El BOE ha publicado, en fecha tan traicionera como el viernes 29 de julio, una Ley por la que se establece que, de una forma progresiva, las bolsas de plástico convencionales no biodegradables de un solo uso deberán ir teniendo menos incidencia en el mercado, hasta desaparecer por completo en el año 2018. La idea es que vayan siendo sustituidas por bolsas biodegradables y compostables. Nos sumamos así a una corriente de opinión a la que se han adherido los políticos que gobiernan desde pueblos de tres al cuarto hasta grandes naciones, algunos por salir en la foto que priva y otros para hacer caja, como el Gobierno irlándes. Sobre mi opinión al respecto, podeis releer la entrada publicada en marzo de 2008, en la que establecía que, puestos a preocuparnos por el calentamiento global, podríamos haber empezado por otras cosas. A finales del mes pasado, Luis Blanco Urgoiti publicaba una interesante entrada en su Blog, en la que expresaba sus incertidumbres sobre lo que la Ley puede suponer. Por sólo poner un ejemplo, ¿qué se entiende por un solo uso?.
Como participo de lo que en esa entrada se expresaba y como creo que hay que hacer un poco de pedagogía pedestre a este respecto, he decidido dedicar una primera entrada a clarificar los diferentes términos que andan en la calle en lo relativo a plásticos y biocosas. En una siguiente, que prometo en breve, nos meteremos en cuestiones un tanto espinosas que pueden suscitarse durante la aplicación de la Ley.
Un plástico es biodegradable cuando, aprovechándonos de las necesidades de energía de diferentes microorganismos existentes en muy diversos escenarios medioambientales, conseguimos eliminar, de manera eficaz y en adecuados tiempos y condiciones de seguridad, los diferentes productos fabricados con ese material plástico. La frase puede puede parecer un tanto críptica en una consideración poco cuidadosa pero lo cierto es que encierra mucha música. Así que vayamos por partes.
Lo primero que hay que saber es que los microorganismos pueden utilizar y consumir materiales ricos en carbono, como los plásticos, a través de un proceso en el que tras subsumir el material en el interior de sus células, oxidan el carbono a CO2 (para lo que obviamente necesitan oxígeno), lo que les proporciona una considerable energía para sus procesos vitales. Así que, ya de entrada, y en términos del oxígeno necesario, no es lo mismo la biodegradación de un material en una instalación de compostaje, donde se remueve y se airea, que en un vertedero en el que el oxígeno brilla por su ausencia en cuanto ponemos una nueva capa de residuos encima. O, y a veces se olvida, en el medio marino, tan abundante, donde el aporte de oxígeno puede estar restringido, sobre todo a materiales más densos que el agua.
Eso incide, de forma notoria, en el tiempo necesario para la biodegradación, como ocurre con otros materiales. Un árbol es intrínsecamente biodegradable y puede desaparecer con facilidad en un bosque húmedo lleno de microorganismos. Pero coloquemos ese mismo árbol en un desierto con pocos de esos microorganismos en el ambiente y puede petrificarse antes de desaparecer. O enterrémoslo en el fondo anaeróbico (sin oxígeno) de un lago y puede tirarse allí durante siglos, porque los microorganismo no reciben el aporte de oxígeno necesario para hacer su trabajo.
Otras condiciones importantes pueden ser la temperatura del proceso y las posibles sustancias nocivas que puedan ponerse en el ambiente como consecuencia del proceso degradativo. Por ejemplo, metales pesados derivados de catalizadores usados en la producción del plástico (en general en cantidades muy pequeñas), metabolitos peligrosos generados por los propios microrganismos o partículas no visibles al ojo humano pero en las que el plástico mantiene la integridad de sus características no deseadas.
