Polímeros y superficies de las bolas de golf
Tanto si se trata de golfistas profesionales como de golfistas aficionados como un servidor, los últimos golpes dentro de esa delimitada superficie (o green) donde se coloca la bandera que marca el fin de cada hoyo, son determinantes. En el caso de los profesionales para ganar torneos y dinero y, en el caso de los aficionados, para salir con la moral más alta de cara al siguiente día que juguemos o ganarle a un compañero de partida una cerveza. Esta semana, diversos medios se han hecho eco de una noticia que, en teoría, viene a mejorar los resultados en esa superficie en torno al hoyo. Y de eso va esta entrada, una nueva versión de otra que ya tiene diecinueve años y que dediqué, sobre todo, a la historia de los materiales que constituyeron y constituyen las bolas de golf. La versión 2025 de esa vieja entrada se centra en los materiales que han formado y forman parte de la superficie externa de las bolas y que, como los que constituyen hoy el interior, son polímeros.
La historia de la relación entre bolas de golf y materiales poliméricos arranca a mediados del siglo XIX, cuando irrumpen en Occidente los cauchos naturales que, como seguro sabréis, son también polímeros o cadenas constituidas por la repetición de una unidad o monómero. Antes de ello, las bolas prehistóricas fueron de cuero, rellenas de plumas, como las que los romanos usaban en un juego llamado paganica. Muchos siglos después, los primeros jugadores escoceses golpeaban bolas de madera maciza, aunque en algún momento del siglo XVII recogieron el testigo de las primitivas bolas de plumas solo que ahora sometían a las mismas a un proceso en agua hirviendo antes de usarlas como relleno (las llamadas featherie). Pero, como decía arriba, hacia 1850, con la popularización de los cauchos naturales en diferentes ámbitos, entra en escena la bola denominada gutty. Un diminutivo de un árbol de origen tropical llamado gutapercha al que, cuando se hacen incisiones en su tallo, el árbol trata de curar esa herida exudando un látex que, convenientemente manejado, genera una goma elástica que se puede enrollar hasta formar una bola maciza. Esas bolas (las gutties) marcaron un antes y un después en la historia del golf, no sólo por las mayores distancias alcanzadas sino porque eran prácticamente indestructible.
A finales del siglo XIX (1899) Coburn Haskell y Bertram Work, un empleado de la empresa de caucho Goodrich de Ohio, patentaron la bola Haskell, el precedente más próximo de las actuales bolas de golf. Fabricadas en torno a un núcleo sólido (generalmente de madera o de caucho vulcanizado y duro), ese núcleo se envolvía con hilos de otro caucho natural derivado, en este caso, del árbol denominado Hevea Brasiliensis. Para darle el aspecto final se recubría el conjunto con una capa final de la ya mencionada gutapercha o de otro caucho similar, derivado de un tercer árbol tropical llamado balata. Durante mucho tiempo, incluso cuando yo empecé a jugar en los 90, balata era sinónimo de bolas de calidad, casi legendarias.
Desde tiempos de las gutties era obvio que cuando la superficie se deterioraba y no era lisa del todo, la bola volaba mejor, con lo que los introductores de la bola Haskell ya la dotaron de surcos o deformaciones superficiales de forma deliberada, precedentes de los actuales hoyuelos o dimples que contribuyen a la aerodinámica de la bola, reduciendo la resistencia al aire cuando vuelan, al crear una capa de aire turbulento alrededor de la bola que reduce la resistencia al mismo. Por otro lado, ayuda a generar una mayor sustentación en el aire, debido al denominado efecto Magnus cuando la bola gira. Eso hace que una bola bien golpeada pueda volar más alto y más lejos. Cosas de la Física.
