lunes, 12 de diciembre de 2011

Zascandileando por ahí

Con esta provecta edad que ya voy teniendo, uno da para lo que da. Y esta temporada final del Año Internacional de la Química ando zascandileando por diversos foros. Uno de mis defectos es no saber decir que no a los amigos y conocidos y, como consecuencia de ello, me he metido en unos cuantos fregados de agitación y propaganda (terminología PME) que tienen por inocente víctima a mi sufrido y pobre Blog. Hoy os mando un link a un artículo que recientemente me han publicado en el Suplemento de Ciencia de El Correo bilbaíno. Nada nuevo para los habituales de este Blog (o al menos eso creo), pero quizás pueda interesar a otro círculo de lectores. A los que no compran la versión papel de ese diario, les animo a poner este otro link en los favoritos de su navegador y poder leer así todo lo interesante que allí cuelgan.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Polímeros y vidrio

Como químico viejo que soy, una de las primeras cosas que aprendí en un laboratorio fue a manejar una varilla hueca de vídrio bajo la acción del calor proporcionado por un mechero de gas. La extremada rigidez de la varilla se iba atenuando a medida que era calentada hasta que, en un determinado momento, se notaba en los dedos que aquello se iba poniendo blandito. Tras ese punto crítico, uno podía empezar a aplicar con las manos la fuerza adecuada para convertir una varilla lineal en una en ángulo, adecuada a los rudimentarios montajes que rememoraban épicos días de la Química antediluviana. Uno aprendía tambien a convertir una varilla maciza en un pequeño agitador, al conseguir que uno de sus extremos se convirtiera en algo parecido al rabo de un cerdito.

Algo más tarde uno se rindió, como el Dustin Hoffman de El Graduado, a la religión de los polímeros. Los santos de esa mi devoción pueden dividirse en dos grandes familias, los llamados termoplásticos (de donde nace el confuso nombre de plástico) y los termoestables. Los primeros suponen el 80% del mercado y se comportan como la cera de las velas de iglesia. Se puede ir dejando caer las gotas de cera fundida en un vaso y, cuando se enfrían, obtenemos un sólido con la forma del vaso. Pero si al sólido le volvemos a aplicar calor, lo fundimos y lo vertemos en un recipiente diferente, obtenemos, al enfriar, un sólido de forma distinta. En la dura realidad de su vida, los termoplásticos son forzados a entrar, bajo condiciones drásticas de temperatura y presión, en complicados moldes que no son sino los negativos de platos, cucharas, maquinillas de afeitar o carcasas de bolígrafos BIC. Al enfriarlos, la pieza está hecha y así se ganan la vida. A pesar de ser un "reputado" especialista en el tema, estos ojitos que se comerá la tierra no han visto nunca una molécula polimérica pero, por pruebas indirectas, sabemos que se trata de largas cadenas de átomos, más o menos entrelazadas entre si, cual spaghetti, pero no existen uniones entre ellas, lo que permite su movilidad en cuanto se ponen calentitas.

El 20% restante son polímeros llamados termoestables. Como los sellantes de silicona que se aplican en los bordes de los fregaderos. Cuando salen, en forma de churro, del tubo que hemos comprado, sufren una serie de reacciones químicas con el vapor de agua de la atmósfera y endurecen. Ello es debido al hecho de que las (otra vez) largas cadenas se unen entre si por enlaces químicos que las van a haciendo partícipes de un entramado tan grande y complicado que no hay temperatura que lo pueda mover. Uno puede coger un churro de esos y aplicarle calor. Nunca recuperaremos el fluido original que salía del tubo; como mucho lo chamuscaremos. El símil que más me gusta para explicar estos materiales es la transformación de un huevo en un huevo duro. Una vez cocido, las reacciones químicas provocadas en el huevo por el agua hirviendo, hace que nunca pueda recuperar su situación de huevo sin cocer.

Ni los termoplásticos ni los termoestables han conseguido nunca acercarse al comportamiento del vídrio convencional de mis años de químico en ciernes, cuya expresión máxima de versatilidad puede encontrarse en las sofisticada formas que consiguen, entre otros, los vidrieros venecianos. Sin embargo, esta mañana post-electoral me ha llegado, a hora muy temprana, el número semanal del Chemical Engineering News que parece dar pábulo a una nueva situación. Ha sido una suerte porque, gracias a esa alerta editorial, he desayunado con la noticia en cuestión y no con las alegrías y tribulaciones de ganadores y perdedores del 20N.

Un grupo francés bastante conocido en nuestro campo [Leibler y colaboradores, Science, DOI: 10.1126/science,1212648] parece haber conseguido reducir la hasta ahora insalvable distancia entre polímeros y vídrio. Han generado un material de tipo termoestable que, bajo la acción del calor, puede modelarse sin más concurso que el de las manos y un pequeño mechero, de forma parecida al vídrio. Y, ¿dónde está el truco?. Bajo la acción del calor, algunos de los enlaces existentes en el termoestable se rompen y forman otros que hacen que el material sea más maleable. Algo impensable en un termoestable convencional, donde el calor no hace más que acelerar el progresivo endurecimiento del material, al generar más enlaces entre cadenas. En el nuevo polímero de toque francés, el número de enlaces permanece constante en el tiempo, pero afectando a diferentes cadenas.

Y si se vuelve a calentar, uno puede echar la reacción marcha atrás y recuperar la forma original. Y vuelta a empezar. Los gabachos ya han patentador el asunto y, como dicen los caseros de mi pueblo, ¡ver venir!.


domingo, 13 de noviembre de 2011

La memoria de los plásticos

Si abusando de vuestra paciencia, os pido que hagais una búsqueda de imágenes en Google bajo el término Shrinky Dink, probablemente pensareis que el Búho está volviendo a su infancia pajaril. Lo que Google os mostrará corresponde a una especie de manualidades horteras y, si uno profundiza en el texto en el que aparecen esas imágenes, se encuentra con que, efectivamente, se trata de un tipo de manualidad en la que uno dibuja una imagen sobre una plancha de un plástico (poliestireno, para más señas), y luego lo introduce en un horno de cocina a una cierta temperatura. Ello provoca que el plástico se restrinja sobre si mismo, proporcionando un objeto en el que la imagen dibujada ha disminuido su tamaño, deformándose y dando lugar a nuevas imágenes curiosas (se puede ver en este vídeo). El resultado final, cuando aquello se enfría, es un sólido que uno se puede colgar del cuello, poner en la muñeca, etc. Pero la cosa tiene mucha ciencia implícita y derivadas interesantes.

Un polimérico como yo describe el anterior comportamiento diciendo que el plástico en cuestión tiene memoria de forma (shape memory), algo que no suele ser fácil de explicar a los no iniciados. Veamos si lo consigo. Imaginemos a un ciudadano al que pillamos despistado echándose una siesta y, en menos que tarda en despertarse, lo atamos con unas cuerdas dejándolo despatarrado y con los brazos cual crucificado. Una situación incómoda y de poco equilibrio emocional, como estareis de acuerdo. Es evidente que si le damos la oportunidad, él tratará de desembarazarse de esas incomodidades, tratando de volver a su estado "natural" y equilibrado.

Pues la idea es muy parecida. Podemos coger una cierta cantidad de un polímero y formar una plancha con él tras calentarlo. Con la plancha todavía calentita, la enfriamos bruscamente, por ejemplo en un baño con hielo, agua y sal. Si tuvieramos visión microscópica veríamos que las largas cadenas de átomos, que constituyen el polímero, se quedan en el interior de la plancha más o menos alineadas como consecuencia del "planchazo" y posterior enfriamiento brusco al que las hemos sometido. Esa es una situación incómoda para las cadenas del material, que les gusta estar enrevesadas como los spaguettis de un plato de pasta. Los "expertos" (¿por qué me da cada vez más risa el término?) decimos que con el planchazo y posterior enfriamiento brusco hemos dejado al polímero en una situación metaestable, de la que el material trata de salir en cuanto le damos la oportunidad para ello. Y la oportunidad se la damos al meterlo a un horno por encima de la llamada temperatura de transición vítrea que, en el caso del poliestireno, son unos 100º. Por encima de esa temperatura damos a las cadenas libertad de movimiento, con lo buscan su posición de equilibrio y pasa lo que se ve en el vídeo mencionado.

La memoria de forma de los polímeros se ha aprovechado para fabricar objetos muy curiosos. Hace ya bastantes años, el grupo de Robert Langer del MIT, una referencia en el mundo de las aplicaciones biomédicas de los polímeros, presentaron un tipo de sutura autoanudable basada en este mismo efecto. En ese caso, la temperatura del cuerpo humano era suficiente para que, en contacto con él, el hilo de sutura, al volver a su posición de equilibrio, se autoanudara.

Hace menos años (2007), un grupo de la Universidad de California, empleando una de las planchas que se venden comercialmente para las manualidades arriba mencionadas, prepararon un sistema con aplicaciones muy interesantes. Con ayuda de una impresora láser, imprimieron sobre la plancha de poliestireno un complicado circuito a base de rayas de tinta. Tras el tratamiento en el horno, la tinta de las rayas dibujadas (que no se constreñía tanto como el plástico), generaba microscópicos "muros" que delimitaban espacios por donde un líquido podía fluir en cantidades muy pequeñas. El sistema podría ser empleado en lo que hoy se llama microfluídica, con aplicaciones en la fabricación de sensores biomédicos (medidores portátiles de nivel de glucosa y otros similares).

