viernes, 30 de mayo de 2025

Microplásticos en número y en peso

Tengo un amigo, catedrático de Estadística aplicada, que acumula titulares que usan su materia inadecuadamente (por falta de conocimiento), o hacen mal uso de ella por motivos más espurios. Creo que voy a tener que hacer lo mismo con titulares de noticias que reseñan nuevos artículos científicos sobre la omnipresencia de los microplásticos en todo tipo de medios, sobre todo en el mar y en los organismos vivos. El que hoy menciono no es que tenga más importancia que otros, pero ha sido el detonante de hablar de algo que también llevaba tiempo con ganas de hacerlo. Me refiero al hecho de que, cuando se habla de la omnipresencia de esos micro- o nanoplasticos, casi siempre se habla del número de ellos y no de su peso. Y a fin de cuentas, cuando hablamos de sustancias tóxicas, lo que importa casi siempre es el peso. Pero lo del número (miles, millones) da pie a titulares que impresionan bastante más al lector que lo del peso en micro o miligramos. Y voy a ver si lo explico. Pero vayamos por partes.

La noticia a la que hago mención, se publicó en El País el pasado 30 de abril con el siguiente titular: “Mar de plástico: un estudio global de los océanos mide miles de micropartículas hasta en la fosa de las Marianas”. El artículo describe un artículo muy interesante que se centra en medir las concentraciones de microplásticos en los océanos a profundidades superiores al medio metro, complementando así a la mayoría de los estudios realizados hasta ahora, centrados en el entorno de la superficie. Es un metanálisis, es decir, que analiza los resultados ya publicados en otros artículos, entre 2014 y 2024, que han tomado muestras en 1885 localizaciones diferentes a lo largo y ancho de los océanos, entre las que se encuentra una en las proximidades de la famosa fosa de las Marianas a una profundidad de casi siete kilómetros (la fosa llega bastante más abajo). En la mayoría de las artículos se han medido concentraciones de microplásticos, casi todos inferiores a 100 micras de tamaño, expresándolas en número de ellos por metro cúbico (mil litros) de agua de mar.

No sé como interpretáis el titular después de esta introducción, pero lo que a mi me parece que se desprende de su lectura (y que, por aquello de mis sesgos, algunos amigos me han confirmado) es que, globalmente, el estudio ha encontrado miles de partículas por metro cúbico en las diferentes localizaciones estudiadas, incluida la citada fosa de las Marianas. Pues bien, la cosa no es así. Globalmente, las concentraciones encontradas en esas localizaciones oscilan entre un número inapreciable de micropartículas y más de 10000 por metro cúbico de agua marina, con una media de de unas 200. Y solo en el artículo que estudiaba la fosa de las Marianas, se alcanzaban las 13500 partículas. Me parece a mi que alguien ha hecho un titular a medida para obtener muchos Likes.

Cuando uno se lee el artículo científico y la reseña de El País “adornada” por ese titular, esta última refleja bastante bien lo que dice el primero, entre otras cosas porque se hace eco de lo que ha contado a El País uno de los autores del mismo, un científico japonés. El artículo contiene muchos resultados de interés que darían para más de una entrada (que no descarto) como, por ejemplo, la variación del número de partículas con la profundidad. O también que, al mencionar la acumulación de basura de todo tipo, microplásticos incluidos, en la llamada Gran Mancha de Basura del Pacífico (Great Pacific Garbage Patch), que dio lugar hace años a que se acuñara el término "islas de plástico", los autores dejen claro que, como yo me he cansado de repetir en mis charlas sobre el tema, dichas islas no existen. Y no lo dice un piernas como yo, sino una página de la prestigiosa NOAA americana, que ya hace años desmintió al que popularizó el término, Charles J. Moore, un navegante y oceanógrafo estadounidense fundador de la organización ecologista Algalita Marine Research Foundation.

Y vamos con el asunto del número y el peso de los microplásticos que mencionaba al principio. Según algunos autores, cuantificar los microplásticos en número es más fácil que en peso, gracias a las modernas técnicas microscópicas de las que disponemos ahora. Pero yo no lo tengo muy claro. Por ejemplo, las famosas PM10, tan importantes a la hora de cuantificar la calidad del aire de nuestras ciudades, se miden en peso por metro cúbico de aire, pesándolas directamente tras su recolección por filtros adecuados. Y su tamaño es del orden de una pocas micras, como el de los microplásticos. En cualquier caso, si no lo hacemos directamente, estimar el contenido en microplásticos en peso por unidad de volumen, implica el tener que suponer una cierta forma geométrica de las micropartículas (una esfera, un cilindro, un paralelepípedo de pequeña altura), para poder calcular así el volumen y luego con la densidad del plástico (que se conoce bien en todos los importantes) calcular el peso. Pero la propia microscopía de las partículas nos revela que su morfología es muy variopinta.

