Microplásticos en la Antártida y en el cerebro
El pasado domingo, 9 de febrero, me dieron un disgusto con el desayuno. Un prestigioso y veterano divulgador científico, en un magazín de RNE, se sumó al coro de noticias alarmistas sobre los Micro- y Nanoplásticos, noticias que hacían referencia a dos artículos científicos recientemente publicados. Como le admiro desde hace tiempo, me extrañó que, en su cortísima reseña de uno de esos artículos, hablara de “concentraciones récord de microplásticos en zonas más remotas de la Antártida como el Polo Sur y en unos glaciares”. Algo que creo que no hubiera hecho si se hubiera leído el artículo con el mismo cuidado que suele emplear en otras novedades científicas que nos cuenta cada domingo. El Búho, que si se ha leído el artículo, os va a hacer un resumen ciertamente algo diferente y luego cada cual que piense lo que quiera.
El mencionado artículo todavía no se había publicado “oficialmente” ese día 9. De hecho, si picáis en el enlace que acabo de poneros, comprobareis que la fecha con la que va a pasar al historial de la revista que lo publica es el 25 de febrero, pero cuando se trata de artículos que se sabe van a impactar en la gente, la propia revista ya se encarga de distribuir a los medios el material y así conseguir “Me gusta” inmediatos, que es lo que priva.
Los investigadores implicados (ingleses, irlandeses y alemanes) habían recogido muestras de nieve en tres remotas zonas de la Antártida donde se alojan campos de investigación o de turismo muy limitado: los glaciares Union y Schanz y el propio Polo Sur. El campo situado en el Glaciar Union es estacional y está operativo durante el verano austral entre octubre y febrero y suele alojar a unas 140 personas. El del glaciar Schanz es, en realidad, de carácter turístico y no suele albergar mas de 16 personas. Por el contrario en el campo del Polo Sur, la National Science Foundation (NSF) mantiene unas 100 personas durante el verano y unas 50 en invierno, recibiendo cada año unas 250 personas adicionales que visitan el enclave. Por tanto, estamos hablando de zonas que, aunque de forma limitada, reciben gente, lo que no ocurre con la gran mayoría de toda la vasta extensión del resto de la Antártida (casi 14 millones de kilómetros cuadrados, 27 veces la extensión de España). Así que, como primera idea a resaltar, la contaminación que pueda haber en los lugares investigados no puede identificarse con la de la Antártida en su inmensidad.
Sin entrar en muchos detalles técnicos, las muestras de nieve tomadas en esos asentamientos se dejaron fundir, se filtraron adecuadamente para que no se introdujeran contaminaciones derivadas del propio laboratorio que las estudió y se evaluaron, tanto el número de microplásticos presentes como el peso de los mismos, por litro de nieve. Para ello usaron una técnica de análisis químico conocida como Espectroscopia infrarroja de Transformada de Fourier (FTiR) que permite medir el tamaño de las partículas así como identificarlas químicamente.
Ese análisis constata que los microplásticos más abundantes están en forma de micropartículas (trozos de plástico de unas pocas micras) y microfibras (fibras de longitud en esa misma escala). Y en cuanto a materiales, las más abundante son las poliamidas sintéticas (incluida la conocida como poliamida o nylon 6), cosa que tampoco es de extrañar porque, como dice una de las investigadoras en las noticias de prensa, las poliamidas están presentes en muchas prendas, así como en cuerdas y banderas para marcar rutas seguras dentro y alrededor del campamento. Otros polímeros muy encontrados son el polietilentereftalato (PET), utilizado en botellas pero también en fibras de poliéster, el polietileno, componente por ejemplo de los tupperwares y bolsas de basura o el caucho sintético de las ruedas de vehículos de todo tipo.
En el artículo, los propios investigadores también reconocen que esos microplásticos están en zonas próximas a los asentamientos y no en zonas de control, alejadas de los mismos, que ellos mismos establecieron, lo que sugiere que son las personas que viven en los asentamientos las causantes de la contaminación, contraviniendo, quizás inadvertidamente, el tratado de Madrid que establece que los plásticos deben eliminarse de las zonas visitadas de la Antártida o, en el caso del polietileno, incinerarse. Aunque en un largo párrafo previo a la afirmación que he marcado arriba en negrita, los autores nos quieren hacer ver el papel de los vientos y tempestades en el transporte de microplásticos a largas distancias, lo cierto es que eso no se deduce de su estudio y parece más que probable que las concentraciones encontradas sean consecuencia de las actividades de las pequeñas colonias de humanos allí alojados. Aunque sería deseable, como dicen los autores “utilizar una mayor cobertura espacial, con más ubicaciones remotas y una mayor cobertura temporal, lo que podría ayudar a determinar la correlación entre la concentración y la proximidad al campamento”. Pero, mientras tanto, hay lo que hay.