En un artículo de este mismo año, otro Grupo de la North Caroline University ha dado un paso de tuerca más. Han pintado determinadas zonas de la plancha con tinta negra y han visto que, irradiándolas con una simple lámpara infrarroja (la fuente de calor), el material se puede doblar en complicadas morfologías en tres dimensiones, lo que podría tener aplicaciones en envasado, en actuadores mecánicos y otras que se están explorando.

Algo más que un juguete hortera esto del Shrinky Dink, no me digais que no.

martes, 8 de noviembre de 2011

Sobre la homeopatía: imprescindible

Como saben los que me siguen desde hace tiempo, este Blog es militante contra la homeopatía y, por ello, contiene entradas regulares sobre la misma. De hecho, andaba el Búho trasteando con reciente información para una nueva entrada, porque la producción "científica" de los partidarios de la homeopatía da para mucho y divertido. Pero, por esta vez, va a ser que no, que me han ganado por la mano. Ayer a la noche, la web de EITB transmitió, coincidiendo con el debate político de marras (un detalle), un estupendo programa de la serie Escépticos dedicado a la homeopatía. El programa se va a dar también en ETB 2 y ETB SAT pero está ya disponible en la web de la tele vasca en esta dirección. Sugiero que no dejeis de verlo. Por muchas razones. Por ejemplo, por constatar el papelazo que hace la representación vasca de Boiron, la multinacional francesa de la homeopatía, amén de algún farmaceútico dubitativo. Y sobre todo porque salen mis colegas y amigos Txusmari Aizpurua, Fernando Cossío y JI Miranda, demostrando con los equipos de RMN de la UPV/EHU que, en el somnífero homeopático elegido para la prueba, no hay mas que azúcar y lactosa. Algo que, como dice Txusmari en el vídeo, era de esperar, mal que les pese a los de Boiron. Me alegró también comprobar que en los comentarios que se fueron colgando en Twitter, durante el desarrollo del programa, fueron bastantes los que clamaron contra la decisión de la Universidad de Zaragoza (la Universidad que me crió a sus pechos) de "colaborar" con Boiron creando una cátedra sobre homeopatía.

Y no digo nada más. El que no lo vió ayer que lo vea y saque sus propias conclusiones.

jueves, 27 de octubre de 2011

Una dieta para hipocondríacos quimifóbicos

Ya he contado en una entrada reciente que, mal que me pese, hay un libro titulado "Plastics: A toxic love story" que, además de bastantes lugares comunes sobre plásticos y contaminación ambiental, contiene mucha y variada información sobre la corta historia y las implicaciones en nuestra vida diaria de estos materiales. Terminados los capítulos del libro, y además de la bibliografía, hay un listado de referencias que sustentan algunas de las afirmaciones de la autora, una interesante fuente de información adicional. Y, buscando, buscando, en ese listado, he entrado en una web que allí aparece y que mantiene alguien que se ha tomado el trabajo de tratar de eliminar, por completo, los plásticos de su vida. Y, a fe mía, que lleva camino de conseguirlo. El precio, solo ella lo sabe.

Entre la variada información reciente que esa web contiene, me encuentro con un artículo publicado el pasado mes de julio por la revista "Environmental Health Perspectives" (una revista de prestigio, de acuerdo a los índices)y firmado por diversos investigadores de cuatro Instituciones americanas, entre las que se encuentra nada menos que el Silent Spring Institute, de claras resonancias con el libro que Rachel Carson publicó en 1962, paradigma de la lucha contra el DDT. El artículo se centra en dos aditivos de plásticos que están en la boca de cualquier quimifóbico que se tenga por tal: los ftalatos que se usan como plastificantes del PVC y el bisfenol A que puede quedar residualmente en los revestimientos interiores de muchas latas de conservas y bebidas. Uno y otro han sido catalogados como alteradores endocrino, una de las peores calificaciones que le pueden caer a una sustancia química.

Los investigadores toman a veinte individuos de diferentes familias radicadas en la bahía de San Francisco y les hacen seguir, durante tres (tres!) días, una dieta a base de alimentos frescos, en ningún caso empaquetados o distribuidos en envoltorios de plástico. Antes y despues de la experiencia, durante ocho días, analizaron su orina a la búsqueda de los mencionados aditivos. Su conclusión me ha dejado sin habla (speechless, que dice un ilustre amigo mío) y la traduzco literalmente de su resumen o abstract para que no haya dudas: "Los contenidos de BPA (el bisfenol A) y de DEPH (un ftalato) se redujeron sustancialmente cuando las dietas de los participantes se restringieron a alimentos no envasados". Y punto. La verdad es que, a veces, el sistema éste de revisión por pares, del que tan orgullosos estamos los científicos, no parece funcionar muy bien.

En cualquier caso, no me digan que no estamos ante una dieta express, y no la que hace otro amigo mío, también ilustre y con tendencia a engordar, que se tira varios días en un balneario a pan y agua. Y encima pagando una pasta.

Referencia completa: R.A Rudel et al., Environmental Health and Perspectives 2011, 119, 914-920.

lunes, 17 de octubre de 2011

Los gases del Lehendakari

En días recientes se han publicado varias noticias relativas a la explotación de una serie de yacimientos de gas en el territorio de Alava y que nos han vendido como una buena solución para nuestro autoabastecimiento de gas natural durante muchos años. Todos esos días, los periódicos han publicado noticias relacionadas, coincidiendo con el viaje del Lehendakari López a USA y sus reuniones con las empresas americanas que van a participar en el consorcio explotador. Tengo que reconocer que la noticia me resultó extraña, al no entender cómo podía haber surgido tan de repente, pero lo cierto es que me ha pillado en una semana de pie cambiado (y no voy a dar detalles que, los más próximos, bien conocen).

Pero para eso están los amigos. Este pasado sábado, andaba yo trabajando muy de mañana en materiales para una nueva asignatura que me ha caido en virtud del "espíritu de Bolonia" y recibía un mail de mi colega, y macquero recalcitrante, Txusmari Aizpurua, en el que, a propósito de la noticia arriba comentada, me pasaba un link a una página del New York Times (sección "Science") del pasado mes de Agosto que me ha puesto las pilas.

La página es un recopilatorio de diferentes artículos relativos a lo que está pasando en USA con la explotación gasística de la gran veta Marcellus, un yacimiento de gran magnitud, pero un yacimiento un tanto especial. Todos nos imaginamos estas bolsas de gas como una cavidad que uno pincha y espera a que salga el gas como de la bombona de butano... pero la cosa no es tan sencilla en el caso de yacimientos del llamado shale gas, gas de pizarra o gas de esquisto. Para extraer ese gas, hay que inyectar primero ingentes cantidades de agua con aditivos, luego hay que realizar explosiones subterránea (hydrofracking) y, finalmente, hay que sacar las grandes cantidades de lodos resultantes, lodos que hay que "reciclar". Encima, los lodos traen a veces "sorpresas". En la citada veta, los lodos han salido acompañados de una colección de elementos radioactivos y liberación de radón (esto no tiene por qué ocurrir en explotaciones similares). Para más complicación, en esa y otras vetas americanas ha habido contaminaciones de acuíferos de consumo humano con los aditivos y, además, en los tramos finales de la explotación, el gas puede venir con elementos sulfurados que hay que quemar al aire...

Estaba yo leyéndome esa información, y escribiendo a Txusmari para que me elaborara una "entrada invitada" al respecto o me dejara novelar sus datos, y va nuestro común colega en la Facultad, Enrique Gómez Bengoa (@HenryBengoaweb en Twitter y antimacquero militante), y coloca ese mismo sábado tres tuits sobre el mismo tema, con un link a una web de un grupo cántabro, gentes que se andan movilizando porque en su región la explotación de ese tipo de gas está algo más adelantada que en Euskadi y no les gusta un pelo el asunto. Sus argumentos los podeis ver aquí. Y para terminar de redondear el finde, Enrique vuelve a la carga sobre el tema este mismo domingo y, tras correr 15 Kms en una conocida prueba donostiarra, tuitea este artículo de Greenpeace (¡quién me ha visto y quién me ve, yo redireccionando a Greenpeace!).

Demasiado intenso para digerirlo tan rápido, pero la actualidad manda y sirva la presente entrada como información complementaria a lo poco que se ha contado al respecto (al menos en el Diario Vasco). Y que el Lehendakari se prepare porque intuyo que, tarde o temprano, esto no va a quedar en fuegos de artificio...

miércoles, 12 de octubre de 2011

Neutrinos y cuasicristales

Esta es otra de las ocasiones en la que a uno le ponen la entrada a huevo. En cuestion de pocos días se han acumulado una serie de eventos que hacen que la entrada se escriba sola. En las últimas semanas, varios amigos y conocidos me han preguntado por el asunto de los speedy neutrinos, como los ha bautizado uno de ellos. La marabunta mediática que se ha organizado sobre si Einstein tenía o no tenía razón se ha simplificado en titulares, de tal manera que el más común de los mortales quiere enterarse de algo, no vaya a ser que una parte importante de la tecnología en la que descansamos (GPS, láseres, resonancia magnética nuclear,..) se vaya a ir al garete por una panda bastante numerosa de físicos circunspectos a caballo entre Suiza e Italia.

El Búho ha salido del atolladero preguntón como ha podido pero, desde el miércoles, lo tengo solucionado. Remito a todo el mundo a la estupenda conferencia que dió ese día en Donosti José Ignacio Latorre dentro de la serie Lecciones Kutxa 2011. Yo no pude estar por obligaciones paterno-filiales pero la he visto aquí, como un señor, repantingado en mi sillón y con cerveza incluída (algo que en vivo no es posible). Gracias al canal de TV del Donostia International Physics Center.

