Cocina radical
La primera semana de julio participé en un Curso de Verano de la UPV/EHU organizado por la Cátedra de Cultura Científica de la propia UPV/EHU y por Ikerbasque, un Curso sobre el que ya hice publicidad en una breve entrada. No sé lo que dirán los organizadores pero creo que todo el mundo se lo ha pasado bastante bien durante el mismo. También yo, que tuve así la oportunidad de estar en mi pueblo con buenos amigos, a los que leo casi cada día pero que no tengo muchas ocasiones para tomarme algo con ellos. Mi charla se tituló Gastronomía Molecular y voy a tratar de dar aquí unas breves pinceladas de ella para, finalmente, centrarme en una propuesta radical sobre la forma de cocinar que no soy capaz de predecir qué recorrido tendrá finalmente, pero a la que ya llevo un tiempo siguiendo la pista.
El término Gastronomía Molecular tiene su origen en una serie de reuniones celebradas a partir de 1992 en la localidad de Erice, en Sicilia, entre personas ligadas a la ciencia, algunos cocineros y gentes de otro pelaje, todas ellas interesadas en los fundamentos de los procesos subyacentes a esa forma de transformar los alimentos que llamamos cocinar, procesos que se han ido sofisticando a lo largo de los últimos decenios. Pero al mismo tiempo que esas reuniones tenían lugar en Erice, algunos cocineros que no llegaron a saber lo que se cocía en Erice hasta principios del siglo XXI, habían comenzado en las cocinas de sus restaurantes su propio proceso innovador. La figura representativa de ese colectivo y que casi todo el mundo conoce es Ferrán Adriá, del ya cerrado (en 2011) Restaurante El Bulli. Adriá, y otros cocineros, adaptaron al día a día de los restaurantes una serie de técnicas experimentales habituales en los laboratorios, como los baños termostáticos, los dispositivos de vacío, las centrífugas o los liofilizadores, introduciendo además una serie de ingredientes, hasta entonces solo manejados por la industria alimentaria, destinados a generar nuevas texturas en forma de espumas, geles o esferificaciones.
Para finales de 2006 era obvio que ambas aproximaciones a la cocina de vanguardia no estaban muy por la labor de aparecer revueltas. A casi nadie le gustaba el término Gastronomía Molecular, excepto a Hervé This, uno de los organizadores de las reuniones de Erice, que ya apareció en este blog hace tiempo y que fue el que lo acuñó. Hervé This siempre ha tenido claro lo que el controvertido término significa para él: "La ciencia que estudia los fenómenos que se dan en los componentes de los alimentos cuando se cocinan". Para This, "los chefs no hacen Gastronomía Molecular, no son científicos. Son cocineros y, tal vez, artistas. En todo caso, utilizan métodos habituales en la Física y en la Química para elaborar sus platos, hacen lo que podríamos llamar cocina molecular".
Pero a muchos de los cocineros que estaban experimentando nuevas herramientas e ingredientes no les gustaba que se justificara su creatividad como la mera interacción con unos científicos. Así que gentes que estuvieron y no estuvieron en Erice, se juntaron para declarar solemnemente, en un artículo publicado en The Guardian en diciembre de 2006, que lo que This entendía por Gastronomía Molecular no describía en absoluto su filosofía a la hora de cocinar. Y para que no quedara duda, y al hilo de esa proclama, Adriá introdujo enseguida el término Cocina tecno-emocional que, en mi opinión, pretendía erradicar por completo todo lo que el adjetivo molecular implicara en este contexto.
Pero This no es de los que se deja avasallar así como así. Y en años recientes ha manifestado por todo el mundo que lo que él entiende por Cocina Molecular (lo que ha hecho Adriá hasta que cerró El Bulli y muchos otros siguen haciendo) "se ha acabado, hay que hacer sitio a la cocina note-à-note", una denominación que, en traducción un tanto libre, podríamos bautizar como cocina molécula a molécula o componente a componente. Y si seguimos a This en lo que él entiende por tal, "En ese tipo de cocina son los compuestos, los componentes, los que mandan. Si aisláramos los que son determinantes en un plato o en un alimento, podríamos conseguir el mismo resultado mezclándolos en la proporción adecuada".
