Una freidora telefónica
Las entradas de este Blog están clasificadas por categorías. Visto el título que encabeza ésta, y dada mi afición a las cosas gastronómicas, parecería lógico que estuviera encuadrada en la categoría que he denominado Química y Gastronomía y que recoge, entre otras nimiedades, mis pinitos químico-gastronómicos de los últimos años. Pinitos que tienden a su fin por mi ya provecta edad, por mi adhesión a la teoría de Einstein que establece el aburrimiento como el estado más elevado de excelencia intelectual y porque, para esos fines, ya tenemos ahora en Euskadi un referente (el Basque Culinary Center) que iluminará nuestros restaurantes y sus manteles. Así que esto no va de Química y Gastronomía, como pudiera esperarse, sino de leyendas urbanas, que en este Blog se engloban en la categoría Patrañas.
Nuestro buen amigo C. regenta un bazar de cosas electrónicas cerca de nuestro nido. Es nuestro referente (éste ya consolidado, no como el BCC) para cambiar unas pilas, elegir unos auriculares que aguanten mis audiciones nocturnas, antes de caer en los brazos de Morfeo y maltratarlos, o para comprar un telefóno. Este viernes hemos ido a comprarnos un inalámbrico porque el anterior ha pasado a mejor vida. C. nos ha mostrado los que considera mejores modelos y, al final, nos ha recomendado uno, entre cuyas cualidades diferenciadoras está una que él considera muy importante y que tiene que ver con la menor energía de radiofrecuencia emitida por este modelo con respecto a los precedentes. Y para reforzar su argumento, nuestro buen amigo nos contó que unos miembros de Greenpeace (no tengo la prueba fehaciente, pero C. es un vendedor honesto que no se permitiría una fantasmada) les habían mostrado, en unas jornadas, un vídeo en el que se cocía un huevo entre dos teléfonos móviles trás unas cuantas horas de exposición. La conclusión es obvia, ¡a saber que puede pasar con nuestro cerebro al cabo de unos cuantos años de utilización de nuestros inalámbricos!.
No le dije nada a C. porque estoy empezando a considerar seriamente que no merece la pena perder amigos sinceros, con los que uno se lleva bien, sobre la base de polemizar sobre la Quimifobia, la homeopatía o los fertilizantes naturales. Pero en el Blog lo tengo que contar y si por casualidad me lee, como es un tío listo, seguro que entiende mis silencios y mis argumentos.
En Internet hay una vasta bibliografía sobre el tema. Una de mis páginas de referencia sobre leyendas urbanas, que ya he mencionado otras veces, establece, como origen de la diseminación de este bulo, la publicación de una noticia al respecto en la web de un inglés llamado Charles Ivermee en el año 2000, un tiempo en el que había gran preocupación sobre el daño que las ondas de telefonía móvil y similares podían causar en los humanos. Es curioso que el tal Ivermee parece haber declarado, posteriormente, que si publicó la noticia fué porque la mencionada preocupación por las ondas de radiofrecuencia le parecía una chorrada manifiesta, así que la publicación en su web pretendía ser una forma de desacreditar esas ideas. El hijo de la Gran Bretaña no debió ser muy convincente en sus argumentos porque si algo consiguió fué justo el efecto contrario.
No voy a daros datos técnicos muy prolijos, pero hay cálculos sencillos que permiten derivar que un huevo mantenido entre dos teléfonos móviles trabajando a tope (o sea, reproduciendo algún tono salvaje de esos que ahora se estilan), durante una hora, no conseguirían elevar la temperatura del huevo más allá de 10-12º y eso suponiendo que toda la energía se transmitiera al huevo, lo que es literalmente imposible porque parte se pierde en el ambiente, el huevo tiene cáscara, etc.
Pero como una imagen vale más que mil cálculos, os voy a colgar un vídeo de unas jornadas de divulgación de la Ciencia llevadas a cabo por una Universidad australiana. Está en inglés pero, básicamente, consiste en una experiencia en la que durante una hora se pone un huevo entre dos móviles funcionando, otro se coloca próximo a una especie de módem inalámbrico que emite con una frecuencia (y energía) diez veces mayor que la de los móviles y un tercero de control se sitúa en condiciones de cercanía a los artilugios similares a las personas que siguen el experimento en la sala. Transcurrida la hora, los tres huevos se cascan igual y dejan caer el mismo conjunto viscoelástico de clara y yema.
Lo que tienen (tenemos, porque me adhiero a ellos con ganas) que trabajar los escépticos para deshacer patrañas.