Sin embargo, nadie me ha inquirido sobre el Nobel de Química 2011, adjudicado a Daniel Shechtman por sus, poco a poco, famosos cuasicristales. Lógico por otra parte. Shechtman no es Einstein y las repercusiones de los cuasicristales en nuestra vida diaria están todavía por ver. Pero tiempo al tiempo. Tampoco voy a emplear centenares de caracteres en contaros lo que son esos cuasicristales. Esta misma mañana, El País publicaba un excelente artículo de divulgación del cristalógrafo del CSIC Juan Manuel García Ruiz y no se puede decir mucho más ni contarlo de forma tan clara. El uso que hace de los maravillosos mosaicos que uno puede contemplar en la Alhambra (y otros recintos árabes similares) para explicar el asunto, debiera conduciros sin dilación a esta página, si no la habeis ya leído en el papel.

Lo que a mi me interesa más de la historia de Shetchtman es la tozudez con la que ha defendido, a lo largo del tiempo, un descubrimiento por chiripa que realizó hace casi 30 años. Sus resultados chocaban frontalmente con todo lo establecido en cristalografía desde hacía más de un siglo y, lo más razonable, hubiera sido mandarlos a la papelera. Tanto es asi que, en muchos congresos en los que ha ido mostrando esos resultados, ha tenido que aguantar los sarcasmos de muchos de sus colegas, que casi le recomendaban la lectura de manuales para estudiantes para que cayera en la cuenta de su equivocación. Y entre los que le criticaron con ferocidad estaba el dos veces Premio Nobel (uno de la Paz y otro de Química) Linus Pauling.

Pauling era un hueso de roer. Pero también ha tenido equivocaciones notables que se ha tenido que tragar, como ya os contaba en una lejana entrada. Su equivocación en la propuesta de la estructura del DNA es de las que hacen historia y sus devaneos con cierta medicina alternativa a propósito de su fe en la Vitamina C también. Y este tipo de dogmatismo sobre lo establecido es bastante corriente en la historia de la ciencia. Por sólo limitarme al campo de los polímeros, el padre de la idea de que podían existir moléculas gigantes de cientos y miles de unidades unidas por enlaces covalente, Hermann Staudinger, Premio Nobel de Química en 1953, tuvo que aguantar de un preclaro Herr Professor alemán en Química Orgánica la siguiente frase envenenada: "Mi querido colega, deseche sus ideas sobre las moléculas grandes. No hay moléculas superiores a un peso molecular 5000. Purifique bien sus productos y al cristalizar le revelarán su carácter de moléculas de bajo peso molecular". Lo de "purifique bien sus productos" para un químico orgánico es como llamarle guarro a la cara. Y, sin embargo, la industria del plástico está llena macromoléculas o polímeros con pesos moleculares que van desde cientos de miles a varios millones...

Así que no es raro que en las trifulcas (cada vez más abundantes) que se organizan sobre ciencia y pseudociencia, un argumento de los partidarios de la segunda sea el echarnos en cara lo orgullosos y dogmáticos que somos los científicos defendiendo una idea que establecemos como irrebatible. Y, ciertamente, no hay más que ir a congresos científicos serios para comprobar con qué arrogancia se defienden determinadas hipótesis, algunas con endebles bases en las que sustentarse. Pero como quedaba claro en un reciente post del Cuaderno de Cultura Científica, los que son arrogantes son las personas que trabajan como científicos pero no la Ciencia como tal, cuya principal característica es la de ser humilde para reconocer sus propios errores cuando las evidencias se acumulan en contra de una hipótesis o una teoría. Es seguro que Pauling introdujo muchos dedos en los ojos de sus colegas en lo relativo a sus ideas sobre el DNA pero, al final, el método científico le obligó a meterse el rabo entre las piernas y hacer mutis por el foro en cuestión.

Algo que no hacen nunca los que no reconocen al método científico como herramienta. Pero que ello no os sirva como excusa para no usar la humildad como distintivo señero de nuestras convicciones. Cruzando los dedos para que nadie nos las desbarate.

domingo, 2 de octubre de 2011

Un polímero guadiana

Casi un mes con el Blog parado. Cosas del inicio de Curso a la bolognese, de la burocracia derivada de proyectos en curso y de los efectos colaterales de estar en el Tribunal de una oposición (que espero sea mi última vez). Transcurrido el mes, quiero retomar el asunto de los polímeros biodegrables, como prometí a Luis Blanco Urgoiti en una anterior entrada, al hilo de la pregunta que le planteaba en su blog a Lucía Castro. Publicada la nueva reglamentación española de residuos, en la que se establece la sustitución total de las bolsas de plástico por otras de plástico biodegradable, Luis quería saber si estamos preparados para ello con los polímeros alternativos de los que ahora disponemos. Sobre alguna de esas alternativas ya he escrito entradas en el Blog, pero voy a dedicar unas pocas más a abundar en el tema. Sin entrar, evidentemente, en cuestiones para especialistas como los que participan en el Grupo de Bioplásticos de Linkedin en el que me metió Lucía.

Para conseguir ese objetivo, me va a venir muy bien un libro que Amazon me mandó a principios del verano (previo pago, of course), titulado "Plastic, a toxic love story" de una periodista y escritora americana llamada Susan Freinkel. Los que me conocen bien (y me leen) estarán pensando que el Búho se encamina sin remedio a su autodestrucción total. ¡El Búho recomendando un libro contrario a los plásticos!. Pues es verdad, siempre he propugnado que al enemigo ni agua, que ya hay mucho enemigo. Pero el caso es que el libro, aparte del tufillo ecológico que inunda mucha de la literatura americana actual, contiene una interesante revisión de cómo ha cambiado nuestro modo de vida desde que los plásticos aparecieron, hace más de seis décadas. El libro contiene también mucha información de carácter histórico sobre los materiales plásticos más conocidos y prometedores. Y hay un capítulo titulado "The meaning of green" (el significado de lo verde), que resulta particularmente interesante en el asunto de los polímeros biodegradables.

Como podrá comprobar quien quiera en este link, mi primer artículo científico sobre un polímero denominado polihidroxibutirato (PHB) data de 1995 y se trataba de cosas bastante académicas sobre interacciones por enlace de hidrógeno en una mezcla de ese polímero con otro. Pero despues, en otros artículos que le siguieron, mis colegas y yo derivamos a medir las propiedades del PHB de cara a aplicaciones en el mundo del envasado, por aquello de su biodegradabilidad. Y a lo largo de los siguientes diez años han caído otros diez artículos más sobre ese tema en las "revistas más prestigiosas del campo", como dicen los finos. Uno de ellos es mi artículo más citado.

Pero tengo que confesar que a lo largo de todo el tiempo que hemos dedicado a este polímero y a otros primos de la familia, los denominados polihidroxialcanoatos (PHAs), hemos pasado de la risa al llanto varias veces. O de las grandes expectativas a las decepciones más profundas. La historia de este plástico biodegradable nace a principios de los 80, cuando los ingleses de la ICI consiguieron obtener un polímero a partir de una serie de bacterias "salvajes" que se encuentran en el medio ambiente. Se alimentaba a esas bacterias a base de alimentos ricos en glucosa (boniatos, patatas, etc.) y las muchachas, ante tamaño festín sostenido en el tiempo, optaban por acumular lo que les sobraba en forma de un polímero que se podía extraer tras cargarnos a los microrganismos en cuestión. ICI introdujo ese polímero bajo el nombre de Biopol y durante años nos contaron, y contamos, que el material era la panacea, dado su carácter absolutamente biodegradable.

Pero el empleo de bacterias "salvajes" repercutía en producciones escasas y precios poco competitivos. De hecho, las expectativas sobre el PHB se levantaron como consecuencia de la primera gran crisis del petróleo a mediados de los 70. Pero en cuanto el precio del oro negro se estabilizó, fué evidente que, a pesar de sus bondades, el polímero no era competitivo, lo que indujo a ICI a deshacerse del negocio, vendiéndolo a Monsanto. Esta última empresa mantuvo al polímero de forma más o menos lánguida durante una parte importante de nuestro trabajo sobre él, para finalmente cerrar las plantas de producción que tenía y dejarnos mustios, con nuestra línea de investigación abierta y nuestros papers calentitos.

Pero a principios de los 90, las herramientas de la ingeniería genética habían mejorado mucho y podían diseñarse microorganismos, genéticamente modificados, para producir por fermentación muchos tipos de productos. Y entre la gente que andaba en ese campo, un grupo del MIT consiguió una familia de organismos transgénicos capaces de sintetizar distintos PHAs a costos mucho menos importantes que cuando se usaban microrganismos naturales. Como los americanos no se andan en bobadas, los del MIT patentaron el asunto, formaron una compañía llamada Metabolix en 1992, compraron en 2001 las patentes del Biopol a Monsanto (por si las moscas) y se lanzaron a producir en plan industrial una familia de polímeros a base de PHAs diversos que, comercialmente, se conocen como Mirel. A partir de 2007 están poniendo en el mercado unas 55.000 toneladas anuales de estos materiales desde su factoría en Clinton, Iowa.

Los de Metabolix no han parado ahí y se han metido a producir plantas transgénicas (incluso un césped transgénico) que genere el polímero en la propia planta, con lo cual lo convertiría en un "polímero cultivable".

¿Es ésta la oportunidad buena de los PHAs?. Pues yo no me fío un pelo. Sobre todo cuando en el libro de la Freinkel, poco sospechosa de ir contra soluciones verdes, y en el capítulo que arriba mencionaba, la autora se pregunta: Pero, ¿qué problemas resuelven realmente los polímeros biodegradables?. Y traslada la pregunta a diferentes expertos en el campo de los bioplásticos. Uno de ellos, R. Nayaran, de la Michigan State University, que se ha pasado la vida con otro polímero biodegradable ahora en candelero, el poliácido láctico, le contesta a secas: La amenaza del cambio climático.

