jueves, 28 de agosto de 2025

Tomates hidropónicos y vinos biodinámicos sin etiqueta

A finales del siglo XIX la agricultura europea dependía de fertilizantes nitrogenados, como el nitrato sódico (o nitrato de Chile) que se extraían de minas en ese país. O del guano, que no es más que la acumulación de excrementos de aves como los pelícanos peruanos. Y era obvio que se estaban agotando unos y otros. Así que W. Croockes, presidente de la británica Asociación para el Progreso de la Ciencia, pronosticó en 1898 que si no se buscaban alternativas, los británicos y otras naciones se veían abocados a hambrunas. Y señalaba a la Química como la única que podía transformar las grandes cantidades de nitrógeno existente en la atmósfera, una molécula estable a quien no gusta reaccionar con casi nada, en otras moléculas más accesibles que pudieran servir como fuentes de nitrógeno alternativas.

A principios del siglo XX, Fritz Haber y Carl Bosch consiguieron fijar el nitrógeno del aire en forma de amoniaco, haciéndolo reaccionar con hidrógeno para, posteriormente, producir sustancias que como el nitrato amónico o la urea (la misma que se encuentra en los malolientes purines con los que se abonan cultivos y prados). Hoy está bien documentado que casi la mitad de la población mundial (4.000 millones de habitantes) son alimentados de productos derivados de la reacción de Haber-Bosch y los fertilizantes a los que ella da lugar. Ello, junto con el uso de plaguicidas, ha dado lugar a un crecimiento espectacular de la agricultura intensiva aunque, como la avaricia rompe el saco, un uso a veces desmesurado de unos y otros ha ocasionado problemas como la eutrofización (exceso de nutrientes en ríos, lagos y acuíferos subterráneos) o los derivados del uso del DDT y otros plaguicidas.

Como reacción a esos problemas fue surgiendo la llamada agricultura ecológica tanto en USA como en Europa. En esta última, desde el Reglamento de 2007, posteriormente modificado en 2018, esa forma de agricultura tiene carta de naturaleza. Lo cual no quita para que algunos de sus artículos sean más que discutibles, por su falta de rigor científico. Y así, en el Anexo I del Reglamento 2018/818, parte I, artículo 1.2 se dice literalmente “Queda prohibida la producción hidropónica, que es un método de cultivo de plantas que no crecen de forma natural en el agua, con las raíces introducidas únicamente en una solución de nutrientes o en un medio inerte al que se añade una solución de nutrientes”. Aclarando un poco mas, la hidroponía es una suerte de agricultura minimalista en la que no se necesita más que agua, luz, ciertos aniones (nitratos, sulfatos, fosfatos) y cationes (calcio, magnesio, potasio y algunos oligoelementos como el boro) en concentraciones adecuadas, para que plantas ornamentales y hortalizas crezcan con profusión y sin mayores problemas.

Esos nutrientes se hacen llegar a las raíces de las plantas disueltos en agua, sin que necesitemos el soporte de la tierra. En su lugar se suelen usar perlita (una roca volcánica), lana de roca, arcilla expandida o fibra de coco, estructuras porosas e inertes que se colocan en recipientes de plástico. Aunque el origen de estas prácticas puede datarse en el siglo XIX, ha sido necesario que haya transcurrido bastante tiempo para que dispongamos de medios analíticos en tiempo real, instalaciones inteligentes (en la que los plásticos juegan un papel fundamental) y, sobre todo, el suficiente conocimiento como para que la hidroponía haya sido aceptada en muchos lugares, incluidos caseríos guipuzcoanos que conozco y que están proporcionando los deliciosos tomates de los que disfruto en esta época.