Y para entenderlo mejor, nada como un ejemplo. Desde hace años, Hervé This organiza en Paris una especie de concurso (International Contest for note-by-note cooking), en el que generalmente participan cocineros jóvenes, donde se premia a los mejores platos que se presenten concebidos y ejecutados de acuerdo con esa filosofía del note-à-note. Entre los presentados en las seis convocatorias ya transcurridas (la última es de este junio), he elegido un poco al azar un plato presentado en la edición 2014 para aclarar ideas. Se llamaba puré de patata al limón y sus ingredientes eran los siguientes: 2 gramos de ácido cítrico, 120 mililitros de una disolución muy diluida de metional en aceite, 80 gramos de maltodextrina, un poco de sal y unas gotas de un colorante alimentario amarillo. El ácido cítrico, presente ciertamente en el limón, se vende puro, como aditivo alimentario y en forma de polvo con la etiqueta E-330 y se produce industrialmente de varias formas. El metional es un compuesto químico puro, un líquido incoloro con intenso olor a patatas y ciertos toques de bacon frito.
Así que los sabores de patata y limón ya los tenemos. Ahora nos queda cómo solucionar lo de proveernos con algo que proporcione consistencia de puré a lo que nos vamos a llevar a la boca. Y eso lo consiguen los 80 gramos de maltodextrina, un producto derivado de almidones tales como el de maíz, trigo o, generalmente, tapioca, que se fragmentan adecuadamente hasta transformar sus largas cadenas de glucosa en cadenas mucho más cortas del orden de entre 5 y 20 unidades de glucosa. La maltodextrina tiene muchos usos en la industria alimentaria por su intrínseca característica de disolverse en agua pero no en grasas. Así que podemos impregnar la maltodextrina con nuestro aceite de metional y obtener un producto con consistencia y apariencia similar a la de un puré que, cuando la metemos en la boca, se deshace al disolverse la maltodextrina en la saliva, liberando el metional y su sabor a patata.
Como decía al principio, no sé yo qué recorrido tendrá esto. Me recuerda a otra propuesta radical de otro francés, el químico Marcelin Berthelot, que ya en 1894 predijo que en el año 2000 la alimentación del futuro se basaría en la química de síntesis, permitiendo crear pastillas con todos los nutrientes necesarios como para suplir a la agricultura y la cocina. No parece que Berthelot haya acertado por el momento en sus predicciones y no sé si las de Hervé This para una alimentación de 2050, basada en su note-á-note, se cumplirán. Lo más probable es que ya no tenga necesidad de comer (porque haya desaparecido) o puede que solo pueda comer cosas con texturas blanditas y sabores seleccionados para viejos y acabe sumamente agradecido al triunfo de esta propuesta radical.
El término Gastronomía Molecular tiene su origen en una serie de reuniones celebradas a partir de 1992 en la localidad de Erice, en Sicilia, entre personas ligadas a la ciencia, algunos cocineros y gentes de otro pelaje, todas ellas interesadas en los fundamentos de los procesos subyacentes a esa forma de transformar los alimentos que llamamos cocinar, procesos que se han ido sofisticando a lo largo de los últimos decenios. Pero al mismo tiempo que esas reuniones tenían lugar en Erice, algunos cocineros que no llegaron a saber lo que se cocía en Erice hasta principios del siglo XXI, habían comenzado en las cocinas de sus restaurantes su propio proceso innovador. La figura representativa de ese colectivo y que casi todo el mundo conoce es Ferrán Adriá, del ya cerrado (en 2011) Restaurante El Bulli. Adriá, y otros cocineros, adaptaron al día a día de los restaurantes una serie de técnicas experimentales habituales en los laboratorios, como los baños termostáticos, los dispositivos de vacío, las centrífugas o los liofilizadores, introduciendo además una serie de ingredientes, hasta entonces solo manejados por la industria alimentaria, destinados a generar nuevas texturas en forma de espumas, geles o esferificaciones.
Para finales de 2006 era obvio que ambas aproximaciones a la cocina de vanguardia no estaban muy por la labor de aparecer revueltas. A casi nadie le gustaba el término Gastronomía Molecular, excepto a Hervé This, uno de los organizadores de las reuniones de Erice, que ya apareció en este blog hace tiempo y que fue el que lo acuñó. Hervé This siempre ha tenido claro lo que el controvertido término significa para él: "La ciencia que estudia los fenómenos que se dan en los componentes de los alimentos cuando se cocinan". Para This, "los chefs no hacen Gastronomía Molecular, no son científicos. Son cocineros y, tal vez, artistas. En todo caso, utilizan métodos habituales en la Física y en la Química para elaborar sus platos, hacen lo que podríamos llamar cocina molecular".
Pero a muchos de los cocineros que estaban experimentando nuevas herramientas e ingredientes no les gustaba que se justificara su creatividad como la mera interacción con unos científicos. Así que gentes que estuvieron y no estuvieron en Erice, se juntaron para declarar solemnemente, en un artículo publicado en The Guardian en diciembre de 2006, que lo que This entendía por Gastronomía Molecular no describía en absoluto su filosofía a la hora de cocinar. Y para que no quedara duda, y al hilo de esa proclama, Adriá introdujo enseguida el término Cocina tecno-emocional que, en mi opinión, pretendía erradicar por completo todo lo que el adjetivo molecular implicara en este contexto.
