Hogueras y fuegos artificiales
En una entrada de enero de 2007, me enrollaba, quizás en demasía, con el asunto de la pólvora, los fuegos artificiales y otros artefactos pirotécnicos, poniendo el énfasis en mis primeros juegos de alquimista en ciernes y explicando, posteriormente, la Química que hay debajo de los mismos. Desde entonces, no he recibido queja alguna de otro de los Premios Euskadi de Investigación que llena la Agenda de contactos de mi Mac, el dilecto Profesor Goñi, mencionado en la entrada, y que amén de bioquímico de prestigio, es un experto pirotécnico de talla internacional. Así que la información allí contenida la doy por buena y el que quiera releerla, despues de esta entrada, para estar más enterado, sabe que la cosa debe ser bastante aproximada a la realidad. Pero el asunto de hoy es otro: los fuegos artificiales tienen también que hacer su aggiornamiento (Juan XXIII en el Vaticano II dixit, aunque algunos Roucos no le hayan hecho ni puto caso), adaptándose a los tiempos actuales, en los que el que no es verde o ecológico va camino del desastre absoluto.
En la entrada arriba mencionada se destacaba el papel de los percloratos en cualquier ingenio pirotécnico. Los percloratos actúan como una fuente suplementaria de oxígeno, el comburente o sustancia que favorece la combustión, oxígeno que necesitamos para quemar lo que ponemos en el artefacto, provocando así humo y colores. El caso es que, en los últimos tiempos, se han ido acumulando pruebas de los efectos nocivos de los percloratos en la salud humana, particularmente en el funcionamiento de la glándula tiroides.
Para más problemas, en la preparación de los dispositivos pirotécnicos, hay una tendencia generalizada a poner un exceso de perclorato para evitar posibles fallos en el clímax del lanzamiento. Y, muchas veces, ese exceso no se quema, con lo que acaba contaminando ríos, lagos y mares. Hay estudios, hechos en lagos americanos próximos a exhibiciones anuales de fuegos artificiales, que demuestran que, en las 14 horas subsiguientes a la exhibición, la concentración de percloratos en el agua es mil veces superior a la media, necesitándose entre uno y dos meses para volver a la normalidad. El Alcalde de despejada cabeza que nos gobierna en esta ciudad debiera leerme, e incluir estos aspectos en el programa electoral que busca su enésima reelección. Ello daría trabajo a algunos de mis colegas especialistas en el análisis de aguas y evitaría que La Concha, cada agosto y durante siete días, se llenara de percloratos y otras lindezas, en una ciudad cuyo Consistorio se las da de verde....
Como consecuencia de todo lo que antecede, hay hoy en el mundo varios grupos de investigación trabajando en la eliminación de los percloratos como elemento fundamental de los fuegos artificiales. No deja de ser curioso que los programas que financian estas investigaciones vengan, por un lado, de la mano del Departamento de Defensa de los EEUU (y, particularmente, de su Marina, que usa muchos de estos ingenios por razones de seguridad) y , por otro, del Grupo Walt Disney que, con mucha vista, se ha querido adelantar a que le saquen los colores gente que va divertirse a sus espacios cerrados, donde se producen quemas abundantes de material pirotécnico.
Porque no solo están los percloratos. Para conseguir la gama de colores que vemos en una exhibición, se emplean sales de estroncio, sodio, bario, cobre y en algunos sitios, donde estas actividades están menos reguladas, se siguen empleando sales de mercurio y de plomo. Las alternativas que la Química está proponiendo para estas sustancias pasan por cosas tan extrañas a un profano como los bistetrazoles o las bistetrazolaminas. En el ámbito militar, el nuevo compuesto que parece gustarles es la nitrocelulosa o nitrato de celulosa, un viejo conocido de este Blog.
Pero buscando información sobre el tema de los artefactos pirotécnicos y sus efectos medio ambientales, he topado con un asunto adicional. En muchos actos festivos, a lo largo y ancho del mundo, los artefactos pirotécnicos se combinan con hogueras o fuegos que las gentes encienden con los motivos más peregrinos. En España se identifica fuego con Fallas, noches de San Juan o similares, pero en Inglaterra, la noche del 5 de noviembre es la BonFire Night, un crepúsculo en el que miles de hogueras y artefactos pirotécnicos iluminan a los súbditos de su Majestad Británica, recordando un hecho histórico acontecido a principios del siglo XVII.
Existen una gran variedad de documentos sobre la emisión de dioxinas (la bestia parda de los no partidarios de la incineración como tratamiento de basuras) en este tipo de eventos. En el año 1997, la Environmental Agency inglesa publicó un estudio sobre la cantidad de dioxinas emitidas en las celebraciones del Millennial en Londres que, según ellos, equivalían a las emisiones durante 120 años de una planta de incineración de la zona. Tengo referencias que rebajan esa cifra en 10-20 veces lo que, aún y así, no es una guasa. Tengo otras referencias, como un artículo del año 1998 de la revista Chemosphere, que descarta que sean los fuegos artificiales los causantes de esas altas dosis de dioxinas y furanos, pasando la pelota al tejado de las hogueras. Desde entonces, esa idea parece haberse afianzado en la literatura.