La prohibición europea de la hidroponía en la agricultura ecológica deja clara la necesidad de la tierra como soporte para el crecimiento. La propia Reglamentación establece que las plantas deben nutrirse principalmente a través del ecosistema del suelo (soil-bound production). Se argumenta que cultivar en suelo promueve la biodiversidad microbiana, el reciclaje natural de nutrientes y el equilibrio ecológico. El propio Consejo de Ministros de Agricultura de la UE, en 2017, reafirmó que los cultivos ecológicos deben estar "estrechamente vinculados al suelo". Y también la Comisión Europea que, en documentos técnicos y declaraciones, ha sostenido que los sistemas hidropónicos son demasiado "tecnificados y artificiales" para considerarse compatibles con los principios ecológicos. Es una clara manifestación de un cierto atavismo cósmico, que parece ligar todo lo que tiene que ver con la vida y su sustento a los aristotélicos elementos: tierra, aire, agua y fuego. Y, lo que es peor, usando argumentos que provienen principalmente de una interpretación normativa y filosófica del concepto de lo “ecológico” (desarrollada a lo largo de varias décadas), más que de una evaluación técnica o científica específica.

La agricultura ecológica en Europa tiene sus fundamentos en principios ligados a la agricultura biodinámica (anterior a la ecológica) o a la permacultura. En ambas, el concepto suelo vivo es central y su salud se considera inseparable de la salud de la planta, el alimento y el ecosistema. Esta visión se popularizó en parte por pensadores como Rudolf Steiner, fundador del llamado movimiento antroposófico que está detrás de la citada agricultura biodinámica, de una medicina alternativa conocida como medicina biodinámica y de otras muchas cosas que van desde métodos de enseñanza para niños (escuelas Waldorf) a la creación de bancos (Triodos Bank). Sus conceptos de agricultura biodinámica, impartidos en una serie de charlas a agricultores alemanes en 1925 y desarrollados más tarde por movimientos ambientalistas europeos, siguen estando presentes en la Reglamentación de la que hablo. Organizaciones tan influyentes como Ifoam Organics Europe, que representan a los productores ecológicos europeos, han influido en las sucesivas redacciones y modificaciones de Reglamento de producción ecológica actualmente vigente. Este y otros lobbies ven a la hidroponía como una amenaza al modelo de negocio ecológico europeo, basado en prácticas agronómicas más extensivas y tradicionales. Curiosamente, en EEUU, la hidroponía se certifica como ecológica.

Pero, desde un punto de vista científico, es bastante evidente que la hidroponía ahorra importantes cantidades de agua frente a la agricultura convencional. Permite cultivar donde no hay suelos cultivables (que cada vez son menos, merced a la desertización). Permite el cultivo prácticamente sin plaguicidas o herbicidas, al eliminar la fuente más habitual de esos problemas: el propio suelo. Por otro lado, la hidroponía evita que las aguas de riego, con todo lo que se llevan por delante, acaben en las aguas subterráneas. Pero, sobre todo, permite un control ajustado de la forma en la que alimentamos a la planta, algo difícil de conseguir mediante un abonado con estiércol o purines que, dependiendo del origen de los mismos, varía mucho en sus contenidos en los aniones y cationes que necesita la planta. Por no hablar de aspectos microbiológicos.

Al hilo de estas cuestiones, en ese mismo Anexo I del Reglamento 2018/818, parte I, artículo 1.9.9 , y en solo cuatro palabras, se establece que en la agricultura ecológicaPodrán utilizarse preparados biodinámicos”. Si no queréis buscar el significado del término en las conferencias de Steiner lo podéis hacer en esta entrada del Blog pero, para ahorraros incluso ese trabajo, os diré que uno de esos preparados es el famoso preparado 500, que se obtiene partiendo de un cuerno de vaca que se llena con estiércol y se entierra durante el otoño a unos 40 cm de la superficie. El estiércol se descompone durante el invierno y se desentierra al inicio de la primavera. Una vez extraído el contenido del cuerno se diluye en agua y se rocía por toda la superficie del terreno. Y de este pelo son el resto de preparados. En conjunto, las prácticas de agricultura biodinámicas contienen un compendio de superstición y creencias, sin evidencia científica demostrada. La Union Europea no certifica productos como biodinámicos (si lo hace como ecológicos). Es una fundación privada, nacida también en el entorno de las ideas de Steiner y que se llama Demeter, la que controla esa denominación y permite, por ejemplo, que en la etiqueta de los vinos biodinámicos aparezca un logo como el que veis abajo.