Pero This no es de los que se deja avasallar así como así. Y en años recientes ha manifestado por todo el mundo que lo que él entiende por Cocina Molecular (lo que ha hecho Adriá hasta que cerró El Bulli y muchos otros siguen haciendo) "se ha acabado, hay que hacer sitio a la cocina note-à-note", una denominación que, en traducción un tanto libre, podríamos bautizar como cocina molécula a molécula o componente a componente. Y si seguimos a This en lo que él entiende por tal, "En ese tipo de cocina son los compuestos, los componentes, los que mandan. Si aisláramos los que son determinantes en un plato o en un alimento, podríamos conseguir el mismo resultado mezclándolos en la proporción adecuada".
Y para entenderlo mejor, nada como un ejemplo. Desde hace años, Hervé This organiza en Paris una especie de concurso (International Contest for note-by-note cooking), en el que generalmente participan cocineros jóvenes, donde se premia a los mejores platos que se presenten concebidos y ejecutados de acuerdo con esa filosofía del note-à-note. Entre los presentados en las seis convocatorias ya transcurridas (la última es de este junio), he elegido un poco al azar un plato presentado en la edición 2014 para aclarar ideas. Se llamaba puré de patata al limón y sus ingredientes eran los siguientes: 2 gramos de ácido cítrico, 120 mililitros de una disolución muy diluida de metional en aceite, 80 gramos de maltodextrina, un poco de sal y unas gotas de un colorante alimentario amarillo. El ácido cítrico, presente ciertamente en el limón, se vende puro, como aditivo alimentario y en forma de polvo con la etiqueta E-330 y se produce industrialmente de varias formas. El metional es un compuesto químico puro, un líquido incoloro con intenso olor a patatas y ciertos toques de bacon frito.
Así que los sabores de patata y limón ya los tenemos. Ahora nos queda cómo solucionar lo de proveernos con algo que proporcione consistencia de puré a lo que nos vamos a llevar a la boca. Y eso lo consiguen los 80 gramos de maltodextrina, un producto derivado de almidones tales como el de maíz, trigo o, generalmente, tapioca, que se fragmentan adecuadamente hasta transformar sus largas cadenas de glucosa en cadenas mucho más cortas del orden de entre 5 y 20 unidades de glucosa. La maltodextrina tiene muchos usos en la industria alimentaria por su intrínseca característica de disolverse en agua pero no en grasas. Así que podemos impregnar la maltodextrina con nuestro aceite de metional y obtener un producto con consistencia y apariencia similar a la de un puré que, cuando la metemos en la boca, se deshace al disolverse la maltodextrina en la saliva, liberando el metional y su sabor a patata.
Como decía al principio, no sé yo qué recorrido tendrá esto. Me recuerda a otra propuesta radical de otro francés, el químico Marcelin Berthelot, que ya en 1894 predijo que en el año 2000 la alimentación del futuro se basaría en la química de síntesis, permitiendo crear pastillas con todos los nutrientes necesarios como para suplir a la agricultura y la cocina. No parece que Berthelot haya acertado por el momento en sus predicciones y no sé si las de Hervé This para una alimentación de 2050, basada en su note-á-note, se cumplirán. Lo más probable es que ya no tenga necesidad de comer (porque haya desaparecido) o puede que solo pueda comer cosas con texturas blanditas y sabores seleccionados para viejos y acabe sumamente agradecido al triunfo de esta propuesta radical.
3 comentarios:
Interesante y ameno como acostumbra.
Como corrector gramatical aficionado: al final del primer párrafo y al comienzo del último hay sendos "que recorrido" a los que falta la tilde. Pequeñas imperfecciones que conviene corregir en una entrada tan perfecta.
No me convence, esto de comer "sabores a"...prefiero comer la verdura o la patata de verdad...y es curioso que mientras los científicos que piensan en ir a Marte con una nave tripulada piensan y repiensan en el problema de la comida para tanto tiempo, los cocineros estén pensando en cómo engañar comensales...
Recuerdo haber visto al señor Adriá en televisión cuando vino a Chile, mostrando todas esas rarezas, soplete en mano, haciendo bolitas extrañas, etc....Yo prefiero un buen trozo de salmón o uno de asado bien sabroso.
La imaginación se queda chica a la hora de leer etiquetas, eso sí, porque si no ponemos atención, juraremos estar degustando queso fundido...tomando un vaso de leche que no es leche, comiendo pastas con queso rallado que no es queso...etc
Obligados con ir al supermercado con una lupa en el bolsillo.
Gracias Alexforo.
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