Aún y así vamos a hacer una estimación con un modelo sencillo. Ya he contado aquí que muchos de los microplásticos son en realidad microfibras que provienen de las redes de plástico, de nuestras vestimentas, etc. Y una microfibra la podemos conceptuar en términos de su morfología como un microplástico de forma cilíndrica. Muchas fibras sintéticas (como las textiles de poliéster o acrílicos) que acaban como microplásticos en el océano miden entre 0,5 y 5 mm de largo. Un valor de 1 mm o, lo que es lo mismo, 1000 micras (o micrómetros µm), es un valor central dentro de ese intervalo y se usa a menudo como referencia en estudios que requieren un tamaño “tipo”. Por otro lado, los diámetros de las fibras textiles oscilan entre 10 y 30 µm, dependiendo del polímero y del proceso de fabricación, por lo que 20 micras es un valor medio razonable.

Considerando a esa microfibra tipo, su volumen, como cilindro que es, se calcula como el área de la base por la altura. Si suponemos que es un poliéster (PET) con una densidad de 1,38 g/cc, el peso de esa solitaria y minúscula microfibra que hemos elegido es 0,00043 miligramos o 0,43 microgramos (µg). Así que si todos los microplásticos de las muestras investigadas fueran microfibras, las 200 micropartículas por metro cúbico que, en promedio, determina el estudio arriba mencionado que existen en las profundidades de los océanos, pesarían 86 µg o, lo que es igual, menos de una décima de miligramo de microplástico por cada mil litros de agua. Y las 13500 del caso especial de la isla de las Marianas pesarían algo menos de 6 miligramos por metro cúbico. Similares cálculos se pueden hacer con otras geometrías pero, si me creéis, ello no altera en lo fundamental las conclusiones que aquí hemos extraído.

Para poner en contexto los cálculos que acabamos de hacer, todos los microplásticos medidos en la fosa de las Marianas por metro cúbico de agua sería el equivalente a un 0,1% del peso de una bolsa de plástico de súper, que pesa unos 6 gramos. Pero el caso de las Marianas, a pesar del titular de El País, se sale de madre, desde el punto de vista estadístico, de lo que es más normal en los océanos. De hecho, tomando la media de 200 microplásticos y su peso de 86 µg por unidad, supondrían poco más del 0.001% de una bolsa de plástico.

Como decía al principio, no debemos olvidar además que, en Toxicología, es habitual referirse a las concentraciones que pueden causar daño en unidades de peso por unidad de volumen o peso. Por ejemplo, las dosis de ingesta admisibles de la ONU, relativas a las cantidades de una sustancia tóxica que podemos consumir sin problemas a lo largo de toda nuestra vida, se dan en diversas unidades de peso (miligramos, microgramos, picogramos, etc.) por kilo de peso de quien las consume. Y la contaminación por dioxinas, en entornos próximos a las incineradoras, se han dado y se dan por unidades de peso, similares a las que acabo de mencionar, por metro cúbico de aire que sale de las chimeneas o por gramo de terreno cercano. Además, dado que muchas veces se habla de las sustancias tóxicas que puedan contener los microplásticos (monómeros, plastificantes y otros aditivos), sería mucho más fácil hacer una estimación de su concentración a partir de concentraciones de microplástico en peso que en número.

Espero que estas sencillas consideraciones permitan ver los datos de algunos titulares de otra manera. Pero, sobre todo, no os quedéis con lo que parece decir un titular.

Hoy, música de Albéniz, Tango de la mano de Tabea Zimmenmann a la viola y mi admirado Javier Perianes al piano. Y me voy a pasar unos días con mis amigos gallegos.