Y es ahí donde mis neuronas se colapsan. Primero porque aún no está del todo claro lo que implica, en términos del impacto climático, la producción de estos polímeros verdes, al compararlos con los que vienen del petróleo (al menos en mi opinión, estrategias como la del Análisis del Ciclo de Vida o LCA están, por ahora, cogidas con alfileres). Pero, sobre todo, porque los plásticos que se producen del petróleo constituyen una mínima parte de cada barril extraído. De hecho, la gracia de los plásticos en sus primeros años de vida fue que las refinerías encontraron un nicho en el que meter algunos de los subproductos de la destilación fraccionada del petróleo.

Por sólo poner un ejemplo al respecto. Hace pocos días, el inefable Javier Peláez (@Irreductible en Twitter) colgaba un tuit sobre el gasoil que había consumido el coche oficial de un alto cargo valenciano, muy popular en las diatribas políticas. Su coche había consumido en 2010 el equivalente a 53.000 € que, a un precio medio del gasoil de 1,25 €/litro, hacen 42.400 litros, equivalentes (cuando se queman en nuestro motor) a 110.240 kilos de CO2. Durante ese mismo año, un valenciano medio ha consumido unas 220 bolsas de plástico no biodegradable (polietileno) que, quemadas en una incineradora, generan 6,3 kilos anuales de CO2. O sea, que necesitamos 17.500 valencianos consumiendo bolsas de plástico para igualar, en huella de anhídrido carbónico, al coche del Sr. Camps. Me parece que no sabemos dónde estamos poniendo la diana.

martes, 6 de septiembre de 2011

Ciencia tramposa

A uno se le va pasando ya la edad de muchas cosas. Entre otras, la de pensar que mi condición de científico, de menguada talla, implica la necesidad de manejar con cierta soltura referencias de los llamados filósofos de la Ciencia. Quizás por eso, durante la drástica reducción de mi biblioteca (que ha quedado ahora muy minimalista), derivada de la radical reforma de casa que me impuso mi comadrona, muchos libros acabaron en el iglú del papel para reciclar. Hubiera preferido quemarlos al estilo del Carvallo de Vazquez Montalban, pero no tengo infraestructura pirómana. Entre la gran variedad de temáticas y autores caídos en esa razzia se encontraban obras de señeros filósofos de la Ciencia, como Popper, Lakatos, Kuhn, Bunge y otros. Pero no todo se fue al limbo eterno de la fibra virgen de celulosa. Algo de poso de las lecturas en tiempos pretéritos me ha quedado y marcado.

Por ejemplo, creo (el libro acabó en la hoguera) que fué a Mario Bunge a quien leí una frase que sigo recordando de vez en cuando. Contada a mi manera venía a decir que una parte importante de la Ciencia que publican las revistas científicas está producida por científicos que aprovechan los subproductos de la investigación de los grupos punteros de su campo. Es decir, actúan (actuamos, "mea culpa") a la manera de "mendigos" que colectan lo que se va cayendo o sobrando de las líneas de investigación de los grupos que admiran. No quiere decir que esa estrategia no pueda producir en algunos casos resultados relevantes ni que no cumpla su misión de generar conocimiento y entrenar a nuevos científicos, pero parece evidente que, en la mayor parte de los casos, se trata de un "ruído de fondo", superpuesto a lo que se está cociendo en los grupos punteros.

Otra frase interesante es de John Ziman (ésta la tengo delante, porque el libro fué indultado de la quema) y puede resultar impactante: el 90% de la Física que está en los libros de texto de Secundaria es verdad. El 90% de lo que está en los artículos científicos de Física es falso. Y Ziman era un físico reconocido en el área de la Materia Condensada.

Todo esto viene a propósito de un artículo publicado en el Wall Street Journal este pasado mes de agosto (no os pongo el link porque es de pago), en el que se hacía hincapié en el número creciente de artículos que se retiran de las revistas científicas, al comprobarse que sus resultados contienen datos que han sido amañados o que carecen de fundamento. Ciencia espúrea, vamos. Las trampas tienen especial incidencia en las ciencias médicas y biológicas, aunque la Química tampoco se puede ir de rositas en estos pufos. Se trata, no hay duda, de un problema derivado de la creciente presión que sufren los Grupos punteros para seguir mereciendo la consideración de las Agencias que reparten el dinero, lo que implica la necesidad de publicar lo más posible en las revistas con más impacto y adelantándose a los competidores. Algo de eso ya empieza a pasar en serio por nuestros lares y más pronto que tarde alguna chispita saltará.

En el ámbito de la Química, anda la cosa alborotada estos últimos meses por un fraude probado en trabajos del prestigioso Departamento de Química de la Universidad de Columbia, algunos de ellos publicados en revistas tan deseadas por los químicos como el JACS (Journal of the American Chemical Society) y derivados de la Tesis Doctoral de una ciudadana que, aprovechando que estaba de postdoc en Alemania, ha desaparecido de la escena académica sin dejar huella. Está probado, en documentos como el que ilustra esta entrada, que esta investigadora amañó espectros de RMN (usando Tippex y espectros robados en bases de datos, usurpando las identidades de sus colegas) para demostrar que se había producido una determinada reacción química que, en realidad, no se produce. La liebre saltó cuando algunos de sus compañeros de laboratorio, y otros investigadores de grupos igualmente punteros, trataron de reproducir la reacción sin éxito.

El asunto tiene múltiples derivadas que se están discutiendo en muchos foros. Por ejemplo, el papel del Director del Grupo, un prestigioso químico orgánico que, o no se enteró por sus múltiples ocupaciones, o le tenía particular cariño a la tramposa. Aún a costa de que otros de sus subalternos, que trataron de reproducir la reacción, abandonaran sus proyectos de Tesis a la vista de su aparente "incapacidad". Y a nadie se le escapa las implicaciones personales y de futuro profesional que ello tiene.

Pero al hilo de mis dos citas de los filósofos de la ciencia, mi reflexión es otra. Si éste y otros casos (como el del anestesista Scott Reuben, el del jovencísimo físico J.H. Schön o la falsa clonación de embriones humanos de Hwang Woo-suk) han salido a la palestra es por la relevancia de sus pretendidos descubrimientos en campos punteros. Pero la pregunta es: ¿cuántos otros casos se nos escapan provenientes de esa ciencia de acompañamiento que decía Bunge?. Ciertamente se trata de resultados la mayoría de las veces poco relevantes y, por consiguiente, el fraude puede pasar más desapercibido, sobre todo porque en muchas ocasiones corroborarán los resultados del paradigma imperante. Pero todo esos fraudes pueden estar costando mucho dinero, por no hablar de los cabreos de quienes intentan reproducir el resultado (al que no le haya pasado eso en su vida profesional que levante la mano).

Así que la aseveración de Ziman, dada la creciente inflación de publicaciones científicas, igual se quedó corta.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Bolsas biodegradables: Aclarando conceptos

El BOE ha publicado, en fecha tan traicionera como el viernes 29 de julio, una Ley por la que se establece que, de una forma progresiva, las bolsas de plástico convencionales no biodegradables de un solo uso deberán ir teniendo menos incidencia en el mercado, hasta desaparecer por completo en el año 2018. La idea es que vayan siendo sustituidas por bolsas biodegradables y compostables. Nos sumamos así a una corriente de opinión a la que se han adherido los políticos que gobiernan desde pueblos de tres al cuarto hasta grandes naciones, algunos por salir en la foto que priva y otros para hacer caja, como el Gobierno irlándes. Sobre mi opinión al respecto, podeis releer la entrada publicada en marzo de 2008, en la que establecía que, puestos a preocuparnos por el calentamiento global, podríamos haber empezado por otras cosas. A finales del mes pasado, Luis Blanco Urgoiti publicaba una interesante entrada en su Blog, en la que expresaba sus incertidumbres sobre lo que la Ley puede suponer. Por sólo poner un ejemplo, ¿qué se entiende por un solo uso?.

Como participo de lo que en esa entrada se expresaba y como creo que hay que hacer un poco de pedagogía pedestre a este respecto, he decidido dedicar una primera entrada a clarificar los diferentes términos que andan en la calle en lo relativo a plásticos y biocosas. En una siguiente, que prometo en breve, nos meteremos en cuestiones un tanto espinosas que pueden suscitarse durante la aplicación de la Ley.

Un plástico es biodegradable cuando, aprovechándonos de las necesidades de energía de diferentes microorganismos existentes en muy diversos escenarios medioambientales, conseguimos eliminar, de manera eficaz y en adecuados tiempos y condiciones de seguridad, los diferentes productos fabricados con ese material plástico. La frase puede puede parecer un tanto críptica en una consideración poco cuidadosa pero lo cierto es que encierra mucha música. Así que vayamos por partes.

Lo primero que hay que saber es que los microorganismos pueden utilizar y consumir materiales ricos en carbono, como los plásticos, a través de un proceso en el que tras subsumir el material en el interior de sus células, oxidan el carbono a CO2 (para lo que obviamente necesitan oxígeno), lo que les proporciona una considerable energía para sus procesos vitales. Así que, ya de entrada, y en términos del oxígeno necesario, no es lo mismo la biodegradación de un material en una instalación de compostaje, donde se remueve y se airea, que en un vertedero en el que el oxígeno brilla por su ausencia en cuanto ponemos una nueva capa de residuos encima. O, y a veces se olvida, en el medio marino, tan abundante, donde el aporte de oxígeno puede estar restringido, sobre todo a materiales más densos que el agua.

