miércoles, 13 de noviembre de 2024

El Búho y las setas


La Búha y un servidor fuimos activos setalaris (buscadores de setas) desde nuestra más tierna convivencia. En un determinado momento, hace treinta años, decidimos dejarlo. En parte porque empezamos a jugar al golf (de ahí el guiño de la figura que ilustra este entrada) y en parte porque, en esa época, ciertos navarros alegres y combativos empezaron a dañar coches con matrícula SS (algo que denotaba nuestro origen guipuzcoano), aparcados en carreteras secundarios de Arruiz, de Areso o de Jaunsarás, como forma de intimidar a los que allí íbamos a la búsqueda de hongos y setas. En esa época, yo disfrutaba más recolectando setas y estudiándolas que consumiéndolas porque mantenía que las setas, más que un alimento, eran una aventura gastrointestinal. Al menos para mí. Porque, además de agua (80-90%), las setas y hongos contienen quitina, un polisacárido que forma también parte del esqueleto de insectos y otros artrópodos (es la causante del ruido cuando pisamos una cucaracha). Y que mi delicado estómago digiere muy lentamente. Así que para evitarme problemas, entonces y ahora, prefiero cocinarlos bastante. Se van muchos compuestos aromáticos valiosos pero la quitina se rompe en cadenas más cortas y ya tengo así un predigestión hecha. Pero esta entrada va de efectos más perniciosos que una simple mala digestión.

En esos años ochenta y principios de los noventa yo era un auténtico estudioso de las setas y los hongos. Todavía recuerdo la cara de asombro de mi admirado Txema Asúa y otros contertulios cuando su idolatrado Profesor Bernard Delmon, un monstruo de la catálisis heterogénea que profesaba en la francófona universidad belga de Louvain-la-Neuve y también un experto en setas, empezó a hablar conmigo de asuntos micológicos. Pronto nos dimos cuenta de que era un lío hablar de setas y hongos si él empleaba la denominación de los mismos en francés y yo los nombres en castellano o euskera que conocía. Así que optamos por seguir hablando en francés pero usando los nombres en latín de las setas a las que queríamos referirnos.

Esa pericia amateur hizo que también conociera bastante bien las setas y hongos peligrosos, al menos las de mi zona. Porque no deja de ser curioso que, después de siglos de consumo de setas, la gente siga teniendo intoxicaciones graves, y a veces mortales, tras ingerirlas. Y que siga tratando de buscar “trucos” que nos muestren cuales son peligrosas y cuales no. En el País Vasco, tierra de setalaris confesos, casi todos los años se produce alguna intoxicación que, en la mayoría de los casos, es por confundir una seta peligrosa con alguna comestible de aspecto similar. Y esta semana, un articulo recién aceptado en la revista Angewandte Chemie International Edition, me ha recordado algunas setas causantes de esos problemas y que yo conozco.

La Amanita muscaria, tambien conocida como matamoscas (musca es mosca en latín) es también la seta de los enanitos. Como todas las Amanitas, excepto la Amanita del César (Amanita caesarea), que por algo se llama así, la Amanita muscaria es tóxica, provocando trastornos digestivos y de tipo nervioso con síntomas de borrachera o alucinaciones. De hecho ha sido empleada por chamanes y similares para entrar en trance. Curiosamente también, el extracto de esa seta, convenientemente (y extraordinariamente) diluido se usa en homeopatía con el nombre de Agaricus muscarius. Según el principio de similitud de la homeopatía (Similia similibus curantur), que data de 1790 y ahí se mantiene inmutable, una sustancia que provoca síntomas similares a una enfermedad ,debe curarla. Así que no es de extrañar que el Agaricus muscarius que vende Boiron, la multinacional de la homeopatía, se propugne como remedio contra algunos desórdenes espasmódicos, con síntomas como temblores, movimientos involuntarios, tics faciales o dificultades para coordinar los miembros. Y la Ministra de Sanidad negándose a meterles mano. En fin, esto ha sido un desahogo.

Durante muchos años se pensó que la causa de la toxicidad de la Amanita muscaria era una molécula que los químicos denotamos como L-(+)-muscarina o muscarina a secas. Ello probablemente fuera debido a que esa sustancia fue la primera toxina de setas y hongos identificada (hace más de 150 años) y, en estado puro, puede considerarse uno los productos fúngicos más tóxicos. Pero hoy sabemos que otras sustancias como el ácido iboténico o el muscimol están detrás de muchos de los síntomas que provoca el consumo de esta seta. Entre otras cosas porque la concentración de muscarina en la Amanita muscaria es muy baja, del orden del 0,0003%.