Así que voy a tener que poner en revisión una frase que mi suegro atribuía al modo de vida de la etnia gitana: "Mas vale morir de humo que de frío". Y puestos a elaborar una teoría, tipo brindis al sol, podría proponerse que una de las causas más probable de muerte de los cavernícolas que nos han precedido en el transcurrir de los tiempos, aparte de un golpe en la cabeza propinado por un congénere, pudieran ser cánceres provocados por el elevado contenido en dioxinas de las cavernas en las que subsistían gracías a las fogatas que les iluminaban y les calentaban.
En la entrada arriba mencionada se destacaba el papel de los percloratos en cualquier ingenio pirotécnico. Los percloratos actúan como una fuente suplementaria de oxígeno, el comburente o sustancia que favorece la combustión, oxígeno que necesitamos para quemar lo que ponemos en el artefacto, provocando así humo y colores. El caso es que, en los últimos tiempos, se han ido acumulando pruebas de los efectos nocivos de los percloratos en la salud humana, particularmente en el funcionamiento de la glándula tiroides.
Para más problemas, en la preparación de los dispositivos pirotécnicos, hay una tendencia generalizada a poner un exceso de perclorato para evitar posibles fallos en el clímax del lanzamiento. Y, muchas veces, ese exceso no se quema, con lo que acaba contaminando ríos, lagos y mares. Hay estudios, hechos en lagos americanos próximos a exhibiciones anuales de fuegos artificiales, que demuestran que, en las 14 horas subsiguientes a la exhibición, la concentración de percloratos en el agua es mil veces superior a la media, necesitándose entre uno y dos meses para volver a la normalidad. El Alcalde de despejada cabeza que nos gobierna en esta ciudad debiera leerme, e incluir estos aspectos en el programa electoral que busca su enésima reelección. Ello daría trabajo a algunos de mis colegas especialistas en el análisis de aguas y evitaría que La Concha, cada agosto y durante siete días, se llenara de percloratos y otras lindezas, en una ciudad cuyo Consistorio se las da de verde....
Como consecuencia de todo lo que antecede, hay hoy en el mundo varios grupos de investigación trabajando en la eliminación de los percloratos como elemento fundamental de los fuegos artificiales. No deja de ser curioso que los programas que financian estas investigaciones vengan, por un lado, de la mano del Departamento de Defensa de los EEUU (y, particularmente, de su Marina, que usa muchos de estos ingenios por razones de seguridad) y , por otro, del Grupo Walt Disney que, con mucha vista, se ha querido adelantar a que le saquen los colores gente que va divertirse a sus espacios cerrados, donde se producen quemas abundantes de material pirotécnico.
Porque no solo están los percloratos. Para conseguir la gama de colores que vemos en una exhibición, se emplean sales de estroncio, sodio, bario, cobre y en algunos sitios, donde estas actividades están menos reguladas, se siguen empleando sales de mercurio y de plomo. Las alternativas que la Química está proponiendo para estas sustancias pasan por cosas tan extrañas a un profano como los bistetrazoles o las bistetrazolaminas. En el ámbito militar, el nuevo compuesto que parece gustarles es la nitrocelulosa o nitrato de celulosa, un viejo conocido de este Blog.
Pero buscando información sobre el tema de los artefactos pirotécnicos y sus efectos medio ambientales, he topado con un asunto adicional. En muchos actos festivos, a lo largo y ancho del mundo, los artefactos pirotécnicos se combinan con hogueras o fuegos que las gentes encienden con los motivos más peregrinos. En España se identifica fuego con Fallas, noches de San Juan o similares, pero en Inglaterra, la noche del 5 de noviembre es la BonFire Night, un crepúsculo en el que miles de hogueras y artefactos pirotécnicos iluminan a los súbditos de su Majestad Británica, recordando un hecho histórico acontecido a principios del siglo XVII.
Existen una gran variedad de documentos sobre la emisión de dioxinas (la bestia parda de los no partidarios de la incineración como tratamiento de basuras) en este tipo de eventos. En el año 1997, la Environmental Agency inglesa publicó un estudio sobre la cantidad de dioxinas emitidas en las celebraciones del Millennial en Londres que, según ellos, equivalían a las emisiones durante 120 años de una planta de incineración de la zona. Tengo referencias que rebajan esa cifra en 10-20 veces lo que, aún y así, no es una guasa. Tengo otras referencias, como un artículo del año 1998 de la revista Chemosphere, que descarta que sean los fuegos artificiales los causantes de esas altas dosis de dioxinas y furanos, pasando la pelota al tejado de las hogueras. Desde entonces, esa idea parece haberse afianzado en la literatura.
Así que voy a tener que poner en revisión una frase que mi suegro atribuía al modo de vida de la etnia gitana: "Mas vale morir de humo que de frío". Y puestos a elaborar una teoría, tipo brindis al sol, podría proponerse que una de las causas más probable de muerte de los cavernícolas que nos han precedido en el transcurrir de los tiempos, aparte de un golpe en la cabeza propinado por un congénere, pudieran ser cánceres provocados por el elevado contenido en dioxinas de las cavernas en las que subsistían gracías a las fogatas que les iluminaban y les calentaban.
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