lunes, 24 de noviembre de 2025

Vivir sin plásticos y la EHU

El pasado viernes 14 de noviembre celebramos a lo grande, en el Kursaal donostiarra, una especie de fin de fiesta de las múltiples actividades organizadas con ocasión del 50º aniversario de la creación de la Facultad de Química (la mía). Entre las diversas intervenciones en el acto, estuvo la de mi amigo y colega de muchas batallas, el Profesor José María Asua, que explicó a la audiencia los logros de Polymat, el Instituto que unos pocos pirados pusimos en marcha hace más de un cuarto de siglo y que él ha dirigido con mano firme y con éxito hasta su reciente jubilación. El Profesor Asua no dejó pasar la ocasión para denunciar que dentro de la llamada Zientzia Astea (Semana de la Ciencia) 2025, organizada por la Universidad del País Vasco (EHU), un conjunto de sus muchas actividades giraba en torno al título Ciencia para un planeta sin plásticos. La denuncia arrancó un encendido aplauso por parte de las más de 600 personas que llenábamos el recinto y que, todo hay que decirlo, llevamos los polímeros y los plásticos en el ADN académico y/o profesional. Espero que las autoridades de la EHU, presentes en el acto, tomaran buena nota de la denuncia y la trasladaran a la Directora de la Zientzia Astea y a la Vicerrectora de la que depende. Aunque no soy muy optimista. Apuesto a que justificarán el título sobre la base de lograr un mayor impacto en la sociedad. Vamos, lo que yo suele llamar en este Blog marketing perverso.

Si uno repasa las múltiples actividades que se desarrollaron del 5 al 9 de noviembre en las tres capitales vascas y Barakaldo, es difícil encontrar alguna que justifique un titular tan explícito. La mayoría de los talleres, conferencias, exposiciones, concursos, monólogos, visitas guiadas y otras actividades que tenían que ver con los plásticos, trataban de concienciar a la ciudadanía sobre los problemas ligados al uso de los mismos y las posibles soluciones para mitigarlos. Solo un taller que se celebró en Bilbao el 7 de noviembre tenía un título que cuadraba con el anuncio que os he colgado arriba. Se titulaba ¿Podemos vivir sin plásticos? pero, si repasamos sus objetivos, uno de los párrafos dice que “a través de una visión basada en la economía circular, reflexionaremos sobre cómo podemos reducir su impacto negativo sin renunciar a sus beneficios”. O sea, que del “sin” nada. La EHU podría haber puesto en el cartel “Ciencia para gestionar mejor los plásticos” o cosas similares, más ajustadas a ese taller y al resto de los contenidos. Pero, claro, eso vende menos.

Lo de un planeta sin plásticos o, alternativamente, una vida sin plásticos, es una idea que reaparece cada cierto tiempo con fuerza renovada. La expresión suena poderosa y sugiere una especie de retorno a una vida más sencilla, más natural, menos contaminante. Es un eslogan quizás cargado de buenas intenciones (aunque mis dudas tengo), fácil de recordar y perfecto para un cartel. Sin embargo, precisamente por eso, es también engañoso. La frase sugiere que renunciar a los plásticos sería un gesto ético y ecológico incuestionable cuando, en realidad, parte de un conjunto de conceptos científicos erróneos y de una persistente Quimiofobia que conviene desmontar, elevando el nivel de la conversación.

Cuando quiero indicar a alguien la inconsistencia de mensajes similares a los del cartel de la Zientzia Astea, suelo recomendar la lectura del libro Plásticos: Un idilio tóxico de Susan Freinkel, publicado en su versión en castellano en 2012 y que contiene una de las aproximaciones más lúcidas que he leído a la idea de un mundo sin plásticos, proveniente de alguien que se acercó a ellos con una mirada mayormente crítica, como corresponde a una californiana de pro. Aunque el tono general del libro analiza problemas reales como aditivos cuestionables, residuos mal gestionados o abusos en el empleo de esos materiales, Freinkel no defiende en ningún caso una vida “sin plásticos”.

De hecho, antes de escribir el libro, se planteó un experimento personal: pasar un año entero sin usar plástico. Le atraía la idea de demostrar que era posible reducir drásticamente su dependencia, quizá incluso mostrar que prescindir de los plásticos era una opción realista. El resultado fue esclarecedor: el experimento fracasó casi inmediatamente. Y no porque Freinkel careciera de voluntad, sino porque descubrió que el plástico estaba integrado en cada rincón de la vida moderna: envases de alimentos, ropa, electrodomésticos, dispositivos electrónicos, transporte, herramientas, utensilios domésticos… Incluso actividades triviales se volvían imposibles sin algún componente plástico. Concluyó que “No podemos seguir por un camino pavimentado con plástico. Ni tenemos por qué hacerlo. El libro pretende mostrar el camino hacia una nueva colaboración creativa con el material que nos encanta odiar, pero sin el que parece que no podemos vivir”.