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martes, 20 de mayo de 2025

Informe sobre restos de plaguicidas en alimentos

El pasado día 14, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó su informe anual relativo al seguimiento que los diferentes países europeos realizan sobre la presencia de plaguicidas (que no pesticidas, una mala traducción del inglés) en diversos productos alimentarios, de cara a la evaluación de los riesgos que ello pudiera suponer. Bajo el término de plaguicidas se incluye toda una amplia gama de productos empleados como insecticidas, herbicidas, bactericidas, etc. Como ya viene siendo habitual en los últimos años, los resultados indican un nivel bajo de riesgo para la población europea. Tras cada publicación, he solido pensar hacerme eco de los resultados pero, al final, no me he acabado de decidir. Este año, sin embargo, me ha cogido caliente con el tema del glifosato (un plaguicida) sobre el que leí mucho para documentar la charla de la Quimiofobia de la que hablé hace poco y he decidido hacerlo. Ya han pasado varios días desde la publicación de la nota de prensa de la EFSA y salvo la agencia española homónima (AESAN) y algunas autonómicas, nadie en los medios parece considerar la noticia relevante, así que para eso está vuestro Búho.

El informe de la EFSA da resultados de dos paneles de datos. En el primero de ellos, EU MACP, se han analizado, de forma coordinada, los resultados de 13246 muestras aleatorias tomadas por los Estados miembros de la UE (mas Noruega e Islandia) y que se han centrado en doce productos alimenticios elegidos entre los más consumidos en Europa. Son análisis que se realizan cada tres años, para hacer un seguimiento de las tendencias. El último informe, al que estoy haciendo referencia, muestra los datos recogidos a lo largo de 2023, en el que se analizaron muestras de zanahorias, coliflores, kiwis, cebollas, naranjas, peras, patatas, judías secas, arroz integral, centeno, hígado de bovino y grasa de ave. El 99% de las muestras analizadas cumplían con la legislación de la UE, que establece unos límites máximos de residuos (LMR) de plaguicidas en alimentos. El resultado es coherente con el obtenido en 2020 (99,1 %), cuando se analizó la misma selección de productos por última vez. De esas muestras de 2023, el 71 % estaba libre de plaguicidas (al menos hasta el nivel que las técnicas actuales de análisis permiten hacerlo), mientras que el 28 % de ellas contenía uno o más residuos pero dentro de los límites legales. Solo el 1 % de las muestras superaban los LMR.

Al mismo tiempo, la EFSA ha publicado los resultados del llamado Programa Nacional Plurianual de Control (MANCP), que recoge datos de muestreos específicos, basados en el nivel de riesgo de los diferentes plaguicidas, realizados por cada uno de los países implicados en estos programas. En este caso, se analizaron hasta 132793 muestras, el 98 % de las cuales se ajustaban a la legislación de la UE. De nuevo, esa cifra es consistente con las obtenidas en 2021 y 2022 que fueron del 97% y el 98%, respectivamente. De las muestras de 2023, el 58 % no contenía residuos cuantificables, mientras que el 40 % contenía residuos dentro de los límites legales y solo el 2 % superaba los límites máximos autorizados (LMR).

Usando una herramienta interactiva proporcionada por la EFSA, se puede analizar la procedencia de las muestras investigadas y las diferencias existentes entre ellas en cuanto a contenido en plaguicidas. En general, los países mediterráneos son los que tienen un mayor porcentaje de muestras analizadas provenientes del propio país. En el caso concreto de España, el 76,4% de las muestras provienen del mercado español, solo el 2,3% de la UE, el 21,1% de terceros países y un 0,2% de origen desconocido. En general, las muestras importadas de terceros países son las que tienen porcentajes más altos de plaguicidas. Frente al 2% de muestras contaminadas en niveles superiores a los LMR en alimentos provenientes del propio país o de la UE, más del 6% de las importadas de terceros países excedían el nivel máximo permitido.

Los resultados de estos programas de seguimiento constituyen la fuente de información que permite a la EFSA calcular la exposición de los consumidores de la UE al conjunto de los residuos de plaguicidas, a través de la alimentación. Se trata de evaluar el riesgo, esto es, la probabilidad de que los consumidores se vean expuestos a una cantidad de residuos por encima de un determinado umbral de seguridad. Sobre la base de esa evaluación, la EFSA concluye que existe un riesgo bajo para la salud de los consumidores derivado de la exposición a residuos de plaguicidas en los alimentos analizados.

El informe contiene también un apartado específico dedicado al glifosato, donde se presentan todos los datos recibidos sobre el mismo o sobre las sustancias que puede generar en el organismo (metabolitos) o sus productos de degradación. Es importante recordar que, a pesar de lo que se suele decir por ahí, el glifosato está autorizado en la UE hasta el 15 de diciembre de 2033 y que puede utilizarse como sustancia activa en productos fitosanitarios, aunque en esa autorización se faculta a cada uno de los países miembros a tomar decisiones que restrinjan o prohiban el uso de este plaguicida. En 2023, 26 países analizaron residuos de glifosato en 15591 muestras de productos vegetales. Además, también se identificaron residuos en 674 muestras de piensos y 18 muestras de pescado.

