracias por traerlas al presente.

pedro dijo...

Cada día que pasa me gusta más éste blog, no sólo aprendes Química, sino tambien historias de la misma que no aparecen en los libros de universitarios de Ciencia.
Saludos y que no decaiga. P. Díaz

juanantonio dijo...

lamentablemente ese proceso de tomar el control de las empresas por los financieros ya ha llegado y piensa quedarse, así como el afán de "desvincularse" del adjetivo "químico" y proclamarse "Ciencias de la salud" o de los materiales.

Sebastián dijo...

La historia de Willians Carothers es sin duda una de las mas tristes de la historia de la Química. Su vida profesional acabada en suicidio, lo que en gran parte fue debido a su obsesión perfeccionista, es un referente para el rigor y la auto-exigencia que toda actividad científica debería tener. Me gusta esta entrada porque, en su medida, es una digna contribución al recuerdo de este excepcional científico, no tan reconocido como se mereciera.

molinos dijo...

Qué historia más interesante y de la que no tenía ni idea.

Un abrazo

JM Pereña dijo...

Un comentario excelente, como todos los tuyos, pero que llama más la atención de los del gremio investigador, por las personas y por las instituciones que citas. En nuestros días Quevedo diría “poderos dama es Doña Bolsa” y le sacaría un soneto al máximo regulador de las instituciones científicas españolas, un banquero-financiero que maneja la economía, la ciencia (a través de una dama) y el idioma inglés en Bruselas. No nos dejes, Búho, que lo que haces no tiene jubilación.

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