Como decía al principio, mi admirado divulgador científico se hacía eco de una afirmación que, ciertamente, se encuentra en el artículo científico y que establece que “el estudio actual, que detecta concentraciones de microplásticos aproximadamente 100 veces mayores en comparación con Aves et al. (2022), destaca cómo el microplástico en la nieve antártica puede ser más preocupante de lo que se pensaba anteriormente”. Esa afirmación es discutible en dos aspectos. Primero, porque los resultados se comparan únicamente con los del artículo que acabo de enlazar. Sacar de ahí la conclusión de “concentraciones récord” es un poco aventurado. Y segundo, los mismos autores aclaran que la razón de la discrepancia puede nacer de que la técnica que ellos utilizan permite identificar y cuantificar partículas y fibras más pequeñas, menores de 11 micras, que no se detectaban usando las técnicas utilizada en el estudio con el que se comparan resultados (en ese caso, solo se detectaban las mayores de 50 micras). Y es seguro, pero esto es de mi cosecha, que a medida que se vayan refinando esos métodos de medida ese número seguirá aumentando. Es lo “malo” de tener cada día mejores técnicas analíticas, como pasa con la detección de sustancias químicas en diversos ámbitos.
Los autores también encuentran que, al analizar la morfología de sus microplásticos, la que hemos denominado micropartículas es predominante (79%) sobre la de microfibras (21%), en franco desacuerdo con el trabajo de Aves et al. (2022), ya citado, que encontraban a las microfibras como predominantes (61%). Para explicarlo, aducen que, en este último caso, los autores, “eran incapaces de distinguir entre microfibras sintéticas y naturales”. Y este asunto de las fibras naturales y artificiales es muy interesante y nadie lo ha destacado adecuadamente.
En el apartado 3.3 del artículo se menciona que en la nieve analizada aparecían Otros materiales que los autores no conceptúan como Microplásticos. Se trata de micropartículas y microfibras, según ellos de origen natural y que, además de arena y carbón, consistían fundamentalmente y casi en su totalidad (Figura 7c), de fibras de celulosa (no lo dicen explícitamente pero es muy probable que se trate de algodón) y poliamidas naturales (los autores hablan de pieles pero seguro que también de lana). Y resulta (figura 7a) que esos otros materiales son mayoritarios en los tres asentamientos con porcentajes del 53% en el Glaciar Union, 77% en el Schanz y hasta el 83% en el Polo Sur.
Estamos ante un caso más de esa aparente inconsistencia de considerar Microplásticos solo a los polímeros de origen sintéticos, cuando hay evidencias, por ejemplo, de que en los océanos, los polímeros de origen natural, sobre todo en forma de fibras, son los más abundantes, como nos hicimos eco en esta entrada. Quizás ahí resida el hecho de que en este estudio, como ya hemos mencionado, haya más microplásticos en forma de micropartículas que de microfibras. Simplemente han dejado fuera otras microfibras de origen antropogénico (algodón, lana, etc) que ellos no consideran microplásticos. Si no las hubieran dejado fuera, el mencionado récord de microplásticos aún sería mas evidente (estoy más guapo callado).
Hay alguna otra perla que he encontrado leyendo despacio el artículo. Por ejemplo, en el último párrafo del apartado 4 (Discusión), a propósito de las implicaciones que estos microplásticos pudieran tener en la Antártida, se dice que su presencia pudiera inducir cambios importantes en el albedo o reflectividad de la nieve, algo que pudiera contribuir al calentamiento global. Aunque hay literatura científica reciente al respecto, sus conclusiones no dejan de ser meras especulaciones, dado que, copio literalmente, “los efectos potenciales de los microplásticos en la fusión de la nieve y el hielo están mal cuantificados y son restringidos”. Y, además, eso afectaría a áreas muy reducidas de terreno antártico.
