sábado, 16 de diciembre de 2006

Los huevos de Besançon y la incineradora que los parió (*).

Tras haber padecido durante largos años el pánico a las alturas proporcionado por Boeings 747, Airbuses y engendros aeronáuticos similares, estoy convencido de que la racionalidad es el mejor antídoto contra el miedo irracional a volar. De igual manera, el sentido común es el único tratamiento efectivo para superar el miedo irracional a la incineración que, en mayor o menor grado, puede afectar a un sector de la población guipuzcoana, como consecuencia inevitable del discurso apocalíptico de una curiosa alianza de conveniencia generada entre diversos grupos sociales, políticos, sindicales, ecologistas, médicos y aristócratas de Gipuzkoa.

Un ilustrativo y reciente ejemplo de la demagogia y falta de rigor de la que han hecho gala estos colectivos es el relacionado con los huevos de Besançon (ahí es nada el título), ciudad situada al Este de Francia, conocida desde los tiempos de Julio César, famosa por sus relojes y patria de Víctor Hugo (de hondas raigambres pasaitarras), de los hermanos Lumière (inventores del cinematógrafo) y de Henri de Chardonnai (a quien se le atribuye el invento de la seda artificial, aunque eso es mas que discutible). En fin, una ciudad como Dios manda y no como otras que ahora se estilan, nacidas al socaire de cualquier hortera promotor inmobiliario.

El pasado mes de agosto, una activa miembro de una plataforma antiincineración informaba en la prensa local sobre "la prohibición provisional de consumir huevos provenientes de granjas situadas en el entorno de la incineradora de residuos urbanos de Besançon". ¡Manda huevos! ¡Qué forma de manipular una noticia, sacándola de contexto, que diría cualquier político local!. La noticia (nada menos que del diario Le Figaro) decía literalmente que, “en tanto se realizan nuevos análisis de verificación, ya que las dioxinas de los huevos pueden proceder de diversas y variadas fuentes, ... los propietarios de las granjas han de renunciar a comer los huevos de sus gallinas". Es decir, una prudente y sensata decisión, destinada a evitar temporalmente que, de forma sistemática, un reducido grupo de población ingiera exclusivamente huevos que, por razones aún desconocidas, contienen concentraciones de dioxinas superiores a los niveles máximos autorizados por las autoridades sanitarias para los residentes en esa zona.

Más recientemente, Greenpeace España advertía que “un estudio oficial francés prueba el aumento del cáncer cerca de las incineradoras de basura”. Los ecologistas inciden en que “las plantas de incineración son fábricas de cáncer. Por ello deberían cerrarse las que todavía existen en nuestro país”. Si uno accede al documento (NOTA, actualizado en 2020) del Instituto gabacho de Vigilancia Sanitaria (INVS), disponible en Sección Actualités, se encuentra con que el Dossier de prensa del estudio correspondiente habla de que ”las tasas de dioxinas medidas hoy en día en la sangre de personas que viven en las proximidades de las incineradoras no son más elevadas, estadísticamente, que en las personas no expuestas”, si bien “los agricultores que consumen productos animales locales (carne, lácteos, huevos) y viven en la vecindad de las incineradoras antiguas que han contaminado mucho, tienen una tasa de dioxinas más elevada que las personas no expuestas. Esta diferencia no se encuentra en la vecindad de las incineradoras que cumplen la normativa”. Y finaliza diciendo que “este informe refleja una situación de exposición antigua (años 70 y 80) muy diferente de la situación actual, pues las incineradoras están hoy en día mejor controladas y son menos contaminantes. Los resultados del estudio de impregnación, que reflejan una exposición más reciente (años 90 y 2000) ilustran esta mejora”.

Si uno accede a dicho estudio de impregnación, disponible en la sección de Publicaciones desde el 8 de diciembre, se encuentra las siguientes conclusiones: “La concentración media en dioxinas en la leche materna de las madres de la zona en estudio en el período 2003-2006 es inferior a la media nacional”, “este estudio no muestra influencia de la incineradora sobre la concentración en dioxinas en la leche materna de las madres que viven en las proximidades”, “el estudio no permite emitir hipótesis sobre un efecto de la incineradora en la aparición de cánceres ni sobre la mortalidad por cánceres en la zona de estudio”, y varias afirmaciones similares. En fin, para qué seguir...