Lo que me ha llamado la atención del artículo tiene que ver con la presencia de muscarina en otras setas que yo he tenido siempre por peligrosas e incluso mortales pero que no sabía que era a causa de esa toxina. Ese es el caso de la Clitocybe rivulosa, que se suele confundir con la popular senderuela (Marasmius oreadis) y que, en 1990, provocó una intoxicación a varios vecinos de Elgoibar aunque, afortunadamente, sin consecuencias fatales. También puede haber muscarina en setas del género Inocybe, como la variedad Patouillardi, que se suele confundir con la conocida ziza de primavera (en el Pais Vasco) o seta de San Jorge (en otros sitios de España). Se han dado casos mortales por su ingestión en Europa, aunque no en el Pais Vasco.

Lo que los autores del artículo vienen a demostrar en el mismo es que, en su ámbito natural, esas setas contienen mezclas de muscarina “libre” y de otras sustancias que pueden considerarse como precursores de la muscarina. Concretamente, los autores detectan y cuantifican una sustancia denominada 4-fosfomuscarina que no es intrínsecamente tóxica. Solo cuando la seta es dañada, ya sea cortándola, cocinándola o ingiriéndola, una enzima transforma el precursor (4-fosfomuscarina) en muscarina, incrementando el contenido libre de ésta y aumentando las posibilidades de una reacción adversa del organismo.

El ejemplo de la Clitocybe rivulosa y otras demuestra la complejidad del mundo químico implícito en estas especies y que, en este caso, tiene que ver con los complicados mecanismos por los que las setas y hongos se defienden de sus depredadores. Y que nos dice que, para un depredador como nosotros, es irrelevante si ingerimos sustancias tóxicas puras o precursores de las mismas. Lo que nos debe hacer pensar que identificar correctamente setas comestibles es (todavía hoy) importante para un consumo sin problemas de un menú a base de las mismas.

La música de hoy me conmueve siempre que la oigo y no me importaría que se interpretara en mi funeral. Pero en la voz de Jessye Normann. En un ambiente bastante psicodélico, acorde con los efectos de la Amanita, os enlazo aquí el famoso lamento de Dido: "When I am laid in earth" ("Cuando yazca bajo la tierra"), de la ópera Dido y Eneas de Henry Purcell.

P.D: Curiosamente, cuando ya casi había terminado de escribir este texto, ayer a la tarde, me llegó una alerta de una nueva entrada en el Blog Compound interest de Andy Brunning, en la que se habla de los compuestos químicos que dan el color y su carácter tóxico y alucinógeno a la Amanita muscaria, así como del caso especial de los renos que se ponen ciegos a comérselas sin que aparentemente les pase nada. Igual es que andan colocados todo el día. Os propongo esa entrada como una interesante lectura adicional a este tema.

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viernes, 1 de noviembre de 2024

En la muerte de Bruce Ames (1928-2024)


A finales de los 90, y como consecuencia de lecturas como “The Same and not the Same” (1995) de Roalf Hoffmann, Premio Nobel de Química 1981, empecé a acumular historias diversas en torno a la Química y a hacer algunos pinitos de divulgación. Más tarde, muchas de esas historias cristalizaron en el frenético ritmo con el que inicié este Blog en 2006. Y entre las muchas cosas que me interesaron en esa época, leí bastante sobre Toxicología, de la que no sabía nada. No para convertirme en un aprendiz de toxicólogo sino para tener las suficientes ideas claras como para explicar, a nivel divulgativo, las claves que hacen que una sustancia sea tóxica, que no lo sea o que pueda ser las dos cosas a la vez. Y en esas mis incursiones sobre el tema descubrí el llamado test de Ames.