Cambiando de tercio, el otro artículo que ha tenido amplia difusión en los medios es el asunto de la presencia de microplásticos en diversos órganos de cadáveres, particularmente en el cerebro. No quiero profundizar en este caso porque no tengo todavía el artículo suficientemente destripado (hay 39 páginas solo de material suplementario), pero todo se andará. Aunque, de entrada, tanto para mí como para algunos de mis amigos más próximos, ligados al ámbito de los materiales plásticos, hay un resultado ciertamente sorprendente.
En su cuantificación, los autores dan concentraciones medias de microplásticos de hasta 26 miligramos por gramo en cerebros de doce personas aquejadas de demencia (lo que añade “pimienta” a la noticia). 26 miligramos por gramo de muestra de cerebro supone un 2,6 %. Teniendo en cuenta que un cerebro humano pesa aproximadamente unos 1300-1400 gramos, eso supondría que “atesoramos” en nuestro cerebro tres gramos y medio de plástico en forma de microplásticos. Veremos si esos números se confirman en posteriores investigaciones, no vaya a ser como aquello de que consumíamos semanalmente el equivalente a una tarjeta de crédito de plástico, derivado del contenido en microplásticos en nuestra comida y bebida. Yo diría que eso se ha desmontado contundentemente (ver aquí y aquí) pero nadie en los medios parece haberse enterado.
Dice la Búha que, en lo tocante a la música clásica, tengo una cierta tendencia a aquella que lleva una alta carga de ritmo, metal y percusión. Tiene algo de razón y, a la búsqueda de un motivo, tengo que aducir que, de niño, muchos domingos acompañaba a mi padre a ver los conciertos de la Banda de Música de Hernani que el había fundado a finales de 1955. En el programa de esos conciertos abundaban pasodobles, música de zarzuela y oberturas de óperas, todo ello con la loable intención de atraer espectadores. De esa época proviene mi apego a la Obertura de Guillermo Tell de Rossini. En el enlace, Claudio Abbado dirige a la Filarmónica de Berlín, en uno de los conciertos veraniegos al aire libre (1996). Imaginaros a la banda de mi pueblo sudando tinta para seguir ese ritmo…
El mencionado artículo todavía no se había publicado “oficialmente” ese día 9. De hecho, si picáis en el enlace que acabo de poneros, comprobareis que la fecha con la que va a pasar al historial de la revista que lo publica es el 25 de febrero, pero cuando se trata de artículos que se sabe van a impactar en la gente, la propia revista ya se encarga de distribuir a los medios el material y así conseguir “Me gusta” inmediatos, que es lo que priva.
Los investigadores implicados (ingleses, irlandeses y alemanes) habían recogido muestras de nieve en tres remotas zonas de la Antártida donde se alojan campos de investigación o de turismo muy limitado: los glaciares Union y Schanz y el propio Polo Sur. El campo situado en el Glaciar Union es estacional y está operativo durante el verano austral entre octubre y febrero y suele alojar a unas 140 personas. El del glaciar Schanz es, en realidad, de carácter turístico y no suele albergar mas de 16 personas. Por el contrario en el campo del Polo Sur, la National Science Foundation (NSF) mantiene unas 100 personas durante el verano y unas 50 en invierno, recibiendo cada año unas 250 personas adicionales que visitan el enclave. Por tanto, estamos hablando de zonas que, aunque de forma limitada, reciben gente, lo que no ocurre con la gran mayoría de toda la vasta extensión del resto de la Antártida (casi 14 millones de kilómetros cuadrados, 27 veces la extensión de España). Así que, como primera idea a resaltar, la contaminación que pueda haber en los lugares investigados no puede identificarse con la de la Antártida en su inmensidad.
Sin entrar en muchos detalles técnicos, las muestras de nieve tomadas en esos asentamientos se dejaron fundir, se filtraron adecuadamente para que no se introdujeran contaminaciones derivadas del propio laboratorio que las estudió y se evaluaron, tanto el número de microplásticos presentes como el peso de los mismos, por litro de nieve. Para ello usaron una técnica de análisis químico conocida como Espectroscopia infrarroja de Transformada de Fourier (FTiR) que permite medir el tamaño de las partículas así como identificarlas químicamente.
