Más de una vez he comentado en este Blog las "excelencias" medioambientales en las que se desarrolló mi más tierna infancia. En un pueblo lleno de papeleras, fábricas de curtidos, resinas fenólicas, una importante planta siderúrgica y otras delicias que vertían al Urumea o al aire los subproductos no deseados de sus actividades. Esas actividades han cerrado o están ahora bajo control. Dicen mis detractores que lo que no entiendo es que ahora la contaminación es global y, por tanto, mucho más difícil de solucionar. Pero, al mismo tiempo, me venden lo importante que son los gestos diarios (ir a la compra con un carrito) para solventar el problema. Así que no sé con qué quedarme. Mientras tanto, tengo una historia que demuestra que el pasado pudo ser muy sórdido y maloliente, aunque no tengamos registros cromatográficos o espectroscópicos de sus niveles para comparar. Solo indicios. Como el del barco Vasa.
Uno de los reclamos turísticos de Estocolmo es la visita al Museo en el que se conserva el Vasa, un magnífico barco cuya historia da para más de un chascarrillo. Construido a mayor gloria del rey Gustavo Adolfo de la época, fué botado en medio de la expectación popular un día aciago de 1628 (el 10 de agosto) en el puerto de la capital sueca. No había navegado más allá de una milla naútica cuando una suave brisa nórdica empezó a tumbarlo un poco y, a pesar de los esfuerzos de la tripulación, se fué a pique en cuestión de minutos, llevándose para abajo toda su parafernalia constituida por el mejor armamento y mobiliario de la época, así como unos cuantos tripulantes. Y allí abajo se quedó durante la interesante y nada desdeñable cifra de 333 años, hasta que en el año 1961 fué sacado a la superficie.
Al ponerlo en tierra, la sorpresa fue mayúscula ante el impresionante estado de conservación del barco. Tanto es así que ha sido una fuente inagotable de información para los estudiosos de la época. Pero hoy sabemos que el preservante "natural" del barco fué, ni más ni menos, el alto grado de contaminación que el puerto de Estocolmo tuvo a la largo de esas más de tres centurias y que sólo ha sido solventada drásticamente a finales del siglo XX. El altamente tóxico medio marino hizo, durante ese tiempo, que cualquier asomo de vida se extinguiera, incluidos los microorganismos que normalmente se hubieran puesto morados con la madera del Vasa.
Así que, tras la sorpresa inicial, hubo que buscar un medio para preservar semejante legado del pasado (y de la contaminación, por qué no decirlo). La solución elegida implicó el empleo de un polímero del que hablábamos hace pocas semanas a propósito del jueguecito de las paintballs: el polietilenglicol (PEG), con el que se estuvo pulverizando la integridad del barco durante casi 17 años.
Durante los más de treinta años posteriores, el PEG parece haber cumplir con su papel sin mayores problemas, aunque a partir de un estudio exhaustivo que empezó en 2006, se empezaron a evidenciar una serie de problemas que también tienen que ver con la Química. Por ejemplo, se detectaron cantidades pequeñas de ácido fórmico en el ambiente interior del barco. Dos posibles hipótesis se manejaron: que el fórmico tuviera su origen en la propia descomposición oxidativa del polietilen glicol o, alternativamente, en la descomposición de la madera del barco. La solución estuvo en el empleo de técnicas de datación basadas en carbono 14. El PEG se fabrica a partir de sustancias derivadas del petróleo, originado hace mucho tiempo a partir de plantas. Como explicamos en su día, eso implica que debe quedar muy poco carbono 14 en ese tipo de sustancias. Cosa que no pasa con la madera del barco, que proviene de un arbol que fué talado (y matado) hace como mucho 400 años y en la que las cantidades de carbono 14 deben ser sustancialmente más altas. Pues bien, la conclusión de esos estudios parece ser que casi todo el fórmico proviene de procesos de descomposición de la madera del Vasa que la protección con el PEG no parece eliminar del todo.
Otro problema químico en la conservación del tesoro tiene que ver con la contaminación que, en un principio, preservó el barco en la dársena de Estocolmo. Los compuestos de azufre presentes en los lodos del puerto emigraron al interior de la madera del barco, básicamente en forma de sulfuros. Pero al sacarlo a la superficie, esos sulfuros empezaron a sufrir una oxidación que, dificilmente, se podía dar en un ambiente pobre en oxígeno como el del agua de mar. Y los sulfuros se van convirtiendo en sulfatos y los sulfatos, en parte, en ácido sulfúrico. Se calcula que el cuerpo del barco contiene todavía cantidades suficientes de sulfuros como para producir cinco toneladas de ácido sulfúrico, a una velocidad de 100 kilos por año, lo que destruiría literalmente el barco.
Así que los conservadores (y los químicos) suecos ya tienen trabajo si no quieren quedarse sin la gallina de los huevos de oro del museo.
Uno de los reclamos turísticos de Estocolmo es la visita al Museo en el que se conserva el Vasa, un magnífico barco cuya historia da para más de un chascarrillo. Construido a mayor gloria del rey Gustavo Adolfo de la época, fué botado en medio de la expectación popular un día aciago de 1628 (el 10 de agosto) en el puerto de la capital sueca. No había navegado más allá de una milla naútica cuando una suave brisa nórdica empezó a tumbarlo un poco y, a pesar de los esfuerzos de la tripulación, se fué a pique en cuestión de minutos, llevándose para abajo toda su parafernalia constituida por el mejor armamento y mobiliario de la época, así como unos cuantos tripulantes. Y allí abajo se quedó durante la interesante y nada desdeñable cifra de 333 años, hasta que en el año 1961 fué sacado a la superficie.