La manipulación arriba comentada se inscribe dentro de un contexto que pudiéramos denominar como Teoría de la Conspiración, según la cual todos los profesionales relacionados con la gestión de los residuos, sean del sector primario, medioambiental o de la salud pública, se han aliado con los cargos públicos al servicio de oscuros intereses, a costa del medio ambiente y la salud de la población. Pretenden, con el mayor desdén, gasear deliberadamente con el biogás del vertedero de San Marcos a los vecinos próximos al mismo, contaminar con la incineradora de Landarbaso el aire que respiramos y el agua del embalse de Artikutza que bebemos los ciudadanos de Donostialdea, en una especie de suicidio colectivo que incluiría a los propios técnicos, sus familiares y amigos.

El resultado de semejante estrategia es más viejo que mear en pared: una parte de los ciudadanos residentes en el entorno de la futura incineradora, gentes de buena fe, son inducidos hacia lo que se conoce tradicionalmente en la bibliografía anglosajona como efecto NIMBY (Not In My Backyard, no lo quiero en mi patio). Conviene aclarar que el efecto NIMBY no es exclusivo de las incineradoras: a diario somos testigos de su manifestación cuando se trata de construir tanatorios, cárceles, carreteras, depuradoras, plantas de biometanización, vertederos, etc. Una pregunta inocente, ¿acaso alguno de los más activos militantes en esta cuestión admitiría sustituir la incineradora prevista junto a su lujosa residencia por algo tan "ecológico" como sus propias propuestas de una planta de compostaje o de biometanización y "un vertedero pequeñito"?. Se admiten apuestas.

Pero la realidad es bien distinta a la que describen esos grupos, desde los prejuicios de partida que constituyen el sentido de su existencia: ahí están las incineradoras de Bilbao, Barcelona, Mataró, Tarragona, Palma de Mallorca y un largo etcétera, ubicadas en entornos urbanos, periurbanos o industriales; por no mencionar las situadas en pleno centro de las ciudades, en los países más avanzados del centro y norte de Europa. De las aproximadamente 400 incineradoras europeas en funcionamiento, he podido ver con mis propios ojos cómo las de Splittau en Viena (pegada a la boca del metro, entre la Universidad y la comisaría de policía), Londres (visible desde la famosa noria London Eye, y en construcción la segunda de Belvedere, en el barrio de Bexley), Niza, Mónaco, así como la de París (acaban de construir la tercera junto al Sena) amén de otras muchas, se hallan situadas en pleno núcleo urbano, como una forma de facilitar el suministro de calefacción a los residentes en las ciudades, reduciendo las pérdidas de calor al mínimo. El caso de Japón resulta especialmente ilustrativo: es, a la vez, el país con la cifra más elevada de incineradoras (1.374) y el de mayor esperanza de vida del planeta (74,5 años de media, según la OMS). Y viven junto a ellas con la misma naturalidad con la que, hasta fechas recientes y sin mayores contestaciones, contemplábamos en el barrio donostiarra de Amara la chimenea de la fábrica de gas, en Arrasate la de la incineradora de Akei o seguimos observando en Bidebieta 2 la de la planta de calefacción central, pero emitiendo, como veremos, cantidades comparativamente insignificantes de contaminantes.

Entonces, ¿a qué responde este contraste entre las catástrofes que algunos vaticinan y la realidad europea?. ¿Se habrán vuelto locos, como los “técnicos y políticos proincineradores” guipuzcoanos, nuestros vecinos nórdicos y centroeuropeos?. Veamos lo que dicen sobre la contribución de las incineradoras a la emisión total de dioxinas los Ministerios de Medio Ambiente del Reino Unido (Mayo 2004) y de Alemania (Septiembre 2005), así como la Universidad de Tecnología de Viena (Julio 2005). El primero concluye que "..... la incineración de residuos urbanos supone menos del 1% de las emisiones de dioxinas en el Reino Unido, mientras que fuentes domésticas como las cocinas y la quema de carbón para calefacción representan el 18% de las emisiones". Este hecho es la consecuencia de la drástica reducción conseguida a lo largo de la década de los 90 en las emisiones de estos contaminantes por las incineradoras de residuos urbanos, sometidas a las rigurosas condiciones de la Directiva de incineración del año 2.000, y que han pasado de ser las plantas que más dioxinas emitían en 1990 a ser las que menos emiten, como puede observarse en la tabla que se presenta más abajo.