Eso incide, de forma notoria, en el tiempo necesario para la biodegradación, como ocurre con otros materiales. Un árbol es intrínsecamente biodegradable y puede desaparecer con facilidad en un bosque húmedo lleno de microorganismos. Pero coloquemos ese mismo árbol en un desierto con pocos de esos microorganismos en el ambiente y puede petrificarse antes de desaparecer. O enterrémoslo en el fondo anaeróbico (sin oxígeno) de un lago y puede tirarse allí durante siglos, porque los microorganismo no reciben el aporte de oxígeno necesario para hacer su trabajo.

Otras condiciones importantes pueden ser la temperatura del proceso y las posibles sustancias nocivas que puedan ponerse en el ambiente como consecuencia del proceso degradativo. Por ejemplo, metales pesados derivados de catalizadores usados en la producción del plástico (en general en cantidades muy pequeñas), metabolitos peligrosos generados por los propios microrganismos o partículas no visibles al ojo humano pero en las que el plástico mantiene la integridad de sus características no deseadas.

Así que la cosa es compleja y se presta a que el omnipresente marketing perverso esté promocionando en el mercado a unos cuantos plásticos que claman por su biodegradabilidad, con independencia de que no existan criterios suficientes para creerles. Quizás un caso prototípico es el de un PVC pretendidamente biodegradable (bio-PVC) que se está vendiendo para tarjetas de crédito y cuyo fabricante nos intenta convencer con la historia increíble de un aditivo misterioso, que atrae a los microorganismos hacia el PVC para así romper los enlaces carbono-carbono, generar CO2 y agua y convertir el cloro que hay en cada unidad del PVC poco menos que en cloruros inocuos. Para más inri la propaganda establece que el proceso da igual que ocurra en condiciones aerobias (con oxígeno) o anaerobias (sin oxígeno, como en un vertedero). Los argumentos sobre el mecanismo de ruptura no pasan el más leve análisis de un estudiante listo de Química.

O el asunto de los plásticos oxo-biodegradables, en los que plásticos convencionales como el polietileno son aditivados con ciertas sustancias (algunas, sales de metales pesados) que favorecen el que, en presencia de luz y oxígeno, los enlaces carbono-carbono se vayan rompiendo y el material se vaya desintegrando en trozos más pequeños, aunque no existen pruebas contundentes de que eso induzca una biodegradación completa por parte de los microorganismos. Estaríamos así ante un caso de degradación/fragmentación más que ante una auténtica biodegradación.

Así que el concepto clave es la biodegradación completa por microorganismos, produciendo anhídrido carbónico y agua. Y no otros "trucos" ni resultados parciales. Y para comparar la capacidad de biodegradarse de un material con las de sus competidores, hay que recurrir a normas bien establecidas que no permitan que nos engañen con mandangas. Por ejemplo, consideremos el caso de que necesitemos un material que se biodegrade en términos que lo hagan competitivo de cara a su inclusión en los procesos de compostaje de residuos como los provenientes de la alimentación humana o de residuos forestales y de jardinería. La norma europea EN 13432, equivalente a la americana ASTM D-6400 y a la ISO 17088 establece, resumidamente, que el material debe biodegradarse en al menos un 90%, dando únicamente agua y CO2, en condiciones estandarizadas de temperatura (preferíblemente a 58ºC) y en un tiempo no superior a seis meses. Que no debe haber más de un 10% de partículas superiores en tamaño a 2 mm y que las concentraciones de metales pesados en el material no deben superar los límites establecidos por agencias medioambientales como la EPA americana. Y una aclaración importante: si se establece el 90 y no el 100% de biodegradabilidad es porque se admite un ±10% de variabilidad estadística en los ensayos, no por otras razones.

Ese sería un material que podría llevar las etiquetas de biodegradable y compostable y, por tanto, utilizable, por ejemplo, como bolsa de basura orgánica. Evidentemente, un material puede ser intrínsecamente biodegradable y no cumplir esas condiciones de tiempos, temperaturas, etc., lo que le pone trabas como compostable, pero nadie le puede quitar su etiqueta de biodegradable. Puede ser perfectamente utilizado en aplicaciones como las que se dan al aire libre, protegiendo unos retoños de árbol o incluso en el medio marino. Así que resumiendo y para que quede claro, todos los compostables deben ser biodegradables, pero no al revés.

La otra acepción que induce al equívoco en este área de los polímeros biodegradables es el término bioplástico. Entendemos por bioplástico aquel cuya materia prima es la biomasa renovable. Parece que rondamos el mismo territorio, pero nada más lejos de la realidad. Bioplástico es el polietileno del que hablábamos hace un tiempo, obtenido a partir de melazas de caña de azúcar, una fuente renovable. Pero el producto final, como allí decíamos, es tan polietileno como el obtenido a partir del gas etileno que sale como subproducto de una refinería de petróleo. De hecho, en ese denominado biopolietileno, la melaza es transformada en gas etileno que, más tarde, se polimeriza por técnicas convencionales. Por tanto, a ese polietileno le podremos llamar bioplástico pero no biodegradable o compostable. Sin embargo, polímeros biodegradables y compostables como el poliácido láctico o el polihidroxibutirato, por mencionar los que ahora están en candelero, son también bioplásticos porque no se derivan del petróleo.

Para complicar un poco más las cosas, hay polímeros derivados del petróleo que son absolutamente biodegradables y compostables en términos de la norma arriba indicada, como algunas mezclas del polialcohol vinílico que vimos en la entrada de las pelotas de golf que se echan al mar en los cruceros. O el Ecoflex de BASF, obtenido a partir de butanodiol y diversas composiciones de los ácidos adípico y tereftálico, todos ellos derivados del petróleo, polímero biodegradable y compostable sin complejos (de hecho, cumple las condiciones del ensayo ASTM D-6400 en menos de la mitad del tiempo requerido).

Así que no se dejen liar con la jerga. A la menor duda, la más menuda: el Blog del Búho.

jueves, 25 de agosto de 2011

Azul isopreno

Esto de perseguir quimifóbicos tiene sus derivadas inherentes (ya sea la cuarta, la quinta o más). Andaba tras la pista de un supuesto fertilizante "orgánico" con el que meterme y, hete aquí, que me topo con la web de una viuda americana de mi edad, "orgánica" también, que me ha recordado, con la foto que veis como inicio de esta entrada, unos apuntes olvidados en una de mis moleskines. La ciudadana en cuestión parece aspirar a tener su retiro en un pequeño pueblo de Carolina del Norte (Ashville), hasta donde llegan las estribaciones de las Blue Ridge Mountains, donde estos efectos ópticos son corrientes y de ahí su nombre turístico. La foto se parece mucho a uno de los salvapantallas que Apple nos ofrece a los usuarios de Mac, pero es una foto verdadera, sin photoshop, filtros u otros artilugios digitales. Y su tono azul se debe a las altas concentraciones en la zona de una molécula que ha tenido mucho que ver en mi devenir académico: el isopreno, una palabreja que bien pudiera induciros al abandono de la lectura de este post, pero sois gente fiel y seguro que seguís leyendo.

Sobre el isopreno ya me he repetido en las 318 entradas de este Blog. Recordando a un pintor de brocha gorda que cambiaba el look de mi casa paterna muchas primaveras, escribí un post sobre los terpenos, esas moléculas "aromáticas" (en el sentido de que huelen, no en el estricto significado químico) que el Búho asociacon el olor a aguarrás. Dichos terpenos son moléculas que contienen dos o más unidades de isopreno, unidas entre si. El isopreno, concatenado miles de veces consigo mismo, constituye el poliisopreno (PIP), un polímero sobre el que hay varias entradas en este Blog, no en vano su autor obtuvo el título de Dr. con una atribulada Tesis en la que el PIP era un protagonista importante. Los químicamente poco exquisitos conocen al poliisopreno por su vulgar nombre de caucho, ya sea en su versión natural, fabricado por diferentes árboles tropicales, o en su versión sintética. Uno y otro son la base de todos los neumáticos que en la historia han sido (ver, por ejemplo, esta entrada). Pero también están en los orígenes de las gomas de mascar amén de guantes y preservativos. Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, esta entrada no va de poliisoprenos o de polímeros. Va de la molécula escueta que llamamos isopreno, causante como decía arriba del color azulado de esa postal de Carolina del Norte.

La fotosíntesis, sin profundizar mucho, es el gran vector que las plantas nos están ofreciendo para poder escapar de nuestra dependencia de hidrocarburos fósiles como el petróleo, el gas o el carbón. Aprovechando la energía gratuita que les proporciona el sol y tomando anhídrido carbónico (CO2) de la atmósfera, que también es gratis y cada vez más abundante, los inofensivos vegetales de todo porte utilizan a ambos para fabricar sus fibras de celulosa, sus tubérculos, ricos en glucosa, y
, como "subproducto", generar el oxígeno que necesitamos para respirar. Es como el Santo Grial en esta época de crisis climática. Eliminamos el jodido CO2 del efecto invernadero, lo transformamos en oxígeno y, encima, tenemos calorcito para nuestros usos derivado de la producción de biomasa realizada. Un chollo, pero la Naturaleza se ha tomado sus millones de años para llegar a esa solución y nosotros no somos tan listos como parece. Andan por ahí algunos científicos que, abusando del marketing, propugnan que han sido capaces de generar "hojas artificiales" que hacen lo mismo, pero la publicidad es engañosa e interesada y el símil está falsamente elegido.