Pues bien, este verano he estado muy ocupado leyendo ideas un tanto peregrinas sobre el vino, que pronto os contaré. Y he descubierto que muchas bodegas pequeñas que se están abriendo hueco en el mercado hablan, tanto en su marketing como en las notas de cata de sus productos, de que elaboran sus vinos “desde un enfoque biodinámico” o “siguiendo prácticas biodinámicas”. Pero, al mismo tiempo, he comprobado que, en sus etiquetas, no llevan el emblema de Demeter. Las razones son bastante evidentes (al menos para mí). Demeter somete a las bodegas a auditorías para conseguir el sello y ese proceso es caro. Por otro lado, la palabra biodinámico vende por sí sola, no necesitan el sello oficial para evocar en el incauto consumidor cosas como naturaleza, cosmos y respeto a la tierra. Y además, decir que se aplican “prácticas biodinámicas” les permite adoptar solo lo que les interesa (compost, preparados vegetales, limitar tratamientos) sin tener que cumplir todo el ritual (cuernos de vaca, calendarios lunares, etc.), rechazando así el aspecto esotérico para no quedar asociados con Steiner. Pero claro, son los preparados descritos en el Anexo I del Reglamento 2018/818, parte I, artículo 1.9.9 los que confieren su carta de naturaleza a los productos biodinámicos. Eliminarlos es tanto como eliminar el artículo y dejar la agricultura biodinámica en meramente ecológica.

Algunos amigos que saben más que yo de esto, me cuentan que la agricultura ecológica se está reinventando en la llamada agricultura regenerativa (véase esta entrada del Blog de Unai Ugalde) con un enfoque más dinámico y holístico (cada vez que oigo o leo este término me echo a temblar, dado el uso que de él se suele hacer en las medicinas alternativas), frente a los desafíos actuales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación del suelo. Por ahora está en sus inicios, sin una normativa al respecto y sin una idea clara de su posible implantación al nivel de la que, en algunos países y ámbitos, ha alcanzado la ecológica. Solo espero que si la agricultura regenerativa toma carta de naturaleza en las legislaciones occidentales, no contenga aspectos tan dudosos como los descritos más arriba en la legislación de agricultura ecológica. Si no es así, mis pobladas cejas se volverán a arquear.

Del ballet Estancia de Alberto Ginastera, Idilio crepuscular, con la BBC Philharmonic y Juanjo Mena a la batuta. Con él, cuando era un jovencísimo director y en su Vitoria-Gasteiz, descubrí ese ballet de Ginastera. Vaya aquí mi pequeño homenaje ahora que lo está pasando mal. Algún otro día os pondré cosas más moviditas del mismo ballet.

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lunes, 11 de agosto de 2025

La Coca-Cola de Trump y la miel de mi suegra

Cuando Trump accedió al poder, y como ha venido siendo tradición con los últimos presidentes, el CEO de Coca-Cola, James Quincey, le hizo entrega de una versión de la Diet Coke (la que el presidente bebe) especialmente diseñada para la ocasión. Meses más tarde, el 16 de julio y en su cuenta de X, Trump decía que "He estado hablando con @CocaCola sobre usar azúcar de caña REAL en la Coca-Cola en Estados Unidos, y han aceptado hacerlo. Quiero agradecerlo a todos los responsables en Coca-Cola. Este será un muy buen movimiento por su parte — Ya lo verán. ¡Simplemente es mejor!". Y solo hace un par de semanas, el propio Quincey anunciaba en el canal de televisión Fox que, para otoño, estaría en el mercado americano una nueva versión de su brebaje basada en el azúcar de caña. No quiso revelar la fecha exacta ni el nombre que aparecerá en la etiqueta, pero la suerte está echada. Esta decisión del gigante alimentario americano implica compartir catálogo con la formulación que se vende ahora en los EEUU, basada en el llamado jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS en su acrónimo en inglés), que se ha estado usando allí desde hace muchos años. Producto al que RFK Jr. y sus acólitos del MAHA (Make America Helthier Again) achacan todo tipo de problemas de salud, incidiendo en que es un producto “fabricado por la industria”. Otra chorrada más del Secretario de Estado de Salud americano que, si me seguís leyendo, veréis que es fácil de desmontar.