Así que la cosa es compleja y se presta a que el omnipresente marketing perverso esté promocionando en el mercado a unos cuantos plásticos que claman por su biodegradabilidad, con independencia de que no existan criterios suficientes para creerles. Quizás un caso prototípico es el de un PVC pretendidamente biodegradable (bio-PVC) que se está vendiendo para tarjetas de crédito y cuyo fabricante nos intenta convencer con la historia increíble de un aditivo misterioso, que atrae a los microorganismos hacia el PVC para así romper los enlaces carbono-carbono, generar CO2 y agua y convertir el cloro que hay en cada unidad del PVC poco menos que en cloruros inocuos. Para más inri la propaganda establece que el proceso da igual que ocurra en condiciones aerobias (con oxígeno) o anaerobias (sin oxígeno, como en un vertedero). Los argumentos sobre el mecanismo de ruptura no pasan el más leve análisis de un estudiante listo de Química.
O el asunto de los plásticos oxo-biodegradables, en los que plásticos convencionales como el polietileno son aditivados con ciertas sustancias (algunas, sales de metales pesados) que favorecen el que, en presencia de luz y oxígeno, los enlaces carbono-carbono se vayan rompiendo y el material se vaya desintegrando en trozos más pequeños, aunque no existen pruebas contundentes de que eso induzca una biodegradación completa por parte de los microorganismos. Estaríamos así ante un caso de degradación/fragmentación más que ante una auténtica biodegradación.
Así que el concepto clave es la biodegradación completa por microorganismos, produciendo anhídrido carbónico y agua. Y no otros "trucos" ni resultados parciales. Y para comparar la capacidad de biodegradarse de un material con las de sus competidores, hay que recurrir a normas bien establecidas que no permitan que nos engañen con mandangas. Por ejemplo, consideremos el caso de que necesitemos un material que se biodegrade en términos que lo hagan competitivo de cara a su inclusión en los procesos de compostaje de residuos como los provenientes de la alimentación humana o de residuos forestales y de jardinería. La norma europea EN 13432, equivalente a la americana ASTM D-6400 y a la ISO 17088 establece, resumidamente, que el material debe biodegradarse en al menos un 90%, dando únicamente agua y CO2, en condiciones estandarizadas de temperatura (preferíblemente a 58ºC) y en un tiempo no superior a seis meses. Que no debe haber más de un 10% de partículas superiores en tamaño a 2 mm y que las concentraciones de metales pesados en el material no deben superar los límites establecidos por agencias medioambientales como la EPA americana. Y una aclaración importante: si se establece el 90 y no el 100% de biodegradabilidad es porque se admite un ±10% de variabilidad estadística en los ensayos, no por otras razones.
Ese sería un material que podría llevar las etiquetas de biodegradable y compostable y, por tanto, utilizable, por ejemplo, como bolsa de basura orgánica. Evidentemente, un material puede ser intrínsecamente biodegradable y no cumplir esas condiciones de tiempos, temperaturas, etc., lo que le pone trabas como compostable, pero nadie le puede quitar su etiqueta de biodegradable. Puede ser perfectamente utilizado en aplicaciones como las que se dan al aire libre, protegiendo unos retoños de árbol o incluso en el medio marino. Así que resumiendo y para que quede claro, todos los compostables deben ser biodegradables, pero no al revés.
La otra acepción que induce al equívoco en este área de los polímeros biodegradables es el término bioplástico. Entendemos por bioplástico aquel cuya materia prima es la biomasa renovable. Parece que rondamos el mismo territorio, pero nada más lejos de la realidad. Bioplástico es el polietileno del que hablábamos hace un tiempo, obtenido a partir de melazas de caña de azúcar, una fuente renovable. Pero el producto final, como allí decíamos, es tan polietileno como el obtenido a partir del gas etileno que sale como subproducto de una refinería de petróleo. De hecho, en ese denominado biopolietileno, la melaza es transformada en gas etileno que, más tarde, se polimeriza por técnicas convencionales. Por tanto, a ese polietileno le podremos llamar bioplástico pero no biodegradable o compostable. Sin embargo, polímeros biodegradables y compostables como el poliácido láctico o el polihidroxibutirato, por mencionar los que ahora están en candelero, son también bioplásticos porque no se derivan del petróleo.
Para complicar un poco más las cosas, hay polímeros derivados del petróleo que son absolutamente biodegradables y compostables en términos de la norma arriba indicada, como algunas mezclas del polialcohol vinílico que vimos en la entrada de las pelotas de golf que se echan al mar en los cruceros. O el Ecoflex de BASF, obtenido a partir de butanodiol y diversas composiciones de los ácidos adípico y tereftálico, todos ellos derivados del petróleo, polímero biodegradable y compostable sin complejos (de hecho, cumple las condiciones del ensayo ASTM D-6400 en menos de la mitad del tiempo requerido).
