Indicadores biológicos
Hace ya muchos años, un colega nos llevó a una planta situada no lejos de Estella para enseñarnos las cosas que allí se estaban haciendo, basadas muchas de ellas en el desarrollo de sus propias líneas de investigación. Uno de los montajes era un reactor para obtener cetenas, unos compuestos químicos de alta reactividad y toxicidad. Incidentalmente diré que la síntesis de cetenas constituyó los primeros pinitos como investigador de Hermann Staudinger (Premio Nobel de Química 1953), antes de pasarse a estudiar ciertas sustancias incomprendidas que él acabó por bautizar como polímeros o macromoléculas. El reactor de las cetenas de nuestro colega estaba al aire libre, bajo una simple uralita, para no tener muchos gastos en caso de explosión. Pero, en la conjunción de la uralita con el muro que la sustentaba, había unos nidos de pájaros. Nuestro anfitrión nos explicó que esos nidos eran el mejor sensor que tenían en la planta. Si los pájaros aparecían muertos es que había un escape en la instalación.
Este no es el único caso de "sensores biológicos" que yo conozco. En las minas de carbón, ya en el siglo XIX, los mineros bajaban a las mismas con canarios metidos en jaulas. Si los pajarillos empezaban a mostrar ciertos inquietantes síntomas, lo mejor era salir corriendo porque, casi con seguridad, en la mina había monóxido de carbono o metano y uno podía quedarse allí como un pajarito (y nunca mejor dicho) o volar por los aires.
Pero hoy las ciencias adelanta que es una barbaridad y un grupo de investigadores japoneses acaban de publicar [Environmental Health Perspectives 116, 349 (2008)] un artículo en el que demuestran que han sido capaces de producir unos ratones transgénicos que pueden servir como biosensores para la detección de dioxinas y otros cancerígenos relacionados, sin necesidad de que la alternativa para el ratón sea estar vivo o estar muerto.
Es verdad que, hoy en día, los químicos disponemos de técnicas analíticas para poder detectar cantidades de esas sustancias nocivas que rayan ya lo inconmensurable. Los niveles de detección son tan bajos que, como ya he reflexionado en otras entradas, la existencia de esas técnicas se ha convertido en una especie de boomerang contra la propia actividad de los químicos, al venir a demostrar que, en cualquier sitio, hay miles de sustancias peligrosas, aunque sean en cantidades las generaciones que nos han precedido no podrían ni siquiera imaginar ni, por supuesto, evaluar. Pero, en realidad, tan valiosas herramientas no nos pueden decir nada sobre el verdadero riesgo de esas sustancias en los humanos, al ser incapaces de orientarnos sobre su accesibilidad al ámbito biológico o sobre su metabolismo.
Los investigadores de ojos rasgados a los que se hace referencia arriba, han sido capaces de desarrollar ratones transgénicos que cuando el llamado receptor de las dioxinas (AhR en términos técnicos) se activa, en lo que constituye el primer paso en el mecanismo de actuación de estas sustancias tóxicas contra nuestra anatomía, ellos secretan un biomarcador fácilmente identificable, conocido como SEAP, que pasa a su corriente sanguínea y que puede evaluarse con un simple análisis de sangre. Usando esos roedores, los investigadores han llevado a cabo una serie de experiencias, en las que han sido capaces de demostrar que, al ser expuestos a ciertas dioxinas, la activación del AhR se produce a nivel del hígado, mientras que expuestos al humo del tabaco, la activación ocurre fundamentalmente a nivel del pulmón.
El redactor de la noticia que me ha alertado sobre esta publicación concluía su resumen diciendo que parece haberse demostrado que "la ingeniería genética ha sido capaz de crear el equivalente al canario de las minas en su versión siglo XXI" y que "en lugar de ofrecer un control de la contaminación ambiental basado en el binomio vivir/morir, este elegante biosensor permite completar las herramientas existentes, a la hora de evaluar el riesgo real de la salud humana en su exposición a los hidrocarburos aromáticos".
Si consigo enterarme, ya os contaré qué piensan al respecto los defensores de los derechos de los animales porque, morirse en el acto, los ratoncillos no se mueren pero a saber el futuro vital que les espera.
