sábado, 14 de octubre de 2006

La bella Donosti huele a m.....

Los días previos al puente que nos llena de foráneos hacían presagiar lo peor. Por el Área Romántica de la ciudad de nuestros desvelos, y por otras de sus áreas más recientes, se desparramaba un hedor insufrible. Algún edil de los que rodean al incombustible calvo que nos gobierna y del que hasta algunos fieles votantes estamos empezando a pensar que por higiene democrática debiera marcharse, había decidido que tocaba abonar los pocos jardines, jardincillos y parterres de los que disponemos en la ciudad.

Pero eso si, de forma sostenible, que el asunto viste mucho. Con lo que diligentes jardineros municipales han desparramado kilos y kilos de estiércol lo mismo enfrente de nuestro delicioso Casino (hoy Ayuntamiento) que en la plaza de Bilbao, sin respetar siquiera las resonancias de un nombre tan majestuoso. Menos mal que el tiempo se ha aliado con nosotros y tras un miércoles en el que la lluvia y el viento se llevaron parte de los efluvios, unos días posteriores de viento sur y sol parecen haber secado el “regalo” y mantener los niveles aromáticos en estándares permisibles.

Vamos a dejarnos de introducciones retóricas y pretenciosas y vayamos al grano. Es más viejo que mear en pared el conocimiento de lo que necesitan los seres vivos en general, y las plantas en particular, para crecer de forma sana y eficiente. Tres macronutrientes fundamentales: nitrógeno, fósforo y potasio. Otros componentes importantes aunque en menor proporción: calcio, azufre y magnesio. Y hasta ocho micronutrientes que se necesitan en cantidades casi infinitesimales pero que cumplen su papel: boro, cloro (el denostado cloro), manganeso, hierro, zinc, cobre y molibdeno. Algunos de los cuales suenan cual grupos de rock para muchos de los mortales.

Desde el principio de los tiempos, los humanos han ido entendiendo que sus plantas comestibles y ornamentales necesitaban ciertos aditamentos para crecer. Lo de los micronutrientes es un concepto sofisticado que estuvo claro ya en el siglo pasado pero solo para iniciados. Pero lo del nitrógeno, fósforo y potasio lo han intuido pueblos antiguos y sabios que adicionaban a sus plantas cosas como nitratos y fosfatos extraídos de minas (¿quien no ha visto por Castilla o Rioja anuncios antiguos del nitrato de Chile?) u otras cosas tan escatológicas como el guano o el estiércol. Lo del “vete al guano” es una expresión que siempre me ha encantado. Guano es el nombre que se le da a los excrementos de las aves (sobre todo marinas) y murciélagos cuando éstos se acumulan. Hoy sabemos que el guano ha sido eficaz como forma de alimentar vegetales debido a sus altos niveles de nitrógeno y fósforo, derivados de su composición rica en ácido úrico, ácido fosfórico, además de otras sustancias como el ácido oxálico y otras sales.

El guano se ha recolectado tradicionalmente en varias islas del océano Pacífico, particularmente del Perú. Estas islas han sido el hogar de colonias de aves marinas durante siglos, y el guano allí acumulado tiene muchos metros de profundidad. Existe constancia de la explotación del guano en las islas Chincha del Perú en el siglo XIX y principios del siglo XX , período en el que fue la exportación estrella del país. Tanto es así que a finales del XIX, fue la causante de la Guerra del Pacífico (1879) que enfrentó a la alianza Bolivia-Perú contra Chile.

El guano peruano vuelve ahora a estar de moda al ser considerado un fertilizante natural, adecuado a "buenas prácticas agrícolas", que pretenden eliminar de la agricultura fertilizantes sintéticos y reemplazarlos por otros de origen puramente natural (a veces llamados también orgánicos) como el propio estiércol, los humus generados por lombrices, etc.. Para empezar el debate debemos puntualizar que la terminología al uso está viciada en muchos extremos. Muchos de los fertilizantes comerciales, llamados despectivamente sintéticos o inorgánicos tienen origen natural en cuanto se siguen extrayendo de minas y yacimientos. Y aunque en ciertos casos se obtienen por procesos de síntesis, el nitrato o el fosfato potásico es el mismo, se extraiga como mineral de una mina o se obtenga en una empresa química. Así que aunque se emplea también el termino abono mineral, yo me quedo con el de inorgánico, siguiendo la terminología química de identificar el término con sustancias que no contienen átomos de carbono. Por ese mismo argumento, el calificativo de orgánico, ligado en los medios ecologistas a algo producido por seres vivos, es también confuso y parece retrotraernos a la vieja polémica, con tintes religiosos, de la época en la que Wöhler sintetizó la urea. No en vano, la urea, una molécula orgánica, hoy de origen sintetico en su mayor parte, es un fertilizante extraordinario, tan fertilizante y tan extraordinario como la urea contenida en los pises de vacas, cerdos y demás pobres prisioneros de las granjas humanas.

Como decía antes, alimentar a un vegetal correctamente es algo bien conocido. Y para lo que, por no necesitar, no se necesita ni un sustrato tan irrenunciable para un agricultor a la vieja usanza como es la tierra. El tipo de cultivo que hoy conocemos como “hidroponía” viene a ser la prueba irrefutable de la anterior afirmación. Cultivo que, por otro lado, tiene antecedentes tan lejanos como los aztecas. Las llamadas chinampas no eran sino cultivos de este pueblo en zonas pantanosas próximas a la que luego fue ciudad de México. Los agricultores trabajaban sobre un tipo de soportes hechos de juncos y ramas recubiertos con una capa de limo. Las raíces de las plantas estaban realmente sumergidas en lagos de agua. De esta forma, practicaban sin saberlo, un tipo de acuicultura o hidroponía en estado puro.