En el 97,9% de las muestras de alimentos no se pudo cuantificar el glifosato por estar por debajo del límite de cuantificación (LOQ). Es decir, hasta los límites que hoy podemos medir la presencia de una sustancia de forma fiable con nuestras técnicas analíticas, el 97,9% de las muestras no tenían glifosato. En el 1,9% de las muestras, el glifosato se cuantificó en niveles superiores a ese LOQ pero inferiores al límite máximo permitido por la legislación (LMR), y en el 0,2% restante de las muestras los niveles de residuos superaron el LMR. Y algo muy importante, en las 399 muestras de alimentos infantiles investigadas no se cuantificaron residuos de glifosato.

Después de escribir la entrada me doy cuenta de las razones por las que he sido reacio a publicar este tipo de estudios. Estas enumeraciones de datos estadísticos resultan difíciles de roer. Así que para compensaros vamos a terminar con una música que acabe con el tedio. Escuchando a algunos de mis lectores que me echan en cara solo poner música clásica, Janis Joplin (1943-1970) y su “Me and Bobby McGee”. Llevo más de 50 años escuchándola y me sigue gustando.

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jueves, 8 de mayo de 2025

Sartenes con Teflón

De vez en cuando hay que cambiar las sartenes de diferentes tamaños que tenemos por casa. Salvo alguna experiencia suelta, nuestras sartenes han tenido siempre un recubrimiento antiadherente aplicado a la superficie de las mismas, lo que nos evita algunas situaciones engorrosas. Durante unos 70 años, esos recubrimientos han sido a base de politetrafluoroetileno (PTFE), conocido comercialmente como Teflón, un polímero de excepcional resistencia al ataque químico, la corrosión y el calor. Pero ese fluoropolímero, que probablemente conozcáis también en forma Goretex o de juntas más o menos maleables, es un pariente de una amplia familia de sustancias que los químicos llamamos perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS, por sus siglas en inglés) y que suelen aparecer en los medios como "productos químicos para siempre” (forever chemicals). Son persistentes en el medio ambiente y se les atribuyen determinados problemas de salud, incluido el cáncer, atribuciones derivadas generalmente de estudios con animales. En los últimos años, los PFAS se enfrentan a un creciente escrutinio y a regulaciones por parte de agencias que cuidan de nuestra salud. Y de rebote, eso puede afectar a las sartenes.

Y así, en enero de este año, Minnesota se convirtió en el primer estado americano en prohibir la venta de productos que contienen PFAS, incluyendo en la prohibición a los utensilios de cocina a base de Teflón. En febrero de este mismo año, la Asamblea francesa aprobó una prohibición similar que entrará en vigor en 2026, aunque de esa legislación se excluyó los utensilios de cocina, debido sobre todo a la ruidosa campaña (Touchez pas ma poêle!), orquestada por el fabricante francés de dichos utensilios vendidos bajo la marca Tefal, que apeló a los peligros a los que se exponía el mercado laboral francés si, sobre todo, se incluían sus sartenes. Europa también está preparando una legislación que prohibiría el uso de PFAS, pero yo creo que eso va para largo, dadas las implicaciones que tendría en sectores como el de la defensa o la microelectrónica. Pero de eso hablaremos otro día porque da para mucho.

Cuando uno calienta alimentos en una sartén, las proteínas de los mismos forman con la superficie metálica fuertes enlaces covalentes o enlaces más débiles que los químicos denominamos de van der Waals. Y ello es debido a la alta superficie ofrecida por los metales a las proteínas de los huevos o de la carne, merced a una estructura más o menos rugosa, solo apreciable cuando se observa esa superficie a escala microscópica. Para hacer que esa superficie sea antiadherente, el metal se trata con un material no reactivo que llena los huecos y grietas microscópicas de la superficie y luego se solidifica para hacer que sea lisa. Para esos usos, el Teflón es maravillosamente eficaz ya que se trata de largas cadenas de átomos de carbono, cada uno de ellos unido a dos átomos de flúor. Los fuertes enlaces carbono-carbono y carbono-flúor forman una capa inerte que no reacciona con las moléculas de los alimentos. Además el Teflón repele el aceite y el agua, por lo que los líquidos simplemente se deslizan sobre él.

