lunes, 16 de septiembre de 2013

La sacarina y sus rebeldes (I)

Muchas de las charlas divulgativas que he impartido sobre la Químiofobia atribuyen el origen de esta manía a imperdonables fallos de la industria química, a destructoras estrategias militares y a la influencia del libro publicado por Rachel Carson en 1962, titulado "The silent spring", en el que, sobre todo, arremetía contra los efectos del uso indiscriminado del DDT. El libro se convirtió en un símbolo de las vanguardias americanas de los sesenta del siglo pasado que, con la guerra de Vietnam y otras cuestiones, generaron un caldo de cultivo contra la Química que aún perdura. Pero me parece que, desde este otoño, el inicio de la Quimiofobia lo voy a llevar un poco más atrás.

En 1877, el Profesor Ira Remsen admitió en su laboratorio de Química de la Johns Hopkins University a un químico de origen ruso, Constantin Fahlberg, al que puso a trabajar en una de sus líneas de investigación destinada a identificar los compuestos químicos derivados del alquitrán de hulla. Dice la leyenda creada en torno a esta historia que un día de junio de 1878, Fahlberg volvió a casa del laboratorio y se percató de que a pesar de haberse lavado las manos, éstas estaban impregnadas de algo sorprendentemente dulce. Volvió al laboratorio y a base de dar lengüetazos a los productos con los que estaba trabajando (los químicos del pasado eran así de lanzados), descubrió que el causante del dulzor era un compuesto que había aislado y que, entre otras opciones, puede nombrarse como orto sulfobenzamida.

La historia de los años siguientes es larga y tortuosa y se puede resumir diciendo que Fahlberg siguió estudiando el producto un poco a espaldas de Remsen y, cuando estuvo seguro de sus resultados, lo patentó y se dedicó a tratar de ganar dinero con él, bajo el nombre con el que hoy conocemos al producto, sacarina. Pero por alguna razón que no está del todo clara, cuando se trasladó a Alemania y montó una planta de producción en Magdeburg, sus esfuerzos se centraron en vender la sacarina (evidentemente como sustituto del azúcar) a la incipiente industria de las bebidas carbonatadas. Por ello, no es de extrañar que la mayoría de las personas supieran poco de este producto durante los años finales del siglo XIX, puesto que, a ese nivel, solo algunos médicos empezaron a familiarizarse con ella como alternativa al azúcar para diabéticos y personas con problemas de peso.

La sacarina subió un peldaño más en su popularidad cuando, en 1901, John Queeney abrió su propia planta de la misma en la ciudad americana de San Luis que, en poco tiempo, se convirtió en el embrión de la famosa Monsanto Chemicals. Para 1903, la Monsanto ya producía cafeína, sacarina y vainillina, componentes básicos para las bebidas carbonatadas que se vendían en las primitivas soda fountains.

Pero en esos mismos inicios del siglo XX, el Congreso americano aprobó la Pure Food and Drug Acta y delegó su control en el Departamento de Agricultura (USDA). El jefe de la oficina química de la USDA, Harvey Wiley, emprendió con el Acta en la mano una activa búsqueda de impurezas y aditivos (sobre todo colorantes) en alimentos, a los que comenzó a llamar "adulterantes". Y como resultado de sus acciones, propuso al Presidente Roosevelt la prohición de la sacarina, en tanto que aditivo sin valor energético y además derivado del alquitrán como consecuencia de manejos de laboratorio, algo muy alejado del azúcar antes empleado en esas bebidas. Como puede apreciarse, Wiley era un quimiofóbico como la copa de un pino y en sus escritos se sustancia ya el origen de la disyuntiva natural/artificial. Pero se tropezó con un muro difícil de soslayar, el propio Presidente Roosevelt, a quien su médico personal había recomendado sustituir el azúcar por sacarina para controlar sus problemas de sobrepeso.

Al principio, Roosevelt se rebeló contra las intenciones de la USDA de una forma sutil, nombrando una Comisión de cinco miembros para el estudio de la propuesta de Wiley. Pero pronto quedó claro que la Comisión no podía ser objetiva porque el propio Presidente se encargó de acuñar frases como que quienquiera que pensara que la sacarina era dañina era un perfecto idiota. Así que la Comisión no se atrevió a aprobar su prohibición, aunque de manera suave indicó que no tenía valor alimentario y que, por tanto, no podía sustituir al azúcar sin hacer que los alimentos que lo contuvieran "perdieran calidad".