Bruce N. Ames, al que hace referencia ese test fue un bioquímico, profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, que ha muerto este pasado 5 de octubre, a punto de cumplir 96 años, como consecuencia de las complicaciones de una caída. En 1973, Ames y sus colaboradores Frank D. Lee y William E. Durston, del Departamento de Bioquímica de la Universidad arriba mencionada, introdujeron un método sencillo, rápido y barato, basado en el empleo de bacterias del género Salmonella, para evaluar si un producto químico es mutágeno (o mutagénico), es decir, si puede inducir daños en el ADN de los organismos vivos. Puesto que el cáncer está vinculado a menudo (pero no siempre) con el daño en el ADN, los autores propugnaban que su test también servía como un ensayo rápido para estimar el potencial cancerígeno de un compuesto. En el ámbito de la investigación toxicológica, el test de Ames, por su rapidez y economía, sigue siendo utilizado para la evaluación inicial del potencial carcinogénico de un compuesto.

En la foto que ilustra esta entrada se ve a Ames en 1976, en plena vorágine sobre el uso de su test, tanto en el mundo académico como en el industrial. Ames nunca patentó el test y durante mucho tiempo se prestó a facilitarlo a quien quisiera utilizarlo. En las siguientes líneas, y al hilo del uso del test, trataré de retratar la figura de Ames, usando para ello no solo la documentación que he ido acumulando sobre él durante años, sino lo que él mismo contó en una serie de entrevistas que uno de sus antiguos colaboradores le hizo entre 2019 y 2020 para el Oral History Center de la misma Universidad de California en Berkeley.

Una de las cosas curiosas (al menos para mi) de nuestro bioquímico es que siempre fue un auténtico defensor de la implicación de los estudiantes de licenciatura (undergraduates) en sus líneas de investigación. Ha dicho varias veces que los undergraduates se tomaban “con más entusiasmo” el torrente de ideas que continuamente emanaban de él, algo que ha seguido ocurriendo incluso después de que hubiera cumplido noventa años. Así que cuando, en los primeros años del desarrollo del test, este se convirtió en una especie de juguete del laboratorio, Ames animó a sus undergraduates a buscar, en su vida diaria, todo tipo de muestras en las que pensaran que pudiera haber mutágenos. Aunque la mayoría de las que trajeron y se evaluaron dieron negativo, un estudiante trajo un día un tinte de pelo de su novia y el test dio positivo. Ames mandó a una de sus colaboradoras, con cien dólares de la época, a comprar cuantos tintes de pelo pudiera encontrar en el mercado y ¡bingo!, todos ellos daban positivo en el test. Hoy sabemos que, en todos ellos, se usaban aminas aromáticas. Ames avisó a los fabricantes, que buscaron soluciones alternativas sin mutágenos. En esa misma época se confirmó mediante el test el carácter mutagénico del humo del tabaco, lo que constituyó la primera evidencia clara de ese carácter.

Ames no tenía especial simpatía por las agencias reguladoras americanas, con independencia de a qué se dedicaran. Ante la alarma popular que suscitaba la muerte, relativamente habitual, de niños en sus cunitas, como consecuencia de incendios provocados por los cigarrillos de sus padres, una de esa agencias propuso el uso de un retardante a la llama, el tris-BP [Tris(2,3-dibromopropil) fosfato] en los pijamas infantiles, como forma de solucionar los problemas. Ames usó el test para demostrar que el tris-BP era mutagénico y para convencer a la agencia en cuestión de que, en la orina de niños que usaban pijamas con el retardante, aparecía no sólo el tris-BP sino otros mutágenos de él derivados. Mientras que ello no ocurría en los niños que no usaban ese tipo de pijamas, como sus propios hijos, a los que los Ames compraban pijamas sin retardantes a la llama en sus viajes a Europa.

Teniendo en cuenta el ambiente existente en EEUU en la época de la que estamos hablando, principios/mediados de los setenta, es fácil comprender que Ames se convirtió en un ídolo para las ONGs que habían comenzado a proliferar y hacerse notar en los medios, después del libro de Rachel Carson “La primavera silenciosa” (1962). De hecho fue ese libro el verdadero causante de la prohibición del DDT en 1972 por parte de la EPA (otra agencia a la que Ames no tenía particular simpatía). Sobre la prohibición del DDT ya hemos hablado en este Blog. Incidentalmente diré que en esas entrevistas de 2019 y 2020 que he mencionado, Ames no estaba del todo conforme con la prohibición. Tenía claro (como otros) que el DDT había salvado millones de vidas humanas y que no se tenía que haberlo demonizado tan rápido como se hizo. Bastaba con una adecuada regulación de su uso seguro. El tiempo les ha dado la razón. Curiosamente, el DDT da negativo en el ensayo de Ames.