Los distintos jarabes de maíz de alta fructosa (HFCS) existentes en el mercado se fabrican a partir de maíz que se muele para extraer su almidón, el cual se somete después a la acción de diferentes enzimas para generar el azúcar llamado glucosa que, posteriormente, se transforma (isomeriza) en otro azúcar, la fructosa, con ayuda de más enzimas. Dependiendo del grado que alcance esa transformación de un azúcar en otro se obtienen diferentes HFCS. En concreto, el jarabe de maíz que se emplea en la Coca-Cola es conocido técnicamente como HFCS-55, porque contiene un 55% de fructosa, un 42% de glucosa y algo de agua y otros componentes. Como veis, productos industriales pero en los que la herramienta utilizada no son los denostados “químicos” sino las enzimas.

Por el contrario, y como su nombre indica, el azúcar de caña es un producto derivado de las cañas de azúcar que, tras su cosecha, se trituran o prensan con rodillos para extraer el jugo crudo, compuesto por agua, otro azúcar (la sacarosa) en un porcentaje del 20% y pequeñas cantidades de minerales, impurezas orgánicas, proteínas y ceras. Para eliminar estas últimas, el jugo se calienta y se le añade cal viva (CaO) o floculantes que las precipitan. El líquido se filtra, se concentra por evaporación a vacío, obteniéndose un jarabe espeso (ya con un 60–70% sacarosa). A partir de ahí, se produce la precipitación de los cristales del azúcar (sacarosa) que se separan del líquido restante (melaza) en una centrífuga. Posteriormente, los cristales se lavan y secan. Si se busca azúcar blanco refinado, los cristales se disuelven, se filtran con carbón activado, se vuelven a cristalizar y se secan. Si no, se comercializa como azúcar moreno o crudo (con algo de melaza residual). Al final ya sea el azúcar blanco o el moreno tienen cantidades de sacarosa superiores al 99%. Aunque se nos suele vender que el azúcar de caña es más “natural” y menos procesado, ya veis que de eso (casi) nada.

Y es esa sacarosa (derivada de la caña de azúcar) la que se va a emplear en las nuevas formulaciones en los EEUU. Que no tienen nada de nuevo, porque es la que se usó en un principio y la que se sigue usando en muchos países en la llamada Coca-Cola CON AZÚCAR, aunque en algunos sitios ese azúcar o sacarosa se saca de la caña de azúcar (por ejemplo, en Méjico) y en otros (como aquí) se utiliza también sacarosa proveniente de la remolacha, una fuente alternativa. Pero, al final, sacarosa pura y dura en ambos casos.



En la figura (arriba) se ven las fórmulas químicas de la glucosa y la fructosa presentes como moléculas libres en el HFCS. Por el contrario, en la parte de abajo se muestra la molécula de la sacarosa constituida por una unidad de fructosa y una de glucosa, las mismas moléculas que están en los HFCS, aunque unidas químicamente por el llamado enlace glucosídico. Por tanto, la composición de la sacarosa contiene prácticamente un 50% de fructosa y otro 50% de glucosa aunque bien atadas. Esa diferencia implica que, cuando ingerimos jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS), las moléculas de ambos azúcares (fructosa y glucosa) entran directamente en nuestro organismo, mientras que al ingerir azúcar de caña o azúcar blanco, las formas libres de glucosa y fructosa solo se generan durante su digestión en nuestro tracto digestivo. Ello hace que la absorción de ambos azúcares por el organismo sea más rápida en el caso del HFCS que en el azúcar de caña, lo que, en el caso de la glucosa, puede provocar un aumento más brusco de ella en sangre (pico glucémico).