Tras constatar que "las emisiones totales de dioxinas de las 66 plantas incineradoras existentes en Alemania han descendido a aproximadamente la milésima parte como consecuencia de la instalación de filtros establecida en la ley: de 400 gramos a menos de 0,5 gramos", el Ministerio alemán de Medio Ambiente, gestionado por Los Verdes (y, por tanto, poco sospechoso de connivencia con los técnicos y políticos proincineradores) obtiene análogas conclusiones: "...mientras en 1990 una tercera parte de todas las emisiones de dioxinas en Alemania procedía de plantas de incineración, para el año 2000 la cifra es inferior al 1%. Solamente las chimeneas y las estufas de las viviendas privadas emiten aproximadamente veinte veces más dioxinas al medio ambiente que las plantas de incineración de residuos. Sin plantas de incineración habría más contaminantes en el aire". Esto explica que en Alemania la capacidad de incineración se haya duplicado desde 1985, y de las 66 plantas existentes en 2005 se vaya a pasar a 72 en 2007. Por último, la Universidad de Viena compara la contribución de la incineración al total de dioxinas emitidas en 6 países europeos, obteniendo una media del 0,07%.

Los grupos contra la incineración en nuestro ámbito meten deliberadamente dentro del mismo saco las viejas incineradoras que no cumplen la Directiva europea (como la de Akei en Arrasate, cerrada en 1997 a instancias de la Diputación, y la de Bacheforès, en Baiona, clausurada recientemente) con las actuales, que son reconocidas unánimemente como sumideros de dioxinas, es decir, destructoras netas de las dioxinas que, en las concentraciones habituales, entran al horno de combustión con los residuos. Por poner un ejemplo reciente de un balance de dioxinas contrastado: en 2004, el total de dioxinas que salieron de la incineradora de Palma de Mallorca con las escorias, cenizas y gases es inferior al 10% de las que entraron con los residuos.

A los casos de Alemania y Austria se pueden añadir los de Suecia, Holanda y Dinamarca. Estos países se consideran los más avanzados de la UE en la gestión de residuos, ya que, además de los logros conseguidos en materia de prevención, son los únicos que, tras adoptar las correspondientes medidas (entre las cuales la incineración ocupa un lugar preferente), cumplían ya en 2005 las exigencias de la Directiva 1999/31/CE de reducción de la cantidad de materia orgánica biodegradable depositada en vertedero para los años 2006, 2009 y 2016. Además, los citados países, a excepción de Suecia y juntamente con Bélgica, son líderes indiscutibles en el mercado del compost, contribuyendo conjuntamente con un 75% a la producción total de compost en la UE.

Esos mismos países son también líderes en incineración, con niveles que oscilan entre el 22% de Alemania y el 55,6% de Dinamarca, pasando por el 28,6% de Austria, 33% de Holanda y 45,2% de Suecia, y presentan claras tendencias a incrementar en el futuro estos porcentajes, ya que a las plantas incineradoras actualmente existentes se unirán próximamente las que se encuentran en fase de proyecto o de construcción. En todos estos países la incineración presenta una elevada aceptación social, no solamente como una vía de obtener energía eléctrica (y, en su caso, calor para calefacción doméstica), evitando el consumo de combustibles fósiles, sino también como un excelente instrumento para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, reduciendo las cantidades de residuos depositados en vertedero.

Mención especial merece el caso de Suecia, país que fue nominado como el número uno de Europa en términos de protección ambiental en el reciente Foro Económico Mundial celebrado en Davos. Pues bien: Suecia se ha propuesto para el año 2020 ser el primer país mundial en prescindir del petróleo para obtener energía, basándose para ello en la combustión de los residuos y la biomasa. Los diversos programas ambientales implantados en Suecia incluyen numerosos proyectos que ayudan a reducir la dependencia de los combustibles fósiles mediante la producción sostenible de energía renovable, a partir de biomasa y residuos domésticos, comerciales e industriales (3,1 millones de toneladas de residuos en 29 incineradoras), lo que le ha convertido en país líder en el uso de bioenergía. Con ello compensan las emisiones de CO2 de las plantas de producción de energía y, por tanto, contribuyen al cumplimiento de las obligaciones de Suecia derivadas del protocolo de Kyoto.