Pero, ¿qué tiene que ver el azul de isopreno en todo esto?. Pues del todo claro no está, pero parece ya bien probado que el isopreno es la respuesta de los grandes árboles de las Blue Ridge Mountains y zonas similares para preservar sus mecanismos de fotosíntesis cuando aprietan las olas de calor. Gracias al isopreno, preservan los órganos de sus hojas capaces de llevar a cabo esa labor fotosintética. Hay mucha literatura sobre el tema que ilustra la principal conclusión que acabo de apuntar [ver, por ejemplo y por poner una cita reciente, K. Behnke et al. Photosynth. Res. (2010) 104: 5-1].

Esa puesta en el ambiente de grandes cantidades de isopreno tiene efectos tan espectaculares como los paisajes azules que se quedan en nuestras retinas y cámaras fotográficas. Pero todo lo natural no es inocuo, as you probably know. Está bien entendido, desde los años ochenta, que esa atmósfera de isopreno puede generar ácidos orgánicos y su correspondiente "lluvia ácida". Y que en áreas más urbanitas, y con el concurso de los óxidos de nitrógeno de los tubos de escape, puede dar lugar a incrementos notables en la concentración de ozono, un gas moderadamente tóxico en ciertas concentraciones y contribuyente conocido al efecto invernadero.

Y si, además, os creeis este link, podreis comprobar que haciendo inhalar isopreno a ratas durante dos años, queda meridianamente claro que se trata de un agente cancerígeno (que afecta más a los machos que a las hembras, of course). Los pobres de las Blue Ridge Mountains viviendo toda la vida en ese ambiente y los del National Toxicology Program americano llamándose andanas... ¡Peste de yankees..!

domingo, 21 de agosto de 2011

Contaminaciones pretéritas

Más de una vez he comentado en este Blog las "excelencias" medioambientales en las que se desarrolló mi más tierna infancia. En un pueblo lleno de papeleras, fábricas de curtidos, resinas fenólicas, una importante planta siderúrgica y otras delicias que vertían al Urumea o al aire los subproductos no deseados de sus actividades. Esas actividades han cerrado o están ahora bajo control. Dicen mis detractores que lo que no entiendo es que ahora la contaminación es global y, por tanto, mucho más difícil de solucionar. Pero, al mismo tiempo, me venden lo importante que son los gestos diarios (ir a la compra con un carrito) para solventar el problema. Así que no sé con qué quedarme. Mientras tanto, tengo una historia que demuestra que el pasado pudo ser muy sórdido y maloliente, aunque no tengamos registros cromatográficos o espectroscópicos de sus niveles para comparar. Solo indicios. Como el del barco Vasa.

Uno de los reclamos turísticos de Estocolmo es la visita al Museo en el que se conserva el Vasa, un magnífico barco cuya historia da para más de un chascarrillo. Construido a mayor gloria del rey Gustavo Adolfo de la época, fué botado en medio de la expectación popular un día aciago de 1628 (el 10 de agosto) en el puerto de la capital sueca. No había navegado más allá de una milla naútica cuando una suave brisa nórdica empezó a tumbarlo un poco y, a pesar de los esfuerzos de la tripulación, se fué a pique en cuestión de minutos, llevándose para abajo toda su parafernalia constituida por el mejor armamento y mobiliario de la época, así como unos cuantos tripulantes. Y allí abajo se quedó durante la interesante y nada desdeñable cifra de 333 años, hasta que en el año 1961 fué sacado a la superficie.

Al ponerlo en tierra, la sorpresa fue mayúscula ante el impresionante estado de conservación del barco. Tanto es así que ha sido una fuente inagotable de información para los estudiosos de la época. Pero hoy sabemos que el preservante "natural" del barco fué, ni más ni menos, el alto grado de contaminación que el puerto de Estocolmo tuvo a la largo de esas más de tres centurias y que sólo ha sido solventada drásticamente a finales del siglo XX. El altamente tóxico medio marino hizo, durante ese tiempo, que cualquier asomo de vida se extinguiera, incluidos los microorganismos que normalmente se hubieran puesto morados con la madera del Vasa.

Así que, tras la sorpresa inicial, hubo que buscar un medio para preservar semejante legado del pasado (y de la contaminación, por qué no decirlo). La solución elegida implicó el empleo de un polímero del que hablábamos hace pocas semanas a propósito del jueguecito de las paintballs: el polietilenglicol (PEG), con el que se estuvo pulverizando la integridad del barco durante casi 17 años.

Durante los más de treinta años posteriores, el PEG parece haber cumplir con su papel sin mayores problemas, aunque a partir de un estudio exhaustivo que empezó en 2006, se empezaron a evidenciar una serie de problemas que también tienen que ver con la Química. Por ejemplo, se detectaron cantidades pequeñas de ácido fórmico en el ambiente interior del barco. Dos posibles hipótesis se manejaron: que el fórmico tuviera su origen en la propia descomposición oxidativa del polietilen glicol o, alternativamente, en la descomposición de la madera del barco. La solución estuvo en el empleo de técnicas de datación basadas en carbono 14. El PEG se fabrica a partir de sustancias derivadas del petróleo, originado hace mucho tiempo a partir de plantas. Como explicamos en su día, eso implica que debe quedar muy poco carbono 14 en ese tipo de sustancias. Cosa que no pasa con la madera del barco, que proviene de un arbol que fué talado (y matado) hace como mucho 400 años y en la que las cantidades de carbono 14 deben ser sustancialmente más altas. Pues bien, la conclusión de esos estudios parece ser que casi todo el fórmico proviene de procesos de descomposición de la madera del Vasa que la protección con el PEG no parece eliminar del todo.

Otro problema químico en la conservación del tesoro tiene que ver con la contaminación que, en un principio, preservó el barco en la dársena de Estocolmo. Los compuestos de azufre presentes en los lodos del puerto emigraron al interior de la madera del barco, básicamente en forma de sulfuros. Pero al sacarlo a la superficie, esos sulfuros empezaron a sufrir una oxidación que, dificilmente, se podía dar en un ambiente pobre en oxígeno como el del agua de mar. Y los sulfuros se van convirtiendo en sulfatos y los sulfatos, en parte, en ácido sulfúrico. Se calcula que el cuerpo del barco contiene todavía cantidades suficientes de sulfuros como para producir cinco toneladas de ácido sulfúrico, a una velocidad de 100 kilos por año, lo que destruiría literalmente el barco.

Así que los conservadores (y los químicos) suecos ya tienen trabajo si no quieren quedarse sin la gallina de los huevos de oro del museo.

jueves, 18 de agosto de 2011

Ponga un pato en su medicación

Estoy perdiendo facultades. Debe ser por el verano o porque debajo del nido me han colocado, de sábado a sábado, un camión musical que hace las noches de la Semana Grande donostiarra más "participativas", según el lenguaje que el calvo que nos gobernaba ha transmitido al nuevo edil de Bildu. El caso es que, por no escribir, no escribo ni de la homeopatía, que ya es no escribir. Pero, ni falta que hace. Los colegas de Amazings (tengo un link a su página a la derecha) y más concretamente FerFrías, ha colgado un magnífico post sobre los intentos de la multinacional Boiron, con la que ya me he metido varias veces, para silenciar a un bloguero italiano que parece haberles importunado. Yo no podría hacerlo mejor a pesar de mi florido verbo. Así que haríais bien en leer a FerFrías en ese link y sabreis por qué el Pato Donald ilustra esta entrada. Mientras tanto, voy a seguir maquinando qué putada podría yo hacer a estos hosteleros que han pagado el camión de mis desvelos nocturnos.

martes, 2 de agosto de 2011

Detox

No debo escribir sobre dietética porque no tengo entendederas al respecto. Pero, como en otras cosas en las que soy lego, en lo de comer he desarrollado mi propio método. Como buen plumífero soy omnívoro y, a la hora de elegir entre las múltiples posibilidades, procuro aplicar un criterio estadístico que incluya a la mayoría de las viandas. Pero, además, el Búho se ha jugado los cuartos desde hace tiempo con la Termodinámica (más fiel que la Bolsa) y, por tanto, entiende de balances de materia y energía, de entalpías de combustión y esas cosas, con lo que puedo ajustar lo que me meto al coleto comiendo con lo que gasto en mis diferentes actividades físicas. Y no lo debo hacer mal porque mi peso promedio, a lo largo de más de un cuarto de siglo, tiene una desviación estándar de ± 3 kilos, décima arriba, décima abajo.

Pero a pesar de no saber del tema, no puedo morderme la lengua y dejar de hablar de un tipo de dietas que proliferan en los últimos tiempos en internet y televisiones y publicaciones con ánimo de hacer caja. Son las llamadas dietas Detox, término identificado originalmente con dietas más o menos rápidas, pero que ha ido degenerando por mor de una nueva perversidad del marketing pseudocientífico, en la que juega un papel importante (y ahí estoy yo al quite) la quimifobia contra la que me peleo.

Esas dietas tienen precedentes históricos notables. El sangrado mediante sanguijuelas, del que podeis leer un reciente y magnífico post en Animalia, tenían su fundamento (erróneo) en la necesidad de eliminar excesivas cantidades o proporciones inadecuadas de los fluidos o humores constitutivos del cuerpo humano (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flemas), según la teoría nada menos que del propio Hipócrates. Ese exceso de toxinas era eliminado por las sanguijuelas como método terapeútico, colocándolas en diferentes partes del cuerpo, dependiendo del humor a eliminar. El sangrado comenzó a tener sus días contados en los albores del siglo XIX, cuando el presidente de los EEUU, George Washington, aquejado de un aparente catarro, murió tras la aplicación de los hematófagos que tendrían que haberle curado.