Los científicos comenzaron realmente a interesarse en esta forma de cultivo en el siglo XVII. Desde esta época, pueden constatarse numerosos ensayos de experimentación de crecimiento de plantas sin suelo con la sola presencia de agua. Pero no ha sido hasta bien entrado el siglo XX cuando ha quedado claro que si al agua se le adicionan las sales minerales adecuadas la planta crece como una señora, sin echar en falta a la madre tierra en la que desparramar sus raíces y tomar a su través esos mismos nutrientes.

Y alguno de mis lectores pensará: ¿por qué se ha montado este follón en contra de la agricultura extensiva basada en fertilizantes que mezclan en adecuadas proporciones los elementos esenciales para el crecimiento de una planta?. Pues, en mi modesta opinión, por lo mismo de siempre, porque la avaricia rompe el saco. Dígale Ud. a un agricultor que con esos fertilizantes que combinan fósforo, nitrógeno y potasio puede conseguir cosechas de la pera y el ciudadano agricultor acabará vertiendo sobre su terreno ingentes cantidades del mismo para conseguir que aquello vaya a la mayor velocidad posible. Pero, Paracelso una vez más, el veneno está en la dosis. Y cantidades desmesuradas de fertilizantes acaban saturando el medio, matando a las plantas y, lo que es peor, contaminando acuíferos fundamentales para un equilibrio adecuado. Problemas como el exceso de nitratos en acuíferos y reservas de agua que provocan efectos no deseados están, creo yo, en la animadversión de ciertos grupos por los fertilizantes comerciales.

Pero pocos se han preocupado de ver el efecto de cultivos intensivos basados en guanos, estiércoles, gallináceas y otras guarradas similares tan queridas por nuestro equipo de gobierno municipal. Fundamentalmente porque la producción no llega a los niveles de los fertilizantes comerciales y no hay manera de hacer estudios comparativos rigurosos en los que se produzca una agricultura tan intensiva como la que proporcionan dichos fertilizantes. ¿Son mejores estos fertilizantes “naturales”?. Gentes honestas como mi amigo Domingo Merino, sin intereses comerciales, que llevan toda una vida asesorando, según su leal saber y entender, a los casheros de esta zona dicen que no. Que con excrementos de gallinas, vacas, cerdos y demás zoología es difícil ajustar las concentraciones adecuadas de nutrientes y, por tanto, hacer una auténtica gestión científica del crecimiento vegetal. Es verdad que hay gentes convencidas de la bondad de la agricultura basada en estos subproductos. Entre sus argumentos más empleados está el hecho comprobado de que la asimilación de nutrientes por la planta se hace de una forma más lenta y eso parece tener alguna repercusión en los productos finales. Pero no hay unas conclusiones claras que eliminen de un plumazo a los fertilizantes que han cambiado la agricultura durante el siglo XX.

Lo que si parece claro es que resulta complicado satisfacer las necesidades crecientes de fertilizantes de paises en desarrollos galopantes como China o India sobre la base de los arriba mencionados subproductos. La bioquímica e ingeniera agrónoma Pilar Carbonero, una pionera en los transgénicos (ya me pide el cuerpo entrar en el tema pero me falta información), decía este verano en una entrevista con los diarios del Grupo Vocento que la agricultura biológica es un capricho de niños ricos. Cuando uno suelta una frase tan impactante a un periodista ya sabe a lo que se expone. Y, además, la propia frase es probablemente injusta, en su literalidad, con gentes que viven la agricultura ecológica con pasión y convicción. Y por eso le han llovido algunas críticas. Pero si uno lee toda la entrevista con detenimiento, la cosa hay que ponerla en el debido contexto, que diría cualquier político al que los media le han sacado los colores. Yo no creo que la Prof. Carbonero esté en contra de emplear fertilizantes “naturales”. Pero lo que ve difícil es alimentar las regiones hambrientas del mundo con la llamada agricultura biológica. Un tipo de agricultura que ya practican, por otro lado, los países del Africa subsahariana porque no tiene dinero para comprar buenas semillas, fertilizantes o, simplemente, agua. Y así les va.

Por el contrario, en países donde existen producciones de vegetales abundantes, la agricultura biológica se ha convertido en una agricultura con valor añadido, donde los adjetivos de ecológica, natural, sin productos químicos, etc. sirven para incrementar el precio de unos productos que, por otro lado, son tan habituales como la vida misma. Es un concepto parecido al del producto del país, las anchoas del Cantábrico o los tomates de Getaria. Poco incremento de calidad contrastable para un precio bastante más abultado.

Así que tengamos la fiesta en paz. Que en este Pais hay que estar siempre en un bando. O nacionalista o español. O de la Real o del Athletic. O de Movistar o de Vodafone. And so on. Dejemos a cada agricultor con su elección. Que ninguno de los dos va a matar a sus clientes con sus productos. Ni quiere acabar con su fértil terreno. El que quiera darle al estiércol, al guano y al sustrato de las lombrices que lo haga, pero no estaría mal que controlara analíticamente sus suelos para ver si está adicionando los nutrientes necesarios. Y al que le da por los sacos de abonos basados en nitratos, fosfatos, etc. que no se pase en la cantidad y que controle igualmente la calidad de sus terrenos. Que técnicos buenos y laboratorios preparados tenemos. Y prácticamente gratis. Pero mientras tanto, por favor Sr. Alcalde, apúntese Ud. al fertilizado no maloliente que, aplicado a nuestros escasos jardines, es difícil que contamine acuíferos ni que esquilme grandes zonas de terreno. Nuestras pituitarias se lo agradecerán. Y prometemos no considerarle por eso menos ecologista que es lo que parece le preocupa de cara al siguiente round (basta verle en su pelea con la incineradora).

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