sábado, 2 de noviembre de 2013

Arsénico pa los pollos

El arsénico es un viejo conocido de los humanos y puebla páginas y fotogramas de novelas y películas de misterio y asesinatos. De hecho, un precedente en la actual Toxicología se suele situar en el esclarecimiento del asesinato del padre y los hermanos de una tal Marquesa de Brinvilliers. La aristocrática mademoiselle se quería deshacer de la familia para heredarlo todo y contó para ello con la colaboración de su amante, que le suministró el llamado arsénico blanco, en realidad trióxido de arsénico. Un farmaceútico fue el encargado de investigar un polvo que se encontró en casa del amante, junto a cartas incriminatorias, cuando éste murió de repente. Trás distintas pruebas para ver si conseguía identificarlo con los conocimientos que entonces se tenían, llegó a la conclusión de que se trataba del mencionado trióxido y, para rematar el informe, puntualizó que cuando se suministraba a un pájaro, un perro o un gato, los animales pasaban a mejor vida. La Corte aceptó la prueba, la Marquesa fué torturada hasta que cantó y acabaron colgándola en 1676.

La roxarsona es una molécula que responde al nombre de ácido 4-hidroxi-3-nitrofenil arsónico y se ha utilizado como aditivo en el pienso de las aves de granja, como medio preventivo frente a determinados parásitos que provocan enfermedades en ellas. Al contrario de lo que pasa con el trióxido arriba mencionado, en el que los químicos decimos que el arsénico está en forma "inorgánica", en la roxarsona el arsénico está en forma "orgánica". Cuando se comercializó el producto se pensaba que, trás el metabolismo en el cuerpo de los animales, el arsénico salía en los excrementos en forma también orgánica, no muy preocupante para el medio ambiente. Sin embargo, a finales del siglo pasado se empezó a divulgar en diversos medios que había altas concentraciones de arsénico en ríos y lagos próximos a grandes granjas de aves y diversos grupos empezaron a presionar para que se eliminara ese tipo de aditivo. Como consecuencia de esa inquietud, la Environmental Protection Agency (EPA) americana reconsideró el problema y acabó reconociendo, en 2002, que en esos purines el arsénico estaba también en forma inorgánica (fundamentalmente arsenitos), algo sustancialmente diferente porque, en esa forma, el arsénico es tenido por cancerígeno y podía, como tal, ser peligroso si acababa contaminando acuíferos destinados al consumo humano.

Y tirando del hilito, se pensó que quizás también pudiera estar en el cuerpo de los muchos pollos que los yankis consumen, así que se hizo un estudio del contenido en arsénico inorgánico existente en pechugas, muslos e, incluso, higadillos de las aves. El resultado fué que se encontraron cantidades del orden de las partes por billón (ppb) en muchos tejidos. Trás el conocimiento de estos resultados, Pfizer, el principal fabricante de la roxarsona decidió suspender la comercialización de la misma en EEUU. La EPA, que había negociado esa prohibición con la empresa, trató, al difundir la noticia, apaciguar en lo posible los exaltados ánimos de algunos medios, argumentando que para llegar a dietas problemáticas desde el punto de vista cancerígeno, habría que comer 5 kilos de pollo semanales a lo largo de toda la vida de una persona de 70 kilos de peso. Y que aún en ese caso, dicho consumo no debería generar más de un caso adicional de cáncer por cada millón de casos de cáncer asociados al consumo de polllo. Esto es, un criterio diez veces aún más estricto que el que vimos en su día en esta entrada que hice para Naukas.

El acuerdo entre EPA y Pfeizer es una medida razonable, pues había alternativas al producto en cuestión para idénticos fines. Aunque, en mi opinión, basada en un principio de precaución llevado casi a la extrapolación, propio del ambiente quimiofóbico que nos circunda y que contrasta con otra situación en la que también el arsénico tiene que ver. Cual es el que amplias poblaciones a nivel mundial estén sujetas a ingestas diarias de compuestos de arsénico en cosas tan habituales y necesarias como el agua o, en el caso de países asiáticos, el arroz.

El arsénico es un elemento ubicuo en la naturaleza. Aunque no concentrado en grandes cantidades, su omnipresencia hace que se sitúe en el lugar vigésimo de la lista de elementos más abundantes en la corteza terrestre. Por ejemplo, la US Geological Survey llevó a cabo un extenso trabajo de recogida de 14.000 muestras de suelo de 4.800 sitios distintos en 48 de los estados americanos. En cada una de esas muestras analizó el contenido en 45 elementos químicos, incluído el arsénico. Pues bien, en lo que a él se refiere, los resultados fueron francamente dispares y oscilaban entre los 0.6 mg/kg de muchos lugares del Estado de Florida hasta los más de 1000 mg/kg medidos en ciertos sitios del Estado de Nevada. La media de muchos Estados estaba en torno a los 10 mg/kg.

Una gran parte de este arsénico es de fuente natural, al provenir de rocas basales o depósitos de glaciares no consolidados con altos contenidos de arsénico. La minería en torno al hierro y la quema de carbón son fuentes de arsénico derivadas de las actividades humanas. Otras fuentes pueden provenir del extensivo uso que en su día se hizo de arsenitos y arseniatos como insecticidas, aunque fueron prohibidos en los 40. Ello hace que, a partir de esos depósitos, el arsénico esté presente en muchos cultivos y que se detecte en muchas fuentes naturales de agua destinada al consumo humano. Consecuentemente, las Administraciones más cuidadosas controlan adecuadamente su concentración. Y así, la FDA americana estableció en su día el límite de arsénico en agua potable en 10 ppb. Pero el mismo control no es tan exhaustivo en países menos favorecidos.