Así que no se dejen liar con la jerga. A la menor duda, la más menuda: el Blog del Búho.
Como participo de lo que en esa entrada se expresaba y como creo que hay que hacer un poco de pedagogía pedestre a este respecto, he decidido dedicar una primera entrada a clarificar los diferentes términos que andan en la calle en lo relativo a plásticos y biocosas. En una siguiente, que prometo en breve, nos meteremos en cuestiones un tanto espinosas que pueden suscitarse durante la aplicación de la Ley.
Un plástico es biodegradable cuando, aprovechándonos de las necesidades de energía de diferentes microorganismos existentes en muy diversos escenarios medioambientales, conseguimos eliminar, de manera eficaz y en adecuados tiempos y condiciones de seguridad, los diferentes productos fabricados con ese material plástico. La frase puede puede parecer un tanto críptica en una consideración poco cuidadosa pero lo cierto es que encierra mucha música. Así que vayamos por partes.
Lo primero que hay que saber es que los microorganismos pueden utilizar y consumir materiales ricos en carbono, como los plásticos, a través de un proceso en el que tras subsumir el material en el interior de sus células, oxidan el carbono a CO2 (para lo que obviamente necesitan oxígeno), lo que les proporciona una considerable energía para sus procesos vitales. Así que, ya de entrada, y en términos del oxígeno necesario, no es lo mismo la biodegradación de un material en una instalación de compostaje, donde se remueve y se airea, que en un vertedero en el que el oxígeno brilla por su ausencia en cuanto ponemos una nueva capa de residuos encima. O, y a veces se olvida, en el medio marino, tan abundante, donde el aporte de oxígeno puede estar restringido, sobre todo a materiales más densos que el agua.
Eso incide, de forma notoria, en el tiempo necesario para la biodegradación, como ocurre con otros materiales. Un árbol es intrínsecamente biodegradable y puede desaparecer con facilidad en un bosque húmedo lleno de microorganismos. Pero coloquemos ese mismo árbol en un desierto con pocos de esos microorganismos en el ambiente y puede petrificarse antes de desaparecer. O enterrémoslo en el fondo anaeróbico (sin oxígeno) de un lago y puede tirarse allí durante siglos, porque los microorganismo no reciben el aporte de oxígeno necesario para hacer su trabajo.
Otras condiciones importantes pueden ser la temperatura del proceso y las posibles sustancias nocivas que puedan ponerse en el ambiente como consecuencia del proceso degradativo. Por ejemplo, metales pesados derivados de catalizadores usados en la producción del plástico (en general en cantidades muy pequeñas), metabolitos peligrosos generados por los propios microrganismos o partículas no visibles al ojo humano pero en las que el plástico mantiene la integridad de sus características no deseadas.
Así que la cosa es compleja y se presta a que el omnipresente marketing perverso esté promocionando en el mercado a unos cuantos plásticos que claman por su biodegradabilidad, con independencia de que no existan criterios suficientes para creerles. Quizás un caso prototípico es el de un PVC pretendidamente biodegradable (bio-PVC) que se está vendiendo para tarjetas de crédito y cuyo fabricante nos intenta convencer con la historia increíble de un aditivo misterioso, que atrae a los microorganismos hacia el PVC para así romper los enlaces carbono-carbono, generar CO2 y agua y convertir el cloro que hay en cada unidad del PVC poco menos que en cloruros inocuos. Para más inri la propaganda establece que el proceso da igual que ocurra en condiciones aerobias (con oxígeno) o anaerobias (sin oxígeno, como en un vertedero). Los argumentos sobre el mecanismo de ruptura no pasan el más leve análisis de un estudiante listo de Química.