Al ponerlo en tierra, la sorpresa fue mayúscula ante el impresionante estado de conservación del barco. Tanto es así que ha sido una fuente inagotable de información para los estudiosos de la época. Pero hoy sabemos que el preservante "natural" del barco fué, ni más ni menos, el alto grado de contaminación que el puerto de Estocolmo tuvo a la largo de esas más de tres centurias y que sólo ha sido solventada drásticamente a finales del siglo XX. El altamente tóxico medio marino hizo, durante ese tiempo, que cualquier asomo de vida se extinguiera, incluidos los microorganismos que normalmente se hubieran puesto morados con la madera del Vasa.
Así que, tras la sorpresa inicial, hubo que buscar un medio para preservar semejante legado del pasado (y de la contaminación, por qué no decirlo). La solución elegida implicó el empleo de un polímero del que hablábamos hace pocas semanas a propósito del jueguecito de las paintballs: el polietilenglicol (PEG), con el que se estuvo pulverizando la integridad del barco durante casi 17 años.
Durante los más de treinta años posteriores, el PEG parece haber cumplir con su papel sin mayores problemas, aunque a partir de un estudio exhaustivo que empezó en 2006, se empezaron a evidenciar una serie de problemas que también tienen que ver con la Química. Por ejemplo, se detectaron cantidades pequeñas de ácido fórmico en el ambiente interior del barco. Dos posibles hipótesis se manejaron: que el fórmico tuviera su origen en la propia descomposición oxidativa del polietilen glicol o, alternativamente, en la descomposición de la madera del barco. La solución estuvo en el empleo de técnicas de datación basadas en carbono 14. El PEG se fabrica a partir de sustancias derivadas del petróleo, originado hace mucho tiempo a partir de plantas. Como explicamos en su día, eso implica que debe quedar muy poco carbono 14 en ese tipo de sustancias. Cosa que no pasa con la madera del barco, que proviene de un arbol que fué talado (y matado) hace como mucho 400 años y en la que las cantidades de carbono 14 deben ser sustancialmente más altas. Pues bien, la conclusión de esos estudios parece ser que casi todo el fórmico proviene de procesos de descomposición de la madera del Vasa que la protección con el PEG no parece eliminar del todo.
Otro problema químico en la conservación del tesoro tiene que ver con la contaminación que, en un principio, preservó el barco en la dársena de Estocolmo. Los compuestos de azufre presentes en los lodos del puerto emigraron al interior de la madera del barco, básicamente en forma de sulfuros. Pero al sacarlo a la superficie, esos sulfuros empezaron a sufrir una oxidación que, dificilmente, se podía dar en un ambiente pobre en oxígeno como el del agua de mar. Y los sulfuros se van convirtiendo en sulfatos y los sulfatos, en parte, en ácido sulfúrico. Se calcula que el cuerpo del barco contiene todavía cantidades suficientes de sulfuros como para producir cinco toneladas de ácido sulfúrico, a una velocidad de 100 kilos por año, lo que destruiría literalmente el barco.
Así que los conservadores (y los químicos) suecos ya tienen trabajo si no quieren quedarse sin la gallina de los huevos de oro del museo.
¿Se conoce por qué seleccionaron ese tipo de recubrimiento y por qué ha fallado? ¿espesor? ¿aplicación? ¿preparación de la superficie? ¿selección inadecuada?
ResponderEliminarPues no tengo clara esa información. En Wikipedia hay una página muy extensa sobre el Vasa ship y quizás tirando de la bibliografía al final se podría tener más información. El PEG utilizado es de bajo peso molecular y supongo que la razón de las sucesivas aplicaciones es para conseguir que el polímero se introduzca a una cierta distancia de la superficie exterior. Además fallar, fallar, por ahora no ha fallado.
ResponderEliminarSi no recuerdo mal, la idea era evitar que la madera se secara y resquebrajara, con lo que se perdería el barco. Para ello, sustituyeron el agua que embebía la madera por el PEG de forma gradual a lo largio de varios años. El procedimiento se sigue utilizando para preservar madera (y creo que otros materiales orgánicos, como cuero) recuperada en yacimientos subacuáticos.
ResponderEliminarHola búho. Muchas gracias por esta entrada tan interesante. Yo visité el vasa museet ya hace bastante pero no recuerdo que mencionaran que la contaminación ayudara en la conservación del barco, sino que atribuían la conservación a la baja salinidad de las aguas de la zona donde se encontró. Ahora he echado un vistazo en la página web del museo y de nuevo sólo he visto lo mismo; que el medio bajo en sales impidió el crecimiento de los microorganismos que habrían estropeado la madera. Familiares que han visitado el museo este agosto comentaban que tampoco se habían quedado con idea de que hablaran de contaminación .¨Será que los suecos no quieren hacer hincapié en ese tema para no traer mala reputación de su bahía?. Es seguro que esas aguas estaban tan contaminadas? Parece increíble con lo limpia que se ve ahora el agua de Estocolmo.
ResponderEliminarGracias a ti Elena por tu aportación cercana al tema. Pero lo que dicen los suecos no cuadra con mi fuente de información en uno de los blogs que cuelgan del Chemical Engineering & News, generalmente bien informados:
ResponderEliminarhttp://cenblog.org/artful-science/2011/08/17/the-peg-in-swedens-vasa-warship/
Me encanto visitar este barco!! Gracias por toda la informacion, me ha traido buenos recuerdo de hace unos años cuando fui :D
ResponderEliminarSaludos
Natalia