La necesidad de eliminar toxinas está también en la base de otro procedimiento un poco escatológico que también data de tiempos de romanos y griegos. Sobre la base de que el intestino es el lugar en el que se acumulan todas nuestras miserias, un lavado del mismo en contracorriente, debe de proporcionar mejoras evidentes. El método ha estado un poco de capa caída hasta que, más recientemente, y como contaba hace poco The Telegraph, fue asumido por gentes de la farándula, que se iban a países asiáticos a hacerse lavados con té, introducidos por el conducto situado allí donde la espalda pierde su honroso nombre.

Dicho método no hace sino entroncar con una gran variedad de otras alternativas que se han propuesto para eliminar, supuestamente, la gran variedad de sustancias químicas que respiramos y comemos debido a su "criminal omnipresencia" en nuestro mundo moderno. En general, y como pasa con la homeopatía, no se trata de métodos peligrosos (a no ser para nuestra cartera). Básicamente es lo que hacían nuestros antepasados cuando se iban a un balnerario a tomar las aguas. Pues eso, agua, vida muelle en un lugar apartado para evitar las tentaciones mundanas, lecturas reposadas, baños, zumos de frutas, régimen más o menos severo. En definitiva, algo que todo el mundo puede hacer para que el sobrepeso y sus consecuencias no nos hagan una jugarreta. Y para descansar un poco, que siempre viene bien.

Pero en lo tocante a su estricta necesidad para eliminar sustancias químicas, la cosa es más que discutible. En primer lugar, tenemos un sistema de eliminación de sustancias poco recomendables para nuestro cuerpo de lo más sofisticado y que tiene en hígado, riñones, pulmones, piel, etc. sus más potentes herramientas. Por ejemplo, aunque llegarais cerca del coma etílico en un día descuidado (mejor no hacerlo), vuestro hígado puede procesarlo (aunque con dificultades) y recuperar su estado en cuestión de pocos días. Y el alcohol es una de las sustancias químicas más peligrosas, aunque a la gente no le parezca por estar incorporada a nuestro modo de vida. Y en segundo lugar, no hay pruebas contrastadas sobre la fiabilidad de tales métodos y, en algunos casos, hay ejemplos de que su uso intensivo puede dar lugar a problemas serios de salud, como los que pueden causar los lavados intestinales (ver el final del artículo arriba mencionado).

Todas estas cosas vienen a cuento porque con esto del twitter, al que me voy aficionando, me he convertido en seguidor de Edzard Ernst, un recientemente jubilado Professor de la Universidad de Exeter, que ha dedicado su vida científica a estudiar las verdaderas capacidades de las llamadas medicinas alternativas. He vuelto a releer el libro "Trick or treatment?. Alternative medicine on trial", publicado en 2008 con Simon Singh (un físico de partículas que la tiene tramada con los quiroprácticos y sobre el que escribí algo al final de esta entrada) y me he divertido una vez más. Hace pocas semanas el Prof. Ernst estuvo en Donosti, promocionado la traducción de su libro al euskera, realizada por Elhuyar. Curiosamente, al menos hasta donde yo sepa, el libro no se ha traducido aún al castellano.

Durante la semana pasada, Ernst nos ha tuiteado varios artículos de la prensa inglesa (ver aquí el más reciente) que ponen de relieve la tenaz pelea que tiene con el Principe de Gales. El famoso, estirado y eterno heredero es un partidario de cualquier medicina alternativa que se le ponga delante. Entre otras cosas porque, en algunos casos, tiene intereses en ello. Como en una gama de pócimas (Duchy Herbals), alguna de las cuales se emplea en dietas Detox.

lunes, 25 de julio de 2011

Benzopireno y otros colegas

No es la primera vez (ni la segunda), en la ya dilatada vida del Búho, que nos hemos tirado un julio debajo del paraguas. Pero, a medida que me voy haciendo viejo, cada vez lo llevo peor. Y lo de este año ya pasa de castaño oscuro. Porque no es que llueva. Es que llueve sin piedad. Y aquí andamos la pareja de plumíferos con síndrome de secuestrados. Menos mal que el nido es grande y cada uno puede mantener incólume su territorio de las plumas y manías del otro. Y puestos a matar el tiempo con dignidad, he decidido disminuir la pila de libros que se me ha acumulado durante las últimas semanas encima de la mesilla.

Uno de ellos es "Cooking for geeks", de Jeff Potter, un libro de cocina (ver aquí el Blog de acompañamiento) para jóvenes airados (como yo llamo a muchos geeks). Una introducción a la cocina modernista que ahora se lleva, con recetas para épatar invitados. No se cuántas de ellas están al alcance de no iniciados, pero para mi es un libro interesante porque contiene entrevistas con cocineros "modernos", revisa técnicas que éstos utilizan y se pueden encontrar hilos interesantes de los que tirar, como el del Liquid Smoke (humo líquido) que da para más de una entrada.

Sobre el ahumado "natural" de cosas como el salmón, y las moléculas químicas participantes, hay en el Blog una entrada de nada menos que abril del 2006. En ella, se hacía especial incidencia en el papel que juega el formaldehido, presente siempre en el humo de las cámaras de ahumado, en la eliminación de microorganismos e, incluso, en dar un tono más firme a los lomos de salmón. Incidentalmente diré que el 12th Report on Carcinogens, del Departamento de Salud americano, acaba de incluir al formaldehído como uno de tales.

En una entrada posterior, julio de 2006, y al hilo de mis afecciones cutáneas, hablábamos de otro componente de los humos, los PHAs o hidrocarburos aromáticos policíclicos, derivados de la combustión incompleta de material orgánico (como la madera) a temperaturas entre 300 y 600ºC y liderados por el benzopireno, uno de los más peligrosos cancerígenos. Se mostraban allí contenidos en esos PHAs en carnes hechas a la parrilla, barbacoas, etc., cifras ridículas comparadas con los PHAs que uno se mete fumando. Y, finalmente, mi colega Jenaro Guisasola, nos hacía algo más tarde un análisis de los PHAs presentes en el vino, como consecuencia del ahumado de las duelas de roble que constituyen las barricas.

Pues bien, en el libro de Potter se propone, como herramienta para dar un toque de humo a ciertos platos, el empleo del humo líquido, unos preparados que se venden en botellas, obtenidos haciendo borbotear el humo que se desprende al quemar madera a través de recipientes con agua. Parte de los componentes del humo se disuelven, mientras que otros quedan en forma sólida o en forma líquida, en este segundo caso en forma de una fase separada del agua. Esos insolubles se eliminan y la disolución resultante se vende para sazonar a gusto del consumidor el alimento en cuestión.

Potter lo propone como una buena y saludable alternativa al que le guste el sabor a humo. Según él, muchas de las sustancias que están en el mismo desaparecen durante la preparación y, entre ellas, una parte de los PHAs que, en principio, son muy poco solubles en agua. Lo que, a mi entender, es muy discutible porque la solubilidad es baja pero suficiente para que entremos en el dominio de las concentraciones con las que nos suelen avisar sobre la peligrosidad de estos compuestos. En cualquier caso, como Jeff dice, se trata de sazonar, no de beberse a morro la botella. Y tampoco uno va a comer todos los días cosas con un toque de ahumado (aunque no se sabe, hay gente rara que todos los días come lo mismo).

Pero la presión sobre cualquier cosa que huela a cancerígeno es tal que la European Food Safety Authority ya ha hecho varias advertencias sobre estos productos comerciales, por considerarlos cancerígenos y genotóxicos, tras diversas pruebas "in vivo", en las que habrán puesto ciegos a humo líquido a unos cuantos ratones.

Sobre PHAs va también la Tesis de Dani Zuazagoitia, un antiguo estudiante del Búho, en la que se propone un nuevo método sencillo, económico y libre de disolventes para identificar PHAs. Dirigida por mis colegas Esmeralda Millán y Rosa García, en la Tesis se chequea la fiabilidad de la técnica, analizando PHAs presentes en aguas lixiviadas y sobre tierras en contacto con estas sustancias, como los terrenos de la antigua Fábrica de Gas de Donosti u otros cerca de mi club de golf, en los que encontraba un negocio de traviesas de tren usadas, tratadas con creosota (rica en PHAs).

Pero la Tesis de Dani tiene una grave carencia, a mi modesto entender. Para probar su método no ha recurrido también a las inmensas chuletas que un día cualquiera de verano se torran en los mil y un asadores del País Vasco. Y eso que sobre este asunto, el mismo Dani ya publicó un artículo en Ekaia hace cinco años. Voy a preguntarle si está financiado por carniceros y asadores, que ya se sabe que en Ciencia todos somos unos gitanos detrás de la pela....

lunes, 18 de julio de 2011

Bajando...

Hace cuatro días, día de la Fête National Française (hay que ver cómo está mi pueblo de gabachos por ello), y en la entrada que me habían publicado en el Blog de la Cátedra de Cultura Científica de mi Uni, hacía yo mención a una serie de sustancias químicas que aparecen en casi todos los medios como los demonios por excelencia del comportamiento quimifóbico. Demonios que nos acechan por doquier, que se infiltran en nuestros organismos y, sobre todo, en los de nuestros descendientes (if any). Demonios como el mercurio, el plomo y el cadmio, que ahora parece que nos intoxican vía túnidos y mariscos. Pesticidas como el Lindano. O los 209 congéneres conocidos como PCBs, muchos de ellos reputados cancerígenos y empleados como agentes dieléctricos en grandes transformadores eléctricos.