O el asunto de los plásticos oxo-biodegradables, en los que plásticos convencionales como el polietileno son aditivados con ciertas sustancias (algunas, sales de metales pesados) que favorecen el que, en presencia de luz y oxígeno, los enlaces carbono-carbono se vayan rompiendo y el material se vaya desintegrando en trozos más pequeños, aunque no existen pruebas contundentes de que eso induzca una biodegradación completa por parte de los microorganismos. Estaríamos así ante un caso de degradación/fragmentación más que ante una auténtica biodegradación.
Así que el concepto clave es la biodegradación completa por microorganismos, produciendo anhídrido carbónico y agua. Y no otros "trucos" ni resultados parciales. Y para comparar la capacidad de biodegradarse de un material con las de sus competidores, hay que recurrir a normas bien establecidas que no permitan que nos engañen con mandangas. Por ejemplo, consideremos el caso de que necesitemos un material que se biodegrade en términos que lo hagan competitivo de cara a su inclusión en los procesos de compostaje de residuos como los provenientes de la alimentación humana o de residuos forestales y de jardinería. La norma europea EN 13432, equivalente a la americana ASTM D-6400 y a la ISO 17088 establece, resumidamente, que el material debe biodegradarse en al menos un 90%, dando únicamente agua y CO2, en condiciones estandarizadas de temperatura (preferíblemente a 58ºC) y en un tiempo no superior a seis meses. Que no debe haber más de un 10% de partículas superiores en tamaño a 2 mm y que las concentraciones de metales pesados en el material no deben superar los límites establecidos por agencias medioambientales como la EPA americana. Y una aclaración importante: si se establece el 90 y no el 100% de biodegradabilidad es porque se admite un ±10% de variabilidad estadística en los ensayos, no por otras razones.
Ese sería un material que podría llevar las etiquetas de biodegradable y compostable y, por tanto, utilizable, por ejemplo, como bolsa de basura orgánica. Evidentemente, un material puede ser intrínsecamente biodegradable y no cumplir esas condiciones de tiempos, temperaturas, etc., lo que le pone trabas como compostable, pero nadie le puede quitar su etiqueta de biodegradable. Puede ser perfectamente utilizado en aplicaciones como las que se dan al aire libre, protegiendo unos retoños de árbol o incluso en el medio marino. Así que resumiendo y para que quede claro, todos los compostables deben ser biodegradables, pero no al revés.
La otra acepción que induce al equívoco en este área de los polímeros biodegradables es el término bioplástico. Entendemos por bioplástico aquel cuya materia prima es la biomasa renovable. Parece que rondamos el mismo territorio, pero nada más lejos de la realidad. Bioplástico es el polietileno del que hablábamos hace un tiempo, obtenido a partir de melazas de caña de azúcar, una fuente renovable. Pero el producto final, como allí decíamos, es tan polietileno como el obtenido a partir del gas etileno que sale como subproducto de una refinería de petróleo. De hecho, en ese denominado biopolietileno, la melaza es transformada en gas etileno que, más tarde, se polimeriza por técnicas convencionales. Por tanto, a ese polietileno le podremos llamar bioplástico pero no biodegradable o compostable. Sin embargo, polímeros biodegradables y compostables como el poliácido láctico o el polihidroxibutirato, por mencionar los que ahora están en candelero, son también bioplásticos porque no se derivan del petróleo.
Para complicar un poco más las cosas, hay polímeros derivados del petróleo que son absolutamente biodegradables y compostables en términos de la norma arriba indicada, como algunas mezclas del polialcohol vinílico que vimos en la entrada de las pelotas de golf que se echan al mar en los cruceros. O el Ecoflex de BASF, obtenido a partir de butanodiol y diversas composiciones de los ácidos adípico y tereftálico, todos ellos derivados del petróleo, polímero biodegradable y compostable sin complejos (de hecho, cumple las condiciones del ensayo ASTM D-6400 en menos de la mitad del tiempo requerido).
Así que no se dejen liar con la jerga. A la menor duda, la más menuda: el Blog del Búho.
Gracias, Búho, aclarando conceptos que siempre es bueno.