Ese es uno de los argumentos para denostar al HFCS y atribuirle muchos de los problemas de las poblaciones de países occidentales en los últimos años, como la obesidad, el síndrome metabólico, el hígado graso (en este caso debido al exceso de fructosa), diabetes de tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Pero esos mismos efectos aparecen con la sacarosa del azúcar de caña si se consumen en cantidades similares a las del HFCS, porque, aparte de la glucosa y la fructosa, el resto de sustancias que no son esos dos azúcares pintan poco en el problema.

En cualquier caso, e incidentalmente, no sé por qué Trump está tan entusiasmado con la opción del azúcar de caña, cuando la Diet Coke que él consume, en cantidades importantes como está bien documentado en los periódicos, no lleva azúcar de ningún tipo, sino un edulcorante conocido como aspartamo y del que hemos hablado varias veces en este Blog (la entrada más visitada ha sido esta). Algo que, probablemente, haga por prescripción facultativa, dada la pinta “saludable” y la edad que tiene el Presidente.

Para documentar aún más lo inconsecuente del cambio del que estamos hablando, vayamos al caso de la miel, alimento “natural” donde los haya, producido por abejas libres, libando en flores silvestres y demás adornos bucólicos con los que se la promociona. Mi suegra, fallecida en marzo de 2023 con 98 años tuvo una salud envidiable hasta pocos meses antes de su muerte. Ella contaba a todo el mundo que había llegado a esa edad porque siempre había comido bien, porque acompañaba esas comidas con buen vino riojano (generalmente del año o lo que los finos llaman ahora de maceración carbónica) y porque el café con leche del desayuno lo endulzaba con una buena dosis de miel. Lo del vino lo dejó (no totalmente) un par de años antes de morir, pero el consumo de miel se mantuvo, como podemos acreditar la Búha y un servidor que éramos los que comprábamos el producto. Más de una discusión tuvimos suegra y yerno sobre las diferencias entre echar miel o azúcar blanco a su desayuno. Que no sirvió para nada.

Una miel promedio tiene un 18% de agua y el resto está constituida por azúcares. Los más abundantes vuelven a ser (¡qué casualidad!) la fructosa (38%) y la glucosa (31%) en una proporción relativa de 38/31 = 1.22, muy parecida a la existente en el jarabe de maíz HFCS-55 (55/42 = 1.31) pero la miel es más rica en glucosa. Y, en ambos productos (miel y HFCS), la fructosa y la glucosa están en su forma libre. Y eso es así porque, en el caso de la miel, son las propias abejas, durante la elaboración de la misma, cuando mediante enzimas contenidas en su saliva, consiguen separarlas desde la misma sacarosa que liban en las flores. La miel contiene también un 7% de otro azúcar, la maltosa, además de otros azúcares (como la propia sacarosa sin romper), proteínas, vitaminas, aminoácidos, compuestos fenólicos, etc, que dependen mucho de parámetros ligados a la producción de la miel (tipo de flores, terreno,…) y que hacen que haya tantas variedades de miel en el mercado. Pero, en lo fundamental, la miel contiene, sobre todo, fructosa y glucosa en parecidas proporciones e igual de libres que en el jarabe de maíz puesto en cuestión. Lo cual implica que a la miel se le pueden atribuir efectos nocivos parecidos a los del HFCS-55. Aunque mi suegra nunca me creyó.

Así que sigamos las recomendaciones de los endocrinos y no abusemos del consumo de productos dulces o endulzados. Como la propia miel, la bollería y pastelería (ya industriales o artesanas) o la Coca-Cola con azúcar, ya provenga en este caso del jarabe de maíz o del azúcar de caña. Recordad a Paracelso y su proclama de que “el veneno está en la dosis”. El resto son tonterías de marketing o Quimiofobia pura y dura como la de RFK Jr y las MAHA moms.

Agosto en mi pueblo significa Quincena Musical Donostiarra. Y este pasado día 3 he estado oyendo a la Orquesta de la Comunidad Valenciana Les Arts interpretando la Quinta Sinfonía de Dmitri Shostakovich. De esa obra os cuelgo un enlace a un extracto de su 4º movimiento, pero con la Filarmónica de Berlín y Gustavo Dudamel como director. No llega a tres minutos.

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