Pero pronto esa sintonía entre Ames y los grupos de ecologistas se fue resquebrajando. Hasta el advenimiento de su test, el principal método para determinar el potencial efecto cancerígeno de una sustancia, estaba basado en la administración a animales de laboratorio de dosis diarias desmesuradas de esa sustancia (la llamada Dosis Máxima Tolerada), a lo largo de toda su vida. Los resultados parecían indicar que la mitad o más de las sustancias investigadas por este método en esa época (casi todas sintéticas pero también algunas naturales), conducían a tumores cancerosos en los animales. De donde se inducía su peligrosidad para los humanos.

Este alto porcentaje de resultados positivos en animales hizo saltar las alarmas escépticas de Ames. Empezó a comparar los resultados de esos ensayos con los de su propio test. Y comprobó que, en la mayoría de los casos, las sustancias tenidas por cancerígenas tras los ensayos con animales, daban negativo en el test de Ames. El caso del glutamato es buen ejemplo. Y no se cortó un pelo al decir que eran las condiciones en las que se hacían los ensayos con animales, y no las sustancias investigadas, las que causaban los procesos cancerosos y que, por tanto, los tests con animales a esas dosis grandes no daban una información fiable sobre los riesgos a bajas dosis. Eso le metió en incontables y agrias polémicas ya que, como él contaba, “los científicos que habían dedicado sus vidas a hacer esos tests con animales estaban francamente cabreados con nosotros”. Su trabajo contó con el significativo apoyo de la revista Science, lo que provocó un encendido debate con Samuel Epstein, un conocido médico americano en temas de cáncer.

Pero la cosa no acabó ahí. En 1987 Ames y su colaboradora Lois Gold, empezaron a clasificar los riesgos de cáncer de plaguicidas sintéticos y naturales y descubrieron que los riesgos debidos a residuos de plaguicidas en frutas y verduras son minúsculos en comparación con el potencial cancerígeno de algunos productos químicos naturales existentes en las plantas y verduras que consumimos. Como él contaba en una entrevista con The Scientist "Escribimos una reseña señalando que cada planta tiene unos cien productos químicos tóxicos (plaguicidas naturales) para matar insectos, animales y otros depredadores, y que estábamos obteniendo 10.000 veces más de ellos que de plaguicidas artificiales”. Por ese trabajo y otros similares, Ames y Gold han sido criticados por las mismas ONGs que antes los ensalzaban, mediante la clásica maniobra de acusarles de estar al servicio de la industria de los plaguicidas, a pesar de que nunca hayan aceptado dinero que provenga de ellas.

Comprenderéis que por cosas como estas, y muchas más que se explican en detalle en esas entrevistas que he mencionado arriba y que me han dado variados argumentos contra la Quimiofobia, he sentido mucho su muerte. Y siempre le recordaré por su carácter libre, escéptico, enamorado de la Ciencia y optimista radical sobre su papel en nuestro mundo y sobre sus futuras posibilidades.

A Ames le gustaba Mozart y en sus primeros años en Berkeley llegó a tocar el clarinete con un grupo de amigos. Así que nada mejor para acabar este mi recuerdo que un pequeño extracto del Concierto para clarinete de Mozart. Con Wenzel Fuchs, un clarinetista de la Filarmónica de Berlín como solista, acompañado por su Orquesta y dirigidos todos por Alan Gilbert.

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viernes, 11 de octubre de 2024

Lo de reciclar plástico es un invento de las petroleras

Llevamos decenios, y no exagero, enfrentándonos al progresivo incremento de los llamados Residuos Sólidos Urbanos (vidrio, papel y cartón, envases de todo tipo, incluidos los plásticos) con la estrategia de las tres erres que veis en la figura que ilustra esta entrada. Pues bien, la correspondiente a la opción Reciclar parece que es una gran mentira que nos han contado las petroleras, al menos en lo que a los residuos plásticos se refiere. O eso parece que es lo que piensa el Estado de California que, a través de su Fiscal General Rob Bonta, ha presentado con fecha del 23 de setiembre de este año una demanda contra el gigante ExxonMobil. Cuando me enteré del asunto y empecé a leer los titulares y subtitulares de la prensa internacional, como este de Reuters, no tuve más remedio que ir a las fuentes y bajarme la demanda. Y tras una lectura rápida de la introducción, quedó claro que lo tenía que contar en una entrada.