La controversia en torno a la seguridad de los utensilios de cocina de Teflon arrancó hace más de dos décadas y tuvo que ver con el uso en su fabricación de otra molécula perteneciente a la familia de las PFAS, el ácido perfluorooctanoico (PFOA), que, en aquellos momentos, servía como un ayudante en la polimerización del Teflon, lo que hacía que los recubrimientos posteriores con ese polímero pudieran contener cantidades residuales de PFOA. Pero lo que, a la larga, ha resultado más peligroso es que las empresas que fabricaban Teflon emitían PFOA a sus entornos próximos. La americana Agencia de Medio Ambiente (EPA) empezó hace años el seguimiento de la contaminación por esa sustancia, principalmente en núcleos de población próximos a las factorías que manejaban PFOA en revestimientos y otros usos, ya que en la mayoría de ellas la sustancia se venteaba al aire circundante o estaba contenida en aguas residuales.

Como consecuencia de esas acciones, la EPA y los principales fabricantes de PFOA firmaron acuerdos para eliminar la fabricación y uso de esa sustancia antes de 2015. En el caso del proceso de la formación de Teflón, la DuPont, la empresa que ha liderado la fabricación de ese material, ya no emplea, desde 2012, PFOA en el proceso de formación de Teflón. Hoy sabemos que otros importantes emisores de PFOA y otros fluorados de la familia han sido y siguen siendo los aeropuertos e instalaciones militares que las han usado en sus dispositivos de extinción de incendios. Dado su bajo peso molecular, algo que le diferencia claramente del Teflón, pronto se hizo evidente la ubicuidad de las PFAS en el medio ambiente y en la sangre de personas expuestas a las mismas por motivos laborales y, sobre todo y más preocupante por el número de personas afectadas, en las que consumían agua potable contaminada por PFAS.

Ante la posible prohibición generalizada de estas sustancias y por extensión del Teflón, ¿qué sartenes tendremos que usar?. Yo he curioseado recientemente (como ya he hecho en el pasado) en tiendas de mi pueblo que venden sartenes y las que llevan Teflón como revestimiento antiadherente siguen siendo las más habituales. Pero parece que la alternativa comercial que se va abriendo camino son las que contienen revestimientos "cerámicos", algo que pongo entre comillas porque esa denominación puede inducir a engaño a los consumidores que, ante ese término, piensan en jarrones y azulejos, fabricados con arena u otros óxidos metálicos.

Las formulaciones de estas sartenes varían según el fabricante, pero generalmente es una red basada en polidimetil siloxano (PDMS), una silicona. Para ello, los fabricantes dispersan nanopartículas de minerales como el dióxido de silicio, el carburo de silicio y el dióxido de titanio en un disolvente, donde forman un gel. Luego combinan el gel con PDMS y aditivos, aplican la mezcla a una superficie metálica y la endurecen con calor. El conjunto se une fuertemente a los metales, creando un revestimiento duro y repelente a los líquidos, con carácter antiadherente. Curioseando por ahí, he visto sartenes que anuncian un revestimiento cerámico, pero que incluyen Teflón junto a un óxido como el de titanio. Así que, como suele pasar cuando el marketing perverso entra en un mercado conflictivo, hay que leerse bien la etiqueta.

¿Son mejores las sartenes con recubrimientos más o menos cerámicos que las de Teflon puro y duro?. Aunque anda por ahí algún artículo de investigadores cordobeses que las compara y en el que parecen ganar las de Teflón, va a ser difícil trasplantar esos resultados de laboratorio a un usuario normal que usa diferentes tipos de fuentes de de calor (gas, vitro, inducción, etc.), emplea diferentes temperaturas según el regulador de potencia que tenga en su cocina e, incluso, tiene su propia forma de cocinar.

Si necesitáis una sartén nueva y antiadherente para casa, no os volváis locos y compraros, mientras se pueda, una con revestimiento de Teflón. En muchas marcas veréis el reclamo publicitario “sin PFOA”, lo cual es una obviedad porque hace más de una década que en la fabricación de Teflón no se usa PFOA. Y si usáis bien esas sartenes (no las rayéis con utensilios punzantes y, sobre todo, no las dejéis en el fuego sin control) os funcionarán bien y no desprenderán los forever chemicals porque, a pesar de lo que se dice a veces, el Teflón tampoco se degrada dando lugar a PFOA. Y si, finalmente, las prohiben (todo es posible en este mundo raro en el que vivimos) ya nos acostumbraremos a las que nos queden..

Hoy música del maestro Guridi al que, siendo yo muy pequeño, llegué a conocer personalmente. La Amorosa, de sus Diez Melodías Vascas (1940), con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia y Andrés Salado Egea como director.

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