Ese análisis constata que los microplásticos más abundantes están en forma de micropartículas (trozos de plástico de unas pocas micras) y microfibras (fibras de longitud en esa misma escala). Y en cuanto a materiales, las más abundante son las poliamidas sintéticas (incluida la conocida como poliamida o nylon 6), cosa que tampoco es de extrañar porque, como dice una de las investigadoras en las noticias de prensa, las poliamidas están presentes en muchas prendas, así como en cuerdas y banderas para marcar rutas seguras dentro y alrededor del campamento. Otros polímeros muy encontrados son el polietilentereftalato (PET), utilizado en botellas pero también en fibras de poliéster, el polietileno, componente por ejemplo de los tupperwares y bolsas de basura o el caucho sintético de las ruedas de vehículos de todo tipo.
En el artículo, los propios investigadores también reconocen que esos microplásticos están en zonas próximas a los asentamientos y no en zonas de control, alejadas de los mismos, que ellos mismos establecieron, lo que sugiere que son las personas que viven en los asentamientos las causantes de la contaminación, contraviniendo, quizás inadvertidamente, el tratado de Madrid que establece que los plásticos deben eliminarse de las zonas visitadas de la Antártida o, en el caso del polietileno, incinerarse. Aunque en un largo párrafo previo a la afirmación que he marcado arriba en negrita, los autores nos quieren hacer ver el papel de los vientos y tempestades en el transporte de microplásticos a largas distancias, lo cierto es que eso no se deduce de su estudio y parece más que probable que las concentraciones encontradas sean consecuencia de las actividades de las pequeñas colonias de humanos allí alojados. Aunque sería deseable, como dicen los autores “utilizar una mayor cobertura espacial, con más ubicaciones remotas y una mayor cobertura temporal, lo que podría ayudar a determinar la correlación entre la concentración y la proximidad al campamento”. Pero, mientras tanto, hay lo que hay.
Como decía al principio, mi admirado divulgador científico se hacía eco de una afirmación que, ciertamente, se encuentra en el artículo científico y que establece que “el estudio actual, que detecta concentraciones de microplásticos aproximadamente 100 veces mayores en comparación con Aves et al. (2022), destaca cómo el microplástico en la nieve antártica puede ser más preocupante de lo que se pensaba anteriormente”. Esa afirmación es discutible en dos aspectos. Primero, porque los resultados se comparan únicamente con los del artículo que acabo de enlazar. Sacar de ahí la conclusión de “concentraciones récord” es un poco aventurado. Y segundo, los mismos autores aclaran que la razón de la discrepancia puede nacer de que la técnica que ellos utilizan permite identificar y cuantificar partículas y fibras más pequeñas, menores de 11 micras, que no se detectaban usando las técnicas utilizada en el estudio con el que se comparan resultados (en ese caso, solo se detectaban las mayores de 50 micras). Y es seguro, pero esto es de mi cosecha, que a medida que se vayan refinando esos métodos de medida ese número seguirá aumentando. Es lo “malo” de tener cada día mejores técnicas analíticas, como pasa con la detección de sustancias químicas en diversos ámbitos.
Los autores también encuentran que, al analizar la morfología de sus microplásticos, la que hemos denominado micropartículas es predominante (79%) sobre la de microfibras (21%), en franco desacuerdo con el trabajo de Aves et al. (2022), ya citado, que encontraban a las microfibras como predominantes (61%). Para explicarlo, aducen que, en este último caso, los autores, “eran incapaces de distinguir entre microfibras sintéticas y naturales”. Y este asunto de las fibras naturales y artificiales es muy interesante y nadie lo ha destacado adecuadamente.
En el apartado 3.3 del artículo se menciona que en la nieve analizada aparecían Otros materiales que los autores no conceptúan como Microplásticos. Se trata de micropartículas y microfibras, según ellos de origen natural y que, además de arena y carbón, consistían fundamentalmente y casi en su totalidad (Figura 7c), de fibras de celulosa (no lo dicen explícitamente pero es muy probable que se trate de algodón) y poliamidas naturales (los autores hablan de pieles pero seguro que también de lana). Y resulta (figura 7a) que esos otros materiales son mayoritarios en los tres asentamientos con porcentajes del 53% en el Glaciar Union, 77% en el Schanz y hasta el 83% en el Polo Sur.
Estamos ante un caso más de esa aparente inconsistencia de considerar Microplásticos solo a los polímeros de origen sintéticos, cuando hay evidencias, por ejemplo, de que en los océanos, los polímeros de origen natural, sobre todo en forma de fibras, son los más abundantes, como nos hicimos eco en esta entrada. Quizás ahí resida el hecho de que en este estudio, como ya hemos mencionado, haya más microplásticos en forma de micropartículas que de microfibras. Simplemente han dejado fuera otras microfibras de origen antropogénico (algodón, lana, etc) que ellos no consideran microplásticos. Si no las hubieran dejado fuera, el mencionado récord de microplásticos aún sería mas evidente (estoy más guapo callado).