La demanda, que tiene 147 páginas, y que os podéis descargar en este enlace, echa la culpa de todos nuestros problemas con los plásticos a las petroleras en general y a ExxonMobil en particular, ya que “siendo el mayor productor de polímeros utilizados para fabricar plásticos de un solo uso, causó o contribuyó sustancialmente al diluvio de contaminación plástica que ha perjudicado y sigue perjudicando al medio ambiente, la fauna, los recursos naturales y las personas de California". En la demanda se citan detalladamente diferentes asociaciones de carácter industrial, como la que antes todos los poliméricos conocíamos como Society of Plastics Industry (hoy se llama Plastics), y que la demanda establece como parte importante de los grupos de presión (lobbies) creados por ExxonMobil para defender sus intereses.

Todas estas proclamas han sido bastante habituales en medios californianos, proclives ellos a la Quimiofobia. Y en cuanto a lo de los lobbies, todos sabemos que en la sociedad americana son habituales en medios políticos o industriales. Pero cuando empecé a leer con algo más de detalle las primeras páginas de la demanda, la primera frase en la que mis pobladas cejas empezaron a arquearse, fue cuando leí que el fiscal general alegaba que la petrolera ha participado “en una campaña de engaño de varias décadas que ha causado y agravado la crisis mundial de contaminación por plásticos, permitiendo mientras tanto a ExxonMobil y otras empresas producir plásticos impunemente”.

Al tratar de entender, un poco más adelante, en qué se concretaba la aducida “campaña de engaño”, comprobé sorprendido, que la demanda acusa a ExxonMobil no sólo de promover y producir la mayor cantidad de plástico en California, sino que específicamente se le acusa de haber engañado a los californianos durante casi medio siglo, prometiendo que el reciclaje podría resolver la creciente crisis de los residuos plásticos. Según la demanda, todo este tiempo, ExxonMobil ha sabido que “el reciclado mecánico, y el “reciclado avanzado”, nunca serán capaces de procesar más que una pequeña fracción de los residuos plásticos”.

Sobre las diferencias entre el reciclado mecánico y el reciclado químico (que es a lo que se refiere el término “avanzado” usado en la demanda) escribí una entrada recientemente. Sabéis que el primero se refiere a la recogida, todo lo selectiva que podamos, de los residuos plásticos tras su uso en envases y embalajes para, posteriormente, fundirlos en máquinas adecuadas y con ese fundido, moldear nuevos objetos en plástico. Por el contrario, el reciclado químico implica la destrucción mediante enzimas, procesos químicos o calor (pirólisis) de las largas cadenas que constituyen los polímeros, regenerando así la materia prima (monómeros) que dio lugar a esos plásticos, monómeros que podrían ser utilizados en la producción de nuevos plásticos. Todo ello contado en mucho menor detalle del que lo hice en la entrada mencionada.

Sin embargo, somos bastantes (y parece que incluso ExxonMobil) los que llevamos también décadas diciendo que el reciclado, sea de uno u otro tipo, no es la solución final para el problema de los residuos plásticos. En contra de esa opinión, y no se si incitados o no por las malvadas petroleras, Instituciones locales, autonómicas, nacionales y supranacionales nos han insistido hasta la saciedad sobre la necesidad imperiosa de reciclar.


Por solo poner un ejemplo, la Union Europea, en su Estrategia Europea sobre Plásticos de enero de 2018, se seguía basando en las clásicas acciones de la reducción de la cantidad de plástico usado, su posible reutilización, la promoción de métodos eficaces para una selección previa (importante y menos mencionada) que faciliten su reciclado, dentro de la denominada Economía Circular. Como últimos eslabones no deseados (pues se pide su dramática reducción, ver la figura arriba) quedan la incineración con recuperación de energía (WTE es su acrónimo en inglés) y los vertederos. Unas pretensiones ciertamente sorprendentes cuando, como podéis ver en este informe y en su página 49, los países más avanzados de Europa, muchos tenidos como los mas concienciados con el medio ambiente, llegan a eliminar hasta el 60% de los residuos plásticos en instalaciones de incineración con recuperación de energía (WTE).