Existe constancia suficientemente contrastada de altas concentraciones de arsénico inorgánico en el agua potable de muchos lugares de India y Bangladesh, lugares en los que el problema se complica aún más con el hecho de que acuíferos contaminados se emplean en el cultivo de arroz, alimento fundamental en estas regiones. En un reciente estudio en localidades del Oeste de Bengala en Indía [Scientific Reports. DOI: 10.1038/sre02195], se ha estimado que el arsénico proveniente del agua potable sólo contribuye en un 20% a la ingesta total de arsénico de la población, siendo casi el 80% restante debido a la ingestión de arroz. Y, en esa misma población, se han podido constatar los inconfundibles efectos que una elevada dieta de arsénico tiene en su salud y que, de alguna manera, recuerdan a los del consumo habitual de tabaco. El mismo estudio constata que un importante porcentaje de los tres mil millones de personas que tienen en el arroz uno de sus alimentos fundamentales (e incluyen a España entre los países) podrían estar sujetos al consumo de arroz con más de 200 ppb de arsénico, una concentración que los autores del artículo consideran por encima del límite seguro.

La cuestión está preocupando progresivamente a algunas agencias gubernamentales. En abril hubo en Nueva Orleans un Congreso específicamente diseñado para discutir sobre nuevas alternativas instrumentales en la detección de arsénico y sobre la unificación de protocolos para esa detección. Un número reciente del Chemical Engineering News de la American Chemical Society (ACS) hablaba de "Crisis global de arsénico." y en una comunicación de la Organización Mundial de la Salud, y a propósito del arsénico, se hablaba de que la situación en Bangladesh es el "mayor envenenamiento de una población de la historia".

Pero yo no tengo la percepción de que eso haya sido resaltado con la misma intensidad con la que se atacó en su día el caso de la roxarsona en los medios occidentales. David Ropeik, un conocido consultor, profesor durante años en la Harvard School of Public Health y reconocido especialista en la percepción social del riesgo dirigió, con ocasión del Año Internacional de la Química en 2011, una carta a la comunidad de los químicos americanos en la que, entre otras muchas cosas, les hacía llegar una serie de conclusiones que las neurociencias habían ido obteniendo sobre el comportamiento humano en lo relativo a la citada percepción del riesgo y su manejo, en un intento de explicar la actual deriva quimiofóbica. 


Resumiendo un poco sus ideas, los ciudadanos tenemos más miedo de los riesgos generados por la actividad humana que de los derivados de procesos naturales. Nos dan más miedo aquellos riesgos que no podemos medir o detectar. Los que generan consecuencias penosas e irreversibles (como el cáncer). Nos inquieta más aquello que se nos impone sobre lo que elegimos libremente, aún a sabiendas de que nos pueda hacer daño (como el tabaco). Y, finalmente, nos fiamos poco de los riesgos derivados de las actividades de aquellas industrias que, por algún motivo, nos han hecho desconfiar de ellas. En el caso del arsénico, me da que el modelo del de Harvard falla un poco, porque de todo hay en lo que hemos analizado. Mi percepción es que lo de la roxarsona es un problema de poblaciones ricas y lo de los arrozales está a otro nivel. Pero pueden ser sólo cosas mías.

Nota: Este post participa en el XXIX Carnaval de Química, alojado en el blog Más Ciencia, por favor, que coordina mi colega y amigo Héctor Busto de la Universidad de la Rioja.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias por esta nueva entrada, tan ilustrativa e interesante como siempre. En mi opinión creo que has dado en el clavo precisamente en la última frase, no creo que sean cosas tuyas.
Un abrazo

Antonio G dijo...

Hay psicólogos evolutivos que afirman que los humanos tienden a temer más a los miembros de su propia especie y las acciones de éstos que a otras especies o a la Naturaleza en general. Nada raro, por otra parte, si se tiene en cuenta que la especie humana practica tanto el genocidio como el homicidio individual y que el miedo ayuda a sobrevivir. Los riesgos naturales pueden tardar en ser descubiertos, analizados y evaluados, pero no tememos a ser engañados. Esta posibilidad, en cambio, siempre se nos pasa por la cabeza en nuestras relaciones de pareja, con los hijos, cuando llegamos a acuerdos o firmamos contratos y cuando compramos fármacos o alimentos. La quimifobia sólo sería un caso particular de nuestra natural desconfianza hacia nuestros congéneres. Una vez conocido que en la preparación y manipulación de alimentos y fármacos se han dado errores y fraudes de consecuencias graves, nuestro recelo aumenta en proporción inversa a nuestro control y conocimiento sobre los mismos. Y en la Sociedad Industrial, el control personal es nulo y los conocimientos de la mayor parte de los individuos son totalmente insuficientes. De ahí la buena predisposición a lo natural y todo lo que sea "quimica-free". Somos humanos, es decir, un poco racionales.

Elena dijo...

Hola,
A mí un quimiofóbico me dijo todo convencido que las sandías tenían arsénico, dándolo como algo asumido y del dominio público. Aunque no había oído nunca nada sobre ello, san google descubrió un montón de entradas sobre ello... pero de este estilo: http://www.veoverde.com/2012/04/frutoterapista-chileno-advierte-de-la-fatal-mezcla-de-frutas-acidas-en-la-dieta/

¿adquiere 0.5% de arsénico al dejarla abierta!!!

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