Este no es el único caso de "sensores biológicos" que yo conozco. En las minas de carbón, ya en el siglo XIX, los mineros bajaban a las mismas con canarios metidos en jaulas. Si los pajarillos empezaban a mostrar ciertos inquietantes síntomas, lo mejor era salir corriendo porque, casi con seguridad, en la mina había monóxido de carbono o metano y uno podía quedarse allí como un pajarito (y nunca mejor dicho) o volar por los aires.
Pero hoy las ciencias adelanta que es una barbaridad y un grupo de investigadores japoneses acaban de publicar [Environmental Health Perspectives 116, 349 (2008)] un artículo en el que demuestran que han sido capaces de producir unos ratones transgénicos que pueden servir como biosensores para la detección de dioxinas y otros cancerígenos relacionados, sin necesidad de que la alternativa para el ratón sea estar vivo o estar muerto.
Es verdad que, hoy en día, los químicos disponemos de técnicas analíticas para poder detectar cantidades de esas sustancias nocivas que rayan ya lo inconmensurable. Los niveles de detección son tan bajos que, como ya he reflexionado en otras entradas, la existencia de esas técnicas se ha convertido en una especie de boomerang contra la propia actividad de los químicos, al venir a demostrar que, en cualquier sitio, hay miles de sustancias peligrosas, aunque sean en cantidades las generaciones que nos han precedido no podrían ni siquiera imaginar ni, por supuesto, evaluar. Pero, en realidad, tan valiosas herramientas no nos pueden decir nada sobre el verdadero riesgo de esas sustancias en los humanos, al ser incapaces de orientarnos sobre su accesibilidad al ámbito biológico o sobre su metabolismo.
Los investigadores de ojos rasgados a los que se hace referencia arriba, han sido capaces de desarrollar ratones transgénicos que cuando el llamado receptor de las dioxinas (AhR en términos técnicos) se activa, en lo que constituye el primer paso en el mecanismo de actuación de estas sustancias tóxicas contra nuestra anatomía, ellos secretan un biomarcador fácilmente identificable, conocido como SEAP, que pasa a su corriente sanguínea y que puede evaluarse con un simple análisis de sangre. Usando esos roedores, los investigadores han llevado a cabo una serie de experiencias, en las que han sido capaces de demostrar que, al ser expuestos a ciertas dioxinas, la activación del AhR se produce a nivel del hígado, mientras que expuestos al humo del tabaco, la activación ocurre fundamentalmente a nivel del pulmón.
El redactor de la noticia que me ha alertado sobre esta publicación concluía su resumen diciendo que parece haberse demostrado que "la ingeniería genética ha sido capaz de crear el equivalente al canario de las minas en su versión siglo XXI" y que "en lugar de ofrecer un control de la contaminación ambiental basado en el binomio vivir/morir, este elegante biosensor permite completar las herramientas existentes, a la hora de evaluar el riesgo real de la salud humana en su exposición a los hidrocarburos aromáticos".
Si consigo enterarme, ya os contaré qué piensan al respecto los defensores de los derechos de los animales porque, morirse en el acto, los ratoncillos no se mueren pero a saber el futuro vital que les espera.
1 comentario:
Es curiosa también la utilización de rosales como indicadores de enfermedades en los viñedos. Se utilizan porque hay ciertos parásitos que atacan a ambas plantas, y los rosales son más sensibles a los ataques que las vides. Por eso, cuando los rosales empiezan a ‘flaquear’, el viticultor tiene tiempo de reaccionar y tratar las vides antes de que enfermen. No sé exactamente cuales son esos parásitos, pero creo que hay algún hongo y algún insecto (del grupo de los áfidos...) involucrados.
En cualquier caso, el uso de los rosales en viñedos está extendido por todo el mundo. Yo los vi en una visita a la bodega Isios en Laguardia. Allí estan los rosales, en primera línea de la zona cultivada, junto a la misma entrada de la bodega. ¡¡Por suerte el vino que bebimos durante la visita no me borró el recuerdo de los rosales de la cabeza...!!!
Un abrazo,
Willy
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