Cosa que no pasa en igual medida en USA. Y menos en California. Según un informe de la EIA (Administración de Información Energética) americana, de marzo de 2023, al principio del año anterior había solo 60 plantas WTE operativas en Estados Unidos, generando un total de de 2051 megavatios (MW) de potencia. La mayoría de las plantas estaban en la Costa Este y cerca de las grandes ciudades. Por el contrario, en la costa Oeste, las plantas WTE brillaban por su ausencia, con solo dos operativas en California. Mientras tanto, en Europa, se contabilizaban casi 500 (solo en Suiza hay casi 30), generando 130 millones de megavatios. Y en Japón, en la misma fecha había 1160 WTEs. Además, las WTEs americanas son relativamente pequeñas y ninguna llega a los 100 MW de potencia.

Es solo una hipótesis personal, pero me da que parte de la motivación de la demanda es su incapacidad de hacer frente a los residuos generados. En el caso concreto de los residuos plásticos, la prohibición que puso en vigor China en enero 2018 de importar basura en general, y basura plástica en particular, para reciclarla allí, han puesto a muchos exportadores de residuos en una difícil tesitura. Ya en 2019, Estados y Condados americanos estaban optando por volver a usar vertederos o implantar plantas WTE.

Mientras vemos en qué queda la demanda, deleitaros con el final (2 minutos) del Tico-Tico de Zequinha de Abreu con Daniel Barenboim dirigiendo a la Filarmónica de Berlín en una grabación de la Nochevieja de 2001. Me ha alegrado mucho saber que, a finales de agosto, Barenboim volvió a dirigir, tras dos años de ausencia por enfermedad.

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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Harina de vino. Sobre una noticia falsa en TikTok

Estaba yo tan ricamente asistiendo a las sesiones de Naukas Bilbao 2024 en la capital del mundo mundial, cuando hete aquí que recibo un whatsapp de mi cuñadísimo JL con un vídeo que se había hecho viral en TikTok de la mano de una influencer catalana. En él se nos mostraba un sobre que ella denominaba como vino en polvo. Enseñando el sobre a la cámara nos llamaba también la atención de que, por un lado, aparecía el logo de una conocida marca de Rioja (Ramón Bilbao) y, por el otro, el de la Denominación de Origen Rioja. Tras abrir el sobre, vertía su contenido en una copa con agua, lo agitaba y, al final, se bebía la pócima entre repetidas expresiones de ¡qué fort!.

No hagáis el juego a esta ciudadana y no busquéis el vídeo en internet. Entre otras cosas porque la chica lo ha borrado, aunque sigue circulando por las redes. Y supongo que lo ha borrado porque le han llamado a capítulo y le han hecho ver que Ramón Bilbao no comercializa ese polvo, ni la D.O. Rioja lo hubiera permitido. Y que le puede caer un puro. Y al retirarlo, la muy imbécil se permitió decir que es que no habíamos leído los comentarios de lo que había publicado, en los que ya nos decía que se trataba de una broma. En fin, que no es creáis todo lo que leéis. Y, por mi parte, ni una letra más sobre la “broma”, pero este vuestro Búho no os puede dejar con la incertidumbre de saber qué es eso del polvo (o harina) de vino. Porque existir existe y tiene la pinta de lo que veis arriba.

En mis entradas sobre el vino, ya he contado más de una vez que, a finales del siglo XVIII, los riojanos empezaron a elaborar sus vinos por el llamado sistema bordelés que empieza por eliminar el raspón (despalillado), antes o durante el estrujado de las uvas, para obtener así el mosto que, en primer lugar, se deja macerar con los hollejos o pieles de las uvas para extraer el color de las mismas. Pero al final, el raspón, los hollejos y hasta las pepitas de las uvas forman un conjunto, un subproducto del proceso de vinificación, que se le suele llamar orujo o brisa (o pomace en inglés) y que se ha solido emplear para alimentación animal, para obtener destilados y, más recientemente, para fabricar el mencionado polvo o harina de vino, tras secar todo eso y triturarlo.