Freinkel lo comprobó además entrevistando a expertos de todo tipo y con la dura experiencia personal (véase el capítulo 4 del libro) de que su hija naciera prematura y pasara un largo periodo de tiempo en una unidad de cuidados intensivos neonatales. Allí, rodeada de incubadoras, tubos, jeringuillas, bolsas de nutrición, respiradores, sondas y todo tipo de dispositivos médicos, Freinkel entendió lo evidente. En el ámbito médico, los plásticos no son un inconveniente de la vida moderna. Son una infraestructura de supervivencia. La medicina actual, con su capacidad de salvar vidas extremadamente vulnerables, sería inviable sin ellos. Querer “vivir sin plásticos” es, en este contexto, un lujo retórico que la realidad clínica desmonta con contundencia.

Los plásticos son además, en muchas aplicaciones, la opción ambientalmente óptima. En una entrada del año 2024, que hablaba sobre plásticos y gases de efecto invernadero, os explicaba dos relevantes estudios que utilizaban el llamado Análisis de Ciclo de Vida (LCA) para evaluar el impacto ambiental de los plásticos. En el más reciente, se usaba el LCA para evaluar la generación de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en el ciclo de vida de los plásticos. Ciclo que va desde su producción como tales en las plantas petroquímicas, su transformación en objetos utilizables por el consumidor, el uso o aplicación que éste hace de los mismos, para acabar con la recogida y tratamiento de las basuras plásticas que inevitablemente se producen. Y algo similar se hacía con otros materiales considerados como posible alternativa al plástico en un total de dieciséis aplicaciones. Resumiendo para quien no quiere volverse a leer la entrada, los autores encontraban que, en 15 de las 16 aplicaciones mencionadas, un producto de plástico incurre en menos emisiones de GEI que sus alternativas. En estas aplicaciones, los productos de plástico liberan entre un 10 % y un 90 % menos de emisiones a lo largo del citado ciclo de vida del producto.

También mencioné en esa entrada un informe publicado en febrero de 2018 por la Agencia de Protección Ambiental danesa titulado “Análisis del Ciclo de Vida de las bolsas de compra” en el que, de forma similar al estudio anterior, se evaluaba su impacto ambiental aunque en términos más amplios que la mera emisión de Gases de Efecto Invernadero. De acuerdo con ese informe gubernamental danés, habría que usar, antes de desecharlas, 35 veces una bolsa de compra de poliéster, 43 una de papel, 7.100 una de algodón convencional y 20.000 una de algodón orgánico para que el impacto fuera similar al de usar una de polietileno una sola vez. Y hay un artículo más reciente que mi entrada que aborda el análisis del ciclo de vida de los envases de polietileno en USA comparados con otros materiales, con resultados igualmente contundentes.

Por otro lado y paradójicamente, muchos de los avances que nos permiten avanzar hacia un mundo más sostenible dependen de los polímeros en general y de los plásticos en particular. Las palas de los aerogeneradores, el encapsulado de los paneles solares, los componentes plásticos que aligeran el peso de los vehículos eléctricos, los aislamientos de plásticos que reducen los consumos energéticos de nuestras casas o los equipos y las tuberías de plástico con las que estamos mejorando la eficiencia en la distribución de un bien cada vez más escaso, el agua, son solo algunos ejemplos de materiales de los que va a ser difícil prescindir si las cosas van como se pretende que vayan.

Y podría seguir con la agricultura, aunque esto se está alargando un poco. Plásticos como los usados en las cubiertas de los invernaderos, el acolchado de los retoños de plantas o las instalaciones de riego eficiente han jugado un papel silencioso, pero fundamental, en la llamada Revolución Verde que Norman Borlaug comenzó en los años 60, junto con los fertilizantes derivados de la síntesis del amoníaco de Haber-Bosch o los plaguicidas. Sin todos ellos, alimentar hoy a más de ocho mil millones de almas sería casi imposible.

El rechazo social al plástico no surge del plástico en sí, sino de su gestión inadecuada. Las imágenes de mares llenos de basura o animales atrapados son el resultado de fallos en sistemas de recogida, reciclaje y responsabilidad del productor. En los países donde estas infraestructuras funcionan, los plásticos no son un problema ambiental relevante. Allí donde la gestión falla, por razones económicas, políticas o logísticas, los plásticos aparecen en el paisaje. Lo responsable no es “vivir sin plásticos”, sino “vivir sin tirar plásticos donde no se debe”.

Hoy toca piano. De la mano de Lang Lang, el pianista chino, poco más de dos minutos de Brejeiro (Tango Brasileiro) del compositor Ernesto Nazareth.

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