Mi Decano, Iñigo Legórburu, además de decanearme y darme trabajo de vez en cuando, como es su labor, también me mima. Y dado su expertise en temas de medio ambiente y, sobre todo, en contaminación de agua y aire, me suele reenviar información sensible a la que el Búho, de natural polimérico, no suele tener acceso. La última no tiene desperdicio.

La gráfica que adorna esta entrada y que se puede ampliar sin más que picar en ella, proviene de un reciente informe de la EEA (European Environmental Agency o Agencia Europea para el Medio Ambiente). El informe está todavía calentito (se publicó el día 15 de este mes) y se puede bajar de la red aquí, aunque aviso que es un tocho de 69 páginas que hay que leer con detenimiento. Leído por un quimifóbico puede darle alas, pero es que, hoy en día, los científicos de los organismos oficiales se la cogen con papel de fumar, no vaya a ser que, yendo contracorriente, les caiga un sambenito y les retiren de la nomenklatura oficial.

En el pie de la gráfica se ve que los datos han sido suministrados por la OSPAR, un mecanismo creado por quince países europeos (España incluída) para controlar la calidad de las aguas del Atlántico europeo y asegurar así una captura sostenible en sus caladeros. Pero dejémonos de cuestiones administrativas y vayamos al grano.

Tomando como base resultados experimentales sobre contenidos de esas aguas en las cinco sustancias químicas mencionadas en el año 1990, y asignándoles el índice 100, la gráfica recoge su evolución hasta el pasado año 2008. Y poco más que comentar. El lindano o los PCBs han pasado de 100 a menos de 20. Y con los otros tres la tendencia es parecida.

Los buenos entendedores, como los lectores de este Blog, pocos datos más necesitan. A no ser que miren para otro lado.

sábado, 16 de julio de 2011

Aditivos encubiertos

No es oro todo lo que reluce en este Blog. A veces os meto unas trolas, por lo general inofensivas, del carajo. Todo sea por la prestancia del conjunto. Sin ir más lejos, hace menos de tres meses, colgué una entrada sobre una "increíble" bolsa hecha 100% de puro bambú, aunque nuestros estudiantes constataron que su composición contenía polietileno corriente y carbonato cálcico para abaratar el precio. Ahora tengo que entonar el mea culpa de esa entrada porque, para novelarla un poco y no descubrir a los encubridores de semejante patraña, identificaba a la dueña de la tienda ecológica que proporcionaba las bolsitas como una amiga mía. Un recurso literario. No tengo el placer de su perfil físico, aunque reconoceré que, trás conocer la composición de la bolsa, le llamé por teléfono para hacerle partícipe de nuestros resultados e, incluso, le dejé en la tienda un sobre con los espectros infrarrojos que evidenciaban la composición de la interfecta. Resultado: mutis total de la airada empresaria.

El caso es que no es el único fraude detectado. En la misma tienda se venden mermeladas de diversas frutas. Una de ellas a base de kiwi, contiene kiwi (pues sólo faltaba), fructosa de maíz (de la que también podríamos hablar), pectina como gelificante y ácido cítrico como regulador de acidez. Todo muy natural desde un punto de vista fonético. Pero mira por donde la cosa (como la vida misma) es algo más complicada. Mi primera idea fue colocar el link a la página de la tienda donde aparece esa mermelada, pero he optado por no hacerlo, que este es un pueblo muy pequeño y nos conocemos todos. En cualquier caso, la web está llena de casos similares.

La pectina está en muchas frutas como los membrillos y las manzanas. Podría entenderse de la etiqueta que los fabricantes de la citada mermelada andan, manzana va membrillo viene, usando esas frutas para proporcionar la pectina adecuada a su mermelada. Nada más lejos de la realidad. La pectina es un producto derivado de la perversa actividad industrial de algunos humanos que, finalmente, la venden en frascos como el que se muestra en la foto de arriba. Empleando alguno o varios de los diversos frutos que contienen pectina, sus pulpas se tratan con disoluciones ácidas de pHs entre 1.5 y 4. Despues de varias horas de tratamiento en los que las cadenas de pectina (un polímero que nosotros llamamos ramificado) pierde parte de su ramificación y se rompe en trozos más pequeños, el resultado se disuelve finalmente en agua. De esa disolución acuosa, la pectina comercial se precipita usando etanol o isopropanol. Hace años se usaban, eficientemente, sales de aluminio pero, dada la mala prensa del aluminio, se ha optado por eliminarlas y emplear los alcoholes mencionados. El precipitado así obtenido se separa, se seca y se vende en forma de un polvo blanco.

Algo similar pasa con el ácido cítrico de la etiqueta de nuestra mermelada tipo. Uno podría pensar que la empresa fabricante de la misma se pasa el día exprimiendo limones para adicionar su jugo a la mermelada. ¡Craso error!. El ácido cítrico que se añade como regulador de acidez es un producto industrial, en este caso vendido con el código alimentario E-330. Se obtiene en un proceso que se conoce desde finales de los años veinte del siglo pasado y que implica la fermentación de mezclas ricas en glucosa y sacarosa por un hongo llamado Aspergillus niger. De la mezcla resultante de la fermentación, el ácido cítrico se precipita en forma de citrato cálcico, mediante la adición de hidróxido cálcico. Una parte pequeña de citrato cálcico también se vende como aditivo alimentario (E-333), pero la mayor parte se destina a obtener ácido cítrico puro, en forma de cristales, mediante su tratamiento con un producto químico que todo el mundo identifica como "inofensivo" y que llamamos ácido sulfúrico (¡toma química natural!).

Esa es la verdad de dos de los componentes de la mermelada ecológica que vende "mi amiga". Al menos en este caso no nos mete un gol como el de la bolsa de bambú. Pectina y ácido cítrico están ciertamente en la mermelada que venden. Sus suministradores han preferido obviar el (pequeño) detalle de incluir, tras sus nombres, el código europeo de ambos aditivos alimentarios. La legislación europea les ampara, ya que es obligatorio indicar la categoría funcional (p.e., gelificante), seguido del nombre específico o el código E asignado (gracias, Jesús). Pero el optar por la primera de las posibilidades no deja de ser una perversidad más de eso que algunos llaman marketing, cuyas paridas nadie parece controlar. No andan lejos de auditores que solo ven la paja en el ojo ajeno, agencias de rating a las que se les escapó la quiebra de Lehman Brothers o las que conceden las Q de calidad. ¿Quien controla al controlador?.

Good night, folks!.


martes, 12 de julio de 2011

Antioxidantes

Bajo el nido del Búho hay una farmacia. Las boticarias son conocidas y, una, hasta golfista en el club de un servidor. La farmacia tiene varios escaparates grandes, como corresponde a su edad y condición, siempre llenos de propaganda en la que, sobre todo, se anuncian las potencialidades de una serie de productos que más que cuidar nuestra salud, perjudican el bolsillo de los que los compran. Muchos de ellos tienen que ver con esa moda imperante de todo tipo de cremas, comprimidos y preparados que contienen antioxidantes. Algunos, como el resveratrol, con avales hasta del propio CSIC. El Búho siempre ha pensado que esas cosas son puro marketing, similar a lo de los alimentos funcionales, como esa leche asturiana, anunciada por un periodista que se dice experto en nutrición, que nos promete bajar el colesterol malo con sólo bebernos un par de vasos de la misma al día.

En abril de 2007  el Premio Nobel de Medicina 2001, Sir Richard Timothy Hunt, Tim para los amigos, un bioquímico nacido en la ciudad de los Beatles, ironizaba en la rueda de prensa a la que le sometieron los periodistas locales, después de impartir en el Gran Bilbao una conferencia sobre "Envejecimiento y cáncer". Decía el bueno de Tim: "Podemos intentar dejar de respirar y, entonces, seguro que no nos morimos de cáncer", aludiendo al oxígeno como el principal generador de los radicales libres que parecen estar en el origen de muchos fenómenos cancerígenos. Con la misma ironía británica, y a propósito de preguntas sobre las bondades del consumo de frutas y verduras para cargarse a esos radicales, decía: "Lo que se sabe es que si comes bien, vives más, y si vives más, tienes más posibilidades de contraer un cáncer". Todo un manual para ansiosos de los males que nos rodean.

Pero da igual, el marketing es el marketing y los antioxidantes, asesinos de radicales, están de moda. Algunos, como el resveratrol hasta me viene bien, permitiéndome justificar mi consumo un poco desordenado de Riojas, Riberas y otras denominaciones de origen pero, entre nosotros, nunca me lo he creído del todo. Y ahora creo que mis sospechas se confirman.

Un artículo publicado en la web del Journal of Agricultural and Food Chemistry [J. Agric. Food Chem., 2011, 59 (13), pp 6837–6846] el último día de mayo de este año y firmado por grupos de cinco prestigiosas Universidades americanas y el propio Departamento de Agricultura del mismo país, pone en entredicho que el cargarse radicales libres con todo tipo de torpedos antioxidantes sea una operación inteligente. La tesis del artículo es que los radicales libres que contienen oxígeno (básicamente los radicales hidroxilo) son esenciales para el normal transcurso de ciertas funciones metabólicas y que su radical (nunca mejor dicho) exterminio puede dar la señal de alarma a ciertas células, que acaben finalmente desencadenando enfermedades crónicas.

Los autores terminan el artículo urgiendo a la industria alimentaria para que no abuse del uso de estos antioxidantes y estén à la page de lo que se vaya conociendo al respecto. Yo creo que, mientras tanto, vale más no gastarse mucho en productos de literal parafarmacia que nos vendan bajo la etiqueta de antioxidantes. Con estar casi siempre a la sombra y beber un poco de rico vinito creo que es suficiente.