Y ahí empieza una larga lucha de marketing entre los fabricantes de bebidas carbonatadas (para los que la sacarina era un chollo, al ser 300 veces más dulce que el azúcar y, por tanto, resultar mucho más barata a efectos iguales) y las grandes compañías azucareras, un temible lobby en USA en aquellos años. El resultado fue que, a pesar de que se siguió empleando en esas bebidas, el público occidental dió un poco la espalda al uso cotidiano de la sacarina en los hogares y establecimientos públicos, al considerar al azúcar como algo más natural, saludable, energético y términos similares.

Pero la larga lucha de la sacarina no había hecho más que comenzar. Aunque lo voy a dejar aquí con un Continuará porque si no, se me van a aburrir Uds.

Nota: Este post participa en el XXVII Carnaval de Química, alojado en el blog Educación Química, del maestro Bernardo Herradón.

11 comentarios:

anonimo dijo...

Una entrada muy interesante, y con ganas de seguir leyendo sobre el tema! Los que tenemos diabéticos en el entorno familiar más cercano entendemos perfectamente la importancia de la sacarina y otros edulcorantes, pero lo hacemos desde la perspectiva de hoy en día. Conocer la historia de la sacarina, ayuda a poner en perspectiva la suerte que tenemos hoy, además de servir como ejemplo de otras moléculas que han tenido o tienen "mala fama".

anonimo dijo...

Una entrada muy interesante, y con ganas de seguir leyendo sobre el tema! Los que tenemos diabéticos en el entorno familiar más cercano entendemos perfectamente la importancia de la sacarina y otros edulcorantes, pero lo hacemos desde la perspectiva de hoy en día. Conocer la historia de la sacarina, ayuda a poner en perspectiva la suerte que tenemos hoy, además de servir como ejemplo de otras moléculas que han tenido o tienen "mala fama".

Anónimo dijo...

Se que no viene a cuento pero ¿puedo descargar de algún sitio su ponencia en los cursos de verano?

Íñigo - Umami Madrid dijo...

Hola,
Una duda, me imagino que eso vendrá en el continuará, pero por adelantarme, qué piensas de las noticias que han surgido últimamente las bebidas carbonatadas con edulcorantes como la sacarina? comentaban que pueden llegar a "engordar" más que las bebidas con azúcar porque el organismo, al detectar el sabor dulce, se "prepara" para estas y luego se encuentra sin hidrocarburos que digerir-
Un saludo y enhorabuena por el interesantísimo blog!

Yanko Iruin dijo...

Pues la continuación no va por ahí porque no soy experto en esa materia. Te recomiendo para ello las entradas que sobre carbohidratos se han publicado en El Blog de Centinel.

Yanko Iruin dijo...

Hola anónimo. Si me mandas tu email a jj.iruin@gmail.com, te mando un pdf con las diapos y mis comentarios a ellas.

Anónimo dijo...

Conocía la anécdota y también la suelo usar pero hay una discrepancia en su origen; efectivamente algunas referencias citan como posible origen el no lavarse las manos antes de cenar pero otras, a mi juicio más posibles, describen al químico fumando en el laboratorio y descubriendo el sabor dulce en el cigarrillo. Hoy en día parece que es más permisible ser un poco cochino y no lavarse las manos antes de cenar que fumar. Te puedo asegurar que en mis tiempos de fumador, por supuesto fumaba en el laboratorio como casi todos los químicos fumadores que en el mundo han sido, he percibido a través del cigarrillo determinados sabores
Víctor

Yanko Iruin dijo...

Gracias Victor (eres un anónimo con nombre). Yo también conocía la versión cigarro. Pero en una página de la Chemical Heritage Foundation he encontrado una cita con las propias palabras de Constantin, describiendo lo que le pasó una tarde al volver a casa a cenar.

molinos dijo...

He estado aquí y he leído la entrada y me ha gustado y he aprendido.

Gracias.

molinos dijo...

¿Cuándo viene la segunda parte??? :-)

Yanko Iruin dijo...

Qué prisas, molinos... Y para cuando tu próximo libro??

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