ResponderEliminarBien aclarado. Esa es la conclusión que saqué con mis alumnos de "introducción a la investigación" en la PUCP (una universidad peruana). Aquí en Perú todos los supermercados reparten bolsas oxobiodegradables (d2W) como si fueran caramelos. Compras una barra de pan, una lechuga y una botella de agua y te meten todo en 3 bolsas diferentes. Yo que vengo de la tierra de El Búho, les pido que, por favor, todo en la misma bolsa, que luego contamina. "no se procupe señor -medicen- que son biodegradables", aunque ellos no saben que todo va a un vertedero y no se degradan. Se ha vendido la idea de que las bolsas oxobiodegradables no son dañinas (ver: http://www.youtube.com/watch?v=_etR4UEJuBw ) y en Perú su consumo se ha disparado. Una pena que se juegue así con la bondad de la gente.
ResponderEliminarTampoco te creas Luisete que eso solo pasa en Perú. El asunto de las oxo-bio está en la frontera de la definición de la norma. Hay mucha gente que dice que no pasan esa norma por varias razones (metales de los catalizadores, tamaño de partícula y porque no se reduce a CO2 y agua en más de un 90% en el tiempo estipulado). Pero algunos fabricantes lo rebaten o lo obvian. Y hasta que no se empiecen aplicar normas claras como la Ley que comento y a controlarlo con rigor (cosa no siempre fácil) va a haber mucho listo queriendo engañar. Mira, por ejemplo, la entrada del 20 de abril: http://elblogdebuhogris.blogspot.com/2011/04/el-timo-de-la-bolsa.html.
ResponderEliminarJusta y necesaria esta reflexión, únicamente me permito acotar dos cosas:
ResponderEliminarLa Comisión Europea, reconociendo la magnitud del problema y la confusión de términos, realizó una encuesta sobre el uso de las bolsas plásticas (que finalizó en agosto de este año, ojalá pronto se presenten las conclusiones ).
Como he podido advertir que, los seguidores de este blog somos tan variopintos (incluido algún Torquemada anónimo, desabrido y poco aromático), sugiero una referencia para los que tengan un interés científico en profundizar sobre el asunto de los polietilenos "degradables": Degradable Polyethylene: Fantasy or Reality, Prasun K. Roy, Minna Hakkarainen, Indra K. Varma, and Ann-Christine Albertsson , Environmental Science & Environ. Sci. Technol. 2011, 45, 4217–4227. Advirtiendo, eso sí, que la referencia no es, ni de lejos, tan amena como las entradas del búho gris
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEl comentario que aparece suprimido no es censura. Es mío, que me había equivocado de sitio y había colgado aquí una respuesta a un comentario en otra entrada.
ResponderEliminarGracias Francisco por tu contribución. El paper de la Albertsson se me había escapado. Y es very interesting...Como ella.
ResponderEliminarEs un hecho que los consumidores en todo el mundo estamos a merced de la publicidad engañosa, y esto se da en todo orden de cosas, y si no fuera porque nos estamos preocupando de buscar información, de aprender un poco más, y de llegar a un blog como este, estaríamos empantanados en la ignorancia. De partida, hay mucha preocupación de los industriales en los "nombres" que le ponen a sus productos, y siempre encuentran el prefijo justo...Si es lo mismo que sucede con los alimentos, cuando les ponen "light", y al examinarlos descubrimos que tienen más calorías que los comunes y corrientes, y más sal y azúcar...
ResponderEliminarEs por todo esto, Búho, que te agradecemos esto de poner en palabras simples algo que podría ser inentendible para los que sólo tenemos la química del colegio.
Ojalá no te cabrees de nosotros, tus seguidores.
Los productos desechables a base de maíz y caña de azúcar se pueden usar en lugar de los productos tradicionales a base de petróleo. https://biodegradablesecuador.com/ El uso de estos productos puede disminuir la cantidad de desechos que se envían a nuestros vertederos y ayudará a alcanzar nuestra meta de un futuro de cero desechos. Sus clientes y amigos apreciarán el cambio.
ResponderEliminarCuando se buscan bolsas de plástico 100% biodegradables al por mayor, siempre es importante
ResponderEliminarsolicitar certificaciones para respaldar cualquier reclamo realizado por fabricantes o minoristas.
Todas nuestras bolsas de plástico 100% biodegradables al por mayor están certificadas como compostables y biodegradables según los más altos estándares.