Las casas que lo venden hablan de su alto contenido en compuesto fenólicos de carácter antioxidante, algo lógico porque es en la piel donde están esos compuestos, así como la ausencia de alcohol en el mismo y lo proponen como un aditivo de carácter “natural” y “sin gluten” que puede emplearse en variados usos ligados sobre todo a la gastronomía: como colorante de bebidas alcohólicas o no alcohólicas, como sustitutivo (en parte) de la harina en la elaboración de postres, como espesante de las salsas, como alternativa al vino líquido en recetas culinarias que luego se flambean para eliminar el alcohol y muchas más. Se ha llegado a emplearlo hasta en cosmética por aquello del contenido en antioxidantes.

Y para una entrada corta como esta, poco más de dos minutos de música a buen ritmo. El allegro final del “Concerto per flautino” de Vivaldi con Lucia Horsch y los Amsterdam Vivaldi Players.

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martes, 10 de septiembre de 2024

La necesaria distinción entre el peligro y el riesgo de sustancias consideradas cancerígenas

El pasado mes de julio, la Agencia International para la Investigación sobre el Cáncer (IARC en su acrónimo en inglés), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS/WHO), actualizó su clasificación de sustancias (y actividades humanas) potencialmente cancerígenas. Este hecho me va a servir para plantear una nueva entrada, en la que pretendo aclarar algo que a mi me parece fundamental, de cara a entender la creciente ansiedad existente entre las personas normales sobre la presencia de sustancias inductoras al cáncer en lo que comemos, bebemos o respiramos (Quimiofobia). Este verano, mi correo electrónico ha echado humo con consultas al respecto y no debe olvidarse que combatir esa ansiedad está en el ADN del Blog del Búho.

Como probablemente muchos sabréis, en esa clasificación de la IARC las sustancias o actividades humanas se engloban en cuatro Grupos. El Grupo 1 agrupa a 129 sustancias o actividades "cancerígenas para los humanos". En el Grupo 2A aparecen 96 denotadas como “probablemente cancerígenos para los seres humanos”. En el Grupo 2B aparecen 321 como “posiblemente cancerígenas para los seres humanos”. Y otras 499 más están encuadradas en un Grupo 3 como "no clasificables en lo relativo a su efecto cancerígeno en humanos". Antes había un Grupo 4 que contenía una sola sustancia (la caprolactama a la que dediqué una entrada en 2015), "probablemente no cancerígena para los humanos". Pero desde 2019, ese Grupo ya no aparece.

Para un profano, la distinción entre los grupos 2A y 2B resulta sorprendente ya que, a primera vista, la diferencia está en el diferente uso de dos adverbios que, encima, la RAE conceptúa como sinónimos. Sin embargo, cuando uno rasca más en las definiciones de esos grupos de la IARC, empiezan a aparecer diferencias. En el 2A se incluyen sustancias para las que “existen pruebas limitadas de la carcinogeneidad en humanos y pruebas suficientes del carácter cancerígeno en experimentación animal”. Por el contrario, en el grupo 2B están las sustancias para las que “existen pruebas limitadas de la carcinogeneidad en humanos y pruebas insuficientes del carácter cancerígeno en experimentación animal”.

Para lo que se pretende aclarar en esta entrada, es fundamental entender que la clasificación de la IARC (y de otros organismos nacionales o supranacionales que estudian el cáncer y sus causas) está basada en el potencial peligro (hazard en inglés) de esas sustancias y actividades humanas y no en el riesgo (risk en inglés) de las mismas. El peligro es una propiedad consustancial a una sustancia o actividad, mientras que el riesgo es una medida de la probabilidad de que un peligro realmente ocurra o nos afecte. Por ejemplo, conducir un coche (una actividad) es inherentemente peligroso, pero es posible evaluar una probabilidad de cuánto riesgo corremos por conducir habitualmente un coche. Ingerir alcohol es un peligro pero el riesgo de contraer un cáncer por ello depende mucho de la frecuencia y cantidad de la ingesta.

El basar una clasificación de cancerígenos solo en el peligro, sin evaluar el riesgo, lleva a situaciones cuando menos algo variopintas. Por ejemplo, en el mencionado grupo 2A están incluidas actividades humanas como el consumo de carne roja o beber bebidas calientes por encima de 65º, actividades ligadas a un trabajo u ocupación (como ser soplador de vidrio) y sustancias químicas como el estireno, un líquido empleado para fabricar el poliestireno expandido o los nitritos, empleados como conservantes en el jamón.

Clasificaciones basada también exclusivamente en el peligro pueden ser aún más radicales, como la Ley de Seguridad del Agua Potable y Control de Sustancias Tóxicas, conocida como Proposición 65 del Estado de California. Y voy a poner un reciente ejemplo, basado otra vez en el café, del que escribimos solo hace dos entradas. Una taza humeante de café contiene centenares de sustancias químicas, algunas de las cuales están clasificadas como cancerígenas en las listas de la Proposición 65, como es el caso de la piridina, la acrilamida (de la que hemos hablado varias veces como, por ejemplo, aquí), los hidrocarburos aromáticos policíclicos o el furano. Como consecuencia de la legislación californiana, el café, una mezcla que contiene esas sustancias, debe clasificarse como cancerígena y, siguiendo esa legislación, un envase del mismo debe de estar etiquetado con un aviso como el que veis al comienzo de la entrada que, evidentemente, no tranquiliza a un consumidor, sobre todo si es algo quimiofóbico.

La Proposición 65 se ha convertido en un excelente negocio multimillonario para los bufetes de abogados que buscan litigar contra los que no etiqueten adecuadamente los productos. Y así, una organización denominada Consejo de Educación e Investigación sobre Sustancias Tóxicas (CERT) presentó en 2010 una demanda que tenía su base en la presencia en el café de la acrilamida. La demanda argumentaba que las compañías de café estaban incumpliendo la Proposición 65 por no advertir a los consumidores sobre ese carcinógeno. Tras muchos dimes y diretes, en abril de 2018, un juez dictaminó que un grupo de más de 90 compañías de café, incluidas Starbucks, Dunkin' Donuts y McCafé no habían ofrecido pruebas suficientes de que pequeñas cantidades de acrilamida representaban un riesgo nominal para los consumidores y les obligaba a etiquetar sus productos con la etiqueta de arriba.

Sin embargo, muy poco después, en junio de 2018, la agencia estatal responsable de implementar la Proposición 65, la Oficina de Evaluación de Peligros para la Salud Ambiental (OEHHA),rechazó el fallo judicial de que el café necesitaba llevar una advertencia. La acción, sin precedentes, se basaba en la decisión de la IARC de 2016, cuando sacó al café del grupo 2B, donde estaba desde 1991, y lo incluyó en el Grupo 3 (no clasificable como carcinógeno). Pero el abogado que representaba al CERT dijo que esa exención violaba la ley del Estado californiano por la presencia de la acrilamida en el café y prometió impugnar la decisión. Y en eso debe andar la cosa.

Hay quien argumenta que cosas como la clasificación de la IARC o la Proposición 65 son legislaciones bienintencionadas pero incompletas e inductoras a la Quimiofobia, en tanto que no evalúan si un producto químico concreto en una dosis determinada supone realmente un riesgo de cáncer, que es lo que realmente importa a la ciudadanía. Para evaluar ese riesgo están los estudios epidemiológicos y los experimentos con animales, que establecen las dosis seguras para el consumo diario a lo largo de toda una vida de productos, naturales o sintéticos, que contienen trazas de carcinógenos y a las que estamos expuestos regularmente en nuestra vida diaria. En el caso del café, numerosos estudios epidemiológicos han concluido que las personas que lo beben con regularidad no solo no están expuestos al cáncer sino que, además, obtienen múltiples beneficios de ello. Ahí, además de la pareja peligro/riesgo, entra en juego otra interesante, el binomio riesgo/beneficio.

Es verdad que evaluar el riesgo en forma de las dosis seguras o tolerables (algo que hacen agencias como la FDA o la EFSA) es complicado y que, una vez establecido, también está sujeto a cambios a lo largo del tiempo, lo que puede liar a la ciudadanía. Pero pienso que si esta distinción entre peligro y riesgo se explicara con claridad meridiana a la población, particularmente en las escuelas o en los Centros de Salud, muchos de los titulares alarmantes con los que nos castigan todos los días perderían su influencia y acabarían por no ser rentables para los que los promueven. Pero, para eso, hay que educar primero a profesores y sanitarios en el tema. Mientras tanto, cuando leo o escucho alguna noticia sobre la IARC y el cáncer, me limito a arquear mis pobladas cejas.

La música de cada entrada: Kiri Te Kanawa canta "Beim Schlafengehen (En el Ocaso)" una de las Cuatro Últimas Canciones de Richard Strauss, con Georg Solti dirigiendo a la orquesta de la BBC.

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