Nuestro buen amigo C. regenta un bazar de cosas electrónicas cerca de nuestro nido. Es nuestro referente (éste ya consolidado, no como el BCC) para cambiar unas pilas, elegir unos auriculares que aguanten mis audiciones nocturnas, antes de caer en los brazos de Morfeo y maltratarlos, o para comprar un telefóno. Este viernes hemos ido a comprarnos un inalámbrico porque el anterior ha pasado a mejor vida. C. nos ha mostrado los que considera mejores modelos y, al final, nos ha recomendado uno, entre cuyas cualidades diferenciadoras está una que él considera muy importante y que tiene que ver con la menor energía de radiofrecuencia emitida por este modelo con respecto a los precedentes. Y para reforzar su argumento, nuestro buen amigo nos contó que unos miembros de Greenpeace (no tengo la prueba fehaciente, pero C. es un vendedor honesto que no se permitiría una fantasmada) les habían mostrado, en unas jornadas, un vídeo en el que se cocía un huevo entre dos teléfonos móviles trás unas cuantas horas de exposición. La conclusión es obvia, ¡a saber que puede pasar con nuestro cerebro al cabo de unos cuantos años de utilización de nuestros inalámbricos!.
No le dije nada a C. porque estoy empezando a considerar seriamente que no merece la pena perder amigos sinceros, con los que uno se lleva bien, sobre la base de polemizar sobre la Quimifobia, la homeopatía o los fertilizantes naturales. Pero en el Blog lo tengo que contar y si por casualidad me lee, como es un tío listo, seguro que entiende mis silencios y mis argumentos.
En Internet hay una vasta bibliografía sobre el tema. Una de mis páginas de referencia sobre leyendas urbanas, que ya he mencionado otras veces, establece, como origen de la diseminación de este bulo, la publicación de una noticia al respecto en la web de un inglés llamado Charles Ivermee en el año 2000, un tiempo en el que había gran preocupación sobre el daño que las ondas de telefonía móvil y similares podían causar en los humanos. Es curioso que el tal Ivermee parece haber declarado, posteriormente, que si publicó la noticia fué porque la mencionada preocupación por las ondas de radiofrecuencia le parecía una chorrada manifiesta, así que la publicación en su web pretendía ser una forma de desacreditar esas ideas. El hijo de la Gran Bretaña no debió ser muy convincente en sus argumentos porque si algo consiguió fué justo el efecto contrario.
No voy a daros datos técnicos muy prolijos, pero hay cálculos sencillos que permiten derivar que un huevo mantenido entre dos teléfonos móviles trabajando a tope (o sea, reproduciendo algún tono salvaje de esos que ahora se estilan), durante una hora, no conseguirían elevar la temperatura del huevo más allá de 10-12º y eso suponiendo que toda la energía se transmitiera al huevo, lo que es literalmente imposible porque parte se pierde en el ambiente, el huevo tiene cáscara, etc.
Pero como una imagen vale más que mil cálculos, os voy a colgar un vídeo de unas jornadas de divulgación de la Ciencia llevadas a cabo por una Universidad australiana. Está en inglés pero, básicamente, consiste en una experiencia en la que durante una hora se pone un huevo entre dos móviles funcionando, otro se coloca próximo a una especie de módem inalámbrico que emite con una frecuencia (y energía) diez veces mayor que la de los móviles y un tercero de control se sitúa en condiciones de cercanía a los artilugios similares a las personas que siguen el experimento en la sala. Transcurrida la hora, los tres huevos se cascan igual y dejan caer el mismo conjunto viscoelástico de clara y yema.
Lo que tienen (tenemos, porque me adhiero a ellos con ganas) que trabajar los escépticos para deshacer patrañas.
3 comentarios:
Pues me voy a quedar con las ganas de leer esos prolijos datos técnicos... Por ejemplo me gustaría saber a qué frecuencia emite un teléfono. Porque la gente le tiene más terror a un teléfono que a un aparato de radio y no termino de entender por qué. A lo mejor saben algo que yo no. Saludos. Almudena
Yo no soy un técnico en este tipo de cosas pero tengo bastante información al respecto. Como ejemplo, te voy a poner un link a la página de la FDA americana sobre este tema:
http://www.fda.gov/ForConsumers/ConsumerUpdates/ucm212273.htm
Si navegas en el entorno de esa página hay mucha información al respecto.
Esta otra página es de la Organización Mundial de la Salud:
http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs193/en/index.html
Y también te recomendaría la sección Antenas y salud del Blog Magonia:
http://blogs.elcorreo.com/magonia/category/antenas-y-salud
¡Sabes, Búho? Esta tonterita corrió por email hace harto tiempo, como corren muchas y a veces la gente las cree, solamente porque ignora los datos importantes, por lo que no tiene cómo comparar , confirmar o descartar lo que se dice.Hasta es probable que los primeros teléfonos emitieran demasiadas microondas, pero como se usaban menos...porque había que cargar con una maleta, ¿recuerdas? En este momento, estoy frente a mi computador, y no sé cuantas radiaciones electromagnéticas me estarán atravezando...aparte de las que me llegan de la casa del lado, del televisor...Por lo tanto, creo que importancia no tiene.
Saludos.
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