Y es que las incineradoras pueden ayudar a cumplir el protocolo de Kyoto, ya que más del 83% del material combustible que se quema en una incineradora es biomasa renovable, y el CO2 liberado en su combustión tiene carácter neutro sobre el efecto invernadero. Esto no lo suele comprender todo el mundo y es necesario explicarlo de forma clara en un blog divulgativo como éste. Tomemos, por ejemplo, la biomasa vegetal generada mediante la llamada fotosíntesis, en la que las plantas toman CO2 de la atmósfera y lo transforman en sus tejidos vegetales. Cuando esa biomasa se incinera devolvemos a la atmósfera un CO2 denominado de ciclo corto, ya que ha sido fijado desde la atmósfera y liberado a ella en el mismo momento geológico (unos cuantos años es un corto período de tiempo en la escala geológica). No ocurre lo mismo con los combustibles fósiles, generados en miles de años. Al quemar estos combustibles, liberamos el llamado CO2 geológico que no estaba en nuestra atmósfera, aumentando así su concentración, rompiendo su equilibrio en la atmósfera actual, y reforzando el efecto invernadero, que ha permitido hasta ahora la existencia de la vida sobre nuestro planeta. Esta distinción entre CO2 geológico y CO2 de ciclo corto es vital, ya que, en el límite, si no utilizásemos combustibles fósiles y quemásemos sólo biomasa vegetal renovable para satisfacer nuestras necesidades energéticas, la concentración de CO2 en la atmósfera permanecería inalterable.

Esta es la base medioambiental del importante papel otorgado a la biomasa y a los biocarburantes (biodiesel, bioetanol, etc.) en la política europea de energías renovables. Por eso la Comunicación COM (2001) 547 final de la Comisión Europea dice (página. 6): “En principio los biocarburantes proporcionan una alternativa ideal ya que (…) su contenido de carbono procede de la atmósfera, motivo por el cual resultan neutros desde el punto de vista de las emisiones de CO2”. En esta línea, la Comisión Europea adoptó en Diciembre de 2005 un detallado y ambicioso plan de acción, diseñado para promover el empleo de energía obtenida a partir de los residuos y de los materiales agrícolas y forestales. Simultáneamente, y con objeto de ampliar el uso de biomasa para producir bioenergía, que ayude a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y a cumplir los objetivos europeos de energías renovables, la Agencia Ambiental Europea ha calculado el potencial de bioenergía primaria ambientalmente compatible. En la contribución de los residuos se incluye la fracción biodegradable de los residuos urbanos, así como los residuos de construcción y demolición y los de embalaje. En resumen, la incineración de residuos urbanos no sólo contribuye al cumplimiento del protocolo de Kyoto, sino también al logro de los objetivos establecidos en la Directiva 2001/77/E de promoción de electricidad producida a partir de fuentes de energía renovables, en un contexto de crisis energética producida por el encarecimiento de los precios del petróleo y sus derivados.

La posición de las autoridades sanitarias coincide también con la de las ambientales. La Organizacion Mundial de la Salud (OMS) fijó su posición en el documento "Incineración de residuos", definiendo la incineración como “un método higiénico para reducir el peso y el volumen de los residuos que también reduce su potencial contaminante”, y como “una de las estrategias que pueden emplearse para asegurar que los residuos se manejan de una forma ambientalmente sostenible”, concluyendo que “debido a esto, es técnicamente posible ubicar las incineradoras cerca de áreas densamente pobladas”.

Por todo lo anterior, se explica que en Europa actualmente se incineren con recuperación de energía 50 millones de toneladas de residuos en unas 400 plantas incineradoras, generando una cantidad de energía capaz de suministrar electricidad para 27 millones de personas o calefacción para 13 millones. Y la cifra va en aumento imparable en los países líderes en desarrollo sostenible, mal que les pese a algunos.

Con estos datos y a pesar de los activos colectivos antiincineradora, es de esperar que la sociedad guipuzcoana, finalmente, no se deje engañar. Así parecen indicarlo recientes titulares de la prensa (ver suplemento DiarioVasco de 1 de noviembre), tales como "La incineración, una opción en auge" donde se indicaba que "Se ha detectado en los últimos años en Gipuzkoa un aumento de las personas que eligen esta técnica, sobre todo entre los más jóvenes, .... ya que se considera una alternativa higiénica y que la mayoría de la gente ve como la mejor solución". O este otro: "Hoy en día es posible convertir las cenizas en diamantes". Bueno, es una broma final, no me vayan a acusar de sacar las cosas de contexto: las citadas noticias hacen referencia a la incineración en el ámbito de los servicios funerarios. Aunque, en resumidas cuentas, incineración pura y dura...

(*) El autor de este artículo es mi viejo amigo y antiguo colega en la Facultad de Química de Donosti, Javier Ansorena Miner, Jefe del Servicio de Medio Ambiente de la Diputación Foral de Gipuzkoa.

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