Hay alguna otra perla que he encontrado leyendo despacio el artículo. Por ejemplo, en el último párrafo del apartado 4 (Discusión), a propósito de las implicaciones que estos microplásticos pudieran tener en la Antártida, se dice que su presencia pudiera inducir cambios importantes en el albedo o reflectividad de la nieve, algo que pudiera contribuir al calentamiento global. Aunque hay literatura científica reciente al respecto, sus conclusiones no dejan de ser meras especulaciones, dado que, copio literalmente, “los efectos potenciales de los microplásticos en la fusión de la nieve y el hielo están mal cuantificados y son restringidos”. Y, además, eso afectaría a áreas muy reducidas de terreno antártico.
Cambiando de tercio, el otro artículo que ha tenido amplia difusión en los medios es el asunto de la presencia de microplásticos en diversos órganos de cadáveres, particularmente en el cerebro. No quiero profundizar en este caso porque no tengo todavía el artículo suficientemente destripado (hay 39 páginas solo de material suplementario), pero todo se andará. Aunque, de entrada, tanto para mí como para algunos de mis amigos más próximos, ligados al ámbito de los materiales plásticos, hay un resultado ciertamente sorprendente.
En su cuantificación, los autores dan concentraciones medias de microplásticos de hasta 26 miligramos por gramo en cerebros de doce personas aquejadas de demencia (lo que añade “pimienta” a la noticia). 26 miligramos por gramo de muestra de cerebro supone un 2,6 %. Teniendo en cuenta que un cerebro humano pesa aproximadamente unos 1300-1400 gramos, eso supondría que “atesoramos” en nuestro cerebro tres gramos y medio de plástico en forma de microplásticos. Veremos si esos números se confirman en posteriores investigaciones, no vaya a ser como aquello de que consumíamos semanalmente el equivalente a una tarjeta de crédito de plástico, derivado del contenido en microplásticos en nuestra comida y bebida. Yo diría que eso se ha desmontado contundentemente (ver aquí y aquí) pero nadie en los medios parece haberse enterado.
Dice la Búha que, en lo tocante a la música clásica, tengo una cierta tendencia a aquella que lleva una alta carga de ritmo, metal y percusión. Tiene algo de razón y, a la búsqueda de un motivo, tengo que aducir que, de niño, muchos domingos acompañaba a mi padre a ver los conciertos de la Banda de Música de Hernani que el había fundado a finales de 1955. En el programa de esos conciertos abundaban pasodobles, música de zarzuela y oberturas de óperas, todo ello con la loable intención de atraer espectadores. De esa época proviene mi apego a la Obertura de Guillermo Tell de Rossini. En el enlace, Claudio Abbado dirige a la Filarmónica de Berlín, en uno de los conciertos veraniegos al aire libre (1996). Imaginaros a la banda de mi pueblo sudando tinta para seguir ese ritmo…
4 comentarios:
Don Yanko:
Es otro más que añadir a la locura de los microplásticos.
Si quiere seguir ahondando, diviértase con las secciones "material y métodos", y las conclusiones (atención a los números) del artículo "Teabag-derived micro/nanoplastics (true-to-life MNPLs) as a surrogate for real-life exposure scenarios", publicado en Chemosfere y que tiene una nota de prensa de la Universidad Autónoma de Barcelona (una de las autoras del estudio).
Un saludo
Don Yanko
Siguiendo con los microplásticos, aquí tiene una nota de prensa de la Universidad Autónoma de Barcelona, de diciembre de 2024, titulada "Las bolsitas de té comerciales liberan millones de microplásticos durante su uso" (atención a los números). Estos de la Antártida son aprendices al lado de los del té. Por cierto, la sección material y métodos es impagable, cualquier parecido a lo que hacemos al preparar un té de bolsita en casa es pura coincidencia.
Un saludo
Gran entrada, búho. Poniendo las cosas en su sitio. Si a alguien se le debe pedir rigor es a l@s cientific@s, también cuando hacen divulgacion. Cada vez te admiro más
MO
Lo conozco. Pero es que se me amontonan los papers en la mesa. Y me cuesta estudiarlos....
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