A finales de los años 50, la DuPont desarrolló un tipo de copolímero a base de etileno y ácido acrílico. Neutralizando el ácido con hidróxido sódico se obtuvo un material bautizado como ionómero que, vendido bajo el nombre comercial de Surlyn, sigue todavía en el mercado para múltiples aplicaciones. Entre esas aplicaciones, el Surlyn ha encontrado un nicho de negocio como material de esa superficie externa de las bolas de golf. Cuando las vigentes cubiertas de balata se cambiaron por otras de Surlyn los resultados fueron espectaculares, no solo en las distancias alcanzadas sino en el control de los golpes a cortas distancias, porque permitían el control del retroceso de las bolas (spin), una vez tocado el green. En los ochenta y noventa, estuve suscrito a una sección del denominado Chemical Abstracts Service que, cada quince días, me hacía llegar una especie de revista en la que se listaban los títulos, autores y resúmenes de todos los artículos científicos y patentes recientemente publicados sobre materiales poliméricos. En cada ejemplar, era normal encontrar unas cuantas patentes sobre nuevas superficies para bolas de golf, casi todas a base de ese copolímero de etileno y ácido acrílico, pero cambiando ligeramente la composición del copolímero o neutralizando el ácido acrílico con cationes diferentes al sodio habitual del Surlyn primitivo, como los de magnesio o zinc.
Desde los inicios del siglo XXI, se empezaron a popularizar, sobre todo en las bolas más caras, las superficies a base de poliuretano termoplástico. Aunque se introdujeron en los años 80, tuvieron que vencer ciertos obstáculos antes de poder rivalizar con las de cubiertas a base de Surlyn, como su mayor fragilidad y su dificultad para el moldeo. Resueltos esos problemas, hoy todas las grandes marcas tiene su gama alta a base de superficies de poliuretano. Las ventajas que se suelen aducir sobre las de Surlyn es que generan más efecto retroceso (spin) en las distancias cortas, mejoran la sensación en el impacto y, en línea de lo que sigue a continuación, ofrecen mayor control en el green.
La noticia a la que hago referencia al principio y que ha motivado esta entrada, tiene que ver con un trabajo que se ha presentado en la reciente reunión de primavera de la American Chemical Society (ACS) celebrada en San Diego entre el 23 y el 27 de marzo. En esa comunicación, un científico y empresario ha dado a conocer un recubrimiento aplicable a la superficie de las bolas de golf que, según él, puede resultar relevante para los golfistas de todos los niveles. Un problema a la hora de ajustar el golpe que pueda acabar con la bola en el interior del hoyo es que, a veces, la hierba de la superficie del green está húmeda por el rocío de la mañana o una lluvia reciente (algo bastante habitual en mi campo donostiarra) mientras que, en otros, la hierba de la superficie está seca por calor o porque no ha llovido o no se ha regado convenientemente. En estos últimos, a igualdad de fuerza proporcionada con el palo a la bola, ésta corre más que en los greenes de superficie húmeda, haciendo complicada y muy variable la estrategia que el jugador tiene que usar en esos golpes finales.
El autor de la comunicación al Congreso de la ACS viene a decir que, en virtud de un especial recubrimiento aplicado a la superficie de la bola, ésta puede correr más de lo habitual en las superficies mojadas y menos en las secas, homogeneizando así la reacción ante una determinada fuerza aplicada. Evidentemente, la composición de ese recubrimiento es secreto de sumario pero el mismo autor ha avanzado que es una mezcla de sílice amorfa, arcilla y ciertos polímeros hidrofílicos que interactúan con la mayor o menor cantidad de agua en el green de una manera especial, aunque no afectan a las condiciones de vuelo cuando se ejecutan golpes de larga y media distancia en el resto del recorrido de un determinado hoyo. Todo ello lo ha venido a demostrar con ayuda del dispositivo que se muestra aquí, muy conocido entre los profesionales que cuidan los campos de golf y que se llama Stimpmeter. El autor dice que ya ha patentado el recubrimiento y que espera que las grandes instituciones que establecen las reglas del golf, la USGA americana y la R&A inglesa no se opongan a que se puedan usar en torneos, lo que permitiría su comercialización.
Ya veremos. Yo soy muy escéptico con los resultados que se presentan en Congresos por muy prestigiosos que sean. Posteriormente, en bastantes casos, esos resultados no aparecen en revistas más cuidadosas con la revisión por pares que los comités de los Congresos. En cualquier caso, no creo que a este vuestro Búho le sirva de mucho el invento. Premonitoriamente, en la entrada de 2006 arriba mencionada, a propósito de lo que disfrutaba entonces con este juego, ya preveía que cuando tuviera más tiempo para jugar, probablemente mi físico no me acompañara, como me está pasando. Así que si estáis pensando en jugar al golf cuando os jubiléis, mejor os lo pensáis dos veces y empezáis antes.
He escrito esta entrada a ratos libres durante los días de Semana Santa. Y había pensado en poner como música final un extracto de otro Réquiem, a los que soy aficionado, aunque no le haga mucha gracia a mi amigo Juanito E. Cuando el lunes de Pascua ya tenía configurada la entrada, va y se muere el Papa Francisco. Así que razón de más. Del Réquiem de Mozart, un extracto de Lacrimosa, grabado en la catedral de Salzburgo el 16 de julio de 1999 por la Filarmónica de Berlín dirigida por Claudio Abbado, en homenaje a Herbert von Karajan, muerto diez años antes.
La historia de la relación entre bolas de golf y materiales poliméricos arranca a mediados del siglo XIX, cuando irrumpen en Occidente los cauchos naturales que, como seguro sabréis, son también polímeros o cadenas constituidas por la repetición de una unidad o monómero. Antes de ello, las bolas prehistóricas fueron de cuero, rellenas de plumas, como las que los romanos usaban en un juego llamado paganica. Muchos siglos después, los primeros jugadores escoceses golpeaban bolas de madera maciza, aunque en algún momento del siglo XVII recogieron el testigo de las primitivas bolas de plumas solo que ahora sometían a las mismas a un proceso en agua hirviendo antes de usarlas como relleno (las llamadas featherie). Pero, como decía arriba, hacia 1850, con la popularización de los cauchos naturales en diferentes ámbitos, entra en escena la bola denominada gutty. Un diminutivo de un árbol de origen tropical llamado gutapercha al que, cuando se hacen incisiones en su tallo, el árbol trata de curar esa herida exudando un látex que, convenientemente manejado, genera una goma elástica que se puede enrollar hasta formar una bola maciza. Esas bolas (las gutties) marcaron un antes y un después en la historia del golf, no sólo por las mayores distancias alcanzadas sino porque eran prácticamente indestructible.
A finales del siglo XIX (1899) Coburn Haskell y Bertram Work, un empleado de la empresa de caucho Goodrich de Ohio, patentaron la bola Haskell, el precedente más próximo de las actuales bolas de golf. Fabricadas en torno a un núcleo sólido (generalmente de madera o de caucho vulcanizado y duro), ese núcleo se envolvía con hilos de otro caucho natural derivado, en este caso, del árbol denominado Hevea Brasiliensis. Para darle el aspecto final se recubría el conjunto con una capa final de la ya mencionada gutapercha o de otro caucho similar, derivado de un tercer árbol tropical llamado balata. Durante mucho tiempo, incluso cuando yo empecé a jugar en los 90, balata era sinónimo de bolas de calidad, casi legendarias.
Desde tiempos de las gutties era obvio que cuando la superficie se deterioraba y no era lisa del todo, la bola volaba mejor, con lo que los introductores de la bola Haskell ya la dotaron de surcos o deformaciones superficiales de forma deliberada, precedentes de los actuales hoyuelos o dimples que contribuyen a la aerodinámica de la bola, reduciendo la resistencia al aire cuando vuelan, al crear una capa de aire turbulento alrededor de la bola que reduce la resistencia al mismo. Por otro lado, ayuda a generar una mayor sustentación en el aire, debido al denominado efecto Magnus cuando la bola gira. Eso hace que una bola bien golpeada pueda volar más alto y más lejos. Cosas de la Física.
A finales de los años 50, la DuPont desarrolló un tipo de copolímero a base de etileno y ácido acrílico. Neutralizando el ácido con hidróxido sódico se obtuvo un material bautizado como ionómero que, vendido bajo el nombre comercial de Surlyn, sigue todavía en el mercado para múltiples aplicaciones. Entre esas aplicaciones, el Surlyn ha encontrado un nicho de negocio como material de esa superficie externa de las bolas de golf. Cuando las vigentes cubiertas de balata se cambiaron por otras de Surlyn los resultados fueron espectaculares, no solo en las distancias alcanzadas sino en el control de los golpes a cortas distancias, porque permitían el control del retroceso de las bolas (spin), una vez tocado el green. En los ochenta y noventa, estuve suscrito a una sección del denominado Chemical Abstracts Service que, cada quince días, me hacía llegar una especie de revista en la que se listaban los títulos, autores y resúmenes de todos los artículos científicos y patentes recientemente publicados sobre materiales poliméricos. En cada ejemplar, era normal encontrar unas cuantas patentes sobre nuevas superficies para bolas de golf, casi todas a base de ese copolímero de etileno y ácido acrílico, pero cambiando ligeramente la composición del copolímero o neutralizando el ácido acrílico con cationes diferentes al sodio habitual del Surlyn primitivo, como los de magnesio o zinc.
Desde los inicios del siglo XXI, se empezaron a popularizar, sobre todo en las bolas más caras, las superficies a base de poliuretano termoplástico. Aunque se introdujeron en los años 80, tuvieron que vencer ciertos obstáculos antes de poder rivalizar con las de cubiertas a base de Surlyn, como su mayor fragilidad y su dificultad para el moldeo. Resueltos esos problemas, hoy todas las grandes marcas tiene su gama alta a base de superficies de poliuretano. Las ventajas que se suelen aducir sobre las de Surlyn es que generan más efecto retroceso (spin) en las distancias cortas, mejoran la sensación en el impacto y, en línea de lo que sigue a continuación, ofrecen mayor control en el green.
La noticia a la que hago referencia al principio y que ha motivado esta entrada, tiene que ver con un trabajo que se ha presentado en la reciente reunión de primavera de la American Chemical Society (ACS) celebrada en San Diego entre el 23 y el 27 de marzo. En esa comunicación, un científico y empresario ha dado a conocer un recubrimiento aplicable a la superficie de las bolas de golf que, según él, puede resultar relevante para los golfistas de todos los niveles. Un problema a la hora de ajustar el golpe que pueda acabar con la bola en el interior del hoyo es que, a veces, la hierba de la superficie del green está húmeda por el rocío de la mañana o una lluvia reciente (algo bastante habitual en mi campo donostiarra) mientras que, en otros, la hierba de la superficie está seca por calor o porque no ha llovido o no se ha regado convenientemente. En estos últimos, a igualdad de fuerza proporcionada con el palo a la bola, ésta corre más que en los greenes de superficie húmeda, haciendo complicada y muy variable la estrategia que el jugador tiene que usar en esos golpes finales.
El autor de la comunicación al Congreso de la ACS viene a decir que, en virtud de un especial recubrimiento aplicado a la superficie de la bola, ésta puede correr más de lo habitual en las superficies mojadas y menos en las secas, homogeneizando así la reacción ante una determinada fuerza aplicada. Evidentemente, la composición de ese recubrimiento es secreto de sumario pero el mismo autor ha avanzado que es una mezcla de sílice amorfa, arcilla y ciertos polímeros hidrofílicos que interactúan con la mayor o menor cantidad de agua en el green de una manera especial, aunque no afectan a las condiciones de vuelo cuando se ejecutan golpes de larga y media distancia en el resto del recorrido de un determinado hoyo. Todo ello lo ha venido a demostrar con ayuda del dispositivo que se muestra aquí, muy conocido entre los profesionales que cuidan los campos de golf y que se llama Stimpmeter. El autor dice que ya ha patentado el recubrimiento y que espera que las grandes instituciones que establecen las reglas del golf, la USGA americana y la R&A inglesa no se opongan a que se puedan usar en torneos, lo que permitiría su comercialización.
Ya veremos. Yo soy muy escéptico con los resultados que se presentan en Congresos por muy prestigiosos que sean. Posteriormente, en bastantes casos, esos resultados no aparecen en revistas más cuidadosas con la revisión por pares que los comités de los Congresos. En cualquier caso, no creo que a este vuestro Búho le sirva de mucho el invento. Premonitoriamente, en la entrada de 2006 arriba mencionada, a propósito de lo que disfrutaba entonces con este juego, ya preveía que cuando tuviera más tiempo para jugar, probablemente mi físico no me acompañara, como me está pasando. Así que si estáis pensando en jugar al golf cuando os jubiléis, mejor os lo pensáis dos veces y empezáis antes.
He escrito esta entrada a ratos libres durante los días de Semana Santa. Y había pensado en poner como música final un extracto de otro Réquiem, a los que soy aficionado, aunque no le haga mucha gracia a mi amigo Juanito E. Cuando el lunes de Pascua ya tenía configurada la entrada, va y se muere el Papa Francisco. Así que razón de más. Del Réquiem de Mozart, un extracto de Lacrimosa, grabado en la catedral de Salzburgo el 16 de julio de 1999 por la Filarmónica de Berlín dirigida por Claudio Abbado, en homenaje a Herbert